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Wake up woman © Marc Oliver

Wake up woman

Wake up woman

Autor y director: JORGE ACEBO

CRÓNICA DE Teatro Nueve Norte

Conocí a Jorge Acebo porque Cecilia Sarli pensó en mí para que me ocupase de las labores de ayudante de dirección durante el montaje en España de Wake up woman; también para ayudar a sostener lo creado, posteriormente, tras la ausencia del autor-director. Jorge había venido a España bajo el auspicio de la Embajada Argentina, impulsado por el sueño de Cecilia de llevar este texto a los escenarios españoles y de protagonizarlo junto a Chema Coloma. A Chema y a mí nos unía un pasado artístico común, en el Teatro de Cámara Chéjov. He seguido la trayectoria de Chema como actor y como director, he escrito crónicas sobre sus trabajos, y también sobre los de Cecilia. Me interesan mucho ambos, como artistas.

Así que me reuní con Cecilia y con Jorge en un bar cercano a la estación de Atocha. Jorge clavó su mirada en la mía y defendió a su criatura. Mientras me sumergía en sus ojos azules preñados de lágrimas, pensé que era un encantador de serpientes. Serpiente o no, yo ya había quedado hipnotizada. Di un paso atrás y le pregunté si le parecía adecuado empezar a trabajar e ir tomando decisiones. Para mi sorpresa, su respuesta fue afirmativa. Durante este primer encuentro, se comportó como un progenitor posesivo que se resiste a abandonar su obra en manos de cualquiera, que necesita asegurarse de que no se malogrará hasta quedar irreconocible. Wake up woman venía ya con una trayectoria internacional a sus espaldas. Además de su éxito en Argentina, había tenido una gran acogida en México y en Estados Unidos. La responsabilidad que podía recaer sobre mis hombros no era pequeña. Jorge me explicó que esta obra trascendía lo artístico, que trataba de vivencias muy duras en las que el amor y la violencia se confundían de forma extrema, que era el resultado de destilar historias de violencia de género protagonizadas en la vida real por personas de las cuales él mismo había sido confidente. Para gestar el texto, Jorge había realizado una labor previa de investigación, entrando en contacto directo tanto con maltratadores como con mujeres maltratadas, escuchando, tratando de comprender, sumergiéndose de lleno en la problemática e intentando dilucidar cuál era la mecánica irracional que la impulsaba. Paradójicamente, tenía todo el sentido el hecho de que Cecilia hubiera pensado en mí y, por otra parte, comprendía perfectamente el celo del padre de la criatura, pero me sentí algo incómoda en ese primer encuentro, como una intrusa a la que se la observa de cerca, valorando si adoptarla o no, si dejarla ingresar en la familia con pleno derecho o hacerla esperar en la puerta. De hecho, lo primero que me dijo Jorge nada más sentarnos juntos aquel día fue: «Yo ya te odio.» Lo dijo simbólicamente, pero me pareció algo palpable. Ahora me hace sonreír recordarlo, pero en aquel momento, me puso en guardia.

No obstante, me involucré todo lo que supe y pude durante el primer período del montaje. Participé en la búsqueda de figurantes para la grabación del audiovisual que acompaña a la interpretación de los actores, durante la puesta en escena, así como en la asistencia al equipo durante esta jornada atípica. Antes, había apoyado a Cecilia en la búsqueda de subvenciones y la redacción de los textos para algunas gestiones que hicieran posible el traslado y la estancia en España de Jorge. De todas formas, considero que mi aportación es puntual, minúscula -comparada con el monumental empeño de Cecilia-, pero me siento orgullosa de haber participado en esto, de algún modo.

Me contaba Cecilia que en la primera lectura del texto, ya en presencia de Jorge, surgió la magia. No me extraña en absoluto, lo creo. En los jardines de la embajada Argentina, mientras se grababa el audiovisual, todas las personas convocadas estaban como sumergidas en el truco de un ilusionista, jugando a lo que se les proponía como niños entusiastas. Me percaté también allí de cómo cuidaba Jorge a sus actores, con cuánto amor, de cómo se entregaban Cecilia y Chema a sus cuidados y de lo que esto rentaba a la hora de trabajar con ellos. He de reconocer que me dio un poco de envidia, sentí celos, aunque también yo empezaría a recibir más tarde de este alimento: Jorge me dio un abrazo al despedirme y me llamó «mi compañera». He conocido a seductores semejantes, de los que sí se lo proponen, el seducir, por acumular poder, por el gusto en manipular. Jorge es de los que no se propone más que entregarte su corazón y su talento, aunque te pida lo mismo a cambio. Personajes con tal carisma me hacen temblar, conozco mi capacidad de entrega. Yo también soy carismática, es mi parte sana. Desde hace un tiempo, huyo despavorida cuando se nubla mi carisma.

Asistí a un ensayo más en el apartamento de Jorge y decidí quitarme de en medio definitivamente, apoyar el proyecto de este otro modo, escribiendo una crónica. Me di cuenta de que, en los escasos ensayos previos que habían tenido lugar sin que yo estuviera presente, ya se había establecido entre elenco y director una atmósfera de trabajo íntima y frágil, y que yo venía a romper esa atmósfera incorporándome más tarde, que retrasaba el trabajo. Tuve que salir corriendo del apartamento ese día, porque no llegaba a mi lugar de trabajo. Envié algunas notas a Jorge y a Cecilia, sobre mis apreciaciones durante ese ensayo. Ya no asistí a ningún ensayo más, como digo. Tanto Cecilia como Jorge se pusieron en contacto para animarme a continuar, pero por distintas razones, decidí no hacerlo.

Otro de los motivos fue el ritmo vertiginoso de trabajo que se habían auto-impuesto, dado que la estancia de Jorge en España tenía fecha de caducidad y resultaba un tiempo realmente escaso que a mí no me permitía gestionar en condiciones mi agenda sin faltar a otros compromisos, ni trabajar con Jorge de manera relajada para comprobar cómo encajábamos. Supe que se trasladaron a la sierra de Madrid, por ejemplo, y que se encerraron varios días allí para trabajar, en una vivienda de la familia de Chema. Yo no hubiera podido permitírmelo. En estos momentos de mi vida, necesito priorizar el trabajo remunerado, lo que me da de comer. Así lo hice. Me gustó saber, sin embargo, que la impresión de Jorge con respecto a mi persona estaba llena de matices y de interés verdadero. Tras nuestro primer encuentro, le había trasladado a Cecilia su decisión de incluirme como parte integrante del proyecto. Pero él necesitaba un asistente de equipo y a mí me interesaba la ayudantía de dirección. No pudo ser. ¡Quién sabe si la vida volverá a cruzar nuestros caminos y nos ofrecerá una nueva oportunidad de colaboración!

Sea como sea, todo sucede por un motivo. Jorge ya está en Argentina. Yo esperé a que la obra rodase un poco, no asistí a su estreno en el Teatro Nueve Norte, sino que solicité acreditación para asistir a la función del pasado sábado dieciocho de mayo. Y ahí estuve, con la sala a rebosar. Este lugar lo reconozco como mío: mi inclusión entre el público. Soy muy buena espectadora, de las mejores, porque conozco el oficio -ya que soy actriz y he dirigido-, y por mi sensibilidad artística. Intentaré demostrarlo continuando con mi crónica.

Lo que más me gusta de esta sala, la Nueve Norte, es su público: mayoritariamente gente joven, sumándose a un pequeño porcentaje de personas de mediana edad. Algunos de los asientos están dispuestos de modo que se inmiscuyen en el espacio escénico. Resulta muy interesante, ya que me permite observar las reacciones de algún espectador, aunque procuro no distraerme con ello, consultarlo de forma puntual.

El caso es que, tras una breve espera ambientada con canciones románticas, mis admirados compañeros salieron a escena arrastrando el peso de lo que iba a acontecer en sendas maletas con ruedas. Dos actores magníficos dispuestos a la batalla. Sus cercanas presencias auguraban una tragedia, pero sus bocas invocaron a la comedia y al amor. A su espalda podían irse leyendo los títulos de cada fragmento de la función, capítulos sucesivos que representaban, de forma simbólica y a grandes rasgos, el trascurso de la acción dramática. La distancia entre los actores, el aire que el director les impuso para mantenerles alejados, venía a añadir tensión a la ingenuidad del texto inicial. Eran dos imanes que se atraían con fuerza y se repelían por momentos. Cada contacto físico, cada trasgresión de esa distancia de seguridad en escena, resultó violenta en menor o mayor grado, subiendo de intensidad hacia el final de la obra. En contraste, las imágenes virtuales resultaban idílicas: grabaciones de momentos de vida aparentemente alegres, acontecimientos relevantes para los dos seres que se enfrentaban paralelamente en directo, cuerpo a cuerpo. Las luces y las sombras de una vida compartida. Desde el inicio se percibía oscuridad, desde la celebración de la unión, desde el sello del compromiso.

La violencia cotidiana se va filtrando como un gas invisible en la atmósfera de la convivencia, trastorna el carácter de los amigos, de los amantes, de los novios, de las parejas y de los matrimonios. La violencia cotidiana se cree víctima y es verdugo. La violencia cotidiana sufre tras ejercer su poder, se lamenta de no saber cómo controlarlo, se excusa en indicios fantasmas, culpa de sus arrebatos a aquella persona de la que abusa, a quien golpea, a la que martiriza. La violencia cotidiana va a terapia, pide ayuda, llora amargamente, se arrepiente, promete. La violencia cotidiana, fuerza, insulta, golpea, ahoga, quema, mata. Cualquier objeto al uso podría transformarse en un arma de tortura en sus manos, en el arma homicida. La violencia cotidiana se disfraza y pasa desapercibida, pero pronto se arranca el traje y se da a conocer, desnuda. Nunca fue príncipe -el que la ejerce- ni azul, ni cabalgó al encuentro de su víctima a lomos de un caballo blanco. Cuántos cuentos, cuántas falacias enquistadas en nuestro ADN. La violencia cotidiana anida en el amor romántico como un virus que corrompiese la lógica artificial de la posesión y el para siempre.

La víctima quiso comprender, se asombró de la violencia, la soportó cotidiana, se esforzó en mantenerla en calma unos segundos, tembló ante la certeza del daño, perdió la vida.

¿Dónde queda el amor? Corriendo delante del agresor, alrededor de él, como si la agresión fuese un centro que encierra a los implicados en un círculo vicioso, como un reloj enloquecido que anuncia el fracaso del tiempo.

La huella queda en el cuerpo, en el que recibe el daño y el que lo infringe. El extrañamiento de ese cuerpo que se ha amado y ya no es el mismo, no se produce, no cuentan los implicados con la distancia necesaria como para mirar y ver con escalofrío, no son capaces. Están ocupados en la violencia, centrados en ella, como si esta tarea compartida les hubiera obligado a intimar tanto que se confunden en amalgama. Es más sencillo perder la empatía cuando el impulso violento nace de la falta de autoestima. Parece haber, entonces, una justificación para el lamento, para el melodrama, para la autocompasión, para el acopio de razones por las cuales es factible matar a quien amamos, o dejarnos matar por quien dice amarnos. ¿Cómo puede ser esto posible, como puede ser cierto?

Wake up woman es, sin duda una función incómoda, los espectadores a los que podía observar hubiesen preferido estar en otro sitio, mirar para otro lado, o así me lo parecía: una pareja de mediana edad se revolvía en sus asientos mientras que en el escenario las manos de Cecilia se crispaban por el dolor, mientras dejaba escapar un grito agudo desgarrado. Como espectadores, cuando el dolor que se representa es físico, se nos antoja insoportable, lo tomamos por increíble e improbable o, por el contrario, nos vemos forzados a ocuparnos de nuestra condición animal, a asumirnos depredadores y también presas. Hemos olvidado nuestro origen salvaje, queda oculto pero vivo, tras capas y capas de civilización hipócrita y castrante. La fiera late en los corazones y ataca cuando tiene hambre. Si no se alimenta el instinto convenientemente, si no se equilibra de modo que sea consciente de sus impulsos y los someta a un control voluntario, si no se le da salida a la frustración, si no se cultiva el propio amor, la autoestima de cada individuo, la violencia como capacidad innata tiende a desarrollarse, apoyándose en daños emocionales recibidos en la infancia, mundos culturales ilusorios y normativas morales que extorsionan las conductas de colectivos concretos considerados inferiores, tomados como objetos de uso y disfrute. La violencia no es más que un síntoma de que la sociedad está enferma, padece de este cáncer maligno que se va extendiendo desde su centro. Toda la ciudadanía es responsable.

Se trata de educar y de reeducar, por eso este tipo de teatro sigue siendo imprescindible. La identificación del público con Natalia y Fede -los personajes de la ficción- es inmediata. Cuando su convivencia se convierte en un infierno para el atormentado Fede, en una cámara de tortura para Natalia, percibimos claramente que Natalia está en peligro de muerte. Y nos quedamos ahí, sentados, derramando lágrimas, como mucho nos estremecemos, nos lamentamos… Igual delante del televisor, escuchando las noticias… Francamente, yo me negué a sentir nada en un primer momento. Últimamente bloqueo mi emoción cuando es demasiado intensa, practico la contención, para no nublar el trabajo a nivel sensorial y racional. Sin embargo, cuando entré al camerino a saludar a los actores, rompí a llorar abrazada a Cecilia y apenas pude articular palabra. Seguramente esta actitud mía tiene también que ver con mi propio daño, con una forma de apartarlo, de gestionarlo.

Lo importante no es la conmiseración, la lástima, el dolor que se destila como si se tratase de agua sucia que sale a través de un grifo que se cierra periódicamente; aunque quizá sea sano y alivie en según qué momento, eso no cura. Lo importante no es tan siquiera la rabia que puede despertarse al tener acceso al simulacro artístico de un crimen, de esa violencia sistemática y sistémica que nos atenaza. Lo primordial no es la reacción inmediata, que se va por el desagüe de lo escatológico, sino la acción posterior, las acciones que se concatenan a continuación de la toma de conciencia. Si se utiliza este medio artístico para poner en la palestra un tema tan controvertido y candente como este de la violencia de género, del maltrato, será para tratar de sensibilizar y de movilizar a la sociedad en su conjunto, no para hacer llorar a un puñado de mirones que luego se van a la cama a soñar con hombres fornidos y mujeres esbeltas, desatando su pasión dormida a espaldas de sus respectivos cónyuges, por ejemplo. La cultura consumista del sexo está dañando tanto como la del amor romántico, ambas hunden sus raíces hace siglos, por eso cuesta tanto arrancar de nuestro ADN ciertos usos y costumbres. Actualmente, el morbo es un virus y un negocio, si te infectas, pagas y padeces. El que esté libre de morbo, que tire la primera piedra… El morbo frustrado, tanto como los celos patológicos, son desencadenantes de violencia. Estos y otros factores mucho más relevantes, como las creencias machistas, unidos a un precipitante como el alcohol, potencian las matanzas de mujeres a las que estamos asistiendo día tras día. Habría que cambiar las creencias, además de las conductas, ya que un cambio sin el otro no perduraría; se podrían reducir las agresiones, pero la bestia esperaría la ocasión, aparentemente dormida al fondo de la cueva. Cuando la sociedad señala y califica al monstruo, es fácil que se encoja, pero no que calme su furia para siempre. ¿Por qué le permiten entonces salir de la jaula tan fácilmente? Sigue matando, pese a las órdenes de alejamiento.

La empatía es la clave de la reinserción, si es que es posible, la clave del regreso a lo humano. Pero para ser empático hay que tener capacidad de abstracción, tener una mente aún dúctil y flexible. Algunos son de piedra; ¿a esos, ni agua? ¿Dónde queda entonces nuestra superioridad moral, nuestra propia empatía?

Pero ¿y las víctimas? ¿Es cierto eso de que son carne de cañón? La mayoría de las mujeres víctimas de maltrato no denuncian, por temor a no ser creídas, al rechazo, al estigma y, sobre todo, a aparecer muertas. Otras veces prefieren que no se encarcele a la bestia, solo quieren que cambie y deje de maltratarlas. No podemos responsabilizar a las víctimas y, sin embargo, lo hacemos, poniendo en tela de juicio sus declaraciones y actitudes antes y después de la denuncia, mirándolas con lupa, desprotegiéndolas frente a la marabunta de opiniones diversas. El responsable es el maltratador y el asesino, hay que empeñarse no solo en que cumpla condena, sino en que lo asuma, que reconozca el hecho de la agresión continuada o del crimen, acercarles a conceptos que les son ajenos y que tienen que ver con la resolución de conflictos de forma pacífica, familiarizarles con mecanismos de inteligencia emocional que les sirvan para el control de sus impulsos. Creo que es una empresa ardua, si no imposible, rehabilitar a quienes casi nunca se reconocen como maltratadores.

Centrarse en la educación desde la base es primordial, pero también lo es una respuesta política contundente en el mundo entero.

No puedo terminar el artículo sin recalcar la generosidad a diferentes niveles de la que han hecho gala estos tres artistas involucrados en el reestreno de Wake up woman en España, tanto a nivel profesional como personal. Ahora les queda recoger el fruto de su esfuerzo. Lo están haciendo, es ya un gran éxito.

Crónicas

Por MJ CORTÉS ROBLES

Imagen

© Marc Oliver - Diego López Calvin - Juli Rodríguez

Diego López Calvin
© Diego López Calvin
© Juli-Rodríguez
8 Jorge Acebo director y dramaturgo
Wake up woman © Marc Oliver
Wake up woman De Jorge Acebo
© Marc Oliver

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ANTONIO MAURIZ

ANTONIO MAURIZ

Email: antmauriz@hotmail.com


ANTONIO MAURIZ

Nacido en 1968 en Ferrol (A Coruña) y residente en la actualidad en Santiago de Compostela, Antonio Mauriz es dramaturgo, director de escena, latinista y traductor (del alemán al castellano).

Doctor en Filología Latina y licenciado en Filología Alemana por la Universidad de Santiago de Compostela, cursó asimismo estudios de Dirección de Escena en la Escuela de teatro Santart (Santiago de Compostela), bajo el magisterio de Theodor Smeu Stermin, director de escena rumano. En coautoría con la dramaturga Guadalupe Pardo Varela, ha escrito y publicado las obras de teatro El cuarto oscuro (Ediciones Kutxa: San Sebastián, 2008), por la que obtuvo el Premio Kutxa Ciudad de San Sebastián 2008, y La pecera (Ediciones de la Junta de Castilla y León: Valladolid, 2010), por la que obtuvo el Premio Fray Luis de León de la Junta de Castilla y León 2010. Obtuvo, asimismo, el tercer premio del II Certamen de nuevos dramaturgos Lanau Escénica 2015 con la pieza El tren de las trece (y trece), publicada por Ñaque (Ciudad Real, 2017) y llevada a escena y estrenada por la compañía Teatro & Teatro. O mundo do espectáculo (Almada, Portugal) bajo la dirección de Manuel Joâo (XXII Mostra de Teatro de Almada, 2018). En 2007 dirigió el montaje de su pieza inédita El mandamiento, estrenada en la Sala Nasa (Santiago de Compostela). De su actividad como latinista cabe destacar, dentro del campo de la literatura latina, su libro La palabra y el silencio en el episodio amoroso de la Eneida (Editorial Peter Lang: Frankfurt, Berlín, Nueva York, Oxford, 2003), así como sus traducciones, del alemán al castellano, de cuatro de los estudios de referencia de uno de los más prestigiosos filólogos clásicos actuales, el profesor alemán Michael von Albrecht (Universidad de Heidelberg): Virgilio (Edit.um: Universidad de Murcia, 2012), Grandes maestros de la prosa latina (Edit.um: Universidad de Murcia, 2013), Ovidio (Edit.um: Universidad de Murcia, 2014), Poetas de la libertad (Edit.um: Universidad de Murcia, 2016).


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DANIEL DIMECO

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DANIEL DIMECO

Dramaturgo, escritor y director de teatro. Graduado en Ciencias Políticas, con especialización en Relaciones Internacionales, y Máster en Gestión Cultural. Co-fundador del laboratorio de creación teatral Karoo Teatro y administrador del blog Café Copenhague. Coordina laboratorios teatrales y talleres de novela y autobiografía. Se ha formado en dramaturgia, narrativa y dirección con José Ramón Fernández, María Tena y Carlos Tuñón, respectivamente, y en guion cinematográfico en Central de Cine. Formó parte del Laboratorio Espacio Abierto dirigido por Benito Zambrano.

En teatro: autor y director de La manada (Ñaque Editorial 2017), Premio Max Aub Ciutat de València 2016, estrenada en Madrid en octubre de 2017. Las entrañas del jaguar, Segundo Premio Fatex 2016 (edición bilingüe castellano-portugués). La mano de János, Premio Buero Vallejo 2010; autor seleccionado por Fundación SGAE para el I Ciclo “El teatro se lee en la Berlanga” 2015; obra traducida al griego y estrenada en Atenas en 2017. Déjame ser la sombra de tu perro, Premio Mejor Autor y Mejor Espectáculo en el Festival de Teatro de Bilbao 2014 y Premio Mejor Equipo Artístico en el Festival de Teatro Joven de San Sebastián 2014. Mirando pasar los trenes, Premio Autores Nacionales 2009 (Buenos Aires), finalista del Premio Josep Rubrenyo 2008 (Barcelona), estrenada en Buenos Aires en 2010. Los ojos (cosidos), estrenada en Microteatro por Dinero en 2013. Asimismo, es autor de Ojos de sal, La sonrisa de los alcaravanes y El ángel azul, Premio de Teatro Breve Rafael Guerrero 2008. Ha trabajado textos de otros autores como: ¿Quién teme a Virginia Woolf? de Edward Albee, Sala Cuarta Pared 2013 y La puerta en el muro, de Laila Ripoll, en El Umbral de Primavera 2016.

En narrativa: El mapa de las viudas (Ed. Algaida 2013), Premio Ciudad de Badajoz 2012 (España) y finalista del Premio Clarín-Alfaguara 2012 (Argentina). La desesperación silenciosa (Ed. Barrio de Maravillas 2011), Premio Fray Luis de León 2010. Autor de los relatos Los perros ladran de noche, accésit del Premio Ciudad de Zaragoza 2012; Atrapado en Rawalpindi, 2º Premio de Moriles 2008; y Tierra de miel y leche, finalista del Certamen María Moliner 2008, entre otros.

Ha vivido en Buenos Aires, Copenhague, Toronto y París. Reside en Madrid desde el 2002.

Web: www.danieldimeco.com

Twitter: @DanielDimeco


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LA INVENCIÓN DEL LENGUAJE. LA DRAMATURGIA DE EWALD PALMETSHOFER

ENSAYOS

LA DRAMATURGIA DE EWALD PALMETSHOFER

LA INVENCIÓN DEL LENGUAJE​

Uno de los principales logros de toda dramaturgia (como de toda obra literaria) es la creación de un lenguaje propio, diferente y novedoso, reconocible como distintivo de autor. Así ocurre, en el siglo XX, con Lorca, Valle o Arrabal, por nombrar algunas de las cimas de la literatura dramática en castellano. O, si atendemos a la dramaturgia en lengua alemana, con Peter Weiss, Heiner Müller o Thomas Bernhard, dueños de un lenguaje tan personal como poderoso. Desde esa óptica, deberemos reconocer que Ewald Palmetshofer, pese a su juventud, pertenece ya a esta estirpe de originalísimas y vigorosas voces dramáticas. Su lenguaje, caracterizado por la repetición, la fractura y la musicalidad, impacta, atrapa, envuelve, sumerge en un universo nuevo y desconocido, sin igual.

Ewald Palmetshofer nació en Linz (Austria), en 1978. Las primeras piezas en que verdaderamente cristaliza toda su potencia lingüística tal vez sean hamlet está muerto. sin fuerza de gravedad y habitar. bajo vidrio . Desde entonces, hasta el día de hoy, a lo largo de solamente poco más de una década, Palmetshofer ha venido haciendo regular entrega de una serie de obras mayúsculas, entre las cuales se cuentan: fausto tiene hambre y se atraganta con una greta , animal. clase baja habría que , bandidos. genitales de la culpa , la soltera , Eduardo II. El amor soy yo y su última creación Antes del amanecer . Entre sus numerosas distinciones, cabe destacar su elección en 2008 como dramaturgo joven del año por Theater heute [Teatro hoy], una de las revistas teatrales alemanas de mayor renombre y difusión, y la concesión en 2015, por la soltera, del Mühlheimer Dramatiker Preis [Premio Mühlheim de Dramaturgia], quizá el galardón más importante de literatura dramática en lengua alemana, entre cuyos ganadores se cuentan, por poner tan solo un par de significativos ejemplos, Dea Loher y Peter Handke. Por otra parte, Antes del amanecer acaba de ser recientemente elegida por Theater heute , a través de una encuesta entre críticos teatrales, como la segunda mejor pieza dramática de la temporada 2017-18, solamente por detrás de [Am Königsweg], de su compatriota Elfriede Jelinek, premio Nobel de literatura en 2004.

Tres son las cuestiones que destacaremos de la trayectoria dramática de Palmetshofer: primero, lo que se podría llamar su filosofía social, que suele ir acompañada de una reflexión en cierta medida metafísica; segundo, su constante y fructífero diálogo con los grandes clásicos del teatro alemán y europeo; por último, la invención del lenguaje, hecho que, en nuestra opinión, tiene una especial importancia.

Respecto de su filosofía social, su omnipresente preocupación consiste en analizar la generación de los jóvenes que rondan los treinta años y en reflexionar sobre los problemas que los oprimen: su incomunicación, su complicada relación tanto entre sí como con las generaciones anteriores, su falta de futuro, su desesperanza, su soledad metafísica. En habitar. bajo vidrio nos encontramos, por ejemplo, a tres jóvenes, dos mujeres (Jeani y Babsi) y un hombre (Max), que se reencuentran después de varios años sin haberse visto y se muestran incapaces de comunicarse entre sí, de retomar las ilusiones y los amores juveniles ya perdidos o siquiera de iniciar una relación nueva. En hamlet está muerto. sin fuerza de gravedad, la anécdota es similar: dos hermanos (Dani y Mani) regresan a casa de sus padres por el cumpleaños de la abuela y por el funeral de un antiguo amigo llamado Hannes y se reencuentran con otros dos amigos de juventud (Oli y Bine) a los que no veían desde mucho tiempo atrás. Egocéntricamente ensimismados en sus preocupaciones personales (la imposible búsqueda del amor, la ausencia de sentido representada en la vacuidad del cielo), los personajes, desprovistos de fuerza de gravedad, esto es, de solidez personal, son incapaces de actuar, de poner los pies sobre la tierra. Incomunicados entre sí, flotan en un universo desesperanzado. Los padres, por su parte, no llegan siquiera a intentar comunicarse con sus hijos, sino que se dejan conducir por sus propios egoísmos personales (la animadversión de la madre hacia la abuela, la infidelidad del padre con la madre). Ante este panorama se desencadena la tragedia. En bandidos. genitales de la culpa los hijos también vuelven al hogar de los padres, pero en este caso con la intención de robar. Oprimidos por el bienestar, tanto material como espiritual, de la generación de sus padres, los dos hijos, aliados con la hija de la vecina (que se siente igualmente asfixiada por su madre, feliz y capaz de disfrutar del amor pese a su discapacidad física), les sustraen a sus padres una suma de dinero que, más que una ganancia económica, parece suponer una mezquina reparación de su sentimiento de infelicidad filial, de su falta de horizontes, del futuro que, sienten, se les ha arrebatado. El conflicto generacional aparece de nuevo en la soltera, aunque bajo una nueva luz: una abuela, una madre y una hija se ven confrontadas con el hecho de que la abuela, en su juventud, poco antes de la caída del régimen nazi, denunció ante estos a un soldado por deserción provocando así su condena y asesinato. El recuerdo de esa acción, lejos de caer en el olvido con los años, ha permanecido en el tiempo como una presencia latente que finalmente ha acabado por afectar a la familia, a las relaciones que las tres mujeres mantienen entre sí (el odio de la madre hacia la abuela, principalmente).

El diálogo de Palmetshofer con los clásicos teatrales se extiende desde la tragedia griega (Esquilo) hasta el teatro alemán de los siglos XVIII y XIX, tanto el romántico como el naturalista (Goethe, Schiller, Hauptmann), pasando por el teatro inglés isabelino (Marlowe y Shakespeare). Existe en Palmetshofer un fuerte y ambicioso interés por actualizar los principales temas de las grandes tragedias. En la soltera se trata el tema por excelencia de la tragedia griega y, en especial, de la esquílea (Orestíada): la culpa originada por un crimen no desaparece, sino que se hereda y se transmite de generación en generación como una maldición (la madre odia a la abuela como Electra a Clitemnestra). En fausto tiene hambre la atracción amorosa que surge entre ÉL y ELLA es infernal, mefistofélica, fruto del descreimiento vital y la desolación metafísica de ambos, moderna recreación del amor protagonizado por Fausto y Margarita en el Fausto de Goethe (aunque la Greta de Palmetshofer dista mucho de la frágil Margarita goethiana, como se sugiere en la segunda parte del título). bandidos. genitales de la culpa evoca la tragedia clásica de Schiller titulada precisamente Los bandidos: como en esta, los dos hijos se rebelan contra la instancia paterna (y también materna, en Palmetshofer), pero el espíritu, al menos en parte, es muy distinto; de la rebelión como ideal de libertad romántica hemos pasado aquí a la rebelión como vil salida a la opresión vital de los padres. En animal. clase baja habría que la disección de la explotación económica y sexual de Erika, una joven muy atractiva, pero carente de recursos económicos, recuerda el naturalismo (una de cuyas obras emblemáticas, Antes del amanecer de Gerhart Hauptmann, precisamente ha recreado Palmetshofer en su pieza homónima) y a Franz Wedekind (y su inolvidable personaje de Lulú en El espíritu de la tierra y La caja de Pandora). La parálisis de los hermanos en hamlet está muerto es hamletiana: ambos se debaten entre actuar o no en un mundo vacío de sentido. Como en la obra de Shakespeare, el hecho de que la madre de Hannes (cuyo nombre evoca el de Hamlet) se haya acostado con el padre de los hermanos (trasunto del tío del Hamlet shakespeariano) es uno de los factores desencadenantes de la tragedia final (el suicidio del padre de Hannes, en Palmetshofer). Por último, Eduardo II es una recreación, en clave actual, de la obra homónima de Cristopher Marlowe.

Sin embargo, el logro más sobresaliente de Palmetshofer es, en nuestra opinión, su rica invención lingüística. Es aquí donde brilla toda su originalidad dramática. Siguiendo la senda abierta por Thomas Bernhard, sus piezas teatrales vienen a ser verdaderas composiciones musicales, en las que el elemento principal es el ritmo, fundamentalmente alcanzado gracias a la constante repetición lingüística, una y otra vez interrumpido mediante la fractura del discurso y la intencionada alteración de su orden habitual. Merece la pena citar un pasaje de, por ejemplo, habitar. bajo vidrio a fin de que nos podamos hacer una idea de este recurso: «Jeani. Tú. / Babsi. Tú / Jeani. Tú. Sí. / Babsi. Tú. / Jeani. Dejado. Sí. / Babsi. Dejado ir. / Jeani. Te has dejado ir. / Babsi. Tú. / Jeani. Te. / Babsi. Te dejado ir. / Jeani. Tú has. / Babsi. Te has dejado ir. / Jeani. Por dentro simplemente dejado ir. / Babsi. Dejado. / Jeani. Siempre dejado. / Babsi. Siempre por dentro dejado.» Aquí Jeani y Babsi, después de muchos años sin haberse visto, intentan comunicarse e intercambiar sus respectivas impresiones sobre el otro, pero lo único que alcanzan a exteriorizar es un diálogo repetitivo y fracturado que no acaba de avanzar, que no consigue expresar un verdadero mensaje humano. La repetición y la fracturación lingüísticas apuntan a la fracturación e incomunicación humanas. Debido a ello, la acción se estanca y tenemos la impresión de estar asistiendo a una situación trivial, sin interés. Aunque el empleo continuo de este recurso ha podido parecer monótono a algún crítico, la repetición tiene una significación muy honda y un largo recorrido literario y teatral, sobre todo en la dramaturgia alemana del siglo XX. De ella se servía ya la tragedia griega: allí, la repetición aparece asociada al lenguaje del coro, como un estribillo que busca destacar e imponer las opiniones de la comunidad sobre las individuales del héroe trágico. A buen seguro apoyándose en ello, Heiner Müller, cuyas recreaciones de tragedias griegas son bien conocidas, elevó la repetición a principio estético-dramático en una obra como Mauser (1974): en esta, un coro formado por los miembros de un tribunal revolucionario comunista, trasunto del coro ciudadano griego, somete a juicio a un verdugo comunista con la intención de condenarlo por no haber realizado su trabajo acorde a los principios de la revolución; la continua repetición de los eslóganes comunistas por parte del coro (e incluso por parte del verdugo, que asume, como víctima, el lenguaje del poder) actúa como una forma de imposición de la ideología comunitaria sobre el individuo. Thomas Bernhard, por su parte, parece haber dotado a la repetición del sentido musical y dramático que recoge Palmetshofer. Las piezas teatrales de Bernhard suelen estar compuestas, en su mayor parte, por larguísimos monólogos de personajes, que, incapaces de establecer una verdadera comunicación con los demás, dan rienda suelta a un discurso repetitivo de sus propias obsesiones. A la vez, la acción se paraliza, o se torna banal, o simplemente desaparece. En su lugar, el lenguaje experimenta una inflación repetitiva que, lejos de constituirse, como en el coro griego o en Müller, en altavoz de la opinión mayoritaria, pasa a ser expresión de la incomunicación individual. Esa es también, como acabamos de ver, la significación que adquiere en Palmetshofer, al menos en sus primeras obras. Sin embargo, Palmetshofer no se queda ahí. A veces, como en hamlet está muerto, la repetición parece actuar como un velo que disfraza la expresión de los inefables secretos de los personajes (lo cual no deja de ser otra forma, quizá más sutil, de incomunicación humana). En dicha obra, los personajes intentan contar su historia, rememorándola, reviviéndola a través de la propia representación de la obra, pero ese relato es tan trágico, les resulta tan doloroso que no surge con facilidad, sino que se estanca en continuas repeticiones y fracturas y no llega a destilar, más que a cuentagotas, los hechos trágicos, significativamente camuflados por el discurso. Todas las piezas posteriores de Palmetshofer generalizan la repetición como rasgo principal y distintivo de su estilo, en ocasiones con el riesgo de caer en cierta artificialidad y manierismo: en fausto tiene hambre la repetición nos parece caer a veces en el simple hermetismo. Sin embargo, en términos generales, la repetición de Palmetshofer da la impresión de querer revelar un hecho fundamental: la disociación entre palabras y hechos, entre lenguaje y ser. Más allá del sentido que se le atribuya, el logro del autor es indudable, y de primer orden: la creación de un originalísimo cosmos lingüístico.

La recepción de Palmetshofer en nuestro país ha sido, hasta el momento, escasa. En la página web del Goethe Institut (www.goethe.de), el equivalente en lengua alemana de nuestro Instituto Cervantes, se pueden solicitar en red las traducciones al castellano de habitar. bajo vidrio, hamlet está muerto. sin fuerza de gravedad, fausto tiene hambre y se atraganta con una grete y animal. ¿es que no se puede decir clase baja? (así traducido) y la traducción al catalán de hamlet és mort. no hi ha força de gravetat. En el ámbito escénico, viure sota vidre (traducción catalana de habitar. bajo vidrio) fue montada por la compañía LaCosa, que también realizaría una lectura dramatizada en catalán de dicha obra en la Sala Beckett de Barcelona, en el año 2014, con ocasión de la IX edición del Obrador d’estiu. Dicho obrador fue, asimismo, el marco de una lectura dramatizada en catalán de hamlet és mort. no hi ha força de gravetat y contó con la presencia del propio Palmetshofer como dramaturgo invitado.

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Antonio Mauriz Martínez

Crónicas

© Reinhard Maximiliano Werner

© Reinhard Maximiliano Werner. Ewald Palmetshofer
© Reinhard Maximiliano Werner. Ewald Palmetshofer
Uno de los principales logros de toda dramaturgia

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Petra hellberg _ Jonas Kruse y Elisabet Carlsson y otros en Estreno en Klarascenen el 23 de agosto de 2013

El hogar vacío en el teatro de Lars Norén

ENSAYOS

El hogar vacío en el teatro de Lars Norén

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Erik y su anciano padre se encuentran en el apartamento del primero con las ventanas y las puertas cerradas. El padre busca heridas en el hijo, a las que poder echar sal. El hijo busca agujeros en el suelo, por donde poder escapar. Lo que le falta por hacer, durante el tiempo restante, es atreverse a matar.

Lars Norén también tenía un padre que solía visitarlo a menudo, un hombre mayor, lastimero y negativo. Por ello, La valentía de matar, una de las obras del autor sueco, nace de un sueño-pesadilla que tuvo después de una de esas visitas paternas, escribiéndola, la mañana posterior, en forma de diálogo. Es, a partir de entonces, cuando Norén abandona la poesía por el teatro y empieza a ir al psicoanalista.

La dramaturgia de Lars Norén podría dividirse (de un modo simplificado, claro está) en dos grandes grupos: la que bucea en los conflictos intrafamiliares, al mejor estilo Bergman y Strindberg, y las obras que exhiben la problemática de una sociedad aparentemente envidiable y exquisita como la de Suecia.

En cuanto a los problemas nacidos en el seno familiar, Norén trabaja con la precisión de un cirujano en los pliegues más ocultos de las intenciones de los personajes, exactamente allí donde anidan las desdichas, las frustraciones, las carencias que van a engendrar el drama en estado puro. El autor, apoyado en ambientaciones reales y psicológicas, muy efectivas, conduce la trama a desenlaces cruentos, brutales, paralizantes. Norén retrata estas batallas en el seno más primitivo de la sociedad, la familia, centrándose, según qué obra, en sus diferentes componentes. Así, describe las crisis en las parejas jóvenes (Demonios) y en las adultas (La comunión); las luchas entre padre e hijo (La valentía de matar); la figura de la madre como eje desestabilizador a causa de una enfermedad (El Caos es vecino de Dios); o la degradación irrefrenable que acuchilla a la progenie por culpa del alcoholismo paterno (La noche es madre del día).

El segundo grupo de obras del dramaturgo se levanta sobre las ruinas sociales y psicológicas del anterior. El propio Norén manifiesta que las interpretan «los hijos de aquellos padres que fracasaron en la sociedad como seres sociales y como padres». El máximo exponente es Fragmente, un submundo de historias aisladas que van surgiendo con más y más fuerza en cada una de las escenas hasta poblar el escenario de seres grises, con los lomos doblados y las venas abiertas. Seres que viven en los márgenes de la sociedad. Unos márgenes que trascienden lo meramente económico y que atañen, fundamentalmente, a la dignidad. La dignidad del enfermo terminal, del adicto, de los viejos, de los inmigrantes, de quienes buscan y dan sexo como un punto de encuentro vacío de toda afectividad. Un coro magistralmente ejecutado sin resquicios por donde rellenar sus almas saqueadas.

La dramaturgia de Lars Norén se alimenta de esas experiencias duras que acompañan al ser humano y que él consigue ofrecer en un tono altamente poético. Como un anatomista, parte del núcleo íntimo de la familia y, poco a poco, con el correr de los años, va abriendo su escritura hacia círculos más amplios con problemáticas que tienen como epicentro a los personajes de nuevo cuño en Escandinavia, los de la era post Olof Palme. Personajes encerrados en sus propios barrios, ciudades y realidades sociales, que padecen las iras de los desgastes psíquicos y físicos en una sociedad «extremadamente perfecta». Con Norén, los lectores/espectadores descubren una cara nórdica totalmente alejada de la sofisticación pulcra del diseño de alta gama, las postales nevadas de Gamla Stan o los románticos molinos de viento de Öland. El país que él plasma se adentra en la sordidez, en la angustia extrema y en las heridas no tan invisibles del más y mejor logrado Estado del Bienestar del mundo.

La brutalidad marginal en la que sus obras colocan las miradas de los lectores/espectadores arranca una primera pregunta: ¿dónde está la Suecia feliz, perfecta y opulenta? ¿Dónde se halla el equilibrio entre la Naturaleza y el hombre? Así, Norén desnuda a la sociedad patria en los primeros minutos de sus obras. Al verla sin ropas, el observador se encuentra ante un cuadro resquebrajado y de una intensa opacidad, como decía el verso del Nobel Tomas Tranströmer: Suecia es un extenuado barco en tierra.

Tienen las obras de Norén algo de las fotografías de Misha Goldin y de los escenarios de Gregory Crewdson: hombres y mujeres figuradamente encadenados; brazos de sillones con la pana desgastada; mesas magulladas, con frascos de pastillas; paquetes de cigarrillos; vasos usados; botellas vacías y seres en la intimidad más grosera. Y con esto no nos referimos a la sexualidad/genitalidad, sino a la transmisión del horror de lo íntimo a partir de las manías, las neuras, las desesperaciones y, posiblemente, uno de los grandes temas de este autor: los miembros de la familia en su propio círculo de incomunicación patológica. Una debilidad temática compartida con muchos otros autores de la literatura escandinava.

Los personajes que trabaja no saben decirse las cosas, mucho menos ser sinceros con los propios. Es un perfecto creador de analfabetos afectivos. Todos estos rasgos los convierten en seres mentirosos, introvertidos, atormentados y con una enorme necesidad de revertir el rumbo de sus existencias desde el fondo de pozos de opresión.

Una de las grandes virtudes de la dramaturgia de Norén es la contención. Durante sus obras, la boca del volcán permanece cerrada pero va dejando que poco a poco se vayan hinchando sus paredes, sólo permitiendo breves fugas/escupitajos de lava lanzados al estómago del lector/espectador. Norén es lo opuesto a la estridencia, al histrionismo, al efecto buscado a través de los gritos destemplados y tantas veces reproducido en el teatro vacuo. Poco a poco, las luchas soterradas y las fugas de cólera van in crescendo hasta llegar a la devastación total de los personajes. Una suerte de erupción progresiva de la que es imposible abstraerse, hastiarse o evadirse.

Lars Norén creció en un hotel. Sus padres, que eran muy diferentes entre sí y vivían en una tensión constante, regentaban una pequeña pensión en la que siempre había gente de paso. Allí iban a parar personas que emigraban a América y otras que regresaban del exilio a morir en Suecia. Aquello, según palabras del propio Norén, no era un hogar verdadero, sino un sitio inseguro donde él se sentía perdido y en el que veía poco a sus padres. Un padre y una madre ausentes. Basándose en lo vivido, una de las características en la creación de personajes de Norén es la existencia de padres (hombres) con fuertes rasgos tiránicos que esconden y, a la vez, muestran en manifestaciones perversas y enfermizas, debilidades, carencias y frustraciones. Muchas de las criaturas de este autor y director son buscadores natos de responsables de sus heridas, de culpables sobre los que asestar los golpes que ellos mismos se infringen.

Los lugares que crea Lars Norén son figurados y reales y ambos someten a los personajes a situaciones asfixiantes. Las mochilas que acarrea cada uno de ellos los obliga a moverse dentro de jaulas psicológicas que son espacios teatrales en sí mismas.

Hoteles baratos y apartamentos en barrios empobrecidos. Cuerpos enfermos y círculos viciosos de los que es imposible salir. La suciedad se aferra a los exteriores impolutos y a los cristales transparentes. La basura personal es una tenia, a nivel individual y social: corroe y devora, desde el seno de la propia familia. ¿Cómo encontrar un refugio si la sangría psíquica es imparable?

En La valentía de matar, Norén pone en boca de «el padre» algunas de sus propias vivencias, que podría resumir la quintaesencia de su obra: En esa pensión, ¿vas a poder sentirte en casa? ¿La sientes como un hogar? Erik, «el hijo», responde: Nosotros nunca hemos tenido un hogar.

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Crónicas

Daniel Dimeco

Petra hellberg _ Jonas Kruse y Elisabet Carlsson y otros en Estreno en Klarascenen el 23 de agosto de 2013
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CARTOGRAFIAR LA DISPERSIÓN. PRÁCTICAS DE BUTOH EN MADRID Y…

ENSAYOS

CARTOGRAFIAR LA DISPERSIÓN. PRÁCTICAS DE BUTOH EN MADRID Y BARCELONA

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(Primera entrega)

A pesar de que antes de 1980 Ashikawa Yoko y su grupo Butoh-ha Sebi daban funciones esporádicamente en Europa, la presentación de Ohno Kazuo y Sankai Juku en el Festival de Danza de Nancy de ese año constituyó el punto de giro a partir del cual el Butoh salió a la escena internacional creciendo rápidamente en popularidad.

La primera referencia encontrada en prensa que recoge una actuación de Butoh en España refiere la presencia de Kazuo Ohno a finales de los años setenta en Barcelona. En 1987 Francisco García-Muñoz le dedicaba dos páginas de Primer Acto a Admirando la Argentina de un Ohno de ochenta y un años.

Un escenario grande y vacío. Ocupado tan sólo por un bailarín de ochenta y un años. Ver en escena a un bailarín de esa edad, actuando en solitario durante una hora, se convierte probablemente para muchos espectadores en el principal espectáculo. Algo insólito y excepcional. (…)

Su figura vacilante, sintiendo y representando el esfuerzo por dar un paso en escena, por mantener a duras penas el equilibrio y la compostura con un atuendo de gloria pasada a punto de descomponerse, da la impresión de que fuera a desplomarse en el abismo de la edad y del tiempo.

Ya la sola presencia del anciano bailarín travestido en una «gloria pasada», provocaba esta visión mezcla de fascinación y misterio. Es la época en que el Butoh sale de Japón y se disemina por todo el continente europeo. A partir de la década de los ochenta además se registran numerosas y repetidas presentaciones de butoh-kas japoneses discípulos de Hijikata y de Ohno como Yoshida Mitsuo, Iwana Masaki, Ikeda Carlotta o Nakajima Natsu.

Por otro lado, los escenarios españoles de la época echaban en falta la confrontación con espectáculos internacionales que ayudaran a curar, en palabras de Moisés Pérez Coterillo, «el astigmatismo crónico de nuestra escena provinciana». Claro que desde entonces numerosos butoh-kas japoneses se han presentado en escenarios españoles en solitario o en compañías como Dai Rakuda Kan dirigida por Akaji Maro, quienes en años recientes se han presentado dentro del Festival Madrid en Danza.

Pero en sentido general para los artistas españoles el camino hacia el Butoh ha sido variado y responde a necesidades personales de muy diversa naturaleza. Algunos de ellos han estado trabajando fuera de España durante algún tiempo, con maestros japoneses, y luego han regresado incorporando aquello que han aprendido, adaptándolo, como el caso de Andrés Corchero (se formó y trabajó en Japón durante 10 años con Ohno Kazuo y Tanaka Min), Joan Soler (se formó y trabajó en Japón al lado de Ohno Kazuo y su hijo Ohno Yoshito), Sua Urana (se formó con Ohno Kazuo, su hijo Yoshito y Tanaka Min) o Marianela León (se formó en Francia con Masaki Iwana). Por otro lado, numerosos maestros japoneses han visitado ambas ciudades impartiendo talleres y mostrando su manera de entender esta danza, de manera individual por el esfuerzo de los propios interesados o invitados a festivales como el Barcelona en Butoh .

El Butoh se ha convertido desde su dispersión global, en territorio de pasaje entre formas escénicas, modos de pensamiento y de estar en el mundo entre oriente y occidente, y ese puente entre las tradicionales «antípodas» recupera ecosistemas culturales y escénicos imprescindibles en el contexto contemporáneo. Pero además hoy puede considerarse también punto de referencia indispensable al hablar de investigación en torno a lo corporal, ya que las manifestaciones escénicas que pueden agruparse bajo este epíteto en la actualidad, son muy dispares y en algunos casos el nombre Butoh ni aparece ni determina, pues lo fundamental es, en palabras del propio Corchero, encontrar el propio lenguaje.

Más que encontrar un estilo, encontrar un lenguaje, un vocabulario, una manera de entenderse y que tú puedas entender tus propios cambios y cómo eso une universalmente a multitud de personas. Porque lo que sí yo he entendido del Butoh es que es algo que no pertenece es algo que es universal; es como el cuerpo, el cuerpo es una cosa universal que conocemos todos desde pequeños […] Lo que no es universal es aprender una coreografía, repetirla y ya está; lo que está antes de eso es universal; si tú puedes hacer eso repitiendo esa coreografía, estarás en el camino del Butoh aunque la forma sea contemporánea, entre comillas; si no estarás en otro camino.

Cartografiar la dispersión se refiere a descubrir (que no abordar en su totalidad) un quehacer en Madrid y Barcelona en parte sumergido, que por lo general no aparece en las carteleras de programación sino que se mueve por salas pequeñísimas o espacios no convencionales de representación, con el ánimo de extraer algunos motivos esenciales y recuperarlos como parte de la práctica escénica contemporánea vinculada a la investigación y la experimentación.

Este será el primero de una serie de escritos que saldrán en números sucesivos, y que tienen como objetivo fundamental visibilizar un complejo mosaico de fragmentos dispares que son las prácticas de danza butoh en tales ciudades, yendo de un creador a otro, intentando dar luz a la manera que ha tenido de enraizar y desarrollarse en los cuerpos de esta parte del mundo.

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Crónicas

Evelyn Viamonte Borges

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®foto: Pierre Rivero ®foto: Hulki Okan Tabak

®foto: Pierre Rivero Barcelona 2013
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FERTILIDAD

LOS AÑOS DE LA FERTILIDAD

CRÓNICAS DEL Centro internacional de Artes Vivas NAVES MATADERO

LOS AÑOS DE LA FERTILIDAD

Por Evelyn Viamonte Borges

Acercarme a Naves Matadero para ver una propuesta escénica fruto de un proceso de investigación es un gusto preñado de grandes sorpresas. Investigar en artes escénicas abarca siempre una cuestión esencial que no se formula en alta voz, pero que subyace como especie de telón de fondo, pregunta ontológica que nunca cesa pues no haya su respuesta en lugar alguno (verbigracia en montaje alguno). Es una cuestión necesaria porque reivindica la propia necesidad de hacer teatro hoy, y cada día. Eso lo tiene claro Emilio Rivas, a cargo de quien ha estado la dirección de esta particular reflexión escénica, muy cercana a la autoficción.

Descubro en el programa de mano al menos tres grandes bloques temáticos que vertebran la investigación. El primero gira en torno al acto de procrear mirado desde un punto de vista filosófico y político, que arroja así interesantes cuestiones, tanto prácticas como metafóricas. «Fertilidad es una palabra importante» dice Emilio en el programa, «enmarca un período y una posibilidad». A partir de estas primeras reflexiones en torno a la decisión de tener un hijo y sus consecuencias, se comienza a desvelar todo el entramado de pensamientos del autor-personaje, y una cosa lleva a la otra. Del acto de procrear como gesto político al contexto de una España que parece apretar el cuello de los artistas, esos últimos disidentes en este mundo globalizado donde «salir al escenario es un acto de resistencia». Porque procrear es también definir una manera de estar en el mundo, una forma de posicionarnos política y filosóficamente. Pero Emilio quería «hacer teatro desde la alegría» y estos pensamientos que le acechan no le dejan mucho espacio; para ser feliz hay que estar satisfecho, Emilio, y tú querías «conquistar el mundo para una vez conquistado hacerlo un mejor lugar». ¿Cómo lo hacemos?

Me encuentro en el calor de la sala ante un discurso inteligente, con grandes contradicciones insolubles, grandes preguntas que no tienen una respuesta únicamente sino que obligan a quien las hace a elegir, y elegir es siempre desestimar una alternativa que pudo ser mejor, es estar siempre al borde de una encrucijada.

Por momentos la sala se llena de risas, algunas nerviosas, casi siempre cómplices, como si confraternizáramos desde nuestros asientos.

Y he aquí que llegamos al tercer gran bloque de ideas que como una cascada se han desparramado por la sala oscura llena de espectadores atentísimos que asistimos al teatro. Asistir en su doble acepción: porque el público está allí, asiste, y porque ayuda a que el acto tenga lugar. Siempre se comparte algo importante cuando asistimos a un acto escénico. Y es que en Los años de la fertilidad la investigación parece plantearse también la pregunta ontológica sobre el quehacer teatral y su función sagrada como «algo que aún no hemos perdido», explica Emilio en el programa de mano.

Veo esta propuesta como un acto escénico en el sentido de una acción que se lleva a cabo sobre la escena, de una reflexión escenificada y compartida; hay una intención de puesta en escena que abiertamente apuesta por la simplicidad y la desnudez; tanto por la sencillez de los recursos escénicos como por el trabajo actoral que transforma cuerpos en arquetipos para devolverlos otra vez al estado de cuerpos, despojados de la máscara personaje, cuerpos diegéticos, cercanos. El uso reiterado de proyecciones, tanto de imágenes como de textos, y esa voz en off que nos participa de los pensamientos más íntimos del autor-personaje generan y propician también ese espacio abierto y reflexivo.

Para hacer la crónica de mi vivencia aquella noche fría en el calor y la oscuridad de la sala he necesitado profundizar en algunos temas que me atrajeron de esta propuesta y que luego han seguido dando vueltas en mí como puertas posibles. Cuando el teatro se convierte en una posibilidad de cuestionamiento de todo lo asumido, de todo lo social y políticamente correcto, cuando al dejar la oscuridad de la sala te atrapa el deseo de caminar sola, de irte pensando en lo que te han dejado, como quien vuelve la mirada una vez más sobre lo ya visto y lo descubre de otro modo, entonces el teatro se vuelve necesario, cada vez más necesario. Rescoldos crepitan aún en el fuego del hogar. Gracias mil.

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Crónicas

Por Evelyn Viamonte Borges

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Foto Mario Zamora / Ximena y Sergio

La Ofrenda (c) Ximena y Sergio
Evelyn Viamonte Borges
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La Ofrenda (c) Mario Zamora
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Alma Negra

Alma Negra

Reportaje:

Alma Negra

Edición 42. Festival de Butoh Ibérico

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1 de febrero de 2018, noche en casa. Recibo un email inesperado de Jonathan Martineau donde me invita a impartir un intensivo de tres días en la siguiente edición de Alma Negra, el festival de Butoh Ibérico que viene organizando junto a Matilde Javier Ciria desde hace algunos años, que se celebraría del 28 de junio al 8 de julio en Águeda, Portugal. De inmediato digo que sí; me apasiona la idea de participar en este Festival que llevo siguiendo como espectadora e investigadora de la danza butoh desde hace algunos años. 

El proyecto Alma Negra Festival de Butoh Ibérico surge como una plataforma para la investigación, difusión, creación y exhibición de la danza butoh en la península ibérica, a partir de una pregunta que en cierta forma yo también me hacía cuando investigaba para mi tesis doctoral: ¿cómo se transforma la danza butoh en nuestra sociedad? ¿Cómo esta forma de danza teatro que surge en Japón hacia 1959, y cuya expansión y ramificación a nivel mundial es hoy un hecho, se transforma y desarrolla dentro de la península ibérica? Se trata de un punto de partida desde donde abordar la investigación escénica en torno al cuerpo que busca su danza o eso que Mónica Valenciano llama “la voz del cuerpo”.

Desde 2015 Alma Negra tiene la edición 0 que se desarrolla en Madrid durante el puente de la Constitución. Desde 2018 también cuenta con la edición Plan B que sucede en Barcelona durante la Semana Santa y la edición Conquista que es itinerante. La edición 40º se desarrolla en verano durante 10 días; esta ya lleva dos ediciones en Águeda pero me dice Martineau que viajará, y con seguridad así será. Como puede verse, los organizadores de este festival han optado por una estrategia de crecimiento que tiene que ver con la sutileza inherente al Butoh, así en lugar de querer plantar un enorme baobab, han optado por esparcir muchas pequeñas semillas por muchos sitios invadiendo y ocupando pequeños territorios con mayor asiduidad.

Las condiciones que proponen Jonathan y Matilde son, según mi manera de ver estas cosas, las ideales para crear un ambiente de investigación y búsqueda profundas. Muestras de trabajo por parte del profesorado invitado, participación obligatoria en los demás talleres cuando no impartes, convivir, investigar, colaborar, “ayudar al parto” durante los laboratorios de creación, tales son las premisas organizativas para aquellos que tenemos la suerte de ir a compartir nuestra visión del butoh. El trabajo comienza desde el desayuno hasta la noche; las tareas cotidianas son compartidas por todos los participantes sin excepción creando equipos de limpieza y ayuda a la cocina. Esto que parece fútil ayuda sin embargo a una mayor compenetración entre los participantes y desarrolla un espíritu de disciplina y humildad necesarios para el trabajo.

El programa del festival deja sin embargo espacio para todo, y contempla también los tiempos necesarios para el descanso, en un ambiente festivo y veraniego. Sus organizadores lo han dividido acertadamente en dos bloques separados por un día “bisagra” pensado para el reordenamiento individual antes del final del evento; en el primer bloque las mañanas las dedicamos a los talleres largos que durarían seis días, impartidos por Sara Pons y Rosana Barra, y las tardes a los intensivos de tres impartidos por Marleje Jöbst y yo; en las mañanas del segundo bloque continuamos los talleres de seis días y las tardes las empleamos en los laboratorios de creación. En las noches, jam, presentaciones, cine, charlas, celebración. 

Esta edición a la que tuve el inmenso placer de ser invitada como profesora junto a Rosana Barra, Marlène Jöbstl y Sara Pons, la número 42, se desarrolló en el Parque Municipal Alta Vila de Águeda. Un ambiente rural que hacía olvidar que estabas en el corazón de una pequeña ciudad cubierta de paraguas coloridos; dentro del parque de estilo romántico con trayectos sinuosos, pequeños puentes, lagos, árboles exóticos y falsas ruinas según el estilo de “Fin de Siclee”, unas estupendas y restauradas edificaciones del XIX abrieron sus puertas a unos 27 participantes que durante diez días se sumergirían en un viaje de exploración artística y humana. 

Sara Pons nos ofreció durante seis días su experiencia en el trabajo corporal que propone el Body Weather, una práctica que nació en Japón en la década de los 70 a partir de las experiencias y el trabajo conjunto de Min Tanaka y Hisako Horikawa. El BW es un laboratorio de investigación en torno a lo corporal que profundiza en la conexión cuerpo-espacio, desjerarquizando la relación entre ambos, explorando las conexiones para aprehender el espacio como una prolongación del propio cuerpo en un proceso de mutabilidad constante. El entrenamiento del BW se divide en tres partes. El entrenamiento en la sala incluye una serie de ejercicios que se conocen por las siglas MB, que responden a las palabras inglesas body/mind (cuerpo/mente), pero también bones and muscles (huesos/músculos); es un concepto que implica el trabajo conjunto de la mente y el cuerpo en busca que un equilibrio que le permita la escucha y la transformación. En esta parte se trabaja coordinación, reflejos, elasticidad y motricidad en todos los sentidos, sirviendo además de calentamiento y preparación para el trabajo posterior, pudiendo llevarse hasta encontrar el agotamiento extremo en el practicante, de forma que pase a otro estado de consciencia favorable a los procesos de trabajo. En otra fase del entrenamiento se desarrollan las investigaciones sensoriales y la consciencia espacial, preferentemente en un entorno natural, aunque cualquier espacio abierto puede ser idóneo para la investigación; en esta parte también se trabaja con imágenes y texturas que se corporizan. Finalmente el trabajo de manipulaciones se desarrolla en parejas y abrimos, relajamos, entramos y dejamos entrar.

Rosana Barra en el otro taller largo nos guió de forma mágica en ese viaje individual en el que cada uno busca y descubre sus propias puertas por donde penetrar y descubrir su danza. Como la gran facilitadora que es, fue llevándonos de un espacio a otro, de un estado a otro, en una investigación donde en vez de funcionar como creadores, “somos creados”, para de cierta manera salir revitalizados. Porque para Rosana el Butoh es un proceso de rendición, de ponerse a disposición de algo en nosotros que intenta superar los egos, que busca una danza que nace desde el alma, para decirlo en sus propias palabras.

Marlene Jöbstl y yo estuvimos por las tardes en talleres intensivos de tres días. Aunque no pude estar con Marlene porque coincidíamos en horarios, creo que en ambos la cuestión de la corporalidad estaba presente como punto de partida, del cuerpo no como instrumento o herramienta para el trabajo escénico, sino como punto cero foucaltiano, como la única realidad que no se puede mirar desde ningún punto de vista, sino que se participa de ella y de la cual no me puedo desprender. Porque no tengo un cuerpo sino que soy ese cuerpo, es preciso en este trabajo desarrollar la capacidad de escuchar con atención su tenue susurrar, escrutar desde donde resonar y seguir ese hilo de Ariadna a través del laberinto. Es un buscar minucioso y no menos placentero. Bajo esta premisa propongo también descongelar la voz, escuchar y seguir sus apetencias.

Durante las tardes del segundo bloque desarrollamos y fuimos “ayudantes al parto” en los laboratorios de creación de todos los participantes. No dirigimos ni coreografiamos. Con absoluta libertad formaron grupos, algunos prefirieron trabajar solos, con la misma libertar escogieron el tema sobre el que trabajar y el espacio idóneo para el desarrollo de su investigación y su performance final. Una vez creados los grupos, las cuatro profesoras y los dos organizadores del festival nos repartimos el trabajo de manera que cada uno trabajara durante una hora con todos los grupos en algún momento del proceso. Los participantes por otro lado, tendrían que lidiar con las opiniones de cada profesor/guía/ayuda al parto, consensuar y tomar sus propias decisiones. 

No menos importante dentro del concepto de todo el festival son las jam sessions nocturnas, algunas de las cuales hicieron honor a su origen propiciando una barahúnda agolpada y disforme de cuerpos que a menudo se estorbaban y espachurraban mutuamente. No hay meta ni objetivos en estas sesiones, tales cometidos escapan definitivamente a sus competencias; ejercitan sin embargo la buena costumbre del derroche dancístico cuyo único fin es el disfrute espontáneo de quienes lo practican.

El festival concluiría con una performances colectiva en la plaza del Ayuntamiento del pueblo. Aunque el día anterior hicimos un ensayo del movimiento grupal dentro de la plaza, el día de la actuación nos reunimos una hora y media. La gente pululaba ya por todas partes como parte del ajetreo festivo de la jornada. Nuestra pauta para el trabajo fue caminar por la ciudad, entre la gente, durante 10 minutos desde el centro de la plaza hacia un lugar sin premeditación. Luego tendríamos una hora y cuarto para regresar al mismo punto investigando el material desarrollado durante los laboratorios de creación, ya fueran personajes, movimientos, imágenes, tendencias, poesías… Fue una maravillosa deriva por toda la ciudad inundada de cuerpos danzando interactuando con el espacio urbano, con las gentes, con los muros, los coches, para finalmente penetrar la plaza, ocuparla, transitando múltiples yoes, desapareciendo luego en movimiento muy lento hasta llegar al suelo, expandiéndonos allí, fundiéndonos con el entorno, cada vez más.

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Crónicas

Evelyn Viamonte Borges

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© Fotos de: Rauñl Bartolomé

Edición 42. Festival de Butoh Ibérico
Alma Negra

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Luz Arcas y Abraham Gragera

UNA GRAN EMOCIÓN POLÍTICA

UNA GRAN EMOCIÓN POLÍTICA

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Dramaturgia y dirección: Luz Arcas y Abraham Gragera

1.

Tras un verano de absurda polémica sobre si los restos de un dictador deberían o no descansar en un gran mausoleo rodeado de los huesos anónimos de aquellos que fueron forzados a construirlo, llegó en el mes de Septiembre al Teatro Valle-Inclán de Madrid Una gran emoción política: una obra escénica total sobre la Guerra Civil que se compone de danza, actuación y música en directo.

Hemos tenido que escuchar a gente preguntarse si vale la pena remover las heridas, cuando la decencia –ya que se empeñan en usar esta metáfora de mal gusto- pasaría por examinarlas y desinfectarlas antes de coserlas adecuadamente para que quede la mínima cicatriz. Es lo que cualquiera querríamos para nuestro cuerpo, y es de justicia que lo exijamos para el cuerpo social.

La pieza dirigida por Luz Arcas y Abraham Gragera hace por lo menos lo primero: nos muestra pasajes de la guerra para que la veamos de cerca y, aprovechando la viveza que permite la danza, reconstruye, como en un falso directo, las emociones del pasado.

2.

Mi abuela está empezando a olvidar muchas cosas pero durante años nos ha contado a los nietos historias de la guerra y la postguerra, y es gracias a esos relatos inconexos llenos de nombre de familiares sin rostro, que tengo un conocimiento mínimo de lo que pasó. Cualquiera que haya ido al colegio en tiempos de democracia sabe que nunca daba tiempo a llegar a la guerra civil española, que el siglo XX solía resumirse en un par de sesiones acerca del fascismo con pinceladas muy generales en las que Franco siempre parecía menos malo, como más campechano, un inocente come-bocatas-de-chorizo al lado de Mussolini y Hitler.

Es solo gracias a la memoria de algunos (y siempre en lapsos pequeños arrancados a la vergüenza de la autocompasión o al miedo a recordar) que nos hemos pintado imágenes de lo que supuso el golpe de estado de 1936. Pero estas historias de la guerra siempre han sido muy difusas para mí, intentaba ponerle cara a mis bisabuelos pero lo único que conseguía imaginar eran un delantal raído, un moño a punto de deshacerse, unos zapatos desgastados y llenos de polvo.

El reparto de Una gran emoción política le pone carne a los recuerdos. Mientras veía a los bailarines observar aterrados a los aviones bombarderos, rezar y ayudarse unos a otros a levantarse del suelo me di cuenta de que la mamá de mi abuela fue una vez como ellos. No siempre fue la cáscara de un relato fantasmal sin rostro, sino que fue de carne y hueso, fue joven, tuvo piel que le recubría la cara. Y me emocioné porque por primera vez me confronté con el horror que vivieron nuestros antepasados. Sentí en mi cuerpo la incertidumbre de esta mujer, que como tantas otras, no sabía si volvería a ver a su esposo; sentí la angustia de tener que alimentar a cinco niños, la desolación de tener que recocer otra vez las mondas de las patatas para llevar una sopa a la mesa que supiese a algo más que agua.
La danza tiene ese poder cuando se ejecuta con maestría: los bailarines me dieron un espejo donde mirar a mis antepasados, y era mucho más creíble que lo que cualquier efecto especial de película podría conseguir, pues mis antepasados estaban ahí, desmayándose delante de mí, sudando o quedándose fríos delante de mí. Y salí del teatro pensando que ese es el verdadero poder de la escena, pintar cuadros vivos, mostrar las historias en lugar de adoctrinárnoslas en libros de Historia.
3.

Creo que Luz Arcas utiliza las emociones para crear movimiento. Le preguntará al cuerpo ¿cómo se mueve eso? para así trasladar el sentimiento a una mecánica, a un gesto. Veo que el movimiento de sus bailarines nace de las emociones guardadas en los órganos, en los ligamentos y los huesos, y que por eso todos entendemos.
Arcas explora ese lenguaje puro del cuerpo y lo lleva al extremo hasta hacer poesía con él. El gran solo que ella interpreta al comienzo de la obra, largo y profundo, auténtico, es una muestra exquisita de este método de preguntar al cuerpo y dejarle hablar, contar su historia.

Esta manera de trabajar (que solo estoy conjeturando que sea la de Arcas) era la que utilizaba Pina Bausch: de adentro hacia afuera, del sentimiento al movimiento, de lo particular a lo universal.

4.

Esta pieza está llena de perdedores de principio a fin, perdedores dignos, perdedores que resurgen una y otra vez de las cenizas, a los que se los mata varias veces, y que aún así se levantan, tullidos, peores que los zombies porque no son de ficción, para deambular por los campos amarillos en búsqueda de un refugio, de la posibilidad de rearmarse o de un lugar donde enterrar a los suyos. Esto es lo que se vivió en España hace solo dos generaciones.

Me sumo al mensaje que Arcas y Gragera rescatan de la autobiografía de María Teresa León. Se trata de recordar. Tenemos que encontrar la manera de confrontarnos a nuestro pasado, de mirarnos al espejo y entender el sufrimiento, la impotencia y también las agallas de quienes lucharon o resistieron a los violentos como pudieron. Porque duele pero tiene un efecto sanador: solo reconociéndonos en nuestro pasado podemos construir un yo que tenga sentido, una narración coherente que nos permita encontrarnos con los demás hoy.

5. Anexo importante: Luz Arcas y Abraham Gragera han estructurado y dirigido esta pieza con diez maravillosos intérpretes y tres músicos que tocan una banda sonora en directo hermosa y emocionante. La obra se basa en la autobiografía Memoria de la melancolía de María Teresa León. El CDN ha editado un libro sobre Una gran emoción política en el que podrá encontrarse información más detallada.

Revista de teatro número uno

Crónicas

Paula Lamamie de Clairac

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© Fotos de: Virginia Rota

Luz Arcas y Abraham Gragera
Raquel Sánchez

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Textos: FEDERICO GARCÍA LORCA y LUÍS PASCUAL

ROMANCERO GITANO

ROMANCERO GITANO

Con: NURIA ESPERT

Textos: FEDERICO GARCÍA LORCA y LUÍS PASCUAL

Dirección: LUÍS PASCUAL

La Sala Juan de la Cruz estaba a rebosar, aunque algunas butacas permaneciesen vacías. Era fácil de comprobar esta excepción, ya que la podíamos observar sobre el escenario, girada hacia lo nuestro, como imagen reflejada en el espejo de una parte del patio de butacas. Sé que eran ilustres las ausencias por su ligera elevación sobre nuestras cabezas; sé que eran entrañables por su cercanía, casi en proscenio. Entre cinco y siete butacas azules contra el fondo negro, cuatro a un lado y tres a otro. Resultaba desequilibrada la bienvenida que se nos ofrecía: fragmentos que se nos amputaron colectivamente no sabíamos cuándo, que se orillaban ahora a nuestro encuentro, como oleaje finito de reminiscencias. La extrañeza de reconocer, en lugar ajeno, lo propio. La paradoja.

Pero llegó la sacerdotisa a oficiar la liturgia pagana, a conducir los rituales ancestrales, a facilitarnos el trance. Y se hizo la luz. Resplandor interno en Nuria Espert, vertido durante años a través de sus ojos, de la determinación y el arrojo de su cuerpo enjuto, de sus manos ligeras como palomas de lumbre resueltas en niebla. Diseño de luz de Pascal Mérat, arrojándola sobre el público, para que Nuria nos viese al fijar la vista. Rayos filtrándose lateralmente, como a través de una vidriera, en momentos sacros. Halo lunar coronando el desgranar de pensamientos, música del verbo hecho carne, carne herida que intenta resolverse en hecho rotundo. Cadencia de poeta que se ignora a sí mismo, pero que se saborea misterio de azucena y enjambre; palabras presas que se despeñan; el pecho, caja de resonancia inmensa. Melodía que interpreta aquella que se sabe hueco doliente, habitáculo o vehículo de alegrías intensas, nido o entraña no resuelta. Compás enamorado, retumbar del trueno que se pierde en tintineo de lluvia sobre las vidrieras. Sonido concretándose en el diseño de Roc Mateu. Habitantes de dimensiones dispares, los allí convocados, los vivos y los muertos, transcendiendo el espacio y el tiempo. Fue un encuentro entre semejantes que se comprenden, incluso hablando idiomas distintos. Al finalizar la función, entre los aplausos, un hombre del público le gritaba a Nuria su procedencia, la repetía como un mantra, al igual que sus “bravos”. Exaltación, fascinación, devoción; ya lo dije, liturgia.

Aparte de todo esto, oficio, técnica. ¡Con qué aparente facilidad pasaba la actriz de conversar con su público a hablar por boca de una mujer lorquiana, o a abandonar su voz a las imágenes y las cadencias del Romancero gitano! Tan pronto era el propio Lorca dándonos cuenta de aquella famosa conferencia, como Luis Pascual explicándonos las sinrazones de sus impulsos. No nos engañemos, los artistas invitados todos -los presentes, los involucrados y los ausentes- destilaron esa tarde sabiduría. El duende aparece, pero tiene que pillarte trabajando. Tanto Nuria Espert, como Luis Pascual, como Lorca, como Alberti (que se mencionó en anécdotas y dio sus pareceres), incluso Paco Ibáñez (al que se escuchó cantar un poema), han entregado su vida al Arte, y eso es un lujo para todo tipo de público al que se enfrenten, también para el congregado esa tarde en Teatro de la Abadía.

La primera vez que vi sobre un escenario a Nuria Espert fue encarnando a Yerma bajo la dirección de Victor García, desarropada también por aquella escenografía que cobraba vida alrededor de Yerma mientras se consumía en su desgracia. En aquel entonces, me impresionaron tanto la actriz, como la dirección, como la puesta en escena -una tela elástica que se transformaba según los puntos de sujeción, según desde donde se tensara-. En esta ocasión me ha pasado lo mismo. Me ha parecido un acierto la sencillez del montaje y la selección de textos. Pero esta desnudez que Pascual propone a Nuria y que ella acepta, es un riesgo que se asume por amor a la profesión, al igual que la confianza absoluta del director hacia la actriz. Lo más difícil es exponerse sin artificios. Tengo la sensación, entonces y ahora, de haber sido testigo de hechos históricos, que no solo quedarán en mi memoria, sino que serán dignos de mención como vivencias excelsas. Soy afortunada, porque justo en medio de estas dos ocasiones, tuve la oportunidad de ver tres veces Incendios, de Mouawad; y antes La violación de Lucrecia, dirigida por Miguel del Arco, todo en esa misma sala. Lo he contado alguna vez, Miguel me presentó a Nuria en la puerta del Pavón Kamikaze. Solo pude saludarla, fui incapaz de solicitarle una entrevista, ni tan siquiera de felicitarla por su trabajo en Incendios. Hace unas semanas sí solicité entrevistarme con ella, por las vías ortodoxas. Me dijeron que le pasarían mi solicitud a la persona encargada de dichos menesteres. No creo que tenga la fortuna. Quizá sea mejor así. Inaccesible, mítica, “la Espert” y, al mismo tiempo eternamente mía. Lo confieso, yo también estoy enamorada, de ella y del poeta. En la adolescencia, recitaba poemas de Lorca a quien quisiera escucharme. La obra de Federico me ha conformado espiritualmente y como artista, a veces lo echo de menos en la vida cotidiana. De mi convivencia con Nuria destaco su voz preñada de verdad y su presencia escénica. Siempre convence, siempre va un paso más allá del asombro, hasta el estremecimiento.

Revista de teatro número uno

Crónicas

MJ CORTÉS ROBLES

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© foto fotosergioparra

Nuria Espert y Luís Pascual
Textos: FEDERICO GARCÍA LORCA y LUÍS PASCUAL
ROMANCERO GITANO © foto fotosergioparra

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