Yerma

Festival de Teatro y Música de La Antigua Mina

Autor: Federico García Lorca

Versión: HELENA LÓPEZ

Dirección: ALEXIA LORRIO

En enero de este año, Manuel Pulido presentó la candidatura de la compañía Complejo de Esquilo a la convocatoria del XI Festival de Teatro y Música de La Antigua Mina. Se trataba de Yerma, la obra mítica de Lorca, versionada por Helena López y dirigida por Alexia Lorrio. Este espectáculo lleva programado dos temporadas en la sala Teseo Teatro y se volverá a programar la temporada próxima. Helena gestiona la sala junto a Manolo Almaraz, siendo ambos parte de la compañía. Manuel Pulido -Juan, en Yerma– y yo misma formamos parte del elenco. Tras ser seleccionada la obra, tuvimos la oportunidad de ensayar en el Teatro de La Antigua Mina antes del día de la función. Tanto Manolo como Helena asistieron a ese ensayo, pese a no participar como actor o actriz en esa función, eso dice mucho del entusiasmo y el compromiso que mueve a la buena gente de Teseo, ese lugar tan acogedor en Ronda de Segovia. Será que soy de la “familia”, qué voy a decir yo…

El Teatro de La Antigua Mina es al aire libre y está situado en el término municipal de Zarzalejo. Para llegar hasta allí, hay que subir el Puerto de la Cruz Verde en coche, ya que no existe alternativa de transporte público. Unos estandartes mecidos por el viento avisan del desvío. El amable anfitrión que salió a recibirnos los dos días que visitamos y utilizamos las instalaciones, fue Jose María Ontoria, el dueño de La Mina, el máximo responsable de su rehabilitación y de la gestión de este magnífico teatro perfectamente acondicionado y situado en un enclave privilegiado. Jose María es actor y director, de la escuela de William Layton. Dirige la compañía residente, Compañía de Teatro Ariel Cordelia, en donde también actúa. En San Lorenzo del Escorial, tiene su sede la Escuela de Actores para teatro Cine y Televisión, institución que también creó Jose María, un hombre de teatro auténtico.

Ainhoa Tato -una de nuestras Muchachas en Yerma– ya le conocía, así que se ocupó de coordinar todo lo necesario, poniéndose en contacto con él cada vez que era preciso. Había trabajado con Jose María años atrás, en el montaje de Hamlet, encarnando el papel de Ofelia. Antes, el segundo año en el que se realizaba el Festival, participó como actriz en El Sueño de una Noche de Verano, espectáculo seleccionado para ser programado en esa ocasión. Me contaba que, al ser este último un montaje dirigido a público infantil, el horario de actuación fue diurno. Ainhoa prefiere actuar allí al amparo de la noche estrellada y la mágica luz de la luna llena. Y yo también. En esa hora cercana al prodigio actuamos con Yerma.

Ensayando o actuando, desde lo alto de la colina, la mirada del artista se extiende hasta el horizonte, ni siquiera el público hace de “corta fuegos”, pues ya se sabe que el buen arte le atraviesa. Allá donde la actriz o el actor miren, las distancias se perciben como un infinito asequible, cuajado de árboles o de estrellas. La sierra madrileña parece deshabitada y salvaje, desde La Mina, un paraje aún virgen en donde todo es susceptible de suceder. El edificio se alza por encima de la primera fila de las butacas que ocupa el público. Consiste en un conjunto de casas de piedra unidas entre sí de maneras diversas, a través de puentes visibles y de pasadizos secretos, de escaleras y de rampas. 

Todas las casas, sin puertas, bocas que esperan un texto para poder expresarlo. Tan solo dos estancias se cierran en el techo, el resto se abre al cielo como en una plegaria. La que hace las veces de vestuario junto con la que carece de cuarta pared, sirviendo de escenario principal, eran precisamente las casas que habitaron en su día los trabajadores de la mina. Es esta una coincidencia espléndida: ahora también la ocupan otro tipo de personas, también trabajadoras, pero sensibles sobremanera a los vestigios del pasado: artistas de teatro y música. Supone actuar en lugares donde se ha vivido, no en escenografía muerta que hay que resucitar. Esta circunstancia afecta al resultado artístico, sin duda. Los distintos desniveles del conjunto arquitectónico, la campana, junto con otros añadidos de hierro forjado y envejecido -barandillas y paneles del foro-, hacen del entorno un lugar idílico para la representación de obras clásicas y sirve de inspiración para desarrollar frente al público las de teatro contemporáneo.

El lugar tiene las dimensiones de un gran teatro. Puesto que el espacio destinado a la escena es superior en amplitud al espacio que ocupa el público, los espectadores se deben sentir perfectamente integrados. Esta vez me ha tocado vivir la experiencia del otro lado, pero tiene lógica pensarlo así. Siempre nos habían comentado que a nuestra pequeña sede, Teseo Teatro, con un aforo más humilde, nuestro montaje de Yerma le venía grande, como a “Alicia de las Maravillas gigante” la casa le venía pequeña. La paradoja pluridimensional de lo artístico. Pero allí se gestó, alimentado por el sueño de una mujer poderosa y mágica: Alexia Lorrio. Antes la soñó Helena López Cámara, que fue nuestra primera Yerma durante meses, hasta que el deseo del personaje fue más fuerte que la actriz y se encarnó en su vientre, retirándola temporalmente de este papel, tan oscuro para una madre joven que amamanta a una recién nacida. Entonces llegó Irina Platas para hacerse cargo. No voy a valorar a mis compañeras de reparto, solo diré que el público suele salir de Teseo Teatro emocionado, a veces sin poder hablar, y que es Yerma la que sostiene la obra, la que no se baja del escenario. La cercanía con el público ayuda, sin duda, a trasladar esa emoción que casi se vuelca literalmente sobre el patio de butacas en la sala Teseo.

Pero lo interesante de espacios como la Antigua Mina es la posibilidad de que las distancias sean diversas, de los distintos niveles ya mencionados. Al ocupar todo el espacio, como hicimos, cambiando de lugar dependiendo de la escena, utilizando varios niveles del edificio al mismo tiempo, se provoca fácilmente la dimensión trágica que conlleva un texto de Federico García Lorca como Yerma, cargado de simbolismo y de misterio. Lo cotidiano no desaparece, ni lo telúrico, aquello que tiene más que ver con las entrañas de la tierra. La pertenencia del ser humano a la naturaleza se pone de manifiesto, envuelta en el fulgor de los astros, el canto de los grillos, el resoplar in crecendo del viento cuando la noche se pone fría, moviendo nuestros cabellos y nuestros ropajes, llevando y trayendo nuestras voces. Ningún efecto especial es necesario para conseguir todo esto, nada que añadir al decorado. Se entiende, de este modo, que la raíz del Teatro es el rito, que las palabras son enigmas, que los actores y actrices entran en trance para imbuirse de otros espíritus, de identidades ajenas, de ideas que cobran vida.

Claro que el vestuario y otros medios técnicos, la iluminación de los focos desde el interior de las viviendas o sobre los espacios en los que se mueven los actores y actrices, la música seleccionada para acompañar las acciones o como transición entre escenas, todo aporta y suma. Nuestro técnico, en esta ocasión, fue Hermes Jaudenes, actor que suele sustituir a Carlos Álvaro en el papel de Victor. Hermes sustituía en esta labor a Manolo Almaraz. Las sustituciones y el reparto de tareas en Complejo de Esquilo son el pan de cada día. No hubo ocasión para probar las luces y el sonido, dado que el día que estaba previsto hacerlo, el día de la función, se estaba grabando un reportaje para Televisión Española y entrevistaban a Jose María mientras que ensayábamos. También le hicieron una entrevista a Manuel Pulido en la que se hablaba sobre nuestro espectáculo. Era para el programa matinal de Maxim Huerta. Toda difusión es siempre beneficiosa. Hermes, nuestro técnico, conocía bien el montaje y pudo ajustarse al cambio de espacio con acierto.

Hubo mucho de nacimiento artístico, en esta única función en La Mina -lo cual resulta una controversia, ya que se trata de Yerma, la que no puede engendrar, “pinchosa y marchita”.- Me pareció que la voz del Macho no era la habitual de Carlos Álvaro, por ejemplo, se me antojaba más oscura y más profunda. Irina Platas, con la responsabilidad de un papel semejante a sus espaldas, se avino hasta a ensayar en silencio. Cuando me tocó ensayar con ella de ese modo atípico, yo la entendía a la perfección, la acción fluía sin palabras, no hubo dudas. Antes las hubo todas, al inicio del ensayo, nos parecía que el tiempo se aceleraba en nuestra contra y que no acabaríamos nunca. Nuestra directora -aunque nos acompañó y dirigió el primer día de ensayo en La Mina- no pudo estar presente en el ensayo previo ese día de la función, tampoco durante la misma, sin embargo, se comunicó con la compañía en varios momentos épicos, vía telefónica. Pero, pese a esa ausencia primordial, Laura Grau, nuestra María en la obra, vino a recordarnos, con su actitud y sus consejos durante ese último ensayo, que todo estaba bien, que algo más grande que nosotros mismos nos protegía, que solo teníamos que centrarnos y continuar organizados. De esta forma, aplicando las leyes sagradas del respeto y de la escucha, llegamos hasta el final del ensayo. Se le dio la entrada al público, que fue ocupando el graderío de doscientas y pico butacas, hablamos con Alexia, nos abrazamos y transitamos la función como en un sueño, con despertar brusco incluido, gracias al descanso de diez minutos. Pero nos volvimos a sumergir en la ficción, sin problemas.

En el recuerdo de los presentes quedará tal vez la impronta de la danza ritual entre el Macho y Gema Cuadrado -la Hembra, semidesnuda, con una máscara de plumas y cubierta de barro-, precedida del vuelo desde lo alto del manto de La Vieja Pagana.

Todo llega a su fin, también aquella noche, la de aquel día. Conversamos con el público. Quedamos sin aliento, pero felices. Siempre es igual: a más esfuerzo, más gozo. Esta ha sido mi experiencia compartida, sin entrar en pormenores, anécdotas nada triviales -incluso heroicas- que guardaremos como tesoros. ¡Cuánta vida dentro de la vida!

En cuanto al resto del Festival, esta onceaba edición se ha llevado a cabo del veintinueve de junio al veinticinco de agosto, y ha contado con la participación de diversos grupos musicales: música clásica, jazz, zarzuela, flamenco y canciones populares; así como de grupos mixtos en los que se unen música y danza gracias al folklore. De los diversos géneros del Arte Dramático el público ha podido disfrutar desde el teatro clásico a los monólogos de humor, pasando por el teatro contemporáneo; desde la comedia a la tragedia, pasando por el drama, la sátira, el cabaret o la ya mencionada zarzuela. Hasta música de cine se ha podido escuchar allí, en esas noches de verano de la sierra madrileña. Veintiséis compañías distintas, con sus propuestas, han pasado por este escenario sin parangón que hace las delicias de los espectadores. Shakespeare, Tirso de Molina, Lope de Vega, Lorca, Moliere, Miguel Miura, Jacinto Benavente, Tennessee Williams, Darío Fo o Georg Büchner, son un puñado de ejemplos de autores traídos desde el amplio programa del Festival en esta edición del 2019.

La Compañía Ariel Cordelia ha presentado en esta edición Othello, de William Shakespeare, protagonizado y dirigido por Jose María Ontoria. No he podido organizarme para asistir a esta función y a algunas más del Festival, como me hubiera gustado, con el fin de realizar las crónicas respectivas. Espero tener la oportunidad de hacerlo en la siguiente edición. Incluso aunque la Fortuna nos sea favorable y regresemos con Yerma o con otras obras a la Antigua Mina. Me ha embrujado este lugar, lo visitaré de nuevo. Sea.

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

Imagen

© Pablo de Eugenio García

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