CRÓNICAS DE Nave 73

VALLE INTRAP

(Adaptación de Luces de Bohemia, de VALLE INCLÁN)

Versión y dirección: KEES HARMSEN

Embarcamos en Nave 73. Nada más ingresar se acercó a sobornarnos con caramelos una azafata atípica. Vestía una sonrisa de anuncio y media bata de cola. Se proponía tal vez endulzarnos el trago cotidiano de una tarde de teatro cualquiera, o quizá simplemente advertirnos de que el menú de a bordo tenía un punto amargo, de que se pronosticaban turbulencias.

Así es cómo se podría intentar definir el montaje de este Valle Inclán que Kees Harmsen ha versionado y dirigido con irreverencia retadora: un viaje alucinatorio, con sentido pleno de espectáculo, fruto de su pasión por este oficio. La puesta en escena, futurista, pero repleta de guiños a esta vida en común que consumimos como si no hubiera un mañana, a este libre mercado que nos fagocita.

Un carro de supermercado, era el vehículo con el que Latino conducía la ceguera de la máxima estrella fugaz de entre los intelectuales. Este embaucador sin disimulos, despojado del “Don” como el que se despioja y descansa, rumiaba las sobras de algún contenedor con la boca abierta, desencajada, sin acabar de deglutirlos, como si su hambre fuese tan voraz que prefiriese retener así lo poco conseguido, hasta sacarle todo el jugo. Bajo este aspecto de indigente simpático al que se repudia, se esconde un actor de talento, Mateu Bosh, que hizo las delicias de los que nos atrincherábamos entre el graderío de butacas, con sus continuos asaltos a la cuarta pared, invitándonos a superarla y a caer del otro lado, o a derribarla de una vez por todas. Su comunicación directa con el público resultó ingenua en su forma, pero perspicaz en cuanto a sus motivaciones, brillante en sus consecuencias. Dinamizó la función. Consiguió que nos percatáramos de hasta qué punto era uno de los nuestros, de que nadie está exento de tener que dormir a la intemperie ni de tener que buscarse la vida como sea, de que mandan las circunstancias siempre, de que sobre estas mandan las fluctuaciones del mercado, y de que, como se rumorea, en estos tiempos de ahora, el verdadero poder lo tienen los algoritmos. Se nos antojaba entrañable este Latino, incluso en su desapego, en su interesada búsqueda de sustento, un atisbo de humanidad que nada tiene que ver con la falacia del ideal cristiano. Queda grabado en mi imaginario un momento del montaje tan real como desolador: el cadáver aún caliente de un poeta fracasado sobre el regazo de quien inmediatamente va a despojarle de lo que de valor lleve encima. Herencias… ¿Quién tira la primera piedra? Acudimos a la carroña, como los buitres. Y, antes, abandonamos en los márgenes a los improductivos, a los lisiados, nos alejamos de puntillas, como Judas, vendiendo al muerto por cuatro euros. Así nos vimos reflejados en Latino, en su abandono sórdido, saciado y aburrido incluso del sexo, con la actitud alienada de quien se sienta frente al televisor a la misma hora, día tras día, sin faltar uno.

Como un perro que encontramos abandonado en la calle y nos persigue primero con fijeza, quizá en busca de algún hueso, de nuestro esqueleto entero y de nuestra carne, que nos inicia más adelante en el vicio de las caricias, en la necesidad de presencia y de escucha silenciosa; así establece Latino el vínculo con Max Estrella: es guía de su perdición y sucedáneo de consuelo, mortal, como la droga dura. Max lo sabe en su fuero interno, lo vislumbra, aunque no cuente con certezas. Pero el maestro es también una carga para Latino, vive ajeno a la realidad, sujeto de su enajenación literaria, supurando metáforas por la herida abierta del fracaso, olvidado pero incapaz de olvidar. Su estrella se ha hundido en el fango. Ahora retoza en él, tras las huellas de Latino, cometiendo genialidades o atrocidades por igual, sin acumular ya nada en su conciencia, solo ocupada por las quejas, por desesperados deseos de reconocimiento social, de galardones. Brilla entre el lodo, aunque no siempre; a veces, arde entre los muslos de una niña en busca del desahogo que no encuentra en su familia. Su abnegada mujer, le aburre; su hija, histérica, le provoca escalofríos; ambas víctimas y verdugos, mitad por mitad, responsables de su propia desgracia y consecuencias de la de Max Estrella.

Nada es lo que parece, tampoco el suelo pulido que se alza de pronto en vertical como propuesta escenográfica de Javier Carramiñana, devolviéndonos imágenes vivas que bombardean a los presentes desde algún lado oculto y oscuro… Pura campaña publicitaria, artificio, distorsión, engaño. Como la pose de los Modernistas, aparentando un conocimiento especial, cuando seguramente no saben más de lo que sabe cualquiera. El capitalismo sobrevive precisamente así a las crisis, con subterfugios, a base de políticas de austeridad para el ciudadano. No sabemos el hasta cuándo de esta supervivencia. Ahora los cálculos los hacen las máquinas, deberíamos vigilarlas de cerca. El sistema pierde aceite, chirría, aunque parezca que funciona. Seguimos creyendo en esa idea de progreso trasnochada que considera el constante crecimiento económico como algo positivo, pero existe un límite. Cuando no se materializa ese crecimiento, entramos en pánico. La perspectiva del esperpento nos la dan los inadaptados, los marginados. Son grietas en la superficie brillante, como si la luz se quebrase al chocar contra ella. Si se mira más de cerca, se puede comprobar que la hendidura es honda, que llega hasta el corazón del modelo.

No quiero dejar de mencionar lo hiperbólico de esta versión de Luces de Bohemia que ha venido a llamarse Valle Intrap. Es maravillosa la escena del concierto-recital. Mario Alonso está sublime como rapsoda, como cantante, o como poeta metido en un charco, como quiera que se le llame a este roll que cumple en semejante oficio por mí desconocido. Además de poseer una gran presencia escénica, con esa mirada tuneada de ojos blanquecinos, con las rodillas transformadas en muñones, resulta verídico y carismático, yo compraría sus discos. El resto de la comparsa, también convence, incluido el sonido que acompaña y que corre a cargo de Albers Mayo. Destacar en esto lo laborioso de componer letras tan cargadas de significado y tan encajadas en el ritmo. Resaltar igualmente el contenido sociopolítico de actualidad que se incluye en esta versión del texto de Valle, que no desentona en absoluto con el original, todo lo contrario, que lo actualiza, le rinde un homenaje, lo ensalza. No voy a desvelar temas concretos, no tengo intención de destriparla, vayan a verla.

Subrayar igualmente la ironía implícita a lo largo de la obra, que llega a su máxima expresión en la escena en la que Susana Álvarez representa al cuarto poder, a la capacidad de los medios informativos para erigirse como verdad absoluta, posibilidad siempre castrante, censora. Las disquisiciones engoladas e ininteligibles de su discurso parecían no acabar de decir nada concreto, no tener fin, acciones ambas muy simbólicas.

Y por último, centrarme en lo que, según mi criterio es el corazón de la obra. Me refiero a la escena del encarcelamiento del poeta, cuando coincide con un obrero revolucionario también encarcelado; la conversación que surge entre ellos, reveladora, noble, digna y elocuente; la comunión, el abrazo fraterno entre dos seres inteligentes y sensibles privados de libertad, ambos ciegos, ya sea por tara física o por ansia de justicia. Dos caras de una misma moneda que se funden en un abrazo fraterno justo antes del final, de la muerte, la única certeza.

Ni siquiera después de muerto pueden rebajarle a Max Estrella su orgullo y su soberbia. Resulta ridículo y obsceno, pero fascinante: «Vivito y coleando», podríamos decir… Aunque eso de la resurrección sea ya una historia antigua…

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

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David Palazón

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