felicidad

CATÁSTROFE

CRÓNICAS DE Sala Cuarta Pared

Por MJ Cortés Robles

“Este texto es propiedad de sus intérpretes y solo ellos lo pueden representar.”

En los tiempos que corren, es ponerse en riesgo, el hecho de esgrimir una declaración semejante. Pero el riesgo, que puede asustarnos y provocarnos rechazo, también tiene su efecto llamada; la posibilidad de que algo no vaya bien nos atrae como un imán. Si la vida no estuviera poblada de accidentes múltiples de distinta envergadura, ya no sería vida. Podemos imaginar el concepto de “felicidad” en contraste con su contrario y, por otra parte, cada concepto abstracto pretende ser el reflejo fidedigno de una realidad concreta. La verdadera incertidumbre estriba en qué podemos considerar real y qué no, en hasta qué punto no somos entes atravesados por la ficción, imposibles de desligarnos de nuestro vicio creativo;  dispersos, a la hora de concretar la supuesta realidad; torpes, en el instante preciso de captarla, o a la hora de transmitirla a través del recurso del lenguaje. Al igual que estos intérpretes de la representación -unidos a un texto plagado de vivencias personales, individuales y colectivas, sin opción posible de ser sustituidos en las funciones- somos los responsables absolutos de nuestra propia existencia, de nuestra vida. La declaración de intenciones que encabeza este artículo supone, al fin y al cabo, un reconocimiento de la naturaleza exclusiva de cada ser humano, de su individualidad, de su valor intrínseco; pero también pone de relevancia nuestra soledad constitutiva y nuestras carencias.

Pese a que la dramaturgia ha corrido a cargo de Antonio Rojano, parece ser que el texto en sí se ha ido generando a través de un proceso de investigación en acción, en un laboratorio actoral y dramático con sede en la sala Cuarta Pared. Tanto el director (Íñigo Rodríguez-Claro) como el elenco al completo (Ion Iraizoz, Mikele Urroz, Irene Ruiz y José Juan Rodríguez), han indagado sobre lo que quiera que pueda significar la palabra “catástrofe”, sobre las realidades múltiples que podrían acogerse al abrigo de este concepto, sobre la forma de representarlas frente a un público. Las herramientas que ha utilizado Rojano para intentar dar forma a la dramaturgia, tienen que ver con la mezcla de géneros y de lenguajes, con la ruptura de normativas y con la tendencia al juego. Dado que pretende ser espejo fidedigno de la experiencia, tampoco esta estructura dramática es estable, siendo sensible a las grandes perturbaciones y tolerando las pequeñas. El manipular de este modo arriesgado lo que se pretende comunicar tan solo implica una condición última, que lo manipulado sea reconocible, tras el final del proceso; es decir, que logremos identificarnos con ello e interesarnos, como así fue durante la representación, tras la eficaz y versátil dirección de Rodríguez-Claro. Podemos deducir, por tanto, que dicho proceso ha supuesto una fuente de conocimiento.

En cuanto a los lenguajes utilizados podemos mencionar el audiovisual o cinematográfico, el pictórico, el teatro de narración, el de teatro-danza, el teatro de objetos, y algunos otros marcos estéticos más, difíciles de clasificar. (Es cierto que a la hora de informar es importante nombrar, pero la intención de mis crónicas es más bien la de comunicar mi experiencia como espectadora, la de despertar el interés del lector y movilizarle así a presenciar el espectáculo en cuestión o a replantearse sus conclusiones sobre el mismo, la de hacerle pensar o reflexionar un poco más allá. Por eso no me preocupa demasiado acertar con esa clasificación impuesta por la crítica en la que hay que encasillar “sí o sí” cada espectáculo, prefiero exponer mi opinión sin tener esto en cuenta en exceso -lo advierto, porque es muy posible que hierre en la nomenclatura al uso y abuso, o que me falten menciones significativas. Ni la más mínima preocupación al respecto. Dicho esto, continúo-).

Intentar modelar la discontinuidad es casi un imposible, porque nos topamos con lo abstracto. Lo que me ha quedado claro de la exposición teórico-artística de Rojano y compañía, es que no venían a referirse exclusivamente a las tragedias, con esto de las catástrofes, sino también a otros cambios bruscos que generan situaciones nuevas, transformando así un sistema que ha permanecido estable y equilibrado hasta ese momento, con una cierta tendencia de continuidad que, tras esta circunstancia, varía. La naturaleza es imprevisible, inexacta, al igual que el mundo. Sin embargo, el caos, pese a no ser lineal, no puede ir más allá de ciertos límites. Esta consideración deviene en el ansia de conocimiento y el afán de indagación, y toda indagación supone un proceso. Siempre me han interesado sobremanera los procesos, ya sean artísticos, artesanales, intelectuales o de cualquier otra índole. Tiene pleno sentido asistir a un proceso como espectadora, presenciar un proceso desde la perspectiva engañosa de lo espectacular -ya que si estamos, también participamos; somos puro proceso a lo largo de nuestra vida; nos transformamos, cuando estamos muertos-. Todo lo material es transformación continua. La obra de Rojano parece la invitación a consumir en vivo y en directo un fragmento acotado de dicha transformación. A modo de ejemplo, resulta muy gráfico mencionar los bellísimos momentos de emulación de fragmentos de “El Jardín de las Delicias”, de El Bosco, que cobraban vida ante nuestro asombro y nuestro disfrute, de forma mágica. ¡Qué maravilla! Desde aquí podemos entroncar con toda la tradición teatral que viene de Calderón, sobre la percepción de que la vida es sueño, pero también con la de nuestros ancestros, con la de aquellos quienes ya dibujaban bisontes, antes del abecedario, los mismos que danzaban y cantaban alrededor de una hoguera.

Ficción dentro de la ficción. La estructura de la obra es multidimensional. Su temática,  también múltiple: el acontecimiento situado en el tiempo y nuestra relación con él, nuestra propia existencia como acontecer y su influencia en el mundo, lo interno y lo externo, el inconsciente y lo consciente, la maternidad, el apego, el deseo, el miedo; el desastre como regulador de nuestro comportamiento inadecuado, siendo única especie responsable; la capacidad de sufrimiento como característica que nos hace humanos, sensibles al dolor ajeno… La tragedia estaba presente, la hecatombe rescatada de un noticiario no tan lejano. Como contrapunto, el sentido del humor fue consecuencia lógica, en esta propuesta artística tan interesante y lúdica, en este proceso abierto al público, en esta sobreexposición a los rayos abrasadores de una realidad cegadora, la misma que nos mantiene trastornados día tras día, a unos más y a otros menos, según el grado de resistencia que se oponga.

Tengo que resaltar la calidad de los intérpretes, que lo mismo se disolvían en movimientos sutiles para otorgarle vida a un cuadro -en principio estático; pero tridimensional, de carne y hueso-; que narraban historias, manipulando universos mínimos conformados por objetos o figuras que se proyectaban en una pantalla gigante -la magia siempre presente, y la transformación-. Cada anécdota se acercaba a la orilla, nos llamaba y lograba interesarnos. Se iba tejiendo de este modo una red asombrosa en la que fuimos apresados, para ser lanzados después a la marejada de nuestras dudas existenciales, deseándonos fortuna, tras la finalización del espectáculo.

Por todas estas razones y otras más, esta obra es firme candidata a los Premios Max 2019 como Mejor Espectáculo Revelación. Se haga realidad y sea enhorabuena.

Autor: ANTONIO ROJANO
Director: ÍÑIGO RODRÍGUEZ-CLARO
Producción: LA_CAJA
FLOTANTE

Reparto: Ion Iraizoz, Mikele Urroz, Irene Ruiz y José Juan Rodríguez
Espacio sonoro: Jose Pablo Polo
Espacio escénico y vestuario: Paola De Diego
Diseño de iluminación: Pablo Seoane
Audiovisual y diseño de cartel: La dalia negra
Ayudantes de dirección: Javier L. Patiño y
Carlos Pulpón
Comunicación: Cristina Anta

Colaboran – Gobierno de Navarra, Exlímite y Espacio Guindalera


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