La luz de las palabras
Ensayo
Por Nieves Rodríguez Rodríguez
El silencio es todo lo que tenemos.
La Voz es el rescate–
Pero el Silencio es Infinito.
Carece de rostro.
EMILY DICKINSON
Perdemos el lenguaje al aceptar como tal las referencias y el monótono universo de ecos que los medios de transmisión de imágenes, sonidos y letras codifican y propagan. Esta abundancia ofrece la posibilidad de amplitud; pero también, por los intereses políticos que la dominan y orientan, puede hacer que la inteligencia se pierda por significaciones que embotan y enajenan.
Los cauces por los que confluyen las imágenes y las palabras nos conforman a sus semejanzas o, peor aún, nos hacen conformistas que es como decir que perdemos, en parte, la forma propia. Esta pérdida de la forma es también pérdida del ser, del nutriente que nos pertenece o nos debiera pertenecer para el libre ejercicio de la libertad.
Asistimos diariamente a una excesiva (e interesada) información que los medios de comunicación nos ofrecen. Al hacerlo pareciera que nos convertimos en robots a los que ir incorporando una serie de dispositivos virtuales sin idealidad ni libertad. Pues no podemos llegar a ser personas, seres reales con posibilidad de desarrollar un pensamiento propio. Debemos estar siempre alerta ante las “lógicas falsas que nos llenan con la terrible lógica de la falsedad”, en palabras del profesor Emilio Lledó.
II
El lenguaje interior, el verbum interius –donde ya Gadamer apuntó que se encontraba la universalidad de la hermenéutica–, nos conforma individualmente, nos acompaña en cada instante de la vida y nos presta luz para reconocernos y explicarnos. Pues toda liberación empieza en nuestra mente. Las palabras son la sustancia de las que la inteligencia se nutre. Un mundo hecho lenguaje desde el infinito espacio donde todo el sentir es posible. Y todo el pensar, como nos recuerda la filósofa María Zambrano, es sentir. Pero sobre todo un mundo donde nadie manipula porque ya nadie puede alterar ni falsear. Ese mundo se llama literatura.
La literatura es el origen de la libertad intelectual y el territorio de la infinita posibilidad. Pues como dice Chuang-Tzu, en versión de Octavio Paz, “el más perfecto de los sonidos humanos es la palabra; la literatura, a su vez, es la forma más perfecta de la palabra.”
III
Las palabras de la obra literaria por su carácter infinito y eterno están libres del compromiso con el latir del presente, con las insinuaciones del oportunismo. Y, al mismo tiempo, nos recolocan en el centro de un mundo presente, más hermoso todavía, en un mundo ideal en que el tiempo es uno y uno solo, en un mundo donde es posible soñar con la multiplicidad de lo inacabable. Así lo expresa en su poema Los sueños, Francisca Aguirre:
De vez en cuando me consuelo pensando
que aunque yo haya ido muy poco al teatro
siempre he tenido los sueños para suplir esa carencia.
Porque los sueños son una especie de teatro íntimo.
Cuando el teatro de la vida nos baja el telón
(lo que suele ocurrir muy a menudo)
los sueños acuden para consolarnos.
Ya sé que algunos sueños no son precisamente de consuelo.
Pero cuando no hay forma de actuar en el teatro de la vida
cuando nos dicen que no quieren que formemos parte del elenco
justo en ese momento
vienen a socorrernos nuestros sueños.
Y da igual que los sueños sean pesadillas
lo importante es que estamos en escena
que nuestra aparición es decisiva
que sin nuestro papel no hay drama.
Por eso nunca nos importa si la historia es ficticia o verdadera
Lo importante es soñar.
Soñar nuestro destino.
La literatura, como los sueños, nos enseña a mirar mejor y más lejos este mundo de las cosas aún no bien dichas, este mundo de las artimañas que sirven para justificar el egoísmo, el mundo de las trampas para conformarnos a vivir con la desesperanza, el mundo, este mundo de los balbuceos políticos, en definitiva, que aniquila los sueños de las personas. Basta haber sentido alguna vez hablar, a través de la escritura, a las mujeres y hombres del siglo XX o de todos los siglos; basta haber encontrado el misterio del tiempo en la lectura detenida; basta haber conversado como se conversa con un amigo, con una amiga, durante las horas de lectura. A esas escritoras, a esos escritores le debemos que nos hayan acompañado en la vida, que nos hayan entregado con sus palabras las palabras mismas, que hayan ayudado con ellas a construir la eternidad. Esas palabras que permiten acariciar los silencios en los murmullos de las letras, esas palabras con las que renacemos, esas palabras que crean y nos crean, inventan y nos reinventan.
IV
Escribo estas últimas líneas tras el fatídico incendio que ha tenido lugar en la catedral de París, Notre-Dame. Las llamas no han devorado solo parte de la arquitectura fundamental de la ciudad y de la historia del arte, sino parte de multitud de recuerdos, emociones y esperanzas. No es de extrañar, en esta defensa de la luz de las palabras, que la novela de Victor Hugo, Nuestra Señora de París, haya multiplicado sus ventas. Decimos que no es de extrañar porque el fuego no puede devorar la literatura, no puede devorar el tiempo en que accedemos al templo de la mano de sus personajes. Gracias a la literatura siguen repicando las campanas en Notre-Dame.
V
La literatura se hace más necesaria que nunca.