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Petra hellberg _ Jonas Kruse y Elisabet Carlsson y otros en Estreno en Klarascenen el 23 de agosto de 2013 Daniel Dimeco

El hogar vacío en el teatro de Lars Norén

ENSAYOS

El hogar vacío en el teatro de Lars Norén

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Erik y su anciano padre se encuentran en el apartamento del primero con las ventanas y las puertas cerradas. El padre busca heridas en el hijo, a las que poder echar sal. El hijo busca agujeros en el suelo, por donde poder escapar. Lo que le falta por hacer, durante el tiempo restante, es atreverse a matar.

Lars Norén también tenía un padre que solía visitarlo a menudo, un hombre mayor, lastimero y negativo. Por ello, La valentía de matar, una de las obras del autor sueco, nace de un sueño-pesadilla que tuvo después de una de esas visitas paternas, escribiéndola, la mañana posterior, en forma de diálogo. Es, a partir de entonces, cuando Norén abandona la poesía por el teatro y empieza a ir al psicoanalista.

La dramaturgia de Lars Norén podría dividirse (de un modo simplificado, claro está) en dos grandes grupos: la que bucea en los conflictos intrafamiliares, al mejor estilo Bergman y Strindberg, y las obras que exhiben la problemática de una sociedad aparentemente envidiable y exquisita como la de Suecia.

En cuanto a los problemas nacidos en el seno familiar, Norén trabaja con la precisión de un cirujano en los pliegues más ocultos de las intenciones de los personajes, exactamente allí donde anidan las desdichas, las frustraciones, las carencias que van a engendrar el drama en estado puro. El autor, apoyado en ambientaciones reales y psicológicas, muy efectivas, conduce la trama a desenlaces cruentos, brutales, paralizantes. Norén retrata estas batallas en el seno más primitivo de la sociedad, la familia, centrándose, según qué obra, en sus diferentes componentes. Así, describe las crisis en las parejas jóvenes (Demonios) y en las adultas (La comunión); las luchas entre padre e hijo (La valentía de matar); la figura de la madre como eje desestabilizador a causa de una enfermedad (El Caos es vecino de Dios); o la degradación irrefrenable que acuchilla a la progenie por culpa del alcoholismo paterno (La noche es madre del día).

El segundo grupo de obras del dramaturgo se levanta sobre las ruinas sociales y psicológicas del anterior. El propio Norén manifiesta que las interpretan «los hijos de aquellos padres que fracasaron en la sociedad como seres sociales y como padres». El máximo exponente es Fragmente, un submundo de historias aisladas que van surgiendo con más y más fuerza en cada una de las escenas hasta poblar el escenario de seres grises, con los lomos doblados y las venas abiertas. Seres que viven en los márgenes de la sociedad. Unos márgenes que trascienden lo meramente económico y que atañen, fundamentalmente, a la dignidad. La dignidad del enfermo terminal, del adicto, de los viejos, de los inmigrantes, de quienes buscan y dan sexo como un punto de encuentro vacío de toda afectividad. Un coro magistralmente ejecutado sin resquicios por donde rellenar sus almas saqueadas.

La dramaturgia de Lars Norén se alimenta de esas experiencias duras que acompañan al ser humano y que él consigue ofrecer en un tono altamente poético. Como un anatomista, parte del núcleo íntimo de la familia y, poco a poco, con el correr de los años, va abriendo su escritura hacia círculos más amplios con problemáticas que tienen como epicentro a los personajes de nuevo cuño en Escandinavia, los de la era post Olof Palme. Personajes encerrados en sus propios barrios, ciudades y realidades sociales, que padecen las iras de los desgastes psíquicos y físicos en una sociedad «extremadamente perfecta». Con Norén, los lectores/espectadores descubren una cara nórdica totalmente alejada de la sofisticación pulcra del diseño de alta gama, las postales nevadas de Gamla Stan o los románticos molinos de viento de Öland. El país que él plasma se adentra en la sordidez, en la angustia extrema y en las heridas no tan invisibles del más y mejor logrado Estado del Bienestar del mundo.

La brutalidad marginal en la que sus obras colocan las miradas de los lectores/espectadores arranca una primera pregunta: ¿dónde está la Suecia feliz, perfecta y opulenta? ¿Dónde se halla el equilibrio entre la Naturaleza y el hombre? Así, Norén desnuda a la sociedad patria en los primeros minutos de sus obras. Al verla sin ropas, el observador se encuentra ante un cuadro resquebrajado y de una intensa opacidad, como decía el verso del Nobel Tomas Tranströmer: Suecia es un extenuado barco en tierra.

Tienen las obras de Norén algo de las fotografías de Misha Goldin y de los escenarios de Gregory Crewdson: hombres y mujeres figuradamente encadenados; brazos de sillones con la pana desgastada; mesas magulladas, con frascos de pastillas; paquetes de cigarrillos; vasos usados; botellas vacías y seres en la intimidad más grosera. Y con esto no nos referimos a la sexualidad/genitalidad, sino a la transmisión del horror de lo íntimo a partir de las manías, las neuras, las desesperaciones y, posiblemente, uno de los grandes temas de este autor: los miembros de la familia en su propio círculo de incomunicación patológica. Una debilidad temática compartida con muchos otros autores de la literatura escandinava.

Los personajes que trabaja no saben decirse las cosas, mucho menos ser sinceros con los propios. Es un perfecto creador de analfabetos afectivos. Todos estos rasgos los convierten en seres mentirosos, introvertidos, atormentados y con una enorme necesidad de revertir el rumbo de sus existencias desde el fondo de pozos de opresión.

Una de las grandes virtudes de la dramaturgia de Norén es la contención. Durante sus obras, la boca del volcán permanece cerrada pero va dejando que poco a poco se vayan hinchando sus paredes, sólo permitiendo breves fugas/escupitajos de lava lanzados al estómago del lector/espectador. Norén es lo opuesto a la estridencia, al histrionismo, al efecto buscado a través de los gritos destemplados y tantas veces reproducido en el teatro vacuo. Poco a poco, las luchas soterradas y las fugas de cólera van in crescendo hasta llegar a la devastación total de los personajes. Una suerte de erupción progresiva de la que es imposible abstraerse, hastiarse o evadirse.

Lars Norén creció en un hotel. Sus padres, que eran muy diferentes entre sí y vivían en una tensión constante, regentaban una pequeña pensión en la que siempre había gente de paso. Allí iban a parar personas que emigraban a América y otras que regresaban del exilio a morir en Suecia. Aquello, según palabras del propio Norén, no era un hogar verdadero, sino un sitio inseguro donde él se sentía perdido y en el que veía poco a sus padres. Un padre y una madre ausentes. Basándose en lo vivido, una de las características en la creación de personajes de Norén es la existencia de padres (hombres) con fuertes rasgos tiránicos que esconden y, a la vez, muestran en manifestaciones perversas y enfermizas, debilidades, carencias y frustraciones. Muchas de las criaturas de este autor y director son buscadores natos de responsables de sus heridas, de culpables sobre los que asestar los golpes que ellos mismos se infringen.

Los lugares que crea Lars Norén son figurados y reales y ambos someten a los personajes a situaciones asfixiantes. Las mochilas que acarrea cada uno de ellos los obliga a moverse dentro de jaulas psicológicas que son espacios teatrales en sí mismas.

Hoteles baratos y apartamentos en barrios empobrecidos. Cuerpos enfermos y círculos viciosos de los que es imposible salir. La suciedad se aferra a los exteriores impolutos y a los cristales transparentes. La basura personal es una tenia, a nivel individual y social: corroe y devora, desde el seno de la propia familia. ¿Cómo encontrar un refugio si la sangría psíquica es imparable?

En La valentía de matar, Norén pone en boca de «el padre» algunas de sus propias vivencias, que podría resumir la quintaesencia de su obra: En esa pensión, ¿vas a poder sentirte en casa? ¿La sientes como un hogar? Erik, «el hijo», responde: Nosotros nunca hemos tenido un hogar.

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Crónicas

Daniel Dimeco

Petra hellberg _ Jonas Kruse y Elisabet Carlsson y otros en Estreno en Klarascenen el 23 de agosto de 2013
Petra hellberg _ Jonas Kruse y Elisabet Carlsson y otros en Estreno en Klarascenen el 23 de agosto de 2013
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Revista de teatro número uno
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(c) UNAM (CC BY 4.0) Amaranta Osorio Ejemplar 2

ENTREVISTA A AMARANTA OSORIO

ENTREVISTA A

AMARANTA OSORIO

¿Qué te impulsa a escribir una nueva obra?
No sé de dónde me vienen los impulsos para escribir y tampoco sé de dónde vienen las obras. Sólo se que a veces llegan como un rayo y otras veces hay que buscarlas debajo de una montaña de tierra. Creo que los impulsos vienen de dentro de mí, pero suelen detonarse por algo externo: la mirada de un desconocido, las alas azules de una mariposa, ver cómo un tomate se vuelve rojo, enamorarse, el olor a sándalo, un sabor dulce, el dolor, un cuadro hermoso, el silencio…

Suelo escribir sobre cosas que me parecen injustas y también de las que me conmueven. Escribir me ayuda a resistir, es una forma de lucha, un esfuerzo por hacer que algo cambie.

¿Partes de una sinopsis, escaleta previa, o te dejas llevar por lo que va surgiendo?
La mayoría de veces no sé qué voy a escribir, puedo tener una imagen o un tema, pero no se nada más. Entonces me siento y voy escribiendo lo que va llegando, pequeños trozos en desorden y poco a poco, voy descubriendo de qué va la obra.

Dicho esto, he recurrido algunas veces a la escaletas y ellas me han ayudado a escribir más rápido.

¿Cómo saber que una obra está llegando a su fin?
Yo no lo sé, puedo seguir corrigiendo hasta el infinito. Por esa razón, suelo pedirle a una escritora o escritor que admiro, que lean mis borradores por lo menos una vez. Las lecturas de otros me ayudan a ver qué puedo mejorar y cuando es el momento de parar.

Además de escribir sola, muchas veces busco compañía. Me encanta escribir en colaboración, sobretodo cuando la compañía es Itziar Pascual.

¿Cuánto hay de tu actriz en tu dramaturgia?
Si no fuese actriz, no escribiría como escribo y mis textos no sonarían como suenan. Mientras escribo suelo leer en voz alta y muchas veces transito las emociones de los personajes. Siempre pongo a prueba mis textos en mi porque tengo la creencia de que si no me funcionan, si no me emocionan, si me trabo al decir una frase, entonces no le funcionarán a otros actores.

¿Escribes los personajes que te gustaría encarnar?
Escribo los personajes que vienen, los que pertenecen a cada historia. Podría encarnarlos a todos, pero creo que hay otras actrices y actores que pueden hacerlo mejor. Las obras que me han montado hasta ahora han tenido elencos estupendos y los actores han hecho crecer mis textos.

Sin embargo, escribí dos textos para hacerlos yo, el primero Anónimas nació de improvisaciones que hice, partiendo de frases que me daba la directora, Julia Varley (Dinamarca- Odin Teatret) y el segundo está todavía en proceso, se llama Lo que no dije y nació de una ponencia que di en la que explicaba por qué era feminista.

No sé responderte a las otras preguntas sobre mis personajes. Sólo te puedo decir que a todos los he querido.

Muchos de tus textos hablan sobre el dolor y la herida y, sin embargo, están llenos de esperanza. ¿Cómo compaginar esa dicotomía?

Creo que, quien ha conocido el dolor, ha conocido también una mayor alegría.
Todas y todos estamos heridos, a todes nos duele algo. Y, pese a ello, podemos ser felices. Todes necesitamos esperanza.

Para hablar de la oscuridad necesito luz. Porque si sólo hay oscuridad, entonces, para qué vivir. Yo estoy convencida de el mundo está lleno de luz.

Sueles mencionar a Juan Mayorga, Itziar Pascual y a José Sanchis Sinisterra como referentes y fuentes de inspiración para tu teatro, ¿cómo han influido en tu escritura?
Adoro a Itziar, a Sanchis y a Juan, los considero mis maestros. Los tres, son personas muy generosas que tuvieron la paciencia necesaria para enseñarme. Además son grandísimos autores y personas muy inteligentes. La verdad es que soy su fan, no podría decir nada malo de ninguno de ellos.

Cuando estudié en la RESAD tuve la inmensa fortuna de tener como tutores a Itziar y a Juan. Ambos me hicieron descubrir muchos autores, me animaron a correr riesgos, me hicieron críticas con infinita delicadeza. A Juan, ahora lo veo muy poco, pero Itziar sigue y seguirá siendo mi maestra. Me gustaría tenerla siempre de tutora (es la mejor lectora y crítica para mis obras) pero ella ya me ha dicho que no, que mejor seguir escribiendo juntas. Como saben los lectores de la revista, por la entrevista que le hicieron en el numero pasado, con Itziar hemos escrito tres obras La Trilogía de las Luciérnagas y ahora estamos terminando la cuarta.

Y Sanchis…, ¿quién no esta enamorada de José? Es un hombre al que siempre es un placer escuchar. Cuando no sé por donde empezar, suelo hacer uno de sus protocolos, o uno de sus ejercicios de pistola en la nuca. Asistí a varios de sus cursos y también me dirigió en dos obras, que eran adaptaciones suyas de cuentos de Cortázar. Tengo muchas ganas de hacer alguno de sus proyectos en el Fronterizo. Lo que ha hecho José en el Nuevo Teatro Fronterizo, con tan pocos apoyos, merece muchísimos aplausos.

He leído que también has escrito una novela: ¡Salta! Cien preguntas y una pequeña revolución, ¿por qué le diste una forma narrativa a ese texto y no teatral? ¿Qué te dice que una pieza puede ser teatro y otras no?
Escribí la novela que necesitaba escribir, quedó finalista en el Premio Fernando Lara, pero nadie quiso publicarla. Escribiendo esa novela entendí que realmente lo único que quería era escribir. Y desde entonces, me he centrado, sobre todo, en la escritura. Escribirla fue todo un aprendizaje.

Respondiendo a tu pregunta, yo no le di forma narrativa, llegó así.

Supongo que todo puede ser teatro. Pero en general el teatro necesita más subtexto que texto, mientras que, en la narrativa, se describe más. Pero no siempre es así, hay novelas que cuentan más con lo que no cuentan y obras de teatro muy narrativas.

¿Qué tipo de teatro te gusta leer (o ver representado)?
Me gusta todo tipo de teatro cuando está bien hecho, cuando me conmueve.
Puedo disfrutar de una obra clásica, de un monólogo fragmentado, de una obra sin texto, me gusta cualquier tipo, siempre que sea honesto y bueno.

¿Para qué escribir teatro hoy?
Yo no sé por qué otros escriben teatro… Yo escribo teatro porque me hace feliz.

Me gustaría que mi escritura provocase instantes de belleza, quiero decir, que provocase que, por un momento, el lector dejase de pensar, que se sorprendiese, que se conmoviese, que se diese cuenta de algo.

Según cuentas, empezaste a estudiar Relaciones Internacionales porque querías cambiar el mundo y, sin embargo, has terminado dedicándote al teatro. ¿Puede el teatro cambiar el mundo?
Escribir teatro es casi inútil, en el teatro no se salvan vidas, ni se apaga un incendio. Pero cuando alguien se refleja en un personaje, o se da cuenta de algo, cuando alguien se pone a llorar en un patio de butacas, o se ríe más de lo que se ha reído en todo el año o descubre que es libre…, entonces, el teatro no resulta tan inútil.

¿Cómo atraer a las nuevas generaciones al teatro?
El teatro debería ser una asignatura obligatoria en el colegio. Los niños y jóvenes deberían poder ir al teatro al menos un par de veces al año.

Has vivido y trabajado en países muy diversos: Japón, Brasil, México, España, Francia… ¿Has tenido que adaptar tu escritura a cada contexto?
No siento que haya adaptado nada, creo que seamos del país donde seamos, todos somos humanos. Lo que si ha sucedido es que mi escritura se ha ido enriqueciendo de palabras y culturas de diferentes países.

En tu faceta como gestora cultural has dirigido festivales como 7 Caminos o A Solas cuyo objetivo fundamental era visibilizar el trabajo de mujeres creadoras. ¿Cómo debería ser una gestión igualitaria de la cultura?
En algún lugar leí que si seguimos avanzando a este ritmo, la igualdad se conseguirá en cien años. Increíble, ¿no? Tenemos que hacer algo, no podemos esperar tanto.

Está probado que hay una desigualdad y que es mayor de la que pensamos.

La mayoría de los hombres y muchas mujeres, son incapaces de ver la desigualdad, porque hemos sido educados así. Porque están, estamos ciegos.

El primer festival de teatro hecho por mujeres que organicé fue el 7 caminos teatrales- Magdalena- en 2011 en México, lo hice después de darme cuenta de que había organizado otro festival y había programado casi sólo hombres. Me enfadé conmigo misma por no conocer a más artistas mujeres y salí a buscarlas, entonces encontré artistas maravillosas. El segundo que hice fue el Festival A Solas en los teatros del canal en 2013.

Creo que una gestión igualitaria pasa por darnos cuenta de que casi todos, si nos dan a elegir, privilegiamos a los hombres de manera automática. Sabiendo eso, deberíamos obligarnos a programar el mismo número de autoras que de autores. Y si hay más autoras está también bien, porque llevamos siglos de desequilibrio.

Recientemente, has sido nombrada directora artística del Festival Tantidhatri en India, ¿qué es lo que más te ilusiona de esta nueva andadura?
Me divierte tu pregunta. En realidad estoy ayudando a Paravathy Baul, que además de ser una artista impresionante a la que admiro, es mi maestra espiritual.

El festival Tantidhatri tendrá lugar del 15 al 20 de enero en Calcuta. En él, hemos programado 16 espectáculos internacionales, 16 nacionales, 4 exposiciones, 3 mesas redondas, 8 clases magistrales y 1 taller. Creo que va a ser un festival impresionante.

Puedes ver información en ekatharakalari.org/tantidhatri/

La dirección artística de Tantidhatri, es mi seva (trabajo desinteresado) y espero que sea de beneficio para otras mujeres. Yo creo que India necesita un festival así, creo que las mujeres necesitamos tener referentes y conocer el trabajo artístico de otras mujeres. Todas las personas de la organización y las artistas están donando su trabajo y los fondos recaudados irán para la educación de las niñas en India.
Próximamente te veremos en Madrid con dos de tus proyectos. El primero es un solo titulado Lo que no te dije que se presentará en el encuentro de feminismos de la RESAD como trabajo en proceso, ¿puedes contarnos un poco más sobre el texto?

En febrero del 2018 Alicia Blas y Ana Contreras me invitaron a participar en el encuentro de Teatro y Feminismos de la RESAD. Me pidieron hablar durante una hora y responder a la pregunta ¿Por qué eres feminista? Preparé una ponencia muy personal, la más personal que he escrito nunca. Muchas de las asistentes, lloraron al escucharme y me hicieron entender que yo no era la única, que nos pasaba a todas. Esa ponencia fue la semilla de la obra Lo que no dije.

Es mi primer solo, en el digo cosas que no había dicho nunca. No quise llamar a un director, porque me apetecía probar una dirección conjunta, todavía lo estamos probando, por ahora el equipo está formado por la video artista Suzon Fuks (Bélgica) , Alicia Blas (Escenógrafa española), James Cunningham (Coreógrafo australiano), y Mohn (Músico francés). Hicimos una residencia en Aviñón de 10 y luego Suzon y yo estuvimos trabajando juntas en Chile por dos semanas. Mostramos el work-in-progress en el Festival Mestiza y la respuesta fue buenísima. Que más… El texto recibió Mención del jurado en el Premio Dolores de Castro de México. Aún tenemos que encontrar financiación para poder terminarlo, pero la parece que la obra quiere vivir, así que la estamos mostrando como trabajo en proceso, después de Madrid estamos invitadas a Argentina y Dinamarca.

Lo que no dije, es un performance multidisciplinar, sobre la violencia y los problemas de género que enfrentan las mujeres desde que nacen, relacionados con su cuerpo, la educación, el abuso sexual, la inseguridad y la obligación social de ser: bonita, calladita, sonriente, productiva y perfecta.

Y en marzo se estrena Moje Holka en el teatro Español, obra escrita en coautoría con Itziar Pascual, ¿recomendarías la escritura a cuatro manos?
Estoy tan ilusionada con el estreno de Mi niña, niña mía en el español. Es la primera vez que uno de mis textos se hace en un teatro grande, con una buena producción.

Estoy realmente feliz de que Natalia Menéndez sea la directora y de que tenga tan buen equipo. También le estoy muy agradecida a Carme Portaceli por habernos acogido en su teatro.

Me siento ilusionada e invito a todos los lectores a ir a ver la obra del 6 de marzo al 7 de abril en el teatro español.

Aquí la info: www.teatroespanol.es/mi-nina-nina-mia-3d

Recomiendo la colectiva. Sobre todo si tu compañera es Itziar Pascual. Trabajar con ella ha sido un viaje maravilloso porque nuestra relación se ha basado en el respeto y el cariño.

A mi me encanta escribir acompañada, creo que cuatro manos y dos cerebros pueden hacer algo mejor que solo uno, pero también creo que es más divertido escribir así que en soledad. También es un buen aprendizaje para el ego, para separarse del texto, porque en el momento en que pasas un borrador a otro y le das permiso a modificación, tienes que estar dispuesto a aceptar los cambios.

¿Qué le dirías a alguien que está empezando a formarse en la escritura dramática?
Que se de permiso a escribir algo malo y que luego lo trabaje.
¿Y a una persona que quiere dedicarse a la interpretación?
Que si puede ser feliz sin actuar, se dedique a otra cosa.

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Crónicas

Eva Redondo

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(c) UNAM (CC BY 4.0) Amaranta Osorio

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Revista de teatro número uno
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®foto: Pierre Rivero Barcelona 2013 Ejemplar 2

CARTOGRAFIAR LA DISPERSIÓN. PRÁCTICAS DE BUTOH EN MADRID Y…

ENSAYOS

CARTOGRAFIAR LA DISPERSIÓN. PRÁCTICAS DE BUTOH EN MADRID Y BARCELONA

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(Primera entrega)

A pesar de que antes de 1980 Ashikawa Yoko y su grupo Butoh-ha Sebi daban funciones esporádicamente en Europa, la presentación de Ohno Kazuo y Sankai Juku en el Festival de Danza de Nancy de ese año constituyó el punto de giro a partir del cual el Butoh salió a la escena internacional creciendo rápidamente en popularidad.

La primera referencia encontrada en prensa que recoge una actuación de Butoh en España refiere la presencia de Kazuo Ohno a finales de los años setenta en Barcelona. En 1987 Francisco García-Muñoz le dedicaba dos páginas de Primer Acto a Admirando la Argentina de un Ohno de ochenta y un años.

Un escenario grande y vacío. Ocupado tan sólo por un bailarín de ochenta y un años. Ver en escena a un bailarín de esa edad, actuando en solitario durante una hora, se convierte probablemente para muchos espectadores en el principal espectáculo. Algo insólito y excepcional. (…)

Su figura vacilante, sintiendo y representando el esfuerzo por dar un paso en escena, por mantener a duras penas el equilibrio y la compostura con un atuendo de gloria pasada a punto de descomponerse, da la impresión de que fuera a desplomarse en el abismo de la edad y del tiempo.

Ya la sola presencia del anciano bailarín travestido en una «gloria pasada», provocaba esta visión mezcla de fascinación y misterio. Es la época en que el Butoh sale de Japón y se disemina por todo el continente europeo. A partir de la década de los ochenta además se registran numerosas y repetidas presentaciones de butoh-kas japoneses discípulos de Hijikata y de Ohno como Yoshida Mitsuo, Iwana Masaki, Ikeda Carlotta o Nakajima Natsu.

Por otro lado, los escenarios españoles de la época echaban en falta la confrontación con espectáculos internacionales que ayudaran a curar, en palabras de Moisés Pérez Coterillo, «el astigmatismo crónico de nuestra escena provinciana». Claro que desde entonces numerosos butoh-kas japoneses se han presentado en escenarios españoles en solitario o en compañías como Dai Rakuda Kan dirigida por Akaji Maro, quienes en años recientes se han presentado dentro del Festival Madrid en Danza.

Pero en sentido general para los artistas españoles el camino hacia el Butoh ha sido variado y responde a necesidades personales de muy diversa naturaleza. Algunos de ellos han estado trabajando fuera de España durante algún tiempo, con maestros japoneses, y luego han regresado incorporando aquello que han aprendido, adaptándolo, como el caso de Andrés Corchero (se formó y trabajó en Japón durante 10 años con Ohno Kazuo y Tanaka Min), Joan Soler (se formó y trabajó en Japón al lado de Ohno Kazuo y su hijo Ohno Yoshito), Sua Urana (se formó con Ohno Kazuo, su hijo Yoshito y Tanaka Min) o Marianela León (se formó en Francia con Masaki Iwana). Por otro lado, numerosos maestros japoneses han visitado ambas ciudades impartiendo talleres y mostrando su manera de entender esta danza, de manera individual por el esfuerzo de los propios interesados o invitados a festivales como el Barcelona en Butoh .

El Butoh se ha convertido desde su dispersión global, en territorio de pasaje entre formas escénicas, modos de pensamiento y de estar en el mundo entre oriente y occidente, y ese puente entre las tradicionales «antípodas» recupera ecosistemas culturales y escénicos imprescindibles en el contexto contemporáneo. Pero además hoy puede considerarse también punto de referencia indispensable al hablar de investigación en torno a lo corporal, ya que las manifestaciones escénicas que pueden agruparse bajo este epíteto en la actualidad, son muy dispares y en algunos casos el nombre Butoh ni aparece ni determina, pues lo fundamental es, en palabras del propio Corchero, encontrar el propio lenguaje.

Más que encontrar un estilo, encontrar un lenguaje, un vocabulario, una manera de entenderse y que tú puedas entender tus propios cambios y cómo eso une universalmente a multitud de personas. Porque lo que sí yo he entendido del Butoh es que es algo que no pertenece es algo que es universal; es como el cuerpo, el cuerpo es una cosa universal que conocemos todos desde pequeños […] Lo que no es universal es aprender una coreografía, repetirla y ya está; lo que está antes de eso es universal; si tú puedes hacer eso repitiendo esa coreografía, estarás en el camino del Butoh aunque la forma sea contemporánea, entre comillas; si no estarás en otro camino.

Cartografiar la dispersión se refiere a descubrir (que no abordar en su totalidad) un quehacer en Madrid y Barcelona en parte sumergido, que por lo general no aparece en las carteleras de programación sino que se mueve por salas pequeñísimas o espacios no convencionales de representación, con el ánimo de extraer algunos motivos esenciales y recuperarlos como parte de la práctica escénica contemporánea vinculada a la investigación y la experimentación.

Este será el primero de una serie de escritos que saldrán en números sucesivos, y que tienen como objetivo fundamental visibilizar un complejo mosaico de fragmentos dispares que son las prácticas de danza butoh en tales ciudades, yendo de un creador a otro, intentando dar luz a la manera que ha tenido de enraizar y desarrollarse en los cuerpos de esta parte del mundo.

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Crónicas

Evelyn Viamonte Borges

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®foto: Pierre Rivero ®foto: Hulki Okan Tabak

®foto: Pierre Rivero Barcelona 2013
®foto: Hulki Okan Tabak

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Revista de teatro número uno
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Nekrassov Crónicas

INTENSAMENTE AZULES

CRÓNICAS DE Teatro de la Abadía

INTENSAMENTE AZULES

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Autor y director: JUAN MAYORGA

Arribé a la Abadía sobre las siete y poco de la tarde, como tenía previsto. El cielo que nos cubría, intensamente azul. Muchas personas congregadas a las puertas para Nekrassov, no tantas todavía para la propuesta de Mayorga. Llegué muy pronto.

El cielo iba recuperando su oscura sensatez, al tiempo que ingresábamos en la sala Jose Luís Alonso. Desde el asiento que me asignaron, fui testigo de la llegada del dramaturgo y académico Juan Mayorga, autor y director de la obra que íbamos a presenciar. Conversó brevemente con el acomodador y echó un vistazo al público. Procuré disimular mi interés, no me pregunten por qué. Conozco a Mayorga, nos presentaron en su momento y me facilitó su teléfono para concertar una entrevista que aún no ha llegado a producirse. Hemos coincidido como espectadores en diferentes espectáculos internacionales. Alguna vez le he saludado y me ha devuelto el saludo, muy amablemente, muy normal, con relativo interés. Esta vez me comporté como si no le conociese, cuando me levanté para facilitarle el paso hasta su asiento. Se sentó en la misma fila que yo, un poco más centrado. Quizá él me recordase, quizá no… A mi derecha se sentó una mujer que parecía un personaje de ficción infiltrado entre el público: enorme en todos los sentidos, muy clown. Hizo como que apagaba el móvil, pero lo dejó encendido, seguramente por desconocimiento del método. Me ofrecí a apagárselo, pero no supe. Por eso sonó ese aparato infernal durante la función, por puñetera ignorancia. Menciono a esta espectadora porque me resultó un contrapunto a lo que sucedía en la escena. Iba algo trastornada, quizá bebida o bajo los efectos de alguna medicación. Tan pronto reía a carcajadas, de una manera franca, naif y contagiosa, como se quedaba dormida. Al final del espectáculo se puso en pie y se hartó de gritar «bravos». El hecho de que una persona en ese estado disfrutase de una función en donde el hilo conductor es filosófico, pone de manifiesto la eficacia del truco empleado para traducir a Schopenhauer, truco en el sentido de fórmula mágica.

Allí estábamos, unos y otros, los iniciados y los salvajes, los pensadores, los hacedores, los que se encogen de hombros y los que cruzan los brazos. La sala repleta, de todo habría y dentro de cada cual habría de todo. El caso es que Cesar Sarachu abrió un baúl y captó nuestra atención durante una hora y cuarto. ¡Con qué poco elemento añadido y con cuánto puesto de su parte nos condujo este estupendo actor por esa historia ridícula y fascinante de Mayorga con la que nos identificábamos sin saber muy bien ni por qué ni cómo! ¿Y si nuestra opinión sobre el mundo estuviese sujeta a la mirada, según el enfoque y el filtro, radicalmente distinta? ¿Y si esa mirada sobre la realidad cambiase radicalmente con tan solo interponer un filtro de un color diferente, entre nuestra percepción y el mundo? Probablemente nuestra actitud ante las personas y los acontecimientos se vería modificada, y también la actitud de los demás al relacionarse o no con nosotros. Una vez más la perspectiva como clave, pero en clave de humor. Hay que hacer lo necesario para lograr mejorar nuestra visión de los acontecimientos, para poder valorar así lo que ocurre en nuestro entorno, incluso más allá, hasta donde alcance la imaginación, ilustrada a base de sabiduría específica. En un momento del texto escribe Mayorga: «No era cómodo, pero sabía por dónde iba». Voluntad de acción. ¿Libre determinación absoluta o condicionada por un suceso fortuito? Se le rompieron las gafas y se vio obligado o se le ocurrió a utilizar otras supuestamente apropiadas para las profundidades, para sumergirse en un medio distinto al habitual.

«Somos el inconsciente de ese que se nos aparece en el sueño», nos sugiere más adelante Mayorga por boca de Sarachu. O dicho de otro modo: son los sueños los que dirigen nuestros pasos. El texto y su puesta en escena tienen mucho de onírico: la música de Jordi Francés, la escenografía de Alejandro Andújar y la iluminación de Cornejo; la historia en sí, con su advertencia sobre el advenimiento del diluvio. Todo es susceptible de suceder, pero si no lo veo no lo creo, o sí, depende del filtro, de la graduación y del color que se interpone entre mi mirada y el suceso a observar. Si el filtro es la imaginación (ese medio aéreo), alcanzaremos orillas extremas, pero es sano llevar contrapeso al iniciar el viaje, para tener control sobre el cuándo y el cómo del imprescindible aterrizaje.

Ningún filtro te salva de la confrontación en tierra firme, recién salido de entre las aguas, como un salmón que se desvía un ápice al dar el salto contracorriente. Hay que luchar por las identidades; «ser» no es tan sencillo, se puede «no ser», ya lo dijo Hamlet, ya lo vivió el Quijote… No siempre se cuenta con el apoyo de los seres queridos, los afectos pueden darnos la espalda o como mínimo avergonzarse francamente de nuestra apariencia y nuestro discurso. Nadie dijo que fuese fácil, solo interesante, intenso. Aquel que mira distinto puede despertar sospechas, suponer una amenaza… Pero también hay gente dispuesta a unirse a las causas perdidas, incluso si nadie se lo pide: “Voy a defender su derecho a conducir su vida como guste, aunque me cueste la mía” Pero no cualquiera nos sirve, ni siquiera para intercambiar impresiones: «Quien quiera entenderlo, lo entenderá inmediatamente. A quien no lo entienda, de nada servirá darle explicaciones.» El peligro de la ciencia, las supuestas certezas que pueden poner al mundo entero en peligro. El poder en manos de unos privilegiados, la capacidad de decidir, por ejemplo, que nuestra especie se extinga o de salvarla. La frivolidad en las altas esferas, entre los que mandan con la complicidad de los medios de información, la censura pura y dura… Las transformaciones en superficie, fuera del medio natural, alejados del fondo de los asuntos, de la naturaleza de los seres. Las apariencias, que engañan a quien lo admite. Contra el inmovilismo o el dejarse arrastrar por las corrientes, el pensamiento que cambia de dirección, que gira sobre sí mismo y avanza en dirección opuesta a la fuerza del agua que se despeña.

El sentimiento de pertenencia es una necesidad innata, imprescindible de atender en aras de nuestro equilibrio y de nuestro desarrollo como individuos. Somos interdependientes, hay que abrirse al mundo, pese a los impedimentos de la burocracia cerrando fronteras. Por nuestra propia supervivencia, por la mejora de nuestra vida en común, por nuestro propio futuro y el de las generaciones que nos persiguen, es importante transmitir conocimiento. Para aprender matemáticas de un modo útil, hay que ser poseedor de una base filosófica. Habría que educar a las nuevas generaciones procurando que desarrollen su capacidad de cuestionarse asuntos de diversa índole, que sientan la necesidad y la obligación de reflexionar sobre ellos, que se capaciten a través del ejercicio del libre pensamiento para tomar decisiones con respecto a su propia vida y al impacto que esas decisiones causen en la sociedad, que se sientan preparados para asumir los compromisos que dicha sociedad les demande o que ellos mismos generen con el ánimo de mejorarla. “(…) el silencio tiene consecuencias”.

«El orden de las palabras es esencial», escribe Mayorga. No es tarea baladí el procurar ajustar las palabras lo máximo posible al pensamiento que se pretende expresar. Componer el discurso consciente de que el lenguaje tiene una estructura lógica y, a la vez, una fuga poética que lo invita a trascender el mensaje implícito. Considero que la ironía le ha servido al autor y director para abrir conciencias. «Nadie puede ser como es, pero tampoco puede ser otra cosa. Nadie puede retroceder de su propio cuerpo.» Utilizando la llave del humor, nos ha metido entre pecho y espalda una disquisición filosófica con mucha enjundia. La ingenuidad, sin embargo, es el contrapunto, la fuga, lo conmovedor, lo trascendente, la esencia… «No podemos conocer el mundo porque lo conduce una voluntad ciega de la que formamos parte (…) Pero se puede leer a Schopenhauer y tomar helado de fresa» Todo es representación. «Para Calderón, el sueño no es lo opuesto a la vigilia, sino una esfera que la envuelve» «Pues peor me lo pones»- ha sido la respuesta-

El texto es una maravilla, representado magistralmente por César Sarachu, o leído directamente. Ambos ejercicios consecutivos, sería lo idóneo… Por si aún no se ha notado, hago costar que he intentado inmiscuirme en voluntades ajenas a través de esta crónica: Vayan y vean, consigan el libro y lean.

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Por MJ Cortés Robles

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JUAN MAYORGA
INTENSAMENTE AZULES

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Adaptación de Luces de Bohemia, de VALLE INCLÁN Crónicas

VALLE INTRAP

CRÓNICAS DE Nave 73

VALLE INTRAP

(Adaptación de Luces de Bohemia, de VALLE INCLÁN)

Versión y dirección: KEES HARMSEN

Embarcamos en Nave 73. Nada más ingresar se acercó a sobornarnos con caramelos una azafata atípica. Vestía una sonrisa de anuncio y media bata de cola. Se proponía tal vez endulzarnos el trago cotidiano de una tarde de teatro cualquiera, o quizá simplemente advertirnos de que el menú de a bordo tenía un punto amargo, de que se pronosticaban turbulencias.

Así es cómo se podría intentar definir el montaje de este Valle Inclán que Kees Harmsen ha versionado y dirigido con irreverencia retadora: un viaje alucinatorio, con sentido pleno de espectáculo, fruto de su pasión por este oficio. La puesta en escena, futurista, pero repleta de guiños a esta vida en común que consumimos como si no hubiera un mañana, a este libre mercado que nos fagocita.

Un carro de supermercado, era el vehículo con el que Latino conducía la ceguera de la máxima estrella fugaz de entre los intelectuales. Este embaucador sin disimulos, despojado del “Don” como el que se despioja y descansa, rumiaba las sobras de algún contenedor con la boca abierta, desencajada, sin acabar de deglutirlos, como si su hambre fuese tan voraz que prefiriese retener así lo poco conseguido, hasta sacarle todo el jugo. Bajo este aspecto de indigente simpático al que se repudia, se esconde un actor de talento, Mateu Bosh, que hizo las delicias de los que nos atrincherábamos entre el graderío de butacas, con sus continuos asaltos a la cuarta pared, invitándonos a superarla y a caer del otro lado, o a derribarla de una vez por todas. Su comunicación directa con el público resultó ingenua en su forma, pero perspicaz en cuanto a sus motivaciones, brillante en sus consecuencias. Dinamizó la función. Consiguió que nos percatáramos de hasta qué punto era uno de los nuestros, de que nadie está exento de tener que dormir a la intemperie ni de tener que buscarse la vida como sea, de que mandan las circunstancias siempre, de que sobre estas mandan las fluctuaciones del mercado, y de que, como se rumorea, en estos tiempos de ahora, el verdadero poder lo tienen los algoritmos. Se nos antojaba entrañable este Latino, incluso en su desapego, en su interesada búsqueda de sustento, un atisbo de humanidad que nada tiene que ver con la falacia del ideal cristiano. Queda grabado en mi imaginario un momento del montaje tan real como desolador: el cadáver aún caliente de un poeta fracasado sobre el regazo de quien inmediatamente va a despojarle de lo que de valor lleve encima. Herencias… ¿Quién tira la primera piedra? Acudimos a la carroña, como los buitres. Y, antes, abandonamos en los márgenes a los improductivos, a los lisiados, nos alejamos de puntillas, como Judas, vendiendo al muerto por cuatro euros. Así nos vimos reflejados en Latino, en su abandono sórdido, saciado y aburrido incluso del sexo, con la actitud alienada de quien se sienta frente al televisor a la misma hora, día tras día, sin faltar uno.

Como un perro que encontramos abandonado en la calle y nos persigue primero con fijeza, quizá en busca de algún hueso, de nuestro esqueleto entero y de nuestra carne, que nos inicia más adelante en el vicio de las caricias, en la necesidad de presencia y de escucha silenciosa; así establece Latino el vínculo con Max Estrella: es guía de su perdición y sucedáneo de consuelo, mortal, como la droga dura. Max lo sabe en su fuero interno, lo vislumbra, aunque no cuente con certezas. Pero el maestro es también una carga para Latino, vive ajeno a la realidad, sujeto de su enajenación literaria, supurando metáforas por la herida abierta del fracaso, olvidado pero incapaz de olvidar. Su estrella se ha hundido en el fango. Ahora retoza en él, tras las huellas de Latino, cometiendo genialidades o atrocidades por igual, sin acumular ya nada en su conciencia, solo ocupada por las quejas, por desesperados deseos de reconocimiento social, de galardones. Brilla entre el lodo, aunque no siempre; a veces, arde entre los muslos de una niña en busca del desahogo que no encuentra en su familia. Su abnegada mujer, le aburre; su hija, histérica, le provoca escalofríos; ambas víctimas y verdugos, mitad por mitad, responsables de su propia desgracia y consecuencias de la de Max Estrella.

Nada es lo que parece, tampoco el suelo pulido que se alza de pronto en vertical como propuesta escenográfica de Javier Carramiñana, devolviéndonos imágenes vivas que bombardean a los presentes desde algún lado oculto y oscuro… Pura campaña publicitaria, artificio, distorsión, engaño. Como la pose de los Modernistas, aparentando un conocimiento especial, cuando seguramente no saben más de lo que sabe cualquiera. El capitalismo sobrevive precisamente así a las crisis, con subterfugios, a base de políticas de austeridad para el ciudadano. No sabemos el hasta cuándo de esta supervivencia. Ahora los cálculos los hacen las máquinas, deberíamos vigilarlas de cerca. El sistema pierde aceite, chirría, aunque parezca que funciona. Seguimos creyendo en esa idea de progreso trasnochada que considera el constante crecimiento económico como algo positivo, pero existe un límite. Cuando no se materializa ese crecimiento, entramos en pánico. La perspectiva del esperpento nos la dan los inadaptados, los marginados. Son grietas en la superficie brillante, como si la luz se quebrase al chocar contra ella. Si se mira más de cerca, se puede comprobar que la hendidura es honda, que llega hasta el corazón del modelo.

No quiero dejar de mencionar lo hiperbólico de esta versión de Luces de Bohemia que ha venido a llamarse Valle Intrap. Es maravillosa la escena del concierto-recital. Mario Alonso está sublime como rapsoda, como cantante, o como poeta metido en un charco, como quiera que se le llame a este roll que cumple en semejante oficio por mí desconocido. Además de poseer una gran presencia escénica, con esa mirada tuneada de ojos blanquecinos, con las rodillas transformadas en muñones, resulta verídico y carismático, yo compraría sus discos. El resto de la comparsa, también convence, incluido el sonido que acompaña y que corre a cargo de Albers Mayo. Destacar en esto lo laborioso de componer letras tan cargadas de significado y tan encajadas en el ritmo. Resaltar igualmente el contenido sociopolítico de actualidad que se incluye en esta versión del texto de Valle, que no desentona en absoluto con el original, todo lo contrario, que lo actualiza, le rinde un homenaje, lo ensalza. No voy a desvelar temas concretos, no tengo intención de destriparla, vayan a verla.

Subrayar igualmente la ironía implícita a lo largo de la obra, que llega a su máxima expresión en la escena en la que Susana Álvarez representa al cuarto poder, a la capacidad de los medios informativos para erigirse como verdad absoluta, posibilidad siempre castrante, censora. Las disquisiciones engoladas e ininteligibles de su discurso parecían no acabar de decir nada concreto, no tener fin, acciones ambas muy simbólicas.

Y por último, centrarme en lo que, según mi criterio es el corazón de la obra. Me refiero a la escena del encarcelamiento del poeta, cuando coincide con un obrero revolucionario también encarcelado; la conversación que surge entre ellos, reveladora, noble, digna y elocuente; la comunión, el abrazo fraterno entre dos seres inteligentes y sensibles privados de libertad, ambos ciegos, ya sea por tara física o por ansia de justicia. Dos caras de una misma moneda que se funden en un abrazo fraterno justo antes del final, de la muerte, la única certeza.

Ni siquiera después de muerto pueden rebajarle a Max Estrella su orgullo y su soberbia. Resulta ridículo y obsceno, pero fascinante: «Vivito y coleando», podríamos decir… Aunque eso de la resurrección sea ya una historia antigua…

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Por MJ Cortés Robles

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David Palazón

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LOS AÑOS DE LA FERTILIDAD

CRÓNICAS DEL Centro internacional de Artes Vivas NAVES MATADERO

LOS AÑOS DE LA FERTILIDAD

Por Evelyn Viamonte Borges

Acercarme a Naves Matadero para ver una propuesta escénica fruto de un proceso de investigación es un gusto preñado de grandes sorpresas. Investigar en artes escénicas abarca siempre una cuestión esencial que no se formula en alta voz, pero que subyace como especie de telón de fondo, pregunta ontológica que nunca cesa pues no haya su respuesta en lugar alguno (verbigracia en montaje alguno). Es una cuestión necesaria porque reivindica la propia necesidad de hacer teatro hoy, y cada día. Eso lo tiene claro Emilio Rivas, a cargo de quien ha estado la dirección de esta particular reflexión escénica, muy cercana a la autoficción.

Descubro en el programa de mano al menos tres grandes bloques temáticos que vertebran la investigación. El primero gira en torno al acto de procrear mirado desde un punto de vista filosófico y político, que arroja así interesantes cuestiones, tanto prácticas como metafóricas. «Fertilidad es una palabra importante» dice Emilio en el programa, «enmarca un período y una posibilidad». A partir de estas primeras reflexiones en torno a la decisión de tener un hijo y sus consecuencias, se comienza a desvelar todo el entramado de pensamientos del autor-personaje, y una cosa lleva a la otra. Del acto de procrear como gesto político al contexto de una España que parece apretar el cuello de los artistas, esos últimos disidentes en este mundo globalizado donde «salir al escenario es un acto de resistencia». Porque procrear es también definir una manera de estar en el mundo, una forma de posicionarnos política y filosóficamente. Pero Emilio quería «hacer teatro desde la alegría» y estos pensamientos que le acechan no le dejan mucho espacio; para ser feliz hay que estar satisfecho, Emilio, y tú querías «conquistar el mundo para una vez conquistado hacerlo un mejor lugar». ¿Cómo lo hacemos?

Me encuentro en el calor de la sala ante un discurso inteligente, con grandes contradicciones insolubles, grandes preguntas que no tienen una respuesta únicamente sino que obligan a quien las hace a elegir, y elegir es siempre desestimar una alternativa que pudo ser mejor, es estar siempre al borde de una encrucijada.

Por momentos la sala se llena de risas, algunas nerviosas, casi siempre cómplices, como si confraternizáramos desde nuestros asientos.

Y he aquí que llegamos al tercer gran bloque de ideas que como una cascada se han desparramado por la sala oscura llena de espectadores atentísimos que asistimos al teatro. Asistir en su doble acepción: porque el público está allí, asiste, y porque ayuda a que el acto tenga lugar. Siempre se comparte algo importante cuando asistimos a un acto escénico. Y es que en Los años de la fertilidad la investigación parece plantearse también la pregunta ontológica sobre el quehacer teatral y su función sagrada como «algo que aún no hemos perdido», explica Emilio en el programa de mano.

Veo esta propuesta como un acto escénico en el sentido de una acción que se lleva a cabo sobre la escena, de una reflexión escenificada y compartida; hay una intención de puesta en escena que abiertamente apuesta por la simplicidad y la desnudez; tanto por la sencillez de los recursos escénicos como por el trabajo actoral que transforma cuerpos en arquetipos para devolverlos otra vez al estado de cuerpos, despojados de la máscara personaje, cuerpos diegéticos, cercanos. El uso reiterado de proyecciones, tanto de imágenes como de textos, y esa voz en off que nos participa de los pensamientos más íntimos del autor-personaje generan y propician también ese espacio abierto y reflexivo.

Para hacer la crónica de mi vivencia aquella noche fría en el calor y la oscuridad de la sala he necesitado profundizar en algunos temas que me atrajeron de esta propuesta y que luego han seguido dando vueltas en mí como puertas posibles. Cuando el teatro se convierte en una posibilidad de cuestionamiento de todo lo asumido, de todo lo social y políticamente correcto, cuando al dejar la oscuridad de la sala te atrapa el deseo de caminar sola, de irte pensando en lo que te han dejado, como quien vuelve la mirada una vez más sobre lo ya visto y lo descubre de otro modo, entonces el teatro se vuelve necesario, cada vez más necesario. Rescoldos crepitan aún en el fuego del hogar. Gracias mil.

fertilidad revista teatro

Crónicas

Por Evelyn Viamonte Borges

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Foto Mario Zamora / Ximena y Sergio

La Ofrenda (c) Ximena y Sergio
Evelyn Viamonte Borges
Los años de la fertilidad
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BARRO Crónicas

BARRO. MAPA DE LAS RUINAS DE EUROPA I

CRÓNICAS DE Teatros del Canal

BARRO. MAPA DE LAS RUINAS DE EUROPA l

En esta ocasión, no fui yo quien asistió a la función para la que solicité acreditaciones. En mi lugar acudió a la cita un matrimonio de jóvenes actores acompañado de sus dos perros guías. Nadie de los Teatros del Canal estaba avisado de que iban a tener a dos espectadores extra tumbados bajo sendas butacas de la primera fila. Helia y Tonka, son los nombres de esas dos criaturas nobles que guiaban, de esos dos hocicos privilegiados.

No hay por qué avisar, debería ser lo más normal del mundo que dos personas invidentes asistiesen a un espectáculo acompañadas de sus perros. De hecho, Lola Robles y su marido, Miguel Escabias, van mucho al teatro. Me contaron después que el trato que les dispensaron en la Sala Negra de Teatros del Canal fue exquisito, que fueron sumamente amables con ellos, con los cuatro, que quien atendió sus necesidades de acceso las atendió como si fuesen necesidades propias, preocupándose sinceramente, celebrando las condiciones adecuadas del servicio que les ofrecían como si las fuesen a disfrutar personalmente. Me lo comentaba Lola, satisfecha y alegre, en un audio de diez minutos de duración que me enviaron ella y Miguel.

Escuché a Lola emocionarse a través de ese audio en varias ocasiones. Se disculpaba, una de las veces, preocupada quizá de que esa emoción empañase su explicación de la experiencia artística disfrutada. Todo lo contrario, me fue muy útil su emoción, fue por empatía que mi imaginación consiguió ponerse en marcha y esforzarse en recrear una experiencia que me era ajena. Yo tampoco había visto, más aún, no había presenciado siquiera, no había sido testigo, solo tenía a mi disposición el relato de Lola y de Miguel, ese era el material para escribir mi crónica.

Adquiere sentido aquello que somos capaces de imaginar. En la actualidad, nos organizamos en sociedades complejas basadas en el flujo de información, en datos que se almacenan en las memorias o se fugan, que se transfieren de forma vertiginosa. Somos vasos comunicantes que se vacían y se rellenan de forma sucesiva y constante, intercambiamos experiencias de vida a través de diversos medios, pero en todos ellos debería ejercer su influjo la imaginación. Hasta el habla se ha adquirido imaginando. Me pregunto si no tendríamos que regresar al silencio y a la pausa… Quizá un teatro es un templo, definitivamente.

Como iba diciendo antes de filosofar, mis cuatro enviados especiales presenciaron el espectáculo de La Joven Compañía que yo misma les había seleccionado: Barro. Mapa de las Ruinas de Europa, dirigida por José Luís Arellano García. Al no contar con aparato de audiodescripción, mientras que esperaban el inicio de la función solicitaron información a quienes tenían al lado. Lola no se quejaba de esta circunstancia, de esta falta de apoyo logístico, argumentando que si la interpretación de los actores es de calidad, «se enteran de todo». Aunque temió perder el hilo cuando se percató de la multitud de actores que invadió el escenario. Sus palabras exactas, sin embargo, fueron: “¡A mí me ha gustado tanto, lo han interpretado tan bien… no me he perdido en ningún momento!”

Para Miguel la obra fue «magnífica, con un ritmo vertiginoso, y no se hizo larga». Estaba de acuerdo con Lola en cuanto al dinamismo del montaje: «siendo un drama, no prescinde de golpes de humor». Me resumió el argumento: «cómo la guerra es capaz de cambiar radicalmente la vida de un grupo de jóvenes que se ven involucrados en ella por imperativos patrióticos, familiares, por cuestiones de honor…».

Lola se maravillaba del silencio que hubo en la sala durante la representación: «Como no veo… parecía que estaba sola…» – Me explicaba- «Los actores tenían muy buena energía. Se me saltaban las lágrimas al comprender lo importante que es el amor en la vida. Tantos sueños truncados por la guerra…» Mencionaba que el tema del Arte late así a lo largo de la obra, como sueño truncado, como un motor vital oculto y añorado, como trasformador positivo de conflictos.

En cuanto a la escenografía creen que había «unos generadores de viento o unos ventiladores al fondo del escenario». Si bien es cierto que uno de los espectadores a los que preguntaron le describió a Miguel lo que veía en escena, no mencionó los ventiladores. Lola y Miguel supieron de su existencia porque un viento que soplaba desde esa dirección les vino a advertir del hecho, pero dudaban de si los ventiladores estaban escondidos o a la vista del público. Comentaban lo curioso de ser invidentes y de «enterarse de todo»; cuando, por el contrario, ese espectador al que consultaron, el que supuestamente contaba con una visión completa de la realidad, no alcanzó a comprender el significado o la utilidad de lo que veía en el escenario, e incluso confundió o perdió algún dato con respecto al argumento. Fue precisamente «aquel que puede ver» el menos capaz de captarlo todo. A este respecto, se me ocurre un verbo: «vislumbrar», pero habría que ver a quien se le adjudica…. Yo lo tengo claro; quien me lea, quizá dude…

Por su parte, Helia y Tonka permanecieron tranquilos junto a sus compañeros de vida, incluso pese al ruido de los disparos. Quizás los perros vean mucho más allá de lo que los humanos podamos imaginar, ya que son la consagración en carne y hueso de la palabra «lealtad».

Doy por finalizada esta crónica inusual, con la esperanza de haber puesto la riqueza de la diversidad de manifiesto.

Elenco

Alejandro Chaparro, José Cobertera, Víctor de la Fuente, Jota Haya, Samy Khalil
Álvaro Quintana, María Romero, Mateo Rubistein, María Valero, Cristina Varona

Dirección: José Luis Arellano García
Iluminación: Paloma Parra / Escenografía y vestuario: Silvia de Marta
Movimiento escénico: Andoni Larrabeiti / Caracterización: Sara Álvarez
Videoescena: Elvira Ruiz Zurita

RUINAS DE EUROPA
CRÓNICA DEL Teatro del canal

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

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Foto David Ruan

BARRO
MAPA
Autores: NANDO LÓPEZ y GUILEM CLUA

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Por Evelyn Viamonte Borges Crónicas

HAY CUERPOS QUE (NO) SE OLVIDAN

Cuarta Pared

HAY CUERPOS QUE (NO) SE OLVIDAN

Me llamó la atención aquella frase con la que anunciaba Raquel Madrid esta obra: “Tengo cuarenta años y decidí hacer realmente lo que me diera la gana y olvidar todo lo que se supone que hay que hacer”; tal vez por empatía, por haberme encontrado en situación similar en algún momento de mi vida artística, acercarme a La Cuarta Pared para ver esta propuesta durante el Festival Essencia fue una decisión inmediata. Antes de entrar me leí el programa de mano y otra cuestión despertó aún más mi curiosidad: un subtítulo rezaba “ciclo creadoras y autoficción”. Como género literario y teatral, la autoficción, me interesa desde que vi las excelentes propuestas de Sergio Blanco hace ya algunos años, pero ahora en una obra de danza-teatro o teatro físico, mi interés era si cabe aún mayor. ¿Cómo se trasladaría esto al trabajo corporal? Era sin duda en extremo atrayente.

Un altar en medio, viejas alfombras, un micrófono, y ella vestida de negro en un extremo muy cerca del público. Así se presenta el espacio. Raquel Madrid comienza a moverse, a desenvolver una acción desde la cotidianeidad a la danza, y ya no la abandonamos más. Hay cuerpos que se olvidan sumerge al espectador en un relato discontinuo en torno a una supuesta muerte; quién o qué es eso que da eje a la dramaturgia se nos va revelando a partir de las acciones y los textos de la actriz/bailarina, que sin contar nada nos hace partícipes de sus procesos. La pieza se estructura según los mismos estados por los que pasó su creadora mientras trabajaba en soledad el material escénico posible, es decir: negación, negociación, depresión, ira y aceptación. Desde el principio conocemos por donde vamos a ser llevados, dónde comienza cada fase y donde se da paso a la siguiente. Cada fase cumple un ciclo que nace con la muerte de la anterior y muere al dar a luz a la siguiente.

Hay cuerpos que se olvidan lo he vivido en cierta medida como un encuentro con colegas para hablar de nuestro oficio teatral, para contarnos y comprobar que hemos sentido en este o aquel momento algo muy similar, un encuentro donde el mismo oficio participa y con el que discutimos apasionadamente de todo lo no dicho, lo que se sobreentiende y sobre lo que no vale la pena argüir pero que nos limpia y nos deja a cero, a punto, para comenzar otro día en una difícil relación.

Otra pregunta me rondaba también después de verla, momentos antes del encuentro del público con Raquel: ¿por qué el título? Todo el espacio-tiempo de la obra rememora, alumbra y comparte el relato real de su creadora con el público, aunque en el contexto de un hecho irreal y metafórico, es decir, la muerte de una “profesión amada”, en palabras de Raquel; el relato es real, porque la reflexión y la emoción que nos comparte forman parte de su historia personal, porque el duelo fluye también desde su propia vivencia y su manera de afrontar el oficio. Duelo íntimo que no requiere lágrimas ni lloros, sino la entereza de los nacimientos conscientes de todo cuanto ha sido preciso dejar atrás. Y esto no es simple material de donde surge la obra, sino materia dramática en sí.

Más que “cuerpos que se olvidan”, he visto “cuerpos que se recuerdan” y perduran, sedimentos, capas y capas de memoria y esfuerzo, de trabajo y poesía, de un discurso corporal que se piensa y se reinventa en cada nuevo nacimiento. Porque hay cuerpos que no se olvidan.

Idea y autoría: Raquel Madrid y José Francisco Ortuño
Coodirección: Charo Sojo
Texto y Dramaturgia: José Francisco Ortuño
Coreografía: Raquel Madrid
Música: Sleepy James, Ramiro Souto, varios
Iluminación: Diego Cousido
Sonido: Tony Gutiérrez
Grabación música en Happy Place Records
Fotografía: José Toro
Escenografía, Producción y Vestuario: 2proposiciones y Anabel Rueda
Comunicación: Gloria Díaz Escalera

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Por Evelyn Viamonte Borges

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© Raquel Madrid

Tengo cuarenta años
Por Evelyn Viamonte Borges
HAY CUERPOS QUE (NO) SE OLVIDAN

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Hermanas-Bárbara-e-Irene---Teatro Kamikaze ©Gorka Postigo Crónicas

HERMANAS

CRÓNICAS DEL Pavón Teatro Kamikaze

HERMANAS

(BÁRBARA E IRENE)

De PASCAL RAMBERT

SSalgo del  Pavón Teatro Kamikaze. Acabo de asistir a un combate a muerte entre Hermanas. Bárbara e Irene. ¿Por qué me siento como si me hubiesen dado a mí una paliza? De camino hacia el metro intento controlar el desajuste emocional que me ha provocado la función. Me asaltan anuncios publicitarios, ya en los túneles: una boca desencajada junto a la palabra “velocidad”, unas monedas incrustadas en hielo… Al salir del vagón, la mujer que se cruza conmigo en sentido contrario, comenta en alto: “yo no soy feliz”. Giro mi cabeza para mirarla, pero se cierran tras ella las puertas, el tren inicia su marcha, cada cual sigue su camino. Todo alrededor tiene un matiz extraño.

Sé que una función es genial cuando me afecta hasta el punto de cambiar mi percepción de la realidad, dure lo que dure tamaña reacción -eso ya depende de mí, de sostener y manejar adecuadamente lo que me genera el ARTE-. Mayúsculas. Escribiría este texto con mayúsculas de principio a fin… Tendría que hacerlo, eliminar los signos de puntación, al estilo de Rambert, insuflar de algún modo vida a estas palabras que abandono aquí como a cadáveres sepultados bajo capas y capas de acepciones, esqueletos de algo que alguien dijo antes… No cabe en un texto la función de Hermanas, ni siquiera en el que Rambert ha escrito para mujeres concretas: dos actrices españolas y dos actrices francesas. Solo es posible encarnar esta obra, donar la propia médula para armarla, cubrir de carne y de sangre su estructura, abrir las compuertas del subconsciente para dejarla fluir con lo allí acumulado, hacer hueco en ese interior incierto que nos constituye para que quepa más vida. Esta experiencia artística rebosa en los límites. ¿Cómo nombrarlo? Es como si lo no dicho pudiera enlazarse a lo pronunciado en una concatenación infinita, como si se le pudiesen ver las entrañas a los diálogos. Igual le pasa a la puesta en escena: se le ven los cables, las altas escaleras de tijera, la desnudez negra de las paredes, la diversidad de sillas apiladas que amenazan con distribuirse y así ocupar un espacio iluminado violentamente por fluorescentes que se suspenden de un techo inalcanzable. En rincones estratégicos, lo imprescindible para hidratar los cuerpos. En esa inmensidad irrumpen dos actrices de entre el público, dos de nuestras semejantes esgrimen su voz sin pedirnos permiso, sin aviso previo.

Nos enganchan como a peces extasiados bajo la luz de un sol intenso, picamos el anzuelo y nos quedamos colgando de nuestra mordida al cebo, sacudiéndonos violentamente en el aire, boqueando, fuera de nuestro medio habitual, sin poder deshacernos del alimento que nos hiere. ¿Cuánto puede durar este goce insufrible? Estas dos atletas del verbo se desatan sobre el escenario, poderosas, salvajes, eléctricas, abiertas, heridas, violentas. Imanes que se resisten al destino de su abrazo, que se repelen para eludir un choque rotundo que les haga trizas. Pausas profundas para tomar aliento, para acusar lo acometido y encajado en el recogimiento del silencio, para retrasar darlo todo, para evitar el final, que no es otro que la muerte. Su fragilidad es distinta e intermitente, una más obvia, la otra parapetada en lo oculto. Resistencia al vacío, supervivencia. Ahora voy a pronunciarlo: ¡y, pese a todo, tanto AMOR!

La función es compleja, sin embargo. El argumento está, es un hilo que pretende conducir el contenido del discurso, de lo que importa -no quiero decir “de la temática”-. Digo “pretende” porque el efecto que cause dicho contenido resulta un suceso incontrolable; no depende únicamente de las actrices en juego, sino también del grado de implicación de quien observa cómodamente desde su butaca, desde su momento vital, desde su punto de evolución, desde su naturaleza: la identificación se produce de alguna forma misteriosa, ajena a las pesquisas intelectuales pertinentes. Creo que tiene que ver con lo vertiginoso de los discursos, con la energía aplicada al ser lanzados o al recibirlos, con la búsqueda comprometida de la verdad, con lo POÉTICO. La musicalidad del lenguaje puede ser tenida en cuenta o no a la hora de crear, pero está presente siempre. Creo que Rambert es plenamente consciente de esto y que lo aprovecha. En lugar de permitir que el raciocinio le frene y elevarse así sobre la realidad tomando perspectiva, se sumerge en el devenir del pensamiento por entero, sale a tomar aire de vez en cuando y vuelve a zambullirse. Lo mismo les pide a las actrices, esta carrera de delfines en un océano embravecido en donde todo lo humano flota, se sumerge, permanece. Es así que el espectador se deja arrastrar por el envite de cada ola, se empapa de aguasal, consigue estremecerse.

La historia de vida común de estas dos hermanas se bifurca, pero ambas han sido mecidas por las mismas voces en la cuna, han sido movilizadas a una danza común cual siamesas, a encuentros que se suceden en un tiempo imaginario, ya que solo les es útil la certeza compartida en el instante efímero. Naufragan, se hunden en la fugacidad de la vida ya vivida, llevan tatuada en la memoria la estela de otros seres queridos a los que sobreviven, a los que resucitan en sus recuerdos, descubierta la falacia del tiempo transcurrido. La realidad les resulta un prisma con muchas caras, imposible de abarcar por entero, con aristas que les hieren. De su capacidad para comunicarse depende que completen el puzzle, de su esfuerzo en buscar sentido, de su voluntad por continuar luchando. La relación entre las hermanas es un nido de conflictos que parecen irresolubles. Cada una se ha enfrentado al mundo desde su lugar y con sus armas, la desigualdad entrambas ha sido patente, el desequilibrio de los privilegios heredados o conseguidos. Algo les falta que de la otra depende, van en su busca, necesitan completarse. Es imposible en soledad, al menos improbable.

La puesta en escena, al igual que el texto, tiene la dimensión estructural del “teatro dentro del teatro”: También sobre el escenario se espera a un público diverso, representado por sillas vacías de colores distintos. Estos otros que se esperan, somos nosotros mismos que ya hemos llegado y serán otros que vendrán, y, si lo extrapolamos al mundo, generaciones sucesivas a las que no conoceremos. Las hermanas discuten fervientemente sobre lo que signifique entrar en acción, mojarse, comprometerse en la transformación positiva de la sociedad. Se pone en tela de juicio el plano intelectual y, al mismo tiempo, se pone de manifiesto que el filtro y el motor desde el privilegio es el intelecto, siempre que el discurso mueva a la acción, al cuerpo a cuerpo. Si no, de nada sirven palabras.

Lo anecdótico y particular ya digo que nos toca y nos trastoca en algún lugar sensible. ¿No será que Rambert tiene un mensaje que ofrecernos, como ejemplar de nuestra especie y, por ende, individuo con talento? Puede que estas de las hermanas sean las mismas dinámicas controvertidas con las que el mundo se maneja, que la HERMANDAD a la que se refiere sea algo más grande que un parentesco adjudicado entre personajes en un argumento, que pretenda además hacer un llamamiento…

Durante la función, hay un momento en el que Bárbara Lennie grita: ¡DESPERTAD!

Más adelante, Irene Escolar replica: “Tal vez deberíamos MIRARNOS más A LOS OJOS y CALLARNOS”.

Hermanas

Ficha artística

Texto, dirección y espacio escénico: Pascal Rambert

Traducción y adaptación : Coto Adánez

Intérpretes: Irene Escolar y Bárbara Lennie

Dirección de producción: Jordi Buxó y Aitor Tejada

Producción ejecutiva: Pablo Ramos Escola

Diseño de vestuario : Sandra Espinosa

Maquillaje y peluquería: Miguel Álvarez para YSL

Fotografía : Gorka Postigo

Fotografía escena: Vanessa Rábade

Diseño gráfico: Patricia Portela

Distribución : Caterina Muñoz Luceño

Comunicación: Pablo  Giraldo

Ayudante de dirección: Lucía Díaz Tejeiro

Ayudante de producción : Celia Mira

Agradecimientos : Ginger & Velvet

Una producción de Diletante  Producciones y Buxman Producciones

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

Imagen

© Gorka Postigo © Vanessa Rabade © Manuel Naranjo

Hermanas-Bárbara-e-Irene---Teatro Kamikaze ©Gorka Postigo
©Gorka Postigo
Irene Escolar-©-Vanessa Rabade
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© Manuel Naranjo
Barbara Lennie ©-Vanessa Rabade
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TEATRO DE LA CIUDAD Crónicas

LA TERNURA

CRÓNICA DE Teatro Infanta Isabel

LA TERNURA

Texto y dirección: ALFREDO SANZOL

TEATRO DE LA CIUDAD

Fui a ver La Ternura cuando ya estaba todo dicho sobre esta maravillosa comedia escrita y dirigida por Alfredo Sanzol. Tras su estreno en Teatro de la Abadía y su gira posterior, lleva programada una larga temporada en el Teatro Infanta Isabel con gran éxito de crítica y de público. Es una obra enmarcada dentro del proyecto Teatro de la Ciudad, en cuyos talleres tuve el placer de participar como oyente, en su primera etapa, durante el proceso de investigación de las tragedias. Algo nuevo que sí puedo contar es la impresión que me causó Sanzol durante los ensayos de Edipo rey. Durante una entrevista a algunos de quienes participamos en los talleres, dije de él que era como un lago profundo. Recuerdo los momentos en los que se interesaba por nuestras opiniones, durante los ensayos que presenciamos; su manera de escucharnos, sus silencios, su ritmo interno, pausado, casi un retardando musical en espera de la nota precisa.

Sin embargo, puedo decir ahora que el talento de Sanzol brilla intensamente cuando se expresa a través de la comedia, ahí donde el ritmo se precipita como un arroyo por una pendiente, de forma aparentemente desordenada, provocando el canto de las piedras. Desde luego fluye toda esa oscuridad que habita en lo profundo, pero brilla en la superficie, salta y juega.

Puede que esta cualidad de mostrar fácilmente el afecto, la dulzura y la simpatía por otra persona, la cualidad de la ternura, tenga todo que ver con Sanzol, pero también conmigo, con todo ser humano, si no enferma. Construir en positivo esa montaña solidaria del abandono del egoísmo en pro del bien común, solo puede llevarse a cabo con capacidad de ternura, un paso más allá de la empatía, y un paso previo al amor, que requiere entrega a los cuidados ajenos. Lo constitutivo del ser humano no es prescindible. Por otra parte, proteger del dolor es evitar la vida, una quimera.

Si Shakespeare levantase la cabeza y viese la función de Sanzol, resucitaba. Yo resucité bastante la otra tarde, casi del todo. ¡Qué bien se lo pasan los actores en escena durante esta función! ¡Cuánto se agradece esto! El elenco parece un grupo de infantes juagando a la vida: ingenuos, simples, desnortados; un puñado de personas curiosas, vulnerables, con hambre de alegría, de entusiasmo. Naufragados en el azul de los telones de fondo, prendidos a las otras épocas que ilustran sus ropajes, llegan hasta su público sin equipaje alguno, hasta esa isla imposible del escenario. Cualquier cosa compartida alimenta su espíritu: presencias o palabras. Y el anhelo viene siempre de lo posible. Queda demostrado a través de su trabajo que ningún ser humano es una isla, aunque se empeñe en serlo o pretenda olvidarse. Queda demostrado lo inevitable del encuentro, la risa que sobreviene y que arrasa los obstáculos, el tierno deshacerse de las algas tras el envite de una ola. ¡Ay, ternura, bendito experimento!

Y es que volvería a decirlo mil veces: lo inusitado y asombroso es la capacidad de juego con respecto a algo tan manoseado, traído y llevado, pisoteado, endiosado, pensado y repensado, hecho y rehecho, fagocitado hasta la náusea. Mil nombres, un millón de libros descriptivos, de filosofías diversas, creencias y agnosticismos. Millones de años para resolver lo supuestamente tan complejo, para llegar a la esencia: a la ternura, el germen de todo. No sé qué hago intelectualizando, entonces, de nuevo. Quisiera subirme en la próxima función con ellos y formar parte de la pirámide de abrazos, o dejarme mirar del modo en que se miran, para descubrirme tierna. Una se harta de resistencia y de artificio, de tanto constructo social con distintos nombres, de normativas tan éticas como frías, de soledades y de islas. Permítanme disfrutar de experiencias como esta sin complejos, y luego ya, ser consciente de lo monstruoso y de lo enfermo, acudir a manifestaciones en defensa precisamente de esto, de una actitud afectuosa hacia los demás y de un profundo respeto, de lo contrario a la violencia y al enfrentamiento. Hay que permitirse volver a la vida después del trauma, generar redes que nos sostengan a través de fuertes vínculos.

Ahora bien, ¿es esto lo que nos propone Sanzol, respeto y altruismo? Atendamos a una visión más analítica de la experiencia artística. Esta forma de ver el amor que se refleja en la obra, como un sentimiento incontrolable e irracional que no responde a la lógica, continúa enraizada en la tradición del amor romántico, la que vincula al amor con el sufrimiento. Los personajes huyen precisamente de ese sufrimiento, de la autodestrucción; intentan conservar ambas estirpes sin mezclarse, la de los hombres por un lado y la de las mujeres por el otro; pero el autor lo impide, suponiéndolo un absurdo. Para complicar otras soluciones posibles al dilema que se plantea, los vínculos que unen a los miembros de los respectivos grupos son consanguíneos. Eso no quiere decir que entre los miembros de cada grupo no pueda existir ternura, pero la demostración de este sentimiento entre ellos tiene límites ya preestablecidos. Entonces, ¿de qué necesidad hablamos, de qué instinto? Parece que de la atracción física que impulsa la intimidad sexual, pero esto queda oculto tras el recurso de los equívocos: bajo el disfraz siempre queda lo que concuerda con las costumbres más tradicionales. La propuesta de Sanzol no escarba en la oscuridad, sino que expone su argumento bajo una brillante luz que, al enfocarnos directamente, nos hace cosquillas.

Resulta un acierto, por tanto, toda reminiscencia isabelina, toda alusión a una batalla y a un naufragio, ya que de aquellos barros, estos lodos. Creo firmemente que el esfuerzo de Sanzol y de su equipo tiene una vocación sanadora, que busca una perspectiva igualitaria, aunque tenga que simplificar hasta lo naif, en aras de la comedia. Claro, la segunda parte de la historia –si la hubiese- quizá sería un drama, ya que tendría que ver no con el “enamoramiento”, sino con la convivencia a largo plazo y el compromiso. Todo en las relaciones amorosas resulta complejo e incierto, tanto o más que la maraña de engaños que en la obra queda descrita. Se podría considerar un argumento circular: empieza por un final para abocarse a un principio que posiblemente acabará del mismo modo. De lo que nos reímos entonces es de la reincidencia, como si no hubiera remedio. Antes de buscar remediarlo, de hallar la cura, de someternos a las terapias precisas, lo más inteligente es mirarnos en el espejo con simpatía, rescatar lo rescatable. Necesitamos esta perspectiva del humor para tolerar mejor un cierto sentimiento de vergüenza, pero no ajena, sino cierto pudor que se produce durante la función, al reconocernos en las tonterías y en las simplezas puestas de relevancia sobre la escena. El efecto más hermoso que provoca esta función es que sentimos ternura hacia nuestra propia persona, nos congraciamos con ella, aunque sea unas horas, unos días, y, de paso, con el mundo.

No sé cómo se apaña Sanzol para que no le afecten los premios, recibe uno detrás de otro sin que parezca inmutarse, a las pruebas que pueden consultarse me remito: Premio Valle Inclán, el Nacional de Literatura Dramática, premios Max…

La fortuna tampoco a mí me maltrata, ya que puedo disfrutar de este modo de su obra y permitirme el lujo incluso de comentarla, espero que de forma acertada.

© Luis Castilla_elNorte

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