Saltar al contenido
actuantes
  • actuantes
  • Números
    • Ejemplar 6
    • Ejemplar 5
    • Ejemplar 4
    • Ejemplar 3
    • Ejemplar 2
    • Ejemplar 1
    • Piloto
  • Editorial
    • El poder de la sencillez
    • Fragmentos para un libro futuro
    • Nota editorial
    • Hoja de ruta
  • Buscar por
    • Crónicas
    • Entrevistas
    • Ensayo
    • Reportaje
    • Tertulias
  • Nosotros
    • Equipo Actuantes
    • colaboradores
  • Contacto
Por Evelyn Viamonte Borges

HAY CUERPOS QUE (NO) SE OLVIDAN

Cuarta Pared

HAY CUERPOS QUE (NO) SE OLVIDAN

Me llamó la atención aquella frase con la que anunciaba Raquel Madrid esta obra: “Tengo cuarenta años y decidí hacer realmente lo que me diera la gana y olvidar todo lo que se supone que hay que hacer”; tal vez por empatía, por haberme encontrado en situación similar en algún momento de mi vida artística, acercarme a La Cuarta Pared para ver esta propuesta durante el Festival Essencia fue una decisión inmediata. Antes de entrar me leí el programa de mano y otra cuestión despertó aún más mi curiosidad: un subtítulo rezaba “ciclo creadoras y autoficción”. Como género literario y teatral, la autoficción, me interesa desde que vi las excelentes propuestas de Sergio Blanco hace ya algunos años, pero ahora en una obra de danza-teatro o teatro físico, mi interés era si cabe aún mayor. ¿Cómo se trasladaría esto al trabajo corporal? Era sin duda en extremo atrayente.

Un altar en medio, viejas alfombras, un micrófono, y ella vestida de negro en un extremo muy cerca del público. Así se presenta el espacio. Raquel Madrid comienza a moverse, a desenvolver una acción desde la cotidianeidad a la danza, y ya no la abandonamos más. Hay cuerpos que se olvidan sumerge al espectador en un relato discontinuo en torno a una supuesta muerte; quién o qué es eso que da eje a la dramaturgia se nos va revelando a partir de las acciones y los textos de la actriz/bailarina, que sin contar nada nos hace partícipes de sus procesos. La pieza se estructura según los mismos estados por los que pasó su creadora mientras trabajaba en soledad el material escénico posible, es decir: negación, negociación, depresión, ira y aceptación. Desde el principio conocemos por donde vamos a ser llevados, dónde comienza cada fase y donde se da paso a la siguiente. Cada fase cumple un ciclo que nace con la muerte de la anterior y muere al dar a luz a la siguiente.

Hay cuerpos que se olvidan lo he vivido en cierta medida como un encuentro con colegas para hablar de nuestro oficio teatral, para contarnos y comprobar que hemos sentido en este o aquel momento algo muy similar, un encuentro donde el mismo oficio participa y con el que discutimos apasionadamente de todo lo no dicho, lo que se sobreentiende y sobre lo que no vale la pena argüir pero que nos limpia y nos deja a cero, a punto, para comenzar otro día en una difícil relación.

Otra pregunta me rondaba también después de verla, momentos antes del encuentro del público con Raquel: ¿por qué el título? Todo el espacio-tiempo de la obra rememora, alumbra y comparte el relato real de su creadora con el público, aunque en el contexto de un hecho irreal y metafórico, es decir, la muerte de una “profesión amada”, en palabras de Raquel; el relato es real, porque la reflexión y la emoción que nos comparte forman parte de su historia personal, porque el duelo fluye también desde su propia vivencia y su manera de afrontar el oficio. Duelo íntimo que no requiere lágrimas ni lloros, sino la entereza de los nacimientos conscientes de todo cuanto ha sido preciso dejar atrás. Y esto no es simple material de donde surge la obra, sino materia dramática en sí.

Más que “cuerpos que se olvidan”, he visto “cuerpos que se recuerdan” y perduran, sedimentos, capas y capas de memoria y esfuerzo, de trabajo y poesía, de un discurso corporal que se piensa y se reinventa en cada nuevo nacimiento. Porque hay cuerpos que no se olvidan.

Idea y autoría: Raquel Madrid y José Francisco Ortuño
Coodirección: Charo Sojo
Texto y Dramaturgia: José Francisco Ortuño
Coreografía: Raquel Madrid
Música: Sleepy James, Ramiro Souto, varios
Iluminación: Diego Cousido
Sonido: Tony Gutiérrez
Grabación música en Happy Place Records
Fotografía: José Toro
Escenografía, Producción y Vestuario: 2proposiciones y Anabel Rueda
Comunicación: Gloria Díaz Escalera

Crónicas

Por Evelyn Viamonte Borges

Imagen

© Raquel Madrid

Tengo cuarenta años
Por Evelyn Viamonte Borges
HAY CUERPOS QUE (NO) SE OLVIDAN

Números anteriores

portada ejemplar piloto
 5/5
Revista de teatro número uno
.
Hermanas-Bárbara-e-Irene---Teatro Kamikaze ©Gorka Postigo

HERMANAS

CRÓNICAS DEL Pavón Teatro Kamikaze

HERMANAS

(BÁRBARA E IRENE)

De PASCAL RAMBERT

SSalgo del  Pavón Teatro Kamikaze. Acabo de asistir a un combate a muerte entre Hermanas. Bárbara e Irene. ¿Por qué me siento como si me hubiesen dado a mí una paliza? De camino hacia el metro intento controlar el desajuste emocional que me ha provocado la función. Me asaltan anuncios publicitarios, ya en los túneles: una boca desencajada junto a la palabra “velocidad”, unas monedas incrustadas en hielo… Al salir del vagón, la mujer que se cruza conmigo en sentido contrario, comenta en alto: “yo no soy feliz”. Giro mi cabeza para mirarla, pero se cierran tras ella las puertas, el tren inicia su marcha, cada cual sigue su camino. Todo alrededor tiene un matiz extraño.

Sé que una función es genial cuando me afecta hasta el punto de cambiar mi percepción de la realidad, dure lo que dure tamaña reacción -eso ya depende de mí, de sostener y manejar adecuadamente lo que me genera el ARTE-. Mayúsculas. Escribiría este texto con mayúsculas de principio a fin… Tendría que hacerlo, eliminar los signos de puntación, al estilo de Rambert, insuflar de algún modo vida a estas palabras que abandono aquí como a cadáveres sepultados bajo capas y capas de acepciones, esqueletos de algo que alguien dijo antes… No cabe en un texto la función de Hermanas, ni siquiera en el que Rambert ha escrito para mujeres concretas: dos actrices españolas y dos actrices francesas. Solo es posible encarnar esta obra, donar la propia médula para armarla, cubrir de carne y de sangre su estructura, abrir las compuertas del subconsciente para dejarla fluir con lo allí acumulado, hacer hueco en ese interior incierto que nos constituye para que quepa más vida. Esta experiencia artística rebosa en los límites. ¿Cómo nombrarlo? Es como si lo no dicho pudiera enlazarse a lo pronunciado en una concatenación infinita, como si se le pudiesen ver las entrañas a los diálogos. Igual le pasa a la puesta en escena: se le ven los cables, las altas escaleras de tijera, la desnudez negra de las paredes, la diversidad de sillas apiladas que amenazan con distribuirse y así ocupar un espacio iluminado violentamente por fluorescentes que se suspenden de un techo inalcanzable. En rincones estratégicos, lo imprescindible para hidratar los cuerpos. En esa inmensidad irrumpen dos actrices de entre el público, dos de nuestras semejantes esgrimen su voz sin pedirnos permiso, sin aviso previo.

Nos enganchan como a peces extasiados bajo la luz de un sol intenso, picamos el anzuelo y nos quedamos colgando de nuestra mordida al cebo, sacudiéndonos violentamente en el aire, boqueando, fuera de nuestro medio habitual, sin poder deshacernos del alimento que nos hiere. ¿Cuánto puede durar este goce insufrible? Estas dos atletas del verbo se desatan sobre el escenario, poderosas, salvajes, eléctricas, abiertas, heridas, violentas. Imanes que se resisten al destino de su abrazo, que se repelen para eludir un choque rotundo que les haga trizas. Pausas profundas para tomar aliento, para acusar lo acometido y encajado en el recogimiento del silencio, para retrasar darlo todo, para evitar el final, que no es otro que la muerte. Su fragilidad es distinta e intermitente, una más obvia, la otra parapetada en lo oculto. Resistencia al vacío, supervivencia. Ahora voy a pronunciarlo: ¡y, pese a todo, tanto AMOR!

La función es compleja, sin embargo. El argumento está, es un hilo que pretende conducir el contenido del discurso, de lo que importa -no quiero decir “de la temática”-. Digo “pretende” porque el efecto que cause dicho contenido resulta un suceso incontrolable; no depende únicamente de las actrices en juego, sino también del grado de implicación de quien observa cómodamente desde su butaca, desde su momento vital, desde su punto de evolución, desde su naturaleza: la identificación se produce de alguna forma misteriosa, ajena a las pesquisas intelectuales pertinentes. Creo que tiene que ver con lo vertiginoso de los discursos, con la energía aplicada al ser lanzados o al recibirlos, con la búsqueda comprometida de la verdad, con lo POÉTICO. La musicalidad del lenguaje puede ser tenida en cuenta o no a la hora de crear, pero está presente siempre. Creo que Rambert es plenamente consciente de esto y que lo aprovecha. En lugar de permitir que el raciocinio le frene y elevarse así sobre la realidad tomando perspectiva, se sumerge en el devenir del pensamiento por entero, sale a tomar aire de vez en cuando y vuelve a zambullirse. Lo mismo les pide a las actrices, esta carrera de delfines en un océano embravecido en donde todo lo humano flota, se sumerge, permanece. Es así que el espectador se deja arrastrar por el envite de cada ola, se empapa de aguasal, consigue estremecerse.

La historia de vida común de estas dos hermanas se bifurca, pero ambas han sido mecidas por las mismas voces en la cuna, han sido movilizadas a una danza común cual siamesas, a encuentros que se suceden en un tiempo imaginario, ya que solo les es útil la certeza compartida en el instante efímero. Naufragan, se hunden en la fugacidad de la vida ya vivida, llevan tatuada en la memoria la estela de otros seres queridos a los que sobreviven, a los que resucitan en sus recuerdos, descubierta la falacia del tiempo transcurrido. La realidad les resulta un prisma con muchas caras, imposible de abarcar por entero, con aristas que les hieren. De su capacidad para comunicarse depende que completen el puzzle, de su esfuerzo en buscar sentido, de su voluntad por continuar luchando. La relación entre las hermanas es un nido de conflictos que parecen irresolubles. Cada una se ha enfrentado al mundo desde su lugar y con sus armas, la desigualdad entrambas ha sido patente, el desequilibrio de los privilegios heredados o conseguidos. Algo les falta que de la otra depende, van en su busca, necesitan completarse. Es imposible en soledad, al menos improbable.

La puesta en escena, al igual que el texto, tiene la dimensión estructural del “teatro dentro del teatro”: También sobre el escenario se espera a un público diverso, representado por sillas vacías de colores distintos. Estos otros que se esperan, somos nosotros mismos que ya hemos llegado y serán otros que vendrán, y, si lo extrapolamos al mundo, generaciones sucesivas a las que no conoceremos. Las hermanas discuten fervientemente sobre lo que signifique entrar en acción, mojarse, comprometerse en la transformación positiva de la sociedad. Se pone en tela de juicio el plano intelectual y, al mismo tiempo, se pone de manifiesto que el filtro y el motor desde el privilegio es el intelecto, siempre que el discurso mueva a la acción, al cuerpo a cuerpo. Si no, de nada sirven palabras.

Lo anecdótico y particular ya digo que nos toca y nos trastoca en algún lugar sensible. ¿No será que Rambert tiene un mensaje que ofrecernos, como ejemplar de nuestra especie y, por ende, individuo con talento? Puede que estas de las hermanas sean las mismas dinámicas controvertidas con las que el mundo se maneja, que la HERMANDAD a la que se refiere sea algo más grande que un parentesco adjudicado entre personajes en un argumento, que pretenda además hacer un llamamiento…

Durante la función, hay un momento en el que Bárbara Lennie grita: ¡DESPERTAD!

Más adelante, Irene Escolar replica: “Tal vez deberíamos MIRARNOS más A LOS OJOS y CALLARNOS”.

Hermanas

Ficha artística

Texto, dirección y espacio escénico: Pascal Rambert

Traducción y adaptación : Coto Adánez

Intérpretes: Irene Escolar y Bárbara Lennie

Dirección de producción: Jordi Buxó y Aitor Tejada

Producción ejecutiva: Pablo Ramos Escola

Diseño de vestuario : Sandra Espinosa

Maquillaje y peluquería: Miguel Álvarez para YSL

Fotografía : Gorka Postigo

Fotografía escena: Vanessa Rábade

Diseño gráfico: Patricia Portela

Distribución : Caterina Muñoz Luceño

Comunicación: Pablo  Giraldo

Ayudante de dirección: Lucía Díaz Tejeiro

Ayudante de producción : Celia Mira

Agradecimientos : Ginger & Velvet

Una producción de Diletante  Producciones y Buxman Producciones

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

Imagen

© Gorka Postigo © Vanessa Rabade © Manuel Naranjo

Hermanas-Bárbara-e-Irene---Teatro Kamikaze ©Gorka Postigo
©Gorka Postigo
Irene Escolar-©-Vanessa Rabade
Irene Escolar ©-Vanessa Rabade
© Manuel Naranjo
Barbara Lennie ©-Vanessa Rabade
Barbara Lennie ©-Vanessa Rabade

Números anteriores

portada ejemplar piloto
 5/5
Revista de teatro número uno
.
TEATRO DE LA CIUDAD

LA TERNURA

CRÓNICA DE Teatro Infanta Isabel

LA TERNURA

Texto y dirección: ALFREDO SANZOL

TEATRO DE LA CIUDAD

Fui a ver La Ternura cuando ya estaba todo dicho sobre esta maravillosa comedia escrita y dirigida por Alfredo Sanzol. Tras su estreno en Teatro de la Abadía y su gira posterior, lleva programada una larga temporada en el Teatro Infanta Isabel con gran éxito de crítica y de público. Es una obra enmarcada dentro del proyecto Teatro de la Ciudad, en cuyos talleres tuve el placer de participar como oyente, en su primera etapa, durante el proceso de investigación de las tragedias. Algo nuevo que sí puedo contar es la impresión que me causó Sanzol durante los ensayos de Edipo rey. Durante una entrevista a algunos de quienes participamos en los talleres, dije de él que era como un lago profundo. Recuerdo los momentos en los que se interesaba por nuestras opiniones, durante los ensayos que presenciamos; su manera de escucharnos, sus silencios, su ritmo interno, pausado, casi un retardando musical en espera de la nota precisa.

Sin embargo, puedo decir ahora que el talento de Sanzol brilla intensamente cuando se expresa a través de la comedia, ahí donde el ritmo se precipita como un arroyo por una pendiente, de forma aparentemente desordenada, provocando el canto de las piedras. Desde luego fluye toda esa oscuridad que habita en lo profundo, pero brilla en la superficie, salta y juega.

Puede que esta cualidad de mostrar fácilmente el afecto, la dulzura y la simpatía por otra persona, la cualidad de la ternura, tenga todo que ver con Sanzol, pero también conmigo, con todo ser humano, si no enferma. Construir en positivo esa montaña solidaria del abandono del egoísmo en pro del bien común, solo puede llevarse a cabo con capacidad de ternura, un paso más allá de la empatía, y un paso previo al amor, que requiere entrega a los cuidados ajenos. Lo constitutivo del ser humano no es prescindible. Por otra parte, proteger del dolor es evitar la vida, una quimera.

Si Shakespeare levantase la cabeza y viese la función de Sanzol, resucitaba. Yo resucité bastante la otra tarde, casi del todo. ¡Qué bien se lo pasan los actores en escena durante esta función! ¡Cuánto se agradece esto! El elenco parece un grupo de infantes juagando a la vida: ingenuos, simples, desnortados; un puñado de personas curiosas, vulnerables, con hambre de alegría, de entusiasmo. Naufragados en el azul de los telones de fondo, prendidos a las otras épocas que ilustran sus ropajes, llegan hasta su público sin equipaje alguno, hasta esa isla imposible del escenario. Cualquier cosa compartida alimenta su espíritu: presencias o palabras. Y el anhelo viene siempre de lo posible. Queda demostrado a través de su trabajo que ningún ser humano es una isla, aunque se empeñe en serlo o pretenda olvidarse. Queda demostrado lo inevitable del encuentro, la risa que sobreviene y que arrasa los obstáculos, el tierno deshacerse de las algas tras el envite de una ola. ¡Ay, ternura, bendito experimento!

Y es que volvería a decirlo mil veces: lo inusitado y asombroso es la capacidad de juego con respecto a algo tan manoseado, traído y llevado, pisoteado, endiosado, pensado y repensado, hecho y rehecho, fagocitado hasta la náusea. Mil nombres, un millón de libros descriptivos, de filosofías diversas, creencias y agnosticismos. Millones de años para resolver lo supuestamente tan complejo, para llegar a la esencia: a la ternura, el germen de todo. No sé qué hago intelectualizando, entonces, de nuevo. Quisiera subirme en la próxima función con ellos y formar parte de la pirámide de abrazos, o dejarme mirar del modo en que se miran, para descubrirme tierna. Una se harta de resistencia y de artificio, de tanto constructo social con distintos nombres, de normativas tan éticas como frías, de soledades y de islas. Permítanme disfrutar de experiencias como esta sin complejos, y luego ya, ser consciente de lo monstruoso y de lo enfermo, acudir a manifestaciones en defensa precisamente de esto, de una actitud afectuosa hacia los demás y de un profundo respeto, de lo contrario a la violencia y al enfrentamiento. Hay que permitirse volver a la vida después del trauma, generar redes que nos sostengan a través de fuertes vínculos.

Ahora bien, ¿es esto lo que nos propone Sanzol, respeto y altruismo? Atendamos a una visión más analítica de la experiencia artística. Esta forma de ver el amor que se refleja en la obra, como un sentimiento incontrolable e irracional que no responde a la lógica, continúa enraizada en la tradición del amor romántico, la que vincula al amor con el sufrimiento. Los personajes huyen precisamente de ese sufrimiento, de la autodestrucción; intentan conservar ambas estirpes sin mezclarse, la de los hombres por un lado y la de las mujeres por el otro; pero el autor lo impide, suponiéndolo un absurdo. Para complicar otras soluciones posibles al dilema que se plantea, los vínculos que unen a los miembros de los respectivos grupos son consanguíneos. Eso no quiere decir que entre los miembros de cada grupo no pueda existir ternura, pero la demostración de este sentimiento entre ellos tiene límites ya preestablecidos. Entonces, ¿de qué necesidad hablamos, de qué instinto? Parece que de la atracción física que impulsa la intimidad sexual, pero esto queda oculto tras el recurso de los equívocos: bajo el disfraz siempre queda lo que concuerda con las costumbres más tradicionales. La propuesta de Sanzol no escarba en la oscuridad, sino que expone su argumento bajo una brillante luz que, al enfocarnos directamente, nos hace cosquillas.

Resulta un acierto, por tanto, toda reminiscencia isabelina, toda alusión a una batalla y a un naufragio, ya que de aquellos barros, estos lodos. Creo firmemente que el esfuerzo de Sanzol y de su equipo tiene una vocación sanadora, que busca una perspectiva igualitaria, aunque tenga que simplificar hasta lo naif, en aras de la comedia. Claro, la segunda parte de la historia –si la hubiese- quizá sería un drama, ya que tendría que ver no con el “enamoramiento”, sino con la convivencia a largo plazo y el compromiso. Todo en las relaciones amorosas resulta complejo e incierto, tanto o más que la maraña de engaños que en la obra queda descrita. Se podría considerar un argumento circular: empieza por un final para abocarse a un principio que posiblemente acabará del mismo modo. De lo que nos reímos entonces es de la reincidencia, como si no hubiera remedio. Antes de buscar remediarlo, de hallar la cura, de someternos a las terapias precisas, lo más inteligente es mirarnos en el espejo con simpatía, rescatar lo rescatable. Necesitamos esta perspectiva del humor para tolerar mejor un cierto sentimiento de vergüenza, pero no ajena, sino cierto pudor que se produce durante la función, al reconocernos en las tonterías y en las simplezas puestas de relevancia sobre la escena. El efecto más hermoso que provoca esta función es que sentimos ternura hacia nuestra propia persona, nos congraciamos con ella, aunque sea unas horas, unos días, y, de paso, con el mundo.

No sé cómo se apaña Sanzol para que no le afecten los premios, recibe uno detrás de otro sin que parezca inmutarse, a las pruebas que pueden consultarse me remito: Premio Valle Inclán, el Nacional de Literatura Dramática, premios Max…

La fortuna tampoco a mí me maltrata, ya que puedo disfrutar de este modo de su obra y permitirme el lujo incluso de comentarla, espero que de forma acertada.

© Luis Castilla_elNorte

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

Imagen

© Luis Castilla_elNorte

Texto y dirección ALFREDO SANZOL
TEATRO DE LA CIUDAD
Texto y dirección: ALFREDO SANZOL

Números anteriores

portada ejemplar piloto
 5/5
Revista de teatro número uno
.
Un cadáver exquisito Compañía Guindalera foto de Susana Martín

UN CADÁVER EXQUISITO

CRÓNICA DE Espacio Guindalera

UN CADáVER EXQUISITO

Autor: MANUEL BENITO

Director: JUAN PASTOR

Mientras que el público ocupaba sus asientos, sobre la pared de la sala Guindalera se proyectaba un cuadro de texto coronado por un bombín. Durante la representación en vivo, se sucedieron diferentes intertítulos, comentarios sobre el lugar de la acción, enmarcados de esta forma, decorativa y muda. La música, sin embargo, enlatada, como suele decirse, pero burlesca. Otro marco construido expresamente para la comunicación entre dos mundos, en principio, irreconciliables, entre foráneos y autóctonos. Escaso mobiliario al servicio de los actores. Blanco y negro en vestuario y decorado, más los distintos tonos de grises. Todo apuntaba a que este iba a ser uno de esos juegos colectivos, un cadáver exquisito.

Entraron dos cargando con el muerto, que según dijeron no era otro que Charles Chaplin. No pudimos comprobarlo. Lo que encerrase la caja de pino podría o no pertenecer a la realidad, pero sí es real la impronta de toda huella artística, en la sociedad y en los individuos que la conforman. Cine y teatro, su encuentro fronterizo. En la escena un puñado de jugadores espontáneos e intuitivos, en el patio de butacas una congregación de niños disfrazados de adultos; mi melena y mi curiosidad, largas y sueltas; mi atención, en primera fila. Este situarme cercana al más ínfimo gesto de los actores, no siempre me ayuda a poder abarcar una idea de la totalidad de la puesta en escena, de lo que transcurre en el escenario en todo momento. Sin embargo, tengo que admitir que, pese a la incomodidad que me supuso tener que mirar a un extremo o a otro del escenario, en algunas ocasiones de forma veloz y alternativa, considero ahora que fue un hecho con sentido pleno dentro de la propuesta artística. A esa escasa distancia, casi inmersa en el acontecimiento, es muy probable la pérdida de información, cuestión que puede llevar a conclusiones erróneas. Hay que tomar perspectiva. Seguramente habría que tener visión y audición parabólicas, y ni siquiera así podríamos asegurar el juicio a emitir sobre un suceso de tal forma dividido, sobre un conflicto en el que alguna de las partes pone en juego su vida o reclama sus derechos, mientras que la otra aguarda parapetada en la comodidad y la abundancia que le proporcionan sus mejores circunstancias de vida. Esta lejanía que el director había impuesto conscientemente entre unos personajes y otros, era el trazo invisible pero firme de una frontera ideológica que los inmigrantes tratan de derribar desde que el mundo es mundo. Del mismo modo fronteriza, la imposibilidad de comunicación descrita en los diálogos, interrumpidos por indecisiones sobre la emisión del mensaje y riñas absurdas entre los que solicitan ser rescatados de su miseria, torpes al exigir por vías fuera de la norma lo que a otros les sobra. Esta torpeza denota ingenuidad, tropiezos y caídas sin sangre, corazones latiendo bajo nieve, infortunio que se deshace junto a la primera llamita de afecto, bajo el primer rayo de esperanza.

En cuanto al villano, nunca ausente en el cine mudo, nunca exento de mala intención pero burlado siempre y vencido, nos trajo reminiscencias del detective Sherlock Holmes, pero un Holmes de pacotilla y con los adentros negros, consumido por el odio, devorado por el sistema. Incapaz de hacer avanzar el thriller hacia el abismo de sus impulsos, resultaba un ser ridículo y digno de lástima, ya que pese a la risa que provocaba no despertaba nuestra simpatía. El personaje más empático, con más inteligencia emocional y, por lo tanto, más capaz de fomentar la resolución de conflictos, era una mujer, la esposa de Chaplin. Su primer argumento para combatir la injusticia, la identificación con los supuestos enemigos, la solidaridad; el segundo, averiguar lo necesario para desestructurar el discurso del poder establecido, desenmascararlo y enfrentarlo. No creo que este reparto de rolles haya sido fortuito, sino que el autor pretende de este modo ser reflejo de la sociedad actual, de los movimientos revolucionarios activos hoy en día, de sus vértices y de sus impulsos.

El espectáculo esconde en su centro un pequeño tesoro ambientado con la música de Candilejas: Una invocación al espíritu de Chaplin para su posible reencarnación a través de la imitación del genio, un hermoso intento que nos invade como una ola nocturna cuando sube la marea. Al menos a mí, me dibujó una sonrisa y, al mismo tiempo, me provocó un escalofrío. Como en cualquier charlotada al uso, tras las peripecias, sobreviene el cansancio, la intimidad, el frío, la hermandad entre los cuerpos, la elevación de las ilusiones y los deseos, la añoranza y el sentimentalismo. Este broche central rinde homenaje no solo a la obra de un genio, sino a tantos seres humanos relegados y olvidados.

Tanto el texto de Manuel Benito como el montaje son resultado de sendos laboratorios: el de Escritura Teatral de la Fundación SGAE, y el de Creación sobre género comedia del Espacio Guindalera.

DIRECCIÓN Juan Pastor
TEXTO Manuel Benito
REPARTO Jacobo Muñoz, Guillermo G. López, Cristina Palomo y Felipe Andrés
DISEÑO DE ILUMINACIÓN Sergio Balsera
ESPACIO ESCÉNICO Juan Pastor
AMBIENTACIÓN-VESTUARIO Teresa Valentín-Gamazo
AYUDANTES DE ESCENOGRAFÍA Sara Hita / Toni Altamira
FOTOGRAFÍA Susana Martín / Eva París / Manuel Martínez
PRENSA Y COMUNICACIÓN Raquel Berini / Manuel Benito / Pilar Valero
REGIDURÍA Paula Gutiérrez Contreras
AYUDANTE DE DIRECCIÓN Jorge Tejedor
AYUDANTE DE PRODUCCIÓN Sara García
PRODUCCIÓN Guindalera Teatro S.L.

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

Imagen

© Fotos de Susana Martín

Un cadáver exquisito Compañía Guindalera foto de Susana Martín
Un cadáver exquisito
Un cadáver exquisito Compañía Guindalera foto de Susana Martín

Números anteriores

portada ejemplar piloto
 5/5
Revista de teatro número uno
.
SOBRE PADRES E HIJOS

SOBRE PADRES E HIJOS

CRÓNICA DE Espacio Guindalera

SOBRE PADRES E HIJOS

Texto y dirección: JUAN PASTOR

Compañía: GUINDALERA

(Basado en la novela de Turguéniev)

Me encuentro entre dos generaciones: soy madre y soy hija. Aunque ya más madre que hija -o quizá esto no sea decisión del tiempo que transcurre, sino mía, voluntad de evolución, de crecimiento-. Esta situación intergeneracional que me rodea es fuente de sabiduría y de sufrimiento; también lo ha sido de alegría, aunque no ahora. En estos momentos hay conflicto, todo está patas arriba, la familia al completo flotando en el envite de una ola de rabia contenida que por fin se libera. Mi familia es ejemplo concreto, pero lo personal es político.

Las sociedades enferman. Hoy día, como antaño, el germen del mal está presente en las instituciones, también en la familia, que es precisamente el núcleo del sistema a través del cual la sociedad se organiza. Si no se actúa a tiempo, de forma no beligerante y constructiva, buscando la cura, no perdiendo perspectiva de futuro, nos golpeará y derribará el regreso cíclico de la hecatombe, nos hundiremos en mareas sociopolíticas cambiantes bajo el influjo de los poderosos. ¿Quién controla y cuáles son sus intereses? Hay que someter a análisis el poder de lo sistémico.

Me conmovió mucho Sobre padres e hijos la otra tarde en Espacio Guindalera. Empaticé con los padres, con la generación de “los Mayores”, más por necesidad que por identificación ideológica. No soy una planta, pero en caso de serlo, tendría raíces, incluso si fuese el agua mi elemento. El ser humano es un híbrido, no es vegetal ni animal, tampoco un ángel, ni otro tipo de entidad capaz de elevarse por encima de otros seres, capaz de distanciarse del mundo sin tener que aterrizar de vez en cuando. A veces, ni miramos al cielo, no levantamos cabeza. Este planeta perdido en la inmensidad, la Tierra, es nuestra sede, o pisamos tierra o estamos debajo, así de simple. Los otros estados pasajeros son poderes fácticos, imaginarios, creaciones, misterios. Solo que lo esencial en lo humano es lo común intangible -no vamos de nuevo a pronunciarlo, por desgaste del término, por respeto a la realidad que conforma el concepto; además, tiene múltiples nombres y eso confunde-. Desde que el mundo es mundo permanece confuso, en tránsito, a veces cegado por nuestra alegría, a veces cargado de incertidumbres. No somos más que transeúntes, condición sine qua non -echemos mano de lo antiguo-. La tradición, la transmisión de la supuesta sabiduría a través de las sucesivas generaciones, que el sentido de la vida vivida otorgue sentido a nuevas vidas, es el legado. Pero también está el invento y la reforma, la transformación positiva inspirada en el resurgir perpetuo de la naturaleza. ¿Perpetuo? Esa es la clave.

Aterricemos. Regresemos al lugar al que acudí a presenciar una función de un texto de Juan Pastor basado en una novela de Turguéniev. En el Vivero de Creadores y Espectadores de Espacio Guindalera se plantó la semilla del montaje, el proceso de investigación que ha desarrollado la compañía, y que el público puede ya degustar como una hermosa creación, florecida y madura, con sabor y con aroma -¡qué hermosa la escena en la que el joven apasionado descubre la esencia de una rosa cultivada!- No es la primera vez que visito este barrio de Madrid, atraída por el reclamo de esta sala –La bella de Amherts, Duet for one… son algunas de las últimas obras que he tenido el placer de presenciar en ella- Sin lugar a dudas, es una de las salas de teatro de la capital que cuenta con una trayectoria más larga y más firme. Es ejemplar, si nos atenemos al proyecto artístico, cuidando tanto la estética como la ética, pese a las dificultades que hayan tenido que solventar a otros niveles. Merecen por ello todo mi respeto y mi veneración -¡qué palabra tan antigua, eso de “lo venerable”!- Mi presencia como espectadora siempre había sido anónima, hasta el día de ayer, en el que al recoger mi acreditación pudo ponerme cara Teresa Valentín-Gamazo, cofundadora de este centro de creación, formación y desarrollo de procesos escénicos. Mi timidez no entiende de máscaras ni de protocolos, por eso prefiero ir de incógnito, pero mandan las casualidades, los contactos digitales fortuitos y los encuentros. Dije dos palabras y sonreí, salí del apuro.

Conseguí un lugar en primera fila, pese a entrar casi al final y ser localidades no numeradas, uso democrático de las entradas adquiridas del que no me quejo, muy al contrario. El espacio escénico ideado por Juan Pastor e iluminado por Sergio Balsera era sencillo y equilibrado, prácticamente simétrico, como los dos lados de un espejo. Llamaba la atención un objeto central sobre un pie de madera, desprovisto por sí mismo de significado, tradicional, bello y vacío de contenido. A lo largo de la obra, pudimos comprobar cómo ese objeto servía al modo o manera de compartir y disfrutar lo cosechado; se convirtió así durante la función en símbolo de trasfondo cultural diverso, en altar, en pira en la que mantener el fuego sagrado encendido, la cultura florecida. Y todo esto a través de un gesto tan sencillo como el de poner o quitar distintas clases de flores en un recipiente de barro, o pasar de mano en mano una esfera roja encendida. El arte del detalle.

Desde el inicio, otro lugar estaba reservado, ocupado en principio por un aparato de música, después por un personaje de la obra que tomaba la perspectiva del público como propia para de improviso incorporarse de nuevo a escena. Todos los personajes observaban lo que transcurría en el escenario mientras no participaban como actores, desde diferentes lugares, con diferentes perspectivas. Nos recordaba así el director la importancia de la reflexión, de tomar distancia, para pensar con claridad antes de continuar protagonizando la acción, además de que la apreciación cambia depende del lugar que quien valora ocupe. Lo mismo ocurre en la vida, y el teatro debe ser espejo de la vida. Maravilla, por tanto, de puesta en escena, que se completaba con la elegancia del vestuario – diseñado por Teresa Valentín-Gamazo y realizado por Isabel López Gómez- y la exquisitez de las coreografías de Anabel Núñez, que se apoyaban en el espacio sonoro de la Escuela de Nuevas Músicas. Mención aparte merece la música original creada por Marisa Moro y Pedro Ojesto, que nos avisaba de que el género era comedia, que el sentido del humor estaba muy presente, incluso la ironía, pese al drama que se pudiera adivinar subyacente.
En cuanto al reparto, tengo verdadera debilidad por María Pastor, por su enigmático carisma de animal escénico, siempre atrapando la atención del respetable, siempre conectada al público, de una forma u otra, sutil o francamente, y sin perder un ápice de verosimilitud ni olvidar las bondades que su técnica actoral puede ofrecernos. Es una de las mejores actrices españolas que he visto en un escenario, sin menospreciar a ninguna. El resto del reparto hizo un trabajo magnífico, no dejando caer el ritmo de la obra ni un segundo, aportando frescura y poniendo mucha carne en el asador, mitad por mitad, hasta componer el guiso tan sabroso que pudimos disfrutar. Las risas estaban servidas, también las lágrimas, al menos las mías. Me sirvió de catarsis el momento en el que madre y padre fueron relegados a la distancia y el olvido por parte de un hijo. Sentí en ese instante que es ley de vida, de algún modo, y también imposible; que todo el mundo comete esa atrocidad, o intenta cometerla, pero que es por pura supervivencia; que un hilo invisible teje nuestros destinos comunes, sin embargo, y que es imposible eludirlo. Del mismo modo, el mundo.

No quiero desvelar más, ni siquiera el contenido de la actividad complementaria que estaba programada tras la función y en la que participé torpemente, pero con sumo interés. Se nos permitió estirar las piernas unos minutos y regresar a la sala para tomar parte en un debate muy lúdico. Antes de que tuviera lugar, artistas y público se entremezclaron para componer dos nuevos grupos diferenciados: padres/madres e hijos/hijas, cada quien según el roll con el que más se identificase. Nos reunimos por separado, un grupo y otro, para tratar cuestiones relacionadas con la obra que acabábamos de presenciar, y, lo que es más importante, con la vida en sí misma, la de cada cual y la de todo el mundo. Pusimos en común y luego debatimos. Me resultó poco tiempo para este añadido tan instructivo y beneficioso, no se pudo abundar y profundizar en lo que se planteaba a nivel más teórico. Pero, pese a eso, como dijo una espectadora: “Por favor, necesitamos más espacios como este, no dejen de ofrecerlos”

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

Imagen

© Fotos de Susana Martín

SOBRE PADRES E HIJOS
Basado en la novela de Turguéniev
Texto y dirección JUAN PASTOR
GUINDALERA

Números anteriores

portada ejemplar piloto
 5/5
Revista de teatro número uno
.
ANTE LA JUBILACIÓN Felipe Mena

ANTE LA JUBILACIÓN

CRÓNICAS DE Teatro de la Abadía

ANTE LA JUBILACIÓN

Autor: THOMAS BERNHARD

Director: KRYSTIAN LUPA

Producción: TEMPORADA ALTA/ TEATRE LLIURE

Sin amor, sin esperanza, sin nada que hacer, sin un papel en el teatro del mundo y ante el abismo de la memoria. Ante la jubilación no es teatro de circunstancias, aunque esa sea la circunstancia que acecha a los tres personajes de la obra: la jubilación de uno de ellos. Thomas Bernhard trasciende las circunstancias, coloca al ser humano frente a un espejo que le devuelve una imagen poco amable de sí mismo, cargada de realidad y de misterio. El subtítulo de la obra es comedia sarcástica, no drama, aunque el sarcasmo sea un ácido de difícil digestión para transformarlo en risa. En la función a la que asistí en Teatro de la Abadía, hubo algún conato tímido de batir la mandíbula, alguien entre el público quiso quitarle yerro al asunto de que trataba la obra, pero la iniciativa se le quedó encajada entre el denso tejido de silencios que invadían la escena, de acciones cotidianas que asemejaban rituales ancestrales; de gestos diminutos que reflejaban estados de ánimo contenidos o disimulados, ritmos internos. Solo hay que saber escuchar y ver. Lo más relevante del arte es el silencio, el vacío, dónde y cómo encajarlo.

En vez de estar viajando a algún lugar de la costa, durante este puente de diciembre de 2018 me desplacé desde la periferia de Madrid a su centro para consumir cuatro horas de Arte Dramático en estado puro. No fui acompañada; no era la única, aunque casi podía considerarme una excepción. Durante los tres descansos que se llevaron a cabo, el público salió de la sala, tomó cerveza y charló. Yo tomé un refresco con excitantes para mantenerme alerta y continué escuchando lo que llegaba hasta mis oídos. Alguien comentó que aquello que transcurría sobre el escenario lo hacía a cámara lenta. Reflexioné sobre ello. Si se referían a los diálogos, es cierto que se escoraban siempre hacia el monólogo, en un intento de sortear lo falso que suele ponerse de manifiesto en las conversaciones. El ámbito familiar, como estructura sociopolítica diseccionada en la obra, no permitía a los personajes encontrar muchos puntos de fuga, sin embargo. Los tres hermanos se conocían demasiado, dos volcaban la palabra sobre el vacío existencial que experimentaban, otra esgrimía el silencio contra ese vacío, pero todos sabían lo suficiente de los demás, no cabía como reacción el asombro. Así transcurrían las escenas, concatenadas en lo cotidiano, tensionadas por la ausencia de réplica de quien podría desbaratarlo todo, si su reacción fuese novedosa y contundente, la hermana pequeña. La resistencia no es suficiente. Solo cuando Marta Angelat abría la boca, el tiempo fluía a contracorriente. Pero la esperanza no es capaz de prender en el pantano del miedo, todo se hunde allí, incluso la llama de la inteligencia; más honda la pérdida cuanto más peso específico. Permanecemos impedidos, con el carácter lisiado, presos en nuestras relaciones de dependencia, enfermos, incapaces -también lisiadas, presas, enfermas e incapaces, que no quepa la duda-. Hay mucho a nuestro alcance para mantener las apariencias; toda tradición es disfraz que oculta la expresión verdadera, nacida en el instante irrepetible. Aprendemos lo que oímos, lo repetimos hasta la saciedad, la reflexión suele quedar al margen. Pero somos también ese río subterráneo que invade nuestro pensamiento mientras vivimos. No siempre prestamos atención a lo que pensamos, nos cuesta conciliarlo con la vida social, con la velocidad de lo que acontece, así que falseamos. Por eso creo que Bernhard crea este texto sin puntación ninguna y con estructura de poema; por eso Lupa ralentiza el tempo de la puesta en escena, para que como observadores privilegiados distingamos lo oculto y le prestemos la atención que se merece a lo verdadero. Los audiovisuales de Lukasz Twarkowski ilustraban durante las conversaciones de los personajes la dualidad existente entre lo que se decía y lo que verdaderamente se pensaba, gestos contrarios o sustancialmente distintos que se superponían, solo a veces similares; añadiendo una dimensión mayor al hiperrealismo externo, ya que el monólogo interior se ponía de manifiesto. Es difícil de plasmar, es un intento de esbozo a nivel físico del existencialismo filosófico; es espiritual, al tiempo que reniega de cualquier constructo religioso. Es genial. No estamos hechos de una pieza, de ahí que quepan distintas perspectivas de un mismo ser humano. Krystian Lupa indaga en la comprensión de lo que acontece entre sus personajes, en la naturaleza del motor que impulsa sus comportamientos. Por eso es más real que la realidad, porque mientras que la vida nos acontece eso es imposible de dilucidar, siempre hay algo que se nos escapa, siempre hay un misterio en los demás y en nuestra propia persona; precisamente porque, mientras nos relacionamos, se precipita el tiempo sin remedio. Con suerte, comprendemos con posterioridad a los hechos, ya envejecidos, la sabiduría nos sirve de mortaja.

En el segundo descanso escuché otro comentario. Necesitaba salir a respirar -dijeron-. La atmósfera que se generó tras la aparición en escena de Pep Cruz, resultó verdaderamente asfixiante. Y no precisamente por una violencia explícita que repercutiese en una incomodidad del público que abarrotaaba el patio de butacas; sino por la patente devastación de los tres seres que deambulaban por el escenario. Rudolf y Vera, ridículos hasta la náusea, complacidos en lo melodramático, representándose a sí mismos en una comedia dentro de la comedia, incapaces de verse aunque se observasen en los espejos; cobardes, zafios. Carne muerta, sin espíritu, desvirtuando lo más excelso: el arte, la música. Muertos que se saben muertos, infección capaz de propagarse y de acabar con el mundo tal y como lo conocemos, de nuevo. Y Clara, deslizándose hasta un rincón sobre su silla de ruedas, sometida a las voluntades de sus hermanos, más muerta aún que los muertos, sufriendo su muerte en vida, justificante del mal, rúbrica que certifica lo innecesario.

También aportaba una sensación claustrofóbica el sonido diseñado por Roger Ábalos: Marcando el paso, como una marcha militar que prescindiese de lo sinfónico, el sonido de un reloj de pared cuyo volumen se torna insoportable. En contraposición a tanto artificio, las voces de los niños en la calle; la luz natural filtrándose por los altos ventanales, amaneciendo de golpe y atardeciendo sutilmente.

Llegamos al tercer descanso empujados por la agresividad del sonido que ambientaba las imágenes de un audiovisual con tintes sadomasoquistas, pero no exento de sarcasmo. Encorsetar al nazismo para volver a revestirlo de la gloria de antaño -podría ser la audio-descripción, algo intelectualizada, pero exacta-. Ni aunque corriésemos a la velocidad de la pólvora cuando la prende una llama, podríamos escapar de lo que se esté gestando en la sociedad, pues estamos inmersos. Miremos para otro lado, no nos percatemos del auge de las ideologías extremistas, de las intolerancias de a pie, de la necedad del que sigue pensando que la felicidad es comodidad y entretenimiento, que los estados de bienestar son perdurables, que nos protege el sistema tan solo por repetirse, por ser sistémico. Estamos en peligro.

La boca del teatro estuvo enmarcada con un luminoso de color rojo desde el inicio de la función. Al final de la representación el fogonazo de un flash nos sugirió que los personajes no eran más que un recuerdo, figuras atrapadas en una fotografía. Un objeto significativo durante la representación fue el álbum de fotos entre las manos de Vera, transmisora de leyendas, descriptora de imágenes que se proyectaban sucesivamente sobre el papel decorado con siluetas de cruces de hierro que cubría la pared, deteriorado ya por la humedad y el paso del tiempo. Las personas retratadas se alzaban del álbum como fantasmas de humo sobre las cabezas de los personajes que paseaban o no sus miradas por encima. El público podía así observar esas instantáneas, reconocerlas, tantas veces curioseadas en documentales sobre el nazismo. Algunas figuras aparecían señaladas con trazos rojos, apuntes sobre el papel que documentaba su existencia. Por mucho esfuerzo que se empeñe, la distancia emocional que imponemos ante esta huella del pasado es grande. Alguno de los presentes puede que aún sintiese un escalofrío, pero lo dudo. Lo que ya está puesto en nuestro conocimiento, deja de extrañarnos. Incluso la acumulación de cadáveres en la fosa común, es incapaz ya de arrancar de nosotros algo más que una respiración profunda, si acaso. Aquellos cuerpos no parecen humanos, no nos identificamos con ellos. Tampoco los nazis se identificaron, si no, hubiese sido imposible que hiciesen lo que hicieron. Nos cuesta imaginarlo. La realidad supera a la ficción. Cada aniversario, sacamos a colación los hechos y soltamos un discurso, lamentándonos. Aunque no siempre es así. No todo el mundo se lamenta. Algunos se ocultan de la luz de los días tras las persianas bajadas, elucubran con resurrecciones de regímenes totalitarios, alardean de preservar sus símbolos, disfrazan el hedor de los asesinados a base de demagogia y populismo. El monstruo es débil, lo sabe bien Thomas Bernhard. El poder le viene del servilismo, del fanatismo, de la unión de muchos que apoyan su supuesta supremacía. Constructos sociales, para eso sí tenemos imaginación, para generar las hecatombes, no para prever sus consecuencias. Las generaciones que no hemos vivido las guerras, nos consideramos ajenas a ciertas posibilidades de giro de la Historia. Tan solo tendríamos que atrevernos a calificar los comportamientos políticos de algunos que caminan a nuestro lado como si tal cosa, o acostumbrarnos a girar la cabeza y a comprobar así las injusticias sociales, o escuchar a quienes nos pisan los talones cargados de pesadumbre y de rabia, o drenar los mares por rescatar los cuerpos abandonados a su suerte.

Lo personal es político, eso he aprendido. No hay particularidad que no sea simiente. Si alguien ha sido alguna vez monstruoso, un único individuo, queda demostrado que también somos eso, que la humanidad entera tiene estos matices, que este componente se encuentra en la amalgama de su esencia. Podemos engañarnos y obviar de lo que somos capaces, erotizar la pureza de los héroes. Ni siquiera sirve para retrasar el advenimiento de lo cíclico. ¿Qué oportunidad tenemos de tener el control sobre las guerras, sobre la ignominia? Los sistemas no son infalibles, pero cada vida humana es una oportunidad para encontrar una forma más ética de coexistencia. Agradezco el compromiso en este sentido de instituciones y de artistas. Sea.

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

Imagen

© Fotos de Felipe Mena

THOMAS BERNHARD
ANTE LA JUBILACIÓN Felipe Mena

Números anteriores

portada ejemplar piloto
 5/5
Revista de teatro número uno
.

A Margarita

CRÓNICA DE Teatros Luchana

A MARGARITA

Autor: CARLOS BE

Dirección: SANDRA DOMINIQUE

Con SARA MOROS

La paradoja: saber que es tu último cumpleaños y que nadie más lo sepa, tener una esperanza de vida limitada a una fecha próxima, pero sin concretar; morirse de forma consciente. El problema de aceptar la muerte, la nuestra y la ajena, es que el esfuerzo de imaginación se torna estéril, no captamos qué significa eso de estar muerto, no empatizamos con ese estado. Y menos mal, se trata de empeñarse en vivir. Pero, ¿cómo luchar contra una certidumbre que nos viene impuesta?

Carlos Be, pone en boca de Margarita la ironía. Ante lo inusitado e incomprensible, el humor resulta un arma brillante que esgrimir contra las sombras. ¿Qué estado de ánimo pretende el autor suscitar en el público? Creo que busca provocar la apertura intelectual necesaria para que seamos capaces de asumir a otros niveles esta “tragedia anunciada”. No pretende excitar nuestro sentimentalismo, sino emular el canto del cisne, el último homenaje a la vida vivida. Tiene todo el sentido el final de la función -no lo voy a desvelar, vayan a verla-.

“Los pasillos no dan miedo: es como estar en un sitio en el que no deberías estar.” Desubicada, asombrada, alerta, así debe sentirse una enferma con semejante diagnóstico. Siempre hemos asociado al hecho de morirse con esa emoción, con el miedo. Resulta muy curioso que el miedo aparezca de forma inmediata, cuando una persona sabe que se va a morir. Si tiene tiempo de reflexión, supongo que la primera etapa es la de la negación. Me doy cuenta de que todos los seres humanos vivimos en esa primera etapa durante gran parte de nuestras vidas, una vez que adquirimos el uso de la razón, imprescindible para ser conscientes de que nuestra existencia tendrá un fin. No pensamos en ello, ni siquiera cuando sufrimos la pérdida de personas conocidas o queridas, demasiado pendientes de calmar nuestro dolor, de seguir viviendo. Es la lógica de la vejez o un diagnóstico certero, lo que nos pone de cara al espejo, para que por fin adivinemos la calavera tras el rostro sonrosado. La verdadera soledad es la enfermedad, los aledaños de la muerte, o estar muerta.

Nuestro estado de ánimo frente a la representación, dirigida con sencillez y acierto por Sandra Dominique, es de perplejidad. El maremágnum de sentimientos que encarna Sara Moros se contempla como un enredo cómico en sí mismo, ya que entraña el sentido de lo contrario, fruto de su propia reflexión y de la del público. Es una consecuencia ingenua y espontánea de lo que ya es germen en la creación del autor. La forma en que Carlos Be ha ideado las imágenes, la composición de su partitura dramática, obedece a un estado reflexivo previo en el que la contraposición de ideas está presente. El contenido del monólogo no carece de sentido crítico, no prescinde de unas convicciones éticas, pero la perspectiva es oblicua y trasversal, nos hace cosquillas en el intelecto, precisamente a través de las imágenes que nos evoca Sara Moros. La actriz parece encontrarse muy cómoda en los zapatos de esta mujer desahuciada, convence, nos libera de prejuicios y nos coloca en el lugar indicado para que cada cual se conmueva cuándo y hasta el punto que le surja. Ella no parece hacer nada para que esto suceda, solamente contarnos la historia de Margarita como si fuese propia. Es un logro conseguir en el público un movimiento pendular del llanto a la risa.

Solamente algún espectador despistado se levantó de su asiento al final del espectáculo comentando -en voz alta y entre desconocidos- que “en la obra faltaba lo espiritual”. ¡Todo lo contrario! El espíritu humano había sido convocado y estaba presente; solo que envuelto en lo cotidiano, en lo reconocible, sin grandilocuencias filosóficas, pero no por ello exento de Filosofía. Lo siento por esa persona, cegada por el intelecto -o vete tú a saber por qué cosas-, que no supo o no pudo vivir plenamente esta magnífica experiencia artística. ¡Qué apreciación más confusa, la suya! Precisamente, entre los puntos de luz de la obra, entre los momentos que podemos considerar nexos de unión que dan sentido al conjunto, estaba presente la necesidad de amar y de ser amada de Margarita y, por ende, de todo ser humano. Lo expresaba Sara Moros como un anhelo y lo vivía como un hallazgo esencial, transcendiendo -por ejemplo- lo anecdótico de un encuentro amoroso fortuito, pero valorándolo como hasta ese momento no lo había hecho, abarcándolo por entero, de forma tridimensional: carnal, sentimental y espiritual. Los mismos redescubrimientos en el amor por sus hijos, pero desde la franqueza, sin mojigaterías de madre abnegada, liberada de condicionamientos sociales, verdadera. Pero, por encima de todo esto, está el amor propio y el amor por la vida. Hay experiencias que son transformadoras, si somos capaces de aceptarlas, de asumirlas por entero. La protagonista se esfuerza por no perjudicar a nadie y por conservar su dignidad; huye de la compasión, sobre todo de la autocompasión; es una heroína.

La sala de los Teatro Luchana estaba a rebosar. El público, puesto en pie, despidió a Margarita -y a Sara- con una mar de aplausos. Yo le di la enhorabuena al autor, que estaba presente, y salí a las calles madrileñas con mi acompañante, conmovidas ambas, admiradas las dos de tan valiente trabajo. Y charlamos largamente sobre lo divino y lo humano.
Este magnífico texto fue estrenado en 2018 en Praga; parece ser que se concibió allí, hermoso lugar para dar a luz a tan interesante criatura. Está traducido al checo, al inglés, al polaco y al ucraniano. Fue finalista del Premio Borne de Teatro en 2013.

¡Larga vida!

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

Imagen

© Fotos de José Rubiales

Números anteriores

portada ejemplar piloto
 5/5
Revista de teatro número uno
.
ROLANDO SAN MARTÍN

DESDE LO INVISIBLE

CRÓNICA DEL Pavón Teatro Kamikaze

DESDE LO INVISIBLE

Dirección: ROLANDO SAN MARTÍN

Dramaturgia: INMA CORREA Y RUBÉN TEJERINA

Con ISABEL RODES, VICTORIA TEIJEIRO y NACHO MARTÍN

Regresé al ambigú del Pavón Kamikaze interesada en un proceso de creación -liderado por Inma Correa y Rubén Tejerina- que pretende visibilizar -sin condescendencias ni compasiones-, estados del ser que aún no somos capaces de aceptar, de asumir como alternativas vitales que se nos reparten en suerte. La investigación previa a la dramaturgia ha sido vivencial, y se ha llevado a cabo en un centro ocupacional de Madrid, con jóvenes de capacidad intelectual diversa.

Así que me acerqué a La Latina en metro, caminé hasta el teatro, solicité mi entrada, entré y subí las escaleras hasta la sala. Hasta aquí todo cotidiano, normalísimo. Pero eso iba a cambiar. Lo primero que apareció ante mis ojos fue una escenografía construida con material reciclado, extraña, nada concreta, con amor por la extravagancia y por el invento. Ya iniciada la función, fue sublime comprobar que todos esos cachivaches emitían un sonido que les transcendía. Lo indescriptible por invisible, la música en este caso, siempre alcanza lo más íntimo. ¿De dónde brota? ¿Puede cualquier deshecho transformarse en melodía? ¿Incluso un instrumento extraño tendrá un sonido atrayente y significativo? ¿Os acordáis eso que dijo Hamlet sobre que no le hicieran sonar como a una flauta? Pues eso, que cada quien -suene como suene- tiene alma, y el alma es indescifrable. Por encima de todo, el sentido de la existencia podría encontrarse en la pertenencia a la Madre Naturaleza, en el ansia por liberarse del raciocinio y por entregarse al disfrute de cada instante.

Había algo de sala de juego en la propuesta escénica, de construcción infantil, de acción transformadora y pacífica, a través del arte. Jose Manuel Pizarro se encargó de la creación musical; la ejecución fue cosa de Nacho Martín. Adoro los espectáculos con música en directo, son muy honestos. Pero es que este, además, tenía la particularidad de presentarnos a esa partitura de interludios como a un personaje más, nota discordante añadida o estribillo en concordancia con los hechos, armonizando lo impensable. Era la respiración de la obra, la pausa para liarse un pitillo y fumarse lo políticamente correcto. Ingenuidad, blanco sobre blanco, disparate, absurdo, dibujo animado que se resuelve en trazos ligeros que cobran vida, sin remates ni colorido, pero vivos, con entraña. Esos otros momentos a los que aludo, de las proyecciones casi en el techo, prácticamente tuve que intuirlos, verlos de soslayo. Antes de la encarnación de los personajes, por cambiarme de asiento durante la espera, abandoné una perspectiva de última fila por otra en la primera. Y, claro, las cosas cambian de aspecto según el lugar desde donde se miran… Luego supe que no eran cosas ni personajes, sino objetos valiosos los unos y personas imaginando ser personas ya conocidas y apreciadas, las otras.

Uno de los mayores aciertos de esta propuesta es el hallazgo del humor en lugares insospechados, en rincones que se presuponen de tragedia. Nada más lejos, sin embargo: la alegría está más cómoda entre el absurdo que entre lo sobrio y cotidiano, entre lo anodino. Y estas personas que se nos presentaron eran cualquier cosa menos eso: eran rebeldes, sensibles, tenaces, voluntariosas, intuitivas, dignas… Transgredir las reglas comunes provoca rechazo social, pero también reacciones tan sanas y necesarias como el replanteamiento de la normativa o la franqueza de la risa.

Otro de las aportaciones valiosas de este trabajo artístico en el que tanta gente está implicada, es que el estremecimiento y la emoción que lo rebasa sean consecuencia de la belleza, solo y exclusivamente del reconocimiento de lo bello, pese a que su reflejo se nos antoje distorsionado. ¿Cómo se hace eso, siendo un tema tan controvertido y silenciado el que se trata? Pues creo que precisamente desnaturalizando los conceptos ficticios y naturalizando a los seres reales, concretos, con toda su idiosincrasia. Para ello, hay que entrar en contacto, adquirir conocimiento, atreverse a mirar y a ver, a escuchar, a convivir, a empatizar. Es maravillosa la escena en la que observan las estrellas, espalda contra espalda, y hablan de las constelaciones. Todo ser humano tiene sed de infinito.

El malestar de un ser humano podría tener que ver con la genética, pero también con la cultura, que es ya algo adquirido, puesto sobre sus hombros o conformado como plataforma sobre la que subsistir. Si tu habilidad para adaptarte es inferior a la media, estás en peligro de exclusión. No se puede una retrasar, no se tolera el retraso en estos tiempos veloces. Luego está el misticismo de los límites y quién diablos los establece. Nunca me he sentido atraída por la gente “corriente”, no me siento nada corriente y sí bastante límite; pero impera el reino del disimulo, no vaya a ser que perdamos derechos, o que nos perdamos, torcidas, retorcidos… Resulta muy ambiguo e injusto calificar y clasificar a otro ser humano hasta el punto de considerarlo inferior a una misma o a la mayoría omnisciente. Nos creemos seres divinos. Utilizamos porcentajes, definimos, categorizamos, llamamos enfermedad a todo lo diferente. ¿Hasta qué punto la ciencia puede abarcar el misterio del ser humano sin reducirlo, esquematizarlo, digerirlo vanamente y vomitarlo, sin haberse percatado de la maravilla presa precisamente en esa diferencia que hace única a cada persona, que individualiza a cada ser? El cuerpo y sus lógicas, la mente y sus desvaríos. Somos una amalgama de condicionantes y posibilidades infinitas. El valor que se nos otorgue depende de quién y con respecto a qué se evalúen nuestras capacidades. Son los otros los responsables del juicio emitido sobre un individuo; no tanto de las consideraciones concluyentes que cada quien arroje sobre su propia persona, pero también, en gran medida… Sistematizar, clasificar, marcar fronteras. La esencia de la persona no es en modo alguno su comportamiento –aunque, creer esto, de mucho miedo y sea demasiado oscuro-. Las calificaciones de los comportamientos evolucionan según las épocas históricas, habría que no perder de vista el sentido ético de las valoraciones emitidas. Creemos tener sentido común y capacidad de reflexión -¿comparándonos con quién?- ¿Por qué la deficiencia intelectual se considera esencial en la persona que la “sufre”? Es una falacia que pretende otorgar legitimidad a las jerarquías. La discapacidad intelectual es un estigma, no constituye un hecho objetivo, sino que está sujeta a una interpretación comunitaria. La rareza está en peligro de extinción, debido al control de su natalidad, por eso es cada vez más rara, por escasear. Negamos autonomía a lo raro por temor a que nos contagie su singularidad. ¿Y si fuera esta perspectiva tan solo, una ficción cultural, un mito de alienación mental? ¿Y si las pautas a seguir fueran otras? La resistencia no siempre se genera en el ámbito de los cuidados, solo cuando reina el humor, el respeto mutuo y la empatía, cuando son reales los vínculos, cuando se apuesta por una existencia digna.

Este proyecto antropológico y artístico, que lleva una trayectoria de diez años de investigación, fue premio MAX 2008 al mejor espectáculo revelación.

Vayan y vean, si es que no lo han visto ya. Incluso repitan, si apetecen, les resultará muy saludable.

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

Imagen

© Fotos marcosGpunto

Pavón Kamikaze
ROLANDO SAN MARTÍN
Con ISABEL RODES, VICTORIA TEIJEIRO y NACHO MARTÍN

Números anteriores

portada ejemplar piloto
 5/5
Revista de teatro número uno
.

Navegación de entradas

1 2
ejemplar 2 teatro
Revista de teatro número uno
portada ejemplar piloto

Entradas recientes

  • Orestes Amador: “El teatro me permite gritar lo que fuera se censura”
  • Atentado
  • Pau Blanch, director de escena: “La era líquida removerá conciencias”

Categorías

 

 

Diseño editorial (Barcelonarte) ©Pierre Rivero| Redacción editorial y contenidos María José Cortés Robles
Tema de Colorlib. Funciona con WordPress.
This website uses cookies to improve your experience. We'll assume you're ok with this, but you can opt-out if you wish.Accept Read More
Privacy & Cookies Policy

Privacy Overview

This website uses cookies to improve your experience while you navigate through the website. Out of these, the cookies that are categorized as necessary are stored on your browser as they are essential for the working of basic functionalities of the website. We also use third-party cookies that help us analyze and understand how you use this website. These cookies will be stored in your browser only with your consent. You also have the option to opt-out of these cookies. But opting out of some of these cookies may affect your browsing experience.
Necessary
Siempre activado
Necessary cookies are absolutely essential for the website to function properly. This category only includes cookies that ensures basic functionalities and security features of the website. These cookies do not store any personal information.
Non-necessary
Any cookies that may not be particularly necessary for the website to function and is used specifically to collect user personal data via analytics, ads, other embedded contents are termed as non-necessary cookies. It is mandatory to procure user consent prior to running these cookies on your website.
GUARDAR Y ACEPTAR