NO ESTAMOS BIEN AQUÍ
CRÓNICAs de Al descubierto Physical Theatre
Por Evelyn Viamonte Borges
Música en vivo, danza, performance, butoh, teatro… Difícil clasificación para esta pieza de Al descubierto Physical Theatre, una compañía joven pero que con cada alumbramiento escénico madura; porque muy madura es la profundidad de pensamiento con que estos jóvenes se han enfrentado siempre a todas sus creaciones; muy adulta también su reflexión y su compromiso social y político. Por eso no me sorprendió que este nuevo estreno en DT Espacio Escénico estuviera lleno de irreverencias. Ya su título auguraba algo así; también los textos de un autor como Pascal Quignard parecían una incitación al desacato. Y así fue.
En No estamos bien aquí hay una búsqueda que parece querer explosionar cualquier catalogación, cualquier unidad, para tornarla en caos plurisemántico y no dejarnos inertes en ningún sentido. Hay algo muy anárquico y muy intencionado en esta puesta en escena. Muchos elementos quedan como fuera de contexto. Y esta extrañeza a la que nos avoca continuamente la obra, procura a su vez que el espectador hilvane, cosa, teja, y complete unos cuadros, capítulos, entre los que se abren abismos de sentido.
Se trata de un relato mayormente diegético, que no solamente seduce por sus imágenes impactantes, sino por esos textos de Quignard que no nos dejan indiferentes, siquiera por el humor y la levedad con que a veces se rompen.
No quiero hacer spoiler de No estamos bien aquí; una invitación a la escucha de esta propuesta sería mucho más que justo, y espero sinceramente que otros espacios madrileños la acojan. No importa que en ciertos momentos, la incomodidad se apodere de algún espectador abrumado por la prolijidad de elementos escénicos de tan variada naturaleza. Tampoco me gustaría que la cercanía afectiva al trabajo y a los componentes de esta compañía, nublen el juicio de quien escribe. Si bien es cierto, que hay cosas que no pueden decirse sino es desde la apremiante necesidad de lo empático. Que así sea pues. No hay como apreciar la propia naturaleza para describir lo que se vive. Somos cuerpo que vibra ante el horror, y ante la belleza, y ante la belleza horrorizada. Tales son los puertos por los que cruza una ante esta obra. Tema álgido e incómodo, hondura y abismo de la existencia misma, y esa necesidad de declarar que hay otro lugar donde también hay belleza extrema porque nos palpita y nos habita la belleza de lo oscuro.
Y esto no está en absoluto reñido con el humor, antes bien se precia de cierto desenfado, cierta dosis de ironía, cierta ligereza y despreocupación en la elección de algunos recursos escénicos. Ya lo hemos hecho notar antes. Pero la despreocupación que digo se basa en la intuición, en la corazonada, en la conexión inconsciente, sospecho. Sospecho porque conozco el proceder. Ese «no sé por qué, pero esto va ahí», que en realidad es un «no sé todavía, pero ya sabré». No nos dan respuestas, nos interrogan también. El relato comienza en esos cuerpos que se desnudan ante nosotros y nos obligan a una atención esmerada, en la oscuridad de nuestras butacas, desde la comodidad de nuestro anonimato. Sospecho también que es en esa dirección que la daga es lanzada: contra la sordera endémica de nuestro tiempo, contra la puerilidad de una época y una sociedad light.
No estamos bien aquí nos apremia, nos inquieta. Y deja la cuestión en el aire, en la niebla densa que es al final la oscuridad de la sala; durante unos interminables segundos el público guarda silencio, se resiste a aplaudir, tal vez presintiendo que el ruido mundano de los aplausos romperá el encanto de ese final espeso, casi plomizo. O quizás sea la sensación que me quedó ante el silencio que compartimos. La obra está hecha. El final es ineludible. Los cuerpos que han desaparecido de nuestra vista han escarbado dejando algo que sale a la superficie, una especie de contaminación dichosa. Por supuesto: un salto al abismo.