ROMANCERO GITANO

Con: NURIA ESPERT

Textos: FEDERICO GARCÍA LORCA y LUÍS PASCUAL

Dirección: LUÍS PASCUAL

La Sala Juan de la Cruz estaba a rebosar, aunque algunas butacas permaneciesen vacías. Era fácil de comprobar esta excepción, ya que la podíamos observar sobre el escenario, girada hacia lo nuestro, como imagen reflejada en el espejo de una parte del patio de butacas. Sé que eran ilustres las ausencias por su ligera elevación sobre nuestras cabezas; sé que eran entrañables por su cercanía, casi en proscenio. Entre cinco y siete butacas azules contra el fondo negro, cuatro a un lado y tres a otro. Resultaba desequilibrada la bienvenida que se nos ofrecía: fragmentos que se nos amputaron colectivamente no sabíamos cuándo, que se orillaban ahora a nuestro encuentro, como oleaje finito de reminiscencias. La extrañeza de reconocer, en lugar ajeno, lo propio. La paradoja.

Pero llegó la sacerdotisa a oficiar la liturgia pagana, a conducir los rituales ancestrales, a facilitarnos el trance. Y se hizo la luz. Resplandor interno en Nuria Espert, vertido durante años a través de sus ojos, de la determinación y el arrojo de su cuerpo enjuto, de sus manos ligeras como palomas de lumbre resueltas en niebla. Diseño de luz de Pascal Mérat, arrojándola sobre el público, para que Nuria nos viese al fijar la vista. Rayos filtrándose lateralmente, como a través de una vidriera, en momentos sacros. Halo lunar coronando el desgranar de pensamientos, música del verbo hecho carne, carne herida que intenta resolverse en hecho rotundo. Cadencia de poeta que se ignora a sí mismo, pero que se saborea misterio de azucena y enjambre; palabras presas que se despeñan; el pecho, caja de resonancia inmensa. Melodía que interpreta aquella que se sabe hueco doliente, habitáculo o vehículo de alegrías intensas, nido o entraña no resuelta. Compás enamorado, retumbar del trueno que se pierde en tintineo de lluvia sobre las vidrieras. Sonido concretándose en el diseño de Roc Mateu. Habitantes de dimensiones dispares, los allí convocados, los vivos y los muertos, transcendiendo el espacio y el tiempo. Fue un encuentro entre semejantes que se comprenden, incluso hablando idiomas distintos. Al finalizar la función, entre los aplausos, un hombre del público le gritaba a Nuria su procedencia, la repetía como un mantra, al igual que sus “bravos”. Exaltación, fascinación, devoción; ya lo dije, liturgia.

Aparte de todo esto, oficio, técnica. ¡Con qué aparente facilidad pasaba la actriz de conversar con su público a hablar por boca de una mujer lorquiana, o a abandonar su voz a las imágenes y las cadencias del Romancero gitano! Tan pronto era el propio Lorca dándonos cuenta de aquella famosa conferencia, como Luis Pascual explicándonos las sinrazones de sus impulsos. No nos engañemos, los artistas invitados todos -los presentes, los involucrados y los ausentes- destilaron esa tarde sabiduría. El duende aparece, pero tiene que pillarte trabajando. Tanto Nuria Espert, como Luis Pascual, como Lorca, como Alberti (que se mencionó en anécdotas y dio sus pareceres), incluso Paco Ibáñez (al que se escuchó cantar un poema), han entregado su vida al Arte, y eso es un lujo para todo tipo de público al que se enfrenten, también para el congregado esa tarde en Teatro de la Abadía.

La primera vez que vi sobre un escenario a Nuria Espert fue encarnando a Yerma bajo la dirección de Victor García, desarropada también por aquella escenografía que cobraba vida alrededor de Yerma mientras se consumía en su desgracia. En aquel entonces, me impresionaron tanto la actriz, como la dirección, como la puesta en escena -una tela elástica que se transformaba según los puntos de sujeción, según desde donde se tensara-. En esta ocasión me ha pasado lo mismo. Me ha parecido un acierto la sencillez del montaje y la selección de textos. Pero esta desnudez que Pascual propone a Nuria y que ella acepta, es un riesgo que se asume por amor a la profesión, al igual que la confianza absoluta del director hacia la actriz. Lo más difícil es exponerse sin artificios. Tengo la sensación, entonces y ahora, de haber sido testigo de hechos históricos, que no solo quedarán en mi memoria, sino que serán dignos de mención como vivencias excelsas. Soy afortunada, porque justo en medio de estas dos ocasiones, tuve la oportunidad de ver tres veces Incendios, de Mouawad; y antes La violación de Lucrecia, dirigida por Miguel del Arco, todo en esa misma sala. Lo he contado alguna vez, Miguel me presentó a Nuria en la puerta del Pavón Kamikaze. Solo pude saludarla, fui incapaz de solicitarle una entrevista, ni tan siquiera de felicitarla por su trabajo en Incendios. Hace unas semanas sí solicité entrevistarme con ella, por las vías ortodoxas. Me dijeron que le pasarían mi solicitud a la persona encargada de dichos menesteres. No creo que tenga la fortuna. Quizá sea mejor así. Inaccesible, mítica, “la Espert” y, al mismo tiempo eternamente mía. Lo confieso, yo también estoy enamorada, de ella y del poeta. En la adolescencia, recitaba poemas de Lorca a quien quisiera escucharme. La obra de Federico me ha conformado espiritualmente y como artista, a veces lo echo de menos en la vida cotidiana. De mi convivencia con Nuria destaco su voz preñada de verdad y su presencia escénica. Siempre convence, siempre va un paso más allá del asombro, hasta el estremecimiento.

Crónicas

MJ CORTÉS ROBLES

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