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COPENHAGUE

COPENHAGUE

Autor: MICHEL FRAYN

Dirección y adaptación: CLAUDIO TOLCACHIR

Reparto: MALENA GUTIÉRREZ, EMILIO GUTIÉRREZ CABA Y CARLOS HIPÍLITO

CRÓNICA DE Teatro de la Abadía (Sala Juan de la Cruz)

La capacidad del ser humano para conocer la realidad y trasladarla como información fidedigna a sus coetáneos o a generaciones futuras, es relativa, tiene todo que ver con la inmersión de cada ser humano en dicha realidad, al formar parte de la misma por el simple hecho de existir, o al observarla en perspectiva desde el ángulo que le ofrece el paso del tiempo; siendo testigo, incluso parte implicada en los hechos o, por el contrario, con el desapego que le proporciona el sentirse ajeno a los acontecimientos que describe, quizá no a sus consecuencias. Narrar -nos confirma la ciencia- es siempre un ejercicio creativo, ya que resulta imposible acceder al estatismo de una verdad absoluta para abarcarla, excepto en la imaginación de un supuesto idílico. Nuestra existencia y la del mundo están condenadas al movimiento continuo, el universo entero es un engranaje que genera una melodía cambiante. Esa música, matemática pura, es misterio, tiende al infinito, se nos escapa, nos obliga a trascendernos. ¿Qué puede guiarnos entonces? Ese proceso evolutivo de la experiencia, que es la madre de la ciencia. La imprecisión que supone el intento de tomarle la medida tanto a la vida como a la muerte, tiene que ver con ese trance heroico entre uno y otro estado del ser, con el advenimiento del azar, con el acontecimiento ineludible.

Michael Frayn -en Copenhaguen– sitúa a los personajes en una especie de limbo, en un encuentro imposible en el que se reúnen a dirimir eternamente lo que nunca tuvo sentido en vida. El autor nos oculta, de nuevo, lo que la Historia ha ignorado, otorgando de este modo a la obra dramática características propias del thriller. Como público, intuimos las incongruencias, presuponemos el conflicto principal, pese a no tener acceso a ese diálogo secreto, mantenido en privado entre dos de los tres personajes. Frayn nos ofrece tres versiones distintas del posible contenido de la conversación, a modo de teorías que acaban por refutarse, evitando así conclusiones. En la puesta en escena de Claudio Tolcachir, la pareja de amigos científicos pasea en círculos alrededor de un eje central; al igual que los planetas, se circunscriben a una órbita concreta que, simultáneamente, les condena y les impide precipitarse al vacío. Solo la reiteración parece ser capaz de sostener la incertidumbre, el vértigo a nivel moral de las decisiones que tomamos. Podría ser este ritual de empeño en la reflexión continua sobre un asunto cuando no tiene ya remedio, una penitencia cuya esperanza no sea el perdón en sí mismo sino el lograr trazar un esquema lógico que alivie el peso impuesto por la culpa, fruto de las consecuencias de nuestros actos fallidos. Por eso el inicio de la obra es tan abrupto, porque está fuera del tiempo y porque podría ser un final, en lugar de un principio. La paradoja.

Durante la función, nos sirve de intermediaria una suerte de embajadora de paz o de detective en absoluto imparcial, Malena Gutiérrez -o más bien la mujer a quien encarna, Margrethe-. Al añadir acotaciones a la acción, descriptivas y críticas, no está exenta de tomar partido, ya que es la esposa de Bohr, medio judío, uno de los científicos que colaboró en el “proyecto Manhattan” trabajando para el bando de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Por el contrario, Heisenberb -su alumno-, colaboró con los nazis, con lo cual, podemos justificar la enemistad surgida en un momento puntual, pese a que no contemos con los detalles del trance que supuso la ruptura de la larga relación personal que los unía. Aunque Margrethe no fue testigo de la conversación concreta que mantuvo el científico danés con el alemán durante un largo paseo por Faedellpark, tras la cual ya nada volvió a ser lo mismo entre ellos, sí podría arrojar luz sobre la relación entre su marido y el alemán, explicitar detalles sobre el carácter de la misma, y sacar conclusiones al respecto de los motivos de la ruptura, claro está que desde su punto de vista, que no es otro que el que imagina para ella el autor. De ahí el margen de error, siempre hay que contar con la falacia latente en las interpretaciones personales y las reinterpretaciones colectivas.

Ambos científicos recibieron el Premio Nobel y están considerados como los principales creadores de la “teoría cuántica”. En aquel momento de la misteriosa conversación que supuso la abrupta ruptura de su amistad, se posicionaban en bandos contrarios con respecto a “la carrera por la bomba atómica”. Más tarde, los aliados la lanzaron sobre Hiroshima y Nagazaki. Aquello fue una masacre. De ese modo se puso fin a la guerra. ¿El fin justifica los medios? ¿Hasta qué punto es responsable la ciencia del uso que se le dé a sus descubrimientos y avances técnicos? ¿Es lícito que un científico participe activamente en cuestiones políticas o bélicas, utilizando para ello sus conocimientos y desarrollándolos en pro de un beneficio para su país o para lo que crea el mejor modo de resolver una contienda? La respuesta es indeterminada y ambigua, si no múltiple, depende del punto de vista de cada individuo, de si posee convicciones firmes y se atiene a ellas con todas las consecuencias. Quien más quien menos es un mar de dudas; afortunadamente, por otra parte, lo contrario se alejaría de lo humano y no garantizaría el acierto. Pero no podemos instalarnos en la incertidumbre, sino vivir pese a ella, tomar decisiones.

El asiento desde el que presencié la función en la sala Juan de la Cruz del Teatro Abadía me ofrecía una perspectiva privilegiada, ni demasiado cerca ni demasiado lejos, centrada. Merecía la pena tener la sensación de estar todavía fuera de la sala mientras que parte del público seguía accediendo a mis espaldas. Mientras esperaba el inicio del espectáculo, mis expectativas eran altas. Se cumplieron, empezando por la maestría de Emilio Gutiérrez Caba, de Carlos Hipólito y de la ya mencionada Malena Gutiérrez. La presencia escénica de cada componente del elenco, la forma en la que dejaban fluir un texto tan complejo -como si naciese fruto de la reflexión, instantáneamente, desde sus mentes respectivas-, la contención emocional y la mesura en la expresión corporal, la compostura chejoviana en la composición de cada personaje… El talento, la técnica y la experiencia, cualidades todas de elenco y director, dieron como resultado una amalgama deliciosa, un delicatesen de espectáculo que degusté con avidez y que me supo a poco. Seguro que me perdí aquel gesto, aquel matiz, aquella otra mirada que no pude apreciar desde donde me encontraba… Es teatro para regresar a él, a su lectura, para volverlo a ver, para aproximarse todavía más e intuir sus entrañas, para indagar en las manifestaciones a escalas ínfimas de lo humano -tal cual se hace en el estudio de las partículas atómicas y sub-atómicas-. Como en la naturaleza, en la trama de este teatro que nos propone Tolcachir nos faltan datos. Aunque es teatro de texto, activa al público. Cada espectador, en paralelo con lo dicho en escena, elabora una versión propia del acontecer que presencia, indagando no solo en los impulsos que mueven a los personajes, en los objetivos que se plantean y en las claves posibles para la resolución del misterio -construyendo así un esquema de premisas lógicas a nivel de acción o de discurso-, sino también reflexionando sobre lo que es más importante, sobre las causas del hecho histórico y sobre sus consecuencias. Es teatro comprometido. Arte imprescindible.

Este texto fue estrenado en Nueva York en el 2000 y, anteriormente, en Londres, en 1998. Tolcachir y su equipo, lo han traído a la Abadía, tras estrenarlo en Avilés. No me queda más que agradecer lo que valoro como un gran acierto y como un éxito rotundo

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

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© Teatro

MALENA GUTIÉRREZ, EMILIO GUTIÉRREZ CABA Y CARLOS HIPÍLITO
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Tardes con Colombine

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Dramaturgia: CARMEN SÁNCHEZ MOLINA

El preámbulo de los múltiples acercamientos a la plenitud

Dirección: JUAN CARLOS TALAVERA

CRÓNICA DE TEATRO NUEVE NORTE

A los dieciséis años fue conquistada con cartas de amor Carmen de Burgos por un periodista que dirigía la revista satírica Almería Bufa. Este hombre que le doblaba la edad (causa por la que el padre de la señorita no asistió a la boda) contribuyó a la primera emancipación de Carmen, la de caminar sola hasta el altar para huir del yugo familiar, primera ilusión de independencia de la mujer de finales del siglo XIX español. Los poemas de amor se extinguieron con el matrimonio, aparecieron las humillaciones, el ultraje, las traiciones del esposo. Entre las pocas oportunidades laborales de la mujer se hallaba la de maestra, y para esto se preparó a escondidas Carmen con la intención de opositar y huir con la opción del mínimo sustento que una profesión podía darle. En esta etapa perdió tres hijos, solo alcanzó ver crecer a María, con la que huyó en 1901 rumbo a Madrid a los treinta años; la niña apenas cuatro. No sospechaba que su definitiva emancipación estaba abriendo la puerta para el reconocimiento social de la mujer en España. Unos años después de su llegada a la capital se había convertido en un punto de referencia feminista, aunque aún esa palabra era sustituida por otra: marimacho. Ella misma escribió que no sabía si era feminista, que temía mucho un feminismo tendente a masculinizarla; por eso su labor fundamental se convirtió, más que todo, en liberar a la mujer vejada.

En los ambientes literarios conoció al veinte años menor Ramón Gómez de la Serna y comenzaron una relación sentimental. Iniciaron una confraternidad intelectual. Nació un intercambio creativo de almas eternamente inquietas. Pero a pesar de contar en casa con su fiel hermana Catalina, la ajetreada vida de Carmen, los quehaceres que la ocuparon como primera periodista profesional en España y en lengua castellana, la primera mujer corresponsal de guerra, el tiempo que ocupó en dar forma a tantas novelas (crónicas casi todas de una época, también las más cortas), treinta y tantas traducciones, ensayos, estudios literarios, cuatro libros de viaje por Europa y América, sus conferencias en la Sorbona y el Museo del Louvre, el interés por europeizar España, los mítines políticos en defensa de la República, de los derechos de la mujer, hicieron que el seno familiar no contara suficientemente con su presencia y, asistiendo a aplaudir una de las obras del ya exitoso Gómez de la Serna interpretada por su hija María, los sorprende amándose. Es este suceso, la traición de los más cercanos, el que da pie a gran parte de la fabulación que propone la autora Carmen Sánchez Molina, quien además es la actriz protagonista de Tardes con Colombine. Es así como presenciamos al diálogo entre la almeriense y Dolores, portera del inmueble donde vive la primera y personaje de una de sus novelas, La malcasada, a veces también la aparición necesaria de la hija de Carmen, María (su Maruja) y la efímera presencia de una vecina. Un retrato, según la propia creadora del texto dramático, en el que principalmente podemos ver las dos Españas de 1929.

Retratos es lo que permite el deslumbramiento, y deslumbrados es como nos deja la vida de esta guerrera militante de lo humano.

La dramaturgia no se ensaña, no es un “ajuste de cuentas”, siquiera con las instituciones que, se sabe muy bien, asediaron a la protagonista, prefiere mostrar la risa de Carmen (a carcajadas muriendo incluso). En la intimidad de su casa la divierten los cánones morales de esa sirvienta que va enseñando a leer. El montaje suplanta el dolor; haber nacido hembra ya era un peso con el que cargar. No se detiene en el análisis de una u otra injusticia, las muestra, las expone, amalgama datos; no intenta desentrañar los entuertos emocionales de un proceder arriesgado, casi temario para una mitad de siglo altamente mojigata, ni muestra los agravios recibidos desde aquella publicación del marido despechado en la revista que él mismo dirigía: Ahora en Madrid, no hace mucho, / se presentó una señora / con un talento, que dudo / que haya quien le eche la pata; / no te creas que me burlo, / ya ves tú si tié talento, / que colabora en El Mundo / Latino, en esa revista, / de que es Director Mendrugo. / -Madueño, hombre, Madueño. / -Es lo mesmo. -No seas bruto. / Ahora en las Flores cordiales… / -Son juegos florales, burro. / La han nombrado Secretaria / Generala, y tié un título / de Profesora de Letras / y les está dando por… -Estúpido / ¿qué es lo que vas a decir? / -Que está dando hoy más gusto / que la Teresa Jesús, / la Avellaneda, y te juro / que ni la Pardo Bazán / le gana a hacer verci-culos. Como lo anuncia el programa de mano, la puesta prefiere el “fresco”, no el estudio psicológico de aquella que parecía ser muchas mujeres en una, la magnífica mujer de la que solo una anécdota de su fatigosa y productiva vida podría dar pie al fomento de la creación.

¿Qué ocuparía la mente de una luchadora por la igualdad a la que le tocó traducir La inferioridad mental de la mujer? ¿Cuáles serían las disquisiciones al traducir que “la mujer no ha aportado nada al desarrollo de la ciencia y resulta inútil esperar algo de ella en el porvenir”, con qué temple pasó al castellano que “en los hombres poco desarrollados en la parte mental (un negro por ejemplo), se encuentran los mismos datos anatómicos hallados en el lóbulo parietal de la mujer”, cómo pudo expresar que el neurólogo y psiquiatra alemán pensaba que “una de las diferencias esenciales se encuentra ciertamente en el hecho de que el instinto desempeña un papel más importante en la mujer que en el hombre. […] De modo que el instinto hace a la mujer semejante a las bestias, más dependiente, segura y alegre”? ¿De dónde sacaba fuerzas para luchar con tino por el derecho a la separación del marido ganándose el mote de “la divorciadora”, derecho concedido sesenta años después? ¿Cómo enfrentó en casa la adicción de la hija? ¿Qué resultaría si se revisara concienzudamente aquella opinión suya sobre el daño causado por ese monumento de nuestra literatura que es El Quijote “porque el público comprendió más a Sancho que al Caballero de la Mancha y la novela realista moderna pensó que el mérito consistía en buscar sólo lo grosero, por lo que se entendió que era más real describir un crimen que un sacrificio, y con el deseo de epatar, se trató de producir terror y asco en lugar de emoción estética”? ¿Podrá alguien acercarse a su novela autobiográfica -como muchas de las que escribió- La mujer fantástica, para desmenuzar la mente prolija de esta fémina de un siglo donde parecían los hombres los únicos con pensamiento? Rubén Darío le escribió en una carta de 1911 lo grato de haberla hallado lo menos “literata” posible, que como escritora creía que ella no usaba medias sino calcetines. ¿Cómo asumía una mujer de letras llamarse a sí misma “Presidente” General de la Cruzada de Mujeres Españolas y de la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Iberoamericanas porque aún no existía la palabra “presidenta”? Sabiéndola corresponsal de guerra, ¿qué resultaría si tratásemos hondamente una sola idea suya extraída del artículo ¡Guerra a la guerra!, donde defendía el derecho de todo humano a negarse a matar? Si imaginamos el oasis democrático en que convirtió su casa con las tertulias de los miércoles, a las cinco en punto, luego los sábados, cuando fue desterrada a Toledo y disponía únicamente de los fines de semana, estableciendo que, de puertas adentro, la libertad de pensamiento sólo tendría como límite el infinito…

Todo esto, producto de la inquietud que genera Tardes con Colombine, plantea otra cuestión: ¿qué sucederá cuando logremos someter al deslumbramiento, cuántos temas emergerán y con qué profundidad los asumiremos si nos interesara un día viajar con esta pionera rumbo a la conquista de la justeza?

Crónicas

Por : ALBERTO MENÉNDEZ GARCÍA

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© Teatro

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UNA NOCHE CON FORSYTHE

UNA NOCHE CON FORSYTHE

Coreografía: William Forsythe

Puesta en escena: Compañía Nacional de Danza

Dirección: José Carlos Martínez

CRÓNICAS DEL Teatros del Canal

Tengo una amiga que siempre escribe en Facebook sus pensamientos más polémicos y sus sentimientos más íntimos como si al otro lado de la pantalla se encontrase, permanentemente, un fiel amigo. Es gracioso porque ella tan solo exagera lo que todos, en mayor o menor medida, hacemos en nuestras redes sociales. Mi amiga exhibicionista empieza muchas de sus exclusivas diciendo algo como “Sí, ya sé que esto es pornografía emocional, pero no me importa…” y luego suelta la bomba.

Si tuviera que explicarle a alguien que no sabe nada de danza lo que supone Forsythe para el campo, le diría que hace “pornografía coreográfica” en ese sentido con el que se nombra el exceso. Y claro, no tiene nada que ver con bailarines sugerentes ligeros de ropa, sino con el hecho de que sus piezas son la verborrea incontenible de un fanático del movimiento que no se puede callar nada, y al que no le importa quedar como un imprudente porque la ocurrencia es lo suficientemente interesante como para correr el riesgo. Forsythe es ese artista juguetón que busca los extremos de manera socarrona, aunque en mi opinión nunca deja de ser un niño bueno que agrada al público más clásico (ese que sí se sale del teatro a la mitad de The show must go on de Jérôme Bel).

Una noche con Forsythe en Teatros del Canal, interpretada por la compañía Nacional de Danza, es una oportunidad única para comprender los motivos principales que han guiado la obra de William Forsythe a lo largo de su carrera. En estas tres obras constatamos que el coreógrafo, probablemente aburrido de la cadencia del ballet clásico, se propuso meter la mayor cantidad de pasos en el menor tiempo posible dando lugar a ballets frenéticos. También, que la lógica de los ballets tradicionales le debió parecer muy naif, por lo que se atrevió a dejar a los bailarines sin un paisaje o una acción en la que descansar, y así, desnudos de historia, los entregó al éxtasis del “movimiento por el movimiento” más acorde a las propuestas estéticas de finales del siglo XX.

La primera coreografía de este programa es The vertiginous Thrill of Exactitude, de 1996. La interpretan tres mujeres y dos hombres que tienen que sincronizar sus saltos y rápidos pasos de pies. Es una pieza un poco desfavorecedora porque, por muy bien que lo hagan, esa obsesión con la exactitud a la que se refiere el título hiperliteral, te lleva como espectadora a buscar el error como en un juego. En ese sentido el ballet es maléfico. Son 13 minutos dificilísimos de bailar en los que los bailarines no se libran ni un segundo del escrutinio.

Esta pieza rompe muchas cosas, mezcla hombres y mujeres de manera casi homóloga e impersonal, utiliza un vestuario geométrico muy vanguardista, y desde luego, los pasos se encadenan a una velocidad desconocida; sin embargo, aspectos clásicos del ballet prevalecen: la coreografía sigue siendo muy frontal y el cuerpo se mantiene erguido, con los brazos y piernas en una armonía de líneas reconocibles. No puedo evitar pensar que sigue siendo “danza para la foto”: si un fotógrafo captura en el aire a los cinco bailarines en la misma postura, la exactitud será muy reconfortante. En movimiento, sin embargo, sufro por ellos, por ese sometimiento que les deja la cara tensa, la sonrisa forzada. La danza contemporánea ha evolucionado hacia bailarines que gozan de verdad y que remiten menos a los términos correcto/incorrecto, acierto/error.

Después viene la hipnótica Artifact Suite, de 2004, en la que Forsythe rompe muchas cosas más. La frontalidad clásica desaparece desde el principio. El escenario se desnuda y los bailarines bailan más para ellos que para nosotros. Resulta una obra muy cinematográfica, en la que el telón actúa como una mesa de montaje, y en la que el contraste de luces y sombras es protagonista. Hoy en día es muy difícil ver a tantos bailarines en escena (por cuestiones, creo, meramente económicas), así que ver al gran elenco de la CND cubrir el escenario de la Sala Roja y moverlo con sus cuerpos, es fascinante. Es una pieza realmente juguetona en la que casi podemos ver al coreógrafo probando cosas nuevas en libertad, como si se tratase de un ensayo. Deliciosos port de bras que terminan en palmada, momentos de cuerpos-máquina, una línea de bailarines tumbados que inventan signos de una escritura nueva con los brazos, son momentos emblemáticos de danza contemporánea que ahora resultan, paradójicamente, “clásicos”. La libertad que se respira es, además, eficiente. Todo está bien hecho, ordenado, pulcro, todo-donde-debe-estar. Pienso que fue esta una manera genial de llevarse al público clásico hacia la danza contemporánea, con cucharadas de coreografía que funciona con precisión, mientras se aleja de sí misma e inventa nuevos géneros.

Curiosamente Enemy in the Figure, la pieza que cierra el programa, es la más moderna siendo la más antigua, de 1989. Aquí los torsos de los bailarines se arquean y las muñecas se rompen en un gesto un millón de veces copiado en academias de barrio de todo el mundo. Y, muy acorde con el arte de los 90, con ese ademán punk irreverente pero comercial en el que lo accesorio se hace protagonista, la escenografía, la iluminación, el vestuario, y la música guían el movimiento de los bailarines. Es una pieza en blanco y negro que publicistas y diseñadores de interiores habrán amado y que funciona como la fotografía de una época, la de la cultura tecno, descaradamente atrevida.

#Pornocoreografía podría ser la etiqueta en redes que nombrase el deleite por ver artefactos coreográficos muy complejos que funcionan con precisión alemana. Y aparecería siempre en los trabajos de Forsythe.

Crónicas

Por : Paula Lamamie de Clairac

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© imagen Alba Muriel

Puesta en escena: Compañía Nacional de Danza. Imagen © Alba Muriel
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William Forsythe
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UNA NOCHE CON FORSYTHE
UNA NOCHE CON FORSYTHE Imagen © Alba Muriel

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SOFTMACHINE: SURJIT & RIANTO

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UN PROYECTO DE CHOY KA FAI SOBRE LA DANZA ASIÁTICA

CRÓNICA DE Sala Negra de Teatros del Canal

Pensé que el título merecía una explicación; pero no alcancé a formular la pregunta durante el encuentro con el público tras la función de viernes 7 de junio, así que salí de la Sala Negra rumiándola para mis adentros. Al leer el programa de mano había anotado palabras claves que me parecían esenciales para hablar de esta propuesta tales como post-modernidad, exotismo, danza contemporánea asiática, tópicos… Sin embargo (ahora lo sé) nada podía anticiparme lo que vendría después. Incluso todo indicaba que iba a ver un documental e intenté colocarme en la mejor posición frente a la gran pantalla. Error también. Hubo proyecciones, sí, pero el documento fue escrito en escena. Una clase magistral de coherencia entre las preguntas esenciales que animaron a Choy Ka Fai a viajar durante dieciocho meses por trece ciudades en China, India, Indonesia, Singapur y Japón, recopilando material, y la manera en que hoy nos lo presenta como hecho artístico.

Hay preguntas que no tienen una única respuesta. Así es esta propuesta. Abre multitud de cuestiones e insta a revalorizar una vez más ciertos conceptos acerca de esa ambivalente y siempre esquiva relación Oriente/Occidente, a desmontar también la imagen preconcebida y occidentalizada sobre el quehacer cultural asiático, y las relaciones de poder que desafortunadamente aún persisten y determinan los discursos culturales dominantes. No se trata aquí de definir o no la pertinencia de hablar de exotismo en un contexto globalizado, pero sí de la pervivencia de centros y periferias culturales, y en consecuencia de las representaciones dominantes que gobiernan los discursos culturales. No hay que perder de vista la actitud de dominancia sobre la que Occidente ha basado su relación con el resto del mundo; este es sin duda el punto de partida de esta propuesta, que no su fin último.

Soft Machine cuestiona con sutil ironía y un humor delicioso. Estos dos bailarines que nos ha presentado Choy Ka Fai, nos parecen sacados de un documental y puestos sobre la escena; y así, han atravesado miles de años de historia humana en poco más de una hora y media de espectáculo, con la sencillez de quien tiene las preguntas adecuadas. Recuerdo entonces sin querer las palabras de los maestros: el arte europeo ha tenido que romper con su tradición para construir lo nuevo, en Asia lo nuevo se ha construido sobre la base de la tradición.

Así es como Surjit Nongmeikapam y Rianto se nos han mostrado, trayéndonos una tradición que pervive en sus cuerpos, aprovechando siglos de cultura para incorporarlos al lenguaje contemporáneo, enriqueciendo con una savia antigua lo que hoy es necesario decir en escena. He visto cuerpos formidables destripando tópicos, derribando mitos, pero sobre todo, construyendo puentes para nuevas miradas.

Todavía hoy me pregunto acerca del título; sin embargo intuyo cierta conexión con la delicadeza y la suavidad que subyacen en las tradiciones del cuerpo de las formas codificadas asiáticas; también una referencia a algo muy sólido que no puede ser desmantelado por la modernidad, sino que la alimenta y la hace potente, verdadera fuerza irreductible. Vuelven sin remedio los maestros a mi mente tras esta reflexión, esta vez es Katzuko Azuma, así que busco y cito:

“Mi maestro decía que debía encontrar mi propio punto de fuerza. Es como una bola de acero que está en el centro de un triángulo imaginario que tiene el vértice en el ano y la base en la pelvis, a la altura del ombligo. El actor/bailarín debe lograr apoyar su propio equilibrio en ese punto de fuerza. Si lo encuentra (es difícil, aún hoy no siempre lo encuentro), entonces todos sus movimientos adquieren fuerza. Pero esta fuerza no significa estar en tensión, no es violencia. Mi maestro decía que la bola de acero está envuelta en una capa de algodón, y luego de otra capa de algodón y así sucesivamente: que es en definitiva, algo blando que sólo en su centro profundo esconde algo duro. Así el movimiento del actor/bailarín puede ser lento y suave y ocultar su fuerza, como la pulpa de una fruta oculta su hueso.”

Crónicas

Evelyn Viamonte Borges

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© imagen © Law Kian Yan

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CORPS NOIR

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STÉPHANE GLADYSZEWSKI

CRÓNICA DE Naves Matadero. Centro Internacional de Artes vivas

La imagen de un hombre sumergido en una pecera rectangular anunciaba esta pieza del canadiense Stéphane Gladyszewski en Naves Matadero. El reclamo me resultaba poco interesante, pero aun así me animé a ir por el interés que me suscitaron la mezcla de ciencia y arte, de artilugio y concepto en las investigaciones de Stéphane. La propuesta sin embargo superó con creces mis modestas expectativas. Desde el comienzo me enfrento a una obra íntima y sugestiva que pone al servicio de la idea los sortilegios tecnológicos, manipulando las imágenes con el fin de crear alusiones profundas y una sensorialidad altamente expresiva; de esta forma se abre al espectador un universo visual sumamente evocador. Es este poder de despertar multitud de sentidos, lo que pone en valor el recurso técnico.

A medio camino entre las artes visuales, el arte digital y la performance, Corps Noir me catapulta a las entrañas del nacimiento, al sexo y la sangre de los orígenes, y me vuelvo junto al intérprete, feto y luego ser pensante, fracturado por la ruptura original, descubridor de una mismidad siempre irresuelta. Más que entender, la obra me fuerza a sentir, empatizar, y recorrer con el protagonista el hilo umbilical que nos conecta a una raíz ancestral. Si la voz en off esclarece y dictamina, convirtiéndose de esta suerte en una racionalidad que todo lo reduce, el recorrido del intérprete sin embargo, se adentra en las intimidades de lo orgánico y lo visceral, en un espacio de infinitas posibilidades y asociaciones. Cada recurso, cada efecto que se crea bajo la luz de las proyecciones me lleva pues a un sitio recóndito de las entrañas del ser.

Vemos también en Corps Noir fuertes referencias al mundo psicológico. El canadiense aprovecha las sugestivas manchas del test de Roche para una vez más aludir a una conexión profunda, y a medida que explora la relación entre padre e hijo, viaja también a su propio mundo interior, dejándonos momentos de gran carga poética que a nivel visual disparan la potencialidad evocadora de las superposiciones entre cuerpo físico y proyección.

La pieza toda es una simbiosis extrañamente onírica entre arte y tecnología en la que el cuerpo se posiciona como una bisagra entre uno y otro polo. Pero el recurso técnico no supera el sentido, sino que lo potencia y sobredimensiona. Y es esto lo que convierte a Corps Noir en un viaje sensorial de fuerte impacto generado por algo tan frío como la tecnología. De este no tan raro maridaje tiene vasta experiencia Gladyszewski, ya que sobre esa base ha implementado el grueso de sus investigaciones más recientes, buscando a nivel artístico la confluencia entre lo orgánico y lo tecnológico.

Crónicas

Por Evelyn Viamonte Borges

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© Nicholas Minns & © Justine Ricard

Corps Noir de Stéphane Gladyszewski © Justine Ricard. En imagen Stéphane Gladyszewski
Corps Noir de Stéphane Gladyszewski © Nicholas Minns. En imagen Stéphane Gladyszewski

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von mit nach t no2 © Thomas-Schneider

VON MIT NACH T: NO 2

VON MIT NACH T: NO 2

Coreógrafo: VA Wölfl

CRÓNICA DE Naves Matadero. Centro Internacional de Artes vivas

VON, MIT, NACH, entre, lo oscuro: versión innumerable.

-¿Neuer Tanz, que significa exactamente «nueva danza» es, además de un modo diferente (más bien diferenciador) de mover los cuerpos en el espacio, una invitación a buscar otra manera de entender la danza, que incluso lleva a pensar en una no-danza, que la enmascara y la desenmascara? ¿A qué conclusión cree que llega el espectador cuando ve VON MIT NACH T: NO 2, sobre qué quiere hablarnos con esta obra, cuál sería su significación?

– A un pintor o a un fotógrafo no le preguntan qué significa esta o aquella obra suya, al menos no con el énfasis que se les pregunta a los creadores escénicos. La obra habla por sí misma. El arte es sobre todo percepción. Siempre que un creador quiera coartar el libre pensamiento del perceptor, su libre interpretación, pierde el arte lo más sensible y fundamental, la experiencia personal. Yo soy pintor y fotógrafo. En Neuer Tanz no queremos enseñar a la gente qué tiene que pensar, tampoco intentamos mostrarle lo que debería saber. No somos un instituto de enseñanza; no es una pretensión nuestra. Me interesa que los bailarines no muevan el cuerpo a partir de preconceptos o paradigmas técnico-estéticos. Como coreógrafo la ausencia de historia, de un relato lineal e irrebatible es importante. Con los medios que trabajamos lo que hacemos es evocar esos sentimientos semejantes entre nosotros y el público sin mediar relato alguno. No son obras de las cuales aprendes algo ni en las que debas descubrir un mensaje; ya hay suficientes de esas. Quiero lograr algo donde pienso: estoy en la selva. Mientras que eso que hagamos no tenga un nombre demasiado concreto tampoco se asimilará de manera unilateral. Cuando un historiador del arte le da nombre a lo que haces, el que mira casi siempre descubre lo que ese «exégeta» te ha dicho que debes ver. Siempre la gente cuando sale de nuestras representaciones aprendió algo, pero me interesa que sea más una cuestión personal, que aprenda porque trae alguna cosa muy suya en la mente que se lo permitió, que las personas vean porque miren con curiosidad, que hallen porque busquen; esto sin decirles exactamente qué deben ver ni lo que deberían hallar. Un título, por ejemplo, ofrece al perceptor una línea de entendimiento poco interesante porque casi siempre va camino de lo unilateral, es una ventana por la que hurgar y ese marco (el cuadro que es la ventana) ya te condiciona la mirada. VON MIT NACH T: NO 2 es una recreación multidisciplinar del asesinato de Robert Kennedy, sobre todo de los disparos. Baile y tiros en la historia de la humanidad forman una pareja perfecta. El magnífico lema de nuestra compañía es la disolución de los límites. En Alemania, lo bueno de nuestra democracia es que podemos hacer las cosas como las queremos hacer o como lo determine el grupo, sin temor al fracaso. No nos interesa el éxito ni ganar o perder dinero, no tiene valor para nosotros llenar teatros. Nuestro interés por expresarnos artísticamente, nuestras «estetizaciones», es lo que nos mantiene creando.

Es el diálogo que imagino con el artista alemán VA Wölfl, reacio como se le conoce a ofrecer pistas sobre sus creaciones. Es lo único con lo que cuento antes de entrar a Naves del Matadero. Tal vez sea también lo poco que comparto con otros que como yo han buscado alguna pista ofrecida por el propio artista… Y me tropiezo con un inmenso cubo blanco, un salón expositivo al cuidado de las siempre presentes vigilantes de sala. Un espacio vacío, de paredes limpias, reminiscencia de una galería de arte en la que hombres y mujeres asisten trajeados a una exposición (obviamente serán ellos también la obra expuesta). A partir de entonces todo se vuelve exhibicionista como el arte contemporáneo mismo, prescindible como el espectáculo mediático, fatuo y hasta divertido, paródico. Teniendo la ironía como tropo, VON MIT NACH T: NO 2 convierte casi en tema central de su puesta en escena el desguace de la cultura (su banalización en la era del discurso mediático), si dentro de las «descentralizaciones» de composición de la obra (¿coreográfica, plástica; espectáculo conceptual?) pudiese quedarme con algo como fijeza. Cada cuadro de la estructura dramatúrgica no parece guardar relación con el otro porque linealmente no la tienen, los conecta el tema, el fondo crítico, hasta la carencia del suceso espectacular o la incapacidad de la danza para acontecer. Es la misma incapacidad de coherencia de la sociedad que se representa, idéntico proceder que el de las sociedades actuales parece decirnos, donde se hace imposible un discurso congruente, un pensamiento y una continuidad de cualquier praxis que conlleve al desarrollo cultural ni al afianzamiento de ninguna expresión auténtica. Lo más trivial se vuelve anécdota. Están al mismo nivel, despiertan el mismo interés una felación que un concierto de rock, la especulación vocal de una cantante lírica que la reconstrucción de la muerte de Kennedy, un disuasivo chachachá, la constante presencia de la Iglesia a través de una Biblia de hojas doradas (¿prolongación de los cuerpos?), el insistente uso de las armas (¿complemento de las extremidades superiores?), o una melodía simple y pegadiza que termina suavizando los discursos, que aglutina los ánimos individuales o los somete, los desvaloriza. Hasta un punto, el discurso de VA Wölfl aparenta estar relacionado solo con occidente, pero lo desmienten las cáusticas apariciones de un asiático hablando su idioma. Esta línea de pensamiento la quebranta sobre todo una japonesa adulta (subrayo adulta) al atravesar en diagonal la escena sin correspondencia aparente con lo que acontece, ataviada cual Sweet Lolita o Punk Lolita, tendencias inspiradas en cuentos de hadas, en Hello Kitty u otros personajes de la cultura pop. Es este personaje quien da cierre a la puesta en escena interviniendo al micrófono. Su discurso gutural e inarticulado, significante y alusivo, exento de significado, da un fin hilarante al desarrollo de la obra, una comicidad que dura poco y otorga lugar otra vez al pensamiento, a conceptos relacionados con el vaciamiento del arte y la cultura toda, una parodia del lugar hacia el que han caminado las sociedades.

La función no tiene comienzo ni final marcados. La subversión de los cánones escénicos narrativos es observada durante toda la obra; se evidencia con fuerza hacia el final, cuando diluido por completo el relato, los intérpretes comienzan a saludar de manera dispersa, confusa, pretendidamente desarticulada, como si se tratase de los protagonistas de un gran espectáculo de masas todavía aconteciendo. Entonces aparece otra de las tantas preguntas que lanza VA Wölfl y su grupo: ¿dónde comenzó, cuándo acabará todo?

Crónicas

Por ALBERTO MENÉNDEZ

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Wake up woman © Marc Oliver

Wake up woman

Wake up woman

Autor y director: JORGE ACEBO

CRÓNICA DE Teatro Nueve Norte

Conocí a Jorge Acebo porque Cecilia Sarli pensó en mí para que me ocupase de las labores de ayudante de dirección durante el montaje en España de Wake up woman; también para ayudar a sostener lo creado, posteriormente, tras la ausencia del autor-director. Jorge había venido a España bajo el auspicio de la Embajada Argentina, impulsado por el sueño de Cecilia de llevar este texto a los escenarios españoles y de protagonizarlo junto a Chema Coloma. A Chema y a mí nos unía un pasado artístico común, en el Teatro de Cámara Chéjov. He seguido la trayectoria de Chema como actor y como director, he escrito crónicas sobre sus trabajos, y también sobre los de Cecilia. Me interesan mucho ambos, como artistas.

Así que me reuní con Cecilia y con Jorge en un bar cercano a la estación de Atocha. Jorge clavó su mirada en la mía y defendió a su criatura. Mientras me sumergía en sus ojos azules preñados de lágrimas, pensé que era un encantador de serpientes. Serpiente o no, yo ya había quedado hipnotizada. Di un paso atrás y le pregunté si le parecía adecuado empezar a trabajar e ir tomando decisiones. Para mi sorpresa, su respuesta fue afirmativa. Durante este primer encuentro, se comportó como un progenitor posesivo que se resiste a abandonar su obra en manos de cualquiera, que necesita asegurarse de que no se malogrará hasta quedar irreconocible. Wake up woman venía ya con una trayectoria internacional a sus espaldas. Además de su éxito en Argentina, había tenido una gran acogida en México y en Estados Unidos. La responsabilidad que podía recaer sobre mis hombros no era pequeña. Jorge me explicó que esta obra trascendía lo artístico, que trataba de vivencias muy duras en las que el amor y la violencia se confundían de forma extrema, que era el resultado de destilar historias de violencia de género protagonizadas en la vida real por personas de las cuales él mismo había sido confidente. Para gestar el texto, Jorge había realizado una labor previa de investigación, entrando en contacto directo tanto con maltratadores como con mujeres maltratadas, escuchando, tratando de comprender, sumergiéndose de lleno en la problemática e intentando dilucidar cuál era la mecánica irracional que la impulsaba. Paradójicamente, tenía todo el sentido el hecho de que Cecilia hubiera pensado en mí y, por otra parte, comprendía perfectamente el celo del padre de la criatura, pero me sentí algo incómoda en ese primer encuentro, como una intrusa a la que se la observa de cerca, valorando si adoptarla o no, si dejarla ingresar en la familia con pleno derecho o hacerla esperar en la puerta. De hecho, lo primero que me dijo Jorge nada más sentarnos juntos aquel día fue: «Yo ya te odio.» Lo dijo simbólicamente, pero me pareció algo palpable. Ahora me hace sonreír recordarlo, pero en aquel momento, me puso en guardia.

No obstante, me involucré todo lo que supe y pude durante el primer período del montaje. Participé en la búsqueda de figurantes para la grabación del audiovisual que acompaña a la interpretación de los actores, durante la puesta en escena, así como en la asistencia al equipo durante esta jornada atípica. Antes, había apoyado a Cecilia en la búsqueda de subvenciones y la redacción de los textos para algunas gestiones que hicieran posible el traslado y la estancia en España de Jorge. De todas formas, considero que mi aportación es puntual, minúscula -comparada con el monumental empeño de Cecilia-, pero me siento orgullosa de haber participado en esto, de algún modo.

Me contaba Cecilia que en la primera lectura del texto, ya en presencia de Jorge, surgió la magia. No me extraña en absoluto, lo creo. En los jardines de la embajada Argentina, mientras se grababa el audiovisual, todas las personas convocadas estaban como sumergidas en el truco de un ilusionista, jugando a lo que se les proponía como niños entusiastas. Me percaté también allí de cómo cuidaba Jorge a sus actores, con cuánto amor, de cómo se entregaban Cecilia y Chema a sus cuidados y de lo que esto rentaba a la hora de trabajar con ellos. He de reconocer que me dio un poco de envidia, sentí celos, aunque también yo empezaría a recibir más tarde de este alimento: Jorge me dio un abrazo al despedirme y me llamó «mi compañera». He conocido a seductores semejantes, de los que sí se lo proponen, el seducir, por acumular poder, por el gusto en manipular. Jorge es de los que no se propone más que entregarte su corazón y su talento, aunque te pida lo mismo a cambio. Personajes con tal carisma me hacen temblar, conozco mi capacidad de entrega. Yo también soy carismática, es mi parte sana. Desde hace un tiempo, huyo despavorida cuando se nubla mi carisma.

Asistí a un ensayo más en el apartamento de Jorge y decidí quitarme de en medio definitivamente, apoyar el proyecto de este otro modo, escribiendo una crónica. Me di cuenta de que, en los escasos ensayos previos que habían tenido lugar sin que yo estuviera presente, ya se había establecido entre elenco y director una atmósfera de trabajo íntima y frágil, y que yo venía a romper esa atmósfera incorporándome más tarde, que retrasaba el trabajo. Tuve que salir corriendo del apartamento ese día, porque no llegaba a mi lugar de trabajo. Envié algunas notas a Jorge y a Cecilia, sobre mis apreciaciones durante ese ensayo. Ya no asistí a ningún ensayo más, como digo. Tanto Cecilia como Jorge se pusieron en contacto para animarme a continuar, pero por distintas razones, decidí no hacerlo.

Otro de los motivos fue el ritmo vertiginoso de trabajo que se habían auto-impuesto, dado que la estancia de Jorge en España tenía fecha de caducidad y resultaba un tiempo realmente escaso que a mí no me permitía gestionar en condiciones mi agenda sin faltar a otros compromisos, ni trabajar con Jorge de manera relajada para comprobar cómo encajábamos. Supe que se trasladaron a la sierra de Madrid, por ejemplo, y que se encerraron varios días allí para trabajar, en una vivienda de la familia de Chema. Yo no hubiera podido permitírmelo. En estos momentos de mi vida, necesito priorizar el trabajo remunerado, lo que me da de comer. Así lo hice. Me gustó saber, sin embargo, que la impresión de Jorge con respecto a mi persona estaba llena de matices y de interés verdadero. Tras nuestro primer encuentro, le había trasladado a Cecilia su decisión de incluirme como parte integrante del proyecto. Pero él necesitaba un asistente de equipo y a mí me interesaba la ayudantía de dirección. No pudo ser. ¡Quién sabe si la vida volverá a cruzar nuestros caminos y nos ofrecerá una nueva oportunidad de colaboración!

Sea como sea, todo sucede por un motivo. Jorge ya está en Argentina. Yo esperé a que la obra rodase un poco, no asistí a su estreno en el Teatro Nueve Norte, sino que solicité acreditación para asistir a la función del pasado sábado dieciocho de mayo. Y ahí estuve, con la sala a rebosar. Este lugar lo reconozco como mío: mi inclusión entre el público. Soy muy buena espectadora, de las mejores, porque conozco el oficio -ya que soy actriz y he dirigido-, y por mi sensibilidad artística. Intentaré demostrarlo continuando con mi crónica.

Lo que más me gusta de esta sala, la Nueve Norte, es su público: mayoritariamente gente joven, sumándose a un pequeño porcentaje de personas de mediana edad. Algunos de los asientos están dispuestos de modo que se inmiscuyen en el espacio escénico. Resulta muy interesante, ya que me permite observar las reacciones de algún espectador, aunque procuro no distraerme con ello, consultarlo de forma puntual.

El caso es que, tras una breve espera ambientada con canciones románticas, mis admirados compañeros salieron a escena arrastrando el peso de lo que iba a acontecer en sendas maletas con ruedas. Dos actores magníficos dispuestos a la batalla. Sus cercanas presencias auguraban una tragedia, pero sus bocas invocaron a la comedia y al amor. A su espalda podían irse leyendo los títulos de cada fragmento de la función, capítulos sucesivos que representaban, de forma simbólica y a grandes rasgos, el trascurso de la acción dramática. La distancia entre los actores, el aire que el director les impuso para mantenerles alejados, venía a añadir tensión a la ingenuidad del texto inicial. Eran dos imanes que se atraían con fuerza y se repelían por momentos. Cada contacto físico, cada trasgresión de esa distancia de seguridad en escena, resultó violenta en menor o mayor grado, subiendo de intensidad hacia el final de la obra. En contraste, las imágenes virtuales resultaban idílicas: grabaciones de momentos de vida aparentemente alegres, acontecimientos relevantes para los dos seres que se enfrentaban paralelamente en directo, cuerpo a cuerpo. Las luces y las sombras de una vida compartida. Desde el inicio se percibía oscuridad, desde la celebración de la unión, desde el sello del compromiso.

La violencia cotidiana se va filtrando como un gas invisible en la atmósfera de la convivencia, trastorna el carácter de los amigos, de los amantes, de los novios, de las parejas y de los matrimonios. La violencia cotidiana se cree víctima y es verdugo. La violencia cotidiana sufre tras ejercer su poder, se lamenta de no saber cómo controlarlo, se excusa en indicios fantasmas, culpa de sus arrebatos a aquella persona de la que abusa, a quien golpea, a la que martiriza. La violencia cotidiana va a terapia, pide ayuda, llora amargamente, se arrepiente, promete. La violencia cotidiana, fuerza, insulta, golpea, ahoga, quema, mata. Cualquier objeto al uso podría transformarse en un arma de tortura en sus manos, en el arma homicida. La violencia cotidiana se disfraza y pasa desapercibida, pero pronto se arranca el traje y se da a conocer, desnuda. Nunca fue príncipe -el que la ejerce- ni azul, ni cabalgó al encuentro de su víctima a lomos de un caballo blanco. Cuántos cuentos, cuántas falacias enquistadas en nuestro ADN. La violencia cotidiana anida en el amor romántico como un virus que corrompiese la lógica artificial de la posesión y el para siempre.

La víctima quiso comprender, se asombró de la violencia, la soportó cotidiana, se esforzó en mantenerla en calma unos segundos, tembló ante la certeza del daño, perdió la vida.

¿Dónde queda el amor? Corriendo delante del agresor, alrededor de él, como si la agresión fuese un centro que encierra a los implicados en un círculo vicioso, como un reloj enloquecido que anuncia el fracaso del tiempo.

La huella queda en el cuerpo, en el que recibe el daño y el que lo infringe. El extrañamiento de ese cuerpo que se ha amado y ya no es el mismo, no se produce, no cuentan los implicados con la distancia necesaria como para mirar y ver con escalofrío, no son capaces. Están ocupados en la violencia, centrados en ella, como si esta tarea compartida les hubiera obligado a intimar tanto que se confunden en amalgama. Es más sencillo perder la empatía cuando el impulso violento nace de la falta de autoestima. Parece haber, entonces, una justificación para el lamento, para el melodrama, para la autocompasión, para el acopio de razones por las cuales es factible matar a quien amamos, o dejarnos matar por quien dice amarnos. ¿Cómo puede ser esto posible, como puede ser cierto?

Wake up woman es, sin duda una función incómoda, los espectadores a los que podía observar hubiesen preferido estar en otro sitio, mirar para otro lado, o así me lo parecía: una pareja de mediana edad se revolvía en sus asientos mientras que en el escenario las manos de Cecilia se crispaban por el dolor, mientras dejaba escapar un grito agudo desgarrado. Como espectadores, cuando el dolor que se representa es físico, se nos antoja insoportable, lo tomamos por increíble e improbable o, por el contrario, nos vemos forzados a ocuparnos de nuestra condición animal, a asumirnos depredadores y también presas. Hemos olvidado nuestro origen salvaje, queda oculto pero vivo, tras capas y capas de civilización hipócrita y castrante. La fiera late en los corazones y ataca cuando tiene hambre. Si no se alimenta el instinto convenientemente, si no se equilibra de modo que sea consciente de sus impulsos y los someta a un control voluntario, si no se le da salida a la frustración, si no se cultiva el propio amor, la autoestima de cada individuo, la violencia como capacidad innata tiende a desarrollarse, apoyándose en daños emocionales recibidos en la infancia, mundos culturales ilusorios y normativas morales que extorsionan las conductas de colectivos concretos considerados inferiores, tomados como objetos de uso y disfrute. La violencia no es más que un síntoma de que la sociedad está enferma, padece de este cáncer maligno que se va extendiendo desde su centro. Toda la ciudadanía es responsable.

Se trata de educar y de reeducar, por eso este tipo de teatro sigue siendo imprescindible. La identificación del público con Natalia y Fede -los personajes de la ficción- es inmediata. Cuando su convivencia se convierte en un infierno para el atormentado Fede, en una cámara de tortura para Natalia, percibimos claramente que Natalia está en peligro de muerte. Y nos quedamos ahí, sentados, derramando lágrimas, como mucho nos estremecemos, nos lamentamos… Igual delante del televisor, escuchando las noticias… Francamente, yo me negué a sentir nada en un primer momento. Últimamente bloqueo mi emoción cuando es demasiado intensa, practico la contención, para no nublar el trabajo a nivel sensorial y racional. Sin embargo, cuando entré al camerino a saludar a los actores, rompí a llorar abrazada a Cecilia y apenas pude articular palabra. Seguramente esta actitud mía tiene también que ver con mi propio daño, con una forma de apartarlo, de gestionarlo.

Lo importante no es la conmiseración, la lástima, el dolor que se destila como si se tratase de agua sucia que sale a través de un grifo que se cierra periódicamente; aunque quizá sea sano y alivie en según qué momento, eso no cura. Lo importante no es tan siquiera la rabia que puede despertarse al tener acceso al simulacro artístico de un crimen, de esa violencia sistemática y sistémica que nos atenaza. Lo primordial no es la reacción inmediata, que se va por el desagüe de lo escatológico, sino la acción posterior, las acciones que se concatenan a continuación de la toma de conciencia. Si se utiliza este medio artístico para poner en la palestra un tema tan controvertido y candente como este de la violencia de género, del maltrato, será para tratar de sensibilizar y de movilizar a la sociedad en su conjunto, no para hacer llorar a un puñado de mirones que luego se van a la cama a soñar con hombres fornidos y mujeres esbeltas, desatando su pasión dormida a espaldas de sus respectivos cónyuges, por ejemplo. La cultura consumista del sexo está dañando tanto como la del amor romántico, ambas hunden sus raíces hace siglos, por eso cuesta tanto arrancar de nuestro ADN ciertos usos y costumbres. Actualmente, el morbo es un virus y un negocio, si te infectas, pagas y padeces. El que esté libre de morbo, que tire la primera piedra… El morbo frustrado, tanto como los celos patológicos, son desencadenantes de violencia. Estos y otros factores mucho más relevantes, como las creencias machistas, unidos a un precipitante como el alcohol, potencian las matanzas de mujeres a las que estamos asistiendo día tras día. Habría que cambiar las creencias, además de las conductas, ya que un cambio sin el otro no perduraría; se podrían reducir las agresiones, pero la bestia esperaría la ocasión, aparentemente dormida al fondo de la cueva. Cuando la sociedad señala y califica al monstruo, es fácil que se encoja, pero no que calme su furia para siempre. ¿Por qué le permiten entonces salir de la jaula tan fácilmente? Sigue matando, pese a las órdenes de alejamiento.

La empatía es la clave de la reinserción, si es que es posible, la clave del regreso a lo humano. Pero para ser empático hay que tener capacidad de abstracción, tener una mente aún dúctil y flexible. Algunos son de piedra; ¿a esos, ni agua? ¿Dónde queda entonces nuestra superioridad moral, nuestra propia empatía?

Pero ¿y las víctimas? ¿Es cierto eso de que son carne de cañón? La mayoría de las mujeres víctimas de maltrato no denuncian, por temor a no ser creídas, al rechazo, al estigma y, sobre todo, a aparecer muertas. Otras veces prefieren que no se encarcele a la bestia, solo quieren que cambie y deje de maltratarlas. No podemos responsabilizar a las víctimas y, sin embargo, lo hacemos, poniendo en tela de juicio sus declaraciones y actitudes antes y después de la denuncia, mirándolas con lupa, desprotegiéndolas frente a la marabunta de opiniones diversas. El responsable es el maltratador y el asesino, hay que empeñarse no solo en que cumpla condena, sino en que lo asuma, que reconozca el hecho de la agresión continuada o del crimen, acercarles a conceptos que les son ajenos y que tienen que ver con la resolución de conflictos de forma pacífica, familiarizarles con mecanismos de inteligencia emocional que les sirvan para el control de sus impulsos. Creo que es una empresa ardua, si no imposible, rehabilitar a quienes casi nunca se reconocen como maltratadores.

Centrarse en la educación desde la base es primordial, pero también lo es una respuesta política contundente en el mundo entero.

No puedo terminar el artículo sin recalcar la generosidad a diferentes niveles de la que han hecho gala estos tres artistas involucrados en el reestreno de Wake up woman en España, tanto a nivel profesional como personal. Ahora les queda recoger el fruto de su esfuerzo. Lo están haciendo, es ya un gran éxito.

Crónicas

Por MJ CORTÉS ROBLES

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© Marc Oliver - Diego López Calvin - Juli Rodríguez

Diego López Calvin
© Diego López Calvin
© Juli-Rodríguez
8 Jorge Acebo director y dramaturgo
Wake up woman © Marc Oliver
Wake up woman De Jorge Acebo
© Marc Oliver

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Al descubierto Physical Theatre,

NO ESTAMOS BIEN AQUÍ

NO ESTAMOS BIEN AQUÍ

CRÓNICAs de Al descubierto Physical Theatre

Por Evelyn Viamonte Borges

Música en vivo, danza, performance, butoh, teatro… Difícil clasificación para esta pieza de Al descubierto Physical Theatre, una compañía joven pero que con cada alumbramiento escénico madura; porque muy madura es la profundidad de pensamiento con que estos jóvenes se han enfrentado siempre a todas sus creaciones; muy adulta también su reflexión y su compromiso social y político. Por eso no me sorprendió que este nuevo estreno en DT Espacio Escénico estuviera lleno de irreverencias. Ya su título auguraba algo así; también los textos de un autor como Pascal Quignard parecían una incitación al desacato. Y así fue.

En No estamos bien aquí hay una búsqueda que parece querer explosionar cualquier catalogación, cualquier unidad, para tornarla en caos plurisemántico y no dejarnos inertes en ningún sentido. Hay algo muy anárquico y muy intencionado en esta puesta en escena. Muchos elementos quedan como fuera de contexto. Y esta extrañeza a la que nos avoca continuamente la obra, procura a su vez que el espectador hilvane, cosa, teja, y complete unos cuadros, capítulos, entre los que se abren abismos de sentido.

Se trata de un relato mayormente diegético, que no solamente seduce por sus imágenes impactantes, sino por esos textos de Quignard que no nos dejan indiferentes, siquiera por el humor y la levedad con que a veces se rompen.

No quiero hacer spoiler de No estamos bien aquí; una invitación a la escucha de esta propuesta sería mucho más que justo, y espero sinceramente que otros espacios madrileños la acojan. No importa que en ciertos momentos, la incomodidad se apodere de algún espectador abrumado por la prolijidad de elementos escénicos de tan variada naturaleza. Tampoco me gustaría que la cercanía afectiva al trabajo y a los componentes de esta compañía, nublen el juicio de quien escribe. Si bien es cierto, que hay cosas que no pueden decirse sino es desde la apremiante necesidad de lo empático. Que así sea pues. No hay como apreciar la propia naturaleza para describir lo que se vive. Somos cuerpo que vibra ante el horror, y ante la belleza, y ante la belleza horrorizada. Tales son los puertos por los que cruza una ante esta obra. Tema álgido e incómodo, hondura y abismo de la existencia misma, y esa necesidad de declarar que hay otro lugar donde también hay belleza extrema porque nos palpita y nos habita la belleza de lo oscuro.

Y esto no está en absoluto reñido con el humor, antes bien se precia de cierto desenfado, cierta dosis de ironía, cierta ligereza y despreocupación en la elección de algunos recursos escénicos. Ya lo hemos hecho notar antes. Pero la despreocupación que digo se basa en la intuición, en la corazonada, en la conexión inconsciente, sospecho. Sospecho porque conozco el proceder. Ese «no sé por qué, pero esto va ahí», que en realidad es un «no sé todavía, pero ya sabré». No nos dan respuestas, nos interrogan también. El relato comienza en esos cuerpos que se desnudan ante nosotros y nos obligan a una atención esmerada, en la oscuridad de nuestras butacas, desde la comodidad de nuestro anonimato. Sospecho también que es en esa dirección que la daga es lanzada: contra la sordera endémica de nuestro tiempo, contra la puerilidad de una época y una sociedad light.

No estamos bien aquí nos apremia, nos inquieta. Y deja la cuestión en el aire, en la niebla densa que es al final la oscuridad de la sala; durante unos interminables segundos el público guarda silencio, se resiste a aplaudir, tal vez presintiendo que el ruido mundano de los aplausos romperá el encanto de ese final espeso, casi plomizo. O quizás sea la sensación que me quedó ante el silencio que compartimos. La obra está hecha. El final es ineludible. Los cuerpos que han desaparecido de nuestra vista han escarbado dejando algo que sale a la superficie, una especie de contaminación dichosa. Por supuesto: un salto al abismo.

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pagina 12 ejemplar revista teatro
  • No estamos bien aquí;
  • Al descubierto Physical Theatre,
  • sociedad light.
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Natalia, Amaranta e Itziar

MI NIÑA, NIÑA MÍA


MI NIÑA, NIÑA MÍA

CRÓNICAS DEL Teatro Español

Autoras: AMARANTA OSORIO e ITZIAR PASCUAL

foto: © Sergio Parra

Por MJ CORTÉS ROBLES

Podría haber sido entomóloga, dado mi interés prematuro por los insectos y sus formas de vida. De niña me distraía en lo diminuto, lo subterráneo y lo profundo, en lo que permanecía oculto, o bajo la presión de la tierra y el agua. Lorca decía que hay huecos en los muros donde las antenas de los insectos se oxidan. Y nadie lo sabe, nadie acude en su auxilio, nadie guarda una emoción, unas imágenes o unas palabras, sobre ese hecho, en la memoria. Para eso están los poetas, las poetisas, para arrojar sobre ciertos asuntos puñados de luciérnagas.

MiNiña, Niña Mía foto Sergio Parra
© foto: Sergio Parra

Alquimistas de lo oscuro, seres mágicos nacidos para alumbrarse e iluminar, generadoras de luz en un tanto por ciento altísimo de la energía que emplean al entrar en contacto con la vida, coreógrafas y bailarinas de sincronías luminosas. Sus defensas le saben a rayos a los que pretenden devorarlas, deglutirlas, tragarlas. Y así se libran. Aunque podrían arrancarles las alas, pisotearlas, acabar con ellas de otro modo, gasearlas.

Exterminar a las luciérnagas se me antoja terrible, y mucho más me conmocionan los pasos intermedios, las dudas sobre el martirio, las pruebas erróneas, lo perverso alargándose hasta el hallazgo de aquello que sí funciona. ¡Qué difícil ir en contra de un ser de luz, apagar una vida, millones de vidas! Imaginar el horror, ¡qué dificultad intrínseca a lo humano y con qué metódica paciencia somos capaces, sin embargo, de ejecutarlo, fríos, como hipnotizados por una guadaña pendular que no hiciese otra cosa que hacer sangrar nuestras ideas más fructíferas, las que nacen más de acuerdo con la vida! La banalidad del mal. ¿Cómo es posible?

La noche crepitando de grillos y temblando de luces vivas. El murmullo lejano de las ciudades iluminadas allá abajo, observadas desde un vuelo o una cima. Más vale acercarse, chocar contra lo minúsculo, despegarlo de una suela con suma delicadeza, desenterrarlo.

Amaranta e Itziar, han hecho acopio de herramientas y se han puesto a la tarea, han desamordazado palabras, vertido imágenes, recuperado melodías… Han escavado hondo en estratos de la historia, han rebuscado a conciencia entre los sucesos de la época del nacismo…. Y han encontrado… Luciérnagas.

Son dramaturgas, aunque también luciérnagas -es justo que se reconozcan en las mujeres de las que nos hablan, con las que nos hablan, con las que nos cuentan…-, sobre todo en esta obra, en la que han optado por la sutileza y la poesía. ¿Cómo mencionar el horror, cómo describirlo; con qué, si hasta los silencios se resquebrajan golpeados por el eco de los gritos? ¿Qué hacer, seguir viviendo, volver la cabeza y mirar hacia otro lado, mecernos como tentetiesos y susurrarnos «ya pasó» hasta invocar al olvido? ¿Y si arrojamos luciérnagas?

El tono de Mi niña, niña mía, del propio texto, de la puesta en escena, de la escenografía, de la video-escena, me traía reminiscencias de una película entrañable: La vida es bella. En este sentido, Goizalde Núñez me traía a la memoria a Roberto Benigni, con su modo de afrontar las inclemencias de los acontecimientos y de enfrentarse a ellas, con sentido práctico y cierta alegría de ser, ocupándose antes que preocupándose. Así reaccionan algunas personas cuando las cosas se ponen feas; y cuanto peor se ponen, supongo, más activas y valientes, para vencer el miedo, para soportar el dolor, para sobrevivir. No cabe otra. Lo verdaderamente asombroso, sin embargo, es esa luz, ese amor a la vida pese a todo, esa nostalgia que ayuda a construir otros tiempos venideros, alejados para siempre de la tortura y del abandono. Porque es abandono de una misma el hecho de ser privada de todo, hasta de la dignidad con la que se supone nace en el seno de una sociedad una mujer, un ser humano. Por eso lucha el personaje que encarna Goizalde, para resistir con luz y, así, salvar la vida. No hay salvación si resiste el cuerpo y el alma queda muerta en su interior. Donde no queda amor, lo inventa. Se entrega la luz a alumbrar, a dar calor, si no le queda perspectiva. La actriz judía decide ocupar el tiempo que le han arrebatado ocupándose de los niños encerrados con ella -y con muchas más- en el campo de concentración de Terezin. Algunos han nacido allí, quizá la mayoría, están hambrientos y enfermos. Hacer teatro se convierte para ellos en medicina, si no para el cuerpo, para el alma, igualmente vacía. Diminutos corazoncitos encerrados entre las vidrieras de un contenedor, bajo los focos que deslumbran o que queman. Como los insectos de los que se ocupa esa otra mujer, Ángela Cremonte, su niña perdida, la de la obra, interpretada por ella. Ella no conoce su origen, no sabe nada de aquel holocausto al que sobrevive, y este ignorar su identidad, por intuición, la atormenta. Ha cumplido su papel, alumbrando desde su lado como una linterna. Primero, direccionando su luz hacia su entraña, su miedo, su desamparo…. Más tarde, a la primera señal con significado, no duda en reconocerla, en reconocerse en ella, en ir en busca del cobijo de la memoria certera, la que permanece en pie, que aún vive y tiene brazos con los que abarcarla toda. -Me explico rimando, casi… Estoy borracha de luciérnagas…-

  • El murmullo lejano de las ciudades
  • AMARANTA
  • OSORIO e ITZIAR PASCUAL

El texto dicho por Ángela resultaba cerrado, críptico, apartado, hermoso en su misterio. El texto en boca de Goizalde era un relato concreto, la voz de la antepasada rescatada de la tumba sin haber llegado a ella. Feliz circunstancia esta, milagro que celebran juntas con una alegre danza preñada de raíces de la cultura judía. Antes, pasar la negación y el duelo. Pero ese del baile, sin duda resultó un hermoso momento teatral dirigido -como el resto del montaje- por Natalia Menéndez.

Para momentos hermosos, las reflexiones de Ángela con los insectos cultivados como recursos al límite de agotarse, en su laboratorio; el modo en cómo interaccionaba con la video-imagen proyectada, la soledad luminosa que nos hería dulcemente desde su refugio vacío de recuerdos.

Para momentos hermosos, el inicio de la función, Goizalde envuelta en la tormenta de nieve, prodigios de la técnica simples -quizá- pero eficaces.

En contraste, el mal era una voz estridente, una presencia invisible que forzaba cuerpos concretos, un silencio recurrente que estremecía a las luciérnagas.

Después de ensayar la luz, alguna estrella se apaga, otras se desvían, se pierde el rastro de su órbita en la inmensidad de lo oscuro… Pero el amor que se proyecta como un camino luminoso puede alumbrar encuentros inesperados. Así fue. Así sea.

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revista de teatro español
EL DESDÉN CON EL DESDÉN

EL DESDÉN CON EL DESDÉN


EL DESDÉN CON EL DESDÉN

CRÓNICAS DE Teatro de la Comedia
Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico

Autor: AGUSTÍN MORETO
Dirección: IÑAKI RIKARTE

Versión: CAROLINA ÁFRICA

 

Por MJ CORTÉS ROBLES

He vuelto a disfrutar de una comedia de figurón, de las del Siglo de Oro, en el Teatro de la Comedia, en esta ocasión desde un palco compartido con desconocidos. Me costó conseguir la entrada, porque me descuidé en solicitar acreditación y estaba todo vendido. La situación del palco y mi propia situación en el palco me hicieron experimentar un imaginario viaje en el tiempo, de modo que esta inusual localización fuese producto de los usos y costumbres de otro siglo, de una vida mía anterior que no recuerdo, en la que se me privilegiara no sé por qué extraña razón y se me separara del vulgo, de los que escuchaban de pie y tiraban hortalizas en el teatro isabelino. Claro que esto es España, yo no soy nadie y estamos en el siglo XXI. Aterricemos.

Fácil. Ya Iñaki Rikarte se encargó de acercar por su cuenta esta comedia de capa y espada a unos tiempos más reconocibles, los años sesenta del pasado siglo. Por su parte, Carolina África ha desprovisto al texto en verso de todo secretismo en cuanto al sentido de palabras arcaicas, respetando el preciosismo de su cadencia, no sacrificándolo a la prosa. ¿He dicho fácil? No es fácil, ni lo uno ni lo otro. Parece sencillo porque está bien hecho y funciona, pero es laborioso y se vale del talento de quienes han acometido estas tareas, tanto como de los intérpretes que hacen suyas las palabras que se les ofrecen y las directrices que se les proponen. Los jóvenes de la Compañía Nacional de Teatro Clásico -de La Joven, como ha venido a ser llamada- llenaron el escenario de frescura, de energía cargada de acierto, de creencia en lo que mueve a la acción, en lo que hay debajo de este texto brillante y poco representado de Agustín Moreto: El desdén con el desdén.

CAROLINA ÁFRICA

Foto © Marcos G.Punto

Hermoso título, divertido. Como hermosa y divertida fue la puesta en escena, con escenografía de Mónica Boromello y música de Miguel Cobo. Canciones de cuando yo era niña, lámparas como las de las discotecas, con espejos; vestuario resuelto acortando las faldas pero no renunciando a lo adecuación en cada escena ni a la elegancia. La impresión era la de una versión cinematográfica, incluso en la distribución de las escenas, que se simultaneaban en espacios divididos, pero accesibles a la mirada del público, con recovecos más íntimos llenos de tules y plataformas de entrega de trofeos en primer término.

Así se inició la trama, con un reparto de lugares sobre un podio tras una competición hípica, y con la decepción y el abatimiento de los laureados. Todo el sentido: la lucha por la conquista de Diana iba a ser -estaba siendo- una carrera en la cual la meta parecía cambiar siempre de lugar o estar envuelta en un espejismo. La rivalidad entre los pretendientes iba tendente a hermanarlos, en lugar de a enfrentarlos, si no fuera por la fuerza del orgullo y el anidar en los corazones de las polillas, que siempre se acercan a la luz para danzar alrededor mientras están encendidas y, al final, ponen sus huevos, de ahí las famosas mariposas en los estómagos de los enamorados. Si no hubiese sido por Polilla -o por Mariano Estudillo que lo encarnó o resucitó de su letargo histórico- no se hubiese liado tanto la cosa ni se hubiese conseguido trofeo ninguno. Y es que, en cuestiones de desdén, de pretendidas desdeñosas o indiferentes, no hay como un desdeñador bien entrenado o bien aconsejado por quien cuenta ya con experiencia.

La risa quedó asegurada, con todos estos preparativos y ensayos a los que se ha aludido, el acierto de los arreglos precisos que nos permitieron identificarnos con los personajes y sentirnos igual que ellos en ridículo, los pretendientes sobre el escenario, la pretendida que al final pretende y los que alguna vez pretendimos, pretendemos o fuimos pretendidas o pretendidos. Podría conjugar el verbo al completo, pero, buena gana. Aunque, de esto, nadie está a salvo. Que nadie se dé al disimulo, porque a la postre o al postre, cae la breva o el higo. Me disculpen si es equívoco, pero ¿quién no ha sido adolescente, quién no adolece en la edad madura o ya de viejo por causas insospechadas, que al principio desconoce, que más tarde le tornan desconocido y que por último le entregan al más loco desvarío? ¿Amor, decís? Deseo, yo digo. Expondré mi teoría.

Para que exista desdén, antes tiene que haber un motivo cercano a la admiración, o al menos cierto interés por el objeto despreciado o tratado voluntariamente con indiferencia. Porque no es que no se repare en el objeto desdeñado, sino que se le desdeña a sabiendas de que está ahí, cercano, más o menos indiscreto, más activo o algo más aletargado. Se empeña quien desdeña en desdeñar y, ese empeño, se defiende de algo, no solo de su presencia, sino de vida vivida, de recuerdos que intentamos sepultar con el desdén que argumentamos. Dejamos de respetar y transformamos en asco lo que antaño no admitimos a confesar que fue sentimiento contrario. Si no, ¿por qué tanto esfuerzo de Diana en referir su cruzada, escolarizar a sus damas y dar a conocer sus pretensiones a conocidos, familiares y ajenos? Propaganda, publicidad. Una decepción hubo, seguro, aunque Moreto no la mencione, concreta y con nombre propio, o varias, si se me apura. De ahí viene la ira y el prejuicio. ¿Qué es lo que desprecias? Por ello serás conocido o conocida.

Autor: AGUSTÍN MORETO
Foto © Marcos G.Punto

Así que Diana -Irene Serrano- fue cazadora y lo es -¿a pesar suyo?-, y será la pieza conseguida gracias sobre todo al acoso singular de un insecto volador en su oreja y sus entrañas -léase Polilla-. Uno de los aciertos de este tipo de comedias, de la versión de Carolina África y de la dirección de Rikarte, es la puesta de largo en cuanto a importancia de personajes secundarios como el gracioso, en este caso un gusano transformado en mariposa. La ironía de la cual siento el contagio al escribir mi crónica, bebe de los surtidores de carcajadas que nos provoca el comprobar en el ridículo protagonizado sobre el escenario nuestro propio ridículo a causa de “amor”, ausente o presente en la actualidad de nuestra biografía, pero latente siempre en el porvenir, al acecho de orejas nuevas o viejas, de corazones musculosos o ajados donde establecerse. Da igual. El caso es tener donde zumbar, un orificio que les de oficio, las polillas saben que la vida es transformación continua y cíclica, que después del invierno llega la primavera, que tras del desdén brota el deseo, que han permanecido un tiempo tejiendo el mismo capullo que acaban de romper, movidas por el ansia de volar. Solo hay que esperar y no ir contra corriente, sino a favor. ¿Cómo? ¡A jugar! Por eso resulta tan simbólico el inicio de la función porque el perseguir desdeñosas o desdeñosos se trata de algo prescindible, vocacional, como un deporte en el que el ser humano se transforma en conejo y corre tras un palo del que cuelga una zanahoria. Nunca alcanza la hortaliza que, de alcanzarla, muerto el deseo. ¿Qué es lo quería el animal que deseaba? Terminar con el hambre. Punto.
¡Ah, pero qué gozo el sufrir las reglas del juego, el burlarlas, el vencerlas! El deseo es transgresor y subversivo. ¡Cuánto amor del propio, del que sube la autoestima, cuánta vanidad entra en las lides! Tras el final feliz de las películas, algunas cejas se alzan con gesto de sospecha. El prodigio de los clásicos y de quienes tienen la valentía de acometerlos, versionarlos y ofrecérnoslos ahora, como un tesoro rescatado del fondo marino, es conservar lo esencial, ser reflejo de la vida de entonces y de la de siempre, de la naturaleza humana, saber construir el artificio teatral de modo que no decaiga la acción. ¿Qué es el teatro sino juego? ¿Cómo aprende ese niño o esa niña que para siempre llevamos dentro? Jugando. Pero con responsabilidad o los daños colaterales serán un anticipo de lo que vendrá luego. Cintia -Andrea Rodríguez- y el príncipe de Bearne -Jose Luís Verguizas-, son utilizados como monigotes por los protagonistas de la obra, fingiendo quererlos como pareja respectiva, Diana y Carlos – Nicolás Illoro-. Esta pérdida de credibilidad en la palabra dada puede que haga estragos entre los implicados, en un futuro, tanto en los principales como en los secundarios. La propia unión entre los protagonistas se nos antoja artificio, tanto la han forzado…

¡Qué arrogancia la de quien desdeña! ¿Se puede desdeñar sin fingimiento? Siempre hay un porcentaje de esfuerzo; en algunas personas, inconsciente, en otras, preñado de objetivos contrarios. Puede ser el desdén una defensa, una lucha por delimitar claramente nuestra independencia, ya que nos sabemos débiles y tendentes al apego. Pero, la promesa de placer que mueve al deseo, es una pulsión oscura que se incendia como un fuego de artificio al lanzarse hacia otro ser como si fuese el firmamento, el único cielo sobre nuestros cuerpos desazonados, lo inalcanzable. Si se nos deja caer arrastrados por una estela de humo, doloridos del golpe, ya sobre tierra firme, podemos mirar de frente o al suelo, encariñarnos de un árbol, de una flor o de una piedra, observar con perplejidad nuestra propia imagen temblando y atrapada en un charco. Pero quien amó las estrellas, se sorprenderá mirándolas de nuevo con deseo, los ojos plagados de lágrimas, cualquier noche, o abrasando con gozo su mirada, fija en un astro que le llena los días, demasiado cercano, a veces insufrible, como un delirio. ¿Amor? ¡Y quién lo sabe, quién nombra el misterio!

¡Hay que vivir sin miedo! La lucha, el conflicto es la sal de la vida. Si ya está todo conseguido, ¿cuál es el sentido de permanecer entre los vivos? Antes de vincularnos a otro ser humano siempre entramos de algún modo en competencia, aunque solo sea con nosotros mismos y nosotras mismas, con esa persona con la que establecemos la posibilidad. Si hay atracción física, cuantos más pretendientes entren en juego, más se acrecienta el deseo; por lógica, el peligro se acrecienta, la cacería se pone interesante si hay más perros y no todos son míos. ¡Qué imagen más violenta esta última que he escrito! Reflexionemos sobre ella.

No todo deseo aspira en último término al dominio del objeto deseado o a ser dominado. Para desear más allá de la pulsión del instinto, hay que echar mano voluntariamente de la intuición, tener visión del objeto de deseo y considerarle sujeto, elegir las fuerzas que nos son favorables y nos ofrecen libertad, pero que igualmente nos invitan a respetar la libertad y la voluntad del prójimo.

Ya se habrán percatado mis lectores -¿hay alguien ahí?- de que una comedia me ha puesto seria, me ha traspasado, me ha conmovido. Esta es la magia de lo artístico. Gracias a todos los implicados, también al público. Larga vida a La Joven Compañía de Teatro Clásico. Sea.

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