ABEL GONZÁLEZ MELO

FUERA DEL JUEGO de DAGOBERTO RODRÍGUEZ Y ABEL GONZÁLEZ MELO

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Por Evelyn Viamonte Borges

El “caso Padilla” significó un antes y un después en el largo y doloroso camino de la censura a los artistas e intelectuales que el gobierno de Cuba ejerce desde 1959. Baste recordar la auto-inculpación pública que protagonizó el poeta Heberto Padilla justo después de ser liberado el 27 de abril de 1971 y que significó el punto de arranque a las políticas culturales que se adoptaron en la isla y el recrudecimiento de la represión ideológica al mundo de la cultura. Cuando conversaba con mis amigos en Cuba sobre todas las farsas montadas por el gobierno para desacreditar a los opositores en sus versiones oficiales, solía pensar que con la muerte del dictador habría que re-escribir la historia de Cuba del último siglo. El dictador ha muerto pero las cosas en Cuba parece que no cambian demasiado en este aspecto.

Fuera del juego es el resultado de una investigación que recupera una página importante de esta historia: la triste historia de la censura en Cuba. Con el concepto artístico y la producción del artista cubano Dagoberto Rodríguez, y el texto y la puesta en escena del también cubano Abel González Melo, Fuera del juego se nos presenta sencilla e íntima, una suerte de “ficción documental” según las palabras de Abel al programa de mano; un texto rico, una concepción de puesta en escena muy cuidada y unas actuaciones sin fisuras hacen de esta obra una delicia para el espectador a pesar de su temática tan tremenda.

Fui a ver su primera función en el estudio del artista Dagoberto Rodríguez; una pequeña salita al fondo nos acogió con las Fuerzas Armadas cubanas desfilando por una enorme pantalla e imágenes de archivo de la época “soviética” en Cuba. Recordé entonces el furor que se respiraba en aquellos tiempos de mi infancia y el estrepitoso fracaso que sobrevino después. Luego me atraparon los actores y no me abandonaron más: Yadier Fernández, Ginette Gala y Rey Montesinos, encarnan los tres personajes alrededor de los que gira esta historia: el poeta, su esposa y compañera, y su censor, ese “compañero que lo atiende”; tres excelentes interpretaciones para una puesta dinámica y sobria, cercana y profunda, en la que asistimos al proceso inquisitorial, a los juegos hipócritas y mentirosos del poder y a la fractura de un ser que nunca más se logró recomponer.

Reconozco que esta breve crónica llega también con cierto desfase, como si a destiempo viniera a su vez a reivindicar. Pero la suerte aciaga me ha dejado sin ordenador muchos días y sólo ahora consigo recobrar el gustoso aroma de aquella noche para escribir estas líneas. Esta obra vendrá a nuestros teatros de Madrid, estad atentos, porque es preciso recuperar la memoria de la isla, entender su presente.


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