Notre Innocence

Texto y dirección: WAJDI MOUAWAD

Una mirada al mundo

Wajdi Mouawad es un autor genial, un director de vanguardia, reconocido a nivel internacional. Anhelaba ir a su encuentro la mañana del domingo, que el eco de su voz me retumbase en el pecho, de nuevo.

Mi vida últimamente es un espléndido caos que trato de disfrutar. A las once y media estaba en Teatro de la Abadía. La cita era a las doce. -¡Qué poco habitual una función de mañana para público adulto!- Hice una foto al jardincillo aledaño tras las rejas, tenía tiempo de sobra. Me dirigí a uno de los bancos junto a la antigua iglesia, para esperar sentada a que abriesen las puertas, cuando la vigilante del edificio colindante me interpeló sobre mi presencia a esas horas. Le expliqué, se extrañó. Me explicó ella a mí: ese lugar del jardincillo que me parece tan mágico es una residencia infantil. “Ahora les llaman así” -me dijo- “Son centros de internamiento para niños con problemas”. Mi extrañamiento evolucionó a sospecha. Comprobé datos en el móvil: me había equivocado de teatro. No creo en las casualidades. Cogí un taxi que corrió lo que pudo. El taxista me contó que de niño le copió a alguien un artilugio que él vendía a comisión, un juguete artesanal del que tuvo que descubrir el mecanismo, para poder fabricarlo él mismo y venderlo en El Rastro. Le imaginé como un inventor atrapado en esa tarea de conducirme a un destino.

Llegué a tiempo al Teatro Valle Inclán. Me senté en mi butaca. Sobre el escenario, un ciclorama impoluto y una hilera de sillas de tijera dispuestas en horizontal, vacías, enfrentadas al patio de butacas. Me puse a contarlas. Imaginé un paredón, un juicio, una sala de espera de hospital. La atmósfera era fría, aséptica. Rogué que no se interpusiera en el ángulo de mi visión alguna alta cabeza. De vez en cuando, giraba la mía, para comprobar la cantidad de jóvenes entre el público. No sé por qué pensé que iban a ser muchos. Sí había jóvenes, pero no tantos, no de tan corta edad. Había que conformarse. Estábamos todos, no cabía nadie más.

Una joven tomó el proscenio para dar testimonio. Nos reveló en francés el origen del espectáculo, su implicación con el proyecto. Sobre su cabeza los sobretítulos lanzados a mano con maestría, texto maravillosamente traducido por Coto Adánez. Trajo consigo la actriz el entusiasmo, ese torrente de la edad temprana. Envidia y sed, desde mi posición silenciosa. Durante la función, me fue calando hasta los huesos un sentimiento de pérdida. Al salir del teatro, me sobrevino una honda melancolía, junto con el intenso escalofrío que provoca la belleza, y algo semejante a la esperanza.

Pero antes, se fueron sumando cuerpos al escenario. Sentados o de pie, con la palabra o sin ella. Narrando o escuchando la experiencia del proceso artístico común desde su perspectiva única. Fueron reuniéndose en el centro, hasta ocupar el mínimo espacio, conglomerado de pulsos y respiraciones desafiantes, en pie. Como si de un único cuerpo se tratase, fui zarandeada por dieciocho voces jóvenes y diversas que brotaron al unísono, para desintegrarse más tarde en individualidades cargadas de sentido, repletas de matices. Algo intuitivo y salvaje que andaba enroscado en mis entrañas, comenzó a escocer como una antigua herida. Ese fantástico coro me trasmitía su dolor, su rabia, su asco y su agotamiento. Nos llevaron de un lado a otro de las emociones, siguiendo diferentes ritmos y cadencias que iban construyendo. Por momentos parecían trenes en marcha, acelerando contra el precipicio de nuestra presencia. A ratos, desfallecían, en espera de recuperar el aliento. ¡Qué tensión en esos silencios! Suponíamos que tendrían que parar definitivamente, pero aún no, retomaban una y otra vez, parecía infinito y, eso, me generaba angustia. La intuición de un final siempre genera algo, a algunas personas risa nerviosa, a otras, algo más íntimo y rotundo. El discurso era violento y hermoso, no todos los oídos están predispuestos a escuchar lo que no suele pronunciarse. Todo lo que se refiere al cuerpo conlleva sangre y fluidos, celebra la vida o amenaza muerte. Todo lo que se refiere a la muerte es tabú, pese a los ritos. La libertad máxima estriba en decidir entre la muerte voluntaria e instantánea, o el empeño en vivir a toda costa. No cualquiera puede decidir parar de vivir, matarse sin permiso. Por otra parte, imposible decidir dejar de morirnos. Queda demostrado que no es sencillo. Pero hay que elegir, día a día.

Las personas se definen por sus acciones, por sus hechos. Habría que dilucidar la veracidad de esas acciones, el verdadero sentido de esos hechos. Las apariencias engañan, lo hemos olvidado. El mundo que habitamos está instalado en lo ficticio. Se fomenta la mentira como herramienta útil al negocio. Estamos atrapados en una sociedad de consumo que nos engulle. Así que lo más fácil es depender de todo lo físico, vampirizar la materia.

Pero somos algo más que materia, aunque nos cueste imaginarnos fuera del cuerpo. La intuición es el esfuerzo de lo intangible, no parece necesaria en estos tiempos virtuales. La necesidad de misterio que nos constituye pretende saciarse a base de mundos paralelos, a través del vínculo irreal que se establece entre perfil y perfil, en redes sociales agitadas por intereses egocéntricos, sumidos en juegos de roll en los que probar identidades frustradas… La esencia de lo humano parece perdida, sola, deambula en algún limbo. Nos ocupamos en estar ocupados, nos entretenemos en entretenernos. Mientras los valores de antaño nos interpelan, tristes y famélicos. ¿Cómo no desencantar a los jóvenes, herederos del mundo? Y, sin embargo, no hemos logrado extirparles la alegría. Eso es insólito.

Puedo certificar que este elenco de artistas que se subió al escenario del Teatro Valle Inclán en horario matutino, es de una misma generación, de entre veinte y treinta años. También asegurar que su actuación fue sobresaliente. De la fuente vital de cada uno de esos jóvenes ha bebido Mouawad para escribir a medida que se ensayaba, dirigiéndoles él mismo. El montaje de Notre Innocence ha sido producido por Théâtre National de La Colline, institución cultural con sede en París, subvencionada por el Ministerio de Cultura francés. Y llegó a Madrid, donde el Centro Dramático Nacional lo incluyó en su ciclo Una mirada al mundo. Me considero afortunada, soy testigo.

Dice una amiga mía que hay grupos que pueden ser muy tontos, incluso aunque las personas que los conforman posean una gran inteligencia emocional. Creo que al público de esa mañana le salvó la intuición. Como grupo humano congregado alrededor de un ritual, dejamos que nos invadiese el misterio. Aunque no lo conjuramos, no intentamos contradecirlo. Lo aceptamos.

La inocencia, vestida de futuro, nos busca, solicita que transitemos con ella la oscuridad. Nos desentendemos, la negamos. Ella se instala en el umbral, allí donde el nacimiento y la muerte son una misma cosa. Y nos susurra proverbios:

-“Estoy aquí, os veo. Por favor, sed sublimes, sed magníficos”

Reparto

Emmanuel Besnault
Maxence Bod
Sarah Brannens
Théodora Breux
Hayet Darwich
Lucie Digout
Jade Fortineau
Julie Julien
Maxime Le Gac-Olanié
Étienne Lou
Aimée Mouawad
Hatice Ozer
Lisa Perrio
Simon Rembado
Charles Segard-Noirclère
Darya Shezaf
Paul Toucang
Yuriy Zavalnyouk

Equipo artístico

Escenografía Clémentine Dercq
Iluminación Gilles Thomain
Vestuario Isabelle Flosi
Música Pascal Sangla
Sonido Sylvère Caton / Émile Bernard
Vídeo Julien Nesme
Ayudante de dirección Vanessa Bonnet

Producción

La Colline – théâtre national
Con la participación artística de Jeune Théâtre National
Con el apoyo de Fonds d’Insertion pour Jeunes Artistes Dramatiques, DRAC
y Région Provence-Alpes-Côte d’Azur y de la Délégation Générale du
Québec

Crónicas

MJ CORTÉS ROBLES

Imagen

(fotos de ensayo) © Simon Gossellin

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