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FAUNO, LO BELLO Y LO MONSTRUOSO

FAUNO, LO BELLO Y LO MONSTRUOSO

De Mari Cruz Planchuelo

Por: Carolina Perelman

Fauno, lo bello y lo monstruoso, es una obra de danza, teatro y títere creada e interpretada por la artista Mari Cruz Planchuelo. Tuve la oportunidad de verla en el congreso UNIMA Federación España que tuvo lugar en Segovia. Fue una experiencia reveladora. Curiosamente, la obra no hace uso del lenguaje, sino de un repertorio de onomatopeyas y de música medieval. Vanguardista y a la vez arraigada en una mitología sempiterna, la performance absuelve todo tipo de absolutismo, ya que se deshace de la palabra, y por lo tanto, de la definición exacta acerca de algo. Fauno, lo bello y lo monstruoso abre un auténtico espacio de exploración sobre la belleza y lo pesadillesco. La misma artista representa a la Ninfa y al Fauno, siendo el Fauno una marioneta controlada por Planchuelo. Ambos personajes son opuestos, o al menos eso es lo que transmiten a través de los movimientos corporales de Planchuelo.

El Fauno ha estado buscando a la Ninfa. Le falta cariño y la capacidad de ser vulnerable. Al descubrir a la Ninfa, la despierta de un sueño y ella se asusta. La Ninfa no se siente cómoda al verlo, intenta escaparse. Sin embargo, el Fauno tan solo quiere abrirse, compartir sus emociones. Siente la reacción de la Ninfa como una amenaza. Lucha por que se quede, la rapta. Ella insiste en no tener ningún tipo de contacto con él; se siente incómoda, su expresión facial denota frustración. La Ninfa aparenta sentirse fuera de lugar, fuera de ella misma. Ambos emiten sonidos desesperados, se mueven bruscamente.

¿De dónde viene esta discordia entre la Ninfa y el Fauno? ¿Qué hay detrás de esto? La raíz de este desacuerdo es el pensamiento: el bien y el mal, las voces que nos replican al oído constantemente y entre las cuales cuesta discernir, a veces -nadie puede elegir los pensamientos que le llegan: son como el polvo al abrir una ventana-. Existe una ruptura entre estos dos conceptos, para clasificarlos y etiquetarlos, para distinguirlos como opuestos. Ruptura que también se puede encontrar entre nuestras voces y pensamientos. Podría ser sentimiento de culpa, miedo de generar un pensamiento del que emane malicia y morbosidad. Tal como la Ninfa con el Fauno, que se quiere separar de él, aterrorizada, avergonzada de que forme parte de ella misma.

El problema realmente no reside entre la Ninfa y el Fauno; la cuestión a resolver es la propuesta de que “lo bello” y “lo monstruoso” sean un problema. Es decir, que existan esos conceptos, que hayan sido definidos por la sociedad y que nos impongan de qué manera vivir la vida, esclavos de esa ideología. Redefinir estos conceptos es inútil, pero algo que sí podemos hacer: llegar a descubrir -como menciona Nietzsche en la Genealogía de la Moral-, que “no hay nada bueno ni malo en sí mismo, sino que cada quien puede elegir qué es lo bueno o malo para sí, siempre y cuando no afecte a terceros.” Es a través de esta vena filosófica por la que la Ninfa llega a la epifanía, a constatar que ella también es el Fauno, que debe cerrar el círculo, que debe unirse a él.

Ver esta obra es una experiencia auténtica y conmovedora. Despierta aspectos desconocidos de una misma, abre las puertas de la conciencia y te reta a hacer preguntas, a buscar respuestas. No solo eso, al proponer un lenguaje no convencional e innovador, te libera de cualquier tipo de condicionamiento, incluso te hace reír, por momentos. Fauno, lo bello y lo monstruoso es una obra que, pese a su aparente sencillez, invita a la reflexión, a la introspección.

Revista de teatro número uno

Crónicas

Por: Carolina Perelman​

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© Fotos de: Teatro

FAUNO
FAUNO, LO BELLO Y LO MONSTRUOSO
Mari Cruz Planchuelo
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La Sala Mirlo Blanco

ROSARIO DE ACUÑA: RÁFAGAS DE HURACÁN

ROSARIO DE ACUÑA: RÁFAGAS DE HURACÁN

Autora: ASUNCIÓN Bernárdez

Dirección: JANA PACHECO

Toda poesía tiene su lógica, también la de la ubicación de los nombres. La Sala Mirlo Blanco se eleva desde las calles de Lavapiés hasta lo más alto del edificio del Teatro Valle Inclán. Resulta un lugar recogido y acogedor, propicio para la investigación, para la exhibición de pequeño formato. Las semillas suelen ser diminutas, si la perspectiva se aleja del potencial que contienen. Desde lo alto de un palomar, por lo tanto, los seres humanos pueden simular alpiste. Esta sala es una plataforma desde la que alzar el vuelo.

Llegué la primera y de incógnito. Me gusta entrar así, que me acojan de este modo las transformaciones de los espacios escénicos. La impresión fue contradictoria, una invitación a sumergirme contra la sospecha de una amenaza, de algo aparentemente ingrávido que se nos viene encima y que es capaz de sepultarnos. El transcurrir constante del sonido, contra la imagen congelada. Suspendida en el aire, gracias a la ingeniería artística de Alessio Meloni, una ola de espuma recogía como un entramado de espejos mi presencia y la llegada del público, que se iba sumergiendo en la bienvenida acústica propuesta por Gastón Horischnik y en la húmeda neblina que impregnaba el ambiente. Parte de la responsabilidad en este efecto, entiendo que la tenía la iluminación de dicha instalación escenográfica, que bien podría considerarse una escultura en sí misma. Iván Martín, se había encargado del diseño de luces.

Curiosamente, dos imágenes se construían al unísono en mi mente, pugnando por alcanzar un lugar preferente y destronar a la contraria: la de una bañera llenándose de agua y la del mar embravecido, la cresta de una ola cuya envergadura sería capaz de cubrir casi por entero la sala. Es decir, lo humano contra el poder salvaje de la naturaleza, lo cotidiano contra lo excepcional y transcendente. Pensé en el inexorable paso del tiempo contra la voluntad férrea del rescate de sus tesoros, tras el naufragio de la Historia.

En esa espera algo mística, previa a la palabra escrita que por fin se comparte, observé a dos de mis vecinos, sentados ya en sus butacas respectivas. Portaban bastones largos y blanquísimos, extensiones del ser que busca un aliento cálido que le sirva de guía. Había varias personas invidentes entre el público, me hubiera encantado entrevistarlas al terminar la función. También una de las actrices es invidente, Lola Robles, la puesta en escena apostaba por las capacidades diversas. Por otro lado, la figura histórica que nos había congregado allí, Rosario de Acuña, tuvo graves problemas de salud que afectaron a su vista durante una larga época de su vida. Todo un acierto, representar de forma tan fidedigna. Esta dimensión social tenida en cuenta, es un logro achacable a Jana Pacheco, directora del montaje, quizá también a Gabriel Fuentes, su ayudante de dirección, del que parece ser nunca prescinde. La puesta en escena, en la que la dirección del único actor del montaje y del resto de actrices constituye el verdadero latido del espectáculo, resultó de una belleza extraña y nueva, mezcla de estética e intelecto a partes iguales, pero abonada en todo momento con reflejos de vida vivida, con palabras y gestos en los que identificar lo nuestro, lo de siempre, lo humano. La coreografía de movimientos que iban dibujando los personajes, tanto cuando se limitaban a ocupar el escenario como cuando ascendían por las escaleras que dividían el patio de butacas, estaba preñada de poesía, de reminiscencias: una tormenta en la que los caminantes luchan contra el viento, una mujer que alcanza una cima y enarbola una bandera oscura con lo que antes le protegió del mal tiempo. -Xus de la Cruz, se ha encargado de la asesoría del movimiento.- Del mismo modo, aparecían diseminados por los setenta y cinco minutos de función una colección de gestos pequeños y significativos, como el de alimentar a un proyecto de granja de gallinas que cobra vida sobre la tela de una falda, como el de anotar reflexiones o pensamientos dibujándolas con un dedo sobre la propia piel o sobre otras pieles; como la comunicación aparentemente imposible entre una mujer del pasado con jóvenes de ahora mismo, habitantes de un futuro que la primera solo logró imaginar. Cuestiones existenciales comunes, huellas indelebles que nos conforman como seres de carne y de espíritu. En la obra se plantea este paralelismo temporal, muy bien resuelto a nivel de dirección, de una forma sencilla y hermosa.

El trabajo actoral es de conjunto. El único actor –Pablo Sevilla- cumple su cometido, desviando el foco hacia el personaje protagonista, que se desdobla en mujeres de edades diversas: todas las actrices –Mariana Carballal, Lara Fernán, Beatriz Llorente y Verónica Ronda- interpretan a Rosario de Acuña, además de a otros personajes de nuestra época actual. Tan solo Lola Robles sirve de nexo, de unión, permaneciendo encarnada en esa mujer fuerte, valiente, lúcida, con humor, cuyo rastro se ha pretendido borrar. Una mujer que nace en el seno de una familia de rancio abolengo aristocrático, y cuya evolución podemos observar a través de esa reencarnación sucesiva en cada actriz del elenco. Una mujer de otro siglo preocupada por “la socialización de la tierra, la equivalencia de derechos y deberes entre las mujeres y los hombres, el acabamiento de todo poder dictatorial (responsable o no), de todas las dinastías.” Una dramaturga de éxito, que fue censurada y que se obsesionó con que esa obra silenciada suya tuviese por fin voz. Una intelectual y una mujer de acción, empeñada en el impulso de “las ciencias positivas con su metafísica de la razón que ha de levantar a la especie humana en un plano superior.” Yo también he estado indagando, y he encontrado el texto homónimo de Rosario de Acuña del que está extraído el subtítulo de la obra: Ráfagas de huracán. Pura emoción lo que provoca su lectura, aunque haya pasado el tiempo. Habrá que seguir escavando, leyendo.

Me está malacostumbrando con la selección de sus temáticas, Jana Pacheco, esta jovencísima y talentosa directora: siempre acierta, siempre interesa. Hace nada, nos acercó a mi querida María Zambrano y a su razón poética, que sigue de gira, alumbrando tumbas. En esta ocasión, las ráfagas bien podrían ser torbellinos a favor y en contra de la censura, vientos que nos sorprenden con la ingenuidad suficiente como para dejarnos arrastrar hasta estos tiempos distópicos, habiendo perdido en el camino libertad de expresión, que es el impulso certero que levantaba el ánimo de las librepensadoras de entonces, que todavía levanta el de las de ahora, empujándolas hasta el compromiso social y político. Parece ir en sus propuestas Jana Pacheco siempre un paso por delante y, sin embargo, extrae sus hallazgos de las capas profundas de la Historia, de los sedimentos más valiosos: tesoros humanos cubiertos de olvido, mujeres que fueron relevantes en su época y que, posteriormente, han sido injustamente olvidadas. Tanto Jana Pacheco como Asunción Bernárdez -la autora de este texto que se ha tenido que adaptar debido a su extensión-, parecen empeñadas en esta labor arqueológica sobre nuestro patrimonio cultural, labor necesaria y digna de agradecimiento. Como directora del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense, Bernárdez lleva tiempo en la búsqueda de modelos históricos en los que las nuevas generaciones puedan encontrar inspiración, ese alimento para la lucha social activa que es lo utópico. Pone en boca de Rosario de Acuña inquietudes que bien pudieran ser las mismas que las de los jóvenes y las jóvenes de ahora, con respecto al capitalismo y al sistema de bienestar; a la mencionada censura, abalanzándose sobre el momento histórico actual como un fantasma. Eran más libres los juglares y bufones de antaño que los artistas de ahora. Alcemos entonces las voces, hagamos lo propio.

Esta obra está incluida en el ciclo “En letra grande” del CDN, dedicado a grandes figuras de la escena española que no han sido reconocidas por la Historia, como Maria Teresa León Goiry, María Lejárraga, Halma Angélico (Maria Francisca Clar Margarit) y nuestra ya admirada Rosario de Acuña. Salve a todas ellas y larga vida en nuestras memorias, que fluyan como savia nueva por los conductos de nuestra sangre. Sea.

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Crónicas

MJ CORTÉS ROBLES

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© Fotos de: marcosGpunto

La Sala Mirlo Blanco Teatro Valle Inclán
ROSARIO DE ACUÑA
© Fotos de: marcosGpunto
ROSARIO DE ACUÑA: RÁFAGAS DE HURACÁN
critica rosario acuña
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Sala Negra de Teatros del Canal

EN CONSTRUCCIÓN 2

EN CONSTRUCCIÓN 2

Coreógrafía y dirección: AMALIA FERNÁNDEZ

Por: PAULA LAMAMIE DE CLAIRAC

Entro en la Sala Negra de Teatros del Canal sin muchas expectativas a cerca de lo que voy a ver. Por los comentarios que he oído sobre Amalia Fernández, tengo la sensación de que será algo bastante conceptual, que puede que me deje fría. Cuando leo “género performance” en una programación no puedo evitar acordarme de aquel hombre que vi en una pequeña sala de Nueva York: esa especie de payaso postmoderno que se desnudaba con el maquillaje corrido y cantaba canciones tristes mientras se envolvía en papel film. Aquella vez, ni la magia de estar en la ciudad de las propuestas más arriesgadas y originales pudo quitarme la fea sensación de que, como dijo mi acompañante, se llamaba performance a un acto escénico cuando estaba hecho por personas que no sabían bailar, ni actuar, ni cantar. Por suerte tengo muchas otras experiencias en la memoria que me animan a confiar, y quiero ver qué se oculta tras el nombre de esta coreógrafa, a la que solo mis amigos más metidos en la escena de la danza contemporánea reconocen abriendo mucho los ojos con admiración.

Lo que sigue después es la aliviada constatación de que En construcción 2 es una de las piezas más inteligentes que he visto, de que está llena de buenos intérpretes; y de que el término performance remite a aquello que no es exactamente danza, ni teatro, ni musical, sino una mezcla de todo ello o algo completamente diferente, que se empezó a usar solo porque había “cosas escénicas” que se salían de los marcos de la clasificación del siglo XX.

Amalia nos coloca en el punto de vista de la coreógrafa, nos hace observar cómo la duración, la intensidad y el ritmo, la velocidad, la distribución espacial o la entonación, transforman una escena. Es por esto que la obra funciona como una fantástica clase magistral para todo el que quiera dedicarse al arte de la representación. Pero, además de ser una muestra práctica de lo que un libro -o más bien una colección impresionante de libros y experiencias- puede enseñarte sobre la creación escénica y la dirección de actores, esta es una de las obras más divertidas que he visto en mi vida. Aquí el alto nivel de contenido conceptual va de la mano de reírse con la boca abierta, qué gran combinación. En un momento dado somos todo un público al que se nos saltan las lágrimas, nos desternillamos agarrándonos a la silla, intentando parar para poder oír lo que sigue.

La pieza funciona como un cubo de Rubik cuyos lados se deslizan suavemente. Una de las caras me hace pensar en la esencia misma del acto de representación, en la diferencia entre el acto escénico y un acto a secas. Otra de las caras, en las miles de decisiones aparentemente aleatorias que toma una coreógrafa. Otra, en el papel del público como presencia corpórea que modifica el resultado. Y, de repente, otra de las caras me abofetea con el absurdo para recordarme que esto es solo un juego, que la danza y el teatro, la música y el arte no son sino maneras adultas de alargar el recreo. Y en ese girar del cubo que parece no tener fin, nos emocionamos, abrazamos clichés, o nos damos de bruces con una perspectiva auditiva y visual que no se nos había ocurrido nunca.

Me imagino a Amalia Fernández como una persona que en Nochebuena no participa en la conversación acalorada de la gran mesa familiar. Ella observa desde una esquina el ir y venir de manos levantando vasos y las caras gesticulantes, se deleita con el tío que habla con la boca llena de polvorón y cuenta las vueltas infinitas que da su madre alrededor de la mesa. Una persona, pues, que observa el mundo coreográficamente -no lo puede evitar- y para la que todo, por eso, se vuelve danza. Ese es creo, el sentido que subyace en lo que he visto: todo es danza -o música- si sabes cómo mirarlo.

(También me la imagino escuchando la conversación de sus vecinos a través del muro, no con la curiosidad de la vecina meticona sino con el placer estético de oír las entonaciones sin entender el diálogo, creando así su propia película woodyallenesca representada solo para ella un domingo por la noche.)

La improvisación, un tema. ¿Está todo realmente atado en esta pieza o han dejado muchos cabos sueltos? No puedo saberlo ya que he asistido una sola vez, pero lo que importa es que es tan fresca, tan humana, tan auténtica, que la incógnita se sostiene. Hay partitura sí, pero también espacio para lo impredecible. Creo que el título es, en verdad, descriptivo y no poético, que esta pieza ha estado en construcción hasta ayer. Que puede estarlo incluso hoy.

Me encantaría que todo el mundo viera esta performance. Se creería más en la danza, se la financiaría más. Espero que la programen y reprogramen en muchos teatros, y que Amalia siga por muchos años trayéndonos a escena deliciosas piezas como esta, que solo se completan al representarse.

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Crónicas

PAULA LAMAMIE DE CLAIRAC

Crónicas del

Teatros del Canal

Amalia Fernández como una persona
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KOHLHAAS

KOHLHAAS

KOHLHAAS

ENTREVISTA A Riccardo Rigamonti

El pasado sábado 15 de septiembre acudí a los Teatros Luchana para presenciar el estreno de la segunda temporada de Kohlhaas en la cartelera madrileña. Este espectáculo es un clásico italiano estrenado en 1989 por Marco Baliani. En España, la función está dirigida por María Gómez e interpretada por el actor italiano Riccardo Rigamonti.

Era la tercera vez que acudía a ver la obra. Al entrar a la sala nos recibía una música regia. En el escenario, solamente una silla, también regia. Nos quedamos a oscuras en el patio de butacas para recibir al actor, que se sentó diligentemente y comenzó a narrar, sin más preámbulo. Parecía que viese lo que contaba justo delante de sus ojos. Serio, firme, bien plantado en la silla, acompañando el relato con una gestualidad precisa, ni más ni menos que la que la historia requería.

La puesta en escena: Una silla, un hombre, y luz que acompaña con acierto cada uno de los giros de la historia. Esta iluminación sencilla, diseñada por Magdalena Broto, es todo lo que necesitó el actor para proyectar lo que deseaba, invadiendo la imaginación del público como si se tratase de una pantalla.

Rigamonti encarnó con una fluidez destacable tanto al narrador, como al protagonista, como al resto de personajes secundarios. Se introdujo en su piel y los representó con todo lujo de detalles: su cuerpo, su voz, sus emociones…Transitó entre lo narrativo y lo teatral sin sobresalto por parte del público. Durante la representación, el silencio solo se rompía por el eco de alguna sonrisa cómplice entre el patio de butacas. Ricardo sabe mantener la tensión magníficamente, acelerando, frenando o pausando, con absoluto dominio del ritmo.

La historia que durante una hora y cuarto narra el actor desde el escenario, sin levantarse de la silla, es una recreación de la vida de Michael Kohlhaas , personaje histórico del siglo XVI que un día es vejado por un noble. En su búsqueda de justicia, Kohlhaas llegará hasta las últimas consecuencias. Se trata de un personaje épico que inspiró a numerosos artistas entre ellos a Heinrich von Kleist, autor de la novela romántica en la que se basaron Marco Baliani y Remo Rostagno para hacer esta adaptación teatral, dando lugar a un texto espléndido, sencillo en su estructura para que el espectador pueda comprenderlo al ser narrado, pero lleno de acción, reflexión y poesía.

La identificación con el protagonista está servida. ¿Quién no ha sido alguna vez objeto de una injusticia, de un daño profundo? ¿Quién no se ha debatido alguna vez entre el perdón y la sed de justicia? Al igual que estas preguntas retóricas, otra recorre el texto: “¿Existe la Ley o no?”

A pesar de su aparente sencillez, Kohlhaas es Arte con mayúsculas. La calidad del texto y del intérprete consigue tocar el alma del público, que la disfruta como una experiencia transformadora.

El Teatro de Narración es un movimiento con tres décadas de éxito de público y crítica en Italia. Parece que comienza a despuntar en España.

Descubrí a Ricardo Rigamonti gracias a la actriz y narradora Alicia Mohino. Era de alguna manera el trabajo de investigación que yo venía realizando, hacia donde miraba mi inquietud artística.

Son las seis y media de la tarde de un martes y Rigamonti me ha citado en un parque en Puerta de Toledo para contestar a mis preguntas mientras su hijo pequeño juega. Riccardo es un hombre que desprende seguridad y amabilidad por partes iguales. De piel morena, sus grandes ojos azules me roban toda la atención. Después de saludarnos y de las presentaciones pertinentes, comienza la conversación.

AMOR PRIOR.- ¿Cómo empezó tu pasión por el teatro?

RICCARDO RIGAMONTI.- Empecé a hacer teatro a los dieciséis años en un taller, en el instituto. Recuerdo que era el único de ciencias del grupo. Tuve suerte, porque la compañía que llevaba el taller era muy buena, escribían un texto expresamente para nosotros, y después teníamos la oportunidad de girar por diferentes festivales de teatro escolar.

A.- ¿Cómo llegaste a España?

R.- Vine para rodar un programa de televisión italiano, pero enseguida me integré en el tejido teatral de la ciudad.

A.- ¿En Italia, como fue tu primer contacto con el Teatro de Narración?

R.- Fue a los veintiún años, mientras estudiaba la carrera de teatro y cine en la universidad. Un profesor nos puso una grabación de Kohlhaas y quedé fascinado. Cuando regresé a casa hice un pase para mis padres y para mi hermana, según lo recordaba. Desde ese momento soñaba con hacer esa función, pero no podía, porque Marco Baliani, autor de la adaptación teatral e intérprete, todavía sigue representándola en Italia. Cuando me mudé a España comencé a pensar en la posibilidad de traducirla.

A.- ¿Y tuviste la oportunidad de ver en Italia otros espectáculos de Teatro de Narración?

R.- Sí, vi a Marco Paulini, que empezó la corriente del Teatro Civil, en la que a través de una investigación periodística se presenta un hecho de la actualidad política y social. Y también vi a varios narradores de la segunda generación. El Teatro de Narración es muy diverso, porque cada narrador tiene su estilo.

A.- El Teatro de Narración italiano es muy social, muy civil, pero ¿conoces algunas obras que vayan más de lo individual a lo social?

R.- Baliani se basa más en grandes historias literarias. En el Teatro Civil son hechos que todo el mundo conoce. Quizás Celestini usa más historias de personas comunes, pero tienen como marco un acontecimiento histórico importante.

A.- ¿Por qué crees que es tan importante el dialecto en el Teatro de Narración?

R.- El dialecto te hace único, el dialecto es más que tú mismo, el dialecto habla de quién eres y de dónde vienes, aporta personalidad y autenticidad.

A.- ¿Se podrían definir los distintos estilos de narración dentro del Teatro de Narración?

R.- Es muy difícil, porque cada narrador tiene su propio estilo. El narrador y el actor se funden en escena, con lo cual sale la voz personal del actor. Aunque no es sólo cómo cuentas, sino lo que cuentas. Es decir, también forma parte de tu estilo el tipo de historias que cuentas.

A.- ¿Por qué crees que es un movimiento tan importante, que ha tenido tanto éxito?

R.- A finales de los años ochenta, el estado dio toda la ayuda económica a los grandes teatros, por lo que las compañías medianas o pequeñas no podían montar nada que tuvieran varios actores en el reparto, o una escenografía o vestuario costosos. Con lo cual, Marco Baliani montó este Kohlhaas apoyándose sólo en una buena historia y una silla. Y tuvo un gran éxito. Todos estos factores hicieron que otros actores comenzaran a crear lo que posteriormente se llamó el Teatro de Narración.

A.- ¿Has visto en España algo parecido al teatro de narración?

R.- Lo único que he visto ha sido a El brujo, a Rafael Álvarez, que viene más de la tradición del juglar como Dario Fo, por hacer un paralelismo con Italia.

A.- ¿Qué diferencia ves tú entre el Teatro de Narración italiano y la narración oral en España?

R.- Por lo que he visto, parece que en España no se ha descubierto que la narración puede subir a los escenarios del teatro, pero que para hacerlo se deben unir las herramientas de una y otra disciplina, es necesario llevar a cabo un trabajo de dramaturgia y de interpretación que requiere tiempo, y que está más ligado al teatro que a la narración pura.

A.- ¿Y la dirección, en este caso hecha por María Gómez, crees que es importante? ¿Qué le aportó a tu trabajo?

R.- Yo creo que es fundamental tener una mirada externa, para constatar si lo que estás tratando de comunicar está funcionando. María ha sido muy paciente y muy minuciosa. Me ayudó a deshacerme de la versión de Baliani -que yo conocía a la perfección- y a trabajar desde la sutileza.

A.- ¿Es más fácil hacer teatro en Italia que en España?

R.- Creo que es más fácil hacer teatro en España, al menos cierto tipo de teatro. El circuito madrileño off me ha dado la oportunidad de representar Kohlhaas ; no creo que algo así hubiera sido posible en Milán, que vendría a ser el centro cultural de Italia, ya que es muy difícil entrar en el circuito teatral, a menos que seas una compañía muy consolidada, y no existe alternativa.

Me despido de Ricardo y, mientras camino, voy recordando de qué modo se iluminaron sus expresivos ojos durante la entrevista, desde que mencioné el Teatro de Narración.

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Crónicas

AMOR PRIOR

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© serranosierra

Crónicas de

Teatros Luchana

KOHLHAAS
Teatros Luchana
Por Amor Prior
Teatro de Narración
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LAS TEODORAS

LAS TEODORAS

LAS TEODORAS

Autor y director: HUGO PÉREZ DE LA PICA

Por : MJ CORTÉS ROBLES

Fui invitada a un estreno de temporada en Teatro Tribueñe. De esta tribu de artistas al margen de las modas, que usan sus propios modos y se atreven con el misterio y la liturgia, espero siempre una maravilla escénica capaz de invadirme y de transportarme. Siempre viajo, sentada en las sillas de respaldo redondo de esta sala, máxime cuando te acomodan entre cojines, cuando te agasajan a la entrada con licores. Me parece un lugar en el que hay que entrar en silencio y de puntillas, con los oídos del alma abiertos y sin apenas abrir la boca. Sería un delito perderse un ápice de las conversaciones del entorno. Esa tarde se reunieron allí actrices veteranas que se saludaban mirándome de reojo, no por nada, seguramente por mi mirada curiosa y mi insistente sonrisa. Debía de resultar inquietante, al aparecer sola y lentamente en lo alto de la escalera de la sala de abajo, en el área de descanso. Una de las actrices de la compañía decidió orientarme sugiriéndome que me pusiera en la cola de la entrada, para coger un buen sitio. Y así lo hice, todavía hipnotizada por el tan habitual acontecimiento de un estreno en una sala de teatro.

Ya sentada en segunda fila y con ración extra de acomodo, me dejé llevar, como digo. La puesta en escena se nos acercaba sospechosamente, no pretendía una perspectiva de fondo ni de forma, prescindía de lo accesorio. Un biombo, una silla y una cama, lo imprescindible para dormir, incluso el sueño eterno, lo justo para despertar cada mañana y revestirse de nuevo con lo que nos ha tocado en suerte: un oficio -el nuestro- y una época -la de nuestros contemporáneos-. Contemporáneas, en este caso, pues son ellas las protagonistas del anecdotario recopilado por Hugo Pérez de la Pica de boca de Criste Miñana, actriz que fue su amiga. Ahora esa amistad la ha heredado la hija de Criste, Chelo Vivares. Y de ese triángulo amoroso nace esta obra.

Con este sobrenombre se alude a las actrices españolas de mediados del siglo XX: Las Teodoras. Yo también soy actriz, ahora, en el XXI, y lo he sido en el XX, aunque mi generación es esa que tan solo escuchó sobre la guerra y la postguerra, la que no tuvo que destaparse por moda. Eso sí, la precariedad de este oficio también me ha forzado a ser versátil, a buscarme la vida, como obligó a las de entonces de manera más cruda. Sé lo que es ir de gira y no conocer las ciudades, ya que no es ese precisamente el objetivo. Sé lo que significa intentar dormir en un hostal barato junto al ruido infernal de una discoteca. Sé de las condiciones pésimas de los locales de ensayo, de tolerar el frío, de comer a deshora, de esperar cobrar lo que se te debe algún buen día… Y sé del abuso de poder sobre las mujeres, aún presente -y mucho- en el ámbito artístico. Sé del viaje, externo e interno, de la pérdida de rumbo, de las energías maltrechas y del daño, en ocasiones irreparable. Pero ni por asomo se me ocurre compararme. Es solo que me identifiqué con el relato.

Todo lo que se narró o se escenificó me pareció fascinante, desde esa primera llamada menesterosa de nuestro patrimonio artístico a la puerta del presente. Así comienza la función y así termina, solo que con perspectivas contrarias: al terminar la obra somos nosotras mismas, mujeres del presente, actrices que tomamos el relevo junto a Chelo Vivares, las que llamamos a la puerta siguiente, la del porvenir artístico de España.

La música siempre está presente en los montajes de Perez de la Pica, pero en esta ocasión, la cadencia guía descansa en la palabra. El director aprovecha la interpretación de pequeños fragmentos de éxitos teatrales de la época, para ilustrar y unir los acontecimientos vitales narrados. Fue como si nos asomásemos a contemplar un paisaje desde lejos y se nos introdujese en él, sin previo aviso. Muy apropiado el recurso de las proyecciones, imágenes fantasmagóricas y entrañables sobre el biombo.

El humor negro es otro ingrediente más en la solución alquímica de este montaje. Nos reímos de la muerte con una muerta que amenaza con morirse, pero todavía no, no hasta que Criste Miñana nos cuente lo que ha venido a contarnos, no hasta que Chelo Vivares nos demuestre que es digna hija de esa madre artista, cosa que nadie ponía en duda, pero que todas las personas allí presentes queríamos disfrutar. -¡Qué virtuosismo, qué despliegue de recursos el de esta actriz con raíces!- El público no necesitaba de fe para creer en la reencarnación de la madre en la hija o de la hija en la madre, prescindía del escepticismo que se gastaban Las Teodoras en aquellos tiempos. Al público de ahora le sobra escepticismo, pero cuando viene a Tribueñe, lo deja colgado en la puerta, pues entra en un lugar de culto, en un templo artístico. La reencarnación fue múltiple en personajes e historias, un caleidoscopio de vivencias que arrojaba al patio de butacas el reflejo de un espejo teñido de arcoíris. Éramos como niños y niñas que han crecido sin darse cuenta, echando un vistazo al pasado a través de un agujero. Nuestra inquietud, la de las cómicas de entonces. ¡Qué nostalgia de aquellas verdades solapadas que se desvelan en la obra, de aquella esperanza que prende en la de ahora!

Imaginemos un mundo en el que el patrimonio artístico sea un tesoro, una fuente en la que calmar la sed del espíritu. Un mundo en el que las cómicas sean embajadoras de los sueños, seres sagrados a través de los cuales transcendamos nuestro dolor intrínseco y perecedero. Cómicas ambulantes. Estamos aquí de paso. Las personas que deambulan son las más cuerdas. Aman la vida.

Hugo Pérez de la Pica y Chelo Vivares nos sirven un combinado exquisito de realidad y de teatro, un surtidor de memoria para saciar a los desmemoriados.

Ser artista es entregar la vida a esta causa del Arte. No es posible que este gesto caiga en el olvido, no queremos que así ocurra, no podemos permitirlo:

María Guerrero, Rosario Pino, María Jesús Valdés, Lola Membrives, María Asquerino, Luisa Sala, Irene Gutiérrez Caba, Lali Soldevila, Gracita Morales, Rafaela Aparicio, Aurora Bautista, Carmen Bernardos, Mary Carrillo, Amparo Rivelles, Amparo Baró, Lola Cardona, Lina Morgan, Emma Penella, Lola Gaos…

Y muchos más nombres que vuelan de boca en boca, del recuerdo a la imaginación, de una época a otra.
Me rindo a los homenajes y me engancho como un eslabón humilde a la cadena artística de mis antepasadas más cercanas, de mis ancestras -aunque esta palabra aún no exista-.

Todo llegará -lo que tenga que llegar-, no estaremos aquí para contarlo. Espero que otros seres de luz cuenten nuestras historias.

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Crónicas

MJ CORTÉS ROBLES

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© Teatro Tribueñe

LAS TEODORAS
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Dramaturgia y dirección: XIMENA VERA

MUJERES DE PACIENCIA SALVAJE

MUJERES DE PACIENCIA SALVAJE

(Inspirada en Mujeres que corren con lobos de Clarissa Pinkola Estés)

Dramaturgia y dirección: XIMENA VERA

Un lugar que ya ha sido habitado con anterioridad, queda plagado de resonancias, de energías diversas que impregnan su atmósfera, por mucho que se pisoteen los jardines y se le cubra de pintura negra. En San Cosme y San Damián 3 pasé mis años de escuela; entre las macetas del patio esperé mi entrada a escena, ya como actriz de la compañía que por entonces habitaba este lugar.

No. Cualquier tiempo pasado no fue mejor. No digo eso. El pasado, a menudo, está plagado de malas hierbas. Pero un espacio teatral antiguo que se intenta liberar del pasado, a menudo pasa de mano en mano hasta caer en las adecuadas, aquellas que son capaces de observarle y de percibir, de escucharle y de acoger el eco de sus heridas, para poder dotarle así de un sentido renovado.

He asistido a varios espectáculos representados en este espacio escénico, una vez quedó huérfano y pudo ser adoptado, antes de que se le nombrase como Teatro de las Culturas y de que contase con el equipo de dirección actual (Clara Méndez-Leite, Olaia Pazos y Alberto Ammann). La otra tarde regresé a este lugar tan significativo para mí, acudí a la llamada de Up-a-tree Theatre, una compañía de la que no tenía conocimiento y que estrenaba su segundo espectáculo en Madrid. Su propuesta era alentadora, se inspiraba en las investigaciones de la antropóloga y psicóloga Clarissa Pinkola Estés, conectaba con el impulso artístico que últimamente me guía, comprometido y transformador. Y se produjo el milagro: Fue la primera vez que me olvidé de en qué lugar físico me encontraba. O quizá no, quizá se distrajo mi intelecto hasta el punto de que mi alma quedó liberada en el aquí y ahora. Quizá lo que ocurrió conmigo la otra tarde es que participé plenamente del ritual artístico que tuvo lugar allí, transcendiendo mi roll de espectadora. Permanecer expectante no es un estado que se pueda mantener eternamente. Algo transcurre en la vida interna de la persona que asiste a una representación que le retumba dentro. El pulso de mis venas, la otra tarde, era un tambor que se agregaba a la música en directo, una percusión inaudible que modificaba el ritmo de mi entorno. El despeñarse de mi risa, provocada por el buen hacer de las actrices, era un vestigio de mi infancia. Pero esta reacción mía no era un hecho aislado, mi acompañante vibraba igualmente, aunque no estuviera vinculada de un modo tan rotundo a aquel lugar.

Quedé prendida a la red, como el personaje que encarnaba Marta Cuenca, la Mujer Esqueleto, la protagonista de uno de los cuentos rescatados de la memoria de ancianas húngaras por Estés. Al tejido laborioso de las melodías compuestas por Ana Laan no se le veían las costuras. Podría asegurarse que el arco del violonchelo se deslizaba sobre nuestra sensibilidad y la predisponía para la coreografía de movimientos escénicos, cuyo cuidado concepto había sido liderado por Agnès López Ríos durante los procesos de ensayo. De las notas juguetonas del ukelele el elenco podía nutrirse, obtener más energía a la hora de saltar a la comba, participar en el juego escénico por turnos, salir indemnes de la amenaza de una soga golpeando contra el suelo. La flauta añadía notas de la profundidad de los mares, del interior de bosques ocultos; el acordeón, el quejido eterno de los menesterosos en las calles, el sentimentalismo y la nostalgia. Y por fin, las voces, poseídas por la magia de las transmisiones orales que nos atraviesan, siglos y siglos de tradición y sabiduría que venían a nuestro encuentro, tanto en lo que se refiere al canto como a la narración.

La puesta en escena, iluminada por David Alcorta con acierto, prescindía de lo accesorio. Si lo comparásemos con un lienzo en el que se pintase al óleo, era semejante su base oscura a la de los cuadros de Turner, el pintor de tormentas en paisajes marinos, tan inquietantes como atrayentes. Un cierto aspecto verdoso en el que resaltaban ciertos tonos del vestuario, como el rojo de unos zapatos, o el blanco roto de un vestido de novia de cola infinita. Intento describir de algún modo la sutil belleza de este espacio desangelado con atalaya de madera como trasfondo. Otros trazos del dibujo en vestuario y aterezzo me remitían al aspecto étnico de los abalorios africanos que jamás serán un souvenir, por ser en sí mismos transmisores del espíritu, catalizadores de la magia.

El misterio de lo salvaje en la naturaleza estaba presente en la dramaturgia hilvanada por Ximena Vera, pespunteada por la interpretación musical a cargo del elenco de actrices; bordada con maestría a través de su encarnación en multitud de personajes diferentes -más de veinte, siendo tan solo cuatro actrices-. La esencia salvaje de la mujer, era el tema en concreto, algo no pronunciado, que se escapa a lo civilizado, a lo doméstico, que conecta la muerte con la vida y la vida con la muerte, que nos devuelve las ansias de transcendencia. Una perspectiva de la humanidad distinta a la convencional, desde la creatividad de una mujer, siempre conectada a la sabiduría ancestral de sus congéneres, como punto de vista valioso y único, como influencia poderosa a tener en cuenta en lo social y en lo político.

He investigado un poco el proceso de creación -también los orígenes y la trayectoria de la directora, a la que pienso perseguir de escenario en escenario-. Por lo visto, además de reinterpretar algunos de los cuentos recopilados por Clarissa Pinkola Estés, se entrevistó a un determinado número de mujeres, de diferentes generaciones, que aportaron vivencias personales. Se grabaron sus testimonios y se tuvo en cuenta incluso la tesitura de sus voces, a la hora de crear los personajes.

Por todo ello, quizá, nos identificamos tanto con las historias contadas, porque las cuentan personas de carne y hueso, mujeres únicas y valiosas que se estremecen ante la presencia y la coexistencia de otros seres, que practican con persistencia la empatía; capaces de pasar en un suspiro del llanto a la risa, del temblor a la osadía; habitáculos de emoción pura destilada por siglos de experiencia, intelectos que se defienden contra el germen de la violencia y de la putrefacción, que resisten y evolucionan, en un renacer continuo. Magníficas actrices que juegan a ser alguien más, además de ellas mismas: como Raquel Pardos y su devoción por el baile, que se transforma en obsesión cuando se traiciona a sí misma; como Andrea Nespereira y sus brillantes, cálidas y efímeras posibilidades de salvación; o como la propia Ximena Vera que es capaz de zafarse de un depredador y de ponerse a salvo. (Este momento escénico resultó para mí el corazón de la obra, me emocionó profundamente. Ese introducirse en el vestido de novia como si se tratase de ponerse una mortaja, al mismo tiempo tan apasionante y tan escalofriante, tan preñado de esperanza y tan letal. La institución del matrimonio es el núcleo del Patriarcado, el nudo que hay que deshacer, el enganche que hay que soltar, la labor que hay que destejer). Y, por último, el dejarse salvar por el pescador de Marta Cuenca, tan sensual y tan empapado de ternura, semejante a una criatura abisal a la que le cuesta destaponar sus oídos, repletos de agua y de moluscos, enredada a la red como las algas a sus cabellos, boqueando su aliento porque extraña el medio. Esa criatura marina que busca refugio y calor pegándose a otro cuerpo vivo para pasar la noche, hambrienta de amaneceres y de abrazos.

En la actualidad, las mujeres siguen en peligro de muerte violenta a manos de los hombres, ya sea muerte psíquica o asesinato. No de cualquier hombre, de algunos, pero son muchos, demasiados, tienen que reaccionar, tienen que cambiar. Cualquier ser humano inocente está en peligro, cualquier ser de luz ardiente expuesto a las inclemencias de un mundo injusto y desnortado, una sociedad que se empeña en avanzar por el callejón sin salida de un sistema ciego y caduco, encorvado por el peso de sus crímenes. Un mundo que olvida la infancia, como si el futuro fuese un artículo de compra-venta. Un mundo ajeno al valor de los ideales, que mueren congelados. Un mundo donde priman los valores del mercado, depredador de cuerpos y conciencias, que siente pánico ante este impulso de cambio atávico que parecen liderar las mujeres.

Dice la directora que para ella el teatro es un arma de sanación colectiva. Así fue esta experiencia para mí. Que así sea.

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Crónicas

MJ CORTÉS ROBLES

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© Javier Suárez Gómez

Dramaturgia y dirección: XIMENA VERA
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no tenía grandes expectativas

Anastasia

Anastasia

La historia de la princesa Romanov

Beatriz Velilla

Confieso que no tenía grandes expectativas cuando llevé a mi niño a ver el musical Anastasia, a pesar de haber triunfado recientemente en Broadway, o precisamente por eso. Una súper producción basada en la famosa película de animación de la Fox para una republicana amante del teatro mínimo (no en calidad, pero sí en presupuesto) que hace con su compañía, _¡como tantas compañías actuales!_, y con un pequeño de edad pre-escolar que no quería “ver un teatro de princesas”, era un gran reto de inicio de curso.

Emblemático teatro Coliseum de Madrid. La primera en la frente. Fue absolutamente maravilloso. La historia de la princesa Romanov que viajó desde San Petersburgo hasta París en busca de su abuela, y de su identidad, cautivó a la sala entera.

Adivinamos al ver este musical la complejidad del proceso de traducción y adaptación del libreto para mantener el espíritu del texto original, de Terrence McNally. Roger Peña y Zenón Recalde han sido los encargados de esta ardua misión: “Ser fiel al texto, ser fiel a la rima, ser fiel a la partitura, que es lo más complicado…”. Al traducir las canciones se han encontrado, además, con la dificultad de que “el castellano es mucho más largo que el inglés” y “solo hay una solución que es [dedicarle] muchas horas”.

La puesta en escena es espectacular, la interpretación de la veintena de actores, magistral. Una espléndida orquesta representa en directo los temas musicales creados por Stephen Flaherty y Lynn Ahrens, compositor y letrista, respectivamente, de la banda sonora tanto del musical como de la película de animación.

Y el derroche sensorial no es solo artístico, el despliegue tecnológico te deja también sin aliento: elementos escenográficos giratorios, pantallas Led de gigantes dimensiones, iluminación cuidada sin límite.
La idea de que “nunca es tarde para volver a casa” caló hasta la última de las butacas.

Quizás excesivamente largo, eso sí. Claro que los vendedores de palomitas y chuches del mismo teatro tenían que justificar su empleo. Pero por lo demás, un acierto.

Jana Gómez e Íñigo Etayo están estupendos en sus papeles de princesa y ladrón, que tanto gustan a los niños y al que tanto nos han acostumbrado a los mayores en las monarquías actuales. Cada actor y bailarín, secundario o no, hace grande el espectáculo logrando una coherencia narrativa y una unidad artística mucho más grande que la suma de sus partes. Gran trabajo de equipo bajo una acertadísima dirección escénica de Darko Tresnjak.

Una delicia también el vestuario, diseñado por Linda Cho, que nos transporta cuidadosamente de Rusia a París en los principios del siglo XX.

Una historia humana y cercana, de zares y bolcheviques, emperatrices y rufianes, un cuento de desigualdades y de búsquedas, y por ello, precisamente, tan revolucionariamente contemporáneo. Muy recomendable.
Hasta siempre, camaradas.

el musical Anastasia
Jana Gómez e Íñigo Etayo
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Crónicas

Beatriz Velilla

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Teatro

no tenía grandes expectativas
Jana Gómez e Íñigo Etayo
Emblemático teatro Coliseum de Madrid
Rusia a París en los principios del siglo XX
puesta en escena
Adivinamos al ver
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Cama : María Morales, Carlos Troya Pilar G. Almansa

CAMA

CAMA

Dramaturgia y dirección: PILAR G. ALMANSA

Por: MJ CORTÉS ROBLES

La cama no es solución de nada, es un territorio que explorar a solas o en compañía, un refugio donde tumbarse a soñar o una salida arriesgada del ensimismamiento, un mueble donde descansar o un lugar de encuentro íntimo con otro ser humano. Pilar G. Almansa bien lo sabe, que lo que se despierta en la cama es la poética, lo que tenemos de irracionales destilado en una suerte de sensaciones e imágenes que nos asaltan, que se van incorporando a la experiencia. Si soñamos, es poética, si follamos, también. El encuentro sexual se traduce en danza, en el montaje de este magnífico texto dirigido por su autora, lo impronunciable que anida en la psique se despierta, se torna música que envuelve los cuerpos, cadencia que los arrastra, ritmo que se despeña. La palabra como vehículo y la piel como frontera. ¿Dónde queda lo salvaje? Relegado por lo humano. Así debe ser, aunque no siempre sea.

La estructura de la obra es un desdoblarse de etapas en una relación de pareja que se inicia y que está abocada a la ruptura. Es cierto que todo lo vivo es efímero, pero no es de esto de lo que habla G. Almansa, sino de la raíz del desencuentro. En una etapa inicial se nos presenta el impulso salvaje del deseo frenado por consideraciones intelectuales previas, sociales y políticas. María Morales argumenta desde el convencimiento, en paz consigo misma, pero en guardia. La vence la ternura, la capacidad de ver al otro como ser vulnerable. Carlos Troya está confuso, temeroso de perder la oportunidad por incapacidad de adaptación o torpeza. Se esfuerza en complacer, en acertar. Para ello, utiliza el intelecto, trata de reflexionar, aunque le cuesta dejar al margen el constructo sociocultural que le han inculcado. Por momentos, percibe que se aleja de su objetivo. ¡Qué difícil le resulta cruzar esa frontera! ¿Por dónde saltar? ¿Qué valla forzar? ¿Qué alambre de espinos es necesario clavarse para alcanzar placer? Es que no se trata de alcanzar, sino de compartir. Hay que esperar a que la puerta se abra, sin empujar. Él no hace más que probar llaves sin acierto. La única llave posible es el consentimiento mutuo.

El discurso intelectual que la autora expone sobre el escenario es brillante, tanto por su contenido como por las formas. Si bien es una perspectiva feminista sobre el asunto más controvertido en nuestra sociedad en estos momentos, no por ello se posiciona en un punto ciego que no advierta la dificultad del cambio, muy al contrario, la subraya, permite que el público se ría de sí mismo, se identifique y le quite hierro, aunque le ponga a pensar. Al salir de la función, mi acompañante y yo nos pusimos a conversar sobre nuestras respectivas relaciones amorosas -¡Ya salió la palabra, esa que pone en marcha el mecanismo de las esferas, la música del universo!-

La puesta en escena es minimalista y no ofrece distracciones. Pensé que se proyectarían imágenes en el ciclorama… Y, no, las imágenes que surgían tenían una proyección íntima. La energía psíquica generada en el público, también juega. Carne sobre blanco, desnudez que se escora en una huida incesante. Juego. Animales tiernos retozando en la nieve, abrasándola con su fuego. Cuando el desnudo es íntegro, cuando alcanzamos a entrever la esencia de los seres que así se nos presentan, solo hay belleza en los cuerpos, naturaleza.

En cuanto al sonido, era cristal que vibra en la lejanía, ecos recónditos que venían a adornar las vibraciones de dos almas que se fusionan en una curva del tiempo. La iluminación nos abarcaba, no nos dejaba fuera del acontecimiento, nos hacía presentes. El permanecer bañados por la oscuridad -situación habitual del público- hubiera provocado una mirada obtusa sobre las incidencias y los discursos, un escondrijo para lo obsceno, la distancia emocional suficiente como para considerar esos cuerpos objetos y no personas. Podíamos observar, sin embargo, reacciones del público, miradas cómplices, seguramente por coincidencias con la historia de vida de otras personas sentadas en sus butacas; podíamos distinguir y adjudicar respiraciones profundas o risas frescas. Comprender en comunidad es un acto poético y una acción política. Las transformaciones surgirán tras la lucha sin sangre, tras la meditación pacífica, tras la comunión de los seres. Solo merece la pena luchar por la utopía, es el sentido más sublime que le podemos otorgar a nuestras vidas.

La actriz que prescinde de disfraz, necesita de forma imperiosa de un lugar de seguridad, de una dirección de actores que extreme los cuidados. También el actor, solo que sobre los cuerpos de las mujeres recaen ciertos condicionamientos sexuales destructivos. La directora lo habrá tenido en cuenta, ya que ha conseguido liberar a ambos artistas del peso de prejuicios socioculturales. Por mucha apertura de mente, que no dudo que posean ambos, habrá resultado difícil trasladarla al cuerpo y que quede expuesta. G. Almansa ha evitado el escaparate, como antes he intentado explicar. El proceso de ensayos hasta llegar a que el público presencie las funciones, debe haber huido de lo espectacular para centrarse en lo que conmueve. A este respecto tengo que señalar de qué forma tan sutil nos llevan los actores hasta la sorpresa anunciada del dolor por la ruptura, cómo la contención es una herramienta que arroja verosimilitud a la trayectoria de los acontecimientos apenas revelados por el texto. Nos damos cuenta en las escenas finales que todo el tiempo hablábamos de emociones, porque lo emocional nunca nos puede ser ajeno. La emoción es la sustancia que engrasa la inteligencia, el caldo de cultivo de la vida humana.

Este modo de la función de deslizarse hasta el final, sin siquiera hacer ruido, con la dificultad añadida de cambios de código en lo lingüístico, le permite al público instalarse en el aquí y ahora, como si el espacio y el tiempo no fueran coordenadas a tener en cuenta. El planteamiento es actual, desde luego, pero también atemporal, ya que transciende la época indagando en la sustancia sensible que nos conforma.
Los protagonistas de este juguete erótico con-sentido, cuentan con mi respeto y mi admiración. María Morales es actriz reconocida por sus papeles en cine y televisión, yo la sigo en el teatro. Sobre el escenario, maneja la pasión por este arte de la actuación con maestría. A Carlos Troya no le reconocía, error mío, porque es fantástico. También trabaja en diferentes medios. Juntos hacen un tándem que nos atrapa. No solo había química entre ellos, eso que dicen que no siempre ocurre, lo que había era profesionalidad y fe en lo que querían transmitir, disposición total en cuanto a provocar belleza artística.
Pilar García Almansa es actriz, dramaturga, directora, productora y periodista. Es una intelectual, una artista en la vanguardia del panorama sociocultural madrileño. Pero, sobre todo, es una mujer comprometida a nivel político. Arremete contra el patriarcado desde diferentes frentes. En esta obra se visibiliza, por ejemplo, la falta de consenso entre hombres y mujeres en cuanto a los cuidados de los hijos e hijas comunes, lo que estas circunstancias afectan a las trayectorias profesionales de las mujeres. Y tantos otros temas que son ingredientes que suman, no faltos de controversia. No voy a desvelar. Lo mejor es acercarse a los Teatros Luchana y poder luego contarlo en primera persona, hacerse eco de la experiencia, como ahora mismo yo acabo de hacer. Solo la acción nos libera.

Cama

Dónde: Teatros Luchana
Dirección: Luchana, 38
Autor: Amaya Galeote (coreografía)
Directora: Pilar G. Almansa
Intérpretes: María Morales, Carlos Troya

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Crónicas

MJ CORTÉS ROBLES

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© Jacobo Medrano

Carlos Troya
Cama : María Morales, Carlos Troya Pilar G. Almansa
PILAR G. ALMANSA
María Morales
Teatros luchana Madrid
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Sylvère Caton

Notre Innocence

Notre Innocence

Texto y dirección: WAJDI MOUAWAD

Una mirada al mundo

Wajdi Mouawad es un autor genial, un director de vanguardia, reconocido a nivel internacional. Anhelaba ir a su encuentro la mañana del domingo, que el eco de su voz me retumbase en el pecho, de nuevo.

Mi vida últimamente es un espléndido caos que trato de disfrutar. A las once y media estaba en Teatro de la Abadía. La cita era a las doce. -¡Qué poco habitual una función de mañana para público adulto!- Hice una foto al jardincillo aledaño tras las rejas, tenía tiempo de sobra. Me dirigí a uno de los bancos junto a la antigua iglesia, para esperar sentada a que abriesen las puertas, cuando la vigilante del edificio colindante me interpeló sobre mi presencia a esas horas. Le expliqué, se extrañó. Me explicó ella a mí: ese lugar del jardincillo que me parece tan mágico es una residencia infantil. “Ahora les llaman así” -me dijo- “Son centros de internamiento para niños con problemas”. Mi extrañamiento evolucionó a sospecha. Comprobé datos en el móvil: me había equivocado de teatro. No creo en las casualidades. Cogí un taxi que corrió lo que pudo. El taxista me contó que de niño le copió a alguien un artilugio que él vendía a comisión, un juguete artesanal del que tuvo que descubrir el mecanismo, para poder fabricarlo él mismo y venderlo en El Rastro. Le imaginé como un inventor atrapado en esa tarea de conducirme a un destino.

Llegué a tiempo al Teatro Valle Inclán. Me senté en mi butaca. Sobre el escenario, un ciclorama impoluto y una hilera de sillas de tijera dispuestas en horizontal, vacías, enfrentadas al patio de butacas. Me puse a contarlas. Imaginé un paredón, un juicio, una sala de espera de hospital. La atmósfera era fría, aséptica. Rogué que no se interpusiera en el ángulo de mi visión alguna alta cabeza. De vez en cuando, giraba la mía, para comprobar la cantidad de jóvenes entre el público. No sé por qué pensé que iban a ser muchos. Sí había jóvenes, pero no tantos, no de tan corta edad. Había que conformarse. Estábamos todos, no cabía nadie más.

Una joven tomó el proscenio para dar testimonio. Nos reveló en francés el origen del espectáculo, su implicación con el proyecto. Sobre su cabeza los sobretítulos lanzados a mano con maestría, texto maravillosamente traducido por Coto Adánez. Trajo consigo la actriz el entusiasmo, ese torrente de la edad temprana. Envidia y sed, desde mi posición silenciosa. Durante la función, me fue calando hasta los huesos un sentimiento de pérdida. Al salir del teatro, me sobrevino una honda melancolía, junto con el intenso escalofrío que provoca la belleza, y algo semejante a la esperanza.

Pero antes, se fueron sumando cuerpos al escenario. Sentados o de pie, con la palabra o sin ella. Narrando o escuchando la experiencia del proceso artístico común desde su perspectiva única. Fueron reuniéndose en el centro, hasta ocupar el mínimo espacio, conglomerado de pulsos y respiraciones desafiantes, en pie. Como si de un único cuerpo se tratase, fui zarandeada por dieciocho voces jóvenes y diversas que brotaron al unísono, para desintegrarse más tarde en individualidades cargadas de sentido, repletas de matices. Algo intuitivo y salvaje que andaba enroscado en mis entrañas, comenzó a escocer como una antigua herida. Ese fantástico coro me trasmitía su dolor, su rabia, su asco y su agotamiento. Nos llevaron de un lado a otro de las emociones, siguiendo diferentes ritmos y cadencias que iban construyendo. Por momentos parecían trenes en marcha, acelerando contra el precipicio de nuestra presencia. A ratos, desfallecían, en espera de recuperar el aliento. ¡Qué tensión en esos silencios! Suponíamos que tendrían que parar definitivamente, pero aún no, retomaban una y otra vez, parecía infinito y, eso, me generaba angustia. La intuición de un final siempre genera algo, a algunas personas risa nerviosa, a otras, algo más íntimo y rotundo. El discurso era violento y hermoso, no todos los oídos están predispuestos a escuchar lo que no suele pronunciarse. Todo lo que se refiere al cuerpo conlleva sangre y fluidos, celebra la vida o amenaza muerte. Todo lo que se refiere a la muerte es tabú, pese a los ritos. La libertad máxima estriba en decidir entre la muerte voluntaria e instantánea, o el empeño en vivir a toda costa. No cualquiera puede decidir parar de vivir, matarse sin permiso. Por otra parte, imposible decidir dejar de morirnos. Queda demostrado que no es sencillo. Pero hay que elegir, día a día.

Las personas se definen por sus acciones, por sus hechos. Habría que dilucidar la veracidad de esas acciones, el verdadero sentido de esos hechos. Las apariencias engañan, lo hemos olvidado. El mundo que habitamos está instalado en lo ficticio. Se fomenta la mentira como herramienta útil al negocio. Estamos atrapados en una sociedad de consumo que nos engulle. Así que lo más fácil es depender de todo lo físico, vampirizar la materia.

Pero somos algo más que materia, aunque nos cueste imaginarnos fuera del cuerpo. La intuición es el esfuerzo de lo intangible, no parece necesaria en estos tiempos virtuales. La necesidad de misterio que nos constituye pretende saciarse a base de mundos paralelos, a través del vínculo irreal que se establece entre perfil y perfil, en redes sociales agitadas por intereses egocéntricos, sumidos en juegos de roll en los que probar identidades frustradas… La esencia de lo humano parece perdida, sola, deambula en algún limbo. Nos ocupamos en estar ocupados, nos entretenemos en entretenernos. Mientras los valores de antaño nos interpelan, tristes y famélicos. ¿Cómo no desencantar a los jóvenes, herederos del mundo? Y, sin embargo, no hemos logrado extirparles la alegría. Eso es insólito.

Puedo certificar que este elenco de artistas que se subió al escenario del Teatro Valle Inclán en horario matutino, es de una misma generación, de entre veinte y treinta años. También asegurar que su actuación fue sobresaliente. De la fuente vital de cada uno de esos jóvenes ha bebido Mouawad para escribir a medida que se ensayaba, dirigiéndoles él mismo. El montaje de Notre Innocence ha sido producido por Théâtre National de La Colline, institución cultural con sede en París, subvencionada por el Ministerio de Cultura francés. Y llegó a Madrid, donde el Centro Dramático Nacional lo incluyó en su ciclo Una mirada al mundo. Me considero afortunada, soy testigo.

Dice una amiga mía que hay grupos que pueden ser muy tontos, incluso aunque las personas que los conforman posean una gran inteligencia emocional. Creo que al público de esa mañana le salvó la intuición. Como grupo humano congregado alrededor de un ritual, dejamos que nos invadiese el misterio. Aunque no lo conjuramos, no intentamos contradecirlo. Lo aceptamos.

La inocencia, vestida de futuro, nos busca, solicita que transitemos con ella la oscuridad. Nos desentendemos, la negamos. Ella se instala en el umbral, allí donde el nacimiento y la muerte son una misma cosa. Y nos susurra proverbios:

-“Estoy aquí, os veo. Por favor, sed sublimes, sed magníficos”

Reparto

Emmanuel Besnault
Maxence Bod
Sarah Brannens
Théodora Breux
Hayet Darwich
Lucie Digout
Jade Fortineau
Julie Julien
Maxime Le Gac-Olanié
Étienne Lou
Aimée Mouawad
Hatice Ozer
Lisa Perrio
Simon Rembado
Charles Segard-Noirclère
Darya Shezaf
Paul Toucang
Yuriy Zavalnyouk

Equipo artístico

Escenografía Clémentine Dercq
Iluminación Gilles Thomain
Vestuario Isabelle Flosi
Música Pascal Sangla
Sonido Sylvère Caton / Émile Bernard
Vídeo Julien Nesme
Ayudante de dirección Vanessa Bonnet

Producción

La Colline – théâtre national
Con la participación artística de Jeune Théâtre National
Con el apoyo de Fonds d’Insertion pour Jeunes Artistes Dramatiques, DRAC
y Région Provence-Alpes-Côte d’Azur y de la Délégation Générale du
Québec

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Crónicas

MJ CORTÉS ROBLES

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(fotos de ensayo) © Simon Gossellin

Gilles Thomain
Clémentine Dercq
Isabelle Flosi
Pascal Sangla
Sylvère Caton
Émile Bernard
Julien Nesme
Vanessa Bonnet
La Colline
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UN ENEMIGO DEL PUEBLO

UN ENEMIGO DEL PUEBLO

UN ENEMIGO DEL PUEBLO

Henrik Ibsen

Versión libre y dirección: ÁLEX RIGOLA

Se celebraba el 40 Aniversario de la Constitución Española. En el Pavón Teatro Kamikaze no cabía un alma. Expectación, rumores sobre posibilidades contrapuestas. Nos había reunido allí Un Enemigo del Pueblo. Sentados en el patio de butacas, Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero. Sobre el escenario una ausencia no impuesta: Willy Toledo, actor, productor de teatro y activista político que, como muchas personas residentes en España, suele “cagarse en Dios” muy a menudo. Me cago en Dios y, de paso, me incluyo.

En contraposición, asistieron ese día a la función un hombre negro con voz alta y clara, una mujer blanca que se agarraba al “menor de los males”; mi amigo Manuel, que sintió ganas de abrazar a Pablo Iglesias porque le percibía agotado… Lástima que no llegó a hacerlo, mi amigo… Monedero habló, Pablo, no. “La persona poderosa es la que está más sola”. Cuanto más poder, más responsabilidad, si se asume. Hay opciones políticas que ofrecen alternativas únicas, el peso sobre sus líderes debe ser inmenso.

Decía Alex Rigola, en rueda de prensa, que a él le importaban las personas, no los personajes. Recuerdo su visión de El Público, de Lorca, en Teatro de la Abadía… Recuerdo la interminable y vertiginosa caída de máscaras del simple, arquetipo de lo humano destilado hasta su esencia… A mí, como cronista, lo que me interesa es el Arte comprometido, con dimensión ética, social y política. La estética, siempre al servicio de la ética, y no al revés.

Irene Escolar nos recibía haciendo malabarismos, manejando el mundo volátil de las ideas por encima de nuestras cabezas, con una cadencia hipnótica y una belleza de apariencia inocua. Francisco Reyes tomaba el relevo, semejante a un atleta griego que rematase la ceremonia de inicio de unos Juegos Olímpicos, apuntando con su jabalina flotante hacia el patio de butacas. Israel Elejalde cuchicheaba con un allegado del Pavón, mirándonos de soslayo, tramando algo, listo para el combate. Todo estaba bajo sospecha, porque nada se escondía. ¡Curioso! La ética quedó sujeta al peso de un agua envasada y supuestamente limpia. Y, a continuación, se nos expuso el enigma, la cuestión a resolver. Primero en el plano real, en el aquí y ahora. Tomamos decisiones que tuvieron consecuencias. Nada nuevo, esa tarde. Primó el puñetero interés, así de claro. Yo me salté mi ética a la torera, quería ver la obra. La vimos. O más bien la pensamos: la imaginamos, la razonamos y, por fin, la discutimos.

En estos tiempos en los que lo virtual nos absorbe, en los que deambulamos como zombis, presa la mirada en la pantalla, sin percatarnos de lo que alrededor acontece; se agradece un ágora, un lugar de reunión y discusión, una asamblea, un espacio abierto de la cultura. Es un gesto de artistas honrados y generosos, el enfrentarse sin armadura al envite del público, el arriesgarse a la polémica y al rechazo de los que continúan encorsetados, el transformar un clásico por considerarlo necesario y útil, no por puro divertimento.

¿Creemos en el sufragio universal? Esto no puede ser una cuestión de fe ni de romanticismo barato. La mayoría tiene la fuerza. Pero, ¿qué hay de la razón, quién la tiene? ¿Y si el planteamiento de un asunto es razonable desde distintos puntos de vista? ¿Cómo acertar al determinar lo que quiera que sea “el bien común”? Puede ser razonable lo nuestro, o lo que nos imponen, y ser al mismo tiempo una injusticia, si no para el grupo con el que nos identificamos, para alguien concreto, para un ser humano con un corazón que late como el nuestro, quizá más deprisa, porque huye del hambre o de la guerra. Por un lado la supervivencia, por otro, el negocio. Sobrevivir no es buscarse la vida, es algo más en el límite, que algunas personas de estas latitudes no hemos conocido, pero sí las de otras coordenadas y, desde luego, nuestros ancestros.

“La base está corrompida por la mentira”. La opinión de la mayoría está manipulada por los medios informativos, a través de las redes sociales. La opinión pública no es más que un amasijo de titulares y memes, de interés superficial por lo inmediato, de indignación sin reflexión, de herida abierta que supura, o de desesperanza. Prefiero mil veces el empeño en la cura, la lucha con sentido, que la rabia contenida, que el dejarse llevar, que la desidia y el abatimiento. Una buena base intelectual conforma a un espíritu libre. Pensar en solitario es bueno, pero no es solución de nada colectivo, a no ser que se comparta. El pensamiento genuino, la capacidad de reflexión, es un don que, si no se ofrece, se enquista o se pudre. Discutamos sin miedo, pero con argumentos. El miedo es la herramienta fundamental con la que el poder nos controla.

“Es una auténtica necesidad hablar con gente joven, con gente activa·” Este texto de Henrik Ibsen es sorprendente en muchos sentidos, teniendo en cuenta que su autor nació en el siglo XIX. “Pregúntaselo a la juventud y ella te responderá cuando llegue el momento”. Este es uno de esos momentos, cuestionemos el sistema, preguntemos. Les quieren tapar la boca, pero las minorías protestan, se organizan, luchan por sus derechos, por cambiar las cosas, por la justicia y por el pan. Supervivencia y libertad. ¿Dónde habré oído yo eso antes? La historia se repite. El joven negro sentado en el patio de butacas tenía un humor cáustico, nos hizo reír con su intervención, preguntándonos si le echábamos la culpa de algo. Y es que “el negocio está por encima de la persona, la democracia se transforma en demagogia.”

Nuestros argumentos son globos hinchados que se lleva algún viento. Entonces, ¿cuál es la estrella guía? La empatía, el sentido de lo humano, conjugar el verbo ante el que las razones se quedan raquíticas. No voy a escribirlo.
¡Qué proyecto vivo el del Pavón Teatro Kamikaze! ¡Cómo lucha hasta el final por clarificar su andadura! ¡Qué bien elige las voces, o qué voces tan fructíferas son las que le eligen para alzarse entre sus paredes! ¡Qué acierto, este de Alex Rigola, el hacer bajar a la arena del compromiso al graderío incontestable! El foro, la plaza pública, ahí donde habita el pulso, donde los ojos se estriban al chocar con otros ojos, donde la propia voz se nos revela como una profunda cueva; donde la persona se siente perdida, si antes no ha sabido definirse, estructurarse. Desde donde, si hay hambre, si hay daño, si hay miedo, brotarán los gritos, la estridencia insobornable.

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MJ CORTÉS ROBLES

© Vanessa Rábade
UN ENEMIGO DEL PUEBLO
Irene Escolar
Óscar de la Fuente
Nao Albet
Alex Rigola
Francisco Reyes
Israel Elejalde
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Revista de teatro número uno
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