CRÓNICA DE Espacio Guindalera

UN CADáVER EXQUISITO

Autor: MANUEL BENITO

Director: JUAN PASTOR

Mientras que el público ocupaba sus asientos, sobre la pared de la sala Guindalera se proyectaba un cuadro de texto coronado por un bombín. Durante la representación en vivo, se sucedieron diferentes intertítulos, comentarios sobre el lugar de la acción, enmarcados de esta forma, decorativa y muda. La música, sin embargo, enlatada, como suele decirse, pero burlesca. Otro marco construido expresamente para la comunicación entre dos mundos, en principio, irreconciliables, entre foráneos y autóctonos. Escaso mobiliario al servicio de los actores. Blanco y negro en vestuario y decorado, más los distintos tonos de grises. Todo apuntaba a que este iba a ser uno de esos juegos colectivos, un cadáver exquisito.

Entraron dos cargando con el muerto, que según dijeron no era otro que Charles Chaplin. No pudimos comprobarlo. Lo que encerrase la caja de pino podría o no pertenecer a la realidad, pero sí es real la impronta de toda huella artística, en la sociedad y en los individuos que la conforman. Cine y teatro, su encuentro fronterizo. En la escena un puñado de jugadores espontáneos e intuitivos, en el patio de butacas una congregación de niños disfrazados de adultos; mi melena y mi curiosidad, largas y sueltas; mi atención, en primera fila. Este situarme cercana al más ínfimo gesto de los actores, no siempre me ayuda a poder abarcar una idea de la totalidad de la puesta en escena, de lo que transcurre en el escenario en todo momento. Sin embargo, tengo que admitir que, pese a la incomodidad que me supuso tener que mirar a un extremo o a otro del escenario, en algunas ocasiones de forma veloz y alternativa, considero ahora que fue un hecho con sentido pleno dentro de la propuesta artística. A esa escasa distancia, casi inmersa en el acontecimiento, es muy probable la pérdida de información, cuestión que puede llevar a conclusiones erróneas. Hay que tomar perspectiva. Seguramente habría que tener visión y audición parabólicas, y ni siquiera así podríamos asegurar el juicio a emitir sobre un suceso de tal forma dividido, sobre un conflicto en el que alguna de las partes pone en juego su vida o reclama sus derechos, mientras que la otra aguarda parapetada en la comodidad y la abundancia que le proporcionan sus mejores circunstancias de vida. Esta lejanía que el director había impuesto conscientemente entre unos personajes y otros, era el trazo invisible pero firme de una frontera ideológica que los inmigrantes tratan de derribar desde que el mundo es mundo. Del mismo modo fronteriza, la imposibilidad de comunicación descrita en los diálogos, interrumpidos por indecisiones sobre la emisión del mensaje y riñas absurdas entre los que solicitan ser rescatados de su miseria, torpes al exigir por vías fuera de la norma lo que a otros les sobra. Esta torpeza denota ingenuidad, tropiezos y caídas sin sangre, corazones latiendo bajo nieve, infortunio que se deshace junto a la primera llamita de afecto, bajo el primer rayo de esperanza.

En cuanto al villano, nunca ausente en el cine mudo, nunca exento de mala intención pero burlado siempre y vencido, nos trajo reminiscencias del detective Sherlock Holmes, pero un Holmes de pacotilla y con los adentros negros, consumido por el odio, devorado por el sistema. Incapaz de hacer avanzar el thriller hacia el abismo de sus impulsos, resultaba un ser ridículo y digno de lástima, ya que pese a la risa que provocaba no despertaba nuestra simpatía. El personaje más empático, con más inteligencia emocional y, por lo tanto, más capaz de fomentar la resolución de conflictos, era una mujer, la esposa de Chaplin. Su primer argumento para combatir la injusticia, la identificación con los supuestos enemigos, la solidaridad; el segundo, averiguar lo necesario para desestructurar el discurso del poder establecido, desenmascararlo y enfrentarlo. No creo que este reparto de rolles haya sido fortuito, sino que el autor pretende de este modo ser reflejo de la sociedad actual, de los movimientos revolucionarios activos hoy en día, de sus vértices y de sus impulsos.

El espectáculo esconde en su centro un pequeño tesoro ambientado con la música de Candilejas: Una invocación al espíritu de Chaplin para su posible reencarnación a través de la imitación del genio, un hermoso intento que nos invade como una ola nocturna cuando sube la marea. Al menos a mí, me dibujó una sonrisa y, al mismo tiempo, me provocó un escalofrío. Como en cualquier charlotada al uso, tras las peripecias, sobreviene el cansancio, la intimidad, el frío, la hermandad entre los cuerpos, la elevación de las ilusiones y los deseos, la añoranza y el sentimentalismo. Este broche central rinde homenaje no solo a la obra de un genio, sino a tantos seres humanos relegados y olvidados.

Tanto el texto de Manuel Benito como el montaje son resultado de sendos laboratorios: el de Escritura Teatral de la Fundación SGAE, y el de Creación sobre género comedia del Espacio Guindalera.

DIRECCIÓN Juan Pastor
TEXTO Manuel Benito
REPARTO Jacobo Muñoz, Guillermo G. López, Cristina Palomo y Felipe Andrés
DISEÑO DE ILUMINACIÓN Sergio Balsera
ESPACIO ESCÉNICO Juan Pastor
AMBIENTACIÓN-VESTUARIO Teresa Valentín-Gamazo
AYUDANTES DE ESCENOGRAFÍA Sara Hita / Toni Altamira
FOTOGRAFÍA Susana Martín / Eva París / Manuel Martínez
PRENSA Y COMUNICACIÓN Raquel Berini / Manuel Benito / Pilar Valero
REGIDURÍA Paula Gutiérrez Contreras
AYUDANTE DE DIRECCIÓN Jorge Tejedor
AYUDANTE DE PRODUCCIÓN Sara García
PRODUCCIÓN Guindalera Teatro S.L.

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

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© Fotos de Susana Martín

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