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Yerma

Yerma

Festival de Teatro y Música de La Antigua Mina

Autor: Federico García Lorca

Versión: HELENA LÓPEZ

Dirección: ALEXIA LORRIO

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Compañía de Teatro Complejo de Esquilo (Teseo Teatro)

En enero de este año, Manuel Pulido presentó la candidatura de la compañía Complejo de Esquilo a la convocatoria del XI Festival de Teatro y Música de La Antigua Mina. Se trataba de Yerma, la obra mítica de Lorca, versionada por Helena López y dirigida por Alexia Lorrio. Este espectáculo lleva programado dos temporadas en la sala Teseo Teatro y se volverá a programar la temporada próxima. Helena gestiona la sala junto a Manolo Almaraz, siendo ambos parte de la compañía. Manuel Pulido -Juan, en Yerma– y yo misma formamos parte del elenco. Tras ser seleccionada la obra, tuvimos la oportunidad de ensayar en el Teatro de La Antigua Mina antes del día de la función. Tanto Manolo como Helena asistieron a ese ensayo, pese a no participar como actor o actriz en esa función, eso dice mucho del entusiasmo y el compromiso que mueve a la buena gente de Teseo, ese lugar tan acogedor en Ronda de Segovia. Será que soy de la “familia”, qué voy a decir yo…

El Teatro de La Antigua Mina es al aire libre y está situado en el término municipal de Zarzalejo. Para llegar hasta allí, hay que subir el Puerto de la Cruz Verde en coche, ya que no existe alternativa de transporte público. Unos estandartes mecidos por el viento avisan del desvío. El amable anfitrión que salió a recibirnos los dos días que visitamos y utilizamos las instalaciones, fue Jose María Ontoria, el dueño de La Mina, el máximo responsable de su rehabilitación y de la gestión de este magnífico teatro perfectamente acondicionado y situado en un enclave privilegiado. Jose María es actor y director, de la escuela de William Layton. Dirige la compañía residente, Compañía de Teatro Ariel Cordelia, en donde también actúa. En San Lorenzo del Escorial, tiene su sede la Escuela de Actores para teatro Cine y Televisión, institución que también creó Jose María, un hombre de teatro auténtico.

Ainhoa Tato -una de nuestras Muchachas en Yerma– ya le conocía, así que se ocupó de coordinar todo lo necesario, poniéndose en contacto con él cada vez que era preciso. Había trabajado con Jose María años atrás, en el montaje de Hamlet, encarnando el papel de Ofelia. Antes, el segundo año en el que se realizaba el Festival, participó como actriz en El Sueño de una Noche de Verano, espectáculo seleccionado para ser programado en esa ocasión. Me contaba que, al ser este último un montaje dirigido a público infantil, el horario de actuación fue diurno. Ainhoa prefiere actuar allí al amparo de la noche estrellada y la mágica luz de la luna llena. Y yo también. En esa hora cercana al prodigio actuamos con Yerma.

Ensayando o actuando, desde lo alto de la colina, la mirada del artista se extiende hasta el horizonte, ni siquiera el público hace de “corta fuegos”, pues ya se sabe que el buen arte le atraviesa. Allá donde la actriz o el actor miren, las distancias se perciben como un infinito asequible, cuajado de árboles o de estrellas. La sierra madrileña parece deshabitada y salvaje, desde La Mina, un paraje aún virgen en donde todo es susceptible de suceder. El edificio se alza por encima de la primera fila de las butacas que ocupa el público. Consiste en un conjunto de casas de piedra unidas entre sí de maneras diversas, a través de puentes visibles y de pasadizos secretos, de escaleras y de rampas. 

Todas las casas, sin puertas, bocas que esperan un texto para poder expresarlo. Tan solo dos estancias se cierran en el techo, el resto se abre al cielo como en una plegaria. La que hace las veces de vestuario junto con la que carece de cuarta pared, sirviendo de escenario principal, eran precisamente las casas que habitaron en su día los trabajadores de la mina. Es esta una coincidencia espléndida: ahora también la ocupan otro tipo de personas, también trabajadoras, pero sensibles sobremanera a los vestigios del pasado: artistas de teatro y música. Supone actuar en lugares donde se ha vivido, no en escenografía muerta que hay que resucitar. Esta circunstancia afecta al resultado artístico, sin duda. Los distintos desniveles del conjunto arquitectónico, la campana, junto con otros añadidos de hierro forjado y envejecido -barandillas y paneles del foro-, hacen del entorno un lugar idílico para la representación de obras clásicas y sirve de inspiración para desarrollar frente al público las de teatro contemporáneo.

El lugar tiene las dimensiones de un gran teatro. Puesto que el espacio destinado a la escena es superior en amplitud al espacio que ocupa el público, los espectadores se deben sentir perfectamente integrados. Esta vez me ha tocado vivir la experiencia del otro lado, pero tiene lógica pensarlo así. Siempre nos habían comentado que a nuestra pequeña sede, Teseo Teatro, con un aforo más humilde, nuestro montaje de Yerma le venía grande, como a “Alicia de las Maravillas gigante” la casa le venía pequeña. La paradoja pluridimensional de lo artístico. Pero allí se gestó, alimentado por el sueño de una mujer poderosa y mágica: Alexia Lorrio. Antes la soñó Helena López Cámara, que fue nuestra primera Yerma durante meses, hasta que el deseo del personaje fue más fuerte que la actriz y se encarnó en su vientre, retirándola temporalmente de este papel, tan oscuro para una madre joven que amamanta a una recién nacida. Entonces llegó Irina Platas para hacerse cargo. No voy a valorar a mis compañeras de reparto, solo diré que el público suele salir de Teseo Teatro emocionado, a veces sin poder hablar, y que es Yerma la que sostiene la obra, la que no se baja del escenario. La cercanía con el público ayuda, sin duda, a trasladar esa emoción que casi se vuelca literalmente sobre el patio de butacas en la sala Teseo.

Pero lo interesante de espacios como la Antigua Mina es la posibilidad de que las distancias sean diversas, de los distintos niveles ya mencionados. Al ocupar todo el espacio, como hicimos, cambiando de lugar dependiendo de la escena, utilizando varios niveles del edificio al mismo tiempo, se provoca fácilmente la dimensión trágica que conlleva un texto de Federico García Lorca como Yerma, cargado de simbolismo y de misterio. Lo cotidiano no desaparece, ni lo telúrico, aquello que tiene más que ver con las entrañas de la tierra. La pertenencia del ser humano a la naturaleza se pone de manifiesto, envuelta en el fulgor de los astros, el canto de los grillos, el resoplar in crecendo del viento cuando la noche se pone fría, moviendo nuestros cabellos y nuestros ropajes, llevando y trayendo nuestras voces. Ningún efecto especial es necesario para conseguir todo esto, nada que añadir al decorado. Se entiende, de este modo, que la raíz del Teatro es el rito, que las palabras son enigmas, que los actores y actrices entran en trance para imbuirse de otros espíritus, de identidades ajenas, de ideas que cobran vida.

Claro que el vestuario y otros medios técnicos, la iluminación de los focos desde el interior de las viviendas o sobre los espacios en los que se mueven los actores y actrices, la música seleccionada para acompañar las acciones o como transición entre escenas, todo aporta y suma. Nuestro técnico, en esta ocasión, fue Hermes Jaudenes, actor que suele sustituir a Carlos Álvaro en el papel de Victor. Hermes sustituía en esta labor a Manolo Almaraz. Las sustituciones y el reparto de tareas en Complejo de Esquilo son el pan de cada día. No hubo ocasión para probar las luces y el sonido, dado que el día que estaba previsto hacerlo, el día de la función, se estaba grabando un reportaje para Televisión Española y entrevistaban a Jose María mientras que ensayábamos. También le hicieron una entrevista a Manuel Pulido en la que se hablaba sobre nuestro espectáculo. Era para el programa matinal de Maxim Huerta. Toda difusión es siempre beneficiosa. Hermes, nuestro técnico, conocía bien el montaje y pudo ajustarse al cambio de espacio con acierto.

Hubo mucho de nacimiento artístico, en esta única función en La Mina -lo cual resulta una controversia, ya que se trata de Yerma, la que no puede engendrar, “pinchosa y marchita”.- Me pareció que la voz del Macho no era la habitual de Carlos Álvaro, por ejemplo, se me antojaba más oscura y más profunda. Irina Platas, con la responsabilidad de un papel semejante a sus espaldas, se avino hasta a ensayar en silencio. Cuando me tocó ensayar con ella de ese modo atípico, yo la entendía a la perfección, la acción fluía sin palabras, no hubo dudas. Antes las hubo todas, al inicio del ensayo, nos parecía que el tiempo se aceleraba en nuestra contra y que no acabaríamos nunca. Nuestra directora -aunque nos acompañó y dirigió el primer día de ensayo en La Mina- no pudo estar presente en el ensayo previo ese día de la función, tampoco durante la misma, sin embargo, se comunicó con la compañía en varios momentos épicos, vía telefónica. Pero, pese a esa ausencia primordial, Laura Grau, nuestra María en la obra, vino a recordarnos, con su actitud y sus consejos durante ese último ensayo, que todo estaba bien, que algo más grande que nosotros mismos nos protegía, que solo teníamos que centrarnos y continuar organizados. De esta forma, aplicando las leyes sagradas del respeto y de la escucha, llegamos hasta el final del ensayo. Se le dio la entrada al público, que fue ocupando el graderío de doscientas y pico butacas, hablamos con Alexia, nos abrazamos y transitamos la función como en un sueño, con despertar brusco incluido, gracias al descanso de diez minutos. Pero nos volvimos a sumergir en la ficción, sin problemas.

En el recuerdo de los presentes quedará tal vez la impronta de la danza ritual entre el Macho y Gema Cuadrado -la Hembra, semidesnuda, con una máscara de plumas y cubierta de barro-, precedida del vuelo desde lo alto del manto de La Vieja Pagana.

Todo llega a su fin, también aquella noche, la de aquel día. Conversamos con el público. Quedamos sin aliento, pero felices. Siempre es igual: a más esfuerzo, más gozo. Esta ha sido mi experiencia compartida, sin entrar en pormenores, anécdotas nada triviales -incluso heroicas- que guardaremos como tesoros. ¡Cuánta vida dentro de la vida!

En cuanto al resto del Festival, esta onceaba edición se ha llevado a cabo del veintinueve de junio al veinticinco de agosto, y ha contado con la participación de diversos grupos musicales: música clásica, jazz, zarzuela, flamenco y canciones populares; así como de grupos mixtos en los que se unen música y danza gracias al folklore. De los diversos géneros del Arte Dramático el público ha podido disfrutar desde el teatro clásico a los monólogos de humor, pasando por el teatro contemporáneo; desde la comedia a la tragedia, pasando por el drama, la sátira, el cabaret o la ya mencionada zarzuela. Hasta música de cine se ha podido escuchar allí, en esas noches de verano de la sierra madrileña. Veintiséis compañías distintas, con sus propuestas, han pasado por este escenario sin parangón que hace las delicias de los espectadores. Shakespeare, Tirso de Molina, Lope de Vega, Lorca, Moliere, Miguel Miura, Jacinto Benavente, Tennessee Williams, Darío Fo o Georg Büchner, son un puñado de ejemplos de autores traídos desde el amplio programa del Festival en esta edición del 2019.

La Compañía Ariel Cordelia ha presentado en esta edición Othello, de William Shakespeare, protagonizado y dirigido por Jose María Ontoria. No he podido organizarme para asistir a esta función y a algunas más del Festival, como me hubiera gustado, con el fin de realizar las crónicas respectivas. Espero tener la oportunidad de hacerlo en la siguiente edición. Incluso aunque la Fortuna nos sea favorable y regresemos con Yerma o con otras obras a la Antigua Mina. Me ha embrujado este lugar, lo visitaré de nuevo. Sea.

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

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© Pablo de Eugenio García

Compañía de Teatro Complejo de Esquilo (Teseo Teatro)
Alexia Lorrio
(Ensayo) Laura Grau e Irina Platas
(Ensayo) Gema Cuadrado y Ainhoa Tato
(Ensayo) Manuel Pulido
(Ensayo) María José Cortés e Irina Platas
(Función) El Teatro de La Antigua Mina

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Crimen & telón

Crimen & telón

Texto: ÁLVARO TATO | Dirección: Yayo Cáceres

Composición y arreglos: YAYO CÁCERES, JUAN CAÑAS Y MIGUEL MAGDALENA

Reparto: JUAN CAÑAS, ÍÑIGO ECHEVARRÍA / JACINTO BOBO, FRAN GARCÍA, MIGUEL MAGDALENA Y DANIEL ROVALHER

Idea original y creación colectiva: RON LALÁ

Colaboración especial (voz off): ANA MORGADE

Cómic e ilustraciones: OSCAR GRILLO

CRÓNICA DE Teatros del Canal

El mejor programa de teatro que he tenido entre las manos luce ahora en la pared de mi apartamento, por encima del cuadro oscuro y silencioso de mi televisor. He colocado dos programas de mano juntos -uno por la portada y el otro por su envés- como alternativa al electrodoméstico apagado. Mientras redacto mi artículo estoy sentada de cara a esa pared, frente al ordenador, pues una única mesa me sirve en todos los supuestos que requieran su uso. Si me paro a contemplar el conjunto, se me antoja una instalación artística en sí misma. Hoy la disfruto, quizá mañana arranque las hojas con desidia o me deshaga de una vez por todas del aparato infernal que pretende sin éxito deslumbrarme… De momento, este hecho me invita a continuar fantaseando con una distopía propia del cómic o de la ciencia ficción, la que se representó la otra tarde en la Sala Roja de los Teatros del Canal: “Ciudad Tierra. El Teatro ha muerto.”

Y ¿por qué tacharla de ciencia ficción o fantasía? Es probable un suceso real con esos mimbres. ¿Desde cuándo nos vienen advirtiendo del advenimiento de tamaña noticia? Sin embargo, el Teatro parece sobrevivir a este lado del espejo, aunque para ello tenga que cambiarse de máscara o de disfraz, rendir pleitesía a los poderes fácticos, traicionar su ética y su estética, transformarse en un sucedáneo de sí mismo, falto de formación en su base y nulo energéticamente, sin capacidad de comunicación. El teatro enferma, a veces, se torna famélico y superficial, o grandilocuente y fantasmagórico. Mi teoría es simple: cuando esto ocurre, está falto de Misterio. No creo que este Arte pueda prescindir de lo incomprensible, es más, creo que el Arte en general está abocado a indagar en esto, en la transfiguración del acto poético; sin embargo, el esfuerzo de comunicación ha de ser siempre mayor que la complejidad del mensaje.

Símbolos. Las alas del limón de Ron Lalá seguramente tienen que ver con la energía que precisa el vuelo; querrán referirse, sin duda, a esa imaginación ácida que, mezclada con otros jugos, embriaga por calmar la sed, provocando más sed. La adrenalina y su resaca. El viaje. ¿Qué es la Vida sino una alucinación que nos transporta hacia la Muerte? ¿Qué es el Arte sino un síntoma, producto de ese viaje? El Arte Teatral es un paralelismo mágico al cual podemos reaccionar sin peligro, pues, aunque nos afecta, no nos atraviesa. El Teatro es ofrenda de más Vida que se recrea en un sueño compartido, acción creativa que se consuma en los márgenes del tiempo. La clave es la poesía, la llave del Misterio. ¿Qué abre con acierto la Caja de Pandora? Todo ritual se vale de la palabra.

Por eso, tanto Álvaro Tato como Yayo Cáceres como el resto de “ronraleros”, se empeñan en tener su propia cosecha, de palabras. El campo del lenguaje para el que lo trabaja. ¿Cómo, si no, enfrentarse a la Historia de la Literatura y hacer un recorrido relevante entre los dramaturgos con acierto? Hay que adquirir conocimientos y, a veces, tiene que ser de esta forma, interactuando con el objeto de conocimiento, escribiendo, actuando. “Ser o no ser”, he ahí la cuestión. Esto es fácil de exponer teóricamente, pero requiere coraje por encima de todo, además de talento. De estos dos ingredientes no les falta a los componentes de esta compañía kamikaze, que se lanza de cabeza a proyectos gigantes, en cuanto a su concepto. Por el contrario, el público recibe sus espectáculos como si de un caramelito se tratase, desenvuelto ya del celofán, para que no moleste el ruido. Al público en general les entusiasman, aunque es cierto que van ya preparados para entusiasmarse, la fama es lo que tiene, que renta y amedrenta, según como se mire. Ron Lalá ya cuenta con ella, con la fama, ahora tiene que estar a la altura del “más difícil todavía.” A mi entender, no se han quedado cortos en este intento -como digo-, sino todo lo contrario.

La figura poliédrica del montaje de Crimen y telón se abre a cada paso sobre sí misma, ante la mirada atenta de los espectadores, que disfrutan como niños intentando no quedarse fuera de juego, cumplir las reglas, no perder de vista el objetivo. Ha habido un asesinato y hay que descubrirlo, pero también hay que descubrir quién es quién, y qué cosa sea cada cosa. Filosofía pura, solo que como ingrediente de un gustoso guiso. Es cierto que hay que haber leído, estar cultivado, tener afición por la farándula y todo eso, para no perderse ni un solo chiste, para carcajearse a gusto de todos y de todo, hasta de nosotros mismos, los espectadores, incluidos en la acción e interpelados a cada instante como personajes activos. Pero incluso los neófitos salen atónitos y admirados de la experiencia artística, lo comprobé conversando después con mi acompañante, al que había observado durante la función. Seguro que muchos que no saben quieren saber después, y puede incluso que unos cuantos hagan el esfuerzo de enterarse mejor para la próxima, esperemos que sean más cada vez. Porque hay una vocación muy clara en la compañía y en su director, Yayo Cáceres: la docencia. No se trata de aleccionar, pero sí de que no se pierda nuestro bagaje cultural, de acercar la cultura de este modo lúdico a todo tipo de público.

Es de admirar, pese a ese empeño pragmático, la esplendorosa belleza de algunos de sus momentos sobre el escenario, precisamente de esos momentos donde queda patente ese Misterio del que hablábamos y sin el cual el Arte -repito- enferma. Mencionaré como ejemplo la aparición y el discurso de Laurencia, oscuro y blanco al mismo tiempo -aunque se nos antoje imposible- reivindicativo y actual, enorme. Describiré también -si soy capaz- la estela del manto de sangre que arrastraba el fantasma de Hamlet, sediento de venganza, girando su cabeza ausente de rostro, con un “no” tenebroso por respuesta. Traeré a colación el truco de magia que hizo desaparecer el cuerpo del delito ante nuestros propios ojos cuajados de risa y de inocencia… Tanta poesía en el texto como en la puesta en escena. El escenario simulaba eso mismo: un escenario; pero teníamos al foro las candilejas, aunque el público, estaba aparentemente situado a partir del proscenio, cara a ese mismo escenario. Ese espejismo cobró sentido cuando nos dimos cuenta de que la ficción rodeaba al público, se nos incluía en un círculo, que es semejante a la medida de lo exacto.

La disciplina artística más exacta es la música. Estaba no solo presente entre la utilería y en manos de los intérpretes, sino que se utilizaba como herramienta principal para desentrañar el enigma y como guía para el disfrute general de los presentes. Todos los componentes de Ron Lalá son músicos. Esta condición, requisito heredado de otros tiempos en cuanto a la dedicación farandulera, les convierte en conductores certeros hacia lo sublime en el Arte. También hay música en la palabra, ellos lo saben, ¿qué es una voz sino sonido que brota de un alma? Alma, eso tienen los espectáculos de Ron Lalá, por eso sorprenden. Poco importa definir el tema, especificar que el “Metateatro” sea la base del discurso, o sea la excusa perfecta para hablar de nuevo de la Vida, del Arte y del ser humano en sí mismo. Importa lo que de este intento trasciende.

Tengo que escribir también sobre la técnica, no puedo obviarlo. Resulta un gusto teatral el trabajo de sus actores, tanto de los ya mencionados como del resto. Dada su apuesta ocasional sobre el escenario con esta obra, pudimos comprobar los numerosos recursos a la hora de crear los personajes, utilizando estilos diversos al interpretarlos, composiciones corporales y códigos expresivos que tenían que ver tanto con la Historia del Teatro como con la otra historia “menor” que venían a narrarnos, con los acontecimientos “aquí y ahora”. Podríamos decir que los allí presentes nos calzamos un “Master en Técnicas de Teatro Aplicadas e Historia del Teatro”, si existiese esa nomenclatura y pudiese adquirirse tal título a través de estos medios, que no es el caso. Y para ello, para aprender lo necesario, tuvimos que asombrarnos, emocionarnos, reinos y, por último y lo más primordial, salir de la Sala Roja de los Teatros del Canal meditativos aunque alegres, pese al crimen.

Me surge del archivo no virtual otro momento del espectáculo significativo: una rémora del cine de ciencia ficción. A mí no me supuso tan solo una referencia más de tantas como se incluyeron en el texto, tanto del cine como de la literatura -en concreto, del cine negro y de ciencia ficción, así como de la novela negra-. Este momento que digo se me sobredimensionó, supongo que porque amo “La Guerra de las Galaxias”. La acción escénica era la siguiente: dos personajes en escena esgrimiendo los haces de luz de sus linternas a modo de espadas laser, enfrentados y contrarios, pero ladeando el ataque cada cual para permitirse observarse, escucharse, darse una oportunidad, no dañarse, mientras que dialogan. No voy a ponerle nombre a esta acción, a su significado. Tanto en la Vida como en la Muerte, como en el Arte, siempre nos quedará el Misterio.

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Por MJ Cortés Robles

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© DAVID RUIZ

CRIMEN Y TELON – RON LALA FOTO DAVID RUIZ

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LE ES FÁCIL FLOTAR

LE ES FÁCIL FLOTAR

Dramaturgia: EVA REDONDO

Dirección: EVA REDONDO Y DANI RAMÍREZ

Reparto: MIRIAM CORREA, ÁNGEL PERABÁ, EVA REDONDO Y GUILLERMO SERRANO
CRÓNICA DE Testro Pavón Kamikaze

Nada hacía presagiar la noticia. Cuando embarcamos en El Ambigú del Teatro Pavón Kamikaze, la despreocupación era mayúscula. Cada quien se entretenía en dejar pasar el tiempo de un modo u otro, con evidentes muestras de disfrute, casi de vicio. En el escenario, envuelta en plástico, una estampa veraniega cualquiera amenizada con música hawaiana. La música quizá disfrazaba una llamada de socorro de las gaviotas sobrevolando el mar. Pero no se confundan, no hubo drama, pese al recurso del sensacionalismo. Ante una tragedia cierta, como es la contaminación progresiva y vertiginosa de nuestros océanos, lo que se construyó es una comedia fresca e inteligente -no exenta de ironía- que nos invitaba a pensar. El texto de Eva Redondo -creado en Nuevo Teatro Fronterizo, para el II Torneo de Dramaturgia organizado por LAZONA Teatro y el Teatro Español-, nos situaba con toda la intención en nuestra infancia, nos solicitaba que escuchásemos y mirásemos con virginidad intelectual, con la imaginación despierta. Todo un reto, pedirle a un ser humano cegado por la cotidianeidad y la prisa que regrese a su esencia, que vuelva a ser quien era. Lo imposible, a través del arte, de la creatividad, se torna probable. Somos seres complejos, además de sensibles, creativos. Esta podría ser nuestra mayor virtud o nuestra condena.

A parte del texto, ingenioso y repleto de acción -característica esta apetecible en estos tiempos que corren, seudofilosóficos y con tendencia a ceñir el documento a su estructura, sálvese quien pueda o no, que no me quejo…-, lo que más me llamó la atención de la puesta en escena fue la sencillez con la que los actores y actrices se comunicaban con el público, sin aspavientos de ningún tipo, fluyendo sin más, como corrientes marinas que se dejan agitar por el pulmón interno de la Tierra. Ni el texto, ni la interpretación, ni la escenografía se nos presentaban con grandilocuencias, estábamos a salvo en nuestras sillas, relajadas y curiosos, curiosas y relajados. Es un buen punto de partida para tratar un asunto serio.

Hemos creado un material prácticamente indestructible que, paradógicamente, podría destruirnos. No se trata de robótica, pero es artificial, aunque provenga de un recurso natural como el petróleo. El plástico ha invadido nuestro organismo a través de la cadena alimentaria. Somos, en parte, de plástico. La cuestión estriba en averiguar en qué porcentaje podemos tolerarlo y cómo afecta a nuestra salud, a la salud del planeta. Más de un veneno hemos ingerido -a lo largo de nuestra vida, en otras épocas históricas-, no siempre voluntariamente, ignorando consecuencias, enfermando en muchas ocasiones a causa de nuestra mala cabeza. El mundo se comporta en ciertos asuntos de forma frívola, irreflexiva, priorizando lo que promueve un mayor consumo, un gasto de materiales desechables que acreciente la necesidad y la dependencia de los mismos. Todo lo engulle y lo defeca el mercado capitalista.

La supervivencia humana en el sistema socioeconómico actual parece complicarse, se nos estrecha el camino, se nos pone cuesta arriba. Sin embargo, la mayoría de las “necesidades” que hoy en día nos atenazan con sus demandas, han sido generadas primero en la ficción. Somos una fábrica infatigable de deseos insatisfechos, el invento es la cara y la cruz de una moneda lanzada al aire que cae siempre en saco roto. Nunca hay suficiente acumulación de riqueza, ya que no se reparte, se compite. En contraste, la estrategia óptima que podría darle la vuelta a esta tendencia suicida que compromete las necesidades de las futuras generaciones, podría ser la cooperación. No se trata tan solo de detener la producción y de reemplazar materiales, sino de modificar conductas y de concienciar a la sociedad desde la edad más temprana. Si queremos conseguir un desarrollo sostenible, la acumulación de conocimiento se tornará relevante cuando sirva a fines no lucrativos y priorize la adecuada gestión de los recursos reciclables. Desconocemos, por ejemplo, cómo actúan las sinergias tóxicas, tanto en la salud humana como en los ecosistemas.

En la IV Asamblea de Medioambiente de la ONU, se llegó a un acuerdo general provisional, que entraría en vigor en 2030, para acabar con la contaminación marina de plásticos y micro plásticos. Entre los objetivos a llevar a cabo están la eliminación de plásticos de un solo uso. Requiere de la colaboración de toda la ciudadanía, ya que supone un reciclaje a fondo de las costumbres. Aunque hay un porcentaje de la población que está reaccionando e intentando responsabilizarse de lo que le correspondería, no se trata de la mayoría. No resulta sencillo.

¿Hay un límite para el crecimiento del mundo? La contaminación, la falta de recursos y la superpoblación fueron las razones del despertar ecológico, las sociedades se empezaron a cuestionar que el sentido de la vida se encuentre en la posesión de bienes materiales y en el consumo desmedido. La biodiversidad está en declive, debido al impacto de la existencia del ser humano sobre el planeta. Pero el lobby industrial sigue enfrentado al movimiento ecologista y a las leyes favorables al medioambiente. La globalización, favorecida por las grandes potencias mundiales, nos encadena a esta forma de “destrucción más IVA”.

Nos enteramos la otra tarde en el Pavón de que las esponjas, los animales más arcaicos de nuestro planeta, se encuentran en peligro. Una muerte lleva a otra muerte, cuando se es un ser capaz de absorverlo todo, sin tejidos ni órganos que filtren, conglomerado de células y gelatina. Las esponjas podrían suponerse insensibles, dada su carencia de sistema nervioso. Pero Bob, el entrañable personaje televisivo, parecía una de las nuestras, comprometido con su entorno como el que más, dando ejemplo… Yo he visto documentales y reaccionan a ciertos estímulos, las esponjas se contraen, se cierran… La aparente simplicidad es evocadora siempre del enigma. Lo que a distancia parece sólido, en la cercanía es poroso; lo que se nos antoja eterno, frágil y perecedero.

Un dibujo animado ha muerto. Ignoramos las causas. El silencio cómplice de los medios de comunicación -proclives al cotilleo melodramático- posterga el impacto de la noticia relevante, la trasforma, la disfraza, la mitiga, la oculta. Aquí lo que preocupa es la catástrofe económica, lo que nos afecte al bolsillo. En cuanto a la puesta en escena, dado que el código es esta confusión entre los personajes del cómic y los de nuestra sociedad burguesa, se asimila fácil que todo está permitido: bailes, cantes y escenas hilarantes de “corta y pega”. Todo parece muy loco, desde quizá que el pobre Bob confundiese una bolsa de plástico con una medusa y que eso le matase… Pero a la posibilidad la pintan calva, como a la cantante, ya lo sabía Ionesco… Soñemos con que las partículas de esponja disgregadas tras la explosión se recompongan, con que se pase el mal trago, con mares de aguas cristalinas lamiendo las orillas, con peces abisales entre corales y esponjas… y ni rastro de lo humano en la Naturaleza.

Si vuelve a ser programada, les recomiendo esta pieza, no se la pierdan. Tan gozosa, tan necesaria… Me voy a por existencias al “super”, a ver si contribuyo a aumentar la extensión del Séptimo Continente.

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

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© Luz-Soria

Guillermo Serrano ©Luz-Soria
Miriam Correa ©Luz-Soria
Eva Redondo ©Luz-Soria
Ángel Perabá ©Luz-Soria

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COPENHAGUE

COPENHAGUE

Autor: MICHEL FRAYN

Dirección y adaptación: CLAUDIO TOLCACHIR

Reparto: MALENA GUTIÉRREZ, EMILIO GUTIÉRREZ CABA Y CARLOS HIPÍLITO

CRÓNICA DE Teatro de la Abadía (Sala Juan de la Cruz)

La capacidad del ser humano para conocer la realidad y trasladarla como información fidedigna a sus coetáneos o a generaciones futuras, es relativa, tiene todo que ver con la inmersión de cada ser humano en dicha realidad, al formar parte de la misma por el simple hecho de existir, o al observarla en perspectiva desde el ángulo que le ofrece el paso del tiempo; siendo testigo, incluso parte implicada en los hechos o, por el contrario, con el desapego que le proporciona el sentirse ajeno a los acontecimientos que describe, quizá no a sus consecuencias. Narrar -nos confirma la ciencia- es siempre un ejercicio creativo, ya que resulta imposible acceder al estatismo de una verdad absoluta para abarcarla, excepto en la imaginación de un supuesto idílico. Nuestra existencia y la del mundo están condenadas al movimiento continuo, el universo entero es un engranaje que genera una melodía cambiante. Esa música, matemática pura, es misterio, tiende al infinito, se nos escapa, nos obliga a trascendernos. ¿Qué puede guiarnos entonces? Ese proceso evolutivo de la experiencia, que es la madre de la ciencia. La imprecisión que supone el intento de tomarle la medida tanto a la vida como a la muerte, tiene que ver con ese trance heroico entre uno y otro estado del ser, con el advenimiento del azar, con el acontecimiento ineludible.

Michael Frayn -en Copenhaguen– sitúa a los personajes en una especie de limbo, en un encuentro imposible en el que se reúnen a dirimir eternamente lo que nunca tuvo sentido en vida. El autor nos oculta, de nuevo, lo que la Historia ha ignorado, otorgando de este modo a la obra dramática características propias del thriller. Como público, intuimos las incongruencias, presuponemos el conflicto principal, pese a no tener acceso a ese diálogo secreto, mantenido en privado entre dos de los tres personajes. Frayn nos ofrece tres versiones distintas del posible contenido de la conversación, a modo de teorías que acaban por refutarse, evitando así conclusiones. En la puesta en escena de Claudio Tolcachir, la pareja de amigos científicos pasea en círculos alrededor de un eje central; al igual que los planetas, se circunscriben a una órbita concreta que, simultáneamente, les condena y les impide precipitarse al vacío. Solo la reiteración parece ser capaz de sostener la incertidumbre, el vértigo a nivel moral de las decisiones que tomamos. Podría ser este ritual de empeño en la reflexión continua sobre un asunto cuando no tiene ya remedio, una penitencia cuya esperanza no sea el perdón en sí mismo sino el lograr trazar un esquema lógico que alivie el peso impuesto por la culpa, fruto de las consecuencias de nuestros actos fallidos. Por eso el inicio de la obra es tan abrupto, porque está fuera del tiempo y porque podría ser un final, en lugar de un principio. La paradoja.

Durante la función, nos sirve de intermediaria una suerte de embajadora de paz o de detective en absoluto imparcial, Malena Gutiérrez -o más bien la mujer a quien encarna, Margrethe-. Al añadir acotaciones a la acción, descriptivas y críticas, no está exenta de tomar partido, ya que es la esposa de Bohr, medio judío, uno de los científicos que colaboró en el “proyecto Manhattan” trabajando para el bando de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Por el contrario, Heisenberb -su alumno-, colaboró con los nazis, con lo cual, podemos justificar la enemistad surgida en un momento puntual, pese a que no contemos con los detalles del trance que supuso la ruptura de la larga relación personal que los unía. Aunque Margrethe no fue testigo de la conversación concreta que mantuvo el científico danés con el alemán durante un largo paseo por Faedellpark, tras la cual ya nada volvió a ser lo mismo entre ellos, sí podría arrojar luz sobre la relación entre su marido y el alemán, explicitar detalles sobre el carácter de la misma, y sacar conclusiones al respecto de los motivos de la ruptura, claro está que desde su punto de vista, que no es otro que el que imagina para ella el autor. De ahí el margen de error, siempre hay que contar con la falacia latente en las interpretaciones personales y las reinterpretaciones colectivas.

Ambos científicos recibieron el Premio Nobel y están considerados como los principales creadores de la “teoría cuántica”. En aquel momento de la misteriosa conversación que supuso la abrupta ruptura de su amistad, se posicionaban en bandos contrarios con respecto a “la carrera por la bomba atómica”. Más tarde, los aliados la lanzaron sobre Hiroshima y Nagazaki. Aquello fue una masacre. De ese modo se puso fin a la guerra. ¿El fin justifica los medios? ¿Hasta qué punto es responsable la ciencia del uso que se le dé a sus descubrimientos y avances técnicos? ¿Es lícito que un científico participe activamente en cuestiones políticas o bélicas, utilizando para ello sus conocimientos y desarrollándolos en pro de un beneficio para su país o para lo que crea el mejor modo de resolver una contienda? La respuesta es indeterminada y ambigua, si no múltiple, depende del punto de vista de cada individuo, de si posee convicciones firmes y se atiene a ellas con todas las consecuencias. Quien más quien menos es un mar de dudas; afortunadamente, por otra parte, lo contrario se alejaría de lo humano y no garantizaría el acierto. Pero no podemos instalarnos en la incertidumbre, sino vivir pese a ella, tomar decisiones.

El asiento desde el que presencié la función en la sala Juan de la Cruz del Teatro Abadía me ofrecía una perspectiva privilegiada, ni demasiado cerca ni demasiado lejos, centrada. Merecía la pena tener la sensación de estar todavía fuera de la sala mientras que parte del público seguía accediendo a mis espaldas. Mientras esperaba el inicio del espectáculo, mis expectativas eran altas. Se cumplieron, empezando por la maestría de Emilio Gutiérrez Caba, de Carlos Hipólito y de la ya mencionada Malena Gutiérrez. La presencia escénica de cada componente del elenco, la forma en la que dejaban fluir un texto tan complejo -como si naciese fruto de la reflexión, instantáneamente, desde sus mentes respectivas-, la contención emocional y la mesura en la expresión corporal, la compostura chejoviana en la composición de cada personaje… El talento, la técnica y la experiencia, cualidades todas de elenco y director, dieron como resultado una amalgama deliciosa, un delicatesen de espectáculo que degusté con avidez y que me supo a poco. Seguro que me perdí aquel gesto, aquel matiz, aquella otra mirada que no pude apreciar desde donde me encontraba… Es teatro para regresar a él, a su lectura, para volverlo a ver, para aproximarse todavía más e intuir sus entrañas, para indagar en las manifestaciones a escalas ínfimas de lo humano -tal cual se hace en el estudio de las partículas atómicas y sub-atómicas-. Como en la naturaleza, en la trama de este teatro que nos propone Tolcachir nos faltan datos. Aunque es teatro de texto, activa al público. Cada espectador, en paralelo con lo dicho en escena, elabora una versión propia del acontecer que presencia, indagando no solo en los impulsos que mueven a los personajes, en los objetivos que se plantean y en las claves posibles para la resolución del misterio -construyendo así un esquema de premisas lógicas a nivel de acción o de discurso-, sino también reflexionando sobre lo que es más importante, sobre las causas del hecho histórico y sobre sus consecuencias. Es teatro comprometido. Arte imprescindible.

Este texto fue estrenado en Nueva York en el 2000 y, anteriormente, en Londres, en 1998. Tolcachir y su equipo, lo han traído a la Abadía, tras estrenarlo en Avilés. No me queda más que agradecer lo que valoro como un gran acierto y como un éxito rotundo

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

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MALENA GUTIÉRREZ, EMILIO GUTIÉRREZ CABA Y CARLOS HIPÍLITO
COPENHAGUE

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Tardes con Colombine

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Dramaturgia: CARMEN SÁNCHEZ MOLINA

El preámbulo de los múltiples acercamientos a la plenitud

Dirección: JUAN CARLOS TALAVERA

CRÓNICA DE TEATRO NUEVE NORTE

A los dieciséis años fue conquistada con cartas de amor Carmen de Burgos por un periodista que dirigía la revista satírica Almería Bufa. Este hombre que le doblaba la edad (causa por la que el padre de la señorita no asistió a la boda) contribuyó a la primera emancipación de Carmen, la de caminar sola hasta el altar para huir del yugo familiar, primera ilusión de independencia de la mujer de finales del siglo XIX español. Los poemas de amor se extinguieron con el matrimonio, aparecieron las humillaciones, el ultraje, las traiciones del esposo. Entre las pocas oportunidades laborales de la mujer se hallaba la de maestra, y para esto se preparó a escondidas Carmen con la intención de opositar y huir con la opción del mínimo sustento que una profesión podía darle. En esta etapa perdió tres hijos, solo alcanzó ver crecer a María, con la que huyó en 1901 rumbo a Madrid a los treinta años; la niña apenas cuatro. No sospechaba que su definitiva emancipación estaba abriendo la puerta para el reconocimiento social de la mujer en España. Unos años después de su llegada a la capital se había convertido en un punto de referencia feminista, aunque aún esa palabra era sustituida por otra: marimacho. Ella misma escribió que no sabía si era feminista, que temía mucho un feminismo tendente a masculinizarla; por eso su labor fundamental se convirtió, más que todo, en liberar a la mujer vejada.

En los ambientes literarios conoció al veinte años menor Ramón Gómez de la Serna y comenzaron una relación sentimental. Iniciaron una confraternidad intelectual. Nació un intercambio creativo de almas eternamente inquietas. Pero a pesar de contar en casa con su fiel hermana Catalina, la ajetreada vida de Carmen, los quehaceres que la ocuparon como primera periodista profesional en España y en lengua castellana, la primera mujer corresponsal de guerra, el tiempo que ocupó en dar forma a tantas novelas (crónicas casi todas de una época, también las más cortas), treinta y tantas traducciones, ensayos, estudios literarios, cuatro libros de viaje por Europa y América, sus conferencias en la Sorbona y el Museo del Louvre, el interés por europeizar España, los mítines políticos en defensa de la República, de los derechos de la mujer, hicieron que el seno familiar no contara suficientemente con su presencia y, asistiendo a aplaudir una de las obras del ya exitoso Gómez de la Serna interpretada por su hija María, los sorprende amándose. Es este suceso, la traición de los más cercanos, el que da pie a gran parte de la fabulación que propone la autora Carmen Sánchez Molina, quien además es la actriz protagonista de Tardes con Colombine. Es así como presenciamos al diálogo entre la almeriense y Dolores, portera del inmueble donde vive la primera y personaje de una de sus novelas, La malcasada, a veces también la aparición necesaria de la hija de Carmen, María (su Maruja) y la efímera presencia de una vecina. Un retrato, según la propia creadora del texto dramático, en el que principalmente podemos ver las dos Españas de 1929.

Retratos es lo que permite el deslumbramiento, y deslumbrados es como nos deja la vida de esta guerrera militante de lo humano.

La dramaturgia no se ensaña, no es un “ajuste de cuentas”, siquiera con las instituciones que, se sabe muy bien, asediaron a la protagonista, prefiere mostrar la risa de Carmen (a carcajadas muriendo incluso). En la intimidad de su casa la divierten los cánones morales de esa sirvienta que va enseñando a leer. El montaje suplanta el dolor; haber nacido hembra ya era un peso con el que cargar. No se detiene en el análisis de una u otra injusticia, las muestra, las expone, amalgama datos; no intenta desentrañar los entuertos emocionales de un proceder arriesgado, casi temario para una mitad de siglo altamente mojigata, ni muestra los agravios recibidos desde aquella publicación del marido despechado en la revista que él mismo dirigía: Ahora en Madrid, no hace mucho, / se presentó una señora / con un talento, que dudo / que haya quien le eche la pata; / no te creas que me burlo, / ya ves tú si tié talento, / que colabora en El Mundo / Latino, en esa revista, / de que es Director Mendrugo. / -Madueño, hombre, Madueño. / -Es lo mesmo. -No seas bruto. / Ahora en las Flores cordiales… / -Son juegos florales, burro. / La han nombrado Secretaria / Generala, y tié un título / de Profesora de Letras / y les está dando por… -Estúpido / ¿qué es lo que vas a decir? / -Que está dando hoy más gusto / que la Teresa Jesús, / la Avellaneda, y te juro / que ni la Pardo Bazán / le gana a hacer verci-culos. Como lo anuncia el programa de mano, la puesta prefiere el “fresco”, no el estudio psicológico de aquella que parecía ser muchas mujeres en una, la magnífica mujer de la que solo una anécdota de su fatigosa y productiva vida podría dar pie al fomento de la creación.

¿Qué ocuparía la mente de una luchadora por la igualdad a la que le tocó traducir La inferioridad mental de la mujer? ¿Cuáles serían las disquisiciones al traducir que “la mujer no ha aportado nada al desarrollo de la ciencia y resulta inútil esperar algo de ella en el porvenir”, con qué temple pasó al castellano que “en los hombres poco desarrollados en la parte mental (un negro por ejemplo), se encuentran los mismos datos anatómicos hallados en el lóbulo parietal de la mujer”, cómo pudo expresar que el neurólogo y psiquiatra alemán pensaba que “una de las diferencias esenciales se encuentra ciertamente en el hecho de que el instinto desempeña un papel más importante en la mujer que en el hombre. […] De modo que el instinto hace a la mujer semejante a las bestias, más dependiente, segura y alegre”? ¿De dónde sacaba fuerzas para luchar con tino por el derecho a la separación del marido ganándose el mote de “la divorciadora”, derecho concedido sesenta años después? ¿Cómo enfrentó en casa la adicción de la hija? ¿Qué resultaría si se revisara concienzudamente aquella opinión suya sobre el daño causado por ese monumento de nuestra literatura que es El Quijote “porque el público comprendió más a Sancho que al Caballero de la Mancha y la novela realista moderna pensó que el mérito consistía en buscar sólo lo grosero, por lo que se entendió que era más real describir un crimen que un sacrificio, y con el deseo de epatar, se trató de producir terror y asco en lugar de emoción estética”? ¿Podrá alguien acercarse a su novela autobiográfica -como muchas de las que escribió- La mujer fantástica, para desmenuzar la mente prolija de esta fémina de un siglo donde parecían los hombres los únicos con pensamiento? Rubén Darío le escribió en una carta de 1911 lo grato de haberla hallado lo menos “literata” posible, que como escritora creía que ella no usaba medias sino calcetines. ¿Cómo asumía una mujer de letras llamarse a sí misma “Presidente” General de la Cruzada de Mujeres Españolas y de la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Iberoamericanas porque aún no existía la palabra “presidenta”? Sabiéndola corresponsal de guerra, ¿qué resultaría si tratásemos hondamente una sola idea suya extraída del artículo ¡Guerra a la guerra!, donde defendía el derecho de todo humano a negarse a matar? Si imaginamos el oasis democrático en que convirtió su casa con las tertulias de los miércoles, a las cinco en punto, luego los sábados, cuando fue desterrada a Toledo y disponía únicamente de los fines de semana, estableciendo que, de puertas adentro, la libertad de pensamiento sólo tendría como límite el infinito…

Todo esto, producto de la inquietud que genera Tardes con Colombine, plantea otra cuestión: ¿qué sucederá cuando logremos someter al deslumbramiento, cuántos temas emergerán y con qué profundidad los asumiremos si nos interesara un día viajar con esta pionera rumbo a la conquista de la justeza?

Crónicas

Por : ALBERTO MENÉNDEZ GARCÍA

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UNA NOCHE CON FORSYTHE

UNA NOCHE CON FORSYTHE

Coreografía: William Forsythe

Puesta en escena: Compañía Nacional de Danza

Dirección: José Carlos Martínez

CRÓNICAS DEL Teatros del Canal

Tengo una amiga que siempre escribe en Facebook sus pensamientos más polémicos y sus sentimientos más íntimos como si al otro lado de la pantalla se encontrase, permanentemente, un fiel amigo. Es gracioso porque ella tan solo exagera lo que todos, en mayor o menor medida, hacemos en nuestras redes sociales. Mi amiga exhibicionista empieza muchas de sus exclusivas diciendo algo como “Sí, ya sé que esto es pornografía emocional, pero no me importa…” y luego suelta la bomba.

Si tuviera que explicarle a alguien que no sabe nada de danza lo que supone Forsythe para el campo, le diría que hace “pornografía coreográfica” en ese sentido con el que se nombra el exceso. Y claro, no tiene nada que ver con bailarines sugerentes ligeros de ropa, sino con el hecho de que sus piezas son la verborrea incontenible de un fanático del movimiento que no se puede callar nada, y al que no le importa quedar como un imprudente porque la ocurrencia es lo suficientemente interesante como para correr el riesgo. Forsythe es ese artista juguetón que busca los extremos de manera socarrona, aunque en mi opinión nunca deja de ser un niño bueno que agrada al público más clásico (ese que sí se sale del teatro a la mitad de The show must go on de Jérôme Bel).

Una noche con Forsythe en Teatros del Canal, interpretada por la compañía Nacional de Danza, es una oportunidad única para comprender los motivos principales que han guiado la obra de William Forsythe a lo largo de su carrera. En estas tres obras constatamos que el coreógrafo, probablemente aburrido de la cadencia del ballet clásico, se propuso meter la mayor cantidad de pasos en el menor tiempo posible dando lugar a ballets frenéticos. También, que la lógica de los ballets tradicionales le debió parecer muy naif, por lo que se atrevió a dejar a los bailarines sin un paisaje o una acción en la que descansar, y así, desnudos de historia, los entregó al éxtasis del “movimiento por el movimiento” más acorde a las propuestas estéticas de finales del siglo XX.

La primera coreografía de este programa es The vertiginous Thrill of Exactitude, de 1996. La interpretan tres mujeres y dos hombres que tienen que sincronizar sus saltos y rápidos pasos de pies. Es una pieza un poco desfavorecedora porque, por muy bien que lo hagan, esa obsesión con la exactitud a la que se refiere el título hiperliteral, te lleva como espectadora a buscar el error como en un juego. En ese sentido el ballet es maléfico. Son 13 minutos dificilísimos de bailar en los que los bailarines no se libran ni un segundo del escrutinio.

Esta pieza rompe muchas cosas, mezcla hombres y mujeres de manera casi homóloga e impersonal, utiliza un vestuario geométrico muy vanguardista, y desde luego, los pasos se encadenan a una velocidad desconocida; sin embargo, aspectos clásicos del ballet prevalecen: la coreografía sigue siendo muy frontal y el cuerpo se mantiene erguido, con los brazos y piernas en una armonía de líneas reconocibles. No puedo evitar pensar que sigue siendo “danza para la foto”: si un fotógrafo captura en el aire a los cinco bailarines en la misma postura, la exactitud será muy reconfortante. En movimiento, sin embargo, sufro por ellos, por ese sometimiento que les deja la cara tensa, la sonrisa forzada. La danza contemporánea ha evolucionado hacia bailarines que gozan de verdad y que remiten menos a los términos correcto/incorrecto, acierto/error.

Después viene la hipnótica Artifact Suite, de 2004, en la que Forsythe rompe muchas cosas más. La frontalidad clásica desaparece desde el principio. El escenario se desnuda y los bailarines bailan más para ellos que para nosotros. Resulta una obra muy cinematográfica, en la que el telón actúa como una mesa de montaje, y en la que el contraste de luces y sombras es protagonista. Hoy en día es muy difícil ver a tantos bailarines en escena (por cuestiones, creo, meramente económicas), así que ver al gran elenco de la CND cubrir el escenario de la Sala Roja y moverlo con sus cuerpos, es fascinante. Es una pieza realmente juguetona en la que casi podemos ver al coreógrafo probando cosas nuevas en libertad, como si se tratase de un ensayo. Deliciosos port de bras que terminan en palmada, momentos de cuerpos-máquina, una línea de bailarines tumbados que inventan signos de una escritura nueva con los brazos, son momentos emblemáticos de danza contemporánea que ahora resultan, paradójicamente, “clásicos”. La libertad que se respira es, además, eficiente. Todo está bien hecho, ordenado, pulcro, todo-donde-debe-estar. Pienso que fue esta una manera genial de llevarse al público clásico hacia la danza contemporánea, con cucharadas de coreografía que funciona con precisión, mientras se aleja de sí misma e inventa nuevos géneros.

Curiosamente Enemy in the Figure, la pieza que cierra el programa, es la más moderna siendo la más antigua, de 1989. Aquí los torsos de los bailarines se arquean y las muñecas se rompen en un gesto un millón de veces copiado en academias de barrio de todo el mundo. Y, muy acorde con el arte de los 90, con ese ademán punk irreverente pero comercial en el que lo accesorio se hace protagonista, la escenografía, la iluminación, el vestuario, y la música guían el movimiento de los bailarines. Es una pieza en blanco y negro que publicistas y diseñadores de interiores habrán amado y que funciona como la fotografía de una época, la de la cultura tecno, descaradamente atrevida.

#Pornocoreografía podría ser la etiqueta en redes que nombrase el deleite por ver artefactos coreográficos muy complejos que funcionan con precisión alemana. Y aparecería siempre en los trabajos de Forsythe.

Crónicas

Por : Paula Lamamie de Clairac

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Puesta en escena: Compañía Nacional de Danza. Imagen © Alba Muriel
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William Forsythe
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UNA NOCHE CON FORSYTHE
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SOFTMACHINE: SURJIT & RIANTO

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UN PROYECTO DE CHOY KA FAI SOBRE LA DANZA ASIÁTICA

CRÓNICA DE Sala Negra de Teatros del Canal

Pensé que el título merecía una explicación; pero no alcancé a formular la pregunta durante el encuentro con el público tras la función de viernes 7 de junio, así que salí de la Sala Negra rumiándola para mis adentros. Al leer el programa de mano había anotado palabras claves que me parecían esenciales para hablar de esta propuesta tales como post-modernidad, exotismo, danza contemporánea asiática, tópicos… Sin embargo (ahora lo sé) nada podía anticiparme lo que vendría después. Incluso todo indicaba que iba a ver un documental e intenté colocarme en la mejor posición frente a la gran pantalla. Error también. Hubo proyecciones, sí, pero el documento fue escrito en escena. Una clase magistral de coherencia entre las preguntas esenciales que animaron a Choy Ka Fai a viajar durante dieciocho meses por trece ciudades en China, India, Indonesia, Singapur y Japón, recopilando material, y la manera en que hoy nos lo presenta como hecho artístico.

Hay preguntas que no tienen una única respuesta. Así es esta propuesta. Abre multitud de cuestiones e insta a revalorizar una vez más ciertos conceptos acerca de esa ambivalente y siempre esquiva relación Oriente/Occidente, a desmontar también la imagen preconcebida y occidentalizada sobre el quehacer cultural asiático, y las relaciones de poder que desafortunadamente aún persisten y determinan los discursos culturales dominantes. No se trata aquí de definir o no la pertinencia de hablar de exotismo en un contexto globalizado, pero sí de la pervivencia de centros y periferias culturales, y en consecuencia de las representaciones dominantes que gobiernan los discursos culturales. No hay que perder de vista la actitud de dominancia sobre la que Occidente ha basado su relación con el resto del mundo; este es sin duda el punto de partida de esta propuesta, que no su fin último.

Soft Machine cuestiona con sutil ironía y un humor delicioso. Estos dos bailarines que nos ha presentado Choy Ka Fai, nos parecen sacados de un documental y puestos sobre la escena; y así, han atravesado miles de años de historia humana en poco más de una hora y media de espectáculo, con la sencillez de quien tiene las preguntas adecuadas. Recuerdo entonces sin querer las palabras de los maestros: el arte europeo ha tenido que romper con su tradición para construir lo nuevo, en Asia lo nuevo se ha construido sobre la base de la tradición.

Así es como Surjit Nongmeikapam y Rianto se nos han mostrado, trayéndonos una tradición que pervive en sus cuerpos, aprovechando siglos de cultura para incorporarlos al lenguaje contemporáneo, enriqueciendo con una savia antigua lo que hoy es necesario decir en escena. He visto cuerpos formidables destripando tópicos, derribando mitos, pero sobre todo, construyendo puentes para nuevas miradas.

Todavía hoy me pregunto acerca del título; sin embargo intuyo cierta conexión con la delicadeza y la suavidad que subyacen en las tradiciones del cuerpo de las formas codificadas asiáticas; también una referencia a algo muy sólido que no puede ser desmantelado por la modernidad, sino que la alimenta y la hace potente, verdadera fuerza irreductible. Vuelven sin remedio los maestros a mi mente tras esta reflexión, esta vez es Katzuko Azuma, así que busco y cito:

“Mi maestro decía que debía encontrar mi propio punto de fuerza. Es como una bola de acero que está en el centro de un triángulo imaginario que tiene el vértice en el ano y la base en la pelvis, a la altura del ombligo. El actor/bailarín debe lograr apoyar su propio equilibrio en ese punto de fuerza. Si lo encuentra (es difícil, aún hoy no siempre lo encuentro), entonces todos sus movimientos adquieren fuerza. Pero esta fuerza no significa estar en tensión, no es violencia. Mi maestro decía que la bola de acero está envuelta en una capa de algodón, y luego de otra capa de algodón y así sucesivamente: que es en definitiva, algo blando que sólo en su centro profundo esconde algo duro. Así el movimiento del actor/bailarín puede ser lento y suave y ocultar su fuerza, como la pulpa de una fruta oculta su hueso.”

Crónicas

Evelyn Viamonte Borges

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El Maelstrom que nos lleva: la dramaturgia de Thomas…

El Maelstrom que nos lleva: la dramaturgia de Thomas Köck

Ensayo

E

n nuestros dos artículos anteriores –La invención del lenguaje y La dramaturgia de la mantequilla- hemos abordado, respectivamente, las dramaturgias de Ewald Palmetshofer y Ferdinand Schmalz, jóvenes autores austríacos, fuertemente interesados en la creación de innovadores lenguajes dramáticos. Para completar una trilogía y ofrecer con ello una buena muestra -aunque necesariamente parcial- del panorama más reciente de la literatura dramática austríaca, nos complacerá en esta ocasión tratar sobre un tercer autor, cuya potencia y originalidad lingüísticas no se quedan en absoluto atrás respecto de los dos mencionados. Nos referimos a Thomas Köck.

Thomas Köck nació en 1986, en Wolfern (Austria). Su actividad como autor teatral no se remonta más allá de 2014. Sin embargo, en los apenas cinco años que desde entonces han transcurrido ha creado un buen número de importantes obras teatrales. Mencionemos, por ejemplo,  Isabelle Huppert (2015) -Premio Else-Lasker-Schüler-, el futuro no nos alcanza (¡quejaos, niños, quejaos!), desecho del mundo (2018) o atlas (2019), su más reciente creación -que acaba de ser galardonada, hace apenas unos días, con el Premio Mühlheim de Dramaturgia 2019-. Aquí nos centraremos en el comentario de las tres obras que podrían considerarse como las más representativas de su dramaturgia, las conocidas como Trilogía sobre el clima: inundar paraíso (2016) -Premio Kleist- hambrear paraíso (2015) y jugar paraíso (2018) -Premio Mühlheim de Dramaturgia 2018-. Esta trilogía parece evocar, por otra parte, a una de las empresas cinematográficas de mayor calado en el cine europeo reciente: la trilogía Paraíso del cineasta Ulrich Seidl -también austríaco-, compuesta por las películas Amor, Fe y Esperanza, magnífico análisis de la decadencia y miseria morales de nuestra sociedad actual. 

La escritura dramática de Thomas Köck ha sido comparada con el Maelstrom, un gran remolino que se forma en el mar en las costas de las islas Lofoten (Noruega) debido a la conjunción de poderosas corrientes (y que tan buena fortuna literaria ha tenido, por ejemplo en la obra de Edgar Allan Poe: véase su cuento Un descenso al Maelstrom). En nuestra opinión, resulta una metáfora muy oportuna porque refleja fielmente la sensación que asalta al lector al abordar la lectura de Thomas Köck: la de verse atrapado y arrastrado por un sorprendente e incontenible remolino de palabras, de imágenes, de temas, de acciones, de metáforas, incluso de géneros (pues la escritura del autor no es uniformemente dramática, sino que parece flotar entre el drama, la lírica y la narrativa). Y es tal el abigarramiento de estos elementos, tal su heterogeneidad, tal -principalmente- el vigor, el ritmo y la expresividad del lenguaje que el lector corre verdadero riesgo de acabar naufragando en esas fortísimas corrientes asombrosamente transformadas en un conjunto dramático de muy alto valor.

El autor parece haber tenido la voluntad consciente de provocar este efecto, pues ya la primera obra de su trilogía apunta, como indica el título (inundar paraíso), a la metáfora acuática: en efecto, varios de los cuadros allí contenidos nos presentan una corriente, una inundación que arrastra y lleva consigo los materiales resultantes de un naufragio -símbolo de la catástrofe de nuestro mundo-. Los materiales trascienden la mera categoría de pecios, comprenden un conjunto multiforme y dispar, formado por velas, desechos plásticos, restos de goma, seres humanos ahogados e incluso, en gran parte, elementos incorpóreos -como recuerdos y esperanzas- o incompatibles con el fenómeno físico del aluvión -como el mercado, las crisis financieras, un siglo, una revolución industrial, los primeros intentos de medir el planeta, etc-. La retahíla resulta verdaderamente chocante, pero consigue transmitirnos la idea de que la apocalíptica corriente -igual que el abigarrado discurso del autor, en armonía con su oceánico ritmo- lo arrastra todo, lo material y lo inmaterial, no solo los cuerpos sino también las almas de los hombres, así como incluso su historia (y ciertos componentes del actual sistema económico neoliberal, principal diana del autor). La obra presenta otros dos planos de acción que, aun siendo muy diferentes, se alternan y entrelazan varias veces entre sí, además de con el plano de la inundación: por un lado, las disputas domésticas de una familia actual atrapada en una situación económica precaria, reflejo de la explotación neoliberal del individuo (dimensión que, a su vez, se desarrolla en dos momentos temporales diferentes: en 1993, el padre, empujado por el sueño de la autonomía laboral, se ha lanzado a emprender un pequeño negocio poco rentable -un establecimiento de recambio de neumáticos-, razón por la cual la madre le reprocha su incapacidad para sacar adelante a la familia; en 2014, la hija, caída en la corrupción moral a causa de las condiciones económicas heredadas, se dedica a pensar solamente en su propio beneficio, a costa incluso de los padres); por otro lado, las actividades capitalistas conducentes a la explotación del caucho en la ciudad brasileña de Manaos en el año 1890 –obsérvese el vínculo entre ambas historias: el caucho y los neumáticos.-  

Con todo, el interés del autor no se centra en desarrollar a fondo cada conflicto en particular, sino más bien en componer una serie de cuadros que, al ser yuxtapuestos, provocan a primera vista una sensación desconcertante, pero que, en realidad, forman un conjunto bien ensamblado, musicalmente armonioso -una sinfonía extraviada, como reza el subtítulo de la obra-, con el objetivo claramente definido de repasar la historia de los desastres provocados por el capitalismo: primero, la explotación del caucho y de los indígenas en el siglo XIX; luego, las consecuencias de la política neoliberal en la economía doméstica un siglo después y, por último, la presentación, como algo ya consumado, de un futuro apocalíptico, caracterizado por el destrozo del clima y del planeta. El desastre climático-ambiental, que da nombre a la trilogía, no se circunscribe, pues, a la esfera del clima, sino que viene a ser un símbolo de la catástrofe social y moral de nuestros tiempos.

Otra de las características que destaca en esta pieza es el tratamiento vanguardista de los parlamentos de los personajes: a veces, lejos de buscar el diálogo con sus interlocutores, se dirigen más bien a describir lo que ellos mismos hacen, hablando de sí mismos en tercera persona, en estilo indirecto, como si más que diálogos fuesen acotaciones o narraciones prosísticas –en la senda de autores como René Pollesch o Elfriede Jelinek; en otras ocasiones, principia a hablar una voz anónima que narra en tercera persona lo que hace un personaje y enseguida la voz de dicho personaje, en primera persona, viene a sustituir a la voz narrativa anónima a través de una especie de monólogo interior en el que se entreveran caóticamente diversos pensamientos; en los cuadros de la inundación, otra voz anónima, que aparentemente no se identifica con ningún personaje en concreto (¿acaso quizá el coro de los ahogados?), nos va relatando, con elevado lirismo, el paso de los diversos materiales que son arrastrados por las aguas. De este modo, se produce, en lo que a tal cuestión respecta, una original hibridación de géneros: el diálogo dramático convive con la lírica y la narrativa. Cabe llamar la atención sobre el hecho de que, en todo caso, entre los personajes no llega a producirse -o, si lo hace, es en muy escasa medida- una verdadera comunicación, circunstancia que contrasta llamativamente con la torrentera lingüística que en sí misma es la pieza. 

Estos rasgos de inundar paraíso reaparecen en las otras dos obras de la Trilogía sobre el clima: en hambrear paraíso y jugar paraíso se impone también, abrumadoramente, una sinfónica marea de palabras e imágenes, existe también un fuerte interés por investigar las posibilidades expresivas de las intervenciones habladas (en hambrear paraíso, por ejemplo, abre la obra un nosotros anónimo despiezado en diversas voces, que podrían ser todas la misma o diferentes representantes de un mismo nosotros; en jugar paraíso nos salen al paso la fragmentación del diálogo y el lenguaje sincopado, hechos que apuntan, de nuevo, a la difícil comunicación entre los personajes). En ambas piezas la acción, lejos de ser única, aparece también dividida en diversos planos y el foco se pone, más que en el desarrollo de los conflictos, en la presentación de cuadros escénicos –hambrear paraíso aparece encabezada por el significativo lema: «la historia se descompone en imágenes, no en historias»-. En hambrear paraíso asistimos al entretejimiento de tres historias diferentes de tres personajes distintos (ben, maggie y caro), cuyo nexo de unión consiste en que todos están, de una manera u otra, en crisis, personal o profesional, y en que esta tiene que ver con la omnipresente tiranía que hoy en día las imágenes ejercen sobre los individuos: por ejemplo, caro, una corresponsal de guerra destinada en una zona conflictiva, se ve retenida en un hotel, junto con otros periodistas, por la irrupción de una guerra civil y obligada a asistir, con perplejo escándalo, a las hedonistas celebraciones de sus compañeros quienes, en el interior de las dependencias hoteleras, a salvo del conflicto, intentan ahogar en alcohol y en un trivial entretenimiento amoroso las horribles imágenes de la guerra que se desarrolla en el exterior -quizá caro sea el alter ego de Tim Hetherington (a quien se alude explícitamente en la obra), excepcional fotógrafo de guerra (véase su libro Infidel), ganador de un óscar por la película documental Restrepo, y asesinado en 2010 durante la revolución libia contra Gadafi-. En jugar paraíso nos encontramos con otras tres acciones entrecruzadas: un hijo no se atreve a entrar en la habitación de un hospital, en la que yace su padre, malherido después de haberse prendido fuego a sí mismo; dos emigrantes chinos, huyendo de la miseria, han abandonado la ciudad de Zhengzhou -invadida por el esmog, la niebla contaminante que se acumula sobre las grandes ciudades- y se han instalado en Italia, en busca de una vida mejor, pero acaban igualmente malviviendo, trabajando explotados bajo el yugo de la economía neoliberal, cosiendo camisas made in Italy en una fábrica textil de Macrolotto -el polígono industrial de Prato, ciudad cercana a Florencia; un tren, con varios pasajeros a bordo, emprende un viaje que de repente pasa a ser una carrera desbocada, sin frenos, sin hacer alto en las paradas previstas, hacia no se sabe dónde, a lo largo de un paisaje cubierto por la nieve y el hielo –nueva manifestación del desastre climático. Esta última acción nos parece de particular interés: el tema del tren descontrolado no es ciertamente muy original (¿cuántos guiones cinematográficos habrán recurrido a él?; a la memoria nos viene, por su calidad, la película El tren del infierno, de Andrei Konchalovski), pero ilustra muy bien, sin embargo, el viaje hacia ninguna parte de la humanidad de nuestros días, incapaz de detenerse a pensar en las calamitosas consecuencias del neoliberalismo. Por otra parte, el movimiento del ferrocarril entronca, como una nueva recreación de la metáfora del Maelstrom, con el flujo de la crecida en inundar paraíso: uno y otro, con su ritmo ya maquinal, ya oceánico, pero siempre irrefrenable y abrumador, arrastran al desastre (procedimiento este que viene de antiguo: La educación sentimental, de Flaubert, comienza con una travesía en barco, cuyo lánguido avance refleja e ilustra el nacimiento del amor en el alma del protagonista).

La obra de Thomas Köck apenas ha tenido, hasta el momento, presencia en nuestro país. En 2017 participó en el XII Obrador d’Estiu de la Sala Beckett con un texto breve titulado only revolutions, que fue objeto de una lectura dramatizada en catalán, en traducción de Maria Bosom. Por otra parte, para el mes de julio de este mismo año, está previsto que tenga lugar, de nuevo en la Sala Beckett, en esta ocasión en el marco del XIV Obrador d‘estiu (y de Fabulamundi. Playwriting Europe), el semimontaje en catalán de Paradís inundar. Simfonia extraviada, en traducción de Albert Tola y bajo la dirección de Ferran Dordal i Lalueza. 

Ensayo

Por Antonio Mauriz

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CORPS NOIR

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STÉPHANE GLADYSZEWSKI

CRÓNICA DE Naves Matadero. Centro Internacional de Artes vivas

La imagen de un hombre sumergido en una pecera rectangular anunciaba esta pieza del canadiense Stéphane Gladyszewski en Naves Matadero. El reclamo me resultaba poco interesante, pero aun así me animé a ir por el interés que me suscitaron la mezcla de ciencia y arte, de artilugio y concepto en las investigaciones de Stéphane. La propuesta sin embargo superó con creces mis modestas expectativas. Desde el comienzo me enfrento a una obra íntima y sugestiva que pone al servicio de la idea los sortilegios tecnológicos, manipulando las imágenes con el fin de crear alusiones profundas y una sensorialidad altamente expresiva; de esta forma se abre al espectador un universo visual sumamente evocador. Es este poder de despertar multitud de sentidos, lo que pone en valor el recurso técnico.

A medio camino entre las artes visuales, el arte digital y la performance, Corps Noir me catapulta a las entrañas del nacimiento, al sexo y la sangre de los orígenes, y me vuelvo junto al intérprete, feto y luego ser pensante, fracturado por la ruptura original, descubridor de una mismidad siempre irresuelta. Más que entender, la obra me fuerza a sentir, empatizar, y recorrer con el protagonista el hilo umbilical que nos conecta a una raíz ancestral. Si la voz en off esclarece y dictamina, convirtiéndose de esta suerte en una racionalidad que todo lo reduce, el recorrido del intérprete sin embargo, se adentra en las intimidades de lo orgánico y lo visceral, en un espacio de infinitas posibilidades y asociaciones. Cada recurso, cada efecto que se crea bajo la luz de las proyecciones me lleva pues a un sitio recóndito de las entrañas del ser.

Vemos también en Corps Noir fuertes referencias al mundo psicológico. El canadiense aprovecha las sugestivas manchas del test de Roche para una vez más aludir a una conexión profunda, y a medida que explora la relación entre padre e hijo, viaja también a su propio mundo interior, dejándonos momentos de gran carga poética que a nivel visual disparan la potencialidad evocadora de las superposiciones entre cuerpo físico y proyección.

La pieza toda es una simbiosis extrañamente onírica entre arte y tecnología en la que el cuerpo se posiciona como una bisagra entre uno y otro polo. Pero el recurso técnico no supera el sentido, sino que lo potencia y sobredimensiona. Y es esto lo que convierte a Corps Noir en un viaje sensorial de fuerte impacto generado por algo tan frío como la tecnología. De este no tan raro maridaje tiene vasta experiencia Gladyszewski, ya que sobre esa base ha implementado el grueso de sus investigaciones más recientes, buscando a nivel artístico la confluencia entre lo orgánico y lo tecnológico.

Crónicas

Por Evelyn Viamonte Borges

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© Nicholas Minns & © Justine Ricard

Corps Noir de Stéphane Gladyszewski © Justine Ricard. En imagen Stéphane Gladyszewski
Corps Noir de Stéphane Gladyszewski © Nicholas Minns. En imagen Stéphane Gladyszewski

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VON MIT NACH T: NO 2

VON MIT NACH T: NO 2

Coreógrafo: VA Wölfl

CRÓNICA DE Naves Matadero. Centro Internacional de Artes vivas

VON, MIT, NACH, entre, lo oscuro: versión innumerable.

-¿Neuer Tanz, que significa exactamente «nueva danza» es, además de un modo diferente (más bien diferenciador) de mover los cuerpos en el espacio, una invitación a buscar otra manera de entender la danza, que incluso lleva a pensar en una no-danza, que la enmascara y la desenmascara? ¿A qué conclusión cree que llega el espectador cuando ve VON MIT NACH T: NO 2, sobre qué quiere hablarnos con esta obra, cuál sería su significación?

– A un pintor o a un fotógrafo no le preguntan qué significa esta o aquella obra suya, al menos no con el énfasis que se les pregunta a los creadores escénicos. La obra habla por sí misma. El arte es sobre todo percepción. Siempre que un creador quiera coartar el libre pensamiento del perceptor, su libre interpretación, pierde el arte lo más sensible y fundamental, la experiencia personal. Yo soy pintor y fotógrafo. En Neuer Tanz no queremos enseñar a la gente qué tiene que pensar, tampoco intentamos mostrarle lo que debería saber. No somos un instituto de enseñanza; no es una pretensión nuestra. Me interesa que los bailarines no muevan el cuerpo a partir de preconceptos o paradigmas técnico-estéticos. Como coreógrafo la ausencia de historia, de un relato lineal e irrebatible es importante. Con los medios que trabajamos lo que hacemos es evocar esos sentimientos semejantes entre nosotros y el público sin mediar relato alguno. No son obras de las cuales aprendes algo ni en las que debas descubrir un mensaje; ya hay suficientes de esas. Quiero lograr algo donde pienso: estoy en la selva. Mientras que eso que hagamos no tenga un nombre demasiado concreto tampoco se asimilará de manera unilateral. Cuando un historiador del arte le da nombre a lo que haces, el que mira casi siempre descubre lo que ese «exégeta» te ha dicho que debes ver. Siempre la gente cuando sale de nuestras representaciones aprendió algo, pero me interesa que sea más una cuestión personal, que aprenda porque trae alguna cosa muy suya en la mente que se lo permitió, que las personas vean porque miren con curiosidad, que hallen porque busquen; esto sin decirles exactamente qué deben ver ni lo que deberían hallar. Un título, por ejemplo, ofrece al perceptor una línea de entendimiento poco interesante porque casi siempre va camino de lo unilateral, es una ventana por la que hurgar y ese marco (el cuadro que es la ventana) ya te condiciona la mirada. VON MIT NACH T: NO 2 es una recreación multidisciplinar del asesinato de Robert Kennedy, sobre todo de los disparos. Baile y tiros en la historia de la humanidad forman una pareja perfecta. El magnífico lema de nuestra compañía es la disolución de los límites. En Alemania, lo bueno de nuestra democracia es que podemos hacer las cosas como las queremos hacer o como lo determine el grupo, sin temor al fracaso. No nos interesa el éxito ni ganar o perder dinero, no tiene valor para nosotros llenar teatros. Nuestro interés por expresarnos artísticamente, nuestras «estetizaciones», es lo que nos mantiene creando.

Es el diálogo que imagino con el artista alemán VA Wölfl, reacio como se le conoce a ofrecer pistas sobre sus creaciones. Es lo único con lo que cuento antes de entrar a Naves del Matadero. Tal vez sea también lo poco que comparto con otros que como yo han buscado alguna pista ofrecida por el propio artista… Y me tropiezo con un inmenso cubo blanco, un salón expositivo al cuidado de las siempre presentes vigilantes de sala. Un espacio vacío, de paredes limpias, reminiscencia de una galería de arte en la que hombres y mujeres asisten trajeados a una exposición (obviamente serán ellos también la obra expuesta). A partir de entonces todo se vuelve exhibicionista como el arte contemporáneo mismo, prescindible como el espectáculo mediático, fatuo y hasta divertido, paródico. Teniendo la ironía como tropo, VON MIT NACH T: NO 2 convierte casi en tema central de su puesta en escena el desguace de la cultura (su banalización en la era del discurso mediático), si dentro de las «descentralizaciones» de composición de la obra (¿coreográfica, plástica; espectáculo conceptual?) pudiese quedarme con algo como fijeza. Cada cuadro de la estructura dramatúrgica no parece guardar relación con el otro porque linealmente no la tienen, los conecta el tema, el fondo crítico, hasta la carencia del suceso espectacular o la incapacidad de la danza para acontecer. Es la misma incapacidad de coherencia de la sociedad que se representa, idéntico proceder que el de las sociedades actuales parece decirnos, donde se hace imposible un discurso congruente, un pensamiento y una continuidad de cualquier praxis que conlleve al desarrollo cultural ni al afianzamiento de ninguna expresión auténtica. Lo más trivial se vuelve anécdota. Están al mismo nivel, despiertan el mismo interés una felación que un concierto de rock, la especulación vocal de una cantante lírica que la reconstrucción de la muerte de Kennedy, un disuasivo chachachá, la constante presencia de la Iglesia a través de una Biblia de hojas doradas (¿prolongación de los cuerpos?), el insistente uso de las armas (¿complemento de las extremidades superiores?), o una melodía simple y pegadiza que termina suavizando los discursos, que aglutina los ánimos individuales o los somete, los desvaloriza. Hasta un punto, el discurso de VA Wölfl aparenta estar relacionado solo con occidente, pero lo desmienten las cáusticas apariciones de un asiático hablando su idioma. Esta línea de pensamiento la quebranta sobre todo una japonesa adulta (subrayo adulta) al atravesar en diagonal la escena sin correspondencia aparente con lo que acontece, ataviada cual Sweet Lolita o Punk Lolita, tendencias inspiradas en cuentos de hadas, en Hello Kitty u otros personajes de la cultura pop. Es este personaje quien da cierre a la puesta en escena interviniendo al micrófono. Su discurso gutural e inarticulado, significante y alusivo, exento de significado, da un fin hilarante al desarrollo de la obra, una comicidad que dura poco y otorga lugar otra vez al pensamiento, a conceptos relacionados con el vaciamiento del arte y la cultura toda, una parodia del lugar hacia el que han caminado las sociedades.

La función no tiene comienzo ni final marcados. La subversión de los cánones escénicos narrativos es observada durante toda la obra; se evidencia con fuerza hacia el final, cuando diluido por completo el relato, los intérpretes comienzan a saludar de manera dispersa, confusa, pretendidamente desarticulada, como si se tratase de los protagonistas de un gran espectáculo de masas todavía aconteciendo. Entonces aparece otra de las tantas preguntas que lanza VA Wölfl y su grupo: ¿dónde comenzó, cuándo acabará todo?

Crónicas

Por ALBERTO MENÉNDEZ

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