HOJA DE RUTA

Por: Eva Boucherite

Imagina que has bailado toda la vida. Pongamos, treinta años de cuarenta. Sí, has estado en continua actividad durante treinta años, diariamente. Has entrenado, ensayado, girado, participado, colaborado, fingido, figurado… En lo público y en lo privado. Tu oficio, la danza.

Cuando no estás sobre las tablas, estás viajando, nómada infatigable. En cualquier medio de transporte te diriges hacia ellas, hacia las tablas de cualquier escenario, en cualquier país. Tierra, mar y aire. Después de tu trabajo -o entre las horas que dedicas a tu trabajo- comes, duermes o sigues estudiando, vives. Te pasas ocho horas como mínimo en movimiento; sobre madera, arena, asfalto, roca o barro: saltando, reptando, nadando, chocando, porteando, girando. Trabajas el cuerpo para conseguir la forma, el volumen, el espacio, el tempo perfecto, para ser capaz de transmitir una emoción. Estás totalmente implicada en contar historias a través de tu arte, hasta que el cuerpo aguante. Al margen de tu ambición y situación, bailas en cuerpo y alma, realmente consagras tu vida a tu vocación.
Detestas hacerte daño bruscamente. Aunque, a causa de la repetición o mala praxis en la ejecución, aprendizaje o alunizajes -sin ánimo de ofender a nadie-, puedes llegar a romper, machacar o destruir pequeñas o grandes piezas del instrumento que empleas para desarrollar tu arte, la máquina con la que trabajas, tu cuerpo. Cuerpo comparable al de una atleta o deportista de alto rendimiento. Cuerpo que ha narrado historias maravillosas, que ha encarnado personajes deliciosos o deplorables, desde la estética más monstruosa al mayor preciosismo.

El cuerpo representa, mediante el movimiento, nuestra existencia. Si, la existencia humana es, en primer término, corporeidad. Imagina que, además de todo lo que hace cualquiera individuo con su aparato locomotor, tuvieras tu cuerpo en movimiento continuo durante unas ocho horas diarias, todas las semanas, todos los meses, todos los años. Repitiendo, rotando, abriendo, estirando, apretando, perfeccionando, intentando conservar su buen funcionamiento el mayor tiempo posible. Un cuerpo expuesto a grandes esfuerzos, tempranos desgastes y agotamientos físicos constantes que lleva treinta años sin parar (con suerte) comenzando el perfeccionamiento de ese lenguaje, de ese idioma a edades muy tempranas, entre los ocho y diez, con el objetivo de llegar a una plenitud física entre los veinticinco y treinta y cinco años, aproximadamente. Alrededor de los cuarenta años, ese cuerpo se resiente. Es, en general, esa la edad en la que una profesional de la danza se retira de los escenarios, también en la que está condenada a convivir con las secuelas producidas por las frecuentes lesiones sufridas a lo largo de su carrera.

Aquí, en este país, si perteneces a ese ocho por ciento que puede sobrevivir dedicándose únicamente a la danza, puede que no caigas en una depresión al llegar a los cuarenta, cuando tu vida se ve condicionada por ese desgaste físico estructural, tu vida absolutamente dedicada a la danza. Imagina que perteneces a ese colectivo especialmente vulnerable y en riesgo de exclusión social, que nunca ha gozado de unos derechos laborales dignos y adecuados a sus peculiaridades profesionales. Imagínate en este país y justo ahí, cuando el cuerpo duele y peligra tu puesto de trabajo. Duele la vida, duele el alma cuando vives en la precariedad, trabajando horas sin remunerar, cuestión que empeora con la situación de intermitencia que caracteriza al régimen de artistas. Ya no sólo se desgasta tu materia, también tu esencia, la ilusión y el entusiasmo; se desgasta tu espíritu.

Bailar profesionalmente implica una dedicación absoluta a un oficio con una vinculación laboral intermitente, un desgaste físico enorme, enfermedades profesionales, riesgos, transición profesional inexistente, remuneraciones injustas. Bailar significa ser artista en formación continua y constante, incluso más allá de la edad de jubilación, alargando en lo posible esta carrera profesional tan corta como la de un deportista y con tantas desavenencias a nivel fiscal, laboral y social.

Ahora tenemos la posibilidad de mejorar esto, de cambiarlo. Desde estas páginas dedicadas a las Artes, quiero dar las gracias a todos los implicados en la lucha por la mejora en las condiciones laborales de este colectivo tan injustamente tratado durante demasiado tiempo. Quiero agradecer su labor a aquellas personas que han trabajado con el objetivo de hacer realidad las propuestas orientadas a mejorar la condición de los bailarines y las bailarinas profesionales de este país, a quienes continúan luchando por una reforma legislativa que propicie los cambios. Gracias por esa Hoja de Ruta para el futuro Estatuto del Artista, aprobada por el Congreso.

El pasado 17 de septiembre de 2018, en el Teatro María Guerrero, asistí a una bella “coreografía”, interpretada por las entidades participantes en la negociación entre la Subcomisión del Congreso de los Diputados y todos los profesionales de la cultura que pudimos asistir al encuentro convocado por la Unión de Actores y Actrices. Esta coreografía apenas comenzaba el 27 de mayo de 2017, mediante otro encuentro en ese mismo teatro, ocasión en la que se trataron las inquietudes y necesidades de las diversas disciplinas artísticas, con el fin de ponerlas en conocimiento de la totalidad de los partidos políticos.

Siempre he tenido la sensación de que son pocos los bailarines y bailarinas que asisten a este tipo de convocatorias -se organicen en el Congreso o en cualquier otro lugar, en formato de conferencia o de mesa redonda-, a estos eventos donde se pretende analizar el estado del colectivo, la situación de la transición profesional de los bailarines y bailarinas en España, los retos de esa transición, además de contar con la información necesaria para establecer una comparativa con los modelos europeos.

Seguro que es percepción mía y que estoy equivocada. Pero, si estuviese en lo cierto, desde aquí hago un llamamiento a la participación en la lucha por la consecución de nuestros derechos, por la digna continuidad del ejercicio de tan bella y sacrificada profesión.

Formemos parte de la coreografía. ¡Bailemos!

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