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ANTE LA JUBILACIÓN Felipe Mena

ANTE LA JUBILACIÓN

CRÓNICAS DE Teatro de la Abadía

ANTE LA JUBILACIÓN

Autor: THOMAS BERNHARD

Director: KRYSTIAN LUPA

Producción: TEMPORADA ALTA/ TEATRE LLIURE

Sin amor, sin esperanza, sin nada que hacer, sin un papel en el teatro del mundo y ante el abismo de la memoria. Ante la jubilación no es teatro de circunstancias, aunque esa sea la circunstancia que acecha a los tres personajes de la obra: la jubilación de uno de ellos. Thomas Bernhard trasciende las circunstancias, coloca al ser humano frente a un espejo que le devuelve una imagen poco amable de sí mismo, cargada de realidad y de misterio. El subtítulo de la obra es comedia sarcástica, no drama, aunque el sarcasmo sea un ácido de difícil digestión para transformarlo en risa. En la función a la que asistí en Teatro de la Abadía, hubo algún conato tímido de batir la mandíbula, alguien entre el público quiso quitarle yerro al asunto de que trataba la obra, pero la iniciativa se le quedó encajada entre el denso tejido de silencios que invadían la escena, de acciones cotidianas que asemejaban rituales ancestrales; de gestos diminutos que reflejaban estados de ánimo contenidos o disimulados, ritmos internos. Solo hay que saber escuchar y ver. Lo más relevante del arte es el silencio, el vacío, dónde y cómo encajarlo.

En vez de estar viajando a algún lugar de la costa, durante este puente de diciembre de 2018 me desplacé desde la periferia de Madrid a su centro para consumir cuatro horas de Arte Dramático en estado puro. No fui acompañada; no era la única, aunque casi podía considerarme una excepción. Durante los tres descansos que se llevaron a cabo, el público salió de la sala, tomó cerveza y charló. Yo tomé un refresco con excitantes para mantenerme alerta y continué escuchando lo que llegaba hasta mis oídos. Alguien comentó que aquello que transcurría sobre el escenario lo hacía a cámara lenta. Reflexioné sobre ello. Si se referían a los diálogos, es cierto que se escoraban siempre hacia el monólogo, en un intento de sortear lo falso que suele ponerse de manifiesto en las conversaciones. El ámbito familiar, como estructura sociopolítica diseccionada en la obra, no permitía a los personajes encontrar muchos puntos de fuga, sin embargo. Los tres hermanos se conocían demasiado, dos volcaban la palabra sobre el vacío existencial que experimentaban, otra esgrimía el silencio contra ese vacío, pero todos sabían lo suficiente de los demás, no cabía como reacción el asombro. Así transcurrían las escenas, concatenadas en lo cotidiano, tensionadas por la ausencia de réplica de quien podría desbaratarlo todo, si su reacción fuese novedosa y contundente, la hermana pequeña. La resistencia no es suficiente. Solo cuando Marta Angelat abría la boca, el tiempo fluía a contracorriente. Pero la esperanza no es capaz de prender en el pantano del miedo, todo se hunde allí, incluso la llama de la inteligencia; más honda la pérdida cuanto más peso específico. Permanecemos impedidos, con el carácter lisiado, presos en nuestras relaciones de dependencia, enfermos, incapaces -también lisiadas, presas, enfermas e incapaces, que no quepa la duda-. Hay mucho a nuestro alcance para mantener las apariencias; toda tradición es disfraz que oculta la expresión verdadera, nacida en el instante irrepetible. Aprendemos lo que oímos, lo repetimos hasta la saciedad, la reflexión suele quedar al margen. Pero somos también ese río subterráneo que invade nuestro pensamiento mientras vivimos. No siempre prestamos atención a lo que pensamos, nos cuesta conciliarlo con la vida social, con la velocidad de lo que acontece, así que falseamos. Por eso creo que Bernhard crea este texto sin puntación ninguna y con estructura de poema; por eso Lupa ralentiza el tempo de la puesta en escena, para que como observadores privilegiados distingamos lo oculto y le prestemos la atención que se merece a lo verdadero. Los audiovisuales de Lukasz Twarkowski ilustraban durante las conversaciones de los personajes la dualidad existente entre lo que se decía y lo que verdaderamente se pensaba, gestos contrarios o sustancialmente distintos que se superponían, solo a veces similares; añadiendo una dimensión mayor al hiperrealismo externo, ya que el monólogo interior se ponía de manifiesto. Es difícil de plasmar, es un intento de esbozo a nivel físico del existencialismo filosófico; es espiritual, al tiempo que reniega de cualquier constructo religioso. Es genial. No estamos hechos de una pieza, de ahí que quepan distintas perspectivas de un mismo ser humano. Krystian Lupa indaga en la comprensión de lo que acontece entre sus personajes, en la naturaleza del motor que impulsa sus comportamientos. Por eso es más real que la realidad, porque mientras que la vida nos acontece eso es imposible de dilucidar, siempre hay algo que se nos escapa, siempre hay un misterio en los demás y en nuestra propia persona; precisamente porque, mientras nos relacionamos, se precipita el tiempo sin remedio. Con suerte, comprendemos con posterioridad a los hechos, ya envejecidos, la sabiduría nos sirve de mortaja.

En el segundo descanso escuché otro comentario. Necesitaba salir a respirar -dijeron-. La atmósfera que se generó tras la aparición en escena de Pep Cruz, resultó verdaderamente asfixiante. Y no precisamente por una violencia explícita que repercutiese en una incomodidad del público que abarrotaaba el patio de butacas; sino por la patente devastación de los tres seres que deambulaban por el escenario. Rudolf y Vera, ridículos hasta la náusea, complacidos en lo melodramático, representándose a sí mismos en una comedia dentro de la comedia, incapaces de verse aunque se observasen en los espejos; cobardes, zafios. Carne muerta, sin espíritu, desvirtuando lo más excelso: el arte, la música. Muertos que se saben muertos, infección capaz de propagarse y de acabar con el mundo tal y como lo conocemos, de nuevo. Y Clara, deslizándose hasta un rincón sobre su silla de ruedas, sometida a las voluntades de sus hermanos, más muerta aún que los muertos, sufriendo su muerte en vida, justificante del mal, rúbrica que certifica lo innecesario.

También aportaba una sensación claustrofóbica el sonido diseñado por Roger Ábalos: Marcando el paso, como una marcha militar que prescindiese de lo sinfónico, el sonido de un reloj de pared cuyo volumen se torna insoportable. En contraposición a tanto artificio, las voces de los niños en la calle; la luz natural filtrándose por los altos ventanales, amaneciendo de golpe y atardeciendo sutilmente.

Llegamos al tercer descanso empujados por la agresividad del sonido que ambientaba las imágenes de un audiovisual con tintes sadomasoquistas, pero no exento de sarcasmo. Encorsetar al nazismo para volver a revestirlo de la gloria de antaño -podría ser la audio-descripción, algo intelectualizada, pero exacta-. Ni aunque corriésemos a la velocidad de la pólvora cuando la prende una llama, podríamos escapar de lo que se esté gestando en la sociedad, pues estamos inmersos. Miremos para otro lado, no nos percatemos del auge de las ideologías extremistas, de las intolerancias de a pie, de la necedad del que sigue pensando que la felicidad es comodidad y entretenimiento, que los estados de bienestar son perdurables, que nos protege el sistema tan solo por repetirse, por ser sistémico. Estamos en peligro.

La boca del teatro estuvo enmarcada con un luminoso de color rojo desde el inicio de la función. Al final de la representación el fogonazo de un flash nos sugirió que los personajes no eran más que un recuerdo, figuras atrapadas en una fotografía. Un objeto significativo durante la representación fue el álbum de fotos entre las manos de Vera, transmisora de leyendas, descriptora de imágenes que se proyectaban sucesivamente sobre el papel decorado con siluetas de cruces de hierro que cubría la pared, deteriorado ya por la humedad y el paso del tiempo. Las personas retratadas se alzaban del álbum como fantasmas de humo sobre las cabezas de los personajes que paseaban o no sus miradas por encima. El público podía así observar esas instantáneas, reconocerlas, tantas veces curioseadas en documentales sobre el nazismo. Algunas figuras aparecían señaladas con trazos rojos, apuntes sobre el papel que documentaba su existencia. Por mucho esfuerzo que se empeñe, la distancia emocional que imponemos ante esta huella del pasado es grande. Alguno de los presentes puede que aún sintiese un escalofrío, pero lo dudo. Lo que ya está puesto en nuestro conocimiento, deja de extrañarnos. Incluso la acumulación de cadáveres en la fosa común, es incapaz ya de arrancar de nosotros algo más que una respiración profunda, si acaso. Aquellos cuerpos no parecen humanos, no nos identificamos con ellos. Tampoco los nazis se identificaron, si no, hubiese sido imposible que hiciesen lo que hicieron. Nos cuesta imaginarlo. La realidad supera a la ficción. Cada aniversario, sacamos a colación los hechos y soltamos un discurso, lamentándonos. Aunque no siempre es así. No todo el mundo se lamenta. Algunos se ocultan de la luz de los días tras las persianas bajadas, elucubran con resurrecciones de regímenes totalitarios, alardean de preservar sus símbolos, disfrazan el hedor de los asesinados a base de demagogia y populismo. El monstruo es débil, lo sabe bien Thomas Bernhard. El poder le viene del servilismo, del fanatismo, de la unión de muchos que apoyan su supuesta supremacía. Constructos sociales, para eso sí tenemos imaginación, para generar las hecatombes, no para prever sus consecuencias. Las generaciones que no hemos vivido las guerras, nos consideramos ajenas a ciertas posibilidades de giro de la Historia. Tan solo tendríamos que atrevernos a calificar los comportamientos políticos de algunos que caminan a nuestro lado como si tal cosa, o acostumbrarnos a girar la cabeza y a comprobar así las injusticias sociales, o escuchar a quienes nos pisan los talones cargados de pesadumbre y de rabia, o drenar los mares por rescatar los cuerpos abandonados a su suerte.

Lo personal es político, eso he aprendido. No hay particularidad que no sea simiente. Si alguien ha sido alguna vez monstruoso, un único individuo, queda demostrado que también somos eso, que la humanidad entera tiene estos matices, que este componente se encuentra en la amalgama de su esencia. Podemos engañarnos y obviar de lo que somos capaces, erotizar la pureza de los héroes. Ni siquiera sirve para retrasar el advenimiento de lo cíclico. ¿Qué oportunidad tenemos de tener el control sobre las guerras, sobre la ignominia? Los sistemas no son infalibles, pero cada vida humana es una oportunidad para encontrar una forma más ética de coexistencia. Agradezco el compromiso en este sentido de instituciones y de artistas. Sea.

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

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THOMAS BERNHARD
ANTE LA JUBILACIÓN Felipe Mena

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A Margarita

CRÓNICA DE Teatros Luchana

A MARGARITA

Autor: CARLOS BE

Dirección: SANDRA DOMINIQUE

Con SARA MOROS

La paradoja: saber que es tu último cumpleaños y que nadie más lo sepa, tener una esperanza de vida limitada a una fecha próxima, pero sin concretar; morirse de forma consciente. El problema de aceptar la muerte, la nuestra y la ajena, es que el esfuerzo de imaginación se torna estéril, no captamos qué significa eso de estar muerto, no empatizamos con ese estado. Y menos mal, se trata de empeñarse en vivir. Pero, ¿cómo luchar contra una certidumbre que nos viene impuesta?

Carlos Be, pone en boca de Margarita la ironía. Ante lo inusitado e incomprensible, el humor resulta un arma brillante que esgrimir contra las sombras. ¿Qué estado de ánimo pretende el autor suscitar en el público? Creo que busca provocar la apertura intelectual necesaria para que seamos capaces de asumir a otros niveles esta “tragedia anunciada”. No pretende excitar nuestro sentimentalismo, sino emular el canto del cisne, el último homenaje a la vida vivida. Tiene todo el sentido el final de la función -no lo voy a desvelar, vayan a verla-.

“Los pasillos no dan miedo: es como estar en un sitio en el que no deberías estar.” Desubicada, asombrada, alerta, así debe sentirse una enferma con semejante diagnóstico. Siempre hemos asociado al hecho de morirse con esa emoción, con el miedo. Resulta muy curioso que el miedo aparezca de forma inmediata, cuando una persona sabe que se va a morir. Si tiene tiempo de reflexión, supongo que la primera etapa es la de la negación. Me doy cuenta de que todos los seres humanos vivimos en esa primera etapa durante gran parte de nuestras vidas, una vez que adquirimos el uso de la razón, imprescindible para ser conscientes de que nuestra existencia tendrá un fin. No pensamos en ello, ni siquiera cuando sufrimos la pérdida de personas conocidas o queridas, demasiado pendientes de calmar nuestro dolor, de seguir viviendo. Es la lógica de la vejez o un diagnóstico certero, lo que nos pone de cara al espejo, para que por fin adivinemos la calavera tras el rostro sonrosado. La verdadera soledad es la enfermedad, los aledaños de la muerte, o estar muerta.

Nuestro estado de ánimo frente a la representación, dirigida con sencillez y acierto por Sandra Dominique, es de perplejidad. El maremágnum de sentimientos que encarna Sara Moros se contempla como un enredo cómico en sí mismo, ya que entraña el sentido de lo contrario, fruto de su propia reflexión y de la del público. Es una consecuencia ingenua y espontánea de lo que ya es germen en la creación del autor. La forma en que Carlos Be ha ideado las imágenes, la composición de su partitura dramática, obedece a un estado reflexivo previo en el que la contraposición de ideas está presente. El contenido del monólogo no carece de sentido crítico, no prescinde de unas convicciones éticas, pero la perspectiva es oblicua y trasversal, nos hace cosquillas en el intelecto, precisamente a través de las imágenes que nos evoca Sara Moros. La actriz parece encontrarse muy cómoda en los zapatos de esta mujer desahuciada, convence, nos libera de prejuicios y nos coloca en el lugar indicado para que cada cual se conmueva cuándo y hasta el punto que le surja. Ella no parece hacer nada para que esto suceda, solamente contarnos la historia de Margarita como si fuese propia. Es un logro conseguir en el público un movimiento pendular del llanto a la risa.

Solamente algún espectador despistado se levantó de su asiento al final del espectáculo comentando -en voz alta y entre desconocidos- que “en la obra faltaba lo espiritual”. ¡Todo lo contrario! El espíritu humano había sido convocado y estaba presente; solo que envuelto en lo cotidiano, en lo reconocible, sin grandilocuencias filosóficas, pero no por ello exento de Filosofía. Lo siento por esa persona, cegada por el intelecto -o vete tú a saber por qué cosas-, que no supo o no pudo vivir plenamente esta magnífica experiencia artística. ¡Qué apreciación más confusa, la suya! Precisamente, entre los puntos de luz de la obra, entre los momentos que podemos considerar nexos de unión que dan sentido al conjunto, estaba presente la necesidad de amar y de ser amada de Margarita y, por ende, de todo ser humano. Lo expresaba Sara Moros como un anhelo y lo vivía como un hallazgo esencial, transcendiendo -por ejemplo- lo anecdótico de un encuentro amoroso fortuito, pero valorándolo como hasta ese momento no lo había hecho, abarcándolo por entero, de forma tridimensional: carnal, sentimental y espiritual. Los mismos redescubrimientos en el amor por sus hijos, pero desde la franqueza, sin mojigaterías de madre abnegada, liberada de condicionamientos sociales, verdadera. Pero, por encima de todo esto, está el amor propio y el amor por la vida. Hay experiencias que son transformadoras, si somos capaces de aceptarlas, de asumirlas por entero. La protagonista se esfuerza por no perjudicar a nadie y por conservar su dignidad; huye de la compasión, sobre todo de la autocompasión; es una heroína.

La sala de los Teatro Luchana estaba a rebosar. El público, puesto en pie, despidió a Margarita -y a Sara- con una mar de aplausos. Yo le di la enhorabuena al autor, que estaba presente, y salí a las calles madrileñas con mi acompañante, conmovidas ambas, admiradas las dos de tan valiente trabajo. Y charlamos largamente sobre lo divino y lo humano.
Este magnífico texto fue estrenado en 2018 en Praga; parece ser que se concibió allí, hermoso lugar para dar a luz a tan interesante criatura. Está traducido al checo, al inglés, al polaco y al ucraniano. Fue finalista del Premio Borne de Teatro en 2013.

¡Larga vida!

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

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ROLANDO SAN MARTÍN

DESDE LO INVISIBLE

CRÓNICA DEL Pavón Teatro Kamikaze

DESDE LO INVISIBLE

Dirección: ROLANDO SAN MARTÍN

Dramaturgia: INMA CORREA Y RUBÉN TEJERINA

Con ISABEL RODES, VICTORIA TEIJEIRO y NACHO MARTÍN

Regresé al ambigú del Pavón Kamikaze interesada en un proceso de creación -liderado por Inma Correa y Rubén Tejerina- que pretende visibilizar -sin condescendencias ni compasiones-, estados del ser que aún no somos capaces de aceptar, de asumir como alternativas vitales que se nos reparten en suerte. La investigación previa a la dramaturgia ha sido vivencial, y se ha llevado a cabo en un centro ocupacional de Madrid, con jóvenes de capacidad intelectual diversa.

Así que me acerqué a La Latina en metro, caminé hasta el teatro, solicité mi entrada, entré y subí las escaleras hasta la sala. Hasta aquí todo cotidiano, normalísimo. Pero eso iba a cambiar. Lo primero que apareció ante mis ojos fue una escenografía construida con material reciclado, extraña, nada concreta, con amor por la extravagancia y por el invento. Ya iniciada la función, fue sublime comprobar que todos esos cachivaches emitían un sonido que les transcendía. Lo indescriptible por invisible, la música en este caso, siempre alcanza lo más íntimo. ¿De dónde brota? ¿Puede cualquier deshecho transformarse en melodía? ¿Incluso un instrumento extraño tendrá un sonido atrayente y significativo? ¿Os acordáis eso que dijo Hamlet sobre que no le hicieran sonar como a una flauta? Pues eso, que cada quien -suene como suene- tiene alma, y el alma es indescifrable. Por encima de todo, el sentido de la existencia podría encontrarse en la pertenencia a la Madre Naturaleza, en el ansia por liberarse del raciocinio y por entregarse al disfrute de cada instante.

Había algo de sala de juego en la propuesta escénica, de construcción infantil, de acción transformadora y pacífica, a través del arte. Jose Manuel Pizarro se encargó de la creación musical; la ejecución fue cosa de Nacho Martín. Adoro los espectáculos con música en directo, son muy honestos. Pero es que este, además, tenía la particularidad de presentarnos a esa partitura de interludios como a un personaje más, nota discordante añadida o estribillo en concordancia con los hechos, armonizando lo impensable. Era la respiración de la obra, la pausa para liarse un pitillo y fumarse lo políticamente correcto. Ingenuidad, blanco sobre blanco, disparate, absurdo, dibujo animado que se resuelve en trazos ligeros que cobran vida, sin remates ni colorido, pero vivos, con entraña. Esos otros momentos a los que aludo, de las proyecciones casi en el techo, prácticamente tuve que intuirlos, verlos de soslayo. Antes de la encarnación de los personajes, por cambiarme de asiento durante la espera, abandoné una perspectiva de última fila por otra en la primera. Y, claro, las cosas cambian de aspecto según el lugar desde donde se miran… Luego supe que no eran cosas ni personajes, sino objetos valiosos los unos y personas imaginando ser personas ya conocidas y apreciadas, las otras.

Uno de los mayores aciertos de esta propuesta es el hallazgo del humor en lugares insospechados, en rincones que se presuponen de tragedia. Nada más lejos, sin embargo: la alegría está más cómoda entre el absurdo que entre lo sobrio y cotidiano, entre lo anodino. Y estas personas que se nos presentaron eran cualquier cosa menos eso: eran rebeldes, sensibles, tenaces, voluntariosas, intuitivas, dignas… Transgredir las reglas comunes provoca rechazo social, pero también reacciones tan sanas y necesarias como el replanteamiento de la normativa o la franqueza de la risa.

Otro de las aportaciones valiosas de este trabajo artístico en el que tanta gente está implicada, es que el estremecimiento y la emoción que lo rebasa sean consecuencia de la belleza, solo y exclusivamente del reconocimiento de lo bello, pese a que su reflejo se nos antoje distorsionado. ¿Cómo se hace eso, siendo un tema tan controvertido y silenciado el que se trata? Pues creo que precisamente desnaturalizando los conceptos ficticios y naturalizando a los seres reales, concretos, con toda su idiosincrasia. Para ello, hay que entrar en contacto, adquirir conocimiento, atreverse a mirar y a ver, a escuchar, a convivir, a empatizar. Es maravillosa la escena en la que observan las estrellas, espalda contra espalda, y hablan de las constelaciones. Todo ser humano tiene sed de infinito.

El malestar de un ser humano podría tener que ver con la genética, pero también con la cultura, que es ya algo adquirido, puesto sobre sus hombros o conformado como plataforma sobre la que subsistir. Si tu habilidad para adaptarte es inferior a la media, estás en peligro de exclusión. No se puede una retrasar, no se tolera el retraso en estos tiempos veloces. Luego está el misticismo de los límites y quién diablos los establece. Nunca me he sentido atraída por la gente “corriente”, no me siento nada corriente y sí bastante límite; pero impera el reino del disimulo, no vaya a ser que perdamos derechos, o que nos perdamos, torcidas, retorcidos… Resulta muy ambiguo e injusto calificar y clasificar a otro ser humano hasta el punto de considerarlo inferior a una misma o a la mayoría omnisciente. Nos creemos seres divinos. Utilizamos porcentajes, definimos, categorizamos, llamamos enfermedad a todo lo diferente. ¿Hasta qué punto la ciencia puede abarcar el misterio del ser humano sin reducirlo, esquematizarlo, digerirlo vanamente y vomitarlo, sin haberse percatado de la maravilla presa precisamente en esa diferencia que hace única a cada persona, que individualiza a cada ser? El cuerpo y sus lógicas, la mente y sus desvaríos. Somos una amalgama de condicionantes y posibilidades infinitas. El valor que se nos otorgue depende de quién y con respecto a qué se evalúen nuestras capacidades. Son los otros los responsables del juicio emitido sobre un individuo; no tanto de las consideraciones concluyentes que cada quien arroje sobre su propia persona, pero también, en gran medida… Sistematizar, clasificar, marcar fronteras. La esencia de la persona no es en modo alguno su comportamiento –aunque, creer esto, de mucho miedo y sea demasiado oscuro-. Las calificaciones de los comportamientos evolucionan según las épocas históricas, habría que no perder de vista el sentido ético de las valoraciones emitidas. Creemos tener sentido común y capacidad de reflexión -¿comparándonos con quién?- ¿Por qué la deficiencia intelectual se considera esencial en la persona que la “sufre”? Es una falacia que pretende otorgar legitimidad a las jerarquías. La discapacidad intelectual es un estigma, no constituye un hecho objetivo, sino que está sujeta a una interpretación comunitaria. La rareza está en peligro de extinción, debido al control de su natalidad, por eso es cada vez más rara, por escasear. Negamos autonomía a lo raro por temor a que nos contagie su singularidad. ¿Y si fuera esta perspectiva tan solo, una ficción cultural, un mito de alienación mental? ¿Y si las pautas a seguir fueran otras? La resistencia no siempre se genera en el ámbito de los cuidados, solo cuando reina el humor, el respeto mutuo y la empatía, cuando son reales los vínculos, cuando se apuesta por una existencia digna.

Este proyecto antropológico y artístico, que lleva una trayectoria de diez años de investigación, fue premio MAX 2008 al mejor espectáculo revelación.

Vayan y vean, si es que no lo han visto ya. Incluso repitan, si apetecen, les resultará muy saludable.

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

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© Fotos marcosGpunto

Pavón Kamikaze
ROLANDO SAN MARTÍN
Con ISABEL RODES, VICTORIA TEIJEIRO y NACHO MARTÍN

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Luz Arcas y Abraham Gragera

UNA GRAN EMOCIÓN POLÍTICA

UNA GRAN EMOCIÓN POLÍTICA

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Dramaturgia y dirección: Luz Arcas y Abraham Gragera

1.

Tras un verano de absurda polémica sobre si los restos de un dictador deberían o no descansar en un gran mausoleo rodeado de los huesos anónimos de aquellos que fueron forzados a construirlo, llegó en el mes de Septiembre al Teatro Valle-Inclán de Madrid Una gran emoción política: una obra escénica total sobre la Guerra Civil que se compone de danza, actuación y música en directo.

Hemos tenido que escuchar a gente preguntarse si vale la pena remover las heridas, cuando la decencia –ya que se empeñan en usar esta metáfora de mal gusto- pasaría por examinarlas y desinfectarlas antes de coserlas adecuadamente para que quede la mínima cicatriz. Es lo que cualquiera querríamos para nuestro cuerpo, y es de justicia que lo exijamos para el cuerpo social.

La pieza dirigida por Luz Arcas y Abraham Gragera hace por lo menos lo primero: nos muestra pasajes de la guerra para que la veamos de cerca y, aprovechando la viveza que permite la danza, reconstruye, como en un falso directo, las emociones del pasado.

2.

Mi abuela está empezando a olvidar muchas cosas pero durante años nos ha contado a los nietos historias de la guerra y la postguerra, y es gracias a esos relatos inconexos llenos de nombre de familiares sin rostro, que tengo un conocimiento mínimo de lo que pasó. Cualquiera que haya ido al colegio en tiempos de democracia sabe que nunca daba tiempo a llegar a la guerra civil española, que el siglo XX solía resumirse en un par de sesiones acerca del fascismo con pinceladas muy generales en las que Franco siempre parecía menos malo, como más campechano, un inocente come-bocatas-de-chorizo al lado de Mussolini y Hitler.

Es solo gracias a la memoria de algunos (y siempre en lapsos pequeños arrancados a la vergüenza de la autocompasión o al miedo a recordar) que nos hemos pintado imágenes de lo que supuso el golpe de estado de 1936. Pero estas historias de la guerra siempre han sido muy difusas para mí, intentaba ponerle cara a mis bisabuelos pero lo único que conseguía imaginar eran un delantal raído, un moño a punto de deshacerse, unos zapatos desgastados y llenos de polvo.

El reparto de Una gran emoción política le pone carne a los recuerdos. Mientras veía a los bailarines observar aterrados a los aviones bombarderos, rezar y ayudarse unos a otros a levantarse del suelo me di cuenta de que la mamá de mi abuela fue una vez como ellos. No siempre fue la cáscara de un relato fantasmal sin rostro, sino que fue de carne y hueso, fue joven, tuvo piel que le recubría la cara. Y me emocioné porque por primera vez me confronté con el horror que vivieron nuestros antepasados. Sentí en mi cuerpo la incertidumbre de esta mujer, que como tantas otras, no sabía si volvería a ver a su esposo; sentí la angustia de tener que alimentar a cinco niños, la desolación de tener que recocer otra vez las mondas de las patatas para llevar una sopa a la mesa que supiese a algo más que agua.
La danza tiene ese poder cuando se ejecuta con maestría: los bailarines me dieron un espejo donde mirar a mis antepasados, y era mucho más creíble que lo que cualquier efecto especial de película podría conseguir, pues mis antepasados estaban ahí, desmayándose delante de mí, sudando o quedándose fríos delante de mí. Y salí del teatro pensando que ese es el verdadero poder de la escena, pintar cuadros vivos, mostrar las historias en lugar de adoctrinárnoslas en libros de Historia.
3.

Creo que Luz Arcas utiliza las emociones para crear movimiento. Le preguntará al cuerpo ¿cómo se mueve eso? para así trasladar el sentimiento a una mecánica, a un gesto. Veo que el movimiento de sus bailarines nace de las emociones guardadas en los órganos, en los ligamentos y los huesos, y que por eso todos entendemos.
Arcas explora ese lenguaje puro del cuerpo y lo lleva al extremo hasta hacer poesía con él. El gran solo que ella interpreta al comienzo de la obra, largo y profundo, auténtico, es una muestra exquisita de este método de preguntar al cuerpo y dejarle hablar, contar su historia.

Esta manera de trabajar (que solo estoy conjeturando que sea la de Arcas) era la que utilizaba Pina Bausch: de adentro hacia afuera, del sentimiento al movimiento, de lo particular a lo universal.

4.

Esta pieza está llena de perdedores de principio a fin, perdedores dignos, perdedores que resurgen una y otra vez de las cenizas, a los que se los mata varias veces, y que aún así se levantan, tullidos, peores que los zombies porque no son de ficción, para deambular por los campos amarillos en búsqueda de un refugio, de la posibilidad de rearmarse o de un lugar donde enterrar a los suyos. Esto es lo que se vivió en España hace solo dos generaciones.

Me sumo al mensaje que Arcas y Gragera rescatan de la autobiografía de María Teresa León. Se trata de recordar. Tenemos que encontrar la manera de confrontarnos a nuestro pasado, de mirarnos al espejo y entender el sufrimiento, la impotencia y también las agallas de quienes lucharon o resistieron a los violentos como pudieron. Porque duele pero tiene un efecto sanador: solo reconociéndonos en nuestro pasado podemos construir un yo que tenga sentido, una narración coherente que nos permita encontrarnos con los demás hoy.

5. Anexo importante: Luz Arcas y Abraham Gragera han estructurado y dirigido esta pieza con diez maravillosos intérpretes y tres músicos que tocan una banda sonora en directo hermosa y emocionante. La obra se basa en la autobiografía Memoria de la melancolía de María Teresa León. El CDN ha editado un libro sobre Una gran emoción política en el que podrá encontrarse información más detallada.

Revista de teatro número uno

Crónicas

Paula Lamamie de Clairac

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© Fotos de: Virginia Rota

Luz Arcas y Abraham Gragera
Raquel Sánchez

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Qué es lo esencial

EN TIERRA

EN TIERRA

GEORGE BRANT

Versión y traducción: ISABELLE STOFFEL

Dirección: SIGFRID MONLEÓN e ISABELLE STOFFEL

El riesgo es un aliciente a tener en cuenta para quienes viven la vida al límite. Suele ser asumido tan solo por una voluntad liberada de condicionantes de diversa índole. Hay personas valientes y las hay osadas, otras se dejan llevar o se sienten presionadas, muchas otras actúan de un modo determinado porque están desesperadas. Por fortuna, el ser humano evoluciona, es dúctil. Pero esa capacidad de cambio solo es real cuando lo que mueve a la persona es el propio convencimiento sobre la necesidad de cambio. Solo la vida vivida nos coloca en esa tesitura, vivir es la escuela, aunque la educación que se reciba y el resto de factores que aporta la sociedad en la que la persona está inmersa, también juegan. Sí, parece un juego, a veces, aunque se destape al final la vida como algo muy serio, la nuestra y la del resto.

Calificar los hechos y las voluntades no es tarea sencilla, depende de la perspectiva de quien emite el juicio. El punto desde el que se observa puede ser intelectual, ideológico, ético, o bien, aquel que nos permite la participación afectiva, la empatía. Cualquier proceso en el que el juicio recae sobre un ser humano se puede simplificar o puede ser abarcado en toda su complejidad, antes de determinar conclusiones, sobre todo teniendo en cuenta las posibles consecuencias.
Todas las personas juzgamos, pero no todas nos sabemos responsables. A veces somos jueces al ejecutar las órdenes; después nos lavamos las manos, nos reunimos con nuestras familias. Actuar sin responsabilidad es imposible, pero nos engañamos pensando que nuestra conciencia puede estar sujeta a los mandatos de una jerarquía que nadie sabe quién controla. Nos suponemos libres porque tomamos altura sobre otros seres, porque nos elevamos hasta el azul, allá donde los seres semejantes a nosotros se ven como hormigas. Somos adictos a la adrenalina que supone el creerse con el control, esa falacia que ignora lo opaco de conspiraciones más altas, de tejidos más complejos en los que estamos atrapados.

La libertad es un ejercicio, no una circunstancia ni una condición. No nacemos libres, ni mucho menos. Somos seres vulnerables, necesitados de protección. Esa es la clave, el conocimiento de lo que es esencial en el ser humano, esa es la única fuente en la que calmar la sed existencial, lo que nos permite evolucionar con sentido, ser conscientes en todo momento del significado, de las causas y de las posibles consecuencias que tienen nuestras acciones. Estoy hablando de reflexión vivencial; de pensamiento ejercitado a través de la filosofía, de la ciencia, de la acción social o política. Todo es político, no lo digo yo, no es nuevo, pero es imprescindible recordarlo a cada paso.

Los conflictos siempre son de intereses. No hay guerra en la que no esté en juego un activo económico. La guerra no resuelve ningún conflicto, pueden ser eternas. Los conflictos se resuelven acortando la perspectiva, acercándose al contrario, poniéndose en su lugar, y, como condición sinecuanum, priorizando lo esencial. ¿Qué es lo esencial? ¿Qué es lo humano? La civilización lleva siglos empeñada en definirlo. De momento, tenemos una Declaración de Derechos Humanos que, de tomarla en serio, de implementarla como ley ética y universal, podría evitar la extensión de la barbarie. Pero no es así, los intereses económicos mueven el mundo, hasta que el mundo aguante o hasta que ejerzamos nuestra libertad desde la educación para la paz. La paz mundial es posible, pero hay que derribar sistemas caducos que no garantizan ni bienestar ni libertad para el conjunto de la humanidad. Tenemos imaginación y capacidades suficientes para que llegue a ser cierto. Tan solo hay que sumar voluntades.

¿A qué viene todo esto? A que he asistido a una función de En Tierra en el Teatro del Barrio. Por fin parece que sobre los escenarios surgen otras propuestas, que nos alejamos de los temas y las formas de siempre. Es esperanzador, y resulta un disfrute para los sentidos todos el contar con equipos de artistas de esta índole, que se lanzan a aventuras nuevas tan comprometidas a nivel sociopolítico y tan trasgresoras a nivel cultural. Textos cuya temática fustiga el intelecto desde lo políticamente incorrecto, lugar habitual de los hechos reales en la vida. Personajes que rompen con estereotipos caducos, transcendiendo géneros, para poder así poner el acento en lo humano en sí mismo. Tramas tan crudas que el público se resiste a identificarse con la protagonista lo más mínimo. Asuntos fríos que se mueven a diario, solapados por el ruido de la feria vital del primer mundo, y que sobre el escenario nos dejan congelados, nos quiebran, resultan un revulsivo difícil de digerir. El público opone su resistencia y eso es garantía de Arte con mayúsculas, de aquellas propuestas artísticas cuyo objetivo último es aportar algo que sea útil para cambiar el mundo. Sí, es utópico este objetivo, y eso es lo esperanzador en estos tiempos que nos llevan.

El ritmo frenético al que se ve sometida la actriz que encarna el monólogo, Isabelle Estoffel, es precisamente al que nuestra sociedad está entregada, sin tregua para la reflexión, sin horizontes blancos ni silencios. ¡Qué artista de recursos técnicos, de entrega a la palabra viva, de intelecto brillante que se amolda al texto, Isabelle! Ha sido para mí todo un hallazgo esta actriz suiza sobre el escenario. El personaje que encarna tiene una doble dimensión que se pone de relevancia a partir de que es conocedora del acontecimiento de su embarazo. Desde una perspectiva feminista del texto, podemos observar cómo afecta este hecho a su vida laboral y, sobre todo, el trato que se le dispensa en su entorno de trabajo, una vez conocido este hecho. Aunque la sociedad haya reescrito su normativa, aunque se legisle al respecto, aún hay que cambiar las mentalidades y las actitudes, que afectan -y mucho- a la hora de implementar las leyes. La estructura jerárquica que queda oculta tras las acciones de la protagonista, permanece inamovible en sus convicciones, no ha variado un ápice con respecto a su normativa interna, es machista, ejemplo vivo del Patriarcado. Me estoy refiriendo al ejército, institución imprescindible de revisar y de transformar en otra, más útil a la paz y más acorde con la vida. No se trata de defender, sino de proteger la vida, son conceptos distintos. Las armas no tienen que ser de fuego ni causar la muerte ni heridas físicas, sino que han de ser otro tipo de herramientas que se aprenda a utilizar desde la infancia. La educación es clave, pero también la acción social y política. Me repito.

La puesta en escena nos sugiere la soledad más absoluta, la de un ser humano aislado sobre una plataforma, ya sea para mirar durante horas una pantalla, ya sea para elevarse sobre el suelo. Pero siempre va a caer en el mismo punto, no se desplaza un ápice, regresa a su cotidianeidad sin argumentos nuevos. Los haces de luz que se ciernen sobre su persona desde diferentes puntos, nos suenan a amenaza -a ello contribuye el espacio sonoro creado por Suso Saiz, un golpe seco y mecánico que rompe el silencio, una especie de zumbido constante en el que zambullirse hasta axfisiarse- Cuando no sabemos quién los enciende, los focos, quién pulsa el botón para que iluminen justo el lugar en el que ella se encuentra, se transforman en algo violento, imposible de observar con fijeza, porque deslumbra. – El diseño de iluminación de Pilar Velasco no solo es estético, sino efectivo, aporta al argumento- Hay muchos ojos en el cielo, que como ella, como la piloto de caza del principio de nuestra historia, observan posibles objetivos a destruir; objetivos que respiran, que palpitan. Y muchos ojos por encima de esos ojos. Control infinito, caos eterno. Esta obra de ficción visibiliza esa realidad oculta, nos llama a imaginarla, a ser conscientes.

Ya he mencionado que el personaje que se nos presenta no es políticamente correcto. ¿Cómo justificar su disfrute aberrante? La banalidad del mal… El sentido de la vida no es tener objetivos, solamente, sino ser cada vez más conscientes de las causas y de las consecuencias de nuestras acciones, tener capacidad de discernir antes de ejercer nuestra libertad de acción. Cuando el personaje se da cuenta de que su objetivo podría ser un ser matar a un inocente, entra en crisis. -Es significativo el único momento en el que la protagonista se sienta, dando la espalda al público; entonces suena una canción original de Tulsa (Miren Iza), una canción de infancia, un oasis en medio del desierto, la voz de la inocencia.- Las crisis son puntos de inflexión, posibilidades de cambio, oportunidades para concienciarse, para responsabilizarse, para ejercer la libertad. Es entonces cuando se pone en tela de juicio la estrategia del miedo, la demagogia que justifica toda operación militar especial fuera de control que sea llevada a cabo por cualquier ejército del mundo. ¿Qué se puede hacer? Cuestionarse, denunciar, movilizarse, promover una cultura de paz, de transformación de conflictos y no de confrontación.

Porque la igualdad entre los géneros no puede suponer el que el Patriarcado nos absorba y convierta a las mujeres en activo para la consecución de sus fines, perdurando así en el tiempo. Ya que nuestra vivencia a lo largo de la Historia es otra, y que también nuestro aprendizaje es distinto, esa sabiduría adquirida podría resultar una corriente subterránea que mitigue en algo la sequía de ideales que padece el mundo. Pero el peligro acecha siempre, no podemos permitirnos desviarnos del camino de la paz argumentando que somos libres, debemos resistir, desde la convicción de que la paz mundial es posible. Pueden parecer ingenuos mis argumentos, pero la creatividad del ser humano es infinita, y si se cultiva la pedagogía afectiva que fomente los vínculos, si se acoge y se admite lo diverso, otra sociedad es posible. A los movimientos sociales en curso me remito. A ver si estamos a la altura, requiere esfuerzo. La igualdad no sería, por tanto, la meta última, sino tan solo un paso más en esta lucha contra un sistema sociopolítico caduco.
Podría haber descrito más las bondades de la propuesta artística, haber recogido los datos de los artistas implicados en ella, y hubiera hecho bien, ya que el equipo entero y la obra lo merecen; pero he sido incapaz de ajustarme a esos cánones y he permitido que mi crónica fluya salvaje, para poder expresarme de la forma en que lo he hecho. Espero haber fomentado de este modo el interés tanto del público como de los programadores de otras salas, que deberían estar rifándose el tener este espectáculo inusual sobre sus escenarios y con tanto éxito fuera de nuestras fronteras.

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SIGFRID MONLEÓN e ISABELLE STOFFEL
GEORGE BRANT
SIGFRID MONLEÓN
EN TIERRA
Qué es lo esencial
El ritmo frenético

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Textos: FEDERICO GARCÍA LORCA y LUÍS PASCUAL

ROMANCERO GITANO

ROMANCERO GITANO

Con: NURIA ESPERT

Textos: FEDERICO GARCÍA LORCA y LUÍS PASCUAL

Dirección: LUÍS PASCUAL

La Sala Juan de la Cruz estaba a rebosar, aunque algunas butacas permaneciesen vacías. Era fácil de comprobar esta excepción, ya que la podíamos observar sobre el escenario, girada hacia lo nuestro, como imagen reflejada en el espejo de una parte del patio de butacas. Sé que eran ilustres las ausencias por su ligera elevación sobre nuestras cabezas; sé que eran entrañables por su cercanía, casi en proscenio. Entre cinco y siete butacas azules contra el fondo negro, cuatro a un lado y tres a otro. Resultaba desequilibrada la bienvenida que se nos ofrecía: fragmentos que se nos amputaron colectivamente no sabíamos cuándo, que se orillaban ahora a nuestro encuentro, como oleaje finito de reminiscencias. La extrañeza de reconocer, en lugar ajeno, lo propio. La paradoja.

Pero llegó la sacerdotisa a oficiar la liturgia pagana, a conducir los rituales ancestrales, a facilitarnos el trance. Y se hizo la luz. Resplandor interno en Nuria Espert, vertido durante años a través de sus ojos, de la determinación y el arrojo de su cuerpo enjuto, de sus manos ligeras como palomas de lumbre resueltas en niebla. Diseño de luz de Pascal Mérat, arrojándola sobre el público, para que Nuria nos viese al fijar la vista. Rayos filtrándose lateralmente, como a través de una vidriera, en momentos sacros. Halo lunar coronando el desgranar de pensamientos, música del verbo hecho carne, carne herida que intenta resolverse en hecho rotundo. Cadencia de poeta que se ignora a sí mismo, pero que se saborea misterio de azucena y enjambre; palabras presas que se despeñan; el pecho, caja de resonancia inmensa. Melodía que interpreta aquella que se sabe hueco doliente, habitáculo o vehículo de alegrías intensas, nido o entraña no resuelta. Compás enamorado, retumbar del trueno que se pierde en tintineo de lluvia sobre las vidrieras. Sonido concretándose en el diseño de Roc Mateu. Habitantes de dimensiones dispares, los allí convocados, los vivos y los muertos, transcendiendo el espacio y el tiempo. Fue un encuentro entre semejantes que se comprenden, incluso hablando idiomas distintos. Al finalizar la función, entre los aplausos, un hombre del público le gritaba a Nuria su procedencia, la repetía como un mantra, al igual que sus “bravos”. Exaltación, fascinación, devoción; ya lo dije, liturgia.

Aparte de todo esto, oficio, técnica. ¡Con qué aparente facilidad pasaba la actriz de conversar con su público a hablar por boca de una mujer lorquiana, o a abandonar su voz a las imágenes y las cadencias del Romancero gitano! Tan pronto era el propio Lorca dándonos cuenta de aquella famosa conferencia, como Luis Pascual explicándonos las sinrazones de sus impulsos. No nos engañemos, los artistas invitados todos -los presentes, los involucrados y los ausentes- destilaron esa tarde sabiduría. El duende aparece, pero tiene que pillarte trabajando. Tanto Nuria Espert, como Luis Pascual, como Lorca, como Alberti (que se mencionó en anécdotas y dio sus pareceres), incluso Paco Ibáñez (al que se escuchó cantar un poema), han entregado su vida al Arte, y eso es un lujo para todo tipo de público al que se enfrenten, también para el congregado esa tarde en Teatro de la Abadía.

La primera vez que vi sobre un escenario a Nuria Espert fue encarnando a Yerma bajo la dirección de Victor García, desarropada también por aquella escenografía que cobraba vida alrededor de Yerma mientras se consumía en su desgracia. En aquel entonces, me impresionaron tanto la actriz, como la dirección, como la puesta en escena -una tela elástica que se transformaba según los puntos de sujeción, según desde donde se tensara-. En esta ocasión me ha pasado lo mismo. Me ha parecido un acierto la sencillez del montaje y la selección de textos. Pero esta desnudez que Pascual propone a Nuria y que ella acepta, es un riesgo que se asume por amor a la profesión, al igual que la confianza absoluta del director hacia la actriz. Lo más difícil es exponerse sin artificios. Tengo la sensación, entonces y ahora, de haber sido testigo de hechos históricos, que no solo quedarán en mi memoria, sino que serán dignos de mención como vivencias excelsas. Soy afortunada, porque justo en medio de estas dos ocasiones, tuve la oportunidad de ver tres veces Incendios, de Mouawad; y antes La violación de Lucrecia, dirigida por Miguel del Arco, todo en esa misma sala. Lo he contado alguna vez, Miguel me presentó a Nuria en la puerta del Pavón Kamikaze. Solo pude saludarla, fui incapaz de solicitarle una entrevista, ni tan siquiera de felicitarla por su trabajo en Incendios. Hace unas semanas sí solicité entrevistarme con ella, por las vías ortodoxas. Me dijeron que le pasarían mi solicitud a la persona encargada de dichos menesteres. No creo que tenga la fortuna. Quizá sea mejor así. Inaccesible, mítica, “la Espert” y, al mismo tiempo eternamente mía. Lo confieso, yo también estoy enamorada, de ella y del poeta. En la adolescencia, recitaba poemas de Lorca a quien quisiera escucharme. La obra de Federico me ha conformado espiritualmente y como artista, a veces lo echo de menos en la vida cotidiana. De mi convivencia con Nuria destaco su voz preñada de verdad y su presencia escénica. Siempre convence, siempre va un paso más allá del asombro, hasta el estremecimiento.

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Nuria Espert y Luís Pascual
Textos: FEDERICO GARCÍA LORCA y LUÍS PASCUAL
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FAUNO, LO BELLO Y LO MONSTRUOSO

FAUNO, LO BELLO Y LO MONSTRUOSO

De Mari Cruz Planchuelo

Por: Carolina Perelman

Fauno, lo bello y lo monstruoso, es una obra de danza, teatro y títere creada e interpretada por la artista Mari Cruz Planchuelo. Tuve la oportunidad de verla en el congreso UNIMA Federación España que tuvo lugar en Segovia. Fue una experiencia reveladora. Curiosamente, la obra no hace uso del lenguaje, sino de un repertorio de onomatopeyas y de música medieval. Vanguardista y a la vez arraigada en una mitología sempiterna, la performance absuelve todo tipo de absolutismo, ya que se deshace de la palabra, y por lo tanto, de la definición exacta acerca de algo. Fauno, lo bello y lo monstruoso abre un auténtico espacio de exploración sobre la belleza y lo pesadillesco. La misma artista representa a la Ninfa y al Fauno, siendo el Fauno una marioneta controlada por Planchuelo. Ambos personajes son opuestos, o al menos eso es lo que transmiten a través de los movimientos corporales de Planchuelo.

El Fauno ha estado buscando a la Ninfa. Le falta cariño y la capacidad de ser vulnerable. Al descubrir a la Ninfa, la despierta de un sueño y ella se asusta. La Ninfa no se siente cómoda al verlo, intenta escaparse. Sin embargo, el Fauno tan solo quiere abrirse, compartir sus emociones. Siente la reacción de la Ninfa como una amenaza. Lucha por que se quede, la rapta. Ella insiste en no tener ningún tipo de contacto con él; se siente incómoda, su expresión facial denota frustración. La Ninfa aparenta sentirse fuera de lugar, fuera de ella misma. Ambos emiten sonidos desesperados, se mueven bruscamente.

¿De dónde viene esta discordia entre la Ninfa y el Fauno? ¿Qué hay detrás de esto? La raíz de este desacuerdo es el pensamiento: el bien y el mal, las voces que nos replican al oído constantemente y entre las cuales cuesta discernir, a veces -nadie puede elegir los pensamientos que le llegan: son como el polvo al abrir una ventana-. Existe una ruptura entre estos dos conceptos, para clasificarlos y etiquetarlos, para distinguirlos como opuestos. Ruptura que también se puede encontrar entre nuestras voces y pensamientos. Podría ser sentimiento de culpa, miedo de generar un pensamiento del que emane malicia y morbosidad. Tal como la Ninfa con el Fauno, que se quiere separar de él, aterrorizada, avergonzada de que forme parte de ella misma.

El problema realmente no reside entre la Ninfa y el Fauno; la cuestión a resolver es la propuesta de que “lo bello” y “lo monstruoso” sean un problema. Es decir, que existan esos conceptos, que hayan sido definidos por la sociedad y que nos impongan de qué manera vivir la vida, esclavos de esa ideología. Redefinir estos conceptos es inútil, pero algo que sí podemos hacer: llegar a descubrir -como menciona Nietzsche en la Genealogía de la Moral-, que “no hay nada bueno ni malo en sí mismo, sino que cada quien puede elegir qué es lo bueno o malo para sí, siempre y cuando no afecte a terceros.” Es a través de esta vena filosófica por la que la Ninfa llega a la epifanía, a constatar que ella también es el Fauno, que debe cerrar el círculo, que debe unirse a él.

Ver esta obra es una experiencia auténtica y conmovedora. Despierta aspectos desconocidos de una misma, abre las puertas de la conciencia y te reta a hacer preguntas, a buscar respuestas. No solo eso, al proponer un lenguaje no convencional e innovador, te libera de cualquier tipo de condicionamiento, incluso te hace reír, por momentos. Fauno, lo bello y lo monstruoso es una obra que, pese a su aparente sencillez, invita a la reflexión, a la introspección.

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Por: Carolina Perelman​

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FAUNO
FAUNO, LO BELLO Y LO MONSTRUOSO
Mari Cruz Planchuelo
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La Sala Mirlo Blanco

ROSARIO DE ACUÑA: RÁFAGAS DE HURACÁN

ROSARIO DE ACUÑA: RÁFAGAS DE HURACÁN

Autora: ASUNCIÓN Bernárdez

Dirección: JANA PACHECO

Toda poesía tiene su lógica, también la de la ubicación de los nombres. La Sala Mirlo Blanco se eleva desde las calles de Lavapiés hasta lo más alto del edificio del Teatro Valle Inclán. Resulta un lugar recogido y acogedor, propicio para la investigación, para la exhibición de pequeño formato. Las semillas suelen ser diminutas, si la perspectiva se aleja del potencial que contienen. Desde lo alto de un palomar, por lo tanto, los seres humanos pueden simular alpiste. Esta sala es una plataforma desde la que alzar el vuelo.

Llegué la primera y de incógnito. Me gusta entrar así, que me acojan de este modo las transformaciones de los espacios escénicos. La impresión fue contradictoria, una invitación a sumergirme contra la sospecha de una amenaza, de algo aparentemente ingrávido que se nos viene encima y que es capaz de sepultarnos. El transcurrir constante del sonido, contra la imagen congelada. Suspendida en el aire, gracias a la ingeniería artística de Alessio Meloni, una ola de espuma recogía como un entramado de espejos mi presencia y la llegada del público, que se iba sumergiendo en la bienvenida acústica propuesta por Gastón Horischnik y en la húmeda neblina que impregnaba el ambiente. Parte de la responsabilidad en este efecto, entiendo que la tenía la iluminación de dicha instalación escenográfica, que bien podría considerarse una escultura en sí misma. Iván Martín, se había encargado del diseño de luces.

Curiosamente, dos imágenes se construían al unísono en mi mente, pugnando por alcanzar un lugar preferente y destronar a la contraria: la de una bañera llenándose de agua y la del mar embravecido, la cresta de una ola cuya envergadura sería capaz de cubrir casi por entero la sala. Es decir, lo humano contra el poder salvaje de la naturaleza, lo cotidiano contra lo excepcional y transcendente. Pensé en el inexorable paso del tiempo contra la voluntad férrea del rescate de sus tesoros, tras el naufragio de la Historia.

En esa espera algo mística, previa a la palabra escrita que por fin se comparte, observé a dos de mis vecinos, sentados ya en sus butacas respectivas. Portaban bastones largos y blanquísimos, extensiones del ser que busca un aliento cálido que le sirva de guía. Había varias personas invidentes entre el público, me hubiera encantado entrevistarlas al terminar la función. También una de las actrices es invidente, Lola Robles, la puesta en escena apostaba por las capacidades diversas. Por otro lado, la figura histórica que nos había congregado allí, Rosario de Acuña, tuvo graves problemas de salud que afectaron a su vista durante una larga época de su vida. Todo un acierto, representar de forma tan fidedigna. Esta dimensión social tenida en cuenta, es un logro achacable a Jana Pacheco, directora del montaje, quizá también a Gabriel Fuentes, su ayudante de dirección, del que parece ser nunca prescinde. La puesta en escena, en la que la dirección del único actor del montaje y del resto de actrices constituye el verdadero latido del espectáculo, resultó de una belleza extraña y nueva, mezcla de estética e intelecto a partes iguales, pero abonada en todo momento con reflejos de vida vivida, con palabras y gestos en los que identificar lo nuestro, lo de siempre, lo humano. La coreografía de movimientos que iban dibujando los personajes, tanto cuando se limitaban a ocupar el escenario como cuando ascendían por las escaleras que dividían el patio de butacas, estaba preñada de poesía, de reminiscencias: una tormenta en la que los caminantes luchan contra el viento, una mujer que alcanza una cima y enarbola una bandera oscura con lo que antes le protegió del mal tiempo. -Xus de la Cruz, se ha encargado de la asesoría del movimiento.- Del mismo modo, aparecían diseminados por los setenta y cinco minutos de función una colección de gestos pequeños y significativos, como el de alimentar a un proyecto de granja de gallinas que cobra vida sobre la tela de una falda, como el de anotar reflexiones o pensamientos dibujándolas con un dedo sobre la propia piel o sobre otras pieles; como la comunicación aparentemente imposible entre una mujer del pasado con jóvenes de ahora mismo, habitantes de un futuro que la primera solo logró imaginar. Cuestiones existenciales comunes, huellas indelebles que nos conforman como seres de carne y de espíritu. En la obra se plantea este paralelismo temporal, muy bien resuelto a nivel de dirección, de una forma sencilla y hermosa.

El trabajo actoral es de conjunto. El único actor –Pablo Sevilla- cumple su cometido, desviando el foco hacia el personaje protagonista, que se desdobla en mujeres de edades diversas: todas las actrices –Mariana Carballal, Lara Fernán, Beatriz Llorente y Verónica Ronda- interpretan a Rosario de Acuña, además de a otros personajes de nuestra época actual. Tan solo Lola Robles sirve de nexo, de unión, permaneciendo encarnada en esa mujer fuerte, valiente, lúcida, con humor, cuyo rastro se ha pretendido borrar. Una mujer que nace en el seno de una familia de rancio abolengo aristocrático, y cuya evolución podemos observar a través de esa reencarnación sucesiva en cada actriz del elenco. Una mujer de otro siglo preocupada por “la socialización de la tierra, la equivalencia de derechos y deberes entre las mujeres y los hombres, el acabamiento de todo poder dictatorial (responsable o no), de todas las dinastías.” Una dramaturga de éxito, que fue censurada y que se obsesionó con que esa obra silenciada suya tuviese por fin voz. Una intelectual y una mujer de acción, empeñada en el impulso de “las ciencias positivas con su metafísica de la razón que ha de levantar a la especie humana en un plano superior.” Yo también he estado indagando, y he encontrado el texto homónimo de Rosario de Acuña del que está extraído el subtítulo de la obra: Ráfagas de huracán. Pura emoción lo que provoca su lectura, aunque haya pasado el tiempo. Habrá que seguir escavando, leyendo.

Me está malacostumbrando con la selección de sus temáticas, Jana Pacheco, esta jovencísima y talentosa directora: siempre acierta, siempre interesa. Hace nada, nos acercó a mi querida María Zambrano y a su razón poética, que sigue de gira, alumbrando tumbas. En esta ocasión, las ráfagas bien podrían ser torbellinos a favor y en contra de la censura, vientos que nos sorprenden con la ingenuidad suficiente como para dejarnos arrastrar hasta estos tiempos distópicos, habiendo perdido en el camino libertad de expresión, que es el impulso certero que levantaba el ánimo de las librepensadoras de entonces, que todavía levanta el de las de ahora, empujándolas hasta el compromiso social y político. Parece ir en sus propuestas Jana Pacheco siempre un paso por delante y, sin embargo, extrae sus hallazgos de las capas profundas de la Historia, de los sedimentos más valiosos: tesoros humanos cubiertos de olvido, mujeres que fueron relevantes en su época y que, posteriormente, han sido injustamente olvidadas. Tanto Jana Pacheco como Asunción Bernárdez -la autora de este texto que se ha tenido que adaptar debido a su extensión-, parecen empeñadas en esta labor arqueológica sobre nuestro patrimonio cultural, labor necesaria y digna de agradecimiento. Como directora del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense, Bernárdez lleva tiempo en la búsqueda de modelos históricos en los que las nuevas generaciones puedan encontrar inspiración, ese alimento para la lucha social activa que es lo utópico. Pone en boca de Rosario de Acuña inquietudes que bien pudieran ser las mismas que las de los jóvenes y las jóvenes de ahora, con respecto al capitalismo y al sistema de bienestar; a la mencionada censura, abalanzándose sobre el momento histórico actual como un fantasma. Eran más libres los juglares y bufones de antaño que los artistas de ahora. Alcemos entonces las voces, hagamos lo propio.

Esta obra está incluida en el ciclo “En letra grande” del CDN, dedicado a grandes figuras de la escena española que no han sido reconocidas por la Historia, como Maria Teresa León Goiry, María Lejárraga, Halma Angélico (Maria Francisca Clar Margarit) y nuestra ya admirada Rosario de Acuña. Salve a todas ellas y larga vida en nuestras memorias, que fluyan como savia nueva por los conductos de nuestra sangre. Sea.

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La Sala Mirlo Blanco Teatro Valle Inclán
ROSARIO DE ACUÑA
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ROSARIO DE ACUÑA: RÁFAGAS DE HURACÁN
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Sala Negra de Teatros del Canal

EN CONSTRUCCIÓN 2

EN CONSTRUCCIÓN 2

Coreógrafía y dirección: AMALIA FERNÁNDEZ

Por: PAULA LAMAMIE DE CLAIRAC

Entro en la Sala Negra de Teatros del Canal sin muchas expectativas a cerca de lo que voy a ver. Por los comentarios que he oído sobre Amalia Fernández, tengo la sensación de que será algo bastante conceptual, que puede que me deje fría. Cuando leo “género performance” en una programación no puedo evitar acordarme de aquel hombre que vi en una pequeña sala de Nueva York: esa especie de payaso postmoderno que se desnudaba con el maquillaje corrido y cantaba canciones tristes mientras se envolvía en papel film. Aquella vez, ni la magia de estar en la ciudad de las propuestas más arriesgadas y originales pudo quitarme la fea sensación de que, como dijo mi acompañante, se llamaba performance a un acto escénico cuando estaba hecho por personas que no sabían bailar, ni actuar, ni cantar. Por suerte tengo muchas otras experiencias en la memoria que me animan a confiar, y quiero ver qué se oculta tras el nombre de esta coreógrafa, a la que solo mis amigos más metidos en la escena de la danza contemporánea reconocen abriendo mucho los ojos con admiración.

Lo que sigue después es la aliviada constatación de que En construcción 2 es una de las piezas más inteligentes que he visto, de que está llena de buenos intérpretes; y de que el término performance remite a aquello que no es exactamente danza, ni teatro, ni musical, sino una mezcla de todo ello o algo completamente diferente, que se empezó a usar solo porque había “cosas escénicas” que se salían de los marcos de la clasificación del siglo XX.

Amalia nos coloca en el punto de vista de la coreógrafa, nos hace observar cómo la duración, la intensidad y el ritmo, la velocidad, la distribución espacial o la entonación, transforman una escena. Es por esto que la obra funciona como una fantástica clase magistral para todo el que quiera dedicarse al arte de la representación. Pero, además de ser una muestra práctica de lo que un libro -o más bien una colección impresionante de libros y experiencias- puede enseñarte sobre la creación escénica y la dirección de actores, esta es una de las obras más divertidas que he visto en mi vida. Aquí el alto nivel de contenido conceptual va de la mano de reírse con la boca abierta, qué gran combinación. En un momento dado somos todo un público al que se nos saltan las lágrimas, nos desternillamos agarrándonos a la silla, intentando parar para poder oír lo que sigue.

La pieza funciona como un cubo de Rubik cuyos lados se deslizan suavemente. Una de las caras me hace pensar en la esencia misma del acto de representación, en la diferencia entre el acto escénico y un acto a secas. Otra de las caras, en las miles de decisiones aparentemente aleatorias que toma una coreógrafa. Otra, en el papel del público como presencia corpórea que modifica el resultado. Y, de repente, otra de las caras me abofetea con el absurdo para recordarme que esto es solo un juego, que la danza y el teatro, la música y el arte no son sino maneras adultas de alargar el recreo. Y en ese girar del cubo que parece no tener fin, nos emocionamos, abrazamos clichés, o nos damos de bruces con una perspectiva auditiva y visual que no se nos había ocurrido nunca.

Me imagino a Amalia Fernández como una persona que en Nochebuena no participa en la conversación acalorada de la gran mesa familiar. Ella observa desde una esquina el ir y venir de manos levantando vasos y las caras gesticulantes, se deleita con el tío que habla con la boca llena de polvorón y cuenta las vueltas infinitas que da su madre alrededor de la mesa. Una persona, pues, que observa el mundo coreográficamente -no lo puede evitar- y para la que todo, por eso, se vuelve danza. Ese es creo, el sentido que subyace en lo que he visto: todo es danza -o música- si sabes cómo mirarlo.

(También me la imagino escuchando la conversación de sus vecinos a través del muro, no con la curiosidad de la vecina meticona sino con el placer estético de oír las entonaciones sin entender el diálogo, creando así su propia película woodyallenesca representada solo para ella un domingo por la noche.)

La improvisación, un tema. ¿Está todo realmente atado en esta pieza o han dejado muchos cabos sueltos? No puedo saberlo ya que he asistido una sola vez, pero lo que importa es que es tan fresca, tan humana, tan auténtica, que la incógnita se sostiene. Hay partitura sí, pero también espacio para lo impredecible. Creo que el título es, en verdad, descriptivo y no poético, que esta pieza ha estado en construcción hasta ayer. Que puede estarlo incluso hoy.

Me encantaría que todo el mundo viera esta performance. Se creería más en la danza, se la financiaría más. Espero que la programen y reprogramen en muchos teatros, y que Amalia siga por muchos años trayéndonos a escena deliciosas piezas como esta, que solo se completan al representarse.

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PAULA LAMAMIE DE CLAIRAC

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Teatros del Canal

Amalia Fernández como una persona
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LAS TEODORAS

LAS TEODORAS

LAS TEODORAS

Autor y director: HUGO PÉREZ DE LA PICA

Por : MJ CORTÉS ROBLES

Fui invitada a un estreno de temporada en Teatro Tribueñe. De esta tribu de artistas al margen de las modas, que usan sus propios modos y se atreven con el misterio y la liturgia, espero siempre una maravilla escénica capaz de invadirme y de transportarme. Siempre viajo, sentada en las sillas de respaldo redondo de esta sala, máxime cuando te acomodan entre cojines, cuando te agasajan a la entrada con licores. Me parece un lugar en el que hay que entrar en silencio y de puntillas, con los oídos del alma abiertos y sin apenas abrir la boca. Sería un delito perderse un ápice de las conversaciones del entorno. Esa tarde se reunieron allí actrices veteranas que se saludaban mirándome de reojo, no por nada, seguramente por mi mirada curiosa y mi insistente sonrisa. Debía de resultar inquietante, al aparecer sola y lentamente en lo alto de la escalera de la sala de abajo, en el área de descanso. Una de las actrices de la compañía decidió orientarme sugiriéndome que me pusiera en la cola de la entrada, para coger un buen sitio. Y así lo hice, todavía hipnotizada por el tan habitual acontecimiento de un estreno en una sala de teatro.

Ya sentada en segunda fila y con ración extra de acomodo, me dejé llevar, como digo. La puesta en escena se nos acercaba sospechosamente, no pretendía una perspectiva de fondo ni de forma, prescindía de lo accesorio. Un biombo, una silla y una cama, lo imprescindible para dormir, incluso el sueño eterno, lo justo para despertar cada mañana y revestirse de nuevo con lo que nos ha tocado en suerte: un oficio -el nuestro- y una época -la de nuestros contemporáneos-. Contemporáneas, en este caso, pues son ellas las protagonistas del anecdotario recopilado por Hugo Pérez de la Pica de boca de Criste Miñana, actriz que fue su amiga. Ahora esa amistad la ha heredado la hija de Criste, Chelo Vivares. Y de ese triángulo amoroso nace esta obra.

Con este sobrenombre se alude a las actrices españolas de mediados del siglo XX: Las Teodoras. Yo también soy actriz, ahora, en el XXI, y lo he sido en el XX, aunque mi generación es esa que tan solo escuchó sobre la guerra y la postguerra, la que no tuvo que destaparse por moda. Eso sí, la precariedad de este oficio también me ha forzado a ser versátil, a buscarme la vida, como obligó a las de entonces de manera más cruda. Sé lo que es ir de gira y no conocer las ciudades, ya que no es ese precisamente el objetivo. Sé lo que significa intentar dormir en un hostal barato junto al ruido infernal de una discoteca. Sé de las condiciones pésimas de los locales de ensayo, de tolerar el frío, de comer a deshora, de esperar cobrar lo que se te debe algún buen día… Y sé del abuso de poder sobre las mujeres, aún presente -y mucho- en el ámbito artístico. Sé del viaje, externo e interno, de la pérdida de rumbo, de las energías maltrechas y del daño, en ocasiones irreparable. Pero ni por asomo se me ocurre compararme. Es solo que me identifiqué con el relato.

Todo lo que se narró o se escenificó me pareció fascinante, desde esa primera llamada menesterosa de nuestro patrimonio artístico a la puerta del presente. Así comienza la función y así termina, solo que con perspectivas contrarias: al terminar la obra somos nosotras mismas, mujeres del presente, actrices que tomamos el relevo junto a Chelo Vivares, las que llamamos a la puerta siguiente, la del porvenir artístico de España.

La música siempre está presente en los montajes de Perez de la Pica, pero en esta ocasión, la cadencia guía descansa en la palabra. El director aprovecha la interpretación de pequeños fragmentos de éxitos teatrales de la época, para ilustrar y unir los acontecimientos vitales narrados. Fue como si nos asomásemos a contemplar un paisaje desde lejos y se nos introdujese en él, sin previo aviso. Muy apropiado el recurso de las proyecciones, imágenes fantasmagóricas y entrañables sobre el biombo.

El humor negro es otro ingrediente más en la solución alquímica de este montaje. Nos reímos de la muerte con una muerta que amenaza con morirse, pero todavía no, no hasta que Criste Miñana nos cuente lo que ha venido a contarnos, no hasta que Chelo Vivares nos demuestre que es digna hija de esa madre artista, cosa que nadie ponía en duda, pero que todas las personas allí presentes queríamos disfrutar. -¡Qué virtuosismo, qué despliegue de recursos el de esta actriz con raíces!- El público no necesitaba de fe para creer en la reencarnación de la madre en la hija o de la hija en la madre, prescindía del escepticismo que se gastaban Las Teodoras en aquellos tiempos. Al público de ahora le sobra escepticismo, pero cuando viene a Tribueñe, lo deja colgado en la puerta, pues entra en un lugar de culto, en un templo artístico. La reencarnación fue múltiple en personajes e historias, un caleidoscopio de vivencias que arrojaba al patio de butacas el reflejo de un espejo teñido de arcoíris. Éramos como niños y niñas que han crecido sin darse cuenta, echando un vistazo al pasado a través de un agujero. Nuestra inquietud, la de las cómicas de entonces. ¡Qué nostalgia de aquellas verdades solapadas que se desvelan en la obra, de aquella esperanza que prende en la de ahora!

Imaginemos un mundo en el que el patrimonio artístico sea un tesoro, una fuente en la que calmar la sed del espíritu. Un mundo en el que las cómicas sean embajadoras de los sueños, seres sagrados a través de los cuales transcendamos nuestro dolor intrínseco y perecedero. Cómicas ambulantes. Estamos aquí de paso. Las personas que deambulan son las más cuerdas. Aman la vida.

Hugo Pérez de la Pica y Chelo Vivares nos sirven un combinado exquisito de realidad y de teatro, un surtidor de memoria para saciar a los desmemoriados.

Ser artista es entregar la vida a esta causa del Arte. No es posible que este gesto caiga en el olvido, no queremos que así ocurra, no podemos permitirlo:

María Guerrero, Rosario Pino, María Jesús Valdés, Lola Membrives, María Asquerino, Luisa Sala, Irene Gutiérrez Caba, Lali Soldevila, Gracita Morales, Rafaela Aparicio, Aurora Bautista, Carmen Bernardos, Mary Carrillo, Amparo Rivelles, Amparo Baró, Lola Cardona, Lina Morgan, Emma Penella, Lola Gaos…

Y muchos más nombres que vuelan de boca en boca, del recuerdo a la imaginación, de una época a otra.
Me rindo a los homenajes y me engancho como un eslabón humilde a la cadena artística de mis antepasadas más cercanas, de mis ancestras -aunque esta palabra aún no exista-.

Todo llegará -lo que tenga que llegar-, no estaremos aquí para contarlo. Espero que otros seres de luz cuenten nuestras historias.

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Crónicas

MJ CORTÉS ROBLES

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© Teatro Tribueñe

LAS TEODORAS
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