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LA SED

CRÓNICA DE Teatro Lagrada

LA SED

Coreografía y dramaturgia: Paloma Sánchez

Por Paula Lamamie de Clairac

La sed, una pieza de danza-teatro creada por Paloma Sánchez y estrenada en el Festival de Miradas al Cuerpo XII, arranca sin contemplaciones. Los bailarines actores nos meten de lleno en la materia, y lo hacen con tanto ímpetu que parece que llegásemos tarde. La materia, eso en lo que andan, es sobrevivir. Han tomado conciencia de su mortalidad, y pasan 50 minutos corriendo a ver si les da tiempo a hacer todo lo que tienen pendiente.

Una mujer mayor es la única que no corre, se queda de pie frente a un abismo que refleja la cercanía de su final. Los cuatro jóvenes sin embargo, se apresuran a crecer, enamorarse, tener sexo, parir, elegir varios caminos fallidos, en grupo y en solitario, a toda prisa. Y, en lo que es para mí uno de los momento más brillantes de la pieza, cuando se dan cuenta de que no les va a dar tiempo, de que en realidad llegan tarde desde que nacieron, se acercan al hueco infinito para injuriar al maldito creador, por darles, no solo una vida tan corta, sino también conciencia de su fecha de caducidad. Por supuesto el injuriado no hace acto de presencia, dando a entender -¡el muy descarado!- que no existe, y burlándose así, una vez más, de los impotentes, ridiculizando sus intentos por diferenciarse de los insectos o cualquier otro animal.

La sed acierta presentando a unos personajes que no disfrutan. Ni cuando besan, ni cuando abrazan, ni cuando beben pueden disfrutar, porque siempre hay un deseo por saciar, el de estar vivo por fin y para siempre, que es fallido. Esta pieza oscura viene a decirnos que no hay experiencia vital lo suficientemente grande y relevante como para colmar la sed de estar vivo. Porque estar vivo es de hecho sentir esa sed viciosa hasta que se acaba, siempre demasiado pronto o demasiado mal.

En La sed hay un atillo de recién nacido que se reconfigura como barca, símbolo por excelencia del estar a la deriva. Y es bellísimo, concebir a los recién llegados como náufragos de derechos absolutos. La vida es esto, ir y venir, perderse, correr y caerse, para nada. Y desde que matamos a los dioses con razón, nada nos da derecho a creernos mejores, ni a durar más, que una manzana.

Hay una correlación muy clara, presente en esta obra, entre tener hijos y darse cuenta de que no sabemos morir. Como me dijo una mujer hace años, y luego he experimentado en mi maternidad: los niños te colocan al nacer en un lugar nuevo, cargado de la responsabilidad de no morirse. Hace poco, ante unas pruebas médicas que me asustaban mucho, me vi escribiendo en un documento de Word las palabras tan de aspirante a filósofa “tengo que estar lista”. Con dos hijos, el miedo a desaparecer, pero sobre todo el miedo a lo que pasaría en los días posteriores a mi muerte, me confrontaba con el abismo que en La sed se dibuja como un círculo de luz en el suelo. Tiene su gracia que haya que mirar al suelo, donde crecen las patatas y los gusanos, por no poder ya ni siquiera mirar al cielo.

Y es que vivimos de espaldas a la muerte, aunque sea la única certeza igualitaria de nuestras vidas. No sabemos si nos enamoraremos o no, si tendremos hijos o no, si viviremos o no junto al mar, no sabemos nada de nuestra vida al nacer excepto que algún día terminará, y sin embargo nada nos prepara para ello. Nuestra sociedad niega de manera patológica este hecho hasta el punto de que cuando tenemos que acudir a un funeral pareciera que estamos haciendo algo malo, que nos han pillado infraganti  porque un conocido ha tenido la mala leche de morirse. No, al menos hoy, en esta cultura huérfana de credo religioso, cada vez que tenemos que ir a un cementerio feo al lado de una gran autopista sentimos algo parecido a la vergüenza. Si hubo algo de poesía en la manera en que nuestros antepasados despidieron a sus muertos, nos la hemos cargado. Y hay algo indigno en esta aversión infantilizante a mirar a la muerte de frente.

El otro gran tema de esta pieza es el agotamiento. Más allá de las connotaciones metafísicas que nuestra condición de mortales imprime en nuestra alma, estar vivo cansa mucho. Vivimos, como los bailarines de esta pieza, cabalgando con una prisa ansiosa que solo se ve puntuada por los nacimientos que detienen un poco el reloj como los acontecimientos extra-ordinarios que son. El resto es un remar contra corriente, sin descanso, que nos obliga a sentir el sinsentido de todas nuestras acciones.

Hay en La Sed también un tibio elogio a la comunidad, porque en el algún momento las fuerzas se acaban y es solo gracias a los otros que podemos seguir, pero ni siquiera este compañerismo culmina con éxito, porque ni el amor, ni la amistad, consiguen borrar la sensación de angustia por el paso del tiempo, o anular el desgaste por la cantidad de horas, días y años que remamos sabiendo, además, que no vamos a ninguna parte.

La Sed es una pieza cruda, que sin florituras, trucos o cursilerías, nos desnuda ante nuestra condición de mortales y el sinsentido de la vida. Y es bonito esto: que nos miren de frente y nos cuenten la verdad.

 

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Coreografía y dramaturgia Paloma Sánchez
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MONSIEUR GOYA

CRÓNICA DEL Teatro Fernán Gómez

MONSIEUR GOYA

Autor: SANCHIS SINISTERRA

Directora: LAURA ORTEGA

Elenco: Alfonso Delgado, Inma Cuevas, Alfonso Torregrosa, María Mota, Andrea Trepat, Fernando Sainz de la Maza y Font García.

Por MJ Cortés Robles

Indagar, es lo que realmente moviliza a Sanchis Sinisterra. Se ha pasado la vida investigando, no la concibe de otro modo. Es un hombre con una curiosidad insaciable, que sabe que no sabe, pero lo sabe mucho y lo sabe bien, por eso aprende y enseña. Maestro de generaciones sucesivas, va creando escuela allá por donde pasa. Hace tiempo que vive en Madrid. ¡Menuda fortuna para los que pueden acercarse a su legado directamente y verle pensar en vivo y en directo! Porque sus reflexiones se ven, se adivinan en sus silencios, tras su discurso, y son tremendamente teatrales. Es hombre de teatro, hasta la médula. Utiliza el juego, juega constantemente, incluso consigo mismo. Establece reglas tan solo para romperlas, para experimentar procesos, no busca resultados.

Las Pinturas Negras de Francisco de Goya obedecen a un impulso similar, a una indagación entre lo oscuro, sobre lo que está por desvelar. Casualmente, su segundo apellido -el de Goya- era “Lucientes”, como si estuviese  ya desde la cuna predestinado a iluminar, a acercarnos a los ojos la antorcha de la lucidez cuando la negritud mantiene un cerco en derredor de la vida vivida, al final de la misma. “El sueño de la razón produce monstruos”, es la leyenda de una de sus pinturas de esa época, durante la cual trabajó en La Quinta del Sordo. El misterio es el alimento imprescindible de todo hecho artístico, de él se nutre y a él regresa, tras el viaje alucinatorio.

La directora de este montaje estrenado en el Teatro Fernán Gómez, Laura Ortega, nos propone una fantasmagoría metateatral en la que prima lo sensorial  y destaca el humor, por encima de la lógica y la narración de los hechos. Se impone la ruptura de las normas artísticas, en esa persecución de la belleza entre las sombras. Son trazos gruesos o sutiles sobre un fondo de videoescena, que nos traen y nos llevan de lo contemporáneo a aquella época de la Historia, pero siempre en busca de la perspectiva del pintor, de Monsieur Goya, desde lo que su mirada plasmó en sus pinturas. A este ángulo de visión vienen a unirse los que Sinisterra ha imaginado para el resto de sus personajes, referidos siempre al objeto de estudio, a ese ser excepcional que logró pintar de esa manera. Nada es cierto ni todo lo contrario, son posibilidades basadas en las huellas artísticas, considerando lo que tienen de humano y respetando lo hermético de la genialidad, llegado a un punto.

La duda constante, junto con el manejo del tiempo escénico, le ofrece al público la posibilidad de que el instante ya vivido regrese en reiteradas ocasiones. Esta formulación de los recuerdos es ejecutada sobre el escenario por los actores de forma impecable y es un guiño a la alegría, un juego. También lo es la ruptura de la cuarta pared para conversar con el público, así como los cantos tradicionales  en primer término del escenario. El autor nos acompaña cual maestro de ceremonias atormentado por la incertidumbre, pero enamorado de ella al mismo tiempo, dispuesto a descorrer los velos que empañan la figura de Goya, aunque la deformidad asome entre las telas junto a nuestro extrañamiento. Entonces Laura Ortega nos regresa a la risa y al agua, a las canciones, a los brazos del hombre que hay en el interior del genio, a sus amigos, a su familia. Nos identificamos, de nuevo, y le seguimos, inocentes, hasta la siguiente puerta cerrada, como niños dispuestos en fila india para asomarse a lo que hay detrás, a lo que les espera.

Esta ausencia sobre el escenario de Goya como personaje, este andar desaparecido durante la función del verdadero protagonista, es tan magnética como inquietante, y resulta precisamente el motor de la obra, el tema que la atraviesa de parte a parte. Nuestra incapacidad para abarcar  su figura como artista y como ser humano, nos proyecta hacia la inmensidad, nos libera de la concatenación de los instantes. El advertir desconocimiento es sabiduría.

Otros temas surcan este vacío existencial poblado de realidades y delirios, encarnándose en mujeres y hombres valientes, comprometidos en luchas políticas y sociales, unidos en esas batallas por la libertad. El exilio, ese estado forzoso de melancolía lejos del lugar en donde se pretendía pasar el resto de la vida, es tema recurrente a lo largo de los tiempos, de plena actualidad.

Pero la plasticidad de las imágenes proyectadas en contraste con los cuerpos de los actores y actrices -en movimiento o congelados-  lo inunda todo, e invita al público al despliegue de todos sus sentidos, a obviar la lógica y a sumergirse en un río de matices, de silencios dibujados, de ecos contra el olvido.

Además de los encuentros con el público y de La exposición de arte contemporáneo “El sueño de la razón”, en el Centro Cultural de la Villa se programaron paralelamente actividades de participación, como el taller de artes escénicas Pintar con la mirada, o la proyección del documental Oscuro y Lucientes de Samuel Alarcón.

Todo esto fue, se hizo, se posó en nuestra memoria. Que no desdibuje el tiempo este homenaje a Goya y a sus pinturas negras, así que pasen otros doscientos años.

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Música y el espacio sonoro:

Suso Saiz

Videoescena:

Daniel Canogar

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Franco Quintáns: “Sobre un escenario se comprende y valora…

Entrevistas

Franco Quintáns:

“Sobre un escenario se comprende y valora mejor la creatividad”

Eduardo Viladés, Actuantes.- Se inspira en las películas de los años 40, en actrices indispensables como Rita Hayworth, Lauren Bacall o Barbara Stanwyck. Mujeres sensuales, dominantes, elegantes y femeninas que vienen a la mente en blanco y negro. El diseñador gallego Franco Quintáns se ha labrado un nombre propio en el vestuario para las artes escénicas. Su trayectoria profesional le ha llevado a ganar el Dedal de Oro en 2014 y ser nombrado “Arousán do Ano” en 2012. Ha desfilado en Nueva York, Milán y París con sus creaciones de moda nupcial. Cuando comenzó en este mundillo, una señora mayor que estaba viendo uno de sus desfiles le cogió del brazo y le dijo que sus vestidos tenían alma. Sabia precursora de lo que después sucedió…

EV.- La agencia de espectáculos de Pablo Méndez ha confirmado que contará con usted para la creación de su vestuario.

Franco.- Estoy muy ilusionado porque es un trabajo muy creativo y me permite desarrollarme sin cortapisas. Al ser una compañía de espectáculos, tienen actuaciones de todo tipo, desde presentaciones de productos hasta actividades familiares y de animación. . Incluso está presente en festivales de música, salas de fiesta y hoteles.

EV.- Un trabajo muy variado por lo que veo. Hábleme de lo que suele crear.

Franco.- Sin duda. Es muy variopinto. Confeccionamos mallas para los acróbatas y creamos los trajes para personajes mágicos que se sustentan sobre zancos, como los faunos de hielo o los flamencos. También pavos reales, hadas y bailarinas.

EV.- Un auténtico mundo de fantasía.

Franco.- Y muy surrealista también, como los estilismos que acabo de realizar para un espectáculo de Navidad: chicas copo de nieve y Frosty, un personaje gordinflón al que le fascina bailar que representa a un monstruo de las Nieves confeccionado en tul y acetato.

EV.- Supongo que tendrá que cambiar la mentalidad de la moda tradicional, que ocupa gran parte de su tiempo, cuando se centra en la farándula.

Franco.- Hay que cambiar el chip, en efecto. Es un trabajo en el que tienes que compaginar la costura tradicional con la elaboración y manipulación de distintos materiales y acabados. No tiene nada que ver con mi taller de trajes de novia. Estás constantemente innovando y requiere investigar sin descanso.

EV.- Deme un ejemplo.

Franco.- Imagina unos cuernos fastuosos con apariencia robusta pero ligeros y fáciles de llevar sobre el escenario. En esas estamos…

Pablo Méndez, natural de As Neves (Pontevedra), empezó a trabajar en el mundo del espectáculo desde muy joven. No ha parado hasta poner a su compañía en el mapa internacional de la animación. Ha trabajado en campañas de promoción de empresas como el Celta de Vigo, Estrella Galicia, Yamaha, Coca-Cola, Red Bull, Marlboro y Audi. Franco es su diseñador de referencia.

EV.- La clave, como ha señalado, es la creatividad. Incidamos en ello. ¿Qué es lo que le proporciona trabajar en el campo de la farándula y la animación en contraste con la moda nupcial, su principal campo de especialización?

Franco.- Este trabajo me permite, sobre todo, explorar nuevos materiales, muchas veces de una manera totalmente distinta a lo habitual. Es un proceso de creación en el que debes estar constantemente soñando, investigando, manipulando y probando. Te equivocas en infinidad de ocasiones hasta conseguir un vestido que resulte maravilloso para el público pero cómodo, ligero y fácil de poner para el artista.

EV.- ¿Se tocan todos los palos?

Franco.- No te lo puedes figurar. Trabajamos desde vestuario de figuración hasta el que llevan zancudos, acróbatas, bailarinas y gimnastas. Hay que tener en cuenta la disciplina que desarrollan para que no les imposibilite sus movimientos y, a la par, crear una imagen armónica. Recuerdo el caso de un vestuario de flamencos que nos dio muchos disgustos y quebraderos de cabeza porque se pensó para llevar con zancos. El traje constaba de unas grandes alas que se alargaban por los brazos con unas varillas. La parte superior se caracterizaba por un cuello muy alto que tenía que mantenerse firme y ser extremadamente ligero. Pruebas, cambios de materiales, más pruebas y algún que otro grito y disgusto pero, al final, conseguimos llevar a cabo un vestuario que llevaba tiempo en la cabeza del director de una manera satisfactoria.

EV.- ¿Cómo entró en contacto la primera vez con Pablo Méndez?

Franco.- Conocí a Pablo a través de una de mis modelos habituales y musa, Anahí. Se habían conocido en un festival de música donde ella bailaba y él animaba con su compañía. Se enamoraron perdidamente. Al poco tiempo del flechazo entre ellos empecé a trabajar con su compañía con pequeñas colaboraciones. Para mí fue una gran alegría porque siempre quise hacer vestuario para espectáculos.

EV.- Franco, sueñe conmigo, que le veo venir…

Franco.- Algún día me gustaría crear el vestuario para un ballet o una ópera. Siento que ese sueño cada vez está más cerca. Desde pequeño, mis referentes artísticos y creativos salieron de los musicales que veía los sábados por la tarde. Las espectaculares puestas en escena de Esther Williams, los preciosos vestidos de Sara Montiel o Marilyn… Siempre soñé con trabajar en compañías de espectáculo, donde hubiera magia, música, risas y mucha fantasía, desde la decadencia artística de un cabaret al lujo superficial y ostentoso de un musical. Reconozco que soy feliz trabajando en este sector.

En 2013, Quintáns realizó el vestuario del musical La Sirenita, producción del Grupo de Teatro Amorevo, dirigido por Ignacio Miguel Cano. Más de 70 personas cantaban, bailaban y hacían piruetas imposibles.

EV.- Debió de ser todo un reto ponerse manos a la obra con un equipo tan numeroso.

Franco.- Lo de La Sirenita fue algo totalmente inesperado. Yo viajo a Madrid asiduamente y, por aquel entonces, tenía un amigo que confeccionaba parte del vestuario de la compañía Amorevo. Le ofrecieron la posibilidad de crear los trajes del musical de Disney. Como era un trabajo muy complejo, me propuso hacerlo entre los dos. No me lo pensé dos veces y me lancé a la piscina.

EV.- Para llevar poco tiempo en este mundillo, empezó a lo grande.

Franco.- Fueron varios meses de trabajo. Teníamos que ser más o menos fieles al musical de Broadway, pero con un presupuesto menor. Eran muchos personajes y, en algunas ocasiones, teníamos que hacer un segundo vestido para los actores de reemplazo porque a veces no usaban la misma talla. Fue un trabajo enriquecedor a nivel creativo y el resultado fue todo un éxito.

El musical se basa en la partitura  de Alan Menken, autor de Pocahontas, Aladín, La Bella y la Bestia o El Jorobado de Notre Dame, entre otras. Narra la historia de Ariel, sirena e hija menor del Rey Tritón, que ansía vivir en el mundo exterior. A pesar de las advertencias de su padre, ella sube a la superficie, donde se enamora de un humano. Para conquistar su corazón, decide cambiar su preciosa voz a su tía Úrsula, la bruja del mar, por un par de piernas.

EV.- Amorevo tiene en cartel ahora mismo Annie y El Mago de Oz. ¿Ha visto esas obras? ¿Contempla trabajar de nuevo en un musical similar a La Sirenita?

Franco.- Todavía no las he visto, pero espero hacerlo en uno de mis viajes a Madrid. Intento ver todas las obras que representan e incluso se lo comento a amigos de la capital para que acudan al teatro. No sé si algún día volveré a colaborar con ellos, quién sabe, pero me encantaría.

EV.- Realizó en su momento el estilismo a María Valverde para la revista Lecturas y el programa de televisión Corazón, corazón. Hábleme de esta experiencia y en qué se diferencia María de otras actrices que haya vestido.

Franco.- Recuerdo que fue un día muy especial y muy bonito. Me encantó descubrir a María como persona. Como actriz ya la conocía y me gustaba mucho. Por aquel entonces yo vivía en Barcelona y colaboraba para la agencia de comunicación Interprofit creando estilismos para eventos y vistiendo a las famosas con las que realizaban alguna campaña. Con María presentaban una magnífica gargantilla de Chaumet. Tuvimos que hacer una sesión por la mañana y luego vestirla para la fiesta de presentación por la noche. Fue realmente encantadora en todo momento.

EV.- Es hora de un café, ¿no le parece?

Franco (riendo).- Nespresso, por favor.

EV.- Franco, no me haga publicidad. Venga, cuéntelo que merece la pena, pero que no sirva de precedente que me echan y tengo una familia que mantener.

Franco (compungido, pero feliz en el fondo).- Con Interprofit también confeccioné el vestuario para la inauguración de la tienda Nespresso en el Paseo de Gracia de Barcelona. Fue un trabajo muy original y creativo que llevó varios meses. Creé unos personajes a los que llamé “Spumettes”, bailarinas que danzaban al ritmo de una música ligada al aroma de un café. Simbolizaban la espuma. Todas estaban hechas con lycra color café con leche, detalles en tul en tonos marrones y bordados realizados con la cápsula del aroma que representaban.

EV.- Sin duda, como ha dicho antes, fantasía absoluta.

Franco.- Una maravilla. Tomé la base de la cápsula recortada a modo de lentejuela gigante. Creaba un degradé con lentejuelas del mismo tono. Los chicos que las acompañaban iban vestidos de negro, con un fajín metalizado en el color de la cápsula de su pareja. Y para animar el evento, dos cantantes con voces sensuales y sinuosas, con vestidos en beige y marrón con bordados en espiral de cristal que representaban el humo del café. Ha sido mi trabajo más creativo para la presentación de un producto en concreto.

La moda de Franco lleva implícito el azul de su Carril natal, su predilección por la seda y el tul, su amada Galicia y su independencia de espíritu. Presentó su primera colección en 1995. Entre 2009 y 2010 trabajó como director creativo de Moda Nupcial y de Model Novias y desfiló en las pasarelas de Barcelona, Nueva York , Milán, París y Cibeles Madrid Fashion Week. Hace casi una década que lanzó su propia marca.

EV.- La novia FQ es una mujer con personalidad que sabe lo que quiere. No suele hacer vestidos demasiado extravagantes ni convertirlos en disfraces o en prendas imposibles de poner. ¿Ha aplicado también esa filosofía al vestuario para artes escénicas?

Franco.- En realidad es un aporte mutuo, o quizá es el aprendizaje de todas las facetas creativas que a lo largo de mi vida pude adquirir y que ahora alterno indistintamente. De la costura de los vestidos de novia lo que aplico, evidentemente, es la técnica y el patronaje. Estoy acostumbrado a trabajar con volúmenes especiales y eso me permite crear seres mágicos para el espectáculo. A la hora de realizarlos, la técnica es la misma, aunque se prescinde muchas veces de los acabados a mano porque lo que se busca es la apariencia y, sobre todo, que resistan el trote de las actuaciones. Lo principal es el impacto de la apariencia visual y no tanto la finura en los acabados. Además, se trabaja con otros materiales que, a veces, no se pueden coser y tienes que limitarte a pegarlos, engancharlos o graparlos.

EV.- ¿Se ampara en conocimientos previos para acometer este nuevo reto?

Franco.- Por descontado. Trabajar con papel maché, barro o arcilla, crear disfraces con materiales baratos y reciclados, fabricar marionetas, tanto de mano como de hilos, bordar, crear lámparas Tiffany, máscaras y maquillajes, pelucas. Es una locura. Todo lo que mis padres me inculcaron de pequeño y que pensaba que jamás me serviría ahora es necesario y le saco partido.

EV.- Se está haciendo mayor.

Franco (riendo).- ¡Mira que me levanto y me voy! Pues sí, parece mentira pero mis padres hicieron que se desarrollase en mi interior la capacidad de crear y tener habilidad con las manos. Al mismo tiempo,  la de soñar y pensar que nada es imposible. Todo eso hace que continúe siendo un niño y que siga disfrutando y emocionándome con lo que hago.

EV.- Vende sus trajes de novia con una antelación de dos años. Supongo que el problema de ir a la vanguardia es que ciertas personas no te entienden porque son muy lentas.

Franco.- ¡Efectivamente! A veces, esto me frustra porque intento ofrecer lo último y veo que la mayoría de la gente no lo capta. Prefieren ir a lo seguro y seguir las tendencias del momento. Cuando pasan los años, me piden aquello que yo ofertaba, pero lo hacen a destiempo porque ya he perdido la motivación. Tuve una socia que me decía que soy demasiado avanzado, y por ende incomprendido, para una sociedad que va al ritmo de lo que ve en las redes sociales. Al ser un empresario pequeño, no puedo hacer la fuerza y el hincapié necesario para que se me entienda. En este sentido, trabajar con la farándula me da la libertad necesaria para crear más allá de las modas o del qué dirán.

EV.- Acaba de hacer toda una declaración de intenciones en pro del mundo del espectáculo, nuestro mundo…

Franco.- Puedo crear libremente lo que me de la gana y sentirme feliz. Sobre un escenario se comprende y valora mejor tu creatividad.

EV.- Los botones azules cierran todos sus vestidos. Las novias que acuden a su taller para hacerse el traje a medida le piden que les ponga el famoso botón para que se vea que es un Franco Quintáns. ¿Ha hecho lo mismo con sus creaciones para los artistas?Franco.- Sigo dando vueltas a este asunto. Está claro que el botón azul es la seña de identidad de mis trajes de novia, pero todavía no sé de que manera identificar a mis trajes para el espectáculo. Puede que con algo azul para no perder las tradiciones. Estoy seguro de que en algún momento me llegará la inspiración.

EV.- Y mañana, ¿qué?

Franco.- Hace años que me planteo solamente un futuro cercano, casi del día a día. No me gusta pensar con mucho tiempo de antelación, ¿para qué?

EV.- No hace falta que nos pongamos dramáticos ni que me monte una escena de Woody Allen, he dejado los barbitúricos en casa, me refería a sus planes empresariales más inmediatos.

Franco (riendo).- Eres incorregible, Eduardo. Haré como que no he oído nada… En cuanto a moda, empezamos ya la próxima campaña de bodas. Quiero compaginarlo con algún desfile o presentación de colección, sin olvidar las campañas de imagen. En lo que concierne al mundo del espectáculo, estoy terminando los trajes para Navidad y cabalgata de Reyes para la empresa de Pablo Méndez. Cuando termine comenzaré a preparar el vestuario para una serie de bolos en Ibiza entre mayo y septiembre. Tengo que vestir a ocho artistas que actuarán en dos hoteles de la isla durante la campaña de verano 2020.

EV.- ¿Me llevas?

Franco.- ¿Ahora me tuteas?

EV.- A estas alturas…

Franco.- Déjame que lo piense.

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Por: Eduardo Viladés

Franco Quintáns
Alan Menken

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KEBAB

CRÓNICAS DE Nave 73

KEBAB

AUTORA: Giannina Cărbunariu TRADUCCIÓN: Javier Lago DIRECTOR: Gabriel Fuentes ELENCO: Daniel Ibáñez, Eva Rubio y Pablo Sevilla PRODUCCIÓN: Puctum Compañía

Dicen que el trabajo dignifica. Cuando yo era adolescente le largué un discurso a mi madre que se resume en la frase: “Yo no he nacido para trabajar”. Recuerdo que estábamos las dos sentadas en la cama de su habitación y que mi madre, en lugar de quedarse perpleja, asintió con entusiasmo. Mi madre es una mujer inteligente, sin estudios, pero con una gran intuición. Ella, hija de su generación y mujer de campo, trabajó toda su vida, desde que era una niña. Evolucionó, desempeñando diferentes tareas, incluso llegó a fundar un pequeño negocio. Y ahí tenía a su hija, mirándola frente a frente y recordándola que quizá parte de su vida era un sinsentido. No sabía razonarlo, pero lo entendía.

El primer montaje de Giannina Cărbunariu que vi fue Elogio de la pereza, en el Valle Inclán , la pasada temporada. Me resultó tedioso, algo grandilocuente, pero interesante. En esta segunda ocasión en la que se ha cruzado esta artista rumana en mi camino de cronista, su texto -aún inédito en España- me ha apasionado, lo he disfrutado resuelto en escena como acción pura, me ha resultado un revulsivo, un alimento contundente y difícil de digerir: Kebab

El dönner kebab es un producto asequible, sin embargo, al alcance de una mayoría, nos remite a un consumidor con un poder adquisitivo mínimo. Tanto el olor como el sabor de este producto nos resultan exóticos, apetecibles. La forma de cocinarlo es lenta, clavado en un pincho y girando sin cesar sobre el fuego. Se sirve loncheado, pero sin interrumpir su tortura. Nada sé de la receta ni de la materia prima, aunque lo consumo.

Consumo y me consumen y soy consumida. Trabajo, formo parte del sistema capitalista, por mucho que me escore hacia la izquierda, donde el barranco se abre hacia un paisaje más humanista, más compasivo y empático. Cualquier estructura sistémica engulle identidades individuales, tenga el nombre que tenga. Todos los –ismos acaban siendo atroces. Pero el más feroz hasta el momento, dada su tendencia monstruosa y violenta, es el Capitalismo.

Producir o fracasar. Sonreír o fracasar. Ser “feliz” o fracasar. Como si la felicidad pudiese meterse en un frasco y ponérsela una día tras día detrás de las orejas… Como si el ser humano estuviese hecho de una pieza y no fuese la maravilla cambiante que en realidad es, con todas las emociones juntas y dispuestas en amalgama misteriosa… Nos quieren concretos y productivos, y como última opción, productos consumibles. Si no, a la cuneta, a esperar un milagro en los márgenes, a desaparecer, a desdibujarse como un holograma invisible para los transeúntes que sí producen.

Vivo del dinero que me dan por producir arte -supuestamente-, por utilizar el arte como herramienta social -supuestamente-… Lo único que me salva de la quema a fuego lento es esta tarea de escribir autoimpuesta por la que no percibo remuneración alguna y que, sin embargo, beneficia no solo a mí, sino a terceros. Temo tener suerte y que esta labor de cronista se convierta en un negocio y que deje por eso de tener sentido. Aunque, visto en perspectiva, ya supongo un plan de negocio para quienes se sirven de mis crónicas como plataforma de difusión. No hay forma: estoy inmersa, pertenezco al Sistema. Mi sueño de adolescente se despierta cada mañana con el canto de los pájaros y huye durante el día del atronador rugido de las máquinas, del ensordecedor aullido de las almas presas en sus hangares, quebrado su instinto de vuelo.

El miedo a lo desconocido, al abandono, al dolor y a la muerte, paraliza. Es mejor no pensar y tirar por la calle de en medio, liarse la manta a la cabeza, violentar nuestra inocencia y la de quien se cruce en nuestro camino, hacer camino, andar sin pausa, sin echar la vista atrás hacia “la senda que nunca se ha de volver a pisar” -como un poeta se entretuvo en decirnos- De niña escribía poesía… No sé quién soy, pero sé quién era y lo que me ha arrebatado el Sistema. Y, en todo caso, soy afortunada, en comparación con muchas otras personas.

Los inmigrantes, por ejemplo, esos que huelen a Kebab, que huelen a pobreza, que nos contaminan con sus costumbres, que nos contagian de vete tú a saber cuántos males, que se venden por poca cosa… Si se venden es porque alguien compra, porque compramos. La venta de la carne humana suele gestionarla un hombre, y la carne vendida suele tener nombre de mujer. Son las costumbres más occidentales y sistémicas, las que acepta todo el mundo, esas que se deben al ejercicio de “la profesión más antigua del mundo”. Pero el márquetin lo maquilla todo, hasta los golpes que la noche anterior recibió una puta con la que nos damos placer. Mientras sirva a nuestros intereses, le pagaremos, podrá vivir de sus ganancias, podrá estar dentro del Sistema.

Justifiquen lo que quieran y engañen al vecino con sus discursos, pero no se miren al espejo cuando se queden a solas; puede que ya no se reflejen, como los vampiros, sedientos de sangre pero muertos vivientes.

Kebab: Esta obra fue prohibida por un teatro de Bucarest. Se estrenó en la prestigiosa Schaubühne, de Berlín. Después se ha representado en medio mundo. Esta temporada se ha estrenado en Madrid, en Nave 73, una traducción fiel al texto original, de la cual es responsable Javier Lago. Gabriel Fuentes ha dirigido a un dúo de actores que han debido de transitar por un proceso difícil, hasta asumir el papel que les había tocado en suerte de la manera en que lo hicieron, siendo testigo quien escribe del resultado. Pero imagino que este esfuerzo de actores y director no es comparable con la asunción heroica de la actriz, al experimentar como artista la crudeza que le imponía la encarnación de su personaje. El arte no da la felicidad, ni mucho menos. Parece inútil al Sistema, cuando se opone, pero entonces es cuando adquiere pleno sentido. El Arte es instrumento que corta los hilos y nos fuerza a movernos con voluntad propia, a pensar sin cortapisas, a reflexionar sobre los hechos, al menos durante unos minutos, tras presenciar la función, cuando las sensaciones y emociones provocadas por lo vivido desde el patio de butacas permanecen aún intactas, silenciosas, vírgenes tras la máscara del anonimato. La impronta permanece: imágenes proyectadas por Águeda A. Millán, música original de Gastón Horischnick y Daniel Ibáñez, cuerpos devorando otros cuerpos, cuerpos macerados en constante sacrificio. ¿Dónde queda “la buena vida”? ¡Ah, de la Vida! ¿Dónde queda?

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Por MJ CORTÉS ROBLES

Daniel Ibáñez, Eva Rubio y Pablo Sevilla
Puctum Compañía

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DAIMON…ese obscuro objeto de deseo…

Crónica

DAIMON...ese obscuro objeto de deseo...

Matarile Teatro

Todas y todos debiéramos tener uno de esos Daimon, que propone Matarile, bien dentro, en las entrañas, agarrado muy fuerte a ellas.

Porque si Daimon estuviera entre nosotras, otro gallo nos cantaría.

Porque Daimon es la ternura contenida, los mil pedazos de un corazón de artista roto por miserables sin consideración artística alguna y que por desgracia son los que manejan el cotarro cultural  en el que perecen los Daimon.

Daimon es la lucha contra la mediocridad, el avance lento de la muerte del teatro en todas sus significancias e insignificancias.

Daimon no está, ni se le espera por desgracia, ni entre la alta alcurnia cultural ni tan siquiera, en la mayoría de las gentes del teatro.

Me gustaría ser crítica de verdad, de esas que no dejan títere con cabeza, de las que asumen la crítica como baluarte para desprestigiar, pero ante este trabajo de Matarile me rindo, me resulta imposible ponerle una pega. Quisiera no caer en la trampa del “buen rollismo” pero no puedo. Caigo irremediablemente ante la ternura del dolor.

Tuve la suerte de asistir a un ensayo de “Daimon y la jodida lógica” y pensé que, a lo mejor, ya no era necesario repetir el día de la función al que iba a asistir porque contaba con quedarme satisfecha. Pero en cuanto salí del ensayo, mientras caminaba por la calle, decidí que tenía que volver, que quería revivir de nuevo aquella sensación inigualablemente teatral y que pocas veces ocurre: tener ganas de llorar, de gritar: ¡tenéis razón, joder!

Asistir a esta función me hizo preguntarme una vez más: ¿Cambiará algo el mundo teatral después de esto? Debería…pero lo dudo.

Así, Daimon, se quedará en la utopía descrita por Ana Vallés. En el lugar secreto y profundo de los escenarios, atravesado por la historia de los que lucharon por cambiar las formas y los discursos: Pina, Kantor, Artaud…y que sobreviven en contadas ocasiones, machacados por el “infulismo” los “egos atronadores” y las “circunstancias proclives a la apariencia” más que otra cosa.

No voy a destripar nada, Daimon hay que verlo, sentirlo y de nada vale que me ponga a contar de qué va porque, de lo que va, es precisamente de sentir aquí, allí. Hic et nunc, ¡maldito seas!

De las múltiples imágenes que podría elegir de “Daimon y la jodida lógica”, me quedo con aquella en la que las bailarinas se doblan hacia atrás, parece que se caen, viciadas por la danza, pero una mano, la metáfora de esa que todo lo recoloca siempre desde un plano superior, las va poniendo de nuevo en pie, intentado que se mantengan erguidas, en el camino correcto. Pero ellas, indisciplinadas, se vuelven a doblar, como el junco que no se rompe, reivindicando el lugar correcto, aunque parezca complicado a los ojos de los otros. Esa metáfora, como muchas otras de este trabajo, bien podría formar parte de la resiliencia como defensa cultural (La Resiliencia es un bonito vocablo y muy de moda por eso lo uso. Pero, aún más hermoso es su significado).

Las bases físicas se entremezclan con las verbales y así, Ana Vallés conspira desde la intertextualidad modificando a cada paso el mensaje, dándole la forma adecuada para atrapar al espectador/a en el mundo opresivo del teatro y, al mismo tiempo, salvador de una sociedad determinada e indeterminada.

Un catálogo de personajes desfila desinhibido por el escenario, como si el final del mundo teatral acabara de producirse y sólo nos quedara la magia escénica. Y Daimon por ahí, pululando a sus anchas.

Ajenos al superfluo mundo que los rodea, Ana Vallés y Baltasar Patiño, sol y sombra de la compañía Matarile, son dos personas amables, sinceras y tremendamente tímidas que parecen no ser conscientes del poderoso trabajo que hacen. No es que no se den cuenta, es que no alardean de ello, quería decir. Y te explican, sin tapujos, los difíciles momentos que atraviesa la cultura, los festivales, el teatro y por lo tanto, lo complicado y valiente que es sacar adelante semejante producción.

¡Me alegra que sigáis resistiendo, compañeros!

En pleno siglo veintiuno estamos aún a años luz de un avance real en el teatro y la danza contemporáneos. Es cierto, es tan cierto que produce sentimientos encontrados con las artes escénicas.

Una vez más, salgamos del teatro sonrientes, felices por haber sido espectadoras de un trabajo magnifico, lleno de dolor y que aúlla ante nuestros ojos. Aún así, no hagamos nada, no movamos un dedo. Al fin y al cabo: el espectáculo debe continuar. ¡Mierda!… ¡Mucha mierda!

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Por Lola Correa

DAIMON…ese obscuro objeto de deseo…
(Crítica de Lola Correa)

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¡AY! ¡YA!

Entrevista

¡AY! ¡YA!

Macarena Recuerda Shepherd

“Las matrioshkas de Bilbao”

Cae una suave lluvia de finales de verano, cuando me reúno con Lidia e Idurre para tomarnos un vermú y charlar de teatro, de cómo van las cosas y sobre todo, de su vuelta a Vigo con el último trabajo de la compañía: “¡AY! ¡YA!”

Tras Macarena Recuerda Shepherd se esconde la timidez y la fuerza de la artista Lidia G. Zoilo ex-miembro de la compañía catalana Amaranto que desde hace algunos años vive en Bilbao y que sigue trabajando como siempre, imparable, en lo que más le gusta: experimentar en escena.

Macarena Recuerda lleva en su haber unos cuantos espectáculos: “That´s the story of my life”, “Whose are these eyes?” y el documental: “Greenwich_Animation”.

Ahora la acompaña otra gran artista: Idurre Azkue, vasca por los cuatro costados y con una larga trayectoria a sus espaldas. Entre las dos han creado este palíndromo teatral que juega a hacer y deshacer ante los ojos del espectador. Imágenes revueltas y resueltas que son consecuencia unas de las otras. ¿Adónde vamos o creemos ir? ¿De dónde venimos o creemos venir? Son quizá las cuestiones que planean por el enrevesado trabalenguas físico que deshojan, reemplazan y que semeja una caja de muñecas rusas matrioshka.

Ni son muñecas, ni son rusas. Idurre y Lidia son dos mujeres con un amplio conocimiento del escenario, de la pasión por el oficio y de lo que hay que dejar atrás para seguir resistiendo.

Hablamos de feminismo, de la necesidad de superar lo asimilado durante décadas y de cómo acercar a los más jóvenes al teatro. Un teatro con “voz” femenina pero con carácter universal.

LIDIA: La verdad es que hemos llevado “¡AY! ¡YA!” a institutos, ante público muy joven y siempre, antes de salir, sientes un cierto acongoje porque nunca sabes si aquello que vas a mostrar va a ser muy raro, si es lo que esperan, en fin, esa inseguridad tan implantada en las y los artistas. Ese miedo de última hora que obliga a replantearte todo en segundos y que, por suerte, sólo dura eso, unos segundos. Al final el resultado es maravilloso porque los chavales y las chicas no tienen miedo al juego, para ellos lo que hacemos es algo que entra dentro de su lógica: jugar, pasarlo bien.

Pero no sólo es juego lo que esconde este trabajo, hay un potente entrenamiento físico detrás. Les pregunto en qué género incluirían “¡AY! ¡YA!”.

IDURRE: Efectivamente, no se puede definir esta pieza sólo como un juego. También es danza, composición y performance.

LIDIA: El género es difícil de explicar en este caso porque no hay texto, por lo que no entra en lo que socialmente se entiende por teatro, o sea por texto. El problema con los adultos, muchas veces, es la ausencia de palabra. Cuando no hay texto que explique lo que ocurre, mucha gente dice no entender nada y se queda con eso. El poder de las imágenes pasa, entonces, a un segundo plano. 

Les pregunto si creen que el cine y el teatro más tradicional, quizá, hayan creado en el público la necesidad del eterno: presentación, nudo, desenlace. 

LIDIA: En mayor o menor medida esta costumbre tan arraigada en el espectador viene del cine, del teatro de texto y, sobre todo, de la literatura, dónde la palabra es el máximo exponente de la historia, por eso cuesta introducir otro discurso. Nuestro trabajo es necesario en la medida que te transporta a un tiempo distinto y crea estímulos diferentes. Además, si pensamos que el público de ahora viene viciado por la utilización desmedida de las nuevas tecnologías, aún peor. Por eso, romper con lo virtual es muy necesario ya que te pone en otro lugar.

IDURRE: Hay que añadir, además, que nuestro trabajo trata de llegar a todos los públicos y para ello nada mejor que incluir el humor en la pieza.

El humor, ese género desgastado por el uso y abuso de sí mismo. Pero “¡AY! ¡YA!” no es humor basto, no hace reír a carcajadas porque la sutileza, esa que maneja el tiempo de forma lenta y precisa, como dice Lidia, supera el chiste fácil.

En “¡AY! ¡YA!” hay que sumergirse como en una piscina, dejar que el agua te envuelva, crear esa magia entre la piel y el líquido para, poco a poco, poder nadar y flotar. 

No quiero despedirme de Lidia e Idurre sin preguntarle qué será lo próximo, porque espero ansiosa su vuelta.

LIDIA: Me apetece mucho trabajar con las sombras, los efectos que crean, la composición. Estoy investigando y documentándome para el próximo proyecto que irá por esa línea. 

Recordamos a Lotte Reiniger, aquella artista alemana de principios del siglo pasado, famosa por sus películas de animación con siluetas.

Y poco a poco, después de una comida y dos cafés, las dejo irse al teatro para la función de la noche, siempre con la esperanza de que acuda público.

Es sábado, ¿será buen día? Me pregunta Lidia.

El eterno dilema de las gentes de las artes en vivo…seguro que sí, le contesto confiada.

Ha dejado de llover. El mundo es más bonito después de hablar con dos talentos como Lidia e Idurre.

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Por Lola Correa

Macarena Recuerda Shepherd
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Guirigai, buen amor y mejor teatro

Crónica

Guirigai, buen amor y mejor teatro

Teatro Guirigai ha cumplido los 40. Quienes nos dedicamos a la cultura sabemos qué significa esto: cuatro décadas de experiencia ininterrumpida te dan estilo, calidad y genio. Y en el caso que nos atañe, gente de teatro, nos brindan la oportunidad de deleitarnos con la versión dramática de Libro de Buen Amor

Los versos del Arcipreste de Hita me han acompañado siempre, forman parte de mi estructura mental, han contribuido a configurar mi visión del mundo y han ayudado a entender esa amalgama que es la cultura ibérica; pero, sobre todo, han perfilado mi personalidad artística”, explica el dramaturgo, director y actor Agustín Iglesias, quien fundó en aquel Madrid de 1979 la compañía Teatro Guirigai. Desde entonces ha llovido y ante todo florecido: concretamente, Guirigai ha producido 56 espectáculos; 56 obras diferentes con un sello distintivo: el de la contemporaneidad.

De hecho, este Libro de Buen Amor descubre y valora la obra del mester de clerecía del siglo XIV en contemporaneidad con la trayectoria de la propia compañía. En cierto modo, y de qué manera, el teatro de calle está presente en el espectáculo a través de una ‘Comparsa del Arcipreste’ que entra en acción haciendo bullicio, y que continúa su guirigay interactuando con el público para terminar rogando un “Pater Noster por esta compañía”. Porque también ahora, como en aquel inolvidable Viaje a Eldorado de 1986, Teatro Guirigai pretende reencontrar el sentido a lo irrespetuoso, fundamentalmente cuando de la Iglesia católica se trate. 

Mientras se degusta, este Libro de Buen Amor produce una interrogante constante al público no experto en Juan Ruiz: ¿cuánto de fiel tiene el texto teatral con respecto al original? Es complicado imaginar que allá por 1330 un hombre concluyera a los personajes femeninos como mujeres sabias, chistosas, poderosas, estoicas a la vez que ardientes. Agustín Iglesias así lo concibe gracias también al espléndido trabajo de las actrices Magda García-Arenal, Asunción Sanz y Mercedes Lur, quienes se desdoblan en personajes diversos que adquieren voz propia, pero protegen, persistentemente, la voz de todas las mujeres: las de las lavanderas, prostitutas, serranas, venus, trotaconventos… Escenas de sexo homosexual, de tórridas decisiones estimuladas por ellas, acciones en las que “no es no”, etc., nos sitúan en la lucha feminista actual y nos retrotraen a aquellos espectáculos de Guirigai de los ochenta, como La viuda valenciana (1980) y Una mujer sola (1981).

En este mismo sentido, el ‘Arcipreste de Hita’, interpretado por Raúl Rodríguez, no deja aquí el poso del personaje misógino tan referenciado en la bibliografía sobre Libro de Buen Amor, sino que advertimos a un protagonista jovial y juguetón que crece y aprende del contexto femenino que le rodea. Por su parte, Jesús Peñas y su sugerente ‘Don Melón’ nos devuelven a otra constante del teatro de Guirigai: la lucha de clases. En resumen lo digo, entiéndelo mejor:| el dinero es del mundo el gran agitador| hace señor al siervo y siervo hace al señor;| toda cosa del siglo se hace por su amor.

La Comparsa del Arcipreste es elenco habitual de la compañía, como lo son el responsable de la sorpresiva escenografía, Marcelino Santiago ‘Kukas’  -quien casual o causalmente también cumple cuarenta años en la escena teatral nacional-, y de la música original, Fernando Ortiz -creador de las bandas sonoras de La Celestina, Camino del Paraíso, El Deleitoso y otras Delicias y Soldadesca-. El vestuario, hermoso y llamativo, es obra de la extremeña Isabel Santos.

Todos los elementos escénicos forman una armoniosa amalgama que encadena con el ritmo del espectáculo: una obra de noventa minutos y dieciséis escenas; una dramaturgia fiel a la estructura del Libro desde una mirada del siglo XXI;  una comedia para celebrar la vida y una admirable trayectoria de buen amor y mejor teatro.

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Por Bernardo Cruz

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Bernardo Cruz

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Anne Lepper

ANNE LEPPER: LA DRAMATURGIA DEL MANIQUÍ

Ensayos

ANNE LEPPER: LA DRAMATURGIA DEL MANIQUÍ

Anne Lepper

En ocasiones la fuerza de una imagen es tan poderosa que parece determinar, al menos en la conciencia del lector, el conjunto de la obra de un autor. Así tenemos la impresión de que ocurre en el caso de la dramaturga alemana Anne Lepper. Aunque su obra está llena de numerosos hallazgos, tanto temáticos como lingüísticos, el lector retiene principalmente su imagen de un hombre muñeco u hombre maniquí en Chica en apuros, su pieza más reconocida hasta el momento. El poder de dicha imagen deriva no solo del hecho visual, sino también de la radical inversión tanto de la perspectiva de género como de la tradición literaria. En efecto, tanto en una como en otra ha sido siempre la mujer, y no el hombre, quien tradicionalmente ha sido vista como una muñeca ―o como una estatua o una autómata, entre otras manifestaciones, como más tarde veremos. Y ha sido siempre el hombre, y no la mujer, quien tradicionalmente ha impuesto su perspectiva, masculina, por el hecho mismo de ser quien mira, quien impone el deseo de su mirada sobre la persona contemplada, de ese modo convertida en simple objeto de su deseo. Anne Lepper, en cambio, otorga la mirada ―y la palabra― a la mujer y convierte al hombre en objeto del deseo femenino, en un maniquí.  

Nacida en 1978, en Essen (Alemania), Anne Lepper escribió su primera obra dramática en 2009, titulada Todo lo demás está dentro, por la cual recibió el Premio Munich de Fomento de la Dramaturgia en Lengua Alemana. A continuación llegó, en 2011, la obra Adónde vamos perro, con la que participó en los célebres Encuentros Teatrales de Berlín (Berliner Theatertreffen). Siguieron, en 2012, Seymour o estoy aquí solo por equivocación y Cati Hermann, esta última una de sus piezas más relevantes. Por ambas fue elegida, por la revista Theater heute, como la autora dramática joven del año 2012. En 2015 aparecieron La Chemise Lacoste, Ay el mundo y Esbozo de un teatro total. En 2016 publicó Chica en apuros, su obra más emblemática, que fue escogida como la segunda mejor obra del año por Theater heute y por la que Lepper recibió, al año siguiente, el prestigioso Premio Mühlheim de Dramaturgia. Tras ella, en 2018, vino Maxim, su último trabajo hasta el presente, una pieza de teatro juvenil por la que viene de ser galardonada, en 2019, con el Premio neerlandés-alemán de Dramaturgia Juvenil e Infantil.  

Uno de los temas centrales de las obras de Anne Lepper, recurrente en su práctica totalidad, es el deseo del individuo por escapar de una realidad oprimente. Sus personajes protagonistas suelen ser mujeres o, en todo caso, muchachos jóvenes o todavía adolescentes ―nunca hombres maduros― inmersos en una situación social o familiar asfixiante ―marcada en no pocas ocasiones por la precariedad económica― de la que buscan liberarse, sin saber muy bien cómo, en busca de una existencia mejor. En Todo lo demás está dentro, por ejemplo, Anne, la heroína, es una mujer de cuarenta años que, tras la muerte de su madre, vive encerrada con un padre absorbente en una casa que se cae en pedazos, carente de recursos económicos e incapaz de llevar a cabo su deseo de independencia. En Cati Hermann la anécdota es similar: Cati, madre de familia y viuda, vive con dos hijos ya mayores ―Irmi y Martin, a los que ve como una carga― en una casa que se empeña en reformar aunque vive bajo permanente amenaza de desalojo; su deseo, o más bien su sueño, es volver a la escena ―se trata de una bailarina frustrada que en el pasado hubo de abandonar las tablas debido al nacimiento de los niños― para salir de su actual existencia y acceder a una mejor situación económica. Llegamos así a otro de los temas principales de Lepper: la tensión entre la realidad y el sueño. Atenazados por las circunstancias reales e incapaces de superarlas, sus personajes se refugian, a veces, en un mundo onírico de fantasía, cayendo incluso en lo grotesco. En Todo lo demás está dentro, Anne y su padre sueñan con que su conejo de competición gane una carrera para poder así salir de la pobreza. En Cati Hermann no solo sueña la madre, sino también los hijos: así Martin, caracterizado por una discapacidad física y su condición homosexual, pero sobre todo por su descontento de ser quien es, sueña con ser otra persona llamada Rocco ―el protagonista de Rocco y sus hermanos, la película de Visconti. En Esbozo de un teatro total, la protagonista, una mujer llamada Bonnie, huye de su vida cómoda y convencional de mujer casada y madre de dos hijos para ir en busca de experiencia y, sobre todo, del teatro, que aquí aparece como el ideal de una vida más auténtica.              

En Seymour y Ay el mundo los protagonistas son, en cambio, un grupo de muchachos. En Ay el mundo, tres jóvenes viven en un depósito de chatarra, apartados de los adultos, carentes de perspectivas de trabajo y de futuro y enfrentados al mundo y al sistema (encarnado simbólicamente por el empresario nazi Alfried Krupp.) En Seymour cinco adolescentes gordos se hallan aislados, por voluntad de sus padres, en una especie de balneario en las montañas, sometidos a una cura de adelgazamiento, deseosos, sin embargo, de la asistencia adulta, ya la del doctor Bärfuss, el director de la institución, siempre ausente ―otra figura masculina ausente―, ya la de los padres, por quienes se sienten rechazados debido a su gordura. Leo, uno de los muchachos, no solo sufre por ese abandono, sino que también es consciente de que sus padres lo han sustituido por Seymour, un primo suyo más delgado, a quien aquellos han dado, en su ausencia, su habitación. Nos adentramos aquí en otro de los temas nucleares de Anne Lepper: la conflictiva relación del individuo con la sociedad y, en particular, la necesidad individual de adaptación a las normas sociales, incluso a costa de la renuncia personal. Los muchachos gordos, víctimas del aislamiento y la tortura psicólogica, se esfuerzan, en efecto, por adelgazar ―sin conseguirlo―, a fin de agradar a sus padres y poder así volver a sus hogares y reintegrarse en la sociedad familiar. La pieza viene a ser un símbolo muy acabado de la moderna tiranía social de la imagen y de la apariencia física y expone con crudeza la necesidad del individuo por adaptarse a esa exigencia. En Ay el mundo, cuando las cosas se ponen feas, los muchachos rebeldes acaban por claudicar ante el sistema, renunciando a su modo de vida y regresando a lo que ellos llaman el Club de los Hijos, es decir, a la vida acomodada, ordenada y burguesa, bajo el amparo de los padres ―una alusión directa a Metrópolis, la película de Fritz Lang: en ella, el Club de los Hijos es la despreocupada sociedad de los hijos de la clase priviligiada que, en contraste con la ciudad de los trabajadores ―situada en las profundidades―, habita en la soleada superficie de Metrópolis. Esta necesidad de adaptación social se hace aún más patente en La Chemise Lacoste. Allí, en su primera parte, Félix, un joven de baja clase social, recibe una ayuda del Estado, gracias a la cual se le abre un futuro considerado prometedor: puede abandonar el pobre y desesperanzado hogar familiar ―a su padre, a su madre y a sus seis hermanos sin perspectivas―, convertirse en recogepelotas de tenis y, sobre todo, aspirar a ser, con el tiempo, una estrella del tenis (el tenis aparece aquí como la vida de las clases altas y la camiseta Lacoste, uniforme del tenista, como su materialización simbólica). Ahora bien, para cumplir su sueño de crecimiento social y de riqueza personal, Félix debe primero adaptarse a la sociedad de sus nuevos compañeros, recogepelotas como él, pero de clase alta y adinerada que, para su desgracia, no lo recibe con los brazos abiertos, sino que, al contrario, descarga sobre él todos los prejuicios que las clases altas tienen sobre las bajas. La existencia de Félix se transforma entonces de una lucha por salir de la pobreza en una lucha por ser aceptado por los más pudientes, al punto de la denigración personal, pero fracasando al fin y a la postre. Lepper introduce aquí otra cuestión que es constante preocupación suya: las diferencias económicas y sociales entre ricos y pobres y cómo estos se ven impedidos de alcanzar una existencia mejor o incluso la felicidad, asociada así, en armonía con los dictados sociales, a la posición económica. 

Esta lucha por la aceptación social se torna más conflictiva e incluso más patética cuando el personaje que la emprende es una mujer. En la segunda parte de esa misma obra desaparece Félix, el protagonista masculino, y entra en escena Kay, la protagonista femenina, pero también víctima de una problemática social semejante: ahora se da paso a una fiesta a la que llegan Sebastián, una gran estrella del tenis (modélica ejemplificación del triunfo social), y su novia Kay. Esta, de procedencia social baja al igual que Félix y reducida a objeto sexual de compañía, debe someterse a las continuas exigencias que la sociedad de invitados le impone como acompañante femenina de la estrella masculina. El propio Sebastián porta consigo una lista en la que aparece registrado cada uno de los requisitos que necesariamente debe cumplir la fiesta (ha de ser una fiesta del siglo XXI, Sebastián debe sentir el glamur de la fiesta, es obligatorio que lleve una mujer a la fiesta, tiene que cantarle una canción a Kay y, sobre todo, Kay debe llevar a cabo un baile en círculo, no de otro modo, sino obligatoriamente en círculo, como magnífico y absurdo símbolo de obediencia a las normas sociales). Si algo no aparece en la lista, entonces no debe producirse. Resulta inadmisible, por ejemplo, que Kay, despreciada por los invitados y agredida por uno de ellos, sangre y se caiga al suelo, ya que con ello echa a perder el glamur de la fiesta (y, en consecuencia, cae en desgracia a ojos de Sebastián). Kay, a semejanza de Félix, llega al extremo de la renuncia personal, con tal de ser aceptada en sociedad. Consiente incluso en ser travestida en hombre por algunos invitados, en ser vestida con corbata, sombrero y esmoquin («¿Somos amigos ahora que soy un hombre?», llega a preguntar). El tema de la necesidad individual de aceptación social entronca aquí con la cuestión de género, otra de las grandes inquietudes temáticas de Lepper. En sus obras, la mujer aparece con frecuencia como víctima de la presión que sobre ella descarga una sociedad dominada por las normas, los clisés y los prejuicios masculinos. A este respecto, resulta recurrente el motivo del travestismo. En Ay el mundo, Marie-Ann, la protagonista femenina, llega al extremo de someterse a una operación de sexo con el único objetivo de conseguir el amor de los muchachos, ya que ellos la rechazan por ser mujer (al ser homosexuales, ni quieren su amor, ni la aceptan siquiera). 

En Chica en apuros el travestismo aparece aplicado, en lugar de a la mujer, al hombre, con consecuencias radicales. En esta obra, en efecto, Baby, la protagonista, harta de estar sometida a las exigencias de los hombres, tanto de su marido Franz, como de su amante Jack, decide abandonarlos a ambos. Para sustituirlos, se propone establecer una relación con un muñeco para poder hacer con él lo que le venga en gana, acostarse con él cuando quiera, insultarlo si así lo desea, etc. Nos hallamos aquí ante una inversión absoluta de los roles tradicionales de la mujer y del hombre tanto respecto de la cuestión de género como de la tradición literaria. Como ya hemos apuntado más arriba, por lo general ha sido el hombre quien, tanto en uno como en otro ámbito, ha cosificado a la mujer convirtiéndola en muñeca sin voluntad propia, como simple recipiente de sus deseos masculinos. Esta visión se remonta hasta la Antigüedad grecorromana: en las Metamorfosis, Ovidio (poeta romano del siglo I d. C.) cuenta la historia de Pigmalión, rey de Chipre, quien, deseando casarse con la mujer perfecta y no encontrándola, decidió esculpir, con espléndido arte, una estatua de mujer tan bella y tan sin tacha que se enamoró de ella. El hombre se enamora aquí de su propia creación, una estatua ideal con forma de mujer ―trasunto de la muñeca―, carente de entidad propia, respuesta al deseo ideal y a la mirada del amante masculino. Por otra parte, la cuestión de la muñeca ―o de la marioneta― es un tema predilecto del romanticismo alemán (véase el pequeño ensayo Sobre el teatro de las marionetas de Heinrich von Kleist, autor de los siglos XVIII-XIX). E.T.A Hoffmann (siglos XVIII-XIX) cuenta, en su célebre relato El hombre de la arena, la historia de Natanael, un joven romántico e impresionable, que se enamora de una autómata (antecesora de los modernos robots) con forma de mujer llamada Olimpia (otra manifestación más de la muñeca). La mujer aparece aquí de nuevo como un ser sin personalidad propia, que solo cobra vida por obra de la imaginación masculina. El motivo ha tenido, asimismo, una recepción afortunada en nuestra propia cinematografía: en la película Tamaño natural (1973), Luis García Berlanga desarrolló la delirante historia de Michel ―magistralmente interpretado por el gran Michel Piccoli―, un odontólogo parisino que, presa de la crisis de la edad madura, se enamora de un maniquí con forma de mujer. Una vez más, la mujer es el maniquí y el hombre quien proyecta sobre este sus emociones. Toda esta tradición es lo que subvierte de raíz Anne Lepper. En Chica en apuros es la mujer quien, saturada de los hombres de carne y hueso, pretende mantener una relación amorosa con un maniquí masculino. Sin embargo, Franz y Jack, sus antiguos marido y amante, sintiendo no solo la amenaza sobre su propia masculinidad, sino también el miedo a que el ejemplo de Baby prospere y cunda entre las mujeres, deciden convertirse ellos mismos en muñecos para tener vigilada y bajo control a su antigua esposa y amante. Se redobla así el impacto de la conversión del hombre en maniquí. Produce, además, un efecto muy poderoso el hecho de que el personaje femenino busque su liberación no a través de la erradicación de los prejuicios de género, sino más bien a través de su apropiación. Baby, en efecto, no pretende eliminar los prejuicios que los personajes masculinos proyectan sobre ella, sino simplemente invertirlos, apoderarse de ellos para poder emplearlos en su propio beneficio. La liberación de Baby consiste, en definitiva, en acceder a disfrutar de las mismas prerrogativas que los hombres: principalmente poder cosificarlos a ellos.

Otro de los distintivos de la autora es su originalísimo estilo literario. Sus obras están compuestas, en general, por pequeños cuadros que se suceden unos a otros rápidamente y con aparente ligereza, ―que a veces ni siquiera llegan a desarrollarse, reduciéndose incluso, en ocasiones puntuales, a una sola frase. La composición parece así, en cierto sentido, impresionista: una pincelada aquí, otra allá, y de ahí resulta un paisaje de impresiones, una atmósfera de sorprendente fuerza. Por otra parte, su lenguaje combina una aparente inocencia ―casi se diría que infantil― con un penetrante análisis social, a lo cual se viene a añadir un marcado gusto por lo absurdo y lo grotesco. Por ejemplo, cuando Baby, la protagonista de Chica en apuros, decide cambiar de vida, su lenguaje, lejos de parecerse al de los adultos cuando toman una decisión, se asemeja al de los niños cuando desean algo: Baby expresa, repetida, ingenua y francamente ―como acostumbran a hacer los niños cuando sienten un deseo, con esa urgente necesidad de satisfacerlo, sin pararse a pensar dificultades o indeseadas consecuencias―, su deseo, absurdo y grotesco, de tener una relación amorosa con un hombre maniquí. Ahora bien, al igual que el lenguaje de los niños, el lenguaje de Lepper tiene la capacidad de desnudar, sin atender a censuras, los prejuicios de la realidad social circundante. El conjunto resulta, en suma, de una fresca singularidad.

Con todo, nos parece que la originalidad del estilo de Anne Lepper trasciende lo puramente estilístico. Esa originalidad, esa voz en apariencia infantil, corre en paralelo con la subversión derivada de la transformación del hombre en muñeco y de la liberación de la mujer, ya que, a semejanza de estas, aspira a ser un intento verdaderamente adulto de subvertir el orden y la uniformidad, en este caso literarias. En este sentido, su dramaturgia puede ser considerada como una dramaturgia del maniquí, imagen en cuyo rebelde simbolismo se reúnen, con gran maestría, las esferas de lo visual, lo social ―la cuestión de género―, lo estilístico y, en definitiva, lo literario.  

La recepción de Anne Lepper en España ha sido escasa. En la web del Instituto Goethe (www.goethe.de) se pueden solicitar las traducciones al castellano de dos de sus obras: Cati Hermann y Chica en apuros, la primera realizada por Maurici Farré y la segunda por Pilar Sánchez Molina y Franziska Muche. El propio Instituto Goethe, en el marco del ciclo Camino Escena, presentó en Madrid, a principios de 2018, la lectura escénica de Chica en apuros, bajo la dirección de Eva Parra.

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Por Antonio Mauriz

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Katharina Dielenhein / Cristian Kleiner / Dennis Weinert / Yehuda Swed

Fotos: Katharina Dielenhein / Teatro Koblenz
Una escena de “Chica en apuros” en el Nationaltheater Mannheim, premio de dramaturgo Mülheim.FOTO: CHRISTIAN KLEINER / TEATRO NACIONAL MANNHEIM / MÜLHEIM THEATERTAGE / DPA
Anne Lepper
Anne_Lepper_privat © Dennis Weinert
Fotos: Katharina Dielenhein / Teatro Koblenz

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ESPONTÁNEA O EL ESPÍRITU

ESPONTÁNEA O EL ESPÍRITU JUGLARESCO: UN NUEVO ESPACIO ESCÉNICO…

ESPONTÁNEA O EL ESPÍRITU JUGLARESCO: UN NUEVO ESPACIO ESCÉNICO EN SANTIAGO DE COMPOSTELA

El pasado día 27 de septiembre abrió sus puertas, en pleno casco antiguo de la ciudad de Santiago de Compostela (rúa Porta da Pena, nº 10), un nuevo espacio escénico denominado Espontánea. Tan próxima es su ubicación a la emblemática iglesia de San Martiño Pinario que se tiene la impresión de que allí conviven, en armoniosa mezcla, el teatro y la fe religiosa. Más allá de que el teatro pueda consistir también en un acto de fe, la combinación de lo mundano y lo sagrado es un fenómeno no poco frecuente en Santiago. Al visitante le bastará con darse una vuelta para comprobar cómo, por ejemplo, mientras las monjas de Antealtares elevan sus rezos en el interior del monasterio, justo delante de su fachada artistas y músicos callejeros, herederos de los antiguos juglares, alzan sus melodías profanas incluso entre la lluvia pertinaz, compitiendo con el alborotado tintineo de los cascos de cerveza -transportados por camiones de reparto entre estrechas callejuelas- y conformando un paisaje humano en cierta medida todavía medieval. A buen seguro imbuidos de ese espíritu juglaresco, los promotores de Espontánea (alguno de ellos proveniente de la maravillosa juglaría que viene a ser el circo) se han propuesto desarrollar, entre piedras sagradas, su proyecto escénico.

Haciendo honor a la promesa que expresa el nombre del espacio, la inauguración fue un acto espontáneo, sencillo y desenvuelto, en el que los gestores de la iniciativa, los primeros alumnos, amigos, curiosos y alguna que otra célebre cara de la escena gallega compartieron proyecto, esperanzas, sueños y algún pincho. La velada fue agradablemente amenizada por el Dj Jackinsane. Los promotores de la empresa son Antón Coucheiro, actor y payaso muy conocido en la capital de Galicia, y Gala Martínez-Romero, periodista y actriz. Como colaboradores suyos se cuentan Natalia Outeiro «Pajarito», Alfredo Pérez Muíño y Mónica Paradela. Espontánea nace con el objetivo de convertirse en un laboratorio escénico y de fomentar comunidades artísticas. Por el momento, en su comienzo, es un espacio dedicado a la docencia, que oferta, para adultos, clases de clown, danza teatro, pilates y consciencia corporal e improvisación; y para niños, teatro y radio. En el futuro, según nos cuenta Gala Martínez-Romero, planea albergar espectáculos, sobre todo muestras de alumnos, y quizá elaborar una programación. Consta de dos salas, una grande y una más pequeña, ideales para el ejercicio de la experimentación escénica.

Su irrupción viene a insuflar aliento a un ámbito cultural que, por desgracia, se ha visto muy asfixiado en Compostela durante los últimos años. En efecto, en menos de una década, han venido desapareciendo de la ciudad no pocos espacios escénicos privados, algunos tras una larga y ardua trayectoria, aunque también exitosa. A día de hoy Santiago no cuenta, por ejemplo, con una sala privada con programación propia y estable. Sí existen, no obstante, espacios dedicados principalmente a la docencia. Si dejamos a un lado las escuelas de danza (cuya presencia es llamativamente abundante: mencionemos, como ejemplos, Can Cun Quinque, Lodanzas, BSdanza y Siliria, entre las más conocidas), el resto de disciplinas escénicas no tienen una representación muy numerosa. Existen, aparte de Espontánea, solamente dos escuelas de teatro, limitadas a la enseñanza, que no han dado el paso de convertirse en salas con programación: Espazo Aberto y Pábulo (la primera, escuela también de danza, especializada principalmente en la formación de actores y dirigida exitosamente por Carlos Neira desde hace 26 años, ha llegado a ser, con todo merecimiento, una verdadera institución en Galicia; la segunda, de más reciente creación, está dirigida, con gran entusiasmo, por Marcos Grande). Asimismo, mantiene su actividad desde hace ya unos cuantos años, de manera realmente admirable, Circonove, una nave de circo que funciona, entre otras cosas, como escuela de payasos (en la senda de Pistacatro, otro colectivo circense, aunque ubicado no exactamente en Santiago, sino en la cercana localidad de Milladoiro). Pese a la notable actividad de todos estos espacios, se echan de menos los efervescentes tiempos, no tan lejanos (a comienzos del milenio y del siglo XXI, aunque, dicho así, pareciera que fue hace una eternidad), en que florecían las salas privadas con programación propia y estable, como la mítica Sala Nasa (dirigida por la compañía Chévere, una de las más reconocidas tanto en Galicia como en el conjunto de España, Premio Nacional de Teatro 2014) o el no menos mítico Teatro Galán (espacio gestionado entre 1993 y 2008 por Matarile, quizá la compañía gallega de mayor talento artístico, dirigida por Ana Vallés y Baltasar Patiño, entre cuyos muchos logros cabe destacar el extraordinario festival internacional de danza, En pé de pedra: nunca, hasta entonces, se había visto en toda Galicia algo parecido; nunca, desde entonces, se ha vuelto a ver en toda Galicia algo parecido. Hoy solamente el festival herDanza, organizado por Can Cun Quinque, bajo la dirección de Isabel Sánchez Temprano y Leodan Rodríguez Casas, puede enorgullecerse de haber seguido sus pasos). En aquella época funcionaban también, a pleno rendimiento, la Sala Yago (gestionada por la compañía Teatro do Noroeste, bajo la dirección de Eduardo Alonso -histórico director de escena y dramaturgo, uno de los fundadores y primer director del Centro Dramático Galego– y de Luma Gómez, una de las mejores actrices de Galicia), la Sala Santart (dirigida por Theodor Smeu Stermin, talentoso director de escena rumano) o, en los últimos años, A Regadeira de Adela (espacio escénico dedicado, entre otras cosas, al microteatro, a semejanza de proyectos como La casa de la portera, en Madrid). Por desgracia, todos estos espacios ya no existen, en algún caso debido al insuficiente apoyo -cuando no al perjuicio- de ciertas instituciones públicas. Por ello, cabe saludar calurosamente la aparición de Espontánea y desearle una larga y fructífera andadura. Esperamos, desde luego, que su espíritu juglaresco, esa fe mundana tan juguetona como tenaz, sea capaz de facilitársela entre piedras centenarias.

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Por Antonio Mauriz

ESPONTÁNEA O EL ESPÍRITU
Gala Martínez-Romero en el interior de Espontánea
SANTIAGO DE COMPOSTELA teatro
Exterior de Espontánea

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RICARDO III

RICARDO III

DE WILLIAM SHAKESPEARE
Versión libre de MIGUEL DEL ARCO y ANTONIO ROJANO
Dirigido por MIGUEL DEL ARCO

Un nombre sobre un sillón vacío e iluminado por un cenital dorado: pasó a la historia, se transformó en polvo el elegido, nada queda. De todo aquello que fue, tan pequeña huella… El principio es un final, un clamor por escapar de su destino. Ante la muerte, lo que queda del ser escapa por la boca, por mucho que se haya cerrado la mueca última de la ironía.

El polvo o el humo que somos deambulaba sobre la escena la otra tarde, ascendiendo a las alturas, como una bandada de estorninos dibujando su presencia coreografiada en el aire. El público murmuraba asuntos triviales desde sus asientos, sin percatarse del futuro, único y el mismo para todos los seres vivos.

Los villanos que ejercen de protagonistas suelen hacer las delicias del público. La otra tarde en el Pavón, Ricardo III resultó simpático, gracioso, inteligente, poderoso, atractivo, fue el blanco de todas las miradas. Ese hombre de acción nos miró desde el escenario sin vernos -pese a la luz incidiendo sobre el patio de butacas-, atravesándonos con su mirada aviesa, maquinando planes precisos para sus propósitos, apretando los dientes en una sonrisa extraña, como si el dolor y el placer se uniesen en su interior para impulsarle lejos, demasiado lejos… La mecánica de su deformidad venía sin duda de su esfuerzo en someter, no solo su propio cuerpo y su propia mente, sino también los cuerpos y las mentes de todas aquellas personas  que saliesen a su encuentro, que se cruzasen en su camino. Ningún ser humano puede ejercer el sadismo sin escepticismo extremo. Cuando esas capacidades empáticas que presuponemos humanas son tan solo imitaciones, frías estrategias cerebrales que se repiten hasta convertirse en hábitos huecos, no es raro que se retuerza una pierna o que nos salga joroba, aunque seamos aparentemente los más bellos del mundo, incluso iconos publicitarios. Manda el Sistema, también sobre “la belleza”.

La otra tarde, el Ricardo III de Israel Elejalde se nos antojó un showman, un personaje de cabaret carismático, una caricatura parlante pegada a un micrófono. Su bastón de mando: el control de los medios informativos, en él apoyaba su cojera, su desigualdad de cuna. Sabe muy bien lo que se hace, es plenamente consciente del ejercicio del poder y de sus consecuencias, experimenta el poder como lo hace un yonki con cada dosis de droga dura, que solo responder  ya a cantidades de poder que se extreman, desorbitadas, alucinatorias. Para mayor gloria del personaje, es un villano de comedia, y eso le salva. Puede hacer cualquier cosa ante nuestros ojos, no apartaremos la mirada, pueden oírse incluso las carcajadas tras sus fechorías. Es natural, el entusiasmo de Ricardo la otra tarde resultaba contagioso, su capacidad de persuasión y su maestría en el lenguaje, dignas de admirar. No hay nada dentro de Ricardo, es una máscara hueca, un símbolo. Su estrategia final, la cobardía: “Dejadme salir de aquí. Mi reino por un caballo.” Al igual que no hay piedad, no cabe arrepentimiento. La fiereza de lo sistémico.

El mundo de Ricardo III la otra tarde fue un mundo de pesadilla, en el que los muertos se desentierran para desconsuelo de viudas melodramáticas, en el que el público podría ser asesinado si no aclama a Ricardo debidamente. Podrían haber rodado nuestras cabezas, como la de Buckingham, no es cosa de broma. Sé al menos de un “payaso” capaz de desordenar mi mundo más cercano desde la lejanía, desde el otro lado del globo terráqueo. Particularmente a mí nunca me hizo gracia, ese “payaso”, pero llegó a la cima del Sistema apoyándose sobre todo en los medios informativos, en publicitar el escándalo, en utilizarlo como reclamo. Maquiavélica conquista. La seducción es un arma de doble filo. La pérdida de la voluntad, el abandonarnos, reduce el peso atroz de nuestra existencia; pero la muerte es irresoluble y exacta cuando llega. No hay abandono en la vida, excepto el sueño tras la vigilia. Todos somos responsables de permitir ejercer al poderoso.

Así que estamos allí reunidos para observar tranquilamente el modus operandi de Ricardo, congregados frente a la barbarie, sin pestañear, como frente a un televisor con tarifa plana, sin perdernos ni una salpicadura de sangre. Nos divertimos con el sufrimiento de los otros, somos torturadores, pero podríamos ser víctimas. Es excitante, el terror siempre nos atrajo. Y esta perversión se ha colado en nuestra sexualidad, ha hecho estragos. Somos un poco Ricardo III y un poco Lady Ana, hasta que nos entra el pavor a un paso de la tumba. Sálvese quien pueda.

¿Qué es lo que nos encandila de Ricardo? Esa energía inagotable, tan de Elejalde, tan animal, esa potencia libérrima, sin prejuicios ni contradicciones. Como si de un juego de roll se tratase, Ricardo III pasa por la vida, cumple su papel a la perfección y deja su impronta. Ni un ápice de sufrimiento por su parte. O bien, una alquimia del dolor que se resuelve tan de inmediato en algo placentero, de forma tan eficaz, que el dolor sucumbe, apenas acontece en su persona. Se ama a sí mismo, soledad suprema.

Miguel del Arco, con la colaboración de Antonio Rojano en la dramaturgia, ha versionado esta comedia del dramaturgo inglés más universal. En esta propuesta, los personajes de la época Isabelina son travestidos a personajes de esta época nuestra, tan evolucionada hacia ninguna parte. Del Arco se permite en el montaje guiños teatrales que aluden a la situación sociopolítica española actual, muy concretos, proclives a suscitar la polémica. La dirección de Del Arco maneja a la perfección el ritmo vertiginoso que Shakespeare supo imponer al texto original, pese a que se le hayan amputado algunas partes y reescrito otras tantas, o precisamente por eso -ya no le temo a la herejía-.

En cuanto a la puesta en escena, el patio de butacas queda invadido por la acción, el público tiene presencia y voz, es invitado a tomar parte. Se busca la identificación del respetable con lo que transcurre a través de elementos diversos, se pretende que le afecten los acontecimientos como parte implicada. Y se consigue. El público queda preso en el entramado de luchas por el poder, en las intrigas entre los que quisieran alcanzarlo, sin darse cuenta de que también desde el patio de butacas se están obviando las cuestiones éticas. El público se está divirtiendo sin más, no está valorando las consecuencias.

La vida misma, el propio mundo, esta misma España convulsa. Solo a posteriori se reflexiona, se cae en la cuenta de lo vivido. Mientras la tragedia tiene lugar, tiene tono de comedia. Disfruten mientras puedan.

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Por MJ CORTÉS ROBLES

CRÓNICAS DEL Pavón Teatro Kamikaze

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