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José Sánchis Dirección

José Sánchis Sinisterra, Leticia Pascual y Luis Sampedro

Entrevista a:

José Sánchis Sinisterra, Leticia Pascual y Luis Sampedro

Sobre la obra «Tango» de Patricia Zangaro

Sobre la obra «Tango» de Patricia Zangaro

Dos actores en un escenario desnudo, sentados, sin mirarse, construyen con la palabra los movimientos de una danza. Esto es Tango, una tragedia de la autora argentina Patricia Zangaro, dirigida por José Sanchis Sinisterra y magníficamente interpretada por Leticia Pascual y Luis Sampedro. Permanecerá hasta el mes de noviembre en el Off La Latina.

En esta obra se desnudan de una manera despiadada los mecanismos de la sociedad patriarcal. ¿Es el tango una metáfora de la dominación?

LETICIA PASCUAL.- Esta mujer a la que interpreto me resulta muy conocida. Creo que las mujeres estamos viviendo en una sociedad patriarcal, machista, y en Argentina, en mayor grado. Utilizan las supuestas “armas de mujer”, las sexuales, las de la seducción, para luchar contra la dominación del hombre. Esta bailarina de tango entiende que de esta manera puede situarse de igual a igual con respecto al hombre. Sabiendo la admiración que el macho tiene hacia su pene, piensa que lo mejor es burlarse.

ZOILA LÓPEZ.- Luis, ¿quién domina realmente la situación?

LUIS SAMPEDRO.- Ella domina bastante la situación. Este tanguero, un hombre preparado, se desconcierta por una chica que viene a tomar clases pero que demuestra, sin embargo, que sabe bailar. ¿A qué ha venido? A tomar clase con un hombre con fama de maltratador. Al principio él le da órdenes, utiliza un tono autoritario, después entra en un estado rarísimo y abusa de ella. Ella lo aguanta. Después de eso ella dice “me quedo, pero todo va a ser diferente, te voy a demostrar que tú, el poderoso macho, puedes ser un trapito”. Ella quiere demostrarle que algo puede cambiar en este mundo del tango, de rituales machistas.

Z.- ¿Es el tango una metáfora de la dominación?

LETICIA.- Creo que el tango clásico, sí, aunque ahora hay otras corrientes. Es un baile donde es el hombre el que guía y la mujer debe dejarse llevar. Tradicionalmente, el mundo del tango es un ambiente muy machista, es como si el saber estuviera en manos de los hombres, que son los que enseñan, y las mujeres, aunque sean mejores, disimulan, para que los hombres no crean que les hacen la competencia.

LUIS.- En la historia del tango gana el machismo. En las milongas, que es donde se baila, las mujeres permanecen sentadas y es el hombre el que las elige con una señal. Hay ahora otras corrientes, como el tango igualitario, donde cambian un poco los códigos, bailan mujeres con mujeres, hombres con hombres…

Z.- ¿Creéis que las mujeres todavía tienen que utilizar la seducción para dominar?

LETICIA.- Me parece terrible lo que hace mi personaje. El maltrato es mutuo, es un ejemplo de relación tóxica.

LUIS.- Sí, es una relación tóxica. Todos los seres humanos debemos comprometernos en la tarea de crear un mundo donde la igualdad sea real.

Esta entrevista está teniendo lugar en La Corsetería, sede de Nuevo Teatro Fronterizo, situada en el multicultural barrio de Lavapiés. Tras esta conversación con los actores, tengo el privilegio de encontrarme con José Sanchis Sinisterra, investigador y erudito, renovador del teatro de los años setenta, autor dramático que ha puesto en muchas de sus creaciones a las mujeres como centro, sirva de ejemplo su obra más internacional y premiada: Ay, Carmela.

SÁNCHIS SINISTERRA.- No hemos avanzado tanto, el machismo se ha transmitido como un mantra de madres a hijas. En nuestra historia más reciente, por ejemplo… Casi todos nos acordamos del programa radiofónico de Elena Francis. A una mujer, madre de cuatro hijos, maltratada, le decía: “Tú, hija, muda, sorda y ciega. Cuando llegue tu marido, trátalo bien, obedece sus indicaciones, hazle la vida agradable”. Eso se interioriza, lo hemos estudiado mucho en nuestros proyectos teatrales. Incluso a mujeres víctimas de asesinatos machistas sus madres les decían: “Hija, aguanta, eso es que te quiere mucho”

Z.- ¿Crees que hay una solución, que lograremos desterrar el machismo?

S.- Hay que empezar por la educación. Yo soy ateo, soy muy crítico con las religiones en general, que alimentan el atavismo dominador del hombre. Tengo un proyecto sobre una conferencia de Virginia Woolf, Una Habitación Propia, que protagoniza mi hija Clara y que está llenando teatros. Se considera el primer manifiesto del movimiento feminista. No imaginas la reacción que tiene en el público ese espectáculo. Gracias a la inteligencia que tenía esa mujer podemos concluir de que llevamos siglos sometiendo a las mujeres. No podían manejar el dinero, no se les permitió votar hasta el año veinticinco del pasado siglo. La conclusión es que la mujer necesita una habitación propia y no tener que depender para nada del hombre. A tenor de la reacción de los espectadores, hombres y mujeres, que salen compungidos, se puede tener un poquito de optimismo con respecto al futuro… Pero, ¿cuánto falta?

Z.- ¿Se va a conseguir en algún momento?

S.- El movimiento de cambio está arrancando muy fuerte en este siglo. Ahora ya no se considera a las feministas como a unas lunáticas, sobre todo desde el movimiento Me too. Lo primordial es que desde la economía se tienda a la igualdad laboral, que esta igualdad se imponga como una regla de oro. El cambiar la mentalidad es más complicado. Hay que insistir en que las instituciones y las leyes coloquen la igualdad como un criterio prioritario. Creo que, posiblemente, en un par de generaciones, si no se erradica del todo el machismo, al menos se apreciará una mejoría considerable.

Z.- ¿Piensas que las mujeres del teatro, de alguna manera, han sido más libres?

S.- Creo que sí. Mi exmujer es actriz, y también una de mis hijas, Clara. Mi otra hija, Helena, es vestuarista de teatro. Lo que sucede es que no es un sector de la economía que pueda considerarse representativo, en este caso. Existe una relación con lo económico, con el sistema capitalista. Al mover mucho menos capital, al tener un componente más modesto de beneficio económico, los mecanismos de autoridad y de poder en el teatro son más laxos, la relación entre las personas es más igualitaria; por lo menos en el ambiente en el que yo me muevo, siempre en la frontera, en donde las relaciones entre un actor y una actriz, y de estos con el director, son democráticas. En mi entorno, una buena actriz es tan reconocida como un buen actor -e incluso cobran lo mismo-, la mujer tiene la capacidad de decidir la obra que le interesa, hay muchos montajes que se ponen en marcha por decisión de la actriz. Esto, en otros ámbitos, no suele suceder en términos absolutamente igualitarios.
La conversación se alarga.…Podría estar escuchando horas a Sinisterra. Vamos desgranando otros temas.
S.- La televisión me tentó allá por los noventa del siglo pasado con escribir un guion sobre una obra de Blasco Ibáñez… Lo pensé… Pero decidí continuar con el teatro, con los textos que cobran forma en el cuerpo de los actores. Ay Carmela me ha dado muchas satisfacciones. La película que hizo Saura es muy buena, pero no es mi obra. El tema de mi obra es la memoria histórica, los muertos que no quieren ser borrados; por eso se ha hecho en Bosnia, en Chile, en Argentina…, en países donde hay muertos mal enterrados. La escribí en el cincuenta aniversario del golpe de Franco. No me gustó que Saura y Azcona eliminaran la imagen de Carmen muerta, así que me separé del tema, ni asistí al estreno.

Z.– Trasmite mucha ternura ese texto…

S.- La vi recientemente en un teatro de Londres, en español, en el Cervantes Theater. Me sorprendieron gratamente las reacciones de ese público británico, que está tan lejos de entender lo que fue la Guerra Civil española. Misterios de la creación que no pretendo entender.

Z.– Has creado muchos proyectos sobre mujeres, ¿por qué?

S.- Al teatro nada de lo humano le es ajeno. En los últimos ocho años hemos abordado proyectos que tienen mucho que ver con la mujer, con lo femenino. El primero fue Pioneras de la Ciencia, a raíz de un libro que publicó Carmen Magallón; lo representamos en La Casa Encendida, con la colaboración de Le monde Diplomatique, en español. También nos financiaron otro proyecto, Mujeres de Papel, una selección de dieciocho novelas del siglo XX donde aparecen personajes femeninos que rompen los estereotipos de las mujeres de su época; por ejemplo, Lolita, El Amante de Lady Chatterley, Pedro Páramo.… Con cada una de ellas hacíamos un monólogo, con cada tres monólogos hacíamos una función. Lo que explicábamos allí era que, paralelamente a la larga marcha de las mujeres para conseguir derechos, desde el ámbito literario también se luchó. Escritoras y escritores crearon personajes que rompían con lo que se consideraba previsible para una mujer, que tenía que ser siempre o la seductora, o la sumisa o la dócil.
En otro proyecto de personas en riesgo de exclusión, aparecía el tema de las mujeres trabajadoras del sexo. Para mí la prostitución es el paradigma de la sumisión, del sometimiento. Curiosamente apareció en este proyecto una asociación que reivindicaba la prostitución y esto nos revolvió a todos. Dentro de este proyecto estaba Penélope en el Exilio, las mujeres de los africanos que están aquí, pero que no vemos.

Z.- Otro de tus proyectos es El lugar donde rezan las putas

S.- Esta obra surgió de una forma anecdótica. A mí me gusta anotar títulos que se me vienen a la cabeza, para hacer un fondo, un archivo con los mismos y, a veces, se los regalo a alguien. La obra en sí trata de dos actores intentando crear una obra en una especie de almacén, en un barrio de mala nota, donde se meten de vez en cuando las putas a rezar. Para mucha gente el teatro es una especie de prostitución, sigue siendo un problema para muchas chicas decirles a sus padres que quieren ser actrices. Ahora estamos preparando otro montaje que también tiene que ver con la mujer Locas, brujas y putas, la tachadura de la mujer en la sociedad patriarcal. Tenemos asesoramiento de historiadores, y vamos a seleccionar a mujeres reales de cualquier época que han sido tachadas por locas, brujas o putas. Durante años se consideró la histeria como una enfermedad femenina que tenía que ver con la represión sexual. Con respecto a las brujas, hay un libro de una historiadora feminista italiana, Silvia Federici, que cuenta cómo toda la represión contra la brujería que se ejerció desde la Edad Media al Renacimiento fue para neutralizar a las mujeres cabecillas. Del mismo modo, a cualquier mujer que quisiera entonces -y que quiera ahora- vivir su sexualidad con libertad, se la tacha de prostituta.

Z.– ¿Piensas que has sido profeta en tu tierra, o has tenido más reconocimiento fuera de nuestras fronteras?

S.– No sé, la verdad. Yo digo que cuando uno aguanta mucho tiempo en una determinada actividad, se entra en un escalafón, te van dando premios. Y a veces pienso: “me los dan para que me retire”. Es verdad que en los países de Latinoamérica donde he trabajado sí he sentido mucho reconocimiento, pero también allí los afectos tienen una temperatura diferente.… No me quejo, aunque si preocupa llevar ocho años sin un espacio propio donde exhibir los proyectos, pero por lo visto no manejo muy bien la diplomacia. Ahora, con el nuevo ayuntamiento, que parece más sensible a estos temas, las cosas van un poco mejor, nos dieron una subvención que nos permite poder seguir trabajando.

Z.- ¿La creatividad no se jubila nunca?

S.- He tenido un infarto hace tres años. Yo era el rey del mambo: tenía setenta y cinco años, fumaba, viajaba y, de repente… Cuando me pasó, me di cuenta de que estaba pagando un precio. Tengo la sensación, en estos últimos años, de que como dramaturgo me cuesta más escribir. Sí que creo que hay un desgaste en la fecundidad de las ideas, aunque también creo que me he orientado más a la investigación, a inventar ejercicios. Tengo temas sobre los que escribir, pero ahora oriento más mi creatividad hacia el trabajo con los actores.

Revista de teatro número uno

Crónicas

Por Zoila López

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© Fotos: Carlos Núñez de Arenas

José Sánchis Sinisterra
© Fotos: Carlos Núñez de Arenas Luis Sampedro
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© Fotos: Carlos Núñez de Arenas Leticia Pascual
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José Sánchis
José Sánchis Sinisterra
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Qué es lo esencial Crónicas

EN TIERRA

EN TIERRA

GEORGE BRANT

Versión y traducción: ISABELLE STOFFEL

Dirección: SIGFRID MONLEÓN e ISABELLE STOFFEL

El riesgo es un aliciente a tener en cuenta para quienes viven la vida al límite. Suele ser asumido tan solo por una voluntad liberada de condicionantes de diversa índole. Hay personas valientes y las hay osadas, otras se dejan llevar o se sienten presionadas, muchas otras actúan de un modo determinado porque están desesperadas. Por fortuna, el ser humano evoluciona, es dúctil. Pero esa capacidad de cambio solo es real cuando lo que mueve a la persona es el propio convencimiento sobre la necesidad de cambio. Solo la vida vivida nos coloca en esa tesitura, vivir es la escuela, aunque la educación que se reciba y el resto de factores que aporta la sociedad en la que la persona está inmersa, también juegan. Sí, parece un juego, a veces, aunque se destape al final la vida como algo muy serio, la nuestra y la del resto.

Calificar los hechos y las voluntades no es tarea sencilla, depende de la perspectiva de quien emite el juicio. El punto desde el que se observa puede ser intelectual, ideológico, ético, o bien, aquel que nos permite la participación afectiva, la empatía. Cualquier proceso en el que el juicio recae sobre un ser humano se puede simplificar o puede ser abarcado en toda su complejidad, antes de determinar conclusiones, sobre todo teniendo en cuenta las posibles consecuencias.
Todas las personas juzgamos, pero no todas nos sabemos responsables. A veces somos jueces al ejecutar las órdenes; después nos lavamos las manos, nos reunimos con nuestras familias. Actuar sin responsabilidad es imposible, pero nos engañamos pensando que nuestra conciencia puede estar sujeta a los mandatos de una jerarquía que nadie sabe quién controla. Nos suponemos libres porque tomamos altura sobre otros seres, porque nos elevamos hasta el azul, allá donde los seres semejantes a nosotros se ven como hormigas. Somos adictos a la adrenalina que supone el creerse con el control, esa falacia que ignora lo opaco de conspiraciones más altas, de tejidos más complejos en los que estamos atrapados.

La libertad es un ejercicio, no una circunstancia ni una condición. No nacemos libres, ni mucho menos. Somos seres vulnerables, necesitados de protección. Esa es la clave, el conocimiento de lo que es esencial en el ser humano, esa es la única fuente en la que calmar la sed existencial, lo que nos permite evolucionar con sentido, ser conscientes en todo momento del significado, de las causas y de las posibles consecuencias que tienen nuestras acciones. Estoy hablando de reflexión vivencial; de pensamiento ejercitado a través de la filosofía, de la ciencia, de la acción social o política. Todo es político, no lo digo yo, no es nuevo, pero es imprescindible recordarlo a cada paso.

Los conflictos siempre son de intereses. No hay guerra en la que no esté en juego un activo económico. La guerra no resuelve ningún conflicto, pueden ser eternas. Los conflictos se resuelven acortando la perspectiva, acercándose al contrario, poniéndose en su lugar, y, como condición sinecuanum, priorizando lo esencial. ¿Qué es lo esencial? ¿Qué es lo humano? La civilización lleva siglos empeñada en definirlo. De momento, tenemos una Declaración de Derechos Humanos que, de tomarla en serio, de implementarla como ley ética y universal, podría evitar la extensión de la barbarie. Pero no es así, los intereses económicos mueven el mundo, hasta que el mundo aguante o hasta que ejerzamos nuestra libertad desde la educación para la paz. La paz mundial es posible, pero hay que derribar sistemas caducos que no garantizan ni bienestar ni libertad para el conjunto de la humanidad. Tenemos imaginación y capacidades suficientes para que llegue a ser cierto. Tan solo hay que sumar voluntades.

¿A qué viene todo esto? A que he asistido a una función de En Tierra en el Teatro del Barrio. Por fin parece que sobre los escenarios surgen otras propuestas, que nos alejamos de los temas y las formas de siempre. Es esperanzador, y resulta un disfrute para los sentidos todos el contar con equipos de artistas de esta índole, que se lanzan a aventuras nuevas tan comprometidas a nivel sociopolítico y tan trasgresoras a nivel cultural. Textos cuya temática fustiga el intelecto desde lo políticamente incorrecto, lugar habitual de los hechos reales en la vida. Personajes que rompen con estereotipos caducos, transcendiendo géneros, para poder así poner el acento en lo humano en sí mismo. Tramas tan crudas que el público se resiste a identificarse con la protagonista lo más mínimo. Asuntos fríos que se mueven a diario, solapados por el ruido de la feria vital del primer mundo, y que sobre el escenario nos dejan congelados, nos quiebran, resultan un revulsivo difícil de digerir. El público opone su resistencia y eso es garantía de Arte con mayúsculas, de aquellas propuestas artísticas cuyo objetivo último es aportar algo que sea útil para cambiar el mundo. Sí, es utópico este objetivo, y eso es lo esperanzador en estos tiempos que nos llevan.

El ritmo frenético al que se ve sometida la actriz que encarna el monólogo, Isabelle Estoffel, es precisamente al que nuestra sociedad está entregada, sin tregua para la reflexión, sin horizontes blancos ni silencios. ¡Qué artista de recursos técnicos, de entrega a la palabra viva, de intelecto brillante que se amolda al texto, Isabelle! Ha sido para mí todo un hallazgo esta actriz suiza sobre el escenario. El personaje que encarna tiene una doble dimensión que se pone de relevancia a partir de que es conocedora del acontecimiento de su embarazo. Desde una perspectiva feminista del texto, podemos observar cómo afecta este hecho a su vida laboral y, sobre todo, el trato que se le dispensa en su entorno de trabajo, una vez conocido este hecho. Aunque la sociedad haya reescrito su normativa, aunque se legisle al respecto, aún hay que cambiar las mentalidades y las actitudes, que afectan -y mucho- a la hora de implementar las leyes. La estructura jerárquica que queda oculta tras las acciones de la protagonista, permanece inamovible en sus convicciones, no ha variado un ápice con respecto a su normativa interna, es machista, ejemplo vivo del Patriarcado. Me estoy refiriendo al ejército, institución imprescindible de revisar y de transformar en otra, más útil a la paz y más acorde con la vida. No se trata de defender, sino de proteger la vida, son conceptos distintos. Las armas no tienen que ser de fuego ni causar la muerte ni heridas físicas, sino que han de ser otro tipo de herramientas que se aprenda a utilizar desde la infancia. La educación es clave, pero también la acción social y política. Me repito.

La puesta en escena nos sugiere la soledad más absoluta, la de un ser humano aislado sobre una plataforma, ya sea para mirar durante horas una pantalla, ya sea para elevarse sobre el suelo. Pero siempre va a caer en el mismo punto, no se desplaza un ápice, regresa a su cotidianeidad sin argumentos nuevos. Los haces de luz que se ciernen sobre su persona desde diferentes puntos, nos suenan a amenaza -a ello contribuye el espacio sonoro creado por Suso Saiz, un golpe seco y mecánico que rompe el silencio, una especie de zumbido constante en el que zambullirse hasta axfisiarse- Cuando no sabemos quién los enciende, los focos, quién pulsa el botón para que iluminen justo el lugar en el que ella se encuentra, se transforman en algo violento, imposible de observar con fijeza, porque deslumbra. – El diseño de iluminación de Pilar Velasco no solo es estético, sino efectivo, aporta al argumento- Hay muchos ojos en el cielo, que como ella, como la piloto de caza del principio de nuestra historia, observan posibles objetivos a destruir; objetivos que respiran, que palpitan. Y muchos ojos por encima de esos ojos. Control infinito, caos eterno. Esta obra de ficción visibiliza esa realidad oculta, nos llama a imaginarla, a ser conscientes.

Ya he mencionado que el personaje que se nos presenta no es políticamente correcto. ¿Cómo justificar su disfrute aberrante? La banalidad del mal… El sentido de la vida no es tener objetivos, solamente, sino ser cada vez más conscientes de las causas y de las consecuencias de nuestras acciones, tener capacidad de discernir antes de ejercer nuestra libertad de acción. Cuando el personaje se da cuenta de que su objetivo podría ser un ser matar a un inocente, entra en crisis. -Es significativo el único momento en el que la protagonista se sienta, dando la espalda al público; entonces suena una canción original de Tulsa (Miren Iza), una canción de infancia, un oasis en medio del desierto, la voz de la inocencia.- Las crisis son puntos de inflexión, posibilidades de cambio, oportunidades para concienciarse, para responsabilizarse, para ejercer la libertad. Es entonces cuando se pone en tela de juicio la estrategia del miedo, la demagogia que justifica toda operación militar especial fuera de control que sea llevada a cabo por cualquier ejército del mundo. ¿Qué se puede hacer? Cuestionarse, denunciar, movilizarse, promover una cultura de paz, de transformación de conflictos y no de confrontación.

Porque la igualdad entre los géneros no puede suponer el que el Patriarcado nos absorba y convierta a las mujeres en activo para la consecución de sus fines, perdurando así en el tiempo. Ya que nuestra vivencia a lo largo de la Historia es otra, y que también nuestro aprendizaje es distinto, esa sabiduría adquirida podría resultar una corriente subterránea que mitigue en algo la sequía de ideales que padece el mundo. Pero el peligro acecha siempre, no podemos permitirnos desviarnos del camino de la paz argumentando que somos libres, debemos resistir, desde la convicción de que la paz mundial es posible. Pueden parecer ingenuos mis argumentos, pero la creatividad del ser humano es infinita, y si se cultiva la pedagogía afectiva que fomente los vínculos, si se acoge y se admite lo diverso, otra sociedad es posible. A los movimientos sociales en curso me remito. A ver si estamos a la altura, requiere esfuerzo. La igualdad no sería, por tanto, la meta última, sino tan solo un paso más en esta lucha contra un sistema sociopolítico caduco.
Podría haber descrito más las bondades de la propuesta artística, haber recogido los datos de los artistas implicados en ella, y hubiera hecho bien, ya que el equipo entero y la obra lo merecen; pero he sido incapaz de ajustarme a esos cánones y he permitido que mi crónica fluya salvaje, para poder expresarme de la forma en que lo he hecho. Espero haber fomentado de este modo el interés tanto del público como de los programadores de otras salas, que deberían estar rifándose el tener este espectáculo inusual sobre sus escenarios y con tanto éxito fuera de nuestras fronteras.

Revista de teatro número uno

Crónicas

MJ CORTÉS ROBLES

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© foto Cedidas teatro

SIGFRID MONLEÓN e ISABELLE STOFFEL
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SIGFRID MONLEÓN
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Qué es lo esencial
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Textos: FEDERICO GARCÍA LORCA y LUÍS PASCUAL Autoría

ROMANCERO GITANO

ROMANCERO GITANO

Con: NURIA ESPERT

Textos: FEDERICO GARCÍA LORCA y LUÍS PASCUAL

Dirección: LUÍS PASCUAL

La Sala Juan de la Cruz estaba a rebosar, aunque algunas butacas permaneciesen vacías. Era fácil de comprobar esta excepción, ya que la podíamos observar sobre el escenario, girada hacia lo nuestro, como imagen reflejada en el espejo de una parte del patio de butacas. Sé que eran ilustres las ausencias por su ligera elevación sobre nuestras cabezas; sé que eran entrañables por su cercanía, casi en proscenio. Entre cinco y siete butacas azules contra el fondo negro, cuatro a un lado y tres a otro. Resultaba desequilibrada la bienvenida que se nos ofrecía: fragmentos que se nos amputaron colectivamente no sabíamos cuándo, que se orillaban ahora a nuestro encuentro, como oleaje finito de reminiscencias. La extrañeza de reconocer, en lugar ajeno, lo propio. La paradoja.

Pero llegó la sacerdotisa a oficiar la liturgia pagana, a conducir los rituales ancestrales, a facilitarnos el trance. Y se hizo la luz. Resplandor interno en Nuria Espert, vertido durante años a través de sus ojos, de la determinación y el arrojo de su cuerpo enjuto, de sus manos ligeras como palomas de lumbre resueltas en niebla. Diseño de luz de Pascal Mérat, arrojándola sobre el público, para que Nuria nos viese al fijar la vista. Rayos filtrándose lateralmente, como a través de una vidriera, en momentos sacros. Halo lunar coronando el desgranar de pensamientos, música del verbo hecho carne, carne herida que intenta resolverse en hecho rotundo. Cadencia de poeta que se ignora a sí mismo, pero que se saborea misterio de azucena y enjambre; palabras presas que se despeñan; el pecho, caja de resonancia inmensa. Melodía que interpreta aquella que se sabe hueco doliente, habitáculo o vehículo de alegrías intensas, nido o entraña no resuelta. Compás enamorado, retumbar del trueno que se pierde en tintineo de lluvia sobre las vidrieras. Sonido concretándose en el diseño de Roc Mateu. Habitantes de dimensiones dispares, los allí convocados, los vivos y los muertos, transcendiendo el espacio y el tiempo. Fue un encuentro entre semejantes que se comprenden, incluso hablando idiomas distintos. Al finalizar la función, entre los aplausos, un hombre del público le gritaba a Nuria su procedencia, la repetía como un mantra, al igual que sus “bravos”. Exaltación, fascinación, devoción; ya lo dije, liturgia.

Aparte de todo esto, oficio, técnica. ¡Con qué aparente facilidad pasaba la actriz de conversar con su público a hablar por boca de una mujer lorquiana, o a abandonar su voz a las imágenes y las cadencias del Romancero gitano! Tan pronto era el propio Lorca dándonos cuenta de aquella famosa conferencia, como Luis Pascual explicándonos las sinrazones de sus impulsos. No nos engañemos, los artistas invitados todos -los presentes, los involucrados y los ausentes- destilaron esa tarde sabiduría. El duende aparece, pero tiene que pillarte trabajando. Tanto Nuria Espert, como Luis Pascual, como Lorca, como Alberti (que se mencionó en anécdotas y dio sus pareceres), incluso Paco Ibáñez (al que se escuchó cantar un poema), han entregado su vida al Arte, y eso es un lujo para todo tipo de público al que se enfrenten, también para el congregado esa tarde en Teatro de la Abadía.

La primera vez que vi sobre un escenario a Nuria Espert fue encarnando a Yerma bajo la dirección de Victor García, desarropada también por aquella escenografía que cobraba vida alrededor de Yerma mientras se consumía en su desgracia. En aquel entonces, me impresionaron tanto la actriz, como la dirección, como la puesta en escena -una tela elástica que se transformaba según los puntos de sujeción, según desde donde se tensara-. En esta ocasión me ha pasado lo mismo. Me ha parecido un acierto la sencillez del montaje y la selección de textos. Pero esta desnudez que Pascual propone a Nuria y que ella acepta, es un riesgo que se asume por amor a la profesión, al igual que la confianza absoluta del director hacia la actriz. Lo más difícil es exponerse sin artificios. Tengo la sensación, entonces y ahora, de haber sido testigo de hechos históricos, que no solo quedarán en mi memoria, sino que serán dignos de mención como vivencias excelsas. Soy afortunada, porque justo en medio de estas dos ocasiones, tuve la oportunidad de ver tres veces Incendios, de Mouawad; y antes La violación de Lucrecia, dirigida por Miguel del Arco, todo en esa misma sala. Lo he contado alguna vez, Miguel me presentó a Nuria en la puerta del Pavón Kamikaze. Solo pude saludarla, fui incapaz de solicitarle una entrevista, ni tan siquiera de felicitarla por su trabajo en Incendios. Hace unas semanas sí solicité entrevistarme con ella, por las vías ortodoxas. Me dijeron que le pasarían mi solicitud a la persona encargada de dichos menesteres. No creo que tenga la fortuna. Quizá sea mejor así. Inaccesible, mítica, “la Espert” y, al mismo tiempo eternamente mía. Lo confieso, yo también estoy enamorada, de ella y del poeta. En la adolescencia, recitaba poemas de Lorca a quien quisiera escucharme. La obra de Federico me ha conformado espiritualmente y como artista, a veces lo echo de menos en la vida cotidiana. De mi convivencia con Nuria destaco su voz preñada de verdad y su presencia escénica. Siempre convence, siempre va un paso más allá del asombro, hasta el estremecimiento.

Revista de teatro número uno

Crónicas

MJ CORTÉS ROBLES

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© foto fotosergioparra

Nuria Espert y Luís Pascual
Textos: FEDERICO GARCÍA LORCA y LUÍS PASCUAL
ROMANCERO GITANO © foto fotosergioparra

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FAUNO, LO BELLO Y LO MONSTRUOSO

FAUNO, LO BELLO Y LO MONSTRUOSO

De Mari Cruz Planchuelo

Por: Carolina Perelman

Fauno, lo bello y lo monstruoso, es una obra de danza, teatro y títere creada e interpretada por la artista Mari Cruz Planchuelo. Tuve la oportunidad de verla en el congreso UNIMA Federación España que tuvo lugar en Segovia. Fue una experiencia reveladora. Curiosamente, la obra no hace uso del lenguaje, sino de un repertorio de onomatopeyas y de música medieval. Vanguardista y a la vez arraigada en una mitología sempiterna, la performance absuelve todo tipo de absolutismo, ya que se deshace de la palabra, y por lo tanto, de la definición exacta acerca de algo. Fauno, lo bello y lo monstruoso abre un auténtico espacio de exploración sobre la belleza y lo pesadillesco. La misma artista representa a la Ninfa y al Fauno, siendo el Fauno una marioneta controlada por Planchuelo. Ambos personajes son opuestos, o al menos eso es lo que transmiten a través de los movimientos corporales de Planchuelo.

El Fauno ha estado buscando a la Ninfa. Le falta cariño y la capacidad de ser vulnerable. Al descubrir a la Ninfa, la despierta de un sueño y ella se asusta. La Ninfa no se siente cómoda al verlo, intenta escaparse. Sin embargo, el Fauno tan solo quiere abrirse, compartir sus emociones. Siente la reacción de la Ninfa como una amenaza. Lucha por que se quede, la rapta. Ella insiste en no tener ningún tipo de contacto con él; se siente incómoda, su expresión facial denota frustración. La Ninfa aparenta sentirse fuera de lugar, fuera de ella misma. Ambos emiten sonidos desesperados, se mueven bruscamente.

¿De dónde viene esta discordia entre la Ninfa y el Fauno? ¿Qué hay detrás de esto? La raíz de este desacuerdo es el pensamiento: el bien y el mal, las voces que nos replican al oído constantemente y entre las cuales cuesta discernir, a veces -nadie puede elegir los pensamientos que le llegan: son como el polvo al abrir una ventana-. Existe una ruptura entre estos dos conceptos, para clasificarlos y etiquetarlos, para distinguirlos como opuestos. Ruptura que también se puede encontrar entre nuestras voces y pensamientos. Podría ser sentimiento de culpa, miedo de generar un pensamiento del que emane malicia y morbosidad. Tal como la Ninfa con el Fauno, que se quiere separar de él, aterrorizada, avergonzada de que forme parte de ella misma.

El problema realmente no reside entre la Ninfa y el Fauno; la cuestión a resolver es la propuesta de que “lo bello” y “lo monstruoso” sean un problema. Es decir, que existan esos conceptos, que hayan sido definidos por la sociedad y que nos impongan de qué manera vivir la vida, esclavos de esa ideología. Redefinir estos conceptos es inútil, pero algo que sí podemos hacer: llegar a descubrir -como menciona Nietzsche en la Genealogía de la Moral-, que “no hay nada bueno ni malo en sí mismo, sino que cada quien puede elegir qué es lo bueno o malo para sí, siempre y cuando no afecte a terceros.” Es a través de esta vena filosófica por la que la Ninfa llega a la epifanía, a constatar que ella también es el Fauno, que debe cerrar el círculo, que debe unirse a él.

Ver esta obra es una experiencia auténtica y conmovedora. Despierta aspectos desconocidos de una misma, abre las puertas de la conciencia y te reta a hacer preguntas, a buscar respuestas. No solo eso, al proponer un lenguaje no convencional e innovador, te libera de cualquier tipo de condicionamiento, incluso te hace reír, por momentos. Fauno, lo bello y lo monstruoso es una obra que, pese a su aparente sencillez, invita a la reflexión, a la introspección.

Revista de teatro número uno

Crónicas

Por: Carolina Perelman​

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© Fotos de: Teatro

FAUNO
FAUNO, LO BELLO Y LO MONSTRUOSO
Mari Cruz Planchuelo
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La Sala Mirlo Blanco Autoría

ROSARIO DE ACUÑA: RÁFAGAS DE HURACÁN

ROSARIO DE ACUÑA: RÁFAGAS DE HURACÁN

Autora: ASUNCIÓN Bernárdez

Dirección: JANA PACHECO

Toda poesía tiene su lógica, también la de la ubicación de los nombres. La Sala Mirlo Blanco se eleva desde las calles de Lavapiés hasta lo más alto del edificio del Teatro Valle Inclán. Resulta un lugar recogido y acogedor, propicio para la investigación, para la exhibición de pequeño formato. Las semillas suelen ser diminutas, si la perspectiva se aleja del potencial que contienen. Desde lo alto de un palomar, por lo tanto, los seres humanos pueden simular alpiste. Esta sala es una plataforma desde la que alzar el vuelo.

Llegué la primera y de incógnito. Me gusta entrar así, que me acojan de este modo las transformaciones de los espacios escénicos. La impresión fue contradictoria, una invitación a sumergirme contra la sospecha de una amenaza, de algo aparentemente ingrávido que se nos viene encima y que es capaz de sepultarnos. El transcurrir constante del sonido, contra la imagen congelada. Suspendida en el aire, gracias a la ingeniería artística de Alessio Meloni, una ola de espuma recogía como un entramado de espejos mi presencia y la llegada del público, que se iba sumergiendo en la bienvenida acústica propuesta por Gastón Horischnik y en la húmeda neblina que impregnaba el ambiente. Parte de la responsabilidad en este efecto, entiendo que la tenía la iluminación de dicha instalación escenográfica, que bien podría considerarse una escultura en sí misma. Iván Martín, se había encargado del diseño de luces.

Curiosamente, dos imágenes se construían al unísono en mi mente, pugnando por alcanzar un lugar preferente y destronar a la contraria: la de una bañera llenándose de agua y la del mar embravecido, la cresta de una ola cuya envergadura sería capaz de cubrir casi por entero la sala. Es decir, lo humano contra el poder salvaje de la naturaleza, lo cotidiano contra lo excepcional y transcendente. Pensé en el inexorable paso del tiempo contra la voluntad férrea del rescate de sus tesoros, tras el naufragio de la Historia.

En esa espera algo mística, previa a la palabra escrita que por fin se comparte, observé a dos de mis vecinos, sentados ya en sus butacas respectivas. Portaban bastones largos y blanquísimos, extensiones del ser que busca un aliento cálido que le sirva de guía. Había varias personas invidentes entre el público, me hubiera encantado entrevistarlas al terminar la función. También una de las actrices es invidente, Lola Robles, la puesta en escena apostaba por las capacidades diversas. Por otro lado, la figura histórica que nos había congregado allí, Rosario de Acuña, tuvo graves problemas de salud que afectaron a su vista durante una larga época de su vida. Todo un acierto, representar de forma tan fidedigna. Esta dimensión social tenida en cuenta, es un logro achacable a Jana Pacheco, directora del montaje, quizá también a Gabriel Fuentes, su ayudante de dirección, del que parece ser nunca prescinde. La puesta en escena, en la que la dirección del único actor del montaje y del resto de actrices constituye el verdadero latido del espectáculo, resultó de una belleza extraña y nueva, mezcla de estética e intelecto a partes iguales, pero abonada en todo momento con reflejos de vida vivida, con palabras y gestos en los que identificar lo nuestro, lo de siempre, lo humano. La coreografía de movimientos que iban dibujando los personajes, tanto cuando se limitaban a ocupar el escenario como cuando ascendían por las escaleras que dividían el patio de butacas, estaba preñada de poesía, de reminiscencias: una tormenta en la que los caminantes luchan contra el viento, una mujer que alcanza una cima y enarbola una bandera oscura con lo que antes le protegió del mal tiempo. -Xus de la Cruz, se ha encargado de la asesoría del movimiento.- Del mismo modo, aparecían diseminados por los setenta y cinco minutos de función una colección de gestos pequeños y significativos, como el de alimentar a un proyecto de granja de gallinas que cobra vida sobre la tela de una falda, como el de anotar reflexiones o pensamientos dibujándolas con un dedo sobre la propia piel o sobre otras pieles; como la comunicación aparentemente imposible entre una mujer del pasado con jóvenes de ahora mismo, habitantes de un futuro que la primera solo logró imaginar. Cuestiones existenciales comunes, huellas indelebles que nos conforman como seres de carne y de espíritu. En la obra se plantea este paralelismo temporal, muy bien resuelto a nivel de dirección, de una forma sencilla y hermosa.

El trabajo actoral es de conjunto. El único actor –Pablo Sevilla- cumple su cometido, desviando el foco hacia el personaje protagonista, que se desdobla en mujeres de edades diversas: todas las actrices –Mariana Carballal, Lara Fernán, Beatriz Llorente y Verónica Ronda- interpretan a Rosario de Acuña, además de a otros personajes de nuestra época actual. Tan solo Lola Robles sirve de nexo, de unión, permaneciendo encarnada en esa mujer fuerte, valiente, lúcida, con humor, cuyo rastro se ha pretendido borrar. Una mujer que nace en el seno de una familia de rancio abolengo aristocrático, y cuya evolución podemos observar a través de esa reencarnación sucesiva en cada actriz del elenco. Una mujer de otro siglo preocupada por “la socialización de la tierra, la equivalencia de derechos y deberes entre las mujeres y los hombres, el acabamiento de todo poder dictatorial (responsable o no), de todas las dinastías.” Una dramaturga de éxito, que fue censurada y que se obsesionó con que esa obra silenciada suya tuviese por fin voz. Una intelectual y una mujer de acción, empeñada en el impulso de “las ciencias positivas con su metafísica de la razón que ha de levantar a la especie humana en un plano superior.” Yo también he estado indagando, y he encontrado el texto homónimo de Rosario de Acuña del que está extraído el subtítulo de la obra: Ráfagas de huracán. Pura emoción lo que provoca su lectura, aunque haya pasado el tiempo. Habrá que seguir escavando, leyendo.

Me está malacostumbrando con la selección de sus temáticas, Jana Pacheco, esta jovencísima y talentosa directora: siempre acierta, siempre interesa. Hace nada, nos acercó a mi querida María Zambrano y a su razón poética, que sigue de gira, alumbrando tumbas. En esta ocasión, las ráfagas bien podrían ser torbellinos a favor y en contra de la censura, vientos que nos sorprenden con la ingenuidad suficiente como para dejarnos arrastrar hasta estos tiempos distópicos, habiendo perdido en el camino libertad de expresión, que es el impulso certero que levantaba el ánimo de las librepensadoras de entonces, que todavía levanta el de las de ahora, empujándolas hasta el compromiso social y político. Parece ir en sus propuestas Jana Pacheco siempre un paso por delante y, sin embargo, extrae sus hallazgos de las capas profundas de la Historia, de los sedimentos más valiosos: tesoros humanos cubiertos de olvido, mujeres que fueron relevantes en su época y que, posteriormente, han sido injustamente olvidadas. Tanto Jana Pacheco como Asunción Bernárdez -la autora de este texto que se ha tenido que adaptar debido a su extensión-, parecen empeñadas en esta labor arqueológica sobre nuestro patrimonio cultural, labor necesaria y digna de agradecimiento. Como directora del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense, Bernárdez lleva tiempo en la búsqueda de modelos históricos en los que las nuevas generaciones puedan encontrar inspiración, ese alimento para la lucha social activa que es lo utópico. Pone en boca de Rosario de Acuña inquietudes que bien pudieran ser las mismas que las de los jóvenes y las jóvenes de ahora, con respecto al capitalismo y al sistema de bienestar; a la mencionada censura, abalanzándose sobre el momento histórico actual como un fantasma. Eran más libres los juglares y bufones de antaño que los artistas de ahora. Alcemos entonces las voces, hagamos lo propio.

Esta obra está incluida en el ciclo “En letra grande” del CDN, dedicado a grandes figuras de la escena española que no han sido reconocidas por la Historia, como Maria Teresa León Goiry, María Lejárraga, Halma Angélico (Maria Francisca Clar Margarit) y nuestra ya admirada Rosario de Acuña. Salve a todas ellas y larga vida en nuestras memorias, que fluyan como savia nueva por los conductos de nuestra sangre. Sea.

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La Sala Mirlo Blanco Teatro Valle Inclán
ROSARIO DE ACUÑA
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ROSARIO DE ACUÑA: RÁFAGAS DE HURACÁN
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Sala Negra de Teatros del Canal AMALIA FERNÁNDEZ

EN CONSTRUCCIÓN 2

EN CONSTRUCCIÓN 2

Coreógrafía y dirección: AMALIA FERNÁNDEZ

Por: PAULA LAMAMIE DE CLAIRAC

Entro en la Sala Negra de Teatros del Canal sin muchas expectativas a cerca de lo que voy a ver. Por los comentarios que he oído sobre Amalia Fernández, tengo la sensación de que será algo bastante conceptual, que puede que me deje fría. Cuando leo “género performance” en una programación no puedo evitar acordarme de aquel hombre que vi en una pequeña sala de Nueva York: esa especie de payaso postmoderno que se desnudaba con el maquillaje corrido y cantaba canciones tristes mientras se envolvía en papel film. Aquella vez, ni la magia de estar en la ciudad de las propuestas más arriesgadas y originales pudo quitarme la fea sensación de que, como dijo mi acompañante, se llamaba performance a un acto escénico cuando estaba hecho por personas que no sabían bailar, ni actuar, ni cantar. Por suerte tengo muchas otras experiencias en la memoria que me animan a confiar, y quiero ver qué se oculta tras el nombre de esta coreógrafa, a la que solo mis amigos más metidos en la escena de la danza contemporánea reconocen abriendo mucho los ojos con admiración.

Lo que sigue después es la aliviada constatación de que En construcción 2 es una de las piezas más inteligentes que he visto, de que está llena de buenos intérpretes; y de que el término performance remite a aquello que no es exactamente danza, ni teatro, ni musical, sino una mezcla de todo ello o algo completamente diferente, que se empezó a usar solo porque había “cosas escénicas” que se salían de los marcos de la clasificación del siglo XX.

Amalia nos coloca en el punto de vista de la coreógrafa, nos hace observar cómo la duración, la intensidad y el ritmo, la velocidad, la distribución espacial o la entonación, transforman una escena. Es por esto que la obra funciona como una fantástica clase magistral para todo el que quiera dedicarse al arte de la representación. Pero, además de ser una muestra práctica de lo que un libro -o más bien una colección impresionante de libros y experiencias- puede enseñarte sobre la creación escénica y la dirección de actores, esta es una de las obras más divertidas que he visto en mi vida. Aquí el alto nivel de contenido conceptual va de la mano de reírse con la boca abierta, qué gran combinación. En un momento dado somos todo un público al que se nos saltan las lágrimas, nos desternillamos agarrándonos a la silla, intentando parar para poder oír lo que sigue.

La pieza funciona como un cubo de Rubik cuyos lados se deslizan suavemente. Una de las caras me hace pensar en la esencia misma del acto de representación, en la diferencia entre el acto escénico y un acto a secas. Otra de las caras, en las miles de decisiones aparentemente aleatorias que toma una coreógrafa. Otra, en el papel del público como presencia corpórea que modifica el resultado. Y, de repente, otra de las caras me abofetea con el absurdo para recordarme que esto es solo un juego, que la danza y el teatro, la música y el arte no son sino maneras adultas de alargar el recreo. Y en ese girar del cubo que parece no tener fin, nos emocionamos, abrazamos clichés, o nos damos de bruces con una perspectiva auditiva y visual que no se nos había ocurrido nunca.

Me imagino a Amalia Fernández como una persona que en Nochebuena no participa en la conversación acalorada de la gran mesa familiar. Ella observa desde una esquina el ir y venir de manos levantando vasos y las caras gesticulantes, se deleita con el tío que habla con la boca llena de polvorón y cuenta las vueltas infinitas que da su madre alrededor de la mesa. Una persona, pues, que observa el mundo coreográficamente -no lo puede evitar- y para la que todo, por eso, se vuelve danza. Ese es creo, el sentido que subyace en lo que he visto: todo es danza -o música- si sabes cómo mirarlo.

(También me la imagino escuchando la conversación de sus vecinos a través del muro, no con la curiosidad de la vecina meticona sino con el placer estético de oír las entonaciones sin entender el diálogo, creando así su propia película woodyallenesca representada solo para ella un domingo por la noche.)

La improvisación, un tema. ¿Está todo realmente atado en esta pieza o han dejado muchos cabos sueltos? No puedo saberlo ya que he asistido una sola vez, pero lo que importa es que es tan fresca, tan humana, tan auténtica, que la incógnita se sostiene. Hay partitura sí, pero también espacio para lo impredecible. Creo que el título es, en verdad, descriptivo y no poético, que esta pieza ha estado en construcción hasta ayer. Que puede estarlo incluso hoy.

Me encantaría que todo el mundo viera esta performance. Se creería más en la danza, se la financiaría más. Espero que la programen y reprogramen en muchos teatros, y que Amalia siga por muchos años trayéndonos a escena deliciosas piezas como esta, que solo se completan al representarse.

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PAULA LAMAMIE DE CLAIRAC

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Amalia Fernández como una persona
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ENTREVISTA A Riccardo Rigamonti

El pasado sábado 15 de septiembre acudí a los Teatros Luchana para presenciar el estreno de la segunda temporada de Kohlhaas en la cartelera madrileña. Este espectáculo es un clásico italiano estrenado en 1989 por Marco Baliani. En España, la función está dirigida por María Gómez e interpretada por el actor italiano Riccardo Rigamonti.

Era la tercera vez que acudía a ver la obra. Al entrar a la sala nos recibía una música regia. En el escenario, solamente una silla, también regia. Nos quedamos a oscuras en el patio de butacas para recibir al actor, que se sentó diligentemente y comenzó a narrar, sin más preámbulo. Parecía que viese lo que contaba justo delante de sus ojos. Serio, firme, bien plantado en la silla, acompañando el relato con una gestualidad precisa, ni más ni menos que la que la historia requería.

La puesta en escena: Una silla, un hombre, y luz que acompaña con acierto cada uno de los giros de la historia. Esta iluminación sencilla, diseñada por Magdalena Broto, es todo lo que necesitó el actor para proyectar lo que deseaba, invadiendo la imaginación del público como si se tratase de una pantalla.

Rigamonti encarnó con una fluidez destacable tanto al narrador, como al protagonista, como al resto de personajes secundarios. Se introdujo en su piel y los representó con todo lujo de detalles: su cuerpo, su voz, sus emociones…Transitó entre lo narrativo y lo teatral sin sobresalto por parte del público. Durante la representación, el silencio solo se rompía por el eco de alguna sonrisa cómplice entre el patio de butacas. Ricardo sabe mantener la tensión magníficamente, acelerando, frenando o pausando, con absoluto dominio del ritmo.

La historia que durante una hora y cuarto narra el actor desde el escenario, sin levantarse de la silla, es una recreación de la vida de Michael Kohlhaas , personaje histórico del siglo XVI que un día es vejado por un noble. En su búsqueda de justicia, Kohlhaas llegará hasta las últimas consecuencias. Se trata de un personaje épico que inspiró a numerosos artistas entre ellos a Heinrich von Kleist, autor de la novela romántica en la que se basaron Marco Baliani y Remo Rostagno para hacer esta adaptación teatral, dando lugar a un texto espléndido, sencillo en su estructura para que el espectador pueda comprenderlo al ser narrado, pero lleno de acción, reflexión y poesía.

La identificación con el protagonista está servida. ¿Quién no ha sido alguna vez objeto de una injusticia, de un daño profundo? ¿Quién no se ha debatido alguna vez entre el perdón y la sed de justicia? Al igual que estas preguntas retóricas, otra recorre el texto: “¿Existe la Ley o no?”

A pesar de su aparente sencillez, Kohlhaas es Arte con mayúsculas. La calidad del texto y del intérprete consigue tocar el alma del público, que la disfruta como una experiencia transformadora.

El Teatro de Narración es un movimiento con tres décadas de éxito de público y crítica en Italia. Parece que comienza a despuntar en España.

Descubrí a Ricardo Rigamonti gracias a la actriz y narradora Alicia Mohino. Era de alguna manera el trabajo de investigación que yo venía realizando, hacia donde miraba mi inquietud artística.

Son las seis y media de la tarde de un martes y Rigamonti me ha citado en un parque en Puerta de Toledo para contestar a mis preguntas mientras su hijo pequeño juega. Riccardo es un hombre que desprende seguridad y amabilidad por partes iguales. De piel morena, sus grandes ojos azules me roban toda la atención. Después de saludarnos y de las presentaciones pertinentes, comienza la conversación.

AMOR PRIOR.- ¿Cómo empezó tu pasión por el teatro?

RICCARDO RIGAMONTI.- Empecé a hacer teatro a los dieciséis años en un taller, en el instituto. Recuerdo que era el único de ciencias del grupo. Tuve suerte, porque la compañía que llevaba el taller era muy buena, escribían un texto expresamente para nosotros, y después teníamos la oportunidad de girar por diferentes festivales de teatro escolar.

A.- ¿Cómo llegaste a España?

R.- Vine para rodar un programa de televisión italiano, pero enseguida me integré en el tejido teatral de la ciudad.

A.- ¿En Italia, como fue tu primer contacto con el Teatro de Narración?

R.- Fue a los veintiún años, mientras estudiaba la carrera de teatro y cine en la universidad. Un profesor nos puso una grabación de Kohlhaas y quedé fascinado. Cuando regresé a casa hice un pase para mis padres y para mi hermana, según lo recordaba. Desde ese momento soñaba con hacer esa función, pero no podía, porque Marco Baliani, autor de la adaptación teatral e intérprete, todavía sigue representándola en Italia. Cuando me mudé a España comencé a pensar en la posibilidad de traducirla.

A.- ¿Y tuviste la oportunidad de ver en Italia otros espectáculos de Teatro de Narración?

R.- Sí, vi a Marco Paulini, que empezó la corriente del Teatro Civil, en la que a través de una investigación periodística se presenta un hecho de la actualidad política y social. Y también vi a varios narradores de la segunda generación. El Teatro de Narración es muy diverso, porque cada narrador tiene su estilo.

A.- El Teatro de Narración italiano es muy social, muy civil, pero ¿conoces algunas obras que vayan más de lo individual a lo social?

R.- Baliani se basa más en grandes historias literarias. En el Teatro Civil son hechos que todo el mundo conoce. Quizás Celestini usa más historias de personas comunes, pero tienen como marco un acontecimiento histórico importante.

A.- ¿Por qué crees que es tan importante el dialecto en el Teatro de Narración?

R.- El dialecto te hace único, el dialecto es más que tú mismo, el dialecto habla de quién eres y de dónde vienes, aporta personalidad y autenticidad.

A.- ¿Se podrían definir los distintos estilos de narración dentro del Teatro de Narración?

R.- Es muy difícil, porque cada narrador tiene su propio estilo. El narrador y el actor se funden en escena, con lo cual sale la voz personal del actor. Aunque no es sólo cómo cuentas, sino lo que cuentas. Es decir, también forma parte de tu estilo el tipo de historias que cuentas.

A.- ¿Por qué crees que es un movimiento tan importante, que ha tenido tanto éxito?

R.- A finales de los años ochenta, el estado dio toda la ayuda económica a los grandes teatros, por lo que las compañías medianas o pequeñas no podían montar nada que tuvieran varios actores en el reparto, o una escenografía o vestuario costosos. Con lo cual, Marco Baliani montó este Kohlhaas apoyándose sólo en una buena historia y una silla. Y tuvo un gran éxito. Todos estos factores hicieron que otros actores comenzaran a crear lo que posteriormente se llamó el Teatro de Narración.

A.- ¿Has visto en España algo parecido al teatro de narración?

R.- Lo único que he visto ha sido a El brujo, a Rafael Álvarez, que viene más de la tradición del juglar como Dario Fo, por hacer un paralelismo con Italia.

A.- ¿Qué diferencia ves tú entre el Teatro de Narración italiano y la narración oral en España?

R.- Por lo que he visto, parece que en España no se ha descubierto que la narración puede subir a los escenarios del teatro, pero que para hacerlo se deben unir las herramientas de una y otra disciplina, es necesario llevar a cabo un trabajo de dramaturgia y de interpretación que requiere tiempo, y que está más ligado al teatro que a la narración pura.

A.- ¿Y la dirección, en este caso hecha por María Gómez, crees que es importante? ¿Qué le aportó a tu trabajo?

R.- Yo creo que es fundamental tener una mirada externa, para constatar si lo que estás tratando de comunicar está funcionando. María ha sido muy paciente y muy minuciosa. Me ayudó a deshacerme de la versión de Baliani -que yo conocía a la perfección- y a trabajar desde la sutileza.

A.- ¿Es más fácil hacer teatro en Italia que en España?

R.- Creo que es más fácil hacer teatro en España, al menos cierto tipo de teatro. El circuito madrileño off me ha dado la oportunidad de representar Kohlhaas ; no creo que algo así hubiera sido posible en Milán, que vendría a ser el centro cultural de Italia, ya que es muy difícil entrar en el circuito teatral, a menos que seas una compañía muy consolidada, y no existe alternativa.

Me despido de Ricardo y, mientras camino, voy recordando de qué modo se iluminaron sus expresivos ojos durante la entrevista, desde que mencioné el Teatro de Narración.

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Por Amor Prior
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LAS TEODORAS

LAS TEODORAS

Autor y director: HUGO PÉREZ DE LA PICA

Por : MJ CORTÉS ROBLES

Fui invitada a un estreno de temporada en Teatro Tribueñe. De esta tribu de artistas al margen de las modas, que usan sus propios modos y se atreven con el misterio y la liturgia, espero siempre una maravilla escénica capaz de invadirme y de transportarme. Siempre viajo, sentada en las sillas de respaldo redondo de esta sala, máxime cuando te acomodan entre cojines, cuando te agasajan a la entrada con licores. Me parece un lugar en el que hay que entrar en silencio y de puntillas, con los oídos del alma abiertos y sin apenas abrir la boca. Sería un delito perderse un ápice de las conversaciones del entorno. Esa tarde se reunieron allí actrices veteranas que se saludaban mirándome de reojo, no por nada, seguramente por mi mirada curiosa y mi insistente sonrisa. Debía de resultar inquietante, al aparecer sola y lentamente en lo alto de la escalera de la sala de abajo, en el área de descanso. Una de las actrices de la compañía decidió orientarme sugiriéndome que me pusiera en la cola de la entrada, para coger un buen sitio. Y así lo hice, todavía hipnotizada por el tan habitual acontecimiento de un estreno en una sala de teatro.

Ya sentada en segunda fila y con ración extra de acomodo, me dejé llevar, como digo. La puesta en escena se nos acercaba sospechosamente, no pretendía una perspectiva de fondo ni de forma, prescindía de lo accesorio. Un biombo, una silla y una cama, lo imprescindible para dormir, incluso el sueño eterno, lo justo para despertar cada mañana y revestirse de nuevo con lo que nos ha tocado en suerte: un oficio -el nuestro- y una época -la de nuestros contemporáneos-. Contemporáneas, en este caso, pues son ellas las protagonistas del anecdotario recopilado por Hugo Pérez de la Pica de boca de Criste Miñana, actriz que fue su amiga. Ahora esa amistad la ha heredado la hija de Criste, Chelo Vivares. Y de ese triángulo amoroso nace esta obra.

Con este sobrenombre se alude a las actrices españolas de mediados del siglo XX: Las Teodoras. Yo también soy actriz, ahora, en el XXI, y lo he sido en el XX, aunque mi generación es esa que tan solo escuchó sobre la guerra y la postguerra, la que no tuvo que destaparse por moda. Eso sí, la precariedad de este oficio también me ha forzado a ser versátil, a buscarme la vida, como obligó a las de entonces de manera más cruda. Sé lo que es ir de gira y no conocer las ciudades, ya que no es ese precisamente el objetivo. Sé lo que significa intentar dormir en un hostal barato junto al ruido infernal de una discoteca. Sé de las condiciones pésimas de los locales de ensayo, de tolerar el frío, de comer a deshora, de esperar cobrar lo que se te debe algún buen día… Y sé del abuso de poder sobre las mujeres, aún presente -y mucho- en el ámbito artístico. Sé del viaje, externo e interno, de la pérdida de rumbo, de las energías maltrechas y del daño, en ocasiones irreparable. Pero ni por asomo se me ocurre compararme. Es solo que me identifiqué con el relato.

Todo lo que se narró o se escenificó me pareció fascinante, desde esa primera llamada menesterosa de nuestro patrimonio artístico a la puerta del presente. Así comienza la función y así termina, solo que con perspectivas contrarias: al terminar la obra somos nosotras mismas, mujeres del presente, actrices que tomamos el relevo junto a Chelo Vivares, las que llamamos a la puerta siguiente, la del porvenir artístico de España.

La música siempre está presente en los montajes de Perez de la Pica, pero en esta ocasión, la cadencia guía descansa en la palabra. El director aprovecha la interpretación de pequeños fragmentos de éxitos teatrales de la época, para ilustrar y unir los acontecimientos vitales narrados. Fue como si nos asomásemos a contemplar un paisaje desde lejos y se nos introdujese en él, sin previo aviso. Muy apropiado el recurso de las proyecciones, imágenes fantasmagóricas y entrañables sobre el biombo.

El humor negro es otro ingrediente más en la solución alquímica de este montaje. Nos reímos de la muerte con una muerta que amenaza con morirse, pero todavía no, no hasta que Criste Miñana nos cuente lo que ha venido a contarnos, no hasta que Chelo Vivares nos demuestre que es digna hija de esa madre artista, cosa que nadie ponía en duda, pero que todas las personas allí presentes queríamos disfrutar. -¡Qué virtuosismo, qué despliegue de recursos el de esta actriz con raíces!- El público no necesitaba de fe para creer en la reencarnación de la madre en la hija o de la hija en la madre, prescindía del escepticismo que se gastaban Las Teodoras en aquellos tiempos. Al público de ahora le sobra escepticismo, pero cuando viene a Tribueñe, lo deja colgado en la puerta, pues entra en un lugar de culto, en un templo artístico. La reencarnación fue múltiple en personajes e historias, un caleidoscopio de vivencias que arrojaba al patio de butacas el reflejo de un espejo teñido de arcoíris. Éramos como niños y niñas que han crecido sin darse cuenta, echando un vistazo al pasado a través de un agujero. Nuestra inquietud, la de las cómicas de entonces. ¡Qué nostalgia de aquellas verdades solapadas que se desvelan en la obra, de aquella esperanza que prende en la de ahora!

Imaginemos un mundo en el que el patrimonio artístico sea un tesoro, una fuente en la que calmar la sed del espíritu. Un mundo en el que las cómicas sean embajadoras de los sueños, seres sagrados a través de los cuales transcendamos nuestro dolor intrínseco y perecedero. Cómicas ambulantes. Estamos aquí de paso. Las personas que deambulan son las más cuerdas. Aman la vida.

Hugo Pérez de la Pica y Chelo Vivares nos sirven un combinado exquisito de realidad y de teatro, un surtidor de memoria para saciar a los desmemoriados.

Ser artista es entregar la vida a esta causa del Arte. No es posible que este gesto caiga en el olvido, no queremos que así ocurra, no podemos permitirlo:

María Guerrero, Rosario Pino, María Jesús Valdés, Lola Membrives, María Asquerino, Luisa Sala, Irene Gutiérrez Caba, Lali Soldevila, Gracita Morales, Rafaela Aparicio, Aurora Bautista, Carmen Bernardos, Mary Carrillo, Amparo Rivelles, Amparo Baró, Lola Cardona, Lina Morgan, Emma Penella, Lola Gaos…

Y muchos más nombres que vuelan de boca en boca, del recuerdo a la imaginación, de una época a otra.
Me rindo a los homenajes y me engancho como un eslabón humilde a la cadena artística de mis antepasadas más cercanas, de mis ancestras -aunque esta palabra aún no exista-.

Todo llegará -lo que tenga que llegar-, no estaremos aquí para contarlo. Espero que otros seres de luz cuenten nuestras historias.

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MJ CORTÉS ROBLES

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© Teatro Tribueñe

LAS TEODORAS
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Dramaturgia y dirección: XIMENA VERA Autoría

MUJERES DE PACIENCIA SALVAJE

MUJERES DE PACIENCIA SALVAJE

(Inspirada en Mujeres que corren con lobos de Clarissa Pinkola Estés)

Dramaturgia y dirección: XIMENA VERA

Un lugar que ya ha sido habitado con anterioridad, queda plagado de resonancias, de energías diversas que impregnan su atmósfera, por mucho que se pisoteen los jardines y se le cubra de pintura negra. En San Cosme y San Damián 3 pasé mis años de escuela; entre las macetas del patio esperé mi entrada a escena, ya como actriz de la compañía que por entonces habitaba este lugar.

No. Cualquier tiempo pasado no fue mejor. No digo eso. El pasado, a menudo, está plagado de malas hierbas. Pero un espacio teatral antiguo que se intenta liberar del pasado, a menudo pasa de mano en mano hasta caer en las adecuadas, aquellas que son capaces de observarle y de percibir, de escucharle y de acoger el eco de sus heridas, para poder dotarle así de un sentido renovado.

He asistido a varios espectáculos representados en este espacio escénico, una vez quedó huérfano y pudo ser adoptado, antes de que se le nombrase como Teatro de las Culturas y de que contase con el equipo de dirección actual (Clara Méndez-Leite, Olaia Pazos y Alberto Ammann). La otra tarde regresé a este lugar tan significativo para mí, acudí a la llamada de Up-a-tree Theatre, una compañía de la que no tenía conocimiento y que estrenaba su segundo espectáculo en Madrid. Su propuesta era alentadora, se inspiraba en las investigaciones de la antropóloga y psicóloga Clarissa Pinkola Estés, conectaba con el impulso artístico que últimamente me guía, comprometido y transformador. Y se produjo el milagro: Fue la primera vez que me olvidé de en qué lugar físico me encontraba. O quizá no, quizá se distrajo mi intelecto hasta el punto de que mi alma quedó liberada en el aquí y ahora. Quizá lo que ocurrió conmigo la otra tarde es que participé plenamente del ritual artístico que tuvo lugar allí, transcendiendo mi roll de espectadora. Permanecer expectante no es un estado que se pueda mantener eternamente. Algo transcurre en la vida interna de la persona que asiste a una representación que le retumba dentro. El pulso de mis venas, la otra tarde, era un tambor que se agregaba a la música en directo, una percusión inaudible que modificaba el ritmo de mi entorno. El despeñarse de mi risa, provocada por el buen hacer de las actrices, era un vestigio de mi infancia. Pero esta reacción mía no era un hecho aislado, mi acompañante vibraba igualmente, aunque no estuviera vinculada de un modo tan rotundo a aquel lugar.

Quedé prendida a la red, como el personaje que encarnaba Marta Cuenca, la Mujer Esqueleto, la protagonista de uno de los cuentos rescatados de la memoria de ancianas húngaras por Estés. Al tejido laborioso de las melodías compuestas por Ana Laan no se le veían las costuras. Podría asegurarse que el arco del violonchelo se deslizaba sobre nuestra sensibilidad y la predisponía para la coreografía de movimientos escénicos, cuyo cuidado concepto había sido liderado por Agnès López Ríos durante los procesos de ensayo. De las notas juguetonas del ukelele el elenco podía nutrirse, obtener más energía a la hora de saltar a la comba, participar en el juego escénico por turnos, salir indemnes de la amenaza de una soga golpeando contra el suelo. La flauta añadía notas de la profundidad de los mares, del interior de bosques ocultos; el acordeón, el quejido eterno de los menesterosos en las calles, el sentimentalismo y la nostalgia. Y por fin, las voces, poseídas por la magia de las transmisiones orales que nos atraviesan, siglos y siglos de tradición y sabiduría que venían a nuestro encuentro, tanto en lo que se refiere al canto como a la narración.

La puesta en escena, iluminada por David Alcorta con acierto, prescindía de lo accesorio. Si lo comparásemos con un lienzo en el que se pintase al óleo, era semejante su base oscura a la de los cuadros de Turner, el pintor de tormentas en paisajes marinos, tan inquietantes como atrayentes. Un cierto aspecto verdoso en el que resaltaban ciertos tonos del vestuario, como el rojo de unos zapatos, o el blanco roto de un vestido de novia de cola infinita. Intento describir de algún modo la sutil belleza de este espacio desangelado con atalaya de madera como trasfondo. Otros trazos del dibujo en vestuario y aterezzo me remitían al aspecto étnico de los abalorios africanos que jamás serán un souvenir, por ser en sí mismos transmisores del espíritu, catalizadores de la magia.

El misterio de lo salvaje en la naturaleza estaba presente en la dramaturgia hilvanada por Ximena Vera, pespunteada por la interpretación musical a cargo del elenco de actrices; bordada con maestría a través de su encarnación en multitud de personajes diferentes -más de veinte, siendo tan solo cuatro actrices-. La esencia salvaje de la mujer, era el tema en concreto, algo no pronunciado, que se escapa a lo civilizado, a lo doméstico, que conecta la muerte con la vida y la vida con la muerte, que nos devuelve las ansias de transcendencia. Una perspectiva de la humanidad distinta a la convencional, desde la creatividad de una mujer, siempre conectada a la sabiduría ancestral de sus congéneres, como punto de vista valioso y único, como influencia poderosa a tener en cuenta en lo social y en lo político.

He investigado un poco el proceso de creación -también los orígenes y la trayectoria de la directora, a la que pienso perseguir de escenario en escenario-. Por lo visto, además de reinterpretar algunos de los cuentos recopilados por Clarissa Pinkola Estés, se entrevistó a un determinado número de mujeres, de diferentes generaciones, que aportaron vivencias personales. Se grabaron sus testimonios y se tuvo en cuenta incluso la tesitura de sus voces, a la hora de crear los personajes.

Por todo ello, quizá, nos identificamos tanto con las historias contadas, porque las cuentan personas de carne y hueso, mujeres únicas y valiosas que se estremecen ante la presencia y la coexistencia de otros seres, que practican con persistencia la empatía; capaces de pasar en un suspiro del llanto a la risa, del temblor a la osadía; habitáculos de emoción pura destilada por siglos de experiencia, intelectos que se defienden contra el germen de la violencia y de la putrefacción, que resisten y evolucionan, en un renacer continuo. Magníficas actrices que juegan a ser alguien más, además de ellas mismas: como Raquel Pardos y su devoción por el baile, que se transforma en obsesión cuando se traiciona a sí misma; como Andrea Nespereira y sus brillantes, cálidas y efímeras posibilidades de salvación; o como la propia Ximena Vera que es capaz de zafarse de un depredador y de ponerse a salvo. (Este momento escénico resultó para mí el corazón de la obra, me emocionó profundamente. Ese introducirse en el vestido de novia como si se tratase de ponerse una mortaja, al mismo tiempo tan apasionante y tan escalofriante, tan preñado de esperanza y tan letal. La institución del matrimonio es el núcleo del Patriarcado, el nudo que hay que deshacer, el enganche que hay que soltar, la labor que hay que destejer). Y, por último, el dejarse salvar por el pescador de Marta Cuenca, tan sensual y tan empapado de ternura, semejante a una criatura abisal a la que le cuesta destaponar sus oídos, repletos de agua y de moluscos, enredada a la red como las algas a sus cabellos, boqueando su aliento porque extraña el medio. Esa criatura marina que busca refugio y calor pegándose a otro cuerpo vivo para pasar la noche, hambrienta de amaneceres y de abrazos.

En la actualidad, las mujeres siguen en peligro de muerte violenta a manos de los hombres, ya sea muerte psíquica o asesinato. No de cualquier hombre, de algunos, pero son muchos, demasiados, tienen que reaccionar, tienen que cambiar. Cualquier ser humano inocente está en peligro, cualquier ser de luz ardiente expuesto a las inclemencias de un mundo injusto y desnortado, una sociedad que se empeña en avanzar por el callejón sin salida de un sistema ciego y caduco, encorvado por el peso de sus crímenes. Un mundo que olvida la infancia, como si el futuro fuese un artículo de compra-venta. Un mundo ajeno al valor de los ideales, que mueren congelados. Un mundo donde priman los valores del mercado, depredador de cuerpos y conciencias, que siente pánico ante este impulso de cambio atávico que parecen liderar las mujeres.

Dice la directora que para ella el teatro es un arma de sanación colectiva. Así fue esta experiencia para mí. Que así sea.

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Crónicas

MJ CORTÉS ROBLES

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© Javier Suárez Gómez

Dramaturgia y dirección: XIMENA VERA
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