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Dramaturgia y dirección: XIMENA VERA

MUJERES DE PACIENCIA SALVAJE

MUJERES DE PACIENCIA SALVAJE

(Inspirada en Mujeres que corren con lobos de Clarissa Pinkola Estés)

Dramaturgia y dirección: XIMENA VERA

Un lugar que ya ha sido habitado con anterioridad, queda plagado de resonancias, de energías diversas que impregnan su atmósfera, por mucho que se pisoteen los jardines y se le cubra de pintura negra. En San Cosme y San Damián 3 pasé mis años de escuela; entre las macetas del patio esperé mi entrada a escena, ya como actriz de la compañía que por entonces habitaba este lugar.

No. Cualquier tiempo pasado no fue mejor. No digo eso. El pasado, a menudo, está plagado de malas hierbas. Pero un espacio teatral antiguo que se intenta liberar del pasado, a menudo pasa de mano en mano hasta caer en las adecuadas, aquellas que son capaces de observarle y de percibir, de escucharle y de acoger el eco de sus heridas, para poder dotarle así de un sentido renovado.

He asistido a varios espectáculos representados en este espacio escénico, una vez quedó huérfano y pudo ser adoptado, antes de que se le nombrase como Teatro de las Culturas y de que contase con el equipo de dirección actual (Clara Méndez-Leite, Olaia Pazos y Alberto Ammann). La otra tarde regresé a este lugar tan significativo para mí, acudí a la llamada de Up-a-tree Theatre, una compañía de la que no tenía conocimiento y que estrenaba su segundo espectáculo en Madrid. Su propuesta era alentadora, se inspiraba en las investigaciones de la antropóloga y psicóloga Clarissa Pinkola Estés, conectaba con el impulso artístico que últimamente me guía, comprometido y transformador. Y se produjo el milagro: Fue la primera vez que me olvidé de en qué lugar físico me encontraba. O quizá no, quizá se distrajo mi intelecto hasta el punto de que mi alma quedó liberada en el aquí y ahora. Quizá lo que ocurrió conmigo la otra tarde es que participé plenamente del ritual artístico que tuvo lugar allí, transcendiendo mi roll de espectadora. Permanecer expectante no es un estado que se pueda mantener eternamente. Algo transcurre en la vida interna de la persona que asiste a una representación que le retumba dentro. El pulso de mis venas, la otra tarde, era un tambor que se agregaba a la música en directo, una percusión inaudible que modificaba el ritmo de mi entorno. El despeñarse de mi risa, provocada por el buen hacer de las actrices, era un vestigio de mi infancia. Pero esta reacción mía no era un hecho aislado, mi acompañante vibraba igualmente, aunque no estuviera vinculada de un modo tan rotundo a aquel lugar.

Quedé prendida a la red, como el personaje que encarnaba Marta Cuenca, la Mujer Esqueleto, la protagonista de uno de los cuentos rescatados de la memoria de ancianas húngaras por Estés. Al tejido laborioso de las melodías compuestas por Ana Laan no se le veían las costuras. Podría asegurarse que el arco del violonchelo se deslizaba sobre nuestra sensibilidad y la predisponía para la coreografía de movimientos escénicos, cuyo cuidado concepto había sido liderado por Agnès López Ríos durante los procesos de ensayo. De las notas juguetonas del ukelele el elenco podía nutrirse, obtener más energía a la hora de saltar a la comba, participar en el juego escénico por turnos, salir indemnes de la amenaza de una soga golpeando contra el suelo. La flauta añadía notas de la profundidad de los mares, del interior de bosques ocultos; el acordeón, el quejido eterno de los menesterosos en las calles, el sentimentalismo y la nostalgia. Y por fin, las voces, poseídas por la magia de las transmisiones orales que nos atraviesan, siglos y siglos de tradición y sabiduría que venían a nuestro encuentro, tanto en lo que se refiere al canto como a la narración.

La puesta en escena, iluminada por David Alcorta con acierto, prescindía de lo accesorio. Si lo comparásemos con un lienzo en el que se pintase al óleo, era semejante su base oscura a la de los cuadros de Turner, el pintor de tormentas en paisajes marinos, tan inquietantes como atrayentes. Un cierto aspecto verdoso en el que resaltaban ciertos tonos del vestuario, como el rojo de unos zapatos, o el blanco roto de un vestido de novia de cola infinita. Intento describir de algún modo la sutil belleza de este espacio desangelado con atalaya de madera como trasfondo. Otros trazos del dibujo en vestuario y aterezzo me remitían al aspecto étnico de los abalorios africanos que jamás serán un souvenir, por ser en sí mismos transmisores del espíritu, catalizadores de la magia.

El misterio de lo salvaje en la naturaleza estaba presente en la dramaturgia hilvanada por Ximena Vera, pespunteada por la interpretación musical a cargo del elenco de actrices; bordada con maestría a través de su encarnación en multitud de personajes diferentes -más de veinte, siendo tan solo cuatro actrices-. La esencia salvaje de la mujer, era el tema en concreto, algo no pronunciado, que se escapa a lo civilizado, a lo doméstico, que conecta la muerte con la vida y la vida con la muerte, que nos devuelve las ansias de transcendencia. Una perspectiva de la humanidad distinta a la convencional, desde la creatividad de una mujer, siempre conectada a la sabiduría ancestral de sus congéneres, como punto de vista valioso y único, como influencia poderosa a tener en cuenta en lo social y en lo político.

He investigado un poco el proceso de creación -también los orígenes y la trayectoria de la directora, a la que pienso perseguir de escenario en escenario-. Por lo visto, además de reinterpretar algunos de los cuentos recopilados por Clarissa Pinkola Estés, se entrevistó a un determinado número de mujeres, de diferentes generaciones, que aportaron vivencias personales. Se grabaron sus testimonios y se tuvo en cuenta incluso la tesitura de sus voces, a la hora de crear los personajes.

Por todo ello, quizá, nos identificamos tanto con las historias contadas, porque las cuentan personas de carne y hueso, mujeres únicas y valiosas que se estremecen ante la presencia y la coexistencia de otros seres, que practican con persistencia la empatía; capaces de pasar en un suspiro del llanto a la risa, del temblor a la osadía; habitáculos de emoción pura destilada por siglos de experiencia, intelectos que se defienden contra el germen de la violencia y de la putrefacción, que resisten y evolucionan, en un renacer continuo. Magníficas actrices que juegan a ser alguien más, además de ellas mismas: como Raquel Pardos y su devoción por el baile, que se transforma en obsesión cuando se traiciona a sí misma; como Andrea Nespereira y sus brillantes, cálidas y efímeras posibilidades de salvación; o como la propia Ximena Vera que es capaz de zafarse de un depredador y de ponerse a salvo. (Este momento escénico resultó para mí el corazón de la obra, me emocionó profundamente. Ese introducirse en el vestido de novia como si se tratase de ponerse una mortaja, al mismo tiempo tan apasionante y tan escalofriante, tan preñado de esperanza y tan letal. La institución del matrimonio es el núcleo del Patriarcado, el nudo que hay que deshacer, el enganche que hay que soltar, la labor que hay que destejer). Y, por último, el dejarse salvar por el pescador de Marta Cuenca, tan sensual y tan empapado de ternura, semejante a una criatura abisal a la que le cuesta destaponar sus oídos, repletos de agua y de moluscos, enredada a la red como las algas a sus cabellos, boqueando su aliento porque extraña el medio. Esa criatura marina que busca refugio y calor pegándose a otro cuerpo vivo para pasar la noche, hambrienta de amaneceres y de abrazos.

En la actualidad, las mujeres siguen en peligro de muerte violenta a manos de los hombres, ya sea muerte psíquica o asesinato. No de cualquier hombre, de algunos, pero son muchos, demasiados, tienen que reaccionar, tienen que cambiar. Cualquier ser humano inocente está en peligro, cualquier ser de luz ardiente expuesto a las inclemencias de un mundo injusto y desnortado, una sociedad que se empeña en avanzar por el callejón sin salida de un sistema ciego y caduco, encorvado por el peso de sus crímenes. Un mundo que olvida la infancia, como si el futuro fuese un artículo de compra-venta. Un mundo ajeno al valor de los ideales, que mueren congelados. Un mundo donde priman los valores del mercado, depredador de cuerpos y conciencias, que siente pánico ante este impulso de cambio atávico que parecen liderar las mujeres.

Dice la directora que para ella el teatro es un arma de sanación colectiva. Así fue esta experiencia para mí. Que así sea.

portada ejemplar piloto

Crónicas

MJ CORTÉS ROBLES

Imagen

© Javier Suárez Gómez

Dramaturgia y dirección: XIMENA VERA
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no tenía grandes expectativas

Anastasia

Anastasia

La historia de la princesa Romanov

Beatriz Velilla

Confieso que no tenía grandes expectativas cuando llevé a mi niño a ver el musical Anastasia, a pesar de haber triunfado recientemente en Broadway, o precisamente por eso. Una súper producción basada en la famosa película de animación de la Fox para una republicana amante del teatro mínimo (no en calidad, pero sí en presupuesto) que hace con su compañía, _¡como tantas compañías actuales!_, y con un pequeño de edad pre-escolar que no quería “ver un teatro de princesas”, era un gran reto de inicio de curso.

Emblemático teatro Coliseum de Madrid. La primera en la frente. Fue absolutamente maravilloso. La historia de la princesa Romanov que viajó desde San Petersburgo hasta París en busca de su abuela, y de su identidad, cautivó a la sala entera.

Adivinamos al ver este musical la complejidad del proceso de traducción y adaptación del libreto para mantener el espíritu del texto original, de Terrence McNally. Roger Peña y Zenón Recalde han sido los encargados de esta ardua misión: “Ser fiel al texto, ser fiel a la rima, ser fiel a la partitura, que es lo más complicado…”. Al traducir las canciones se han encontrado, además, con la dificultad de que “el castellano es mucho más largo que el inglés” y “solo hay una solución que es [dedicarle] muchas horas”.

La puesta en escena es espectacular, la interpretación de la veintena de actores, magistral. Una espléndida orquesta representa en directo los temas musicales creados por Stephen Flaherty y Lynn Ahrens, compositor y letrista, respectivamente, de la banda sonora tanto del musical como de la película de animación.

Y el derroche sensorial no es solo artístico, el despliegue tecnológico te deja también sin aliento: elementos escenográficos giratorios, pantallas Led de gigantes dimensiones, iluminación cuidada sin límite.
La idea de que “nunca es tarde para volver a casa” caló hasta la última de las butacas.

Quizás excesivamente largo, eso sí. Claro que los vendedores de palomitas y chuches del mismo teatro tenían que justificar su empleo. Pero por lo demás, un acierto.

Jana Gómez e Íñigo Etayo están estupendos en sus papeles de princesa y ladrón, que tanto gustan a los niños y al que tanto nos han acostumbrado a los mayores en las monarquías actuales. Cada actor y bailarín, secundario o no, hace grande el espectáculo logrando una coherencia narrativa y una unidad artística mucho más grande que la suma de sus partes. Gran trabajo de equipo bajo una acertadísima dirección escénica de Darko Tresnjak.

Una delicia también el vestuario, diseñado por Linda Cho, que nos transporta cuidadosamente de Rusia a París en los principios del siglo XX.

Una historia humana y cercana, de zares y bolcheviques, emperatrices y rufianes, un cuento de desigualdades y de búsquedas, y por ello, precisamente, tan revolucionariamente contemporáneo. Muy recomendable.
Hasta siempre, camaradas.

el musical Anastasia
Jana Gómez e Íñigo Etayo
portada ejemplar piloto

Crónicas

Beatriz Velilla

Imagen

Teatro

no tenía grandes expectativas
Jana Gómez e Íñigo Etayo
Emblemático teatro Coliseum de Madrid
Rusia a París en los principios del siglo XX
puesta en escena
Adivinamos al ver
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Cama : María Morales, Carlos Troya Pilar G. Almansa

CAMA

CAMA

Dramaturgia y dirección: PILAR G. ALMANSA

Por: MJ CORTÉS ROBLES

La cama no es solución de nada, es un territorio que explorar a solas o en compañía, un refugio donde tumbarse a soñar o una salida arriesgada del ensimismamiento, un mueble donde descansar o un lugar de encuentro íntimo con otro ser humano. Pilar G. Almansa bien lo sabe, que lo que se despierta en la cama es la poética, lo que tenemos de irracionales destilado en una suerte de sensaciones e imágenes que nos asaltan, que se van incorporando a la experiencia. Si soñamos, es poética, si follamos, también. El encuentro sexual se traduce en danza, en el montaje de este magnífico texto dirigido por su autora, lo impronunciable que anida en la psique se despierta, se torna música que envuelve los cuerpos, cadencia que los arrastra, ritmo que se despeña. La palabra como vehículo y la piel como frontera. ¿Dónde queda lo salvaje? Relegado por lo humano. Así debe ser, aunque no siempre sea.

La estructura de la obra es un desdoblarse de etapas en una relación de pareja que se inicia y que está abocada a la ruptura. Es cierto que todo lo vivo es efímero, pero no es de esto de lo que habla G. Almansa, sino de la raíz del desencuentro. En una etapa inicial se nos presenta el impulso salvaje del deseo frenado por consideraciones intelectuales previas, sociales y políticas. María Morales argumenta desde el convencimiento, en paz consigo misma, pero en guardia. La vence la ternura, la capacidad de ver al otro como ser vulnerable. Carlos Troya está confuso, temeroso de perder la oportunidad por incapacidad de adaptación o torpeza. Se esfuerza en complacer, en acertar. Para ello, utiliza el intelecto, trata de reflexionar, aunque le cuesta dejar al margen el constructo sociocultural que le han inculcado. Por momentos, percibe que se aleja de su objetivo. ¡Qué difícil le resulta cruzar esa frontera! ¿Por dónde saltar? ¿Qué valla forzar? ¿Qué alambre de espinos es necesario clavarse para alcanzar placer? Es que no se trata de alcanzar, sino de compartir. Hay que esperar a que la puerta se abra, sin empujar. Él no hace más que probar llaves sin acierto. La única llave posible es el consentimiento mutuo.

El discurso intelectual que la autora expone sobre el escenario es brillante, tanto por su contenido como por las formas. Si bien es una perspectiva feminista sobre el asunto más controvertido en nuestra sociedad en estos momentos, no por ello se posiciona en un punto ciego que no advierta la dificultad del cambio, muy al contrario, la subraya, permite que el público se ría de sí mismo, se identifique y le quite hierro, aunque le ponga a pensar. Al salir de la función, mi acompañante y yo nos pusimos a conversar sobre nuestras respectivas relaciones amorosas -¡Ya salió la palabra, esa que pone en marcha el mecanismo de las esferas, la música del universo!-

La puesta en escena es minimalista y no ofrece distracciones. Pensé que se proyectarían imágenes en el ciclorama… Y, no, las imágenes que surgían tenían una proyección íntima. La energía psíquica generada en el público, también juega. Carne sobre blanco, desnudez que se escora en una huida incesante. Juego. Animales tiernos retozando en la nieve, abrasándola con su fuego. Cuando el desnudo es íntegro, cuando alcanzamos a entrever la esencia de los seres que así se nos presentan, solo hay belleza en los cuerpos, naturaleza.

En cuanto al sonido, era cristal que vibra en la lejanía, ecos recónditos que venían a adornar las vibraciones de dos almas que se fusionan en una curva del tiempo. La iluminación nos abarcaba, no nos dejaba fuera del acontecimiento, nos hacía presentes. El permanecer bañados por la oscuridad -situación habitual del público- hubiera provocado una mirada obtusa sobre las incidencias y los discursos, un escondrijo para lo obsceno, la distancia emocional suficiente como para considerar esos cuerpos objetos y no personas. Podíamos observar, sin embargo, reacciones del público, miradas cómplices, seguramente por coincidencias con la historia de vida de otras personas sentadas en sus butacas; podíamos distinguir y adjudicar respiraciones profundas o risas frescas. Comprender en comunidad es un acto poético y una acción política. Las transformaciones surgirán tras la lucha sin sangre, tras la meditación pacífica, tras la comunión de los seres. Solo merece la pena luchar por la utopía, es el sentido más sublime que le podemos otorgar a nuestras vidas.

La actriz que prescinde de disfraz, necesita de forma imperiosa de un lugar de seguridad, de una dirección de actores que extreme los cuidados. También el actor, solo que sobre los cuerpos de las mujeres recaen ciertos condicionamientos sexuales destructivos. La directora lo habrá tenido en cuenta, ya que ha conseguido liberar a ambos artistas del peso de prejuicios socioculturales. Por mucha apertura de mente, que no dudo que posean ambos, habrá resultado difícil trasladarla al cuerpo y que quede expuesta. G. Almansa ha evitado el escaparate, como antes he intentado explicar. El proceso de ensayos hasta llegar a que el público presencie las funciones, debe haber huido de lo espectacular para centrarse en lo que conmueve. A este respecto tengo que señalar de qué forma tan sutil nos llevan los actores hasta la sorpresa anunciada del dolor por la ruptura, cómo la contención es una herramienta que arroja verosimilitud a la trayectoria de los acontecimientos apenas revelados por el texto. Nos damos cuenta en las escenas finales que todo el tiempo hablábamos de emociones, porque lo emocional nunca nos puede ser ajeno. La emoción es la sustancia que engrasa la inteligencia, el caldo de cultivo de la vida humana.

Este modo de la función de deslizarse hasta el final, sin siquiera hacer ruido, con la dificultad añadida de cambios de código en lo lingüístico, le permite al público instalarse en el aquí y ahora, como si el espacio y el tiempo no fueran coordenadas a tener en cuenta. El planteamiento es actual, desde luego, pero también atemporal, ya que transciende la época indagando en la sustancia sensible que nos conforma.
Los protagonistas de este juguete erótico con-sentido, cuentan con mi respeto y mi admiración. María Morales es actriz reconocida por sus papeles en cine y televisión, yo la sigo en el teatro. Sobre el escenario, maneja la pasión por este arte de la actuación con maestría. A Carlos Troya no le reconocía, error mío, porque es fantástico. También trabaja en diferentes medios. Juntos hacen un tándem que nos atrapa. No solo había química entre ellos, eso que dicen que no siempre ocurre, lo que había era profesionalidad y fe en lo que querían transmitir, disposición total en cuanto a provocar belleza artística.
Pilar García Almansa es actriz, dramaturga, directora, productora y periodista. Es una intelectual, una artista en la vanguardia del panorama sociocultural madrileño. Pero, sobre todo, es una mujer comprometida a nivel político. Arremete contra el patriarcado desde diferentes frentes. En esta obra se visibiliza, por ejemplo, la falta de consenso entre hombres y mujeres en cuanto a los cuidados de los hijos e hijas comunes, lo que estas circunstancias afectan a las trayectorias profesionales de las mujeres. Y tantos otros temas que son ingredientes que suman, no faltos de controversia. No voy a desvelar. Lo mejor es acercarse a los Teatros Luchana y poder luego contarlo en primera persona, hacerse eco de la experiencia, como ahora mismo yo acabo de hacer. Solo la acción nos libera.

Cama

Dónde: Teatros Luchana
Dirección: Luchana, 38
Autor: Amaya Galeote (coreografía)
Directora: Pilar G. Almansa
Intérpretes: María Morales, Carlos Troya

portada ejemplar piloto

Crónicas

MJ CORTÉS ROBLES

Imagen

© Jacobo Medrano

Carlos Troya
Cama : María Morales, Carlos Troya Pilar G. Almansa
PILAR G. ALMANSA
María Morales
Teatros luchana Madrid
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Sylvère Caton

Notre Innocence

Notre Innocence

Texto y dirección: WAJDI MOUAWAD

Una mirada al mundo

Wajdi Mouawad es un autor genial, un director de vanguardia, reconocido a nivel internacional. Anhelaba ir a su encuentro la mañana del domingo, que el eco de su voz me retumbase en el pecho, de nuevo.

Mi vida últimamente es un espléndido caos que trato de disfrutar. A las once y media estaba en Teatro de la Abadía. La cita era a las doce. -¡Qué poco habitual una función de mañana para público adulto!- Hice una foto al jardincillo aledaño tras las rejas, tenía tiempo de sobra. Me dirigí a uno de los bancos junto a la antigua iglesia, para esperar sentada a que abriesen las puertas, cuando la vigilante del edificio colindante me interpeló sobre mi presencia a esas horas. Le expliqué, se extrañó. Me explicó ella a mí: ese lugar del jardincillo que me parece tan mágico es una residencia infantil. “Ahora les llaman así” -me dijo- “Son centros de internamiento para niños con problemas”. Mi extrañamiento evolucionó a sospecha. Comprobé datos en el móvil: me había equivocado de teatro. No creo en las casualidades. Cogí un taxi que corrió lo que pudo. El taxista me contó que de niño le copió a alguien un artilugio que él vendía a comisión, un juguete artesanal del que tuvo que descubrir el mecanismo, para poder fabricarlo él mismo y venderlo en El Rastro. Le imaginé como un inventor atrapado en esa tarea de conducirme a un destino.

Llegué a tiempo al Teatro Valle Inclán. Me senté en mi butaca. Sobre el escenario, un ciclorama impoluto y una hilera de sillas de tijera dispuestas en horizontal, vacías, enfrentadas al patio de butacas. Me puse a contarlas. Imaginé un paredón, un juicio, una sala de espera de hospital. La atmósfera era fría, aséptica. Rogué que no se interpusiera en el ángulo de mi visión alguna alta cabeza. De vez en cuando, giraba la mía, para comprobar la cantidad de jóvenes entre el público. No sé por qué pensé que iban a ser muchos. Sí había jóvenes, pero no tantos, no de tan corta edad. Había que conformarse. Estábamos todos, no cabía nadie más.

Una joven tomó el proscenio para dar testimonio. Nos reveló en francés el origen del espectáculo, su implicación con el proyecto. Sobre su cabeza los sobretítulos lanzados a mano con maestría, texto maravillosamente traducido por Coto Adánez. Trajo consigo la actriz el entusiasmo, ese torrente de la edad temprana. Envidia y sed, desde mi posición silenciosa. Durante la función, me fue calando hasta los huesos un sentimiento de pérdida. Al salir del teatro, me sobrevino una honda melancolía, junto con el intenso escalofrío que provoca la belleza, y algo semejante a la esperanza.

Pero antes, se fueron sumando cuerpos al escenario. Sentados o de pie, con la palabra o sin ella. Narrando o escuchando la experiencia del proceso artístico común desde su perspectiva única. Fueron reuniéndose en el centro, hasta ocupar el mínimo espacio, conglomerado de pulsos y respiraciones desafiantes, en pie. Como si de un único cuerpo se tratase, fui zarandeada por dieciocho voces jóvenes y diversas que brotaron al unísono, para desintegrarse más tarde en individualidades cargadas de sentido, repletas de matices. Algo intuitivo y salvaje que andaba enroscado en mis entrañas, comenzó a escocer como una antigua herida. Ese fantástico coro me trasmitía su dolor, su rabia, su asco y su agotamiento. Nos llevaron de un lado a otro de las emociones, siguiendo diferentes ritmos y cadencias que iban construyendo. Por momentos parecían trenes en marcha, acelerando contra el precipicio de nuestra presencia. A ratos, desfallecían, en espera de recuperar el aliento. ¡Qué tensión en esos silencios! Suponíamos que tendrían que parar definitivamente, pero aún no, retomaban una y otra vez, parecía infinito y, eso, me generaba angustia. La intuición de un final siempre genera algo, a algunas personas risa nerviosa, a otras, algo más íntimo y rotundo. El discurso era violento y hermoso, no todos los oídos están predispuestos a escuchar lo que no suele pronunciarse. Todo lo que se refiere al cuerpo conlleva sangre y fluidos, celebra la vida o amenaza muerte. Todo lo que se refiere a la muerte es tabú, pese a los ritos. La libertad máxima estriba en decidir entre la muerte voluntaria e instantánea, o el empeño en vivir a toda costa. No cualquiera puede decidir parar de vivir, matarse sin permiso. Por otra parte, imposible decidir dejar de morirnos. Queda demostrado que no es sencillo. Pero hay que elegir, día a día.

Las personas se definen por sus acciones, por sus hechos. Habría que dilucidar la veracidad de esas acciones, el verdadero sentido de esos hechos. Las apariencias engañan, lo hemos olvidado. El mundo que habitamos está instalado en lo ficticio. Se fomenta la mentira como herramienta útil al negocio. Estamos atrapados en una sociedad de consumo que nos engulle. Así que lo más fácil es depender de todo lo físico, vampirizar la materia.

Pero somos algo más que materia, aunque nos cueste imaginarnos fuera del cuerpo. La intuición es el esfuerzo de lo intangible, no parece necesaria en estos tiempos virtuales. La necesidad de misterio que nos constituye pretende saciarse a base de mundos paralelos, a través del vínculo irreal que se establece entre perfil y perfil, en redes sociales agitadas por intereses egocéntricos, sumidos en juegos de roll en los que probar identidades frustradas… La esencia de lo humano parece perdida, sola, deambula en algún limbo. Nos ocupamos en estar ocupados, nos entretenemos en entretenernos. Mientras los valores de antaño nos interpelan, tristes y famélicos. ¿Cómo no desencantar a los jóvenes, herederos del mundo? Y, sin embargo, no hemos logrado extirparles la alegría. Eso es insólito.

Puedo certificar que este elenco de artistas que se subió al escenario del Teatro Valle Inclán en horario matutino, es de una misma generación, de entre veinte y treinta años. También asegurar que su actuación fue sobresaliente. De la fuente vital de cada uno de esos jóvenes ha bebido Mouawad para escribir a medida que se ensayaba, dirigiéndoles él mismo. El montaje de Notre Innocence ha sido producido por Théâtre National de La Colline, institución cultural con sede en París, subvencionada por el Ministerio de Cultura francés. Y llegó a Madrid, donde el Centro Dramático Nacional lo incluyó en su ciclo Una mirada al mundo. Me considero afortunada, soy testigo.

Dice una amiga mía que hay grupos que pueden ser muy tontos, incluso aunque las personas que los conforman posean una gran inteligencia emocional. Creo que al público de esa mañana le salvó la intuición. Como grupo humano congregado alrededor de un ritual, dejamos que nos invadiese el misterio. Aunque no lo conjuramos, no intentamos contradecirlo. Lo aceptamos.

La inocencia, vestida de futuro, nos busca, solicita que transitemos con ella la oscuridad. Nos desentendemos, la negamos. Ella se instala en el umbral, allí donde el nacimiento y la muerte son una misma cosa. Y nos susurra proverbios:

-“Estoy aquí, os veo. Por favor, sed sublimes, sed magníficos”

Reparto

Emmanuel Besnault
Maxence Bod
Sarah Brannens
Théodora Breux
Hayet Darwich
Lucie Digout
Jade Fortineau
Julie Julien
Maxime Le Gac-Olanié
Étienne Lou
Aimée Mouawad
Hatice Ozer
Lisa Perrio
Simon Rembado
Charles Segard-Noirclère
Darya Shezaf
Paul Toucang
Yuriy Zavalnyouk

Equipo artístico

Escenografía Clémentine Dercq
Iluminación Gilles Thomain
Vestuario Isabelle Flosi
Música Pascal Sangla
Sonido Sylvère Caton / Émile Bernard
Vídeo Julien Nesme
Ayudante de dirección Vanessa Bonnet

Producción

La Colline – théâtre national
Con la participación artística de Jeune Théâtre National
Con el apoyo de Fonds d’Insertion pour Jeunes Artistes Dramatiques, DRAC
y Région Provence-Alpes-Côte d’Azur y de la Délégation Générale du
Québec

portada ejemplar piloto

Crónicas

MJ CORTÉS ROBLES

Imagen

(fotos de ensayo) © Simon Gossellin

Gilles Thomain
Clémentine Dercq
Isabelle Flosi
Pascal Sangla
Sylvère Caton
Émile Bernard
Julien Nesme
Vanessa Bonnet
La Colline
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UN ENEMIGO DEL PUEBLO

UN ENEMIGO DEL PUEBLO

UN ENEMIGO DEL PUEBLO

Henrik Ibsen

Versión libre y dirección: ÁLEX RIGOLA

Se celebraba el 40 Aniversario de la Constitución Española. En el Pavón Teatro Kamikaze no cabía un alma. Expectación, rumores sobre posibilidades contrapuestas. Nos había reunido allí Un Enemigo del Pueblo. Sentados en el patio de butacas, Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero. Sobre el escenario una ausencia no impuesta: Willy Toledo, actor, productor de teatro y activista político que, como muchas personas residentes en España, suele “cagarse en Dios” muy a menudo. Me cago en Dios y, de paso, me incluyo.

En contraposición, asistieron ese día a la función un hombre negro con voz alta y clara, una mujer blanca que se agarraba al “menor de los males”; mi amigo Manuel, que sintió ganas de abrazar a Pablo Iglesias porque le percibía agotado… Lástima que no llegó a hacerlo, mi amigo… Monedero habló, Pablo, no. “La persona poderosa es la que está más sola”. Cuanto más poder, más responsabilidad, si se asume. Hay opciones políticas que ofrecen alternativas únicas, el peso sobre sus líderes debe ser inmenso.

Decía Alex Rigola, en rueda de prensa, que a él le importaban las personas, no los personajes. Recuerdo su visión de El Público, de Lorca, en Teatro de la Abadía… Recuerdo la interminable y vertiginosa caída de máscaras del simple, arquetipo de lo humano destilado hasta su esencia… A mí, como cronista, lo que me interesa es el Arte comprometido, con dimensión ética, social y política. La estética, siempre al servicio de la ética, y no al revés.

Irene Escolar nos recibía haciendo malabarismos, manejando el mundo volátil de las ideas por encima de nuestras cabezas, con una cadencia hipnótica y una belleza de apariencia inocua. Francisco Reyes tomaba el relevo, semejante a un atleta griego que rematase la ceremonia de inicio de unos Juegos Olímpicos, apuntando con su jabalina flotante hacia el patio de butacas. Israel Elejalde cuchicheaba con un allegado del Pavón, mirándonos de soslayo, tramando algo, listo para el combate. Todo estaba bajo sospecha, porque nada se escondía. ¡Curioso! La ética quedó sujeta al peso de un agua envasada y supuestamente limpia. Y, a continuación, se nos expuso el enigma, la cuestión a resolver. Primero en el plano real, en el aquí y ahora. Tomamos decisiones que tuvieron consecuencias. Nada nuevo, esa tarde. Primó el puñetero interés, así de claro. Yo me salté mi ética a la torera, quería ver la obra. La vimos. O más bien la pensamos: la imaginamos, la razonamos y, por fin, la discutimos.

En estos tiempos en los que lo virtual nos absorbe, en los que deambulamos como zombis, presa la mirada en la pantalla, sin percatarnos de lo que alrededor acontece; se agradece un ágora, un lugar de reunión y discusión, una asamblea, un espacio abierto de la cultura. Es un gesto de artistas honrados y generosos, el enfrentarse sin armadura al envite del público, el arriesgarse a la polémica y al rechazo de los que continúan encorsetados, el transformar un clásico por considerarlo necesario y útil, no por puro divertimento.

¿Creemos en el sufragio universal? Esto no puede ser una cuestión de fe ni de romanticismo barato. La mayoría tiene la fuerza. Pero, ¿qué hay de la razón, quién la tiene? ¿Y si el planteamiento de un asunto es razonable desde distintos puntos de vista? ¿Cómo acertar al determinar lo que quiera que sea “el bien común”? Puede ser razonable lo nuestro, o lo que nos imponen, y ser al mismo tiempo una injusticia, si no para el grupo con el que nos identificamos, para alguien concreto, para un ser humano con un corazón que late como el nuestro, quizá más deprisa, porque huye del hambre o de la guerra. Por un lado la supervivencia, por otro, el negocio. Sobrevivir no es buscarse la vida, es algo más en el límite, que algunas personas de estas latitudes no hemos conocido, pero sí las de otras coordenadas y, desde luego, nuestros ancestros.

“La base está corrompida por la mentira”. La opinión de la mayoría está manipulada por los medios informativos, a través de las redes sociales. La opinión pública no es más que un amasijo de titulares y memes, de interés superficial por lo inmediato, de indignación sin reflexión, de herida abierta que supura, o de desesperanza. Prefiero mil veces el empeño en la cura, la lucha con sentido, que la rabia contenida, que el dejarse llevar, que la desidia y el abatimiento. Una buena base intelectual conforma a un espíritu libre. Pensar en solitario es bueno, pero no es solución de nada colectivo, a no ser que se comparta. El pensamiento genuino, la capacidad de reflexión, es un don que, si no se ofrece, se enquista o se pudre. Discutamos sin miedo, pero con argumentos. El miedo es la herramienta fundamental con la que el poder nos controla.

“Es una auténtica necesidad hablar con gente joven, con gente activa·” Este texto de Henrik Ibsen es sorprendente en muchos sentidos, teniendo en cuenta que su autor nació en el siglo XIX. “Pregúntaselo a la juventud y ella te responderá cuando llegue el momento”. Este es uno de esos momentos, cuestionemos el sistema, preguntemos. Les quieren tapar la boca, pero las minorías protestan, se organizan, luchan por sus derechos, por cambiar las cosas, por la justicia y por el pan. Supervivencia y libertad. ¿Dónde habré oído yo eso antes? La historia se repite. El joven negro sentado en el patio de butacas tenía un humor cáustico, nos hizo reír con su intervención, preguntándonos si le echábamos la culpa de algo. Y es que “el negocio está por encima de la persona, la democracia se transforma en demagogia.”

Nuestros argumentos son globos hinchados que se lleva algún viento. Entonces, ¿cuál es la estrella guía? La empatía, el sentido de lo humano, conjugar el verbo ante el que las razones se quedan raquíticas. No voy a escribirlo.
¡Qué proyecto vivo el del Pavón Teatro Kamikaze! ¡Cómo lucha hasta el final por clarificar su andadura! ¡Qué bien elige las voces, o qué voces tan fructíferas son las que le eligen para alzarse entre sus paredes! ¡Qué acierto, este de Alex Rigola, el hacer bajar a la arena del compromiso al graderío incontestable! El foro, la plaza pública, ahí donde habita el pulso, donde los ojos se estriban al chocar con otros ojos, donde la propia voz se nos revela como una profunda cueva; donde la persona se siente perdida, si antes no ha sabido definirse, estructurarse. Desde donde, si hay hambre, si hay daño, si hay miedo, brotarán los gritos, la estridencia insobornable.

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Crónicas

MJ CORTÉS ROBLES

© Vanessa Rábade
UN ENEMIGO DEL PUEBLO
Irene Escolar
Óscar de la Fuente
Nao Albet
Alex Rigola
Francisco Reyes
Israel Elejalde
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INSTANTES crítica

INSTANTES

INSTANTES

Paloma Pedrero Sandro Cordero Néstor Villazón

Dirección: Elisa Marinas

Protagonizada por Sergio Otegui, Melida Molina, Carlos Lorenzo y Ana Blanco.

Habría que salir más de la capital a visitar los alrededores. “En Aranjuez se unen las delicias del campo con los placeres de la ciudad”, reza una inscripción en la fachada del Teatro Real Carlos III de Aranjuez, una preciosa bombonera. Edificio del siglo XIII rehabilitado con esmero en el XX, conserva los frescos del techo y las vigas de madera en su cubierta. Es un placer llegar caminando desde el tren hasta su fachada, atravesar uno de sus cinco arcos hacia la penumbra de su vestíbulo y resguardarse del calor sofocante de estos días de julio. Ni callejeando para ir buscando la sombra evitamos que salga a nuestro encuentro lo monumental y mágico de este rincón de la provincia de Madrid. Siempre he adorado sus palacios y jardines, el vergel que brota de una tierra bañada por dos ríos. Con razón su paisaje cultural fue declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad.

El patio de butacas no estaba repleto, quizá el calor, quizá la dispersión de intereses en una ciudad con tantos alicientes culturales. Me consta que desde la Concejalía de Cultura se intenta promover la asistencia de un público joven a esta sala de teatro con historia. La selección de obras en cartelera es seleccionada en ese sentido. Encaja el espectáculo que nos ocupa en la premisa de “para todos los públicos” y es adecuada desde luego a esa franja de edad llamada juventud. Otra cuestión es que surta efecto la llamada y se acuda a estos eventos. Habría quizá que reforzar los reclamos con persistencia e imaginación. Confío en ello, el objetivo lo merece. ¿Qué pretensiones puede albergar el arte dramático con respecto a un público joven? No hay límites. Desde entretenerles hasta hacerles más libres, ciudadanos capaces de pensar por sí mismos. Pero para atraer a las fieras, a la fauna salvaje, para influir sobre generaciones vírgenes, habrá primero que alimentar su deseo de asistencia, sus intereses, remover sus voluntades.
Instantes es una obra refrescante y lúdica, una comedia no tan ligera, con mensaje. La composición del libreto, unión de tres textos de diferentes autores, tiene como esqueleto-guía los puntos de unión de tres reflexiones sobre el amor, esclavo de nuestro miedo al paso del tiempo. En un instante, surge el amor como vehículo de salvación. En un instante perdemos lo que amamos. En un instante la disyuntiva de atreverse o no a vivir con la plenitud de lo elegido. En un instante entregarlo todo con la esperanza de conservarlo en formol, empresa imposible.

Todos somos para los demás desconocidos, hasta que se demuestre lo contrario. Lo apasionante de las relaciones humanas es ese desconocimiento del otro que no cesa de asombrarnos y atraernos, o en nuestro lado enfermo, de aislarnos. Somos seres cambiantes, de contrastes, de luces y de sombras. Y en un instante, vislumbramos un retazo de la verdad de un semejante. O nos topamos frente a un espejo, el de una mirada ajena que refleja claramente el reflejo instantáneo de nuestra realidad en el mundo. ¡Qué misterioso y extraño, qué adictivo, esto del amor ajeno y el propio! ¡Cuánto cuesta arrancarlo de nuestro centro vital cuando se pudre, devolverlo a otras arenas no movedizas, con abono! ¡Qué mezquinos y miserables al asirnos de ese modo! Pero también, ¡qué hermosa nuestra fragilidad, nuestra necesidad de formar parte de algo más grande que nosotros mismos!

El humor y la ternura son ingredientes que mezclan bien, máxime cuando los actores tienen oficio y saben llevar las directrices recibidas junto con la aportación de su talento a buen término: transmitir retazos de vida con los que el espectador se identifique, plantear cuestiones vitales, divertir y conmover. La catarsis a través de la risa es tanto o más saludable que a través de la lágrima, y si fuera por ambos conductos, mejor que mejor. Aunque en vez de un llanto brote una punzada en el estómago, un escalofrío, o un estremecimiento suave que nos reconforte. Sensaciones verídicas fruto de convenciones teatrales creíbles. Eso es lo que se busca al ir a ver teatro y lo mínimo que se pretende como profesional de este arte.

Desde mi butaca comprobé un ejemplo de esto esperado en una señora entre el público, sentada al otro lado del pasillo central. Esta mujer estuvo a punto de troncharse el cuello a base de carcajadas. Seguro que dormiría muy bien esa noche. En mi caso no dejé de sonreír, que es una reacción más comedida. Algo de espontaneidad se pierde cuando una está concentrada en observar el máximo de detalles posibles para desentrañarlos y comentarlos, pero el disfrute permanece. Salí de la sala reconfortada, más liviana que a mi llegada.

Elisa Marinas ha ideado una puesta en escena sencilla, al servicio de las capacidades del actor, y eso es muy de agradecer. Se cumple así la máxima artística ineludible: “Menos es más”. Igual me da si el ahorro ha sido promovido por lo económico que por lo artístico que por ambas cuestiones, el caso es que funciona. Soy proclive a apoyar el concepto de “teatro pobre”, aunque no reniegue de los avances de la técnica y sus bondades, excepto cuando emborronan la hoja en blanco y esconden lo esencial. Marinas no se ha servido de artificios. Sobre el escenario, los elementos considerados imprescindibles para la acción. Los mínimos para la caracterización de los personajes, colgados de un perchero. Los diálogos y personajes son de plena actualidad, con lo que se facilita la selección de complementarios como utilería, vestuario, maquillaje… Si hay un bolso, vuela de unos brazos a los contrarios como expresión de pánico. Si un paraguas, apunta hacia el estómago de un contrincante como defensa. Se crean espacios distintos con mobiliario escaso que pasa desapercibido.

Eso sí: música para festejar como se debe el encuentro con el público, la ruptura de la cuarta pared y la reconstrucción de la misma para imponer una distancia mínima que aporte perspectiva, para reconvertir al público en observadores anónimos sin peligro de ser observados. Al inicio de cada uno de los diferentes textos, una pared de alegres bailarines nos miraban provocativos para insuflarnos ritmo en los oídos, los ojos y, a ser posible, las venas. Tras esto, monólogos directos, sin apartar cada intérprete su mirada de nuestros rostros emergentes de la penumbra. Y una vez enganchados a su estela luminosa, arrastrarnos a la curiosidad de intimidades ajenas, a mirar por el ojo de la cerradura la reproducción de otras vidas.

Dice Paloma Pedrero en una entrevista lo siguiente: “Me he pasado la vida jugando a hacer teatro, así que cuando plasmo una realidad en mis obras no puedo dejar de seguir jugando. Ocurre, también, que en el teatro la máscara hace que se caiga la máscara y se vean los auténticos deseos de los personajes. Es un efecto hermosísimo de desinhibición y reconocimiento, y, a veces, te permite afrontar situaciones muy duras con humor.”

Mucho de esto hubo la otra tarde sobre el escenario del Teatro Real Carlos III de Aranjuez. No se puede decir mejor. Para qué añadir más. Busquen ustedes entre las obras en cartelera, seleccionen Instantes y disfruten.

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© Estefania Torres
Paloma Pedrero Sandro Cordero Néstor Villazón
Paloma Pedrero Sandro Cordero Néstor Villazón
INSTANTES crítica
© Eduardo García | Marta Belaustegui y Manuel Galiana
Sergio Otegui
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Marta Belaustegui y Manuel Galiana

NOSTALGIA DEL AGUA Ernesto Caballero

NOSTALGIA DEL AGUA

Ernesto Caballero

Dirección: Jesús García Salgado

Para acceder a la Sala Arapiles 16 hay que bajar dos tramos de escaleras metálicas cubiertas con moqueta. Se trata de un lugar escondido bajo el nivel de la calle, un espacio cuidado y confortable, que recibe al público con sus paredes repletas de imágenes, de recuerdos. Una queda algo absorta por el envite de lo visual, por esa exposición de instantes artísticos atrapados en un marco. Pero hay que atravesar el pasillo y dejarlo atrás, llegar hasta el asiento designado, sentarse y esperar.

El escenario se eleva mínimamente frente al patio de butacas, se puede observar el suelo desde las primeras filas. El pasado domingo aparecía cubierto de agua. Claro que no era líquida, pero el material utilizado servía a tal efecto. Toda la escena, la sala entera, se mantuvo sumergida en los cambiantes reflejos de un pantano, de las aguas aún cristalinas de su superficie. Según avanzaba el texto, según se abría el asombro a lo poético, se intuía más y más lo turbio del fondo, la quietud del fango. Pero, mientras tanto, escuchamos saltar las piedras sobre nuestras cabezas sumergidas, los ojos abiertos y los cabellos flotando como fragmentos de plástico en desuso. Abandonados así, nos dejamos hipnotizar por ella, Marta Belaustegui, la incógnita, la niña, la risa encapsulada, la dama, la serpiente, la proyección imaginaria de una emoción tan nuestra que nos conmueve mencionarla: nostalgia.

Antes, habíamos percibido el gotear de los instantes desde la caja de resonancia del tiempo, el deslizarse de un rastro de luz sobre el agua estancada, el molesto revolotear de un arco contra unas cuerdas de violín. Todo ello alcanzaba nuestros oídos, felizmente distraídos en acertijos y enredos. Y para mecer el encuentro de dos partes, una melodía añeja y sus cadencias. La ejecutante de estos sortilegios, presencia casi imperceptible -pero ineludible-, observadora atenta desde algún ángulo muerto: Natalia Fernández.

¿Cómo identificar la carne entre tanta sombra? Manuel Galiana vino a situarnos en la perspectiva idónea, la de un pescador de recuerdos, embriagado por la nostalgia. Él nos tiró el anzuelo, nos metió en su cesto y nos mantuvo boqueando como peces fuera del agua, para al final devolvernos al caudal de nuestras vidas con el corazón alterado. Un visionario de ruinas anegadas por el tiempo, resulta un sujeto intrigante y solitario, que se desdobla para hablarse, que fantasea con lo que pudiera ser o con lo que quién sabe si ha ocurrido. Un ser insatisfecho, pero incapaz de desasirse de tanta vida vivida. Más cercano al desfallecer que predispuesto a dar el paso siguiente. Pero sediento, siempre sediento. Un ser humano, al cabo, uno de los nuestros.

¡Qué hermosa y significativa la puesta en escena que decidió llevar a cabo el director, Jesús García Salgado! Dos elementos sólidos donde apoyarse, encaramarse, o tumbarse, del color de la herrumbre cuando aún resplandece. Podrían ser barcas volcadas y varadas, o dos ataúdes ciegos que se agolpan insinuando lo vertical de la caída, señalando la dirección de ese lugar oscuro hasta donde hundirse y desaparecer, los umbrales del sueño más profundo. Ahogarse, beberse el último sorbo simulando que se toma de otros labios cómplices. O por el contrario, regresar, traicionar la soledad, continuar vivo.

Es un verdadero privilegio asistir a funciones con un reparto de tanta calidad artística. Belaustegui y Galiana conectan en escena de forma que una se pregunta si llevan trabajando juntos toda una vida. Contrastan sus roles, pero se funden como gotas caídas de un mismo cielo. La maestría de ambos actores resuelve de manera que se nos antoja fácil lo difícil. El trabajo de dirección ha debido ser minucioso y exhaustivo, para llegar a llenar esos silencios y crear esas atmósferas. A ello ayuda la música, desde luego, entendida como un personaje más.

Este texto inédito de Ernesto Caballero, que él mismo consideraba destinado a guardarse en un cajón, no solo se salva del olvido gracias a UNIR Teatro (Universidad Internacional de la Rioja) y a Teatro del Duende, sino que irrumpe en el panorama teatral con pleno derecho, añadiéndose a cierta tendencia actual de textos con similar carga poética. Lo simbólico resulta clave para desentrañar el sentido que tenga nuestra existencia, la esencia de lo que somos. Es verdad que este texto tiene algo de leyenda, algo de cuento, un aspecto naif que reverbera. Pero va más allá, entronca con las obras de Maeterlinck, por poner un ejemplo. También está salpicado de un humor semejante al del ‘teatro del absurdo’, con sus esquemas de pregunta sin respuesta. Este ingrediente aligera la obra, curiosamente al señalarnos lo indescifrable. Porque es la dificultad que entraña el tema lo que ha conducido a E. Caballero a distinguirse utilizando esta forma surrealista y no otra. Pone el acento en lo poético para intentar desentrañar un sentimiento humano en concreto.

‘La nostalgia’ se encarna en escena como concepto, desestructurado en partes, y se experimenta en el patio de butacas por entero, con el peso de plomo de lo que nos supone la pérdida. ¿Por qué no calmamos la sed? ¿Con qué nos embriagamos? ¿Qué es lo que hemos perdido? ¿Qué buscamos? Yo tampoco quiero pronunciarlo, también me duele. Averigüen. Vayan a ver la obra. Si no la atesoran, ni siquiera habrá pérdida.

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© Eduardo García
Natalia Fernández
© Eduardo García | Natalia Fernández
Marta Belaustegui y Manuel Galiana
© Eduardo García | Marta Belaustegui y Manuel Galiana
Manuel Galiana
© Eduardo García | Manuel Galiana
NOSTALGIA DEL AGUA critica
NOSTALGIA DEL AGUA teatro
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Dimeco

LA MANADA Daniel Dimeco

LA MANADA

Daniel Dimeco

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Acabo de terminar de leer a Coetzee – concretamente, Desgracia- Durante la lectura, me sobrevino un soterrado caudal de desesperanza que se acaba de desbordar hasta anegarme entera. Sé que no es exactamente así, tan sórdido. Y sé también que esa sordidez es exacta. En algún momento he oído decir que la tragedia, en cuanto a género literario, ya no tiene cabida en nuestro tiempo. Creo que es una apreciación errónea. El caso no es tanto captarla, sino logar exponerla ante un público distraído en mares de información instantánea, encontrar la forma de concentrar a ese público para que sea capaz de reconocer la tragedia como tal, de reconocerse inmerso en ella. La dificultad estriba en eso, en no intelectualizar ni censurar, en plasmar lo complejo.
Lo que me ha empujado hasta Coetzee, me azuzó la otra tarde también a visitar una sala de teatro singular -en una concatenación de empellones he llegado a escribir este artículo-. Hacía frío en La Puerta Estrecha. El aliento gélido de la tarde alcanzaba a mordisquear los tobillos de los espectadores, sentados dócilmente alrededor de una cocina rústica. Dos sencillos calefactores no fueron capaces de aliviar la baja temperatura con éxito, siendo desconectados justo antes de la función. Cada cual solventó el frío como pudo -supongo-, yo no me sobrepuse a ello, no sé el elenco de actores. En todo momento se jugaba en escena lo contrario, el calor sofocante, el ardor. Si bien es verdad que el agua hervía literalmente en un puchero, también es cierto que se suponía fría cuando lavaban las hortalizas. Impregnaban con ella su propia piel, se posaba frecuentemente sobre la desnudez de sus cuerpos en acción, justo en los lugares donde se desboca el pulso. Al mismo tiempo, un fuego oculto que se propagaba, brotaba de sus bocas y anidaba en sus sexos. La palabra se dibujaba unos instantes en el aire denso, para desmayarse en cada ocasión sobre un cúmulo de cenizas. Las ascuas de lo silenciado, sin embargo, chisporroteaban constantes, amenazando con prender también sobre nuestra presencia expectante. Al acabar la función, el público podría haberse disuelto en columna de humo junto a los actores. Pero, aunque el fuego interno quema, la combustión espontánea no suele ser una reacción habitual. Antes bien, las abrasiones en capas profundas del ser persisten, son delicadas de regenerar, y no hay dolor más vivo que el de esas quemaduras.

No daré más rodeos para afirmar que el texto de Daniel Dimeco es brillante, y que la puesta en escena se ajustaba a la perfección al espacio de La Puerta Estrecha, pese a que la salida que se abatía hacia el patio no dejase adivinar ni horizonte ni desierto. De allí fuera, sin embargo, nos llegaba el hedor de la sangre derramada, las quejas ahogadas y los gritos -la imaginación también juega-. Puerta adentro, carne muerta alimentando carne viva. No es un texto amable, resulta incómodo al encarnarse. Describe el discurrir viciado de una intimidad límite, el encierro de tres almas laceradas desde la infancia, cercadas por una sociedad, por una época, por la convivencia de dos mundos, por la naturaleza salvaje, azuzadas por sus oscuros impulsos, incapaces de romper el círculo perfecto que les aboca a la tragedia. No es que el final sea trágico, es que no hay final, es que son vidas entrelazadas que se tensan sin lograr soltarse ni quebrantarse. Esa es la condena, asfixiarse, asfixiar, cuerpo contra cuerpo, eternamente. La búsqueda imposible de lo placentero cuando el olvido no sacia, la venganza como consecuencia gélida, el horror de lo hermético.
Así, el frío madrileño en febrero fue un invitado más, la otra tarde. Llegó para instalarse en nuestros corazones y congelarlos, para filtrarse en nuestras mentes y ralentizarlas, para involucionarnos en criaturas perplejas ante nuestra propia brutalidad hecha costumbre. El ser entre las fauces del hambre, la sed de poder sobre otros seres. La pura supervivencia. Y deshilvanándose, como una sombra invisible y quebradiza, la esencia de lo humano.

El título de esta producción de Karoo Teatro nos trae reminiscencias de cierta noticia de actualidad. ¿Es casual? ¿Es anterior a la violación en grupo acaecida en 2016 durante los San Fermines? La obra fue Premio Max Aub de Teatro en Castellano ese mismo año, 2016. Sin embargo, no puedo desvelar la incógnita, no tengo datos contrastados -quizá no quiera tenerlos…- Creo que el título es el adecuado, sea o no coincidencia. También esta Manada de Dimeco se reúne en torno a la “caza” y al sacrificio, también el abuso y sus consecuencias son potentes ingredientes en esta ficción. Solo que esta manada es mixta, recordándonos que es el género humano el que está a expensas de conformarse como tal en cada ciclo vital, en cada oportunidad de acción individual. Sin embargo, la dificultad para lograrlo no es idéntica para los humanos en su conjunto. Nacer en el seno de una familia o habitar el abandono, ya condiciona. Hasta el clima al que nos vemos expuestos nos influye. ¡Qué decir de los condicionantes de género! Lo que nos acontece nos pone nombre, pero también el origen, las raíces o su ignorancia. ¿Quién lleva el sello de víctima? ¿Quién carga con la culpa? En los escondrijos a la sombra no existe remordimiento, tan solo la estridencia repetitiva del tedio. ¿Cuánto poder nos corresponde? ¿Cómo vamos a ejercerlo?

Me resta destacar el bien hacer de actrices y actor. Los personajes creados por Dimeco requieren del elenco la capacidad de imbuirse en simas opacas y de asirse, al mismo tiempo, a peculiaridades externas que les otorguen realidad y vulnerabilidad –ahí estaría la luz, la posible salida, en lo todavía vulnerable- Las huellas, los impactos, fueron visibles y creíbles en cada uno de ellos. También los procesos individuales, las atmósferas creadas conjuntamente. Me pareció un gran trabajo, y nada fácil.

Aún tienen la oportunidad de vivir esta experiencia en La Puerta Estrecha, los sábados de marzo. No lo duden. Sean valientes. El teatro arriesgado y comprometido es imperdible.

Raquel Domenech
© Carmen Garrido | Reparto: Raquel Domenech, Roksana Nievadis y Rodolfo Sacristán
© Carmen Garrido
Carmen Garrido
La palabra se dibujaba unos instantes en el aire denso, para desmayarse en cada ocasión en un cúmulo de cenizas
LA MANADA
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Jorge Candeal

ABSENS Compañía Al Descubierto Physical Theater

ABSENS

Compañía Al Descubierto Physical Theater

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El cuerpo como vehículo de la experiencia. Unos poemas de Wyslawa Szimborska y testimonios de refugiados sirios. Podrían haber sido palabras semejantes, otros “ausentes” huyendo de otras guerras. El mismo viaje sin final, la misma espiral de violencia, semejantes fracasos. La amenaza, lo forzoso de una huida, el miedo, la muerte, la carencia de recursos, la falta de afectos, el esfuerzo sin recompensa. El titánico esfuerzo. El castigo sin causa. Los intereses que se imponen a las necesidades perentorias, a la seguridad, a la supervivencia. Peligro, desintegración, emergencia, comercio, odisea, fronteras, asilo. Exceso de número, control, procesos, reparto, distribución, administración, procedimiento, objeciones. Imposición de sistemas, vulneración de derechos, detención, exclusión, hacinamiento, hambruna, epidemias. Desplazados, perdidos, desprotegidos, solícitos, expulsados, hundidos. Reacción en cadena. Podría ser África, podría ser Europa.

Nos inquieta tanto lo que nos viene de fuera, que le damos la espalda y no cumplimos con nuestras obligaciones. El olvido es poderoso. El poderoso es olvido. Nuestra mezquindad tendrá sus consecuencias. Siempre hay consecuencias, ya deberíamos saberlo. La compañía de Teatro Físico Al Descubierto es consciente de ello, y pone el foco y el talento en denunciarlo. A veces, a través de lo esencial nos es más sencillo percatarnos de los sucesos tal cual son, de lo que transcurre y de sus causas. Esta disciplina dentro del teatro que investiga la acción a través del cuerpo, dejando que la intuición inunde lo físico, puede ser un potente catalizador, colocar a los espectadores pasivos en el lugar exacto, hacerles sufrir en propias carnes ciertas experiencias. Y no me refiero a las artísticas, sino a la reales. Al alejarle de lo racional, los prejuicios preconcebidos del espectador se desestabilizan, baja la guardia, sin darse tanta cuenta del material sensorial y emocional que se va filtrando a través de sus sentidos, sin intentar comprender a toda costa lo que presencia. Es al finalizar la función cuando todo encaja como en un puzzle, incluida la emoción que nos provoca.

La función que presencié la otra tarde en El Umbral de la Primavera, fue dura y hermosa, como un diamante de sangre cristalizada que de pronto fluye y se entrega. Desnuda. Cuidada. Honesta. Comprometida. Impecable. Se podía adivinar la ardua tarea en común que los tres artistas -bailarines y actores- habían llevado a cabo previamente, sus búsquedas y hallazgos, irrumpiendo como trazos feroces en lo dibujado en el espacio. Apoyándose en escasos elementos para la ejecución de las coreografías escénicas, fueron capaces de otorgar una gran plasticidad a las composiciones corporales sucesivas, a las consecutivas acciones físicas. La música, entendida como melodía y como efecto sonoro, fue fundamental, acertada, a mi parecer, exquisita. No solo era el medio por el que la danza se desataba, deseosa de escape, sino que otorgaba sentido a esas emociones no razonadas a las que antes me he referido. De las imágenes más conmovedoras, curiosamente, tal vez sea la última la más conmovedora: Los tres corredores de fondo contra la pared del rincón más lejano y escondido al público, quietos, apartados, como despojos, después de tanta lucha. Hay muchos otros momentos memorables, como el inicio, que no voy a desvelar ahora. Diré tan solo que es simbólico, que es significativo y estético, que se refiere al mar y a la travesía. Igualmente bellos la barca y sus vaivenes en un oleaje imaginario, las espaldas desnudas asomando entre cartones, la huida sobre ruedas que no avanza, el desesperado cabalgar en círculos de un crucificado, las múltiples manos que despojan, los cuerpos contra las paredes, los montones de cuerpos.

Algunos de los textos seleccionados interpelaban directamente al público, otros le atraían hacia un momento íntimo, tocaban la fibra de lo empático a través de la poesía. En el uso de la palabra llamaba la atención la diversidad de los modos de dirigirse al público, las peculiaridades de cada voz, el acento extranjero de una de las actrices -Nataliya Andrukhnenko, directora del espectáculo y responsable de la dramaturgia-. Resultaba muy apropiado a la narración, eran matices que añadían veracidad a las ideas, sobrevolando por encima de la acción como libélulas. El elenco funcionaba, cohesionado, en contraste con la falta de acuerdo del mundo ante problemática como la que se exponía. Es de resaltar, puesto que la compañía fue creada en 2015 y tienen en su haber conjunto poco recorrido, siendo “Absens” su cuarto montaje. Con razón han sido finalistas de Festivales como el Certamen de Nuevos Investigadores que organiza el Centro de Investigación Teatral del grupo Atalaya. Han participado en residencias artísticas internacionales, dirigidas por artistas tan prestigiosos como Bob Wilson. Son jóvenes y entusiastas. No olvidaré sus lágrimas durante el cerrado aplauso de los asistentes. El público se puso en pie para reconocer su valía y augurarles un espléndido futuro.

© Sara Fraguas y David Martín Rodero
Jorge Candeal
Nataliya Andrukhnenko, Miren Muñóz, Jorge Candeal
ABSENS teatro
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PAREJA

LA EXTRAÑA PAREJA

LA EXTRAÑA PAREJA

Neil Simon

Dirección: Andrés Rus

Regreso a Teatro Nueve Norte. Es mi segunda ocasión en esta sala tan acogedora. El reclamo, un actor-director del que conozco la trayectoria y al que le tengo fe: Chema Coloma. También a María Muñoz, de la que hace tiempo perdí la pista. Ambos forman parte del elenco de actores. Voy a ver un clásico de Neil Simon: La Extraña Pareja. Apetezco de comedia. También mi acompañante. La revisión actualizada de la versión femenina del texto, junto con la dirección de la obra, a cargo de Andrés Rus. Las protagonistas, Susana Hernáiz y Elda García. Completan el reparto: Puerto Caldera, Teresa Soria Ruano y Diego Quirós (este último, también ejerce como ayudante de dirección). Ya tenemos la ficha artística. -No suelo pormenorizarla en todos mis artículos, y menos al inicio, pero últimamente estoy muy sensibilizada con respecto a la labor que ejercemos los cronistas; con cómo a veces ninguneamos, con pretensión o sin ella, a determinados componentes de las compañías.- Faltaría mencionar a Javier Sanabria como diseñador de iluminación y sonido. ¡Ah! Y que es una producción de Calibán Teatro. -Ya no se me olvida nadie, tómese como acto reivindicativo.-

Aquí estoy, de nuevo, sentada en el centro de la segunda fila, contemplando el desbarajuste de apartamento que se nos muestra como inicio de puesta en escena. El ambiente en esta sala es el de un público joven. Eso me gusta, le da sentido a lo artístico, nos coloca en la tesitura de la conexión de lo clásico con las nuevas generaciones. Todas las circunstancias confluyen para hacernos disfrutar de una estupenda tarde de teatro.

Pasemos ya a lo destilado tras el disfrute. Antes de proceder a mi análisis, tengo que decir que los actores han estado sobresalientes, apoyados sin duda por el éxito en las propuestas de dirección de Andrés Rus. En relación a esto último, lo que más me ha interesado de esta nueva versión, ha sido el aspecto reivindicativo de la misma, sacándole punta a lo que tiene que ver con la mujer y su papel en la sociedad, arremetiendo contra el machismo con valentía e inteligencia. Son pequeños apuntes, como al margen de lo que transcurre, pero que le dan una rabiosa actualidad al montaje. El público se ríe de lo que está mal, de lo que está peor y de lo que es sin lugar a dudas bochornoso. La reflexión vendrá después, esa es la catarsis que se espera. Dice Luigi Pirandello que “el humorismo produce una cierta perplejidad entre el llanto y la risa”.

También está revisada la localización de la acción, trayéndola a nuestro país, a nuestra ciudad y a nuestra época. Puede parecer, a priori, que la versión original pudo tener un efecto más jocoso, dados el ámbito y la época en los que fue estrenada. No puedo hablar como testigo de entonces, pero el texto, en esta versión, dirigido al público madrileño, resulta fresco e incisivo, funciona de maravilla. Lo insólito del emparejar a dos personas del mismo sexo, diseccionando ese tándem para encontrar las carencias en la convivencia de cualquier matrimonio de la clase media al uso, sigue estando vigente como revulsivo de coherencia. Hay que ponerse en el lugar del otro para comprender las causas y las consecuencias de nuestra dificultad para convivir. Ya que somos incapaces de hacerlo de forma inmediata, tras una ruptura sentimental, el autor nos propone que sea un amigo el que nos sirva de espejo, alguien que supuestamente nos quiere de forma incondicional, pero que nos devuelve la imagen franca de en lo que nos convertimos al convivir, de nuestra intolerancia y nuestras obsesiones, de cómo nos abandonamos, de lo erróneo en nuestra lucha por comprender y por crecer.

Neil Simon transciende lo anecdótico, de ahí su vigencia. Hay multitud de aspectos del ser humano que se ponen de relevancia en esta obra: apego, dependencia, orgullo herido, amor propio, autocomplacencia, sentido erróneo de la responsabilidad sobre el otro, melancolía romántica fundada en lo que pudo haber sido, la huella que nos deja el otro al convivir, el chantaje emocional, la culpabilidad, la represión.

En esta versión, por otro lado, se ejemplifican ciertos prejuicios sociales de la clase media en la actualidad (como la alusión irónica de los principios ideológicos de la dieta vegana). Hay, además, en la trasformación de los personajes masculinos para actualizarlos, una fina ironía que incide en la dificultad en la comunicación, alude a la inmigración y el choque de culturas, resolviendo con el exotismo de la mezcla, del mestizaje y de la ruptura de lo establecido.
El texto se sirve de alusiones eróticas veladas en donde la mujer busca su propio placer, sin perjuicio de otorgarlo a su pareja de juego. De algún modo se utiliza el equívoco, también, se insinúa la posibilidad de una relación a todos los niveles entre individuos del mismo sexo, aunque de manera indirecta. No se llega a plantear abiertamente la homosexualidad, ni en el original ni en esta versión revisada. Pero quizá sea así más interesante: la letra con humor entra, podríamos argumentar.

La mujer actual aparece identificada con perfiles femeninos que, aunque rompen estereotipos, nos presentan un abanico de mujeres absolutamente distintas unas de otras, que no dejan de recorrer los distintos niveles evolutivos, del sometimiento al empoderamiento. Es muy interesante el perfil del personaje de Clara, totalmente sometida a los deseos de su marido, lo cual la impide disfrutar del momento; nos trae reminiscencias del Mito de Cenicienta, reiterando continuamente “Me tengo que ir a las doce”. Y, por supuesto, el sujeto paciente, Flori, la desequilibrada, por la que todos se tienen que preocupar, ya que esa es su manera de relacionarse, provocar preocupación en el otro.
“Que te quieran es mejor que si te necesitan”. Algo tan obvio podría resultar un consejo desfasado en boca de cualquiera, si no fuera porque la dependencia emocional es un mal enquistado en nuestra educación sentimental, una pandemia mundial que quizá tenga algo que ver con nuestro carácter gregario como especie. No somos criaturas que toleren soledades extremas. Es cierto que admiramos a los leopardos, pero nos identificamos más con los gorilas. ¿Cómo alcanzar ese equilibrio de lo humano que está en un punto intermedio? El amor no puede ser la excusa para dejar de esforzarnos por nuestra independencia, objetivo costoso de alcanzar y, sobre todo, de mantener. Nacemos desvalidos, necesitados de todos los cuidados posibles, extremadamente vulnerables y sensibles, puro egocentrismo, ansiedad desmedida. La sacrificada devoción de nuestros progenitores, nos acostumbra pronto al confort emocional de la protección desmedida. Así que, en la adolescencia, sentimos por un lado que queremos liberarnos pero, en seguida, que estamos por completar. A partir de entonces tenemos fe en el cliché romántico que se nos ha vendido, creemos que ensamblamos seguramente con alguien especial que, como nosotros, anda por el mundo perdido, intentando reunirse con su otra mitad. Pero hete aquí que una vez nos vamos encontrando y comprometiendo con cada persona elegida como pareja de vida, la plenitud nunca acaba de alcanzarnos. Rompemos relaciones, seguimos buscando y el tesoro se nos esconde. Quizá dentro de nosotros mismos. He leído que está demostrado científicamente que en un alto porcentaje los seres humanos somos polvo de estrellas. Es justo lo que buscamos, el sentido de pertenencia, de formar parte. Pero nuestras capacidades son minúsculas, inmersos como estamos en el universo inabarcable. ¿Cómo vamos a captar lo intelectualmente indefinible? ¿Cómo? Con nuestra sensibilidad extrema, esa que tiene que ver con el instinto animal y lo trasciende. Estoy convencida de que sucede, de que vislumbramos la magia de que estamos hechos a través de nuestro reflejo en lo semejante. Pero que solo dura unos instantes, unos momentos vitales que se esfuman. Lo maravilloso es efímero, pero verdadero. El amor es una certeza, no un invento fruto solo de la cultura. Pero el amor más puro es una energía estelar que nos libera, no quiere amarres, no quiere cauces, no sabe de formas fijas. Para que acabe ese amor solo hace falta el aparatoso trasiego de nuestras preguntas sin respuesta, nuestra impaciencia, nuestra intolerancia, nuestro capricho transitorio, nuestra tendencia acomodaticia, nuestro desinterés por más vida.

Podemos subrayar un tema fundamental en la obra, llegado a este punto, que la proyecta hacia esta dimensión trascendente, espiritual incluso, pero desde una perspectiva de humor negro. Se trata del miedo a la muerte, a la propia y a la ajena. En concreto de algo tan tabú como el suicidio. Tanto la calidad del texto de Simon como la excelente resolución sobre el escenario de los episodios de supuestos intentos de suicidio de Flori, provocan en el espectador un aligerarse del peso de su propio temor por la posibilidad de un final -elegido o no- que constantemente nos acecha.

“Siempre se puede sobrevivir mientras se sepa amar”, nos susurran los actores desde la escena.

Que este sea nuestro lema.

© Javier Sanabria
Susana Hernáiz y Elda García
Susana Hernáiz y Elda García
Susana Hernáiz
Diego Quirós, Chema Coloma, Elda García y Susana Hernáiz
LA EXTRAÑA PAREJA Neil Simon
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