LAS TEODORAS

Autor y director: HUGO PÉREZ DE LA PICA

Por : MJ CORTÉS ROBLES

Fui invitada a un estreno de temporada en Teatro Tribueñe. De esta tribu de artistas al margen de las modas, que usan sus propios modos y se atreven con el misterio y la liturgia, espero siempre una maravilla escénica capaz de invadirme y de transportarme. Siempre viajo, sentada en las sillas de respaldo redondo de esta sala, máxime cuando te acomodan entre cojines, cuando te agasajan a la entrada con licores. Me parece un lugar en el que hay que entrar en silencio y de puntillas, con los oídos del alma abiertos y sin apenas abrir la boca. Sería un delito perderse un ápice de las conversaciones del entorno. Esa tarde se reunieron allí actrices veteranas que se saludaban mirándome de reojo, no por nada, seguramente por mi mirada curiosa y mi insistente sonrisa. Debía de resultar inquietante, al aparecer sola y lentamente en lo alto de la escalera de la sala de abajo, en el área de descanso. Una de las actrices de la compañía decidió orientarme sugiriéndome que me pusiera en la cola de la entrada, para coger un buen sitio. Y así lo hice, todavía hipnotizada por el tan habitual acontecimiento de un estreno en una sala de teatro.

Ya sentada en segunda fila y con ración extra de acomodo, me dejé llevar, como digo. La puesta en escena se nos acercaba sospechosamente, no pretendía una perspectiva de fondo ni de forma, prescindía de lo accesorio. Un biombo, una silla y una cama, lo imprescindible para dormir, incluso el sueño eterno, lo justo para despertar cada mañana y revestirse de nuevo con lo que nos ha tocado en suerte: un oficio -el nuestro- y una época -la de nuestros contemporáneos-. Contemporáneas, en este caso, pues son ellas las protagonistas del anecdotario recopilado por Hugo Pérez de la Pica de boca de Criste Miñana, actriz que fue su amiga. Ahora esa amistad la ha heredado la hija de Criste, Chelo Vivares. Y de ese triángulo amoroso nace esta obra.

Con este sobrenombre se alude a las actrices españolas de mediados del siglo XX: Las Teodoras. Yo también soy actriz, ahora, en el XXI, y lo he sido en el XX, aunque mi generación es esa que tan solo escuchó sobre la guerra y la postguerra, la que no tuvo que destaparse por moda. Eso sí, la precariedad de este oficio también me ha forzado a ser versátil, a buscarme la vida, como obligó a las de entonces de manera más cruda. Sé lo que es ir de gira y no conocer las ciudades, ya que no es ese precisamente el objetivo. Sé lo que significa intentar dormir en un hostal barato junto al ruido infernal de una discoteca. Sé de las condiciones pésimas de los locales de ensayo, de tolerar el frío, de comer a deshora, de esperar cobrar lo que se te debe algún buen día… Y sé del abuso de poder sobre las mujeres, aún presente -y mucho- en el ámbito artístico. Sé del viaje, externo e interno, de la pérdida de rumbo, de las energías maltrechas y del daño, en ocasiones irreparable. Pero ni por asomo se me ocurre compararme. Es solo que me identifiqué con el relato.

Todo lo que se narró o se escenificó me pareció fascinante, desde esa primera llamada menesterosa de nuestro patrimonio artístico a la puerta del presente. Así comienza la función y así termina, solo que con perspectivas contrarias: al terminar la obra somos nosotras mismas, mujeres del presente, actrices que tomamos el relevo junto a Chelo Vivares, las que llamamos a la puerta siguiente, la del porvenir artístico de España.

La música siempre está presente en los montajes de Perez de la Pica, pero en esta ocasión, la cadencia guía descansa en la palabra. El director aprovecha la interpretación de pequeños fragmentos de éxitos teatrales de la época, para ilustrar y unir los acontecimientos vitales narrados. Fue como si nos asomásemos a contemplar un paisaje desde lejos y se nos introdujese en él, sin previo aviso. Muy apropiado el recurso de las proyecciones, imágenes fantasmagóricas y entrañables sobre el biombo.

El humor negro es otro ingrediente más en la solución alquímica de este montaje. Nos reímos de la muerte con una muerta que amenaza con morirse, pero todavía no, no hasta que Criste Miñana nos cuente lo que ha venido a contarnos, no hasta que Chelo Vivares nos demuestre que es digna hija de esa madre artista, cosa que nadie ponía en duda, pero que todas las personas allí presentes queríamos disfrutar. -¡Qué virtuosismo, qué despliegue de recursos el de esta actriz con raíces!- El público no necesitaba de fe para creer en la reencarnación de la madre en la hija o de la hija en la madre, prescindía del escepticismo que se gastaban Las Teodoras en aquellos tiempos. Al público de ahora le sobra escepticismo, pero cuando viene a Tribueñe, lo deja colgado en la puerta, pues entra en un lugar de culto, en un templo artístico. La reencarnación fue múltiple en personajes e historias, un caleidoscopio de vivencias que arrojaba al patio de butacas el reflejo de un espejo teñido de arcoíris. Éramos como niños y niñas que han crecido sin darse cuenta, echando un vistazo al pasado a través de un agujero. Nuestra inquietud, la de las cómicas de entonces. ¡Qué nostalgia de aquellas verdades solapadas que se desvelan en la obra, de aquella esperanza que prende en la de ahora!

Imaginemos un mundo en el que el patrimonio artístico sea un tesoro, una fuente en la que calmar la sed del espíritu. Un mundo en el que las cómicas sean embajadoras de los sueños, seres sagrados a través de los cuales transcendamos nuestro dolor intrínseco y perecedero. Cómicas ambulantes. Estamos aquí de paso. Las personas que deambulan son las más cuerdas. Aman la vida.

Hugo Pérez de la Pica y Chelo Vivares nos sirven un combinado exquisito de realidad y de teatro, un surtidor de memoria para saciar a los desmemoriados.

Ser artista es entregar la vida a esta causa del Arte. No es posible que este gesto caiga en el olvido, no queremos que así ocurra, no podemos permitirlo:

María Guerrero, Rosario Pino, María Jesús Valdés, Lola Membrives, María Asquerino, Luisa Sala, Irene Gutiérrez Caba, Lali Soldevila, Gracita Morales, Rafaela Aparicio, Aurora Bautista, Carmen Bernardos, Mary Carrillo, Amparo Rivelles, Amparo Baró, Lola Cardona, Lina Morgan, Emma Penella, Lola Gaos…

Y muchos más nombres que vuelan de boca en boca, del recuerdo a la imaginación, de una época a otra.
Me rindo a los homenajes y me engancho como un eslabón humilde a la cadena artística de mis antepasadas más cercanas, de mis ancestras -aunque esta palabra aún no exista-.

Todo llegará -lo que tenga que llegar-, no estaremos aquí para contarlo. Espero que otros seres de luz cuenten nuestras historias.

Crónicas

MJ CORTÉS ROBLES

Imagen

© Teatro Tribueñe

.