NOSTALGIA DEL AGUA

Ernesto Caballero

Dirección: Jesús García Salgado

Para acceder a la Sala Arapiles 16 hay que bajar dos tramos de escaleras metálicas cubiertas con moqueta. Se trata de un lugar escondido bajo el nivel de la calle, un espacio cuidado y confortable, que recibe al público con sus paredes repletas de imágenes, de recuerdos. Una queda algo absorta por el envite de lo visual, por esa exposición de instantes artísticos atrapados en un marco. Pero hay que atravesar el pasillo y dejarlo atrás, llegar hasta el asiento designado, sentarse y esperar.

El escenario se eleva mínimamente frente al patio de butacas, se puede observar el suelo desde las primeras filas. El pasado domingo aparecía cubierto de agua. Claro que no era líquida, pero el material utilizado servía a tal efecto. Toda la escena, la sala entera, se mantuvo sumergida en los cambiantes reflejos de un pantano, de las aguas aún cristalinas de su superficie. Según avanzaba el texto, según se abría el asombro a lo poético, se intuía más y más lo turbio del fondo, la quietud del fango. Pero, mientras tanto, escuchamos saltar las piedras sobre nuestras cabezas sumergidas, los ojos abiertos y los cabellos flotando como fragmentos de plástico en desuso. Abandonados así, nos dejamos hipnotizar por ella, Marta Belaustegui, la incógnita, la niña, la risa encapsulada, la dama, la serpiente, la proyección imaginaria de una emoción tan nuestra que nos conmueve mencionarla: nostalgia.

Antes, habíamos percibido el gotear de los instantes desde la caja de resonancia del tiempo, el deslizarse de un rastro de luz sobre el agua estancada, el molesto revolotear de un arco contra unas cuerdas de violín. Todo ello alcanzaba nuestros oídos, felizmente distraídos en acertijos y enredos. Y para mecer el encuentro de dos partes, una melodía añeja y sus cadencias. La ejecutante de estos sortilegios, presencia casi imperceptible -pero ineludible-, observadora atenta desde algún ángulo muerto: Natalia Fernández.

¿Cómo identificar la carne entre tanta sombra? Manuel Galiana vino a situarnos en la perspectiva idónea, la de un pescador de recuerdos, embriagado por la nostalgia. Él nos tiró el anzuelo, nos metió en su cesto y nos mantuvo boqueando como peces fuera del agua, para al final devolvernos al caudal de nuestras vidas con el corazón alterado. Un visionario de ruinas anegadas por el tiempo, resulta un sujeto intrigante y solitario, que se desdobla para hablarse, que fantasea con lo que pudiera ser o con lo que quién sabe si ha ocurrido. Un ser insatisfecho, pero incapaz de desasirse de tanta vida vivida. Más cercano al desfallecer que predispuesto a dar el paso siguiente. Pero sediento, siempre sediento. Un ser humano, al cabo, uno de los nuestros.

¡Qué hermosa y significativa la puesta en escena que decidió llevar a cabo el director, Jesús García Salgado! Dos elementos sólidos donde apoyarse, encaramarse, o tumbarse, del color de la herrumbre cuando aún resplandece. Podrían ser barcas volcadas y varadas, o dos ataúdes ciegos que se agolpan insinuando lo vertical de la caída, señalando la dirección de ese lugar oscuro hasta donde hundirse y desaparecer, los umbrales del sueño más profundo. Ahogarse, beberse el último sorbo simulando que se toma de otros labios cómplices. O por el contrario, regresar, traicionar la soledad, continuar vivo.

Es un verdadero privilegio asistir a funciones con un reparto de tanta calidad artística. Belaustegui y Galiana conectan en escena de forma que una se pregunta si llevan trabajando juntos toda una vida. Contrastan sus roles, pero se funden como gotas caídas de un mismo cielo. La maestría de ambos actores resuelve de manera que se nos antoja fácil lo difícil. El trabajo de dirección ha debido ser minucioso y exhaustivo, para llegar a llenar esos silencios y crear esas atmósferas. A ello ayuda la música, desde luego, entendida como un personaje más.

Este texto inédito de Ernesto Caballero, que él mismo consideraba destinado a guardarse en un cajón, no solo se salva del olvido gracias a UNIR Teatro (Universidad Internacional de la Rioja) y a Teatro del Duende, sino que irrumpe en el panorama teatral con pleno derecho, añadiéndose a cierta tendencia actual de textos con similar carga poética. Lo simbólico resulta clave para desentrañar el sentido que tenga nuestra existencia, la esencia de lo que somos. Es verdad que este texto tiene algo de leyenda, algo de cuento, un aspecto naif que reverbera. Pero va más allá, entronca con las obras de Maeterlinck, por poner un ejemplo. También está salpicado de un humor semejante al del ‘teatro del absurdo’, con sus esquemas de pregunta sin respuesta. Este ingrediente aligera la obra, curiosamente al señalarnos lo indescifrable. Porque es la dificultad que entraña el tema lo que ha conducido a E. Caballero a distinguirse utilizando esta forma surrealista y no otra. Pone el acento en lo poético para intentar desentrañar un sentimiento humano en concreto.

‘La nostalgia’ se encarna en escena como concepto, desestructurado en partes, y se experimenta en el patio de butacas por entero, con el peso de plomo de lo que nos supone la pérdida. ¿Por qué no calmamos la sed? ¿Con qué nos embriagamos? ¿Qué es lo que hemos perdido? ¿Qué buscamos? Yo tampoco quiero pronunciarlo, también me duele. Averigüen. Vayan a ver la obra. Si no la atesoran, ni siquiera habrá pérdida.

© Eduardo García
Natalia Fernández
© Eduardo García | Natalia Fernández
Marta Belaustegui y Manuel Galiana
© Eduardo García | Marta Belaustegui y Manuel Galiana
Manuel Galiana
© Eduardo García | Manuel Galiana
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