Cuarta Pared

HAY CUERPOS QUE (NO) SE OLVIDAN

Me llamó la atención aquella frase con la que anunciaba Raquel Madrid esta obra: “Tengo cuarenta años y decidí hacer realmente lo que me diera la gana y olvidar todo lo que se supone que hay que hacer”; tal vez por empatía, por haberme encontrado en situación similar en algún momento de mi vida artística, acercarme a La Cuarta Pared para ver esta propuesta durante el Festival Essencia fue una decisión inmediata. Antes de entrar me leí el programa de mano y otra cuestión despertó aún más mi curiosidad: un subtítulo rezaba “ciclo creadoras y autoficción”. Como género literario y teatral, la autoficción, me interesa desde que vi las excelentes propuestas de Sergio Blanco hace ya algunos años, pero ahora en una obra de danza-teatro o teatro físico, mi interés era si cabe aún mayor. ¿Cómo se trasladaría esto al trabajo corporal? Era sin duda en extremo atrayente.

Un altar en medio, viejas alfombras, un micrófono, y ella vestida de negro en un extremo muy cerca del público. Así se presenta el espacio. Raquel Madrid comienza a moverse, a desenvolver una acción desde la cotidianeidad a la danza, y ya no la abandonamos más. Hay cuerpos que se olvidan sumerge al espectador en un relato discontinuo en torno a una supuesta muerte; quién o qué es eso que da eje a la dramaturgia se nos va revelando a partir de las acciones y los textos de la actriz/bailarina, que sin contar nada nos hace partícipes de sus procesos. La pieza se estructura según los mismos estados por los que pasó su creadora mientras trabajaba en soledad el material escénico posible, es decir: negación, negociación, depresión, ira y aceptación. Desde el principio conocemos por donde vamos a ser llevados, dónde comienza cada fase y donde se da paso a la siguiente. Cada fase cumple un ciclo que nace con la muerte de la anterior y muere al dar a luz a la siguiente.

Hay cuerpos que se olvidan lo he vivido en cierta medida como un encuentro con colegas para hablar de nuestro oficio teatral, para contarnos y comprobar que hemos sentido en este o aquel momento algo muy similar, un encuentro donde el mismo oficio participa y con el que discutimos apasionadamente de todo lo no dicho, lo que se sobreentiende y sobre lo que no vale la pena argüir pero que nos limpia y nos deja a cero, a punto, para comenzar otro día en una difícil relación.

Otra pregunta me rondaba también después de verla, momentos antes del encuentro del público con Raquel: ¿por qué el título? Todo el espacio-tiempo de la obra rememora, alumbra y comparte el relato real de su creadora con el público, aunque en el contexto de un hecho irreal y metafórico, es decir, la muerte de una “profesión amada”, en palabras de Raquel; el relato es real, porque la reflexión y la emoción que nos comparte forman parte de su historia personal, porque el duelo fluye también desde su propia vivencia y su manera de afrontar el oficio. Duelo íntimo que no requiere lágrimas ni lloros, sino la entereza de los nacimientos conscientes de todo cuanto ha sido preciso dejar atrás. Y esto no es simple material de donde surge la obra, sino materia dramática en sí.

Más que “cuerpos que se olvidan”, he visto “cuerpos que se recuerdan” y perduran, sedimentos, capas y capas de memoria y esfuerzo, de trabajo y poesía, de un discurso corporal que se piensa y se reinventa en cada nuevo nacimiento. Porque hay cuerpos que no se olvidan.

Idea y autoría: Raquel Madrid y José Francisco Ortuño
Coodirección: Charo Sojo
Texto y Dramaturgia: José Francisco Ortuño
Coreografía: Raquel Madrid
Música: Sleepy James, Ramiro Souto, varios
Iluminación: Diego Cousido
Sonido: Tony Gutiérrez
Grabación música en Happy Place Records
Fotografía: José Toro
Escenografía, Producción y Vestuario: 2proposiciones y Anabel Rueda
Comunicación: Gloria Díaz Escalera

Crónicas

Por Evelyn Viamonte Borges

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© Raquel Madrid

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