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La Resistencia

La Resistencia

La Resistencia

CRÓNICAS DE Teatros del Canal

Director: ISRAEL ELEJALDE

Autora: LUCÍA CARBALLAL

Por MJ CORTÉS ROBLES

Una vez le pregunté a un compañero de profesión –actor-: “¿y tú cuándo vives?”. Se quedó perplejo y no supo qué responder. Tras presenciar una función de La resistencia en los Teatros del Canal, salí preguntándome lo mismo, cuestionando mi propia forma de vida. No sé. No hay respuestas o hay múltiples respuestas. Lo cierto es que se agota el tiempo y que habría que decidir en qué dedicarlo de una forma más consciente. O no. Estoy muy cansada de formular, no tenemos nada que ver con ecuaciones, por mucho que las incógnitas se empeñen. Podemos fluir, por lo tanto, o todo lo contrario, es lo mismo, el final es el mismo. ¿Con qué tenemos que ver entonces? ¿Somos aquello que hacemos, a lo que nos dedicamos, nuestra profesión nos aporta identidad? ¿Nuestras relaciones sentimentales nos conforman como individuos, o más bien nos desequilibran, nos desvían de nuestro centro vital? Habría entonces que resistirse a los desvíos, estar atentos, agarrar fuerte el timón, resistir los vientos cambiantes o las aguas gélidas que nos bloquean. Aviso a navegantes. ¿Pero qué priorizar cada vez y por qué razón? Instinto de supervivencia.

Afortunadamente el arte es atemporal y en la actualidad conviven diversas formas artísticas de manera abierta y pacífica. ¡Qué delicia cuando me cruzo con un espectáculo que lo que pretende es traernos un pedazo de vida a través de un buen texto bien dirigido! Lucía Carballal e Israel Elejalde son responsables parciales de una hermosa función en la que prima la palabra viva, pese a la maravilla de la escenografía de Mónica Boromello, que sitúa a los actores en un espacio concreto para que por él se desenvuelvan. Pero el foco de atención está claro, delimitado, envuelto en la belleza de ese espacio, sin distracciones. La escenografía es protagonista antes de ser invadida por los personajes, después, se pone a su servicio. Nada más sentarme en primera fila junto a mi acompañante, se despertó mi interés por el lugar representado en escena. Era un restaurante, equilibrado en sus formas, elegante y clásico. Pero nuestra perspectiva como público no era frontal ni perpendicular, sino que el patio de butacas cortaba en ángulo agudo el espacio representado en la escena. La transparencia de las vidrieras  que desde el centro del escenario se interponían entre los espectadores y el foro, creaba un apartado de mayor intimidad y, junto a una salida en el foro, se generaban de este modo varios planos de profundidad. Sobre esa pared sin final, sin techo, la imaginación del director proyectaba de vez en cuando otro espacio fantasmagórico, un hogar ordenado y vacío, el del proyecto de vida en común jamás llevado a cabo. La música venía a apoyar aquí, envolviendo la ensoñación en breves notas sutiles, las de “un mundo feliz e íntimo”, un mundo improbable o perdido… -Sandra Vicente, es la responsable del espacio sonoro-

Exuberancia en las formas al encarnar Francesc Garrido a su personaje y, en contraste, la contención de Mar Sodupe al darle vida al suyo. Quien se sabe triunfador suele desplegar las alas y mostrar así el reflejo del sol sobre su plumaje, suele emitir un canto agudo que consigue que se giren los rostros, atrapando las miradas y, de paso, la escucha. Tomar la palabra es tomar el poder. Esta tendencia a ser atendido y aplaudido cada vez que se abre la boca, sea cual sea el tema del discurso, puede perpetuarse, e incluso enquistarse. Es una circunstancia que afecta a los más cercanos, a aquellos con los que el triunfador comparte la vida, a su círculo íntimo, a su pareja. Pero el silencio ajeno es elocuente y pesa. Solo el cristal de las copas en donde vertían los personajes un arco iris de licores era trasparente la otra tarde, durante la función. Detrás las palabras, capas y capas de pensamientos silenciados y recónditos iban fluyendo a borbotones, desinhibidas las bocas y azotada por la urgencia de oxigenarse la sangre en las venas…

El valor de un intelectual, de un artista, suele medirse a través del grado de interés y de admiración que despierta tanto entre los propios intelectuales como en la sociedad en general. Este estatus es en sí mismo un privilegio que defender al tiempo que una carga que sobrellevar; para los iniciados, una meta a alcanzar. Solo se puede admirar aquello con lo que nos identificamos de algún modo, las cualidades propias que consideramos no tener aún desarrolladas, o incluso aquellas que creemos no seremos capaces de poner en valor. Lo que no nos concierne no se admira, se ignora, se desprecia o se le otorga un sentimiento de conmiseración, que es la peor emoción que sembrar en una relación de amor en pareja. Pero, ¿y si aquello que admirábamos en otra persona deja de parecernos admirable? ¿Y si concluimos que esa persona admirable que dice amarnos no nos admira? ¿Acaso se puede ser amado de ese modo, sin admiración? Y, sobre todo, ¿en qué tipo de ser nos convierte esta forma de amor, qué puede aportarnos ese amante para el que no somos un misterio que descubrir porque cree saberlo todo sobre nuestro presente y nuestro porvenir, sobre nuestras capacidades y nuestra esencia, incluso lo que ni nosotros mismos sospechamos? Porque, ¿en qué nos transformamos si permanecemos junto a alguien que no nos admira, para qué nos quiere a su lado? Y, sobre todo, ¿para qué queremos estar junto a otra persona, caminar en paralelo, si no es para crecer, para desarrollar nuestras capacidades, para realizarnos, para ser cada cual quien es, un proyecto siempre de algo nuevo que parte de una esencia muy vulnerable y preciada? Hay que resistirse, resistir; esto supone un esfuerzo continuo, un no abandonarse nunca, o tan solo unos instantes finales entre los brazos del amante, para recuperarse inmediatamente e instalarse en la permanencia de nuestra soledad incontestable, siempre hambrienta. Alimentemos eso que nos muerde dentro, esa necesidad de encuentros y de reflejos, esa ansia de fusionarnos y estallar como cohetes que alcanzan el firmamento. Pero la autoestima, intacta, remendadas las fisuras, tensa como una piel de tambor, que resuene armónica si alguien la golpea. La fe en nosotros mismos no puede estar en venta, ofertada al mejor postor. Alerta contra las heridas de esa índole, huyamos de quien dice querernos para sí pese a nuestras supuestas carencias… ¡No somos propiedad de nadie, busquemos la ligereza de los impulsos! ¡Qué momento el oscurecerse de David -el personaje- durante su disección sobre la forma de escribir de Mónica, sobre la supuesta precariedad de su talento, sobre las razones que él considera que la mueven a crear, sobre lo adecuado de sus objetivos en su carrera literaria! David habla de ella como un dios soberbio que la fagocita, como Saturno devorando a su hija, con terrorífico deleite, como poseído por un poder adivinatorio surgido de los infiernos. Mónica, aguanta, refugiada en el vértice, en la punta de la flecha que está a punto de dispararse hacia la dirección contraria, hacia ese mundo exterior que llama a la puerta con insistencia voluptuosa y salvaje. Ella, sin embargo, no quiere dañar a David, tan solo resistirse al daño que él puede infringirle. Él habla de la posibilidad de abandonar su propia carrera de escritor y ella le responde lo que él espera escuchar, una vez más, a modo de despedida.

Si se mantiene la distancia precisa, solo así puede el ser humano resistir ciertos envites. Una perspectiva irónica nos hace cosquillas en el intelecto y evita el sufrimiento, esto David bien lo sabe. El dolor es inevitable, pero no hay por qué abundar hasta hundirse, esa es una de las claves del éxito.

Luego está el mundo con su complejidad y con sus reglas, no siempre al servicio de la justicia -los intereses del mercado, la publicidad engañosa; las discriminaciones por razones políticas y las otras, las aleatorias… A todo esto y mucho más está sujeta una carrera literaria-. La verdadera batalla no debería darse entre iguales, sino convertirse en un empeño común en derribar barreras y en romper techos de cristal, en un reto individual por superarse técnicamente y ampliar los horizontes intelectuales. Parece ser la postura de Mónica -el personaje-. La lucha más fructífera sería ese  empeñarse en dejar huella, en aportar algo particular a la sociedad presente y futura.

Sin embargo, Mónica también parece necesitar mirarse en un espejo amable antes de dar este paso importante en su vida -como cualquiera-, de ahí el apoyarse en la circunstancia del amante joven que la reafirma en lo que quiere ser, en su proyecto de futuro. Lo del amor es un tema ineludible que, como siempre, viene a enredarse. Elijamos de forma consciente en cada ocasión, o permitamos que el amor -presente o ausente- venga a relativizarlo todo, bajo su influencia. Gracias, Lucía Carballal, por este texto brillante, surgido de la convocatoria a la primera Beca de Dramaturgia Contemporánea otorgada por el Pavón Teatro Kamikaze, cuyo estreno hemos podido disfrutar en la Sala Verde de los Teatros del Canal, bajo la dirección de Israel Elejalde. Auguro un futuro de trabajo en común para este potente tándem. Sea.


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Nekrassov

INTENSAMENTE AZULES

CRÓNICAS DE Teatro de la Abadía

INTENSAMENTE AZULES

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Autor y director: JUAN MAYORGA

Arribé a la Abadía sobre las siete y poco de la tarde, como tenía previsto. El cielo que nos cubría, intensamente azul. Muchas personas congregadas a las puertas para Nekrassov, no tantas todavía para la propuesta de Mayorga. Llegué muy pronto.

El cielo iba recuperando su oscura sensatez, al tiempo que ingresábamos en la sala Jose Luís Alonso. Desde el asiento que me asignaron, fui testigo de la llegada del dramaturgo y académico Juan Mayorga, autor y director de la obra que íbamos a presenciar. Conversó brevemente con el acomodador y echó un vistazo al público. Procuré disimular mi interés, no me pregunten por qué. Conozco a Mayorga, nos presentaron en su momento y me facilitó su teléfono para concertar una entrevista que aún no ha llegado a producirse. Hemos coincidido como espectadores en diferentes espectáculos internacionales. Alguna vez le he saludado y me ha devuelto el saludo, muy amablemente, muy normal, con relativo interés. Esta vez me comporté como si no le conociese, cuando me levanté para facilitarle el paso hasta su asiento. Se sentó en la misma fila que yo, un poco más centrado. Quizá él me recordase, quizá no… A mi derecha se sentó una mujer que parecía un personaje de ficción infiltrado entre el público: enorme en todos los sentidos, muy clown. Hizo como que apagaba el móvil, pero lo dejó encendido, seguramente por desconocimiento del método. Me ofrecí a apagárselo, pero no supe. Por eso sonó ese aparato infernal durante la función, por puñetera ignorancia. Menciono a esta espectadora porque me resultó un contrapunto a lo que sucedía en la escena. Iba algo trastornada, quizá bebida o bajo los efectos de alguna medicación. Tan pronto reía a carcajadas, de una manera franca, naif y contagiosa, como se quedaba dormida. Al final del espectáculo se puso en pie y se hartó de gritar «bravos». El hecho de que una persona en ese estado disfrutase de una función en donde el hilo conductor es filosófico, pone de manifiesto la eficacia del truco empleado para traducir a Schopenhauer, truco en el sentido de fórmula mágica.

Allí estábamos, unos y otros, los iniciados y los salvajes, los pensadores, los hacedores, los que se encogen de hombros y los que cruzan los brazos. La sala repleta, de todo habría y dentro de cada cual habría de todo. El caso es que Cesar Sarachu abrió un baúl y captó nuestra atención durante una hora y cuarto. ¡Con qué poco elemento añadido y con cuánto puesto de su parte nos condujo este estupendo actor por esa historia ridícula y fascinante de Mayorga con la que nos identificábamos sin saber muy bien ni por qué ni cómo! ¿Y si nuestra opinión sobre el mundo estuviese sujeta a la mirada, según el enfoque y el filtro, radicalmente distinta? ¿Y si esa mirada sobre la realidad cambiase radicalmente con tan solo interponer un filtro de un color diferente, entre nuestra percepción y el mundo? Probablemente nuestra actitud ante las personas y los acontecimientos se vería modificada, y también la actitud de los demás al relacionarse o no con nosotros. Una vez más la perspectiva como clave, pero en clave de humor. Hay que hacer lo necesario para lograr mejorar nuestra visión de los acontecimientos, para poder valorar así lo que ocurre en nuestro entorno, incluso más allá, hasta donde alcance la imaginación, ilustrada a base de sabiduría específica. En un momento del texto escribe Mayorga: «No era cómodo, pero sabía por dónde iba». Voluntad de acción. ¿Libre determinación absoluta o condicionada por un suceso fortuito? Se le rompieron las gafas y se vio obligado o se le ocurrió a utilizar otras supuestamente apropiadas para las profundidades, para sumergirse en un medio distinto al habitual.

«Somos el inconsciente de ese que se nos aparece en el sueño», nos sugiere más adelante Mayorga por boca de Sarachu. O dicho de otro modo: son los sueños los que dirigen nuestros pasos. El texto y su puesta en escena tienen mucho de onírico: la música de Jordi Francés, la escenografía de Alejandro Andújar y la iluminación de Cornejo; la historia en sí, con su advertencia sobre el advenimiento del diluvio. Todo es susceptible de suceder, pero si no lo veo no lo creo, o sí, depende del filtro, de la graduación y del color que se interpone entre mi mirada y el suceso a observar. Si el filtro es la imaginación (ese medio aéreo), alcanzaremos orillas extremas, pero es sano llevar contrapeso al iniciar el viaje, para tener control sobre el cuándo y el cómo del imprescindible aterrizaje.

Ningún filtro te salva de la confrontación en tierra firme, recién salido de entre las aguas, como un salmón que se desvía un ápice al dar el salto contracorriente. Hay que luchar por las identidades; «ser» no es tan sencillo, se puede «no ser», ya lo dijo Hamlet, ya lo vivió el Quijote… No siempre se cuenta con el apoyo de los seres queridos, los afectos pueden darnos la espalda o como mínimo avergonzarse francamente de nuestra apariencia y nuestro discurso. Nadie dijo que fuese fácil, solo interesante, intenso. Aquel que mira distinto puede despertar sospechas, suponer una amenaza… Pero también hay gente dispuesta a unirse a las causas perdidas, incluso si nadie se lo pide: “Voy a defender su derecho a conducir su vida como guste, aunque me cueste la mía” Pero no cualquiera nos sirve, ni siquiera para intercambiar impresiones: «Quien quiera entenderlo, lo entenderá inmediatamente. A quien no lo entienda, de nada servirá darle explicaciones.» El peligro de la ciencia, las supuestas certezas que pueden poner al mundo entero en peligro. El poder en manos de unos privilegiados, la capacidad de decidir, por ejemplo, que nuestra especie se extinga o de salvarla. La frivolidad en las altas esferas, entre los que mandan con la complicidad de los medios de información, la censura pura y dura… Las transformaciones en superficie, fuera del medio natural, alejados del fondo de los asuntos, de la naturaleza de los seres. Las apariencias, que engañan a quien lo admite. Contra el inmovilismo o el dejarse arrastrar por las corrientes, el pensamiento que cambia de dirección, que gira sobre sí mismo y avanza en dirección opuesta a la fuerza del agua que se despeña.

El sentimiento de pertenencia es una necesidad innata, imprescindible de atender en aras de nuestro equilibrio y de nuestro desarrollo como individuos. Somos interdependientes, hay que abrirse al mundo, pese a los impedimentos de la burocracia cerrando fronteras. Por nuestra propia supervivencia, por la mejora de nuestra vida en común, por nuestro propio futuro y el de las generaciones que nos persiguen, es importante transmitir conocimiento. Para aprender matemáticas de un modo útil, hay que ser poseedor de una base filosófica. Habría que educar a las nuevas generaciones procurando que desarrollen su capacidad de cuestionarse asuntos de diversa índole, que sientan la necesidad y la obligación de reflexionar sobre ellos, que se capaciten a través del ejercicio del libre pensamiento para tomar decisiones con respecto a su propia vida y al impacto que esas decisiones causen en la sociedad, que se sientan preparados para asumir los compromisos que dicha sociedad les demande o que ellos mismos generen con el ánimo de mejorarla. “(…) el silencio tiene consecuencias”.

«El orden de las palabras es esencial», escribe Mayorga. No es tarea baladí el procurar ajustar las palabras lo máximo posible al pensamiento que se pretende expresar. Componer el discurso consciente de que el lenguaje tiene una estructura lógica y, a la vez, una fuga poética que lo invita a trascender el mensaje implícito. Considero que la ironía le ha servido al autor y director para abrir conciencias. «Nadie puede ser como es, pero tampoco puede ser otra cosa. Nadie puede retroceder de su propio cuerpo.» Utilizando la llave del humor, nos ha metido entre pecho y espalda una disquisición filosófica con mucha enjundia. La ingenuidad, sin embargo, es el contrapunto, la fuga, lo conmovedor, lo trascendente, la esencia… «No podemos conocer el mundo porque lo conduce una voluntad ciega de la que formamos parte (…) Pero se puede leer a Schopenhauer y tomar helado de fresa» Todo es representación. «Para Calderón, el sueño no es lo opuesto a la vigilia, sino una esfera que la envuelve» «Pues peor me lo pones»- ha sido la respuesta-

El texto es una maravilla, representado magistralmente por César Sarachu, o leído directamente. Ambos ejercicios consecutivos, sería lo idóneo… Por si aún no se ha notado, hago costar que he intentado inmiscuirme en voluntades ajenas a través de esta crónica: Vayan y vean, consigan el libro y lean.

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

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JUAN MAYORGA
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Adaptación de Luces de Bohemia, de VALLE INCLÁN

VALLE INTRAP

CRÓNICAS DE Nave 73

VALLE INTRAP

(Adaptación de Luces de Bohemia, de VALLE INCLÁN)

Versión y dirección: KEES HARMSEN

Embarcamos en Nave 73. Nada más ingresar se acercó a sobornarnos con caramelos una azafata atípica. Vestía una sonrisa de anuncio y media bata de cola. Se proponía tal vez endulzarnos el trago cotidiano de una tarde de teatro cualquiera, o quizá simplemente advertirnos de que el menú de a bordo tenía un punto amargo, de que se pronosticaban turbulencias.

Así es cómo se podría intentar definir el montaje de este Valle Inclán que Kees Harmsen ha versionado y dirigido con irreverencia retadora: un viaje alucinatorio, con sentido pleno de espectáculo, fruto de su pasión por este oficio. La puesta en escena, futurista, pero repleta de guiños a esta vida en común que consumimos como si no hubiera un mañana, a este libre mercado que nos fagocita.

Un carro de supermercado, era el vehículo con el que Latino conducía la ceguera de la máxima estrella fugaz de entre los intelectuales. Este embaucador sin disimulos, despojado del “Don” como el que se despioja y descansa, rumiaba las sobras de algún contenedor con la boca abierta, desencajada, sin acabar de deglutirlos, como si su hambre fuese tan voraz que prefiriese retener así lo poco conseguido, hasta sacarle todo el jugo. Bajo este aspecto de indigente simpático al que se repudia, se esconde un actor de talento, Mateu Bosh, que hizo las delicias de los que nos atrincherábamos entre el graderío de butacas, con sus continuos asaltos a la cuarta pared, invitándonos a superarla y a caer del otro lado, o a derribarla de una vez por todas. Su comunicación directa con el público resultó ingenua en su forma, pero perspicaz en cuanto a sus motivaciones, brillante en sus consecuencias. Dinamizó la función. Consiguió que nos percatáramos de hasta qué punto era uno de los nuestros, de que nadie está exento de tener que dormir a la intemperie ni de tener que buscarse la vida como sea, de que mandan las circunstancias siempre, de que sobre estas mandan las fluctuaciones del mercado, y de que, como se rumorea, en estos tiempos de ahora, el verdadero poder lo tienen los algoritmos. Se nos antojaba entrañable este Latino, incluso en su desapego, en su interesada búsqueda de sustento, un atisbo de humanidad que nada tiene que ver con la falacia del ideal cristiano. Queda grabado en mi imaginario un momento del montaje tan real como desolador: el cadáver aún caliente de un poeta fracasado sobre el regazo de quien inmediatamente va a despojarle de lo que de valor lleve encima. Herencias… ¿Quién tira la primera piedra? Acudimos a la carroña, como los buitres. Y, antes, abandonamos en los márgenes a los improductivos, a los lisiados, nos alejamos de puntillas, como Judas, vendiendo al muerto por cuatro euros. Así nos vimos reflejados en Latino, en su abandono sórdido, saciado y aburrido incluso del sexo, con la actitud alienada de quien se sienta frente al televisor a la misma hora, día tras día, sin faltar uno.

Como un perro que encontramos abandonado en la calle y nos persigue primero con fijeza, quizá en busca de algún hueso, de nuestro esqueleto entero y de nuestra carne, que nos inicia más adelante en el vicio de las caricias, en la necesidad de presencia y de escucha silenciosa; así establece Latino el vínculo con Max Estrella: es guía de su perdición y sucedáneo de consuelo, mortal, como la droga dura. Max lo sabe en su fuero interno, lo vislumbra, aunque no cuente con certezas. Pero el maestro es también una carga para Latino, vive ajeno a la realidad, sujeto de su enajenación literaria, supurando metáforas por la herida abierta del fracaso, olvidado pero incapaz de olvidar. Su estrella se ha hundido en el fango. Ahora retoza en él, tras las huellas de Latino, cometiendo genialidades o atrocidades por igual, sin acumular ya nada en su conciencia, solo ocupada por las quejas, por desesperados deseos de reconocimiento social, de galardones. Brilla entre el lodo, aunque no siempre; a veces, arde entre los muslos de una niña en busca del desahogo que no encuentra en su familia. Su abnegada mujer, le aburre; su hija, histérica, le provoca escalofríos; ambas víctimas y verdugos, mitad por mitad, responsables de su propia desgracia y consecuencias de la de Max Estrella.

Nada es lo que parece, tampoco el suelo pulido que se alza de pronto en vertical como propuesta escenográfica de Javier Carramiñana, devolviéndonos imágenes vivas que bombardean a los presentes desde algún lado oculto y oscuro… Pura campaña publicitaria, artificio, distorsión, engaño. Como la pose de los Modernistas, aparentando un conocimiento especial, cuando seguramente no saben más de lo que sabe cualquiera. El capitalismo sobrevive precisamente así a las crisis, con subterfugios, a base de políticas de austeridad para el ciudadano. No sabemos el hasta cuándo de esta supervivencia. Ahora los cálculos los hacen las máquinas, deberíamos vigilarlas de cerca. El sistema pierde aceite, chirría, aunque parezca que funciona. Seguimos creyendo en esa idea de progreso trasnochada que considera el constante crecimiento económico como algo positivo, pero existe un límite. Cuando no se materializa ese crecimiento, entramos en pánico. La perspectiva del esperpento nos la dan los inadaptados, los marginados. Son grietas en la superficie brillante, como si la luz se quebrase al chocar contra ella. Si se mira más de cerca, se puede comprobar que la hendidura es honda, que llega hasta el corazón del modelo.

No quiero dejar de mencionar lo hiperbólico de esta versión de Luces de Bohemia que ha venido a llamarse Valle Intrap. Es maravillosa la escena del concierto-recital. Mario Alonso está sublime como rapsoda, como cantante, o como poeta metido en un charco, como quiera que se le llame a este roll que cumple en semejante oficio por mí desconocido. Además de poseer una gran presencia escénica, con esa mirada tuneada de ojos blanquecinos, con las rodillas transformadas en muñones, resulta verídico y carismático, yo compraría sus discos. El resto de la comparsa, también convence, incluido el sonido que acompaña y que corre a cargo de Albers Mayo. Destacar en esto lo laborioso de componer letras tan cargadas de significado y tan encajadas en el ritmo. Resaltar igualmente el contenido sociopolítico de actualidad que se incluye en esta versión del texto de Valle, que no desentona en absoluto con el original, todo lo contrario, que lo actualiza, le rinde un homenaje, lo ensalza. No voy a desvelar temas concretos, no tengo intención de destriparla, vayan a verla.

Subrayar igualmente la ironía implícita a lo largo de la obra, que llega a su máxima expresión en la escena en la que Susana Álvarez representa al cuarto poder, a la capacidad de los medios informativos para erigirse como verdad absoluta, posibilidad siempre castrante, censora. Las disquisiciones engoladas e ininteligibles de su discurso parecían no acabar de decir nada concreto, no tener fin, acciones ambas muy simbólicas.

Y por último, centrarme en lo que, según mi criterio es el corazón de la obra. Me refiero a la escena del encarcelamiento del poeta, cuando coincide con un obrero revolucionario también encarcelado; la conversación que surge entre ellos, reveladora, noble, digna y elocuente; la comunión, el abrazo fraterno entre dos seres inteligentes y sensibles privados de libertad, ambos ciegos, ya sea por tara física o por ansia de justicia. Dos caras de una misma moneda que se funden en un abrazo fraterno justo antes del final, de la muerte, la única certeza.

Ni siquiera después de muerto pueden rebajarle a Max Estrella su orgullo y su soberbia. Resulta ridículo y obsceno, pero fascinante: «Vivito y coleando», podríamos decir… Aunque eso de la resurrección sea ya una historia antigua…

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Por MJ Cortés Robles

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David Palazón

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FERTILIDAD

LOS AÑOS DE LA FERTILIDAD

CRÓNICAS DEL Centro internacional de Artes Vivas NAVES MATADERO

LOS AÑOS DE LA FERTILIDAD

Por Evelyn Viamonte Borges

Acercarme a Naves Matadero para ver una propuesta escénica fruto de un proceso de investigación es un gusto preñado de grandes sorpresas. Investigar en artes escénicas abarca siempre una cuestión esencial que no se formula en alta voz, pero que subyace como especie de telón de fondo, pregunta ontológica que nunca cesa pues no haya su respuesta en lugar alguno (verbigracia en montaje alguno). Es una cuestión necesaria porque reivindica la propia necesidad de hacer teatro hoy, y cada día. Eso lo tiene claro Emilio Rivas, a cargo de quien ha estado la dirección de esta particular reflexión escénica, muy cercana a la autoficción.

Descubro en el programa de mano al menos tres grandes bloques temáticos que vertebran la investigación. El primero gira en torno al acto de procrear mirado desde un punto de vista filosófico y político, que arroja así interesantes cuestiones, tanto prácticas como metafóricas. «Fertilidad es una palabra importante» dice Emilio en el programa, «enmarca un período y una posibilidad». A partir de estas primeras reflexiones en torno a la decisión de tener un hijo y sus consecuencias, se comienza a desvelar todo el entramado de pensamientos del autor-personaje, y una cosa lleva a la otra. Del acto de procrear como gesto político al contexto de una España que parece apretar el cuello de los artistas, esos últimos disidentes en este mundo globalizado donde «salir al escenario es un acto de resistencia». Porque procrear es también definir una manera de estar en el mundo, una forma de posicionarnos política y filosóficamente. Pero Emilio quería «hacer teatro desde la alegría» y estos pensamientos que le acechan no le dejan mucho espacio; para ser feliz hay que estar satisfecho, Emilio, y tú querías «conquistar el mundo para una vez conquistado hacerlo un mejor lugar». ¿Cómo lo hacemos?

Me encuentro en el calor de la sala ante un discurso inteligente, con grandes contradicciones insolubles, grandes preguntas que no tienen una respuesta únicamente sino que obligan a quien las hace a elegir, y elegir es siempre desestimar una alternativa que pudo ser mejor, es estar siempre al borde de una encrucijada.

Por momentos la sala se llena de risas, algunas nerviosas, casi siempre cómplices, como si confraternizáramos desde nuestros asientos.

Y he aquí que llegamos al tercer gran bloque de ideas que como una cascada se han desparramado por la sala oscura llena de espectadores atentísimos que asistimos al teatro. Asistir en su doble acepción: porque el público está allí, asiste, y porque ayuda a que el acto tenga lugar. Siempre se comparte algo importante cuando asistimos a un acto escénico. Y es que en Los años de la fertilidad la investigación parece plantearse también la pregunta ontológica sobre el quehacer teatral y su función sagrada como «algo que aún no hemos perdido», explica Emilio en el programa de mano.

Veo esta propuesta como un acto escénico en el sentido de una acción que se lleva a cabo sobre la escena, de una reflexión escenificada y compartida; hay una intención de puesta en escena que abiertamente apuesta por la simplicidad y la desnudez; tanto por la sencillez de los recursos escénicos como por el trabajo actoral que transforma cuerpos en arquetipos para devolverlos otra vez al estado de cuerpos, despojados de la máscara personaje, cuerpos diegéticos, cercanos. El uso reiterado de proyecciones, tanto de imágenes como de textos, y esa voz en off que nos participa de los pensamientos más íntimos del autor-personaje generan y propician también ese espacio abierto y reflexivo.

Para hacer la crónica de mi vivencia aquella noche fría en el calor y la oscuridad de la sala he necesitado profundizar en algunos temas que me atrajeron de esta propuesta y que luego han seguido dando vueltas en mí como puertas posibles. Cuando el teatro se convierte en una posibilidad de cuestionamiento de todo lo asumido, de todo lo social y políticamente correcto, cuando al dejar la oscuridad de la sala te atrapa el deseo de caminar sola, de irte pensando en lo que te han dejado, como quien vuelve la mirada una vez más sobre lo ya visto y lo descubre de otro modo, entonces el teatro se vuelve necesario, cada vez más necesario. Rescoldos crepitan aún en el fuego del hogar. Gracias mil.

fertilidad revista teatro

Crónicas

Por Evelyn Viamonte Borges

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Foto Mario Zamora / Ximena y Sergio

La Ofrenda (c) Ximena y Sergio
Evelyn Viamonte Borges
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BARRO

BARRO. MAPA DE LAS RUINAS DE EUROPA I

CRÓNICAS DE Teatros del Canal

BARRO. MAPA DE LAS RUINAS DE EUROPA l

En esta ocasión, no fui yo quien asistió a la función para la que solicité acreditaciones. En mi lugar acudió a la cita un matrimonio de jóvenes actores acompañado de sus dos perros guías. Nadie de los Teatros del Canal estaba avisado de que iban a tener a dos espectadores extra tumbados bajo sendas butacas de la primera fila. Helia y Tonka, son los nombres de esas dos criaturas nobles que guiaban, de esos dos hocicos privilegiados.

No hay por qué avisar, debería ser lo más normal del mundo que dos personas invidentes asistiesen a un espectáculo acompañadas de sus perros. De hecho, Lola Robles y su marido, Miguel Escabias, van mucho al teatro. Me contaron después que el trato que les dispensaron en la Sala Negra de Teatros del Canal fue exquisito, que fueron sumamente amables con ellos, con los cuatro, que quien atendió sus necesidades de acceso las atendió como si fuesen necesidades propias, preocupándose sinceramente, celebrando las condiciones adecuadas del servicio que les ofrecían como si las fuesen a disfrutar personalmente. Me lo comentaba Lola, satisfecha y alegre, en un audio de diez minutos de duración que me enviaron ella y Miguel.

Escuché a Lola emocionarse a través de ese audio en varias ocasiones. Se disculpaba, una de las veces, preocupada quizá de que esa emoción empañase su explicación de la experiencia artística disfrutada. Todo lo contrario, me fue muy útil su emoción, fue por empatía que mi imaginación consiguió ponerse en marcha y esforzarse en recrear una experiencia que me era ajena. Yo tampoco había visto, más aún, no había presenciado siquiera, no había sido testigo, solo tenía a mi disposición el relato de Lola y de Miguel, ese era el material para escribir mi crónica.

Adquiere sentido aquello que somos capaces de imaginar. En la actualidad, nos organizamos en sociedades complejas basadas en el flujo de información, en datos que se almacenan en las memorias o se fugan, que se transfieren de forma vertiginosa. Somos vasos comunicantes que se vacían y se rellenan de forma sucesiva y constante, intercambiamos experiencias de vida a través de diversos medios, pero en todos ellos debería ejercer su influjo la imaginación. Hasta el habla se ha adquirido imaginando. Me pregunto si no tendríamos que regresar al silencio y a la pausa… Quizá un teatro es un templo, definitivamente.

Como iba diciendo antes de filosofar, mis cuatro enviados especiales presenciaron el espectáculo de La Joven Compañía que yo misma les había seleccionado: Barro. Mapa de las Ruinas de Europa, dirigida por José Luís Arellano García. Al no contar con aparato de audiodescripción, mientras que esperaban el inicio de la función solicitaron información a quienes tenían al lado. Lola no se quejaba de esta circunstancia, de esta falta de apoyo logístico, argumentando que si la interpretación de los actores es de calidad, «se enteran de todo». Aunque temió perder el hilo cuando se percató de la multitud de actores que invadió el escenario. Sus palabras exactas, sin embargo, fueron: “¡A mí me ha gustado tanto, lo han interpretado tan bien… no me he perdido en ningún momento!”

Para Miguel la obra fue «magnífica, con un ritmo vertiginoso, y no se hizo larga». Estaba de acuerdo con Lola en cuanto al dinamismo del montaje: «siendo un drama, no prescinde de golpes de humor». Me resumió el argumento: «cómo la guerra es capaz de cambiar radicalmente la vida de un grupo de jóvenes que se ven involucrados en ella por imperativos patrióticos, familiares, por cuestiones de honor…».

Lola se maravillaba del silencio que hubo en la sala durante la representación: «Como no veo… parecía que estaba sola…» – Me explicaba- «Los actores tenían muy buena energía. Se me saltaban las lágrimas al comprender lo importante que es el amor en la vida. Tantos sueños truncados por la guerra…» Mencionaba que el tema del Arte late así a lo largo de la obra, como sueño truncado, como un motor vital oculto y añorado, como trasformador positivo de conflictos.

En cuanto a la escenografía creen que había «unos generadores de viento o unos ventiladores al fondo del escenario». Si bien es cierto que uno de los espectadores a los que preguntaron le describió a Miguel lo que veía en escena, no mencionó los ventiladores. Lola y Miguel supieron de su existencia porque un viento que soplaba desde esa dirección les vino a advertir del hecho, pero dudaban de si los ventiladores estaban escondidos o a la vista del público. Comentaban lo curioso de ser invidentes y de «enterarse de todo»; cuando, por el contrario, ese espectador al que consultaron, el que supuestamente contaba con una visión completa de la realidad, no alcanzó a comprender el significado o la utilidad de lo que veía en el escenario, e incluso confundió o perdió algún dato con respecto al argumento. Fue precisamente «aquel que puede ver» el menos capaz de captarlo todo. A este respecto, se me ocurre un verbo: «vislumbrar», pero habría que ver a quien se le adjudica…. Yo lo tengo claro; quien me lea, quizá dude…

Por su parte, Helia y Tonka permanecieron tranquilos junto a sus compañeros de vida, incluso pese al ruido de los disparos. Quizás los perros vean mucho más allá de lo que los humanos podamos imaginar, ya que son la consagración en carne y hueso de la palabra «lealtad».

Doy por finalizada esta crónica inusual, con la esperanza de haber puesto la riqueza de la diversidad de manifiesto.

Elenco

Alejandro Chaparro, José Cobertera, Víctor de la Fuente, Jota Haya, Samy Khalil
Álvaro Quintana, María Romero, Mateo Rubistein, María Valero, Cristina Varona

Dirección: José Luis Arellano García
Iluminación: Paloma Parra / Escenografía y vestuario: Silvia de Marta
Movimiento escénico: Andoni Larrabeiti / Caracterización: Sara Álvarez
Videoescena: Elvira Ruiz Zurita

RUINAS DE EUROPA
CRÓNICA DEL Teatro del canal

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

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Foto David Ruan

BARRO
MAPA
Autores: NANDO LÓPEZ y GUILEM CLUA

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Por Evelyn Viamonte Borges

HAY CUERPOS QUE (NO) SE OLVIDAN

Cuarta Pared

HAY CUERPOS QUE (NO) SE OLVIDAN

Me llamó la atención aquella frase con la que anunciaba Raquel Madrid esta obra: “Tengo cuarenta años y decidí hacer realmente lo que me diera la gana y olvidar todo lo que se supone que hay que hacer”; tal vez por empatía, por haberme encontrado en situación similar en algún momento de mi vida artística, acercarme a La Cuarta Pared para ver esta propuesta durante el Festival Essencia fue una decisión inmediata. Antes de entrar me leí el programa de mano y otra cuestión despertó aún más mi curiosidad: un subtítulo rezaba “ciclo creadoras y autoficción”. Como género literario y teatral, la autoficción, me interesa desde que vi las excelentes propuestas de Sergio Blanco hace ya algunos años, pero ahora en una obra de danza-teatro o teatro físico, mi interés era si cabe aún mayor. ¿Cómo se trasladaría esto al trabajo corporal? Era sin duda en extremo atrayente.

Un altar en medio, viejas alfombras, un micrófono, y ella vestida de negro en un extremo muy cerca del público. Así se presenta el espacio. Raquel Madrid comienza a moverse, a desenvolver una acción desde la cotidianeidad a la danza, y ya no la abandonamos más. Hay cuerpos que se olvidan sumerge al espectador en un relato discontinuo en torno a una supuesta muerte; quién o qué es eso que da eje a la dramaturgia se nos va revelando a partir de las acciones y los textos de la actriz/bailarina, que sin contar nada nos hace partícipes de sus procesos. La pieza se estructura según los mismos estados por los que pasó su creadora mientras trabajaba en soledad el material escénico posible, es decir: negación, negociación, depresión, ira y aceptación. Desde el principio conocemos por donde vamos a ser llevados, dónde comienza cada fase y donde se da paso a la siguiente. Cada fase cumple un ciclo que nace con la muerte de la anterior y muere al dar a luz a la siguiente.

Hay cuerpos que se olvidan lo he vivido en cierta medida como un encuentro con colegas para hablar de nuestro oficio teatral, para contarnos y comprobar que hemos sentido en este o aquel momento algo muy similar, un encuentro donde el mismo oficio participa y con el que discutimos apasionadamente de todo lo no dicho, lo que se sobreentiende y sobre lo que no vale la pena argüir pero que nos limpia y nos deja a cero, a punto, para comenzar otro día en una difícil relación.

Otra pregunta me rondaba también después de verla, momentos antes del encuentro del público con Raquel: ¿por qué el título? Todo el espacio-tiempo de la obra rememora, alumbra y comparte el relato real de su creadora con el público, aunque en el contexto de un hecho irreal y metafórico, es decir, la muerte de una “profesión amada”, en palabras de Raquel; el relato es real, porque la reflexión y la emoción que nos comparte forman parte de su historia personal, porque el duelo fluye también desde su propia vivencia y su manera de afrontar el oficio. Duelo íntimo que no requiere lágrimas ni lloros, sino la entereza de los nacimientos conscientes de todo cuanto ha sido preciso dejar atrás. Y esto no es simple material de donde surge la obra, sino materia dramática en sí.

Más que “cuerpos que se olvidan”, he visto “cuerpos que se recuerdan” y perduran, sedimentos, capas y capas de memoria y esfuerzo, de trabajo y poesía, de un discurso corporal que se piensa y se reinventa en cada nuevo nacimiento. Porque hay cuerpos que no se olvidan.

Idea y autoría: Raquel Madrid y José Francisco Ortuño
Coodirección: Charo Sojo
Texto y Dramaturgia: José Francisco Ortuño
Coreografía: Raquel Madrid
Música: Sleepy James, Ramiro Souto, varios
Iluminación: Diego Cousido
Sonido: Tony Gutiérrez
Grabación música en Happy Place Records
Fotografía: José Toro
Escenografía, Producción y Vestuario: 2proposiciones y Anabel Rueda
Comunicación: Gloria Díaz Escalera

Crónicas

Por Evelyn Viamonte Borges

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© Raquel Madrid

Tengo cuarenta años
Por Evelyn Viamonte Borges
HAY CUERPOS QUE (NO) SE OLVIDAN

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Hermanas-Bárbara-e-Irene---Teatro Kamikaze ©Gorka Postigo

HERMANAS

CRÓNICAS DEL Pavón Teatro Kamikaze

HERMANAS

(BÁRBARA E IRENE)

De PASCAL RAMBERT

SSalgo del  Pavón Teatro Kamikaze. Acabo de asistir a un combate a muerte entre Hermanas. Bárbara e Irene. ¿Por qué me siento como si me hubiesen dado a mí una paliza? De camino hacia el metro intento controlar el desajuste emocional que me ha provocado la función. Me asaltan anuncios publicitarios, ya en los túneles: una boca desencajada junto a la palabra “velocidad”, unas monedas incrustadas en hielo… Al salir del vagón, la mujer que se cruza conmigo en sentido contrario, comenta en alto: “yo no soy feliz”. Giro mi cabeza para mirarla, pero se cierran tras ella las puertas, el tren inicia su marcha, cada cual sigue su camino. Todo alrededor tiene un matiz extraño.

Sé que una función es genial cuando me afecta hasta el punto de cambiar mi percepción de la realidad, dure lo que dure tamaña reacción -eso ya depende de mí, de sostener y manejar adecuadamente lo que me genera el ARTE-. Mayúsculas. Escribiría este texto con mayúsculas de principio a fin… Tendría que hacerlo, eliminar los signos de puntación, al estilo de Rambert, insuflar de algún modo vida a estas palabras que abandono aquí como a cadáveres sepultados bajo capas y capas de acepciones, esqueletos de algo que alguien dijo antes… No cabe en un texto la función de Hermanas, ni siquiera en el que Rambert ha escrito para mujeres concretas: dos actrices españolas y dos actrices francesas. Solo es posible encarnar esta obra, donar la propia médula para armarla, cubrir de carne y de sangre su estructura, abrir las compuertas del subconsciente para dejarla fluir con lo allí acumulado, hacer hueco en ese interior incierto que nos constituye para que quepa más vida. Esta experiencia artística rebosa en los límites. ¿Cómo nombrarlo? Es como si lo no dicho pudiera enlazarse a lo pronunciado en una concatenación infinita, como si se le pudiesen ver las entrañas a los diálogos. Igual le pasa a la puesta en escena: se le ven los cables, las altas escaleras de tijera, la desnudez negra de las paredes, la diversidad de sillas apiladas que amenazan con distribuirse y así ocupar un espacio iluminado violentamente por fluorescentes que se suspenden de un techo inalcanzable. En rincones estratégicos, lo imprescindible para hidratar los cuerpos. En esa inmensidad irrumpen dos actrices de entre el público, dos de nuestras semejantes esgrimen su voz sin pedirnos permiso, sin aviso previo.

Nos enganchan como a peces extasiados bajo la luz de un sol intenso, picamos el anzuelo y nos quedamos colgando de nuestra mordida al cebo, sacudiéndonos violentamente en el aire, boqueando, fuera de nuestro medio habitual, sin poder deshacernos del alimento que nos hiere. ¿Cuánto puede durar este goce insufrible? Estas dos atletas del verbo se desatan sobre el escenario, poderosas, salvajes, eléctricas, abiertas, heridas, violentas. Imanes que se resisten al destino de su abrazo, que se repelen para eludir un choque rotundo que les haga trizas. Pausas profundas para tomar aliento, para acusar lo acometido y encajado en el recogimiento del silencio, para retrasar darlo todo, para evitar el final, que no es otro que la muerte. Su fragilidad es distinta e intermitente, una más obvia, la otra parapetada en lo oculto. Resistencia al vacío, supervivencia. Ahora voy a pronunciarlo: ¡y, pese a todo, tanto AMOR!

La función es compleja, sin embargo. El argumento está, es un hilo que pretende conducir el contenido del discurso, de lo que importa -no quiero decir “de la temática”-. Digo “pretende” porque el efecto que cause dicho contenido resulta un suceso incontrolable; no depende únicamente de las actrices en juego, sino también del grado de implicación de quien observa cómodamente desde su butaca, desde su momento vital, desde su punto de evolución, desde su naturaleza: la identificación se produce de alguna forma misteriosa, ajena a las pesquisas intelectuales pertinentes. Creo que tiene que ver con lo vertiginoso de los discursos, con la energía aplicada al ser lanzados o al recibirlos, con la búsqueda comprometida de la verdad, con lo POÉTICO. La musicalidad del lenguaje puede ser tenida en cuenta o no a la hora de crear, pero está presente siempre. Creo que Rambert es plenamente consciente de esto y que lo aprovecha. En lugar de permitir que el raciocinio le frene y elevarse así sobre la realidad tomando perspectiva, se sumerge en el devenir del pensamiento por entero, sale a tomar aire de vez en cuando y vuelve a zambullirse. Lo mismo les pide a las actrices, esta carrera de delfines en un océano embravecido en donde todo lo humano flota, se sumerge, permanece. Es así que el espectador se deja arrastrar por el envite de cada ola, se empapa de aguasal, consigue estremecerse.

La historia de vida común de estas dos hermanas se bifurca, pero ambas han sido mecidas por las mismas voces en la cuna, han sido movilizadas a una danza común cual siamesas, a encuentros que se suceden en un tiempo imaginario, ya que solo les es útil la certeza compartida en el instante efímero. Naufragan, se hunden en la fugacidad de la vida ya vivida, llevan tatuada en la memoria la estela de otros seres queridos a los que sobreviven, a los que resucitan en sus recuerdos, descubierta la falacia del tiempo transcurrido. La realidad les resulta un prisma con muchas caras, imposible de abarcar por entero, con aristas que les hieren. De su capacidad para comunicarse depende que completen el puzzle, de su esfuerzo en buscar sentido, de su voluntad por continuar luchando. La relación entre las hermanas es un nido de conflictos que parecen irresolubles. Cada una se ha enfrentado al mundo desde su lugar y con sus armas, la desigualdad entrambas ha sido patente, el desequilibrio de los privilegios heredados o conseguidos. Algo les falta que de la otra depende, van en su busca, necesitan completarse. Es imposible en soledad, al menos improbable.

La puesta en escena, al igual que el texto, tiene la dimensión estructural del “teatro dentro del teatro”: También sobre el escenario se espera a un público diverso, representado por sillas vacías de colores distintos. Estos otros que se esperan, somos nosotros mismos que ya hemos llegado y serán otros que vendrán, y, si lo extrapolamos al mundo, generaciones sucesivas a las que no conoceremos. Las hermanas discuten fervientemente sobre lo que signifique entrar en acción, mojarse, comprometerse en la transformación positiva de la sociedad. Se pone en tela de juicio el plano intelectual y, al mismo tiempo, se pone de manifiesto que el filtro y el motor desde el privilegio es el intelecto, siempre que el discurso mueva a la acción, al cuerpo a cuerpo. Si no, de nada sirven palabras.

Lo anecdótico y particular ya digo que nos toca y nos trastoca en algún lugar sensible. ¿No será que Rambert tiene un mensaje que ofrecernos, como ejemplar de nuestra especie y, por ende, individuo con talento? Puede que estas de las hermanas sean las mismas dinámicas controvertidas con las que el mundo se maneja, que la HERMANDAD a la que se refiere sea algo más grande que un parentesco adjudicado entre personajes en un argumento, que pretenda además hacer un llamamiento…

Durante la función, hay un momento en el que Bárbara Lennie grita: ¡DESPERTAD!

Más adelante, Irene Escolar replica: “Tal vez deberíamos MIRARNOS más A LOS OJOS y CALLARNOS”.

Hermanas

Ficha artística

Texto, dirección y espacio escénico: Pascal Rambert

Traducción y adaptación : Coto Adánez

Intérpretes: Irene Escolar y Bárbara Lennie

Dirección de producción: Jordi Buxó y Aitor Tejada

Producción ejecutiva: Pablo Ramos Escola

Diseño de vestuario : Sandra Espinosa

Maquillaje y peluquería: Miguel Álvarez para YSL

Fotografía : Gorka Postigo

Fotografía escena: Vanessa Rábade

Diseño gráfico: Patricia Portela

Distribución : Caterina Muñoz Luceño

Comunicación: Pablo  Giraldo

Ayudante de dirección: Lucía Díaz Tejeiro

Ayudante de producción : Celia Mira

Agradecimientos : Ginger & Velvet

Una producción de Diletante  Producciones y Buxman Producciones

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

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© Gorka Postigo © Vanessa Rabade © Manuel Naranjo

Hermanas-Bárbara-e-Irene---Teatro Kamikaze ©Gorka Postigo
©Gorka Postigo
Irene Escolar-©-Vanessa Rabade
Irene Escolar ©-Vanessa Rabade
© Manuel Naranjo
Barbara Lennie ©-Vanessa Rabade
Barbara Lennie ©-Vanessa Rabade

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TEATRO DE LA CIUDAD

LA TERNURA

CRÓNICA DE Teatro Infanta Isabel

LA TERNURA

Texto y dirección: ALFREDO SANZOL

TEATRO DE LA CIUDAD

Fui a ver La Ternura cuando ya estaba todo dicho sobre esta maravillosa comedia escrita y dirigida por Alfredo Sanzol. Tras su estreno en Teatro de la Abadía y su gira posterior, lleva programada una larga temporada en el Teatro Infanta Isabel con gran éxito de crítica y de público. Es una obra enmarcada dentro del proyecto Teatro de la Ciudad, en cuyos talleres tuve el placer de participar como oyente, en su primera etapa, durante el proceso de investigación de las tragedias. Algo nuevo que sí puedo contar es la impresión que me causó Sanzol durante los ensayos de Edipo rey. Durante una entrevista a algunos de quienes participamos en los talleres, dije de él que era como un lago profundo. Recuerdo los momentos en los que se interesaba por nuestras opiniones, durante los ensayos que presenciamos; su manera de escucharnos, sus silencios, su ritmo interno, pausado, casi un retardando musical en espera de la nota precisa.

Sin embargo, puedo decir ahora que el talento de Sanzol brilla intensamente cuando se expresa a través de la comedia, ahí donde el ritmo se precipita como un arroyo por una pendiente, de forma aparentemente desordenada, provocando el canto de las piedras. Desde luego fluye toda esa oscuridad que habita en lo profundo, pero brilla en la superficie, salta y juega.

Puede que esta cualidad de mostrar fácilmente el afecto, la dulzura y la simpatía por otra persona, la cualidad de la ternura, tenga todo que ver con Sanzol, pero también conmigo, con todo ser humano, si no enferma. Construir en positivo esa montaña solidaria del abandono del egoísmo en pro del bien común, solo puede llevarse a cabo con capacidad de ternura, un paso más allá de la empatía, y un paso previo al amor, que requiere entrega a los cuidados ajenos. Lo constitutivo del ser humano no es prescindible. Por otra parte, proteger del dolor es evitar la vida, una quimera.

Si Shakespeare levantase la cabeza y viese la función de Sanzol, resucitaba. Yo resucité bastante la otra tarde, casi del todo. ¡Qué bien se lo pasan los actores en escena durante esta función! ¡Cuánto se agradece esto! El elenco parece un grupo de infantes juagando a la vida: ingenuos, simples, desnortados; un puñado de personas curiosas, vulnerables, con hambre de alegría, de entusiasmo. Naufragados en el azul de los telones de fondo, prendidos a las otras épocas que ilustran sus ropajes, llegan hasta su público sin equipaje alguno, hasta esa isla imposible del escenario. Cualquier cosa compartida alimenta su espíritu: presencias o palabras. Y el anhelo viene siempre de lo posible. Queda demostrado a través de su trabajo que ningún ser humano es una isla, aunque se empeñe en serlo o pretenda olvidarse. Queda demostrado lo inevitable del encuentro, la risa que sobreviene y que arrasa los obstáculos, el tierno deshacerse de las algas tras el envite de una ola. ¡Ay, ternura, bendito experimento!

Y es que volvería a decirlo mil veces: lo inusitado y asombroso es la capacidad de juego con respecto a algo tan manoseado, traído y llevado, pisoteado, endiosado, pensado y repensado, hecho y rehecho, fagocitado hasta la náusea. Mil nombres, un millón de libros descriptivos, de filosofías diversas, creencias y agnosticismos. Millones de años para resolver lo supuestamente tan complejo, para llegar a la esencia: a la ternura, el germen de todo. No sé qué hago intelectualizando, entonces, de nuevo. Quisiera subirme en la próxima función con ellos y formar parte de la pirámide de abrazos, o dejarme mirar del modo en que se miran, para descubrirme tierna. Una se harta de resistencia y de artificio, de tanto constructo social con distintos nombres, de normativas tan éticas como frías, de soledades y de islas. Permítanme disfrutar de experiencias como esta sin complejos, y luego ya, ser consciente de lo monstruoso y de lo enfermo, acudir a manifestaciones en defensa precisamente de esto, de una actitud afectuosa hacia los demás y de un profundo respeto, de lo contrario a la violencia y al enfrentamiento. Hay que permitirse volver a la vida después del trauma, generar redes que nos sostengan a través de fuertes vínculos.

Ahora bien, ¿es esto lo que nos propone Sanzol, respeto y altruismo? Atendamos a una visión más analítica de la experiencia artística. Esta forma de ver el amor que se refleja en la obra, como un sentimiento incontrolable e irracional que no responde a la lógica, continúa enraizada en la tradición del amor romántico, la que vincula al amor con el sufrimiento. Los personajes huyen precisamente de ese sufrimiento, de la autodestrucción; intentan conservar ambas estirpes sin mezclarse, la de los hombres por un lado y la de las mujeres por el otro; pero el autor lo impide, suponiéndolo un absurdo. Para complicar otras soluciones posibles al dilema que se plantea, los vínculos que unen a los miembros de los respectivos grupos son consanguíneos. Eso no quiere decir que entre los miembros de cada grupo no pueda existir ternura, pero la demostración de este sentimiento entre ellos tiene límites ya preestablecidos. Entonces, ¿de qué necesidad hablamos, de qué instinto? Parece que de la atracción física que impulsa la intimidad sexual, pero esto queda oculto tras el recurso de los equívocos: bajo el disfraz siempre queda lo que concuerda con las costumbres más tradicionales. La propuesta de Sanzol no escarba en la oscuridad, sino que expone su argumento bajo una brillante luz que, al enfocarnos directamente, nos hace cosquillas.

Resulta un acierto, por tanto, toda reminiscencia isabelina, toda alusión a una batalla y a un naufragio, ya que de aquellos barros, estos lodos. Creo firmemente que el esfuerzo de Sanzol y de su equipo tiene una vocación sanadora, que busca una perspectiva igualitaria, aunque tenga que simplificar hasta lo naif, en aras de la comedia. Claro, la segunda parte de la historia –si la hubiese- quizá sería un drama, ya que tendría que ver no con el “enamoramiento”, sino con la convivencia a largo plazo y el compromiso. Todo en las relaciones amorosas resulta complejo e incierto, tanto o más que la maraña de engaños que en la obra queda descrita. Se podría considerar un argumento circular: empieza por un final para abocarse a un principio que posiblemente acabará del mismo modo. De lo que nos reímos entonces es de la reincidencia, como si no hubiera remedio. Antes de buscar remediarlo, de hallar la cura, de someternos a las terapias precisas, lo más inteligente es mirarnos en el espejo con simpatía, rescatar lo rescatable. Necesitamos esta perspectiva del humor para tolerar mejor un cierto sentimiento de vergüenza, pero no ajena, sino cierto pudor que se produce durante la función, al reconocernos en las tonterías y en las simplezas puestas de relevancia sobre la escena. El efecto más hermoso que provoca esta función es que sentimos ternura hacia nuestra propia persona, nos congraciamos con ella, aunque sea unas horas, unos días, y, de paso, con el mundo.

No sé cómo se apaña Sanzol para que no le afecten los premios, recibe uno detrás de otro sin que parezca inmutarse, a las pruebas que pueden consultarse me remito: Premio Valle Inclán, el Nacional de Literatura Dramática, premios Max…

La fortuna tampoco a mí me maltrata, ya que puedo disfrutar de este modo de su obra y permitirme el lujo incluso de comentarla, espero que de forma acertada.

© Luis Castilla_elNorte

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

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© Luis Castilla_elNorte

Texto y dirección ALFREDO SANZOL
TEATRO DE LA CIUDAD
Texto y dirección: ALFREDO SANZOL

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Un cadáver exquisito Compañía Guindalera foto de Susana Martín

UN CADÁVER EXQUISITO

CRÓNICA DE Espacio Guindalera

UN CADáVER EXQUISITO

Autor: MANUEL BENITO

Director: JUAN PASTOR

Mientras que el público ocupaba sus asientos, sobre la pared de la sala Guindalera se proyectaba un cuadro de texto coronado por un bombín. Durante la representación en vivo, se sucedieron diferentes intertítulos, comentarios sobre el lugar de la acción, enmarcados de esta forma, decorativa y muda. La música, sin embargo, enlatada, como suele decirse, pero burlesca. Otro marco construido expresamente para la comunicación entre dos mundos, en principio, irreconciliables, entre foráneos y autóctonos. Escaso mobiliario al servicio de los actores. Blanco y negro en vestuario y decorado, más los distintos tonos de grises. Todo apuntaba a que este iba a ser uno de esos juegos colectivos, un cadáver exquisito.

Entraron dos cargando con el muerto, que según dijeron no era otro que Charles Chaplin. No pudimos comprobarlo. Lo que encerrase la caja de pino podría o no pertenecer a la realidad, pero sí es real la impronta de toda huella artística, en la sociedad y en los individuos que la conforman. Cine y teatro, su encuentro fronterizo. En la escena un puñado de jugadores espontáneos e intuitivos, en el patio de butacas una congregación de niños disfrazados de adultos; mi melena y mi curiosidad, largas y sueltas; mi atención, en primera fila. Este situarme cercana al más ínfimo gesto de los actores, no siempre me ayuda a poder abarcar una idea de la totalidad de la puesta en escena, de lo que transcurre en el escenario en todo momento. Sin embargo, tengo que admitir que, pese a la incomodidad que me supuso tener que mirar a un extremo o a otro del escenario, en algunas ocasiones de forma veloz y alternativa, considero ahora que fue un hecho con sentido pleno dentro de la propuesta artística. A esa escasa distancia, casi inmersa en el acontecimiento, es muy probable la pérdida de información, cuestión que puede llevar a conclusiones erróneas. Hay que tomar perspectiva. Seguramente habría que tener visión y audición parabólicas, y ni siquiera así podríamos asegurar el juicio a emitir sobre un suceso de tal forma dividido, sobre un conflicto en el que alguna de las partes pone en juego su vida o reclama sus derechos, mientras que la otra aguarda parapetada en la comodidad y la abundancia que le proporcionan sus mejores circunstancias de vida. Esta lejanía que el director había impuesto conscientemente entre unos personajes y otros, era el trazo invisible pero firme de una frontera ideológica que los inmigrantes tratan de derribar desde que el mundo es mundo. Del mismo modo fronteriza, la imposibilidad de comunicación descrita en los diálogos, interrumpidos por indecisiones sobre la emisión del mensaje y riñas absurdas entre los que solicitan ser rescatados de su miseria, torpes al exigir por vías fuera de la norma lo que a otros les sobra. Esta torpeza denota ingenuidad, tropiezos y caídas sin sangre, corazones latiendo bajo nieve, infortunio que se deshace junto a la primera llamita de afecto, bajo el primer rayo de esperanza.

En cuanto al villano, nunca ausente en el cine mudo, nunca exento de mala intención pero burlado siempre y vencido, nos trajo reminiscencias del detective Sherlock Holmes, pero un Holmes de pacotilla y con los adentros negros, consumido por el odio, devorado por el sistema. Incapaz de hacer avanzar el thriller hacia el abismo de sus impulsos, resultaba un ser ridículo y digno de lástima, ya que pese a la risa que provocaba no despertaba nuestra simpatía. El personaje más empático, con más inteligencia emocional y, por lo tanto, más capaz de fomentar la resolución de conflictos, era una mujer, la esposa de Chaplin. Su primer argumento para combatir la injusticia, la identificación con los supuestos enemigos, la solidaridad; el segundo, averiguar lo necesario para desestructurar el discurso del poder establecido, desenmascararlo y enfrentarlo. No creo que este reparto de rolles haya sido fortuito, sino que el autor pretende de este modo ser reflejo de la sociedad actual, de los movimientos revolucionarios activos hoy en día, de sus vértices y de sus impulsos.

El espectáculo esconde en su centro un pequeño tesoro ambientado con la música de Candilejas: Una invocación al espíritu de Chaplin para su posible reencarnación a través de la imitación del genio, un hermoso intento que nos invade como una ola nocturna cuando sube la marea. Al menos a mí, me dibujó una sonrisa y, al mismo tiempo, me provocó un escalofrío. Como en cualquier charlotada al uso, tras las peripecias, sobreviene el cansancio, la intimidad, el frío, la hermandad entre los cuerpos, la elevación de las ilusiones y los deseos, la añoranza y el sentimentalismo. Este broche central rinde homenaje no solo a la obra de un genio, sino a tantos seres humanos relegados y olvidados.

Tanto el texto de Manuel Benito como el montaje son resultado de sendos laboratorios: el de Escritura Teatral de la Fundación SGAE, y el de Creación sobre género comedia del Espacio Guindalera.

DIRECCIÓN Juan Pastor
TEXTO Manuel Benito
REPARTO Jacobo Muñoz, Guillermo G. López, Cristina Palomo y Felipe Andrés
DISEÑO DE ILUMINACIÓN Sergio Balsera
ESPACIO ESCÉNICO Juan Pastor
AMBIENTACIÓN-VESTUARIO Teresa Valentín-Gamazo
AYUDANTES DE ESCENOGRAFÍA Sara Hita / Toni Altamira
FOTOGRAFÍA Susana Martín / Eva París / Manuel Martínez
PRENSA Y COMUNICACIÓN Raquel Berini / Manuel Benito / Pilar Valero
REGIDURÍA Paula Gutiérrez Contreras
AYUDANTE DE DIRECCIÓN Jorge Tejedor
AYUDANTE DE PRODUCCIÓN Sara García
PRODUCCIÓN Guindalera Teatro S.L.

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Por MJ Cortés Robles

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© Fotos de Susana Martín

Un cadáver exquisito Compañía Guindalera foto de Susana Martín
Un cadáver exquisito
Un cadáver exquisito Compañía Guindalera foto de Susana Martín

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SOBRE PADRES E HIJOS

SOBRE PADRES E HIJOS

CRÓNICA DE Espacio Guindalera

SOBRE PADRES E HIJOS

Texto y dirección: JUAN PASTOR

Compañía: GUINDALERA

(Basado en la novela de Turguéniev)

Me encuentro entre dos generaciones: soy madre y soy hija. Aunque ya más madre que hija -o quizá esto no sea decisión del tiempo que transcurre, sino mía, voluntad de evolución, de crecimiento-. Esta situación intergeneracional que me rodea es fuente de sabiduría y de sufrimiento; también lo ha sido de alegría, aunque no ahora. En estos momentos hay conflicto, todo está patas arriba, la familia al completo flotando en el envite de una ola de rabia contenida que por fin se libera. Mi familia es ejemplo concreto, pero lo personal es político.

Las sociedades enferman. Hoy día, como antaño, el germen del mal está presente en las instituciones, también en la familia, que es precisamente el núcleo del sistema a través del cual la sociedad se organiza. Si no se actúa a tiempo, de forma no beligerante y constructiva, buscando la cura, no perdiendo perspectiva de futuro, nos golpeará y derribará el regreso cíclico de la hecatombe, nos hundiremos en mareas sociopolíticas cambiantes bajo el influjo de los poderosos. ¿Quién controla y cuáles son sus intereses? Hay que someter a análisis el poder de lo sistémico.

Me conmovió mucho Sobre padres e hijos la otra tarde en Espacio Guindalera. Empaticé con los padres, con la generación de “los Mayores”, más por necesidad que por identificación ideológica. No soy una planta, pero en caso de serlo, tendría raíces, incluso si fuese el agua mi elemento. El ser humano es un híbrido, no es vegetal ni animal, tampoco un ángel, ni otro tipo de entidad capaz de elevarse por encima de otros seres, capaz de distanciarse del mundo sin tener que aterrizar de vez en cuando. A veces, ni miramos al cielo, no levantamos cabeza. Este planeta perdido en la inmensidad, la Tierra, es nuestra sede, o pisamos tierra o estamos debajo, así de simple. Los otros estados pasajeros son poderes fácticos, imaginarios, creaciones, misterios. Solo que lo esencial en lo humano es lo común intangible -no vamos de nuevo a pronunciarlo, por desgaste del término, por respeto a la realidad que conforma el concepto; además, tiene múltiples nombres y eso confunde-. Desde que el mundo es mundo permanece confuso, en tránsito, a veces cegado por nuestra alegría, a veces cargado de incertidumbres. No somos más que transeúntes, condición sine qua non -echemos mano de lo antiguo-. La tradición, la transmisión de la supuesta sabiduría a través de las sucesivas generaciones, que el sentido de la vida vivida otorgue sentido a nuevas vidas, es el legado. Pero también está el invento y la reforma, la transformación positiva inspirada en el resurgir perpetuo de la naturaleza. ¿Perpetuo? Esa es la clave.

Aterricemos. Regresemos al lugar al que acudí a presenciar una función de un texto de Juan Pastor basado en una novela de Turguéniev. En el Vivero de Creadores y Espectadores de Espacio Guindalera se plantó la semilla del montaje, el proceso de investigación que ha desarrollado la compañía, y que el público puede ya degustar como una hermosa creación, florecida y madura, con sabor y con aroma -¡qué hermosa la escena en la que el joven apasionado descubre la esencia de una rosa cultivada!- No es la primera vez que visito este barrio de Madrid, atraída por el reclamo de esta sala –La bella de Amherts, Duet for one… son algunas de las últimas obras que he tenido el placer de presenciar en ella- Sin lugar a dudas, es una de las salas de teatro de la capital que cuenta con una trayectoria más larga y más firme. Es ejemplar, si nos atenemos al proyecto artístico, cuidando tanto la estética como la ética, pese a las dificultades que hayan tenido que solventar a otros niveles. Merecen por ello todo mi respeto y mi veneración -¡qué palabra tan antigua, eso de “lo venerable”!- Mi presencia como espectadora siempre había sido anónima, hasta el día de ayer, en el que al recoger mi acreditación pudo ponerme cara Teresa Valentín-Gamazo, cofundadora de este centro de creación, formación y desarrollo de procesos escénicos. Mi timidez no entiende de máscaras ni de protocolos, por eso prefiero ir de incógnito, pero mandan las casualidades, los contactos digitales fortuitos y los encuentros. Dije dos palabras y sonreí, salí del apuro.

Conseguí un lugar en primera fila, pese a entrar casi al final y ser localidades no numeradas, uso democrático de las entradas adquiridas del que no me quejo, muy al contrario. El espacio escénico ideado por Juan Pastor e iluminado por Sergio Balsera era sencillo y equilibrado, prácticamente simétrico, como los dos lados de un espejo. Llamaba la atención un objeto central sobre un pie de madera, desprovisto por sí mismo de significado, tradicional, bello y vacío de contenido. A lo largo de la obra, pudimos comprobar cómo ese objeto servía al modo o manera de compartir y disfrutar lo cosechado; se convirtió así durante la función en símbolo de trasfondo cultural diverso, en altar, en pira en la que mantener el fuego sagrado encendido, la cultura florecida. Y todo esto a través de un gesto tan sencillo como el de poner o quitar distintas clases de flores en un recipiente de barro, o pasar de mano en mano una esfera roja encendida. El arte del detalle.

Desde el inicio, otro lugar estaba reservado, ocupado en principio por un aparato de música, después por un personaje de la obra que tomaba la perspectiva del público como propia para de improviso incorporarse de nuevo a escena. Todos los personajes observaban lo que transcurría en el escenario mientras no participaban como actores, desde diferentes lugares, con diferentes perspectivas. Nos recordaba así el director la importancia de la reflexión, de tomar distancia, para pensar con claridad antes de continuar protagonizando la acción, además de que la apreciación cambia depende del lugar que quien valora ocupe. Lo mismo ocurre en la vida, y el teatro debe ser espejo de la vida. Maravilla, por tanto, de puesta en escena, que se completaba con la elegancia del vestuario – diseñado por Teresa Valentín-Gamazo y realizado por Isabel López Gómez- y la exquisitez de las coreografías de Anabel Núñez, que se apoyaban en el espacio sonoro de la Escuela de Nuevas Músicas. Mención aparte merece la música original creada por Marisa Moro y Pedro Ojesto, que nos avisaba de que el género era comedia, que el sentido del humor estaba muy presente, incluso la ironía, pese al drama que se pudiera adivinar subyacente.
En cuanto al reparto, tengo verdadera debilidad por María Pastor, por su enigmático carisma de animal escénico, siempre atrapando la atención del respetable, siempre conectada al público, de una forma u otra, sutil o francamente, y sin perder un ápice de verosimilitud ni olvidar las bondades que su técnica actoral puede ofrecernos. Es una de las mejores actrices españolas que he visto en un escenario, sin menospreciar a ninguna. El resto del reparto hizo un trabajo magnífico, no dejando caer el ritmo de la obra ni un segundo, aportando frescura y poniendo mucha carne en el asador, mitad por mitad, hasta componer el guiso tan sabroso que pudimos disfrutar. Las risas estaban servidas, también las lágrimas, al menos las mías. Me sirvió de catarsis el momento en el que madre y padre fueron relegados a la distancia y el olvido por parte de un hijo. Sentí en ese instante que es ley de vida, de algún modo, y también imposible; que todo el mundo comete esa atrocidad, o intenta cometerla, pero que es por pura supervivencia; que un hilo invisible teje nuestros destinos comunes, sin embargo, y que es imposible eludirlo. Del mismo modo, el mundo.

No quiero desvelar más, ni siquiera el contenido de la actividad complementaria que estaba programada tras la función y en la que participé torpemente, pero con sumo interés. Se nos permitió estirar las piernas unos minutos y regresar a la sala para tomar parte en un debate muy lúdico. Antes de que tuviera lugar, artistas y público se entremezclaron para componer dos nuevos grupos diferenciados: padres/madres e hijos/hijas, cada quien según el roll con el que más se identificase. Nos reunimos por separado, un grupo y otro, para tratar cuestiones relacionadas con la obra que acabábamos de presenciar, y, lo que es más importante, con la vida en sí misma, la de cada cual y la de todo el mundo. Pusimos en común y luego debatimos. Me resultó poco tiempo para este añadido tan instructivo y beneficioso, no se pudo abundar y profundizar en lo que se planteaba a nivel más teórico. Pero, pese a eso, como dijo una espectadora: “Por favor, necesitamos más espacios como este, no dejen de ofrecerlos”

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

Imagen

© Fotos de Susana Martín

SOBRE PADRES E HIJOS
Basado en la novela de Turguéniev
Texto y dirección JUAN PASTOR
GUINDALERA

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