EL DESDÉN CON EL DESDÉN
CRÓNICAS DE Teatro de la Comedia
Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico
Autor: AGUSTÍN MORETO
Dirección: IÑAKI RIKARTE
Versión: CAROLINA ÁFRICA
Por MJ CORTÉS ROBLES
He vuelto a disfrutar de una comedia de figurón, de las del Siglo de Oro, en el Teatro de la Comedia, en esta ocasión desde un palco compartido con desconocidos. Me costó conseguir la entrada, porque me descuidé en solicitar acreditación y estaba todo vendido. La situación del palco y mi propia situación en el palco me hicieron experimentar un imaginario viaje en el tiempo, de modo que esta inusual localización fuese producto de los usos y costumbres de otro siglo, de una vida mía anterior que no recuerdo, en la que se me privilegiara no sé por qué extraña razón y se me separara del vulgo, de los que escuchaban de pie y tiraban hortalizas en el teatro isabelino. Claro que esto es España, yo no soy nadie y estamos en el siglo XXI. Aterricemos.
Fácil. Ya Iñaki Rikarte se encargó de acercar por su cuenta esta comedia de capa y espada a unos tiempos más reconocibles, los años sesenta del pasado siglo. Por su parte, Carolina África ha desprovisto al texto en verso de todo secretismo en cuanto al sentido de palabras arcaicas, respetando el preciosismo de su cadencia, no sacrificándolo a la prosa. ¿He dicho fácil? No es fácil, ni lo uno ni lo otro. Parece sencillo porque está bien hecho y funciona, pero es laborioso y se vale del talento de quienes han acometido estas tareas, tanto como de los intérpretes que hacen suyas las palabras que se les ofrecen y las directrices que se les proponen. Los jóvenes de la Compañía Nacional de Teatro Clásico -de La Joven, como ha venido a ser llamada- llenaron el escenario de frescura, de energía cargada de acierto, de creencia en lo que mueve a la acción, en lo que hay debajo de este texto brillante y poco representado de Agustín Moreto: El desdén con el desdén.
Hermoso título, divertido. Como hermosa y divertida fue la puesta en escena, con escenografía de Mónica Boromello y música de Miguel Cobo. Canciones de cuando yo era niña, lámparas como las de las discotecas, con espejos; vestuario resuelto acortando las faldas pero no renunciando a lo adecuación en cada escena ni a la elegancia. La impresión era la de una versión cinematográfica, incluso en la distribución de las escenas, que se simultaneaban en espacios divididos, pero accesibles a la mirada del público, con recovecos más íntimos llenos de tules y plataformas de entrega de trofeos en primer término.
Así se inició la trama, con un reparto de lugares sobre un podio tras una competición hípica, y con la decepción y el abatimiento de los laureados. Todo el sentido: la lucha por la conquista de Diana iba a ser -estaba siendo- una carrera en la cual la meta parecía cambiar siempre de lugar o estar envuelta en un espejismo. La rivalidad entre los pretendientes iba tendente a hermanarlos, en lugar de a enfrentarlos, si no fuera por la fuerza del orgullo y el anidar en los corazones de las polillas, que siempre se acercan a la luz para danzar alrededor mientras están encendidas y, al final, ponen sus huevos, de ahí las famosas mariposas en los estómagos de los enamorados. Si no hubiese sido por Polilla -o por Mariano Estudillo que lo encarnó o resucitó de su letargo histórico- no se hubiese liado tanto la cosa ni se hubiese conseguido trofeo ninguno. Y es que, en cuestiones de desdén, de pretendidas desdeñosas o indiferentes, no hay como un desdeñador bien entrenado o bien aconsejado por quien cuenta ya con experiencia.
La risa quedó asegurada, con todos estos preparativos y ensayos a los que se ha aludido, el acierto de los arreglos precisos que nos permitieron identificarnos con los personajes y sentirnos igual que ellos en ridículo, los pretendientes sobre el escenario, la pretendida que al final pretende y los que alguna vez pretendimos, pretendemos o fuimos pretendidas o pretendidos. Podría conjugar el verbo al completo, pero, buena gana. Aunque, de esto, nadie está a salvo. Que nadie se dé al disimulo, porque a la postre o al postre, cae la breva o el higo. Me disculpen si es equívoco, pero ¿quién no ha sido adolescente, quién no adolece en la edad madura o ya de viejo por causas insospechadas, que al principio desconoce, que más tarde le tornan desconocido y que por último le entregan al más loco desvarío? ¿Amor, decís? Deseo, yo digo. Expondré mi teoría.
Para que exista desdén, antes tiene que haber un motivo cercano a la admiración, o al menos cierto interés por el objeto despreciado o tratado voluntariamente con indiferencia. Porque no es que no se repare en el objeto desdeñado, sino que se le desdeña a sabiendas de que está ahí, cercano, más o menos indiscreto, más activo o algo más aletargado. Se empeña quien desdeña en desdeñar y, ese empeño, se defiende de algo, no solo de su presencia, sino de vida vivida, de recuerdos que intentamos sepultar con el desdén que argumentamos. Dejamos de respetar y transformamos en asco lo que antaño no admitimos a confesar que fue sentimiento contrario. Si no, ¿por qué tanto esfuerzo de Diana en referir su cruzada, escolarizar a sus damas y dar a conocer sus pretensiones a conocidos, familiares y ajenos? Propaganda, publicidad. Una decepción hubo, seguro, aunque Moreto no la mencione, concreta y con nombre propio, o varias, si se me apura. De ahí viene la ira y el prejuicio. ¿Qué es lo que desprecias? Por ello serás conocido o conocida.
Así que Diana -Irene Serrano- fue cazadora y lo es -¿a pesar suyo?-, y será la pieza conseguida gracias sobre todo al acoso singular de un insecto volador en su oreja y sus entrañas -léase Polilla-. Uno de los aciertos de este tipo de comedias, de la versión de Carolina África y de la dirección de Rikarte, es la puesta de largo en cuanto a importancia de personajes secundarios como el gracioso, en este caso un gusano transformado en mariposa. La ironía de la cual siento el contagio al escribir mi crónica, bebe de los surtidores de carcajadas que nos provoca el comprobar en el ridículo protagonizado sobre el escenario nuestro propio ridículo a causa de “amor”, ausente o presente en la actualidad de nuestra biografía, pero latente siempre en el porvenir, al acecho de orejas nuevas o viejas, de corazones musculosos o ajados donde establecerse. Da igual. El caso es tener donde zumbar, un orificio que les de oficio, las polillas saben que la vida es transformación continua y cíclica, que después del invierno llega la primavera, que tras del desdén brota el deseo, que han permanecido un tiempo tejiendo el mismo capullo que acaban de romper, movidas por el ansia de volar. Solo hay que esperar y no ir contra corriente, sino a favor. ¿Cómo? ¡A jugar! Por eso resulta tan simbólico el inicio de la función porque el perseguir desdeñosas o desdeñosos se trata de algo prescindible, vocacional, como un deporte en el que el ser humano se transforma en conejo y corre tras un palo del que cuelga una zanahoria. Nunca alcanza la hortaliza que, de alcanzarla, muerto el deseo. ¿Qué es lo quería el animal que deseaba? Terminar con el hambre. Punto.
¡Ah, pero qué gozo el sufrir las reglas del juego, el burlarlas, el vencerlas! El deseo es transgresor y subversivo. ¡Cuánto amor del propio, del que sube la autoestima, cuánta vanidad entra en las lides! Tras el final feliz de las películas, algunas cejas se alzan con gesto de sospecha. El prodigio de los clásicos y de quienes tienen la valentía de acometerlos, versionarlos y ofrecérnoslos ahora, como un tesoro rescatado del fondo marino, es conservar lo esencial, ser reflejo de la vida de entonces y de la de siempre, de la naturaleza humana, saber construir el artificio teatral de modo que no decaiga la acción. ¿Qué es el teatro sino juego? ¿Cómo aprende ese niño o esa niña que para siempre llevamos dentro? Jugando. Pero con responsabilidad o los daños colaterales serán un anticipo de lo que vendrá luego. Cintia -Andrea Rodríguez- y el príncipe de Bearne -Jose Luís Verguizas-, son utilizados como monigotes por los protagonistas de la obra, fingiendo quererlos como pareja respectiva, Diana y Carlos – Nicolás Illoro-. Esta pérdida de credibilidad en la palabra dada puede que haga estragos entre los implicados, en un futuro, tanto en los principales como en los secundarios. La propia unión entre los protagonistas se nos antoja artificio, tanto la han forzado…
¡Qué arrogancia la de quien desdeña! ¿Se puede desdeñar sin fingimiento? Siempre hay un porcentaje de esfuerzo; en algunas personas, inconsciente, en otras, preñado de objetivos contrarios. Puede ser el desdén una defensa, una lucha por delimitar claramente nuestra independencia, ya que nos sabemos débiles y tendentes al apego. Pero, la promesa de placer que mueve al deseo, es una pulsión oscura que se incendia como un fuego de artificio al lanzarse hacia otro ser como si fuese el firmamento, el único cielo sobre nuestros cuerpos desazonados, lo inalcanzable. Si se nos deja caer arrastrados por una estela de humo, doloridos del golpe, ya sobre tierra firme, podemos mirar de frente o al suelo, encariñarnos de un árbol, de una flor o de una piedra, observar con perplejidad nuestra propia imagen temblando y atrapada en un charco. Pero quien amó las estrellas, se sorprenderá mirándolas de nuevo con deseo, los ojos plagados de lágrimas, cualquier noche, o abrasando con gozo su mirada, fija en un astro que le llena los días, demasiado cercano, a veces insufrible, como un delirio. ¿Amor? ¡Y quién lo sabe, quién nombra el misterio!
¡Hay que vivir sin miedo! La lucha, el conflicto es la sal de la vida. Si ya está todo conseguido, ¿cuál es el sentido de permanecer entre los vivos? Antes de vincularnos a otro ser humano siempre entramos de algún modo en competencia, aunque solo sea con nosotros mismos y nosotras mismas, con esa persona con la que establecemos la posibilidad. Si hay atracción física, cuantos más pretendientes entren en juego, más se acrecienta el deseo; por lógica, el peligro se acrecienta, la cacería se pone interesante si hay más perros y no todos son míos. ¡Qué imagen más violenta esta última que he escrito! Reflexionemos sobre ella.
No todo deseo aspira en último término al dominio del objeto deseado o a ser dominado. Para desear más allá de la pulsión del instinto, hay que echar mano voluntariamente de la intuición, tener visión del objeto de deseo y considerarle sujeto, elegir las fuerzas que nos son favorables y nos ofrecen libertad, pero que igualmente nos invitan a respetar la libertad y la voluntad del prójimo.
Ya se habrán percatado mis lectores -¿hay alguien ahí?- de que una comedia me ha puesto seria, me ha traspasado, me ha conmovido. Esta es la magia de lo artístico. Gracias a todos los implicados, también al público. Larga vida a La Joven Compañía de Teatro Clásico. Sea.