Reportaje:

Alma Negra

Edición 42. Festival de Butoh Ibérico

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1 de febrero de 2018, noche en casa. Recibo un email inesperado de Jonathan Martineau donde me invita a impartir un intensivo de tres días en la siguiente edición de Alma Negra, el festival de Butoh Ibérico que viene organizando junto a Matilde Javier Ciria desde hace algunos años, que se celebraría del 28 de junio al 8 de julio en Águeda, Portugal. De inmediato digo que sí; me apasiona la idea de participar en este Festival que llevo siguiendo como espectadora e investigadora de la danza butoh desde hace algunos años. 

El proyecto Alma Negra Festival de Butoh Ibérico surge como una plataforma para la investigación, difusión, creación y exhibición de la danza butoh en la península ibérica, a partir de una pregunta que en cierta forma yo también me hacía cuando investigaba para mi tesis doctoral: ¿cómo se transforma la danza butoh en nuestra sociedad? ¿Cómo esta forma de danza teatro que surge en Japón hacia 1959, y cuya expansión y ramificación a nivel mundial es hoy un hecho, se transforma y desarrolla dentro de la península ibérica? Se trata de un punto de partida desde donde abordar la investigación escénica en torno al cuerpo que busca su danza o eso que Mónica Valenciano llama “la voz del cuerpo”.

Desde 2015 Alma Negra tiene la edición 0 que se desarrolla en Madrid durante el puente de la Constitución. Desde 2018 también cuenta con la edición Plan B que sucede en Barcelona durante la Semana Santa y la edición Conquista que es itinerante. La edición 40º se desarrolla en verano durante 10 días; esta ya lleva dos ediciones en Águeda pero me dice Martineau que viajará, y con seguridad así será. Como puede verse, los organizadores de este festival han optado por una estrategia de crecimiento que tiene que ver con la sutileza inherente al Butoh, así en lugar de querer plantar un enorme baobab, han optado por esparcir muchas pequeñas semillas por muchos sitios invadiendo y ocupando pequeños territorios con mayor asiduidad.

Las condiciones que proponen Jonathan y Matilde son, según mi manera de ver estas cosas, las ideales para crear un ambiente de investigación y búsqueda profundas. Muestras de trabajo por parte del profesorado invitado, participación obligatoria en los demás talleres cuando no impartes, convivir, investigar, colaborar, “ayudar al parto” durante los laboratorios de creación, tales son las premisas organizativas para aquellos que tenemos la suerte de ir a compartir nuestra visión del butoh. El trabajo comienza desde el desayuno hasta la noche; las tareas cotidianas son compartidas por todos los participantes sin excepción creando equipos de limpieza y ayuda a la cocina. Esto que parece fútil ayuda sin embargo a una mayor compenetración entre los participantes y desarrolla un espíritu de disciplina y humildad necesarios para el trabajo.

El programa del festival deja sin embargo espacio para todo, y contempla también los tiempos necesarios para el descanso, en un ambiente festivo y veraniego. Sus organizadores lo han dividido acertadamente en dos bloques separados por un día “bisagra” pensado para el reordenamiento individual antes del final del evento; en el primer bloque las mañanas las dedicamos a los talleres largos que durarían seis días, impartidos por Sara Pons y Rosana Barra, y las tardes a los intensivos de tres impartidos por Marleje Jöbst y yo; en las mañanas del segundo bloque continuamos los talleres de seis días y las tardes las empleamos en los laboratorios de creación. En las noches, jam, presentaciones, cine, charlas, celebración. 

Esta edición a la que tuve el inmenso placer de ser invitada como profesora junto a Rosana Barra, Marlène Jöbstl y Sara Pons, la número 42, se desarrolló en el Parque Municipal Alta Vila de Águeda. Un ambiente rural que hacía olvidar que estabas en el corazón de una pequeña ciudad cubierta de paraguas coloridos; dentro del parque de estilo romántico con trayectos sinuosos, pequeños puentes, lagos, árboles exóticos y falsas ruinas según el estilo de “Fin de Siclee”, unas estupendas y restauradas edificaciones del XIX abrieron sus puertas a unos 27 participantes que durante diez días se sumergirían en un viaje de exploración artística y humana. 

Sara Pons nos ofreció durante seis días su experiencia en el trabajo corporal que propone el Body Weather, una práctica que nació en Japón en la década de los 70 a partir de las experiencias y el trabajo conjunto de Min Tanaka y Hisako Horikawa. El BW es un laboratorio de investigación en torno a lo corporal que profundiza en la conexión cuerpo-espacio, desjerarquizando la relación entre ambos, explorando las conexiones para aprehender el espacio como una prolongación del propio cuerpo en un proceso de mutabilidad constante. El entrenamiento del BW se divide en tres partes. El entrenamiento en la sala incluye una serie de ejercicios que se conocen por las siglas MB, que responden a las palabras inglesas body/mind (cuerpo/mente), pero también bones and muscles (huesos/músculos); es un concepto que implica el trabajo conjunto de la mente y el cuerpo en busca que un equilibrio que le permita la escucha y la transformación. En esta parte se trabaja coordinación, reflejos, elasticidad y motricidad en todos los sentidos, sirviendo además de calentamiento y preparación para el trabajo posterior, pudiendo llevarse hasta encontrar el agotamiento extremo en el practicante, de forma que pase a otro estado de consciencia favorable a los procesos de trabajo. En otra fase del entrenamiento se desarrollan las investigaciones sensoriales y la consciencia espacial, preferentemente en un entorno natural, aunque cualquier espacio abierto puede ser idóneo para la investigación; en esta parte también se trabaja con imágenes y texturas que se corporizan. Finalmente el trabajo de manipulaciones se desarrolla en parejas y abrimos, relajamos, entramos y dejamos entrar.

Rosana Barra en el otro taller largo nos guió de forma mágica en ese viaje individual en el que cada uno busca y descubre sus propias puertas por donde penetrar y descubrir su danza. Como la gran facilitadora que es, fue llevándonos de un espacio a otro, de un estado a otro, en una investigación donde en vez de funcionar como creadores, “somos creados”, para de cierta manera salir revitalizados. Porque para Rosana el Butoh es un proceso de rendición, de ponerse a disposición de algo en nosotros que intenta superar los egos, que busca una danza que nace desde el alma, para decirlo en sus propias palabras.

Marlene Jöbstl y yo estuvimos por las tardes en talleres intensivos de tres días. Aunque no pude estar con Marlene porque coincidíamos en horarios, creo que en ambos la cuestión de la corporalidad estaba presente como punto de partida, del cuerpo no como instrumento o herramienta para el trabajo escénico, sino como punto cero foucaltiano, como la única realidad que no se puede mirar desde ningún punto de vista, sino que se participa de ella y de la cual no me puedo desprender. Porque no tengo un cuerpo sino que soy ese cuerpo, es preciso en este trabajo desarrollar la capacidad de escuchar con atención su tenue susurrar, escrutar desde donde resonar y seguir ese hilo de Ariadna a través del laberinto. Es un buscar minucioso y no menos placentero. Bajo esta premisa propongo también descongelar la voz, escuchar y seguir sus apetencias.

Durante las tardes del segundo bloque desarrollamos y fuimos “ayudantes al parto” en los laboratorios de creación de todos los participantes. No dirigimos ni coreografiamos. Con absoluta libertad formaron grupos, algunos prefirieron trabajar solos, con la misma libertar escogieron el tema sobre el que trabajar y el espacio idóneo para el desarrollo de su investigación y su performance final. Una vez creados los grupos, las cuatro profesoras y los dos organizadores del festival nos repartimos el trabajo de manera que cada uno trabajara durante una hora con todos los grupos en algún momento del proceso. Los participantes por otro lado, tendrían que lidiar con las opiniones de cada profesor/guía/ayuda al parto, consensuar y tomar sus propias decisiones. 

No menos importante dentro del concepto de todo el festival son las jam sessions nocturnas, algunas de las cuales hicieron honor a su origen propiciando una barahúnda agolpada y disforme de cuerpos que a menudo se estorbaban y espachurraban mutuamente. No hay meta ni objetivos en estas sesiones, tales cometidos escapan definitivamente a sus competencias; ejercitan sin embargo la buena costumbre del derroche dancístico cuyo único fin es el disfrute espontáneo de quienes lo practican.

El festival concluiría con una performances colectiva en la plaza del Ayuntamiento del pueblo. Aunque el día anterior hicimos un ensayo del movimiento grupal dentro de la plaza, el día de la actuación nos reunimos una hora y media. La gente pululaba ya por todas partes como parte del ajetreo festivo de la jornada. Nuestra pauta para el trabajo fue caminar por la ciudad, entre la gente, durante 10 minutos desde el centro de la plaza hacia un lugar sin premeditación. Luego tendríamos una hora y cuarto para regresar al mismo punto investigando el material desarrollado durante los laboratorios de creación, ya fueran personajes, movimientos, imágenes, tendencias, poesías… Fue una maravillosa deriva por toda la ciudad inundada de cuerpos danzando interactuando con el espacio urbano, con las gentes, con los muros, los coches, para finalmente penetrar la plaza, ocuparla, transitando múltiples yoes, desapareciendo luego en movimiento muy lento hasta llegar al suelo, expandiéndonos allí, fundiéndonos con el entorno, cada vez más.

Crónicas

Evelyn Viamonte Borges

Imagen

© Fotos de: Rauñl Bartolomé

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