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Orestes Amador: “El teatro me permite gritar lo que…

Entrevista

Orestes Amador: “El teatro me permite gritar lo que fuera se censura”

Por Eduardo Viladés

Eduardo Viladés.- Orestes Amador es uno de los actores más reputados de la República Dominicana. Llegó a la isla caribeña hace tres décadas procedente de Cuba, donde se formó como bailarín, coreógrafo y profesor de arte dramático. Actualmente es miembro de la Compañía Nacional de Teatro, radicada en el Palacio de Bellas Artes de Santo Domingo. Es conocido por sus interpretaciones en piezas teatrales como El crédito, El ingrediente secreto y Las criadas. En 2018 obtuvo una nominación a mejor actor protagonista en los Premios Soberano, los Max dominicanos, por su papel en Bachata.

EV.- Siempre ha dicho que su vida se ha caracterizado por los accidentes, que todo le ha sucedido por casualidad, sin apenas darse cuenta. Menuda casualidad el coronavirus…

Orestes Amador.- Ha sido un golpe muy duro para los artistas porque necesitamos estar cerca del público, sentirlo, saber que se encuentra a tres metros del escenario. La pandemia ha sido quizá el mazazo más duro de mi carrera profesional.

EV.- ¿Cómo le ha afectado anímicamente?

Orestes.- Ha sido un caos emocional. A cinco días de un estreno se canceló una obra con todo preparado. La premiere era un viernes en un teatro de Santo Domingo y el lunes nos dijeron que se paralizaba. Mis primeras semanas de encierro me deprimí mucho al ver que todo el trabajo se había truncado. Esto se unió al temor y la ansiedad que sufría, exacerbada por las noticias que llegaban de los medios de comunicación. Un productor me llamó y me dijo “¡Orestes, olvídate de 2020!”. Esa llamada, aunque parezca absurdo, me tranquilizó y empecé a llenarme de fe y fuerza.

A sus 58 años, Orestes es un actor de método que no olvida sus comienzos en su Cuba natal. Procede del Valle de Viñales, un paradisiaco enclave ubicado en la provincia de Pinar del Río, la zona occidental de Cuba, a dos horas y media de La Habana. Sus fuentes de inspiración son muchas pero, escarbando en su memoria infantil, destaca lo que absorbió de sus paseos por la Sierra de los Órganos y las radionovelas que disfrutaba con su abuela. Es el segundo de cinco hermanos.

EV.- Hay que olvidarse de este año e incluso de parte del próximo.

Orestes (sarcástico).- Me siento más reconfortado por sus palabras.

EV.- La vida es dura, después de todo te mata. Eso lo dijo Audrey, mira por donde el pasado 4 de mayo se celebró su onomástica.

Orestes.- Es una de mis actrices favoritas.

EV.- De todos modos, si tuviésemos que escoger una sesión continua perfecta, nos quedaríamos con Tiempos modernos, Jezabel y La reina de África.

Orestes.- Mucho sabe usted de mí.

EV.- ¡Orestes, que hemos trabajado juntos! Eso se une a que tengo poderes. En este periodo de confinamiento he matado los tiempos muertos con mucha ouija y tarot. No cobro, tranquilo.

Orestes (risueño, pensando en el arroz congrí que está preparando).- Charles Chaplin es una de mis principales fuentes de inspiración. De hecho tengo un cuadro con su imagen en la cabecera de la cama. Recuerdo con cariño un programa de televisión que emitían en Cuba los domingos por la mañana cuando era pequeño. Repasaba la historia del cine mudo, en especial el cine de Chaplin y Keaton. Solía verlo con mi abuela. En cuanto a Bette Davis, transformó el cine, fue un antes y un después. La Davis no era una actriz, sino una intérprete. Y de Bogart, ¿qué te puedo contar? Me baso en él cuando tengo frente a mí un personaje poderoso, con un toque turbio, pero enérgico.

Otros de sus referentes han sido José Antonio Rodríguez Ferrer y Berta Martínez. Rodríguez Ferrer fue un actor cubano de teatro, cine y televisión durante más de cinco décadas, icono de las artes escénicas caribeñas. Se caracterizó por su fuerza expresiva, su capacidad de caracterización en diferentes tipos y personajes y su habilidad para participar tanto en teatro clásico como experimental y contemporáneo. “Nunca olvidaré su privilegiada voz, potente y cálida, y el dominio de su cuerpo”, asegura Orestes. Berta Rosa Martínez, por su parte, fue una directora artística y diseñadora escénica fundadora de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.

EV.- ¿Qué fue lo último que hiciste antes de la pandemia?

Orestes.- Caronte, el banquero del inframundo, un monólogo maravilloso. Empezamos la gira en la localidad colombiana de Medellín en enero y ahí se quedó. En mayo deberíamos haber ido a Miami y en noviembre a Nueva York, pero se han cancelado los bolos.

EV.- Recuerdo que me hablaste mucho de ese trabajo cuando estabas preparándolo.

Orestes.- Como en todo lo que hago, me entregué en cuerpo y alma. Caronte es un drama escrito por Ariel Feliciano, quien se inspira en uno de los personajes más enigmáticos de la mitología griega, el encargado de transportar las almas de los muertos hacia el inframundo.

EV.- Tengo entendido que en septiembre ibas a volver a trabajar con Ramón Santana.

Orestes.- Así es. Y también se ha quedado en agua de borrajas. Gracias a Ramón, tú y yo nos conocimos en una de las tragicomedias más importantes de mi carrera, El ingrediente secreto.

EV.- Parece mentira que hace apenas un año estábamos metidos de lleno en la promoción de la obra y ahora no sabemos lo que nos espera. En El ingrediente secreto te metías en la piel de un director de cine con pocos escrúpulos.

Orestes.- Sí, fue brutal, un registro muy novedoso para mí. La pieza funcionó muy bien porque criticaba el lado oscuro de las artes escénicas con respeto y sabiendo lo que se cuece entre bambalinas.

EV.- Si yo te contara…

Llegados a este punto, vamos a recapitular algunas de las frases que Orestes me está diciendo a lo largo de nuestra charla. Ojalá pudiese estar ahora mismo con él en la cocina de su casa preparando ese arroz congrí que tan bien le sale y que pude disfrutar in situ el verano de 2019 junto con unos plátanos maduros horneados. Tenemos que conformarnos con una videollamada.

* Mi existencia está basada en accidentes, todo me ha sucedido por casualidad

* Me paso la vida buscando una metáfora escénica que me haga brillar como actor

* La fuente de inspiración de mi trabajo es la poesía

* En el escenario me transformo, pierdo el miedo y encuentro mi yo real

* El teatro me permite gritar lo que fuera es censurado

EV.- ¿Así que el teatro te permite ser tú mismo, evadirte?

Orestes.- Gracias al arte me alejo de la realidad, una realidad que en este momento me pesa como una losa por su crudeza extrema. Sobre un escenario me siento yo mismo, soy sincero, pierdo mis miedos y me siento seguro.

EV.- Me fascina cuando los artistas os ponéis en plan Vicente Ferrer, levitando y descubriendo el Santo Grial en cada una de vuestras místicas interpretaciones. No sé si drogarme o emborracharme para soportarlo.

Orestes.- ¡Eres incorregible! Sé que tú experimentas lo mismo que yo porque eres un gran artista, pero te apasiona provocar e ir de chico malo.

EV.- Si no lo hiciese no me gustaría esta entrevista ni conseguiría emocionar con mis creaciones teatrales. Lo sabes bien.

Orestes.- Cuando interpreto siento que vuelo, pretendo transmitir sinceridad al público. Quiero que me observen y decirles “estamos aquí, esto existe y es real, hay un porqué de las cosas, gritad conmigo lo que fuera está censurado o mal visto”.

EV.- Amén.

Orestes casi siempre viste de azul celeste o de amarillo, sus colores preferidos. Aunque hace más de tres décadas que vive en la República Dominicana, visita Cuba siempre que puede, especialmente en Navidad. El arte le sirve para exorcizar sus demonios y miedos internos, aunque hay una pesadilla que le persigue desde hace lustros. “Estoy en un escenario, con el público escrutándome, y se me ha olvidado completamente el texto. Me desveló sudoroso y sobresaltado. Este sueño, que me paraliza, se convierte en recurrente cuando me dan una obra nueva, sobre todo en el proceso de ensayos, tengo miedo de no estar a la altura”. Pero lo cierto es que Orestes Amador siempre ha estado a la altura. Y la ha sobrepasado con creces. No en vano, en el mundillo dominicano se dirigen a él como maestro.

EV.- Como ves, tan típico en mí, vamos cambiando de una etapa de tu vida a otra, de un pensamiento general a otro más inefable. Así es la vida, una tragicomedia, ¿no crees?

Orestes.- Afortunadamente. Yo me paso la vida leyendo muchas cosas que me ayudan a construir una metáfora escénica. Si te digo la verdad, creo que la poesía es mi gran musa. Soy un gran observador del paisaje, del mar, de las piedras, de los árboles.

EV.- La admirada Berta Martínez apostaba precisamente por no hacer nada como un modo de hacer, por observar lo cotidiano durante horas en busca de ese no se qué tan especial.

Orestes.- Así es. E incluso recuerdo que una de mis maestras decía que en un ensayo hay que olvidar el texto y centrarse en las acciones para ver si nos cuentan algo. De ese modo sabremos si emocionamos al público independientemente de la lengua.

EV.- Buscar la universalidad.

Orestes.- En efecto. Una obra transmitirá y calará en la audiencia si va más allá del idioma y de las creencias. Es algo ritual y hasta místico.

Asegura que sus gustos van cambiando en función de las experiencias vividas. “No tengo una película o libro preferidos, mis preferencias van modificándose”. Aún así, recuerda con cariño lo que significó para él la primera lectura de Crimen y castigo, Rayuela o Cien años de soledad. “Me gusta mucho leer obras teatrales o manuales sobre artes escénicas. Me meto en la piel de personajes que me gustaría interpretar y aún no he tenido oportunidad”.

EV.- Está claro que las casualidades marcan tu vida porque te metiste en el mundo del teatro y el cine también por accidente.

Orestes.- Así es. No tenía pensado dedicarme a esto. Un día, a principios de los ochenta, acompañé a un amigo a una audición de danza. El jurado se fijó en mí y me animó a que hiciese una prueba de ejercicios físicos e improvisación. Estaba esquelético, muy delgado, y empecé a hacer virguerías por el suelo como una lagartija. Al mismo tiempo, improvisé una pequeña función gracias a las películas que veía con mi abuela los domingos por la mañana. Me cogieron.

EV.- Más cinematográfico imposible. Veo mucha influencia del baile final de Jennifer Beals en Flashdance…

Orestes (riendo).- Sin duda, solo que yo reemplacé Pittsburg por la cálida Cuba. Poco a poco, me fui metiendo en el mundillo. Me aburrí del ballet y pasé a la danza moderna y me gradué. Fue entonces cuando me llamó un grupo de teatro cubano para que les montase la coreografía de una de sus obras y diese clases. Coincidió que uno de los actores de la compañía se dio de baja y se quedaron en bragas. Me ofrecieron asumir su papel. Al principio tuve miedo, pero me lancé a la piscina y acepté el reto. Así empecé a actuar.

EV.- De nuevo por una casualidad.

Orestes.- Sí, es increíble. Compatibilicé mi nuevo trabajo de actor con cursos intensivos de interpretación y de radio teatro, sin olvidar jamás el baile.

EV.- Tanto es así que en los círculos especializados te conocen como el actor danzante.

Orestes.- Sí, me encanta que me llamen así. Es la herencia de parte de mis profesores, quienes trabajaban el realismo y el naturalismo.

Lleva tres décadas en la República Dominicana pero parece que fue ayer cuando recaló en esa isla. De la mano de Giovanny Cruz se integró en el teatro local. Gracias a él actuó en Los diablos, obra con la que debutó en las tablas dominicanas y en la que encarnó a uno de los personajes principales. Toca todos los palos y siente especial predilección por los dramaturgos españoles, como Jordi Galcerán, autor de El crédito, pieza que Orestes interpretó junto con Irving Alberti, o El ingrediente secreto, de servidor, que se estrenó en 2019 en Santo Domingo con un elenco de lujo encabezado por Judith Rodríguez y Giorgina Duluc.

EV.- En 2018 fuiste nominado como mejor actor principal por tu papel en Bachata en los Premios Soberano, el equivalente dominicano a los Max.

Orestes.- Bachata fue una experiencia maravillosa. A través del drama y la danza, trataba sobre las relaciones humanas, la migración física y emocional y de cómo las personas huyen de su realidad, de sus fantasmas y de sus vidas.

EV.- Temas muy presentes en el día a día de tantas personas…

Orestes.- Como te he dicho antes, el teatro me permite evadirme y ser yo mismo y luchar contra lo que no me gusta, en el caso de Bachata la cultura judeocristiana, el machismo imperante en muchos países sudamericanos y las ansias de ser libre y volar.

EV.- Supongo que sería un orgullo la nominación a los Soberano.

Orestes.- No me interesan los premios. El principal galardón es tener trabajo y estar sobre un escenario después de tantos años.

Una taza de frijoles negros de grano pequeño, dos tazas de arroz blanco de grano largo, dos tazas de caldo, una cebolla grande, cuatro dientes de ajo, medio pimiento verde…

Se ha emocionado, deben de ser los aires caribeños. No tengo un boli a mano para apuntar y yo soy de comida precalentada y kebab de la esquina. Por la diminuta pantalla del ordenador veo cómo va echando los ingredientes en la cazuela. Parece la marmita del druida en la que se cayó Obélix. A mi pregunta sobre cuáles son sus proyectos a largo plazo, acerca la cara a la cámara con expresión ceñuda, la cobertura falla, se le ve borroso, pero se escucha perfectamente lo que dice “Edu, no me jodas y vamos a comer ese arrocito”.

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MARÍA MORALES

Atentado

CRÓNICAS DEL TEATRO ESPAÑOL

ATENTADO

Dirección: XUS DE LA CRUZ Y FÉLIX ESTAIRE

Intérpretes: MARÍA MORALES, ÁNGEL RUÍZ Y EVA RUFO

De FÉLIX ESTAIRE

Por MJ Cortés Robles

Un museo es un templo donde lo aparente queda sometido a estudio, a la perspicacia de quien observa y a la pericia de quien expresó en su momento del modo que lo hizo. Las obras de arte quedan fijas, solo en nuestra imaginación pueden cobrar vida, conectarse de nuevo a lo vivo, transformarse en vida. Pero la perspectiva es importante. ¿Dónde estamos situados con respecto al objeto de estudio? ¿Desde dónde miramos?

En la Sala Margarita Sirgu del Teatro Español, las reproducciones de los cuadros quedaban al alcance del ojo predispuesto a la disección de la apariencia. Ordenadas en semicírculo, nos acogían en una experiencia inmersiva ya latente. Cada lienzo se hundía lo necesario en el marco como para que su dimensión tocase una realidad relativa, encajada al mismo tiempo en la otra realidad de cada presencia en cada butaca de la sala, de cada persona recién llegada de su particular experiencia vital, a punto de experimentar algo nuevo, en este caso artístico. Arte, dentro del Arte. Personas vivas que observan personajes que observan cuadros en los que se representan personas. Representación multidimensional.

¿Qué hay detrás del lienzo? A veces un apunte del autor tan genial o más que el original, a veces la pared inmaculada, a veces el vacío… Si se gira la escenografía de Alessio Meloni, nadie queda indiferente, lo que estaba oculto da paso a la acción, a la desfachatez de lo cotidiano tras un atentado, en el corazón mismo de la “zona muerta”. Las medidas de control son imperiosas tras el advenimiento del terror, fórmulas precisas que llevar a cabo sin dudas ni titubeos: no pensar, actuar. Lo malo es que siempre puede escapársenos un escalofrío, una valoración empática que nos conmueva, una pregunta no tan fácil de responder, un cuestionamiento que se disuelva en millones de respuestas, o al menos en variadas  y quizá certeras resoluciones.

También ante acontecimientos terroríficos se nos quedan colgando de los labios narraciones inexactas de los hechos, que lagrimean hasta convertirse en charco y anegan nuestro discernimiento por completo. Regresamos a lo vivido una y otra vez, por intentar reconocernos, a ser posible, a otorgarnos el beneplácito de la coherencia. Porque cada quien es responsable de su parcela vital, cuando se genera un conflicto, los conflictos se generan siempre por intereses encontrados, y la fuerza no los resuelve. El poder genera violencia, y la violencia tiende a crecer y a multiplicarse, prescindiendo de milagros, de manera infernal y mortífera. 

Solamente contamos con una herramienta que funciona para establecer o mantener relaciones no violentas: la empatía. Y no se trata de sacrificio, el sacrificio es muerte y apostamos por la vida. ¿De dónde viene la idea de sacrificio? ¿Cómo es posible que una vida valga menos que otra? ¿Quién decide tirarle la primera piedra al mártir? ¿Por qué? Las religiones no sirven ni a la paz ni a la vida, suelen ser foco de la ignominia, mueren millones de seres en su nombre desde que se gestaron. El humanismo es un injerto de dogmas basados en la dominación de los débiles. Los sistemas nos constriñen y nos someten. ¡Cuánta confusión, cuánta desinformación, cuánta falacia, qué desprotección, qué desarraigo! ¿No será más útil la revolución minúscula, la de los pares enfrentados y condenados a entenderse sin violencia, a través de lo afectivo, reflejándose ella en el otro y el otro en ella, ellos y ellas en los otros y en las otras,  reconociéndose e identificándose pese al extrañamiento en alguna de sus partes, esforzándose por ocupar el lugar de la otredad para comprender, para conmoverse? Solo la conmoción nos transforma, por eso el terrorismo es efectivo, porque sacude y provoca pánico en los inmóviles, porque extralimita lo inmóvil. Quien sobrevive queda en blanco, tiene la opción de empezar de cero, de repensar lo pensado, de reaccionar sin violencia, ocupándose de la vida de una vez por todas, trascendiendo las apariencias, llegando a lo esencial de los conflictos. La mediación no es infalible, pero es una alternativa a la violencia sistémica, la única alternativa posible. Hay que educar en la resolución de los conflictos desde la cuna. Ante las amenazas, las medidas de control no son disuasorias, sobre todo porque no se atiende a la raíz del conflicto, porque los Estados se ciegan en sus razonamientos sin sopesar distintas perspectivas, sin plantearse siquiera ceder o llegar a acuerdos. Se tiende a demonizar a quien se opone a los intereses de un Estado concreto, se tiende a generar un listado de enemigos contra los que luchar, sin advertir que toda esa energía podría mejor invertirse en el bien común. No sin esfuerzo, claro está, nos in esfuerzo. Hay que darle la vuelta al mundo como a un calcetín. Pero tenemos voluntad. La transformación es posible siempre. No hablo de justificar la violencia, tolerancia cero. Hablo de admitir que la violencia es humana, que la genera el mismo mundo que hemos construido, el mismo mundo que la violencia destruye. No se trata de destruir, pero sí de decostruir lo que no es útil a la vida. Hablo de desmantelar lo sistémico en aras de otro tipo de órganos más proclives a generar transformaciones.

No soy politóloga, soy artista. Este puñado de seres sensibles que forman el elenco implicado en Atentado -desde quien se ocupó de la dramaturgia o de la dirección, de la interpretación, la escenografía, la iluminación, el vestuario…-, esta red de pensamientos y sentires tejida de forma comunitaria y plasmada en una representación teatral, me ha hecho replantearme todo esto y mucho más. Esta propuesta escénica consiguió la otra tarde que me parase a reflexionar no solo sobre las imágenes institucionalizadas expuestas, no solo sobre las instantáneas reales que quedaban desperdigadas por el suelo como escombros, mientras el público abandonaba el teatro -fotografías estremecedoras en las que lo más visible era la sangre-, sino también y sobre todo en los hechos representados por esas imágenes, en las pérdidas de vidas retratadas, en el horror, en el sufrimiento evitable, en lo que transciende.

 

Mi enhorabuena a un trabajo de una factura tan cuidada y tan bella, a una obra tan comprometida y valiente.

Ficha artística:

Escenografía: Alessio Meloni (AAPEE)

Diseño de Iluminación: Lola Barroso (A.A.I)

Diseño de sonido: Sandra Vicente

Diseño de Vestuario: Vanessa Actif (AAPEE)

Ayte dirección: Gabriel Fuentes

Ayte de Vestuario: Paola De Diego (AAPEE)

Talleres de construcción de escenografía: Readest

Confección de Vestuario: Rafael Solís

Taller de ambientación: María Calderón

Voces audioguías y avisos: Irene Serrano y Pablo Sevilla

Alumno de escenografía en prácticas: Quique Uhalte

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MARÍA MORALES
Felix Estaire, Eva Rufo, Xus de la Cruz, María Morales, Ángel Ruíz
Eva Rufo
FÉLIX ESTAIRE
María Morales y Ángel Ruíz
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Pau Blanch, director de escena: “La era líquida removerá…

entrevista

Pau Blanch, director de escena: “La era líquida removerá conciencias”

Por Eduardo Viladés

Eduardo Viladés, Actuantes.- Entre toma y toma te puede preparar una escudella, aconsejar a tu hijo sobre el mejor equipo de fútbol al que apuntarse, darte un masaje relajante, quizá una sesión de tai-chi o un número de magia, todo ello aderezado con música japonesa como telón de fondo y cualquier escenario que combine el azul con el verde y el violeta.

Paul Blanch Mestre es actor y director de cine y teatro, pero también quiromasajista, árbitro, cocinero y mago. Trabajar con él da mucha seguridad en caso de que el local de ensayo se localice cerca del Bronx o zonas similares. Tiene el cinturón negro 2º Dan de Kempo y Kobudo Kenjutsu y también practica kung-fu.

Todo un partidazo.

Nació en Barcelona hace 51 años, aunque desde hace 12 vive en Madrid. Está inmerso en varios proyectos, aunque el que le hace más ilusión es el monólogo dramático masculino La era líquida, un alegato a la aceptación personal enmarcado dentro de la temática LGTBi que pretende llevar por todo el país y del que se encarga de la dirección y puesta en escena.

Quedamos en un restaurante japonés del barrio de las Letras. A Pau le encanta Japón. Por eso le he traído aquí, espero que se relaje y se deje llevar. “Siempre he sido un enamorado de ese país. Me apasiona su cultura, su tradición milenaria y su gastronomía”, asegura. Yo me hago el loco y pongo cara de sorpresa. “Hace 14 años viajé a Tokio y me encontré con una parte de mí mismo. Me sentía como en casa. Durante tres semanas viví una experiencia única que espero poder repetir”.

Como buen artista, tiene que viajar para inspirarse y acumular anécdotas que después traslada a sus creaciones. “Me gustaría visitar Nueva Zelanda y China e incluso trasladarme una temporada a California. También conocer un poco mejor Europa y regiones españolas como Galicia”.

No se me ha olvidado que Pau está inmerso en la dirección de La era líquida, pero no quiero hablar aún de la obra. Supongo que es más interesante conocer un poco más al Blanch persona para saber por qué se ha embarcado en esa aventura.

“Para aceptar un proyecto me gusta que sea un reto, bien en lo artístico o en el aspecto direccional. Como actor busco que sea algo diferente o que aporte un no sé qué difícil de explicar, que el personaje tenga muchos matices”.

A Pau le fascina que el personaje posea un largo recorrido en escena, como el rol que encarna Julio César Martínez en La era liquida: “Los seres humanos no somos planos, aunque a veces pueda parecerlo. Somos muy complejos emocionalmente y nos comportamos de diferente manera en función de con quien interactuemos o la situación que estemos viviendo”.

E insiste: “Me gustan los personajes que sorprenden al espectador y que se sorprenden a sí mismos”.

Blanch lleva toda la vida formándose. Ha estudiado en la escuela El Timbal, en El Laboratorio, en la escuela de Nancy Tuñón y al lado de Peter Gadishe.

“Mi primera experiencia artística fue en el colegio en octavo de EGB. Representamos Los tres mosqueteros. Yo quería ser D’Artagnan, pero tuve que conformarme con el papel de narrador. Años más tarde me introduje en una compañía de teatro amateur en Esplugues de Llobregat. Durante dos años estuvimos de gira con varias obras e incluso llegué a ganar un premio al mejor actor secundario”.

Habla más que servidor, que ya es decir porque no callo ni bajo el agua. Me encanta que se suelte. La sopa de miso y el onigiri que nos acaban de poner ayudan. Reconozco que yo soy más de lentejas con chorizo y caparrones, pero vaya.

Abandona por un momento el relato sobre sus comienzos en la farándula y me ilumina con sus gustos culinarios. He estado a punto de obviar esta aportación en el reportaje, pero tiene su aquél: “Me gusta comer de todo y probar todo tipo de comida, siempre he sido muy curioso. Además, he trabajado en cocina durante muchos años. Lo más importante es la calidad, no me vale cualquier sitio, creo que me estoy volviendo un poco más gourmet cada día”.

Empiezo a hiperventilar tras ese comentario sobre la comida de alto estanding, estamos a fin de mes y no me llega ni para arroz de marca blanca. Este sushi parece más caro que el arroz de la balda impar del supermercado. Pediré un gin-tonic. Ahora que lo pienso, soy abstemio. No importa, haré una excepción.

“Tras el paso por el grupo amateur estuve un año en una compañía semiprofesional en Barcelona. Después opté seriamente por la formación, primero en El Laboratorio y después en la escuela de Nancy Tuñón y Jordi Olivé de la ciudad condal”.

Allí realizó un curso de canto y dicción y doce meses de doblaje en la escuela Eolia. Tras algunas incursiones en series de la televisión autonómica catalana se trasladó a Madrid. “Me desarrollé como mago y animador de fiestas. He ido creciendo como actor en diferentes cursos y proyectos, sin abandonar mi faceta de director y guionista, si bien ésta última se me hace más cuesta arriba porque me resulta muy trabajoso escribir y plasmar mis ideas”.

A estas alturas de la vida, Pau cuenta con innumerables fuentes de inspiración. “Elegir a un actor que sea mi referente se me hace muy complicado. Desde Buster Keaton o Charles Chaplin, pasando por Burt Lancaster, Paul Newman , Marlon Brando o Johnny Depp, Antonio Banderas, Javier Bardem, Jordi Sánchez y Gerard Depardieu. En cuanto a las actrices me quedo con Katherine Hepburn, Ava Gardner, Maribel Verdú, Gracita Morales y Penélope Cruz, incluso Scarlett Johansson y Catherine Deneuve”.

A la hora de escoger un actor, busca que el personaje supere al ser humano que sirve como envoltorio. “Como director me gusta contar historias que lleguen a la gente, que puedan aportar algo más, una visión distinta o más amplia de las cosas”.

Justo esa sensación de tener que contar algo y conseguir que el público reflexione fue lo que experimentó nada más leer el guión de La era líquida: “La obra me llegó a través de Julio César Martínez, un buen amigo y gran actor que me pidió que la leyera para ver si me interesaría dirigirla. Tengo que decir que me enganchó desde la primera página y enseguida me ilusioné con el proyecto”.

La era líquida es un monólogo masculino de 70 minutos de duración que promete emociones a flor de piel: “El personaje está inmerso en un momento de cambio profundo que se desarrolla a lo largo de la obra. Esto hace que vaya cambiando su  forma de ver el mundo y entenderse a sí mismo. Transita por terrenos inexplorados llenos de magia, de miedo, de sensaciones”.

Blanch para la narración, sueña despierto durante unos segundos y prosigue: “Me gustaría también, aunque suene a tópico, que el público reflexione sobre cómo vemos la vida y caiga en la cuenta de que, en el fondo, nos preocupamos por menudencias que nos impiden ver lo realmente valioso. Nuestra forma de ver, vivir y entender la existencia cambia a medida que la vamos viviendo”.

Pau se muestra muy confiado con respecto al futuro de este proyecto y espera contratar bolos en varios sitios. “Espero estrenarla en Madrid y luego llevarla a Valencia, Cataluña y Andalucía. Incluso no descarto ir de gira por Sudamérica, incluso me gustaría llevarla al Círculo Cervantes de Nueva York”.

Si tuviese que elegir alguna película que le marcó, se quedaría con El maquinista de la General, Tiempos Modernos, Encuentros en la tercera fase, Blade Runner, Alien el octavo pasajero, Big, Apolo  13, Átame y  Mujeres al borde de un ataque de nervios.

“Depende del momento y de la situación. Me gusta ver mucho y variado, bueno o malo, nacional o extranjero, me da igual, he visto películas indies muy buenas y europeas o españolas malísimas. Una de las producciones que me causó más impresión en su momento fue El retorno del Jedi. Siempre me ha gustado mucho la ciencia ficción. Es un género que te da infinidad de posibilidades y la filosofía budista y el conocimiento de otras culturas me fascina”.

A Pau le emocionan las pequeñas cosas, los gestos de generosidad, la gente que es capaz de ir más allá de una situación difícil y ver un aprendizaje en ella; le emociona que sus hijos se sorprendan de la vida, que se ilusionen por cualquier cosa.

“Creo que deberíamos intentar disfrutar más de las cosas sencillas y agradecer lo que somos y tenemos. Nos quejamos mucho, demasiado, sin dar las gracias por tener salud, amigos, trabajo, familia y amigos. Tenemos desenfocado el punto de vista y la perspectiva. Además, creo que cuanto más nos quejamos peor sale todo porque generamos negatividad”.

Por eso Blanch es un artista, por eso crea, por eso se ha embarcado en un proyecto tan ambicioso como La era líquida. En un determinado momento, el protagonista dice así:

El sueño que más miedo provoca es atreverse a vivir.

Si yo no soñara cada día con inventar mi realidad a través del teatro y la literatura hace mucho tiempo que estaría bajo tierra.

Pau opina lo mismo. Y lo demuestra en su quehacer diario. “Quizá la primera persona que me motivó a dedicarme a esto, sin saberlo, fue mi padre. Gracias a él supe que tenía que crear, que estaba destinado a ser un artista. Tenía un laboratorio fotográfico en casa y hacia un montón de instantáneas que él mismo revelaba, en blanco y negro. Un día, en clase, me pidieron que hiciese un trabajo relacionado con la luz y mi padre me animó a sacar una foto de mi mano con un papel especial de fondo. Puse la mano sobre el papel y dejamos que la luz incidiera sobre ella. Al verla físicamente, me impresionó”.

El mal ya estaba hecho y la crisálida del arte empezó a desarrollarse en su interior. “A los 22 años quise entrar en el Institut del Teatre de Barcelona, pero llegué tarde a las pruebas de selección. Como quería estar activo, me matriculé en la Escuela de Medios Audiovisuales, donde cursé la especialidad de Imagen Fílmica”.

Nada más terminar estos estudios trabajó como auxiliar de producción en la película El cazador furtivo, de Carles Benpar. Tras algunos cortos y trabajar en publicidad, entró como auxiliar de dirección en Mi hermano del alma, de Mariano Barroso.

“Creo que el poder transformador del arte reside en tranquilizar a la gente. Vivimos excesivamente estresados, preocupados y obsesionados con lo material. El teatro, en especial obras como La era líquida, ayuda al público a superar los conflictos, tanto a nivel personal como colectivo”.

Pau admira a Alejandro Amenábar y le encantaría trabajar con Maribel Verdú y Antonio Banderas. Si pudiese ir  Hollywood y escoger elenco, su película la protagonizarían Michael Caine y Morgan Freeman.

La cuenta llegará en breve. Parece mentira, el catalán es Pau, no yo, ¿qué me sucede? Miro en derredor intentando, infructuosamente, que no se note que me encuentro mal. Me llega la factura de la luz y varias multas en los túneles de la M-30.

El sueño que más miedo provoca es atreverse a vivir.

Ese pensamiento me tranquiliza. Tengo ganas de ver La era líquida en los escenarios.  “La verdad es que la situación del teatro en España es bastante complicada”, asegura Pau con un elevado tono de voz. Debe de pensar que me he tomado un valium porque estoy medio atontado. Pido otro gin-tonic. “Como en todo lo referente a la cultura y el ocio, creo que la gente del propio sector se está separando demasiado, los espacios donde se actúa, las salas de teatro, las compañías que representan sus espectáculos y las empresas. Cada cual va por su cuenta y, en mi opinión, eso es un gran error. Somos una familia y todos estamos en el mismo barco, deberíamos colaborar más y trabajar en equipo para crecer”.

Se ha venido arriba. “Dramaturgos, directores, productoras y dueños de teatros tienen que trabajar mano a mano. El Gobierno no ayuda y faltan subvenciones, de manera que la gente del mundillo tiene que hacer piña”.

Le miro dubitativo, aunque al mismo tiempo contento. Viene a mi cabeza el anuncio de Campofrío de las pasadas Navidades, en el que Pau tenía un cameo en la imaginaria empresa de Javier Gutiérrez. Buenas intenciones y pensamientos positivos.

“Soy una persona optimista y creo que todo puede cambiar, por eso apuesto por propuestas teatrales comprometidas con la sociedad”.

Yo también, por eso le encargué a Pau que dirigiese La era líquida, por eso me emociono y por eso empleo el teatro para sanarme.

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Pau Blanch
La era líquida removerá conciencias
Pau Blanch director de escena: “La era líquida removerá conciencias”
Paul Blanch Mestre

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  • Música original: AILÉN KENDELMAN
  • Iluminación: LAURA ITURRALDE
  • Vestuario: FANIBEELL
  • Diseño soporte: BEATRIZ DE VEGA
  • Construcción soporte y tela: CDG
  • Imagen gráfica: NOELIA CASTRO
  • Fotografía: PILAR ABADES
  • Vídeo: ALEX PENABADE
  • Asesoría en canto: MARION SARMIENTO
  • Producción: AILÉN KENDELMAN
  • Ayudantía de producción: LIZA G. SUÁREZ
el arte sana el alma

Isabel Soto, actriz: “Para mí, el arte sana el…

Entrevista

Isabel Soto, actriz: “Para mí, el arte sana el alma. Por eso nos elegimos mutuamente”

Por Eduardo Viladés

Eduardo Viladés, Actuantes.- “Exijo a quienes me rodean que me respeten y que eliminen todo rastro de violencia porque en la diversidad está nuestra riqueza y porque vivir es un derecho, no un privilegio”. Puede que no sea muy ortodoxo que el entrevistador comience un reportaje refiriéndose a una de las frases que Yasmina pronuncia en la obra homónima, pero en los tiempos que corren es necesario propugnar la libertad de actuación y de pensamiento, independientemente del soporte. Esa Yasmina fue Isabel Soto Durán, actriz madrileña con una amplia carrera en cine, teatro y televisión.

Quedar con Isabel es casi imposible porque desde hace nueve meses vive en Los Ángeles, de manera que aprovecho una de sus escasas visitas a Madrid para emplazarla en una cafetería de Malasaña, precisamente la misma donde tomamos unas interminables cervezas hace cuatro años tras el fin de los bolos de Las cenizas de Yasmina.

 

EV.- Parece mentira cómo pasa el tiempo.

Isabel Soto.- Ni que lo digas, me da la sensación de que fue ayer cuando empecé a estudiar interpretación.

EV.- En realidad te vino desde pequeña, que me han contado que ya hacías tus pinitos delante del espejo cuando apenas levantabas un par de palmos del suelo.

Isabel Soto (risueña, una de sus características).- Sí, mi madre se volvía loca. De todos modos, el espaldarazo definitivo me vino a los 18 años cuando empecé a estudiar seriamente.

 

Entre 2000 y 2003, Isabel estudió arte dramático en Cristina Rota, para diplomarse en la escuela de Eduardo Recabarren en 2005. “Después seguí formándome con Fernando Piernas y, finalmente, con Carmen Rico en lo referente a entrenamiento profesional y laboratorios de investigación actoral”. Precisamente Carmen Rico la dirigió en Huevos duros, una obra teatral de Clara Gavilán en la que Isabel destacó con el personaje de Julieta hace ahora cuatro años.

EV.- “Cuando pienso en mi vocación, no le temo a la vida”. Es la frase de introducción a tu portal de Internet. Así que el arte se convierte en el mejor antídoto contra el dolor que causa vivir, ¿no es así?

Isabel Soto.- Es lo que me permite avanzar.

EV.- ¿Cuál es el poder transformador del arte para ti?

Isabel Soto.- Para mí, el arte sana el alma. Por eso lo elegí o me eligió.

EV.- Pero este mundillo es muy duro. ¿Por qué lo escogiste?

Isabel Soto.- Empecé a estudiar interpretación porque vi que se adaptaba plenamente a mi personalidad. Sin miedos, me lancé a la piscina. Tuve algún problemilla en casa pero me dio igual.

EV.- Si yo te contara. Dices en casa que quieres dedicarte a la farándula y se rasgan las vestiduras, aunque después te ven feliz y no les queda más remedio que aceptarlo.

Isabel Soto.- Sin duda, así es. Mis padres no me costearon los estudios y tuve que pagármelos yo misma. De todos modos, ahora mi madre me apoya totalmente en lo que hago. Mi padre, lamentablemente, falleció.

 

Aparte de su labor teatral, Isabel también ha actuado en cine y televisión. Para ello estudió interpretación audiovisual en Arte4 y guión en AISGE y la Unión de Actores. Sin olvidar otras disciplinas como danza, claqué, armonización corporal, jazz y teatro-zen. “Como actriz tengo que estar preparada para todo”, subraya. “Guardo buen recuerdo, por ejemplo, de los cursos de voz con Luis Naranjo, ballet en la escuela de Elena Murillo o canto con Ani-Sun”.

 

EV.- Nosotros nos conocimos cuando empecé a realizar el casting en Madrid de Las cenizas de Yasmina. Sabes que, a estas alturas, no tengo ninguna necesidad de dorarte la píldora, de manera que soy totalmente sincero al asegurar que nada más verte supe que tú tenías que interpretarla.

Isabel Soto.- Creo que es de los trabajos con más fuerza emocional que he realizado en mi carrera. Yasmina me sanó. Hay proyectos que se hacen porque tienes la necesidad absoluta de hacerlos y contar historias. Es lo que me sucedió nada más leer el guión de Las cenizas de Yasmina, el periplo de una mujer transexual iraní en su lucha por la libertad.

EV.- El teatro tiene que remover conciencias y con Yasmina se consigue.

Isabel Soto.- Así es. Como actriz, me encantaría interpretar todo el tiempo mujeres fuertes como ella, mujeres empoderadas que avanzan a pesar de los convencionalismos y el qué dirán.

EV.- Queda mucho por hacer para terminar con el androcentrismo imperante. ¿En qué te inspiraste?

Isabel Soto.- En mi bagaje personal, en mi lucha por la libertad de las mujeres. También me sirvió de mucho el seminario de monólogos que realicé en La Central de Cine con Sara Bilbatúa, Macarena Pombo y Carmen Utrilla.

 

A Isabel le gusta comer bien. Su plato preferido es la tortilla de patatas. Tiene varios restaurantes preferidos en la capital, aunque se decanta por Puerta del Sol, en el corazón de Madrid. Siempre que puede viste de rojo y viajar es su gran pasión. “Creo que el viaje que más me ha marcado en mi vida fue ir a Los Ángeles en 2016. Me gustó tanto la ciudad que me vine a vivir aquí”, asegura.

 

EV.- Está claro que ese viaje a California supuso un antes y un después. Hace nueve meses que vives en la cuna del cine.

Isabel Soto.- De modo permanente, sí. En 2016 vine a estudiar en la Stella Adler Academy of Acting. Me gustó tanto la experiencia que decidí venir a vivir a Los Ángeles.

EV.- ¿Cómo es la vida en La, la, land?

Isabel Soto (risas).- Es mi película preferida, ¿te lo puedes creer? Estoy muy contenta y, poco a poco, empiezo a darme a conocer. Tengo un par de proyectos, uno con Adriana Galíndez y otro con Rosa Rubio. Además, el primer cortometraje que hice aquí se estrena ahora en el festival de Santa Bárbara. Se llama Tribes y estoy muy contenta.

EV.- Vives en la meca del cine. ¿Cuáles son tus referentes actorales?

Isabel Soto.- Como actriz, Meryl Streep, un icono viviente de la interpretación. En cuanto a actores, me encanta el trabajo de Anthony Hopkins y Brad Pitt.

 

En televisión ha participado en ¿Qué fue de Jorge Sanz?, de David Trueba, encarnando el personaje de Almudena, un papel que le abrió las puertas a proyectos de más enjundia. También ha salido en Águila Roja, Aida y Amar en tiempos revueltos.

 

EV.- Está claro que un buen guión es lo que te llama a la hora de escoger personaje, como antes has mencionado al hablar de Las cenizas de Yasmina. Ahora que te mueves entre dos aguas desde el punto de vista idiomático, ¿mantienes esa premisa?

Isabel Soto.- Sí, por supuesto. Si el libreto es en español, busco que me emocione y me remueva el alma. En inglés, lo mismo, pero no estoy en posición de elegir tanto porque acabo de llegar como quien dice a California.

EV.- ¿Cuáles han sido tus referentes profesionales a lo largo de tu carrera?

Isabel Soto.- Han ido cambiando en función de lo vivido. En este momento, diría que son dos mujeres, Emilia Tosta y Emily Tosta. Emilia es la madre de Emily. Llegaron a Estados Unidos sin papeles y, ahora mismo, Emily es una de las protagonistas de Party of five. Estas mujeres son referentes y están haciendo historia sin saberlo. Mujeres inmigrantes que vinieron solas y que representan al colectivo latino. Me enorgullecen.

 

Party of five es la gran apuesta de FOX para este año, una serie dramática basada en la emitida por esa misma cadena entre 1994 y 2000. Narra el periplo de los cinco hermanos de la familia Acosta, quienes tienen que lidiar con la deportación de sus padres a México. Del mismo modo que en España Isabel ha participado en varias series, le encantaría hacer lo propio en Estados Unidos. Sin olvidar el cine, formato en el que ha hecho sus pinitos en El manipulador manipulado (Reyes Caballero, 2016) y Cosmética Terror (Fernando Simarro, 2016).

 

EV.- ¿Cuánto tiempo tienes previsto quedarte en Los Ángeles?

Isabel Soto.- Vivo el día a día, no te podría decir. De todos modos, si me ofrecen algún proyecto en España que me interesa, no descarto embarcarme en ello y mover ficha.

EV.- ¿Cómo ves la profesión aquí en casa desde la distancia?

Isabel Soto.- Tenemos muy buenos intérpretes, grandes historias que necesitan ser contadas, muchas Yasmina que necesitan darse a conocer.

EV.- Brindemos por ello.

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Huevos duros
Isabel Soto
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Foto: José Feng Maquillador Daniel Coltor
Eduardo Viladés, Isabel Soto | Las cenizas de Yasmina

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ELISA Y MARCELA

CRÓNICAS DEL TEATRO DE BARRIO

ELISA Y MARCELA

Dirección: GENA BAAMONDE

Texto: A PANADARÍA Y GENA BAAMONDE

Creación e interpretación: ARETA BOLADO, NOELIS CASTRO Y AILÉN KENDELMAN

Coproducción con: CENTRO DRAMÁTICO GALEGO, CONCELLO D’A CORUÑA, CONCELLO DE VIMIANZO, CONCELLO DE RIANXO

Por MJ Cortés Robles

¿Quién no se ha puesto a imaginar la vida de las personas desconocidas retratadas en una fotografía antigua? Las fotografías en blanco y negro tienen su misterio… Las historias personales se pierden en el maremágnum de la Historia con mayúsculas. Ese cuento institucionalizado de la Historia podría contar, sin embargo, con versiones diversas. Seguimos buceando en él en busca de certezas.

Transgresión en nombre del Amor. Camuflaje en nombre del humor. Huida en nombre de la vida. Viaje al centro de la concienciación político-social. Rescate de un hecho histórico como símbolo de la lucha de un colectivo. Desarrollo imaginativo de lo que sin duda fue, pese a las prohibiciones. Charlotada a partir de un documento y sus intuidas consecuencias. Musical que desatasca los conductos de las fobias y despierta las filias…

Todos estos títulos, podría tener mi crónica. Lo que pasa es que no me puedo quedar con uno solo. Cuando tres actrices y una tela enganchada a dos palos, se pliegan y despliegan, se anudan y se desatan bajo los focos o en la sombra, transformando en lo que dura un suspiro el escenario vacío, no cabe más que fijar la atención y abandonarse al disfrute. Pretendan lo que pretendan de quienes presencian la función, lo obtendrán seguro. Se cazan más rebeldes para una causa con música que con amargas consignas. Dulces tragos sus maestrías para nuestro asombro desencajado por la risa. A nadie le amarga un dulce, sobre todo si las obradoras son expertas confiteras.  

Besos clandestinos y abrazos en posiciones inverosímiles, encuentros íntimos y estrechos que tratan de mitigar los desencuentros externos y desolados contra el mundo. Mujer que finge ser hombre, pero se sabe mujer que ama a otra mujer, que quisiera presumirlo y nombrarlo. Pero se está en peligro cuando se avanza por un atajo, cuando se coge un desvío para apretar el paso hacia unos ideales. Las manadas no consienten que se las divida ni se las cuestione. Prefiero a las personas, ni siquiera a los individuos. Una persona es indivisible, pero sus actos son cuestionables. Los criterios para hacer un juicio de valor varían según las épocas, los imponen las sociedades, los intereses creados por esas sociedades. La normativa y las leyes obedecen a esos intereses creados. Resulta una lucha muy ardua aquella que se empeña en derribar los muros de los prejuicios, en extirpar los quistes de la homofobia. Llevamos siglos intentando obviar lo obvio, castigando lo que brota libremente en plena naturaleza. Ya no es original el pecado, pero lo conservamos en formol, por si las moscas…

Las personas más inteligentes suelen manejarse bien en el absurdo. Esta compañía, A Panadaría, está formada por personas inteligentes, por lo tanto, se muestran absurdas hasta conseguir el cien por cien de nuestra empatía. Hasta se encarnan en objetos -o al revés, el objeto se les encarna-, de modo que nos hacen perder la perspectiva intelectual y nos sitúan en un modo de razonamiento más intuitivo, más cercano al instinto, aunque sin desligarnos de nuestra condición humana, muy al contrario, humanizándonos.

No debo ponerme tan intelectual, ya que ellas -el elenco de actrices- no lo hicieron la otra tarde, en el Teatro del Barrio. Salieron desnudas de artificio, a capela, portando a manos llenas sus destrezas, impulsadas por su valentía artística, por su compromiso social y por su voluntad férrea. Este trabajo multipremiado seguro les traerá nuevos reconocimientos, ya que roza la excelencia, y  reflexionar sobre estos temas sigue siendo necesario. Larga vida a la irreverencia. Y yo que lo vea.

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Texto: A PANADARÍA Y GENA BAAMONDE
Coproducción con: CENTRO DRAMÁTICO GALEGO, CONCELLO D’A CORUÑA, CONCELLO DE VIMIANZO, CONCELLO DE RIANXO
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Creación e interpretación: ARETA BOLADO, NOELIS CASTRO Y AILÉN KENDELMAN

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Desayuna conmigo

Desayuna conmigo

CRÓNICAS DE TEATRO DE LA ABADÍA

Desayuna conmigo

Autor y director: IVÁN MORALES

Por MJ Cortés Robles

Parece ser que si nos dedicamos a esto de la crítica teatral o de las crónicas de espectáculos, lo primordial es informar a quienes nos lean sobre el asunto del que trata la obra representada. Se suele encabezar un artículo al uso con una definición breve y concisa del contenido de la misma, para acto seguido pasar a destripar el continente, ofreciéndole así al posible espectador una rémora del producto ya masticado, listo para engullir y tragar. Con todos mis respetos a nuestra labor, esto es llenar ese menú artístico de babas, algo muy común en esta tendencia generalizada al consumismo desmedido.

Cada experiencia teatral es única, un hecho irrepetible a nivel sensorial y emocional, un acto comunicativo que depende tanto del transmisor como del receptor del supuesto mensaje. ¿Y si el mensaje fuera un sonido indescifrable que llegase a conmovernos, algo semejante al efecto que nos produce el canto de las ballenas?

El sentido que tenga un texto teatral no se lo da el autor, no lo desentrañan las actrices y actores; se resuelve en cada función de formas diversas, sin detenerse en una fija, sin conclusiones individuales extrapolables entre las personas del público. Cada quien se sienta en su butaca y vive la experiencia. Si la obra es buena y nos prestamos a ello, la temática nos atraviesa y nos trasciende. Después nos quedan las conversaciones y los silencios, lo que compartimos y lo que callamos.

Pues bien, la otra tarde, en el Teatro Abadía, ante la hambrienta mirada de los allí congregados,  un puñado de actores-personajes-supervivientes entrecruzaron sus biografías imaginadas una y otra vez, hasta dibujar un mapa diamantino de la existencia en sí misma, dura y deslumbrante. El roll de cada intérprete me resultó anecdótico, incluso las palabras en sí mismas, algunas de ellas dignas de apunte y de deleite como simple lectura… Pero la acción, la concatenación de reacciones y de gestos, la música encerrada tras cada silencio, todo ello me condujo a una suerte de catarsis cercana a la conmiseración y a la ternura.

¡Pobres seres sujetos a la tiranía de la lógica, de entraña salvaje y cuerpo frágil! Ávidos buscadores entre sus propias sombras que se alargan y se tornan monstruosas, soñadores empedernidos, criaturas desvalidas bajo la tormenta de constructos sociales y de prejuicios. Que alguien les arrope, que alguien les salve, que cada quien se agarre a donde alcance y no se hunda. Ninguno era como yo y todos eran yo misma, yo misma herida hasta la médula, yo misma tullida y rehabilitándome, yo misma con una voluntad férrea, yo misma transformándome hasta perder la esencia, yo misma con una valentía suicida… Yo misma en la imagen de video en directo, tan extraña allí arriba, en la proyección de la pantalla, observándome desde abajo. Algo digno de escalofrío, por lo que supone de extrañeza y de voyerismo.

Así que reí, lloré y canté cuando esto sucedía en el escenario, como si la obra tratase de mi persona. Nada más lejos, por eso lo de la temática no importa. Después conversé con mi conciencia y me acordé de mi madre, llorando tras los cristales de la ventana porque sus piernas o su pánico a una caída no le permiten bajar las escaleras ni salir a la calle. De pronto, caminando hasta el metro reflexioné sobre el valor que entraña el cambio voluntario y sobre hasta qué punto es imposible exigirlo, pero no ejecutarlo. Más tarde, en mi casa, me felicité por haberme atrevido a soltar a mis seres queridos cuando lo necesitaron, sin cargarles con la culpa ni exigirles en su perdón lo inconfesable. Les añoré, sin embargo… Saludé a mi soledad y dormí con ella una noche más…

Entiendo el título: Desayuna conmigo. -“Siéntate a mi lado, compartamos esto, las primeras horas del día, algunos alimentos…”- Es todo tan sencillo y, a la vez, tan complejo… La comunión entre los seres, algo ancestral y sagrado.

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Foto Juan Miguel Morales
Desayuna conmigo
Desayuna conmigo © Sandra Roca (Large)

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REPARTO

Natàlia _ Anna Alarcón
Salva _Andrés Herrera
Carlota _ Aina Clotet
Sergi _ Xavi Sáez

 

FICHA ARTÍSTICA

Escenografía e iluminación _ Marc Salicrú
Música y espacio sonoro _ Clara Aguilar
Movimiento _ David Climent
Vestuario _ Míriam Compte
Ayudante de dirección _ Ona Millà
Ayudante de dirección, movimiento y regiduria _ Carla Tovías
Construcción escenografía _ Óscar Fernández (Ou)
Fotografía _ Sandra Roca y Ona Millà
Diseño gráfico _ Marc Rios
Una producción de _ losMontoya (pantalla&escena)
Producción Los Montoya _ Júlia Simó
Producción _ Clara Aguilar y Ona Millà
Distribución _ Àngels Queralt
Con el apoyo de _ Sala Beckett
Agradecimientos a _  Pau Gener, Sergi Casals, Lan Dry, Dask (in memoriam) y Centro Kine Gavà

LA SED

CRÓNICA DE Teatro Lagrada

LA SED

Coreografía y dramaturgia: Paloma Sánchez

Por Paula Lamamie de Clairac

La sed, una pieza de danza-teatro creada por Paloma Sánchez y estrenada en el Festival de Miradas al Cuerpo XII, arranca sin contemplaciones. Los bailarines actores nos meten de lleno en la materia, y lo hacen con tanto ímpetu que parece que llegásemos tarde. La materia, eso en lo que andan, es sobrevivir. Han tomado conciencia de su mortalidad, y pasan 50 minutos corriendo a ver si les da tiempo a hacer todo lo que tienen pendiente.

Una mujer mayor es la única que no corre, se queda de pie frente a un abismo que refleja la cercanía de su final. Los cuatro jóvenes sin embargo, se apresuran a crecer, enamorarse, tener sexo, parir, elegir varios caminos fallidos, en grupo y en solitario, a toda prisa. Y, en lo que es para mí uno de los momento más brillantes de la pieza, cuando se dan cuenta de que no les va a dar tiempo, de que en realidad llegan tarde desde que nacieron, se acercan al hueco infinito para injuriar al maldito creador, por darles, no solo una vida tan corta, sino también conciencia de su fecha de caducidad. Por supuesto el injuriado no hace acto de presencia, dando a entender -¡el muy descarado!- que no existe, y burlándose así, una vez más, de los impotentes, ridiculizando sus intentos por diferenciarse de los insectos o cualquier otro animal.

La sed acierta presentando a unos personajes que no disfrutan. Ni cuando besan, ni cuando abrazan, ni cuando beben pueden disfrutar, porque siempre hay un deseo por saciar, el de estar vivo por fin y para siempre, que es fallido. Esta pieza oscura viene a decirnos que no hay experiencia vital lo suficientemente grande y relevante como para colmar la sed de estar vivo. Porque estar vivo es de hecho sentir esa sed viciosa hasta que se acaba, siempre demasiado pronto o demasiado mal.

En La sed hay un atillo de recién nacido que se reconfigura como barca, símbolo por excelencia del estar a la deriva. Y es bellísimo, concebir a los recién llegados como náufragos de derechos absolutos. La vida es esto, ir y venir, perderse, correr y caerse, para nada. Y desde que matamos a los dioses con razón, nada nos da derecho a creernos mejores, ni a durar más, que una manzana.

Hay una correlación muy clara, presente en esta obra, entre tener hijos y darse cuenta de que no sabemos morir. Como me dijo una mujer hace años, y luego he experimentado en mi maternidad: los niños te colocan al nacer en un lugar nuevo, cargado de la responsabilidad de no morirse. Hace poco, ante unas pruebas médicas que me asustaban mucho, me vi escribiendo en un documento de Word las palabras tan de aspirante a filósofa “tengo que estar lista”. Con dos hijos, el miedo a desaparecer, pero sobre todo el miedo a lo que pasaría en los días posteriores a mi muerte, me confrontaba con el abismo que en La sed se dibuja como un círculo de luz en el suelo. Tiene su gracia que haya que mirar al suelo, donde crecen las patatas y los gusanos, por no poder ya ni siquiera mirar al cielo.

Y es que vivimos de espaldas a la muerte, aunque sea la única certeza igualitaria de nuestras vidas. No sabemos si nos enamoraremos o no, si tendremos hijos o no, si viviremos o no junto al mar, no sabemos nada de nuestra vida al nacer excepto que algún día terminará, y sin embargo nada nos prepara para ello. Nuestra sociedad niega de manera patológica este hecho hasta el punto de que cuando tenemos que acudir a un funeral pareciera que estamos haciendo algo malo, que nos han pillado infraganti  porque un conocido ha tenido la mala leche de morirse. No, al menos hoy, en esta cultura huérfana de credo religioso, cada vez que tenemos que ir a un cementerio feo al lado de una gran autopista sentimos algo parecido a la vergüenza. Si hubo algo de poesía en la manera en que nuestros antepasados despidieron a sus muertos, nos la hemos cargado. Y hay algo indigno en esta aversión infantilizante a mirar a la muerte de frente.

El otro gran tema de esta pieza es el agotamiento. Más allá de las connotaciones metafísicas que nuestra condición de mortales imprime en nuestra alma, estar vivo cansa mucho. Vivimos, como los bailarines de esta pieza, cabalgando con una prisa ansiosa que solo se ve puntuada por los nacimientos que detienen un poco el reloj como los acontecimientos extra-ordinarios que son. El resto es un remar contra corriente, sin descanso, que nos obliga a sentir el sinsentido de todas nuestras acciones.

Hay en La Sed también un tibio elogio a la comunidad, porque en el algún momento las fuerzas se acaban y es solo gracias a los otros que podemos seguir, pero ni siquiera este compañerismo culmina con éxito, porque ni el amor, ni la amistad, consiguen borrar la sensación de angustia por el paso del tiempo, o anular el desgaste por la cantidad de horas, días y años que remamos sabiendo, además, que no vamos a ninguna parte.

La Sed es una pieza cruda, que sin florituras, trucos o cursilerías, nos desnuda ante nuestra condición de mortales y el sinsentido de la vida. Y es bonito esto: que nos miren de frente y nos cuenten la verdad.

 

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Festival de Miradas al Cuerpo XII
Paloma Sánchez
Coreografía y dramaturgia Paloma Sánchez
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Guirigai, buen amor y mejor teatro

Crónica

Guirigai, buen amor y mejor teatro

Teatro Guirigai ha cumplido los 40. Quienes nos dedicamos a la cultura sabemos qué significa esto: cuatro décadas de experiencia ininterrumpida te dan estilo, calidad y genio. Y en el caso que nos atañe, gente de teatro, nos brindan la oportunidad de deleitarnos con la versión dramática de Libro de Buen Amor

Los versos del Arcipreste de Hita me han acompañado siempre, forman parte de mi estructura mental, han contribuido a configurar mi visión del mundo y han ayudado a entender esa amalgama que es la cultura ibérica; pero, sobre todo, han perfilado mi personalidad artística”, explica el dramaturgo, director y actor Agustín Iglesias, quien fundó en aquel Madrid de 1979 la compañía Teatro Guirigai. Desde entonces ha llovido y ante todo florecido: concretamente, Guirigai ha producido 56 espectáculos; 56 obras diferentes con un sello distintivo: el de la contemporaneidad.

De hecho, este Libro de Buen Amor descubre y valora la obra del mester de clerecía del siglo XIV en contemporaneidad con la trayectoria de la propia compañía. En cierto modo, y de qué manera, el teatro de calle está presente en el espectáculo a través de una ‘Comparsa del Arcipreste’ que entra en acción haciendo bullicio, y que continúa su guirigay interactuando con el público para terminar rogando un “Pater Noster por esta compañía”. Porque también ahora, como en aquel inolvidable Viaje a Eldorado de 1986, Teatro Guirigai pretende reencontrar el sentido a lo irrespetuoso, fundamentalmente cuando de la Iglesia católica se trate. 

Mientras se degusta, este Libro de Buen Amor produce una interrogante constante al público no experto en Juan Ruiz: ¿cuánto de fiel tiene el texto teatral con respecto al original? Es complicado imaginar que allá por 1330 un hombre concluyera a los personajes femeninos como mujeres sabias, chistosas, poderosas, estoicas a la vez que ardientes. Agustín Iglesias así lo concibe gracias también al espléndido trabajo de las actrices Magda García-Arenal, Asunción Sanz y Mercedes Lur, quienes se desdoblan en personajes diversos que adquieren voz propia, pero protegen, persistentemente, la voz de todas las mujeres: las de las lavanderas, prostitutas, serranas, venus, trotaconventos… Escenas de sexo homosexual, de tórridas decisiones estimuladas por ellas, acciones en las que “no es no”, etc., nos sitúan en la lucha feminista actual y nos retrotraen a aquellos espectáculos de Guirigai de los ochenta, como La viuda valenciana (1980) y Una mujer sola (1981).

En este mismo sentido, el ‘Arcipreste de Hita’, interpretado por Raúl Rodríguez, no deja aquí el poso del personaje misógino tan referenciado en la bibliografía sobre Libro de Buen Amor, sino que advertimos a un protagonista jovial y juguetón que crece y aprende del contexto femenino que le rodea. Por su parte, Jesús Peñas y su sugerente ‘Don Melón’ nos devuelven a otra constante del teatro de Guirigai: la lucha de clases. En resumen lo digo, entiéndelo mejor:| el dinero es del mundo el gran agitador| hace señor al siervo y siervo hace al señor;| toda cosa del siglo se hace por su amor.

La Comparsa del Arcipreste es elenco habitual de la compañía, como lo son el responsable de la sorpresiva escenografía, Marcelino Santiago ‘Kukas’  -quien casual o causalmente también cumple cuarenta años en la escena teatral nacional-, y de la música original, Fernando Ortiz -creador de las bandas sonoras de La Celestina, Camino del Paraíso, El Deleitoso y otras Delicias y Soldadesca-. El vestuario, hermoso y llamativo, es obra de la extremeña Isabel Santos.

Todos los elementos escénicos forman una armoniosa amalgama que encadena con el ritmo del espectáculo: una obra de noventa minutos y dieciséis escenas; una dramaturgia fiel a la estructura del Libro desde una mirada del siglo XXI;  una comedia para celebrar la vida y una admirable trayectoria de buen amor y mejor teatro.

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Por Bernardo Cruz

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Bernardo Cruz

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Anne Lepper

ANNE LEPPER: LA DRAMATURGIA DEL MANIQUÍ

Ensayos

ANNE LEPPER: LA DRAMATURGIA DEL MANIQUÍ

Anne Lepper

En ocasiones la fuerza de una imagen es tan poderosa que parece determinar, al menos en la conciencia del lector, el conjunto de la obra de un autor. Así tenemos la impresión de que ocurre en el caso de la dramaturga alemana Anne Lepper. Aunque su obra está llena de numerosos hallazgos, tanto temáticos como lingüísticos, el lector retiene principalmente su imagen de un hombre muñeco u hombre maniquí en Chica en apuros, su pieza más reconocida hasta el momento. El poder de dicha imagen deriva no solo del hecho visual, sino también de la radical inversión tanto de la perspectiva de género como de la tradición literaria. En efecto, tanto en una como en otra ha sido siempre la mujer, y no el hombre, quien tradicionalmente ha sido vista como una muñeca ―o como una estatua o una autómata, entre otras manifestaciones, como más tarde veremos. Y ha sido siempre el hombre, y no la mujer, quien tradicionalmente ha impuesto su perspectiva, masculina, por el hecho mismo de ser quien mira, quien impone el deseo de su mirada sobre la persona contemplada, de ese modo convertida en simple objeto de su deseo. Anne Lepper, en cambio, otorga la mirada ―y la palabra― a la mujer y convierte al hombre en objeto del deseo femenino, en un maniquí.  

Nacida en 1978, en Essen (Alemania), Anne Lepper escribió su primera obra dramática en 2009, titulada Todo lo demás está dentro, por la cual recibió el Premio Munich de Fomento de la Dramaturgia en Lengua Alemana. A continuación llegó, en 2011, la obra Adónde vamos perro, con la que participó en los célebres Encuentros Teatrales de Berlín (Berliner Theatertreffen). Siguieron, en 2012, Seymour o estoy aquí solo por equivocación y Cati Hermann, esta última una de sus piezas más relevantes. Por ambas fue elegida, por la revista Theater heute, como la autora dramática joven del año 2012. En 2015 aparecieron La Chemise Lacoste, Ay el mundo y Esbozo de un teatro total. En 2016 publicó Chica en apuros, su obra más emblemática, que fue escogida como la segunda mejor obra del año por Theater heute y por la que Lepper recibió, al año siguiente, el prestigioso Premio Mühlheim de Dramaturgia. Tras ella, en 2018, vino Maxim, su último trabajo hasta el presente, una pieza de teatro juvenil por la que viene de ser galardonada, en 2019, con el Premio neerlandés-alemán de Dramaturgia Juvenil e Infantil.  

Uno de los temas centrales de las obras de Anne Lepper, recurrente en su práctica totalidad, es el deseo del individuo por escapar de una realidad oprimente. Sus personajes protagonistas suelen ser mujeres o, en todo caso, muchachos jóvenes o todavía adolescentes ―nunca hombres maduros― inmersos en una situación social o familiar asfixiante ―marcada en no pocas ocasiones por la precariedad económica― de la que buscan liberarse, sin saber muy bien cómo, en busca de una existencia mejor. En Todo lo demás está dentro, por ejemplo, Anne, la heroína, es una mujer de cuarenta años que, tras la muerte de su madre, vive encerrada con un padre absorbente en una casa que se cae en pedazos, carente de recursos económicos e incapaz de llevar a cabo su deseo de independencia. En Cati Hermann la anécdota es similar: Cati, madre de familia y viuda, vive con dos hijos ya mayores ―Irmi y Martin, a los que ve como una carga― en una casa que se empeña en reformar aunque vive bajo permanente amenaza de desalojo; su deseo, o más bien su sueño, es volver a la escena ―se trata de una bailarina frustrada que en el pasado hubo de abandonar las tablas debido al nacimiento de los niños― para salir de su actual existencia y acceder a una mejor situación económica. Llegamos así a otro de los temas principales de Lepper: la tensión entre la realidad y el sueño. Atenazados por las circunstancias reales e incapaces de superarlas, sus personajes se refugian, a veces, en un mundo onírico de fantasía, cayendo incluso en lo grotesco. En Todo lo demás está dentro, Anne y su padre sueñan con que su conejo de competición gane una carrera para poder así salir de la pobreza. En Cati Hermann no solo sueña la madre, sino también los hijos: así Martin, caracterizado por una discapacidad física y su condición homosexual, pero sobre todo por su descontento de ser quien es, sueña con ser otra persona llamada Rocco ―el protagonista de Rocco y sus hermanos, la película de Visconti. En Esbozo de un teatro total, la protagonista, una mujer llamada Bonnie, huye de su vida cómoda y convencional de mujer casada y madre de dos hijos para ir en busca de experiencia y, sobre todo, del teatro, que aquí aparece como el ideal de una vida más auténtica.              

En Seymour y Ay el mundo los protagonistas son, en cambio, un grupo de muchachos. En Ay el mundo, tres jóvenes viven en un depósito de chatarra, apartados de los adultos, carentes de perspectivas de trabajo y de futuro y enfrentados al mundo y al sistema (encarnado simbólicamente por el empresario nazi Alfried Krupp.) En Seymour cinco adolescentes gordos se hallan aislados, por voluntad de sus padres, en una especie de balneario en las montañas, sometidos a una cura de adelgazamiento, deseosos, sin embargo, de la asistencia adulta, ya la del doctor Bärfuss, el director de la institución, siempre ausente ―otra figura masculina ausente―, ya la de los padres, por quienes se sienten rechazados debido a su gordura. Leo, uno de los muchachos, no solo sufre por ese abandono, sino que también es consciente de que sus padres lo han sustituido por Seymour, un primo suyo más delgado, a quien aquellos han dado, en su ausencia, su habitación. Nos adentramos aquí en otro de los temas nucleares de Anne Lepper: la conflictiva relación del individuo con la sociedad y, en particular, la necesidad individual de adaptación a las normas sociales, incluso a costa de la renuncia personal. Los muchachos gordos, víctimas del aislamiento y la tortura psicólogica, se esfuerzan, en efecto, por adelgazar ―sin conseguirlo―, a fin de agradar a sus padres y poder así volver a sus hogares y reintegrarse en la sociedad familiar. La pieza viene a ser un símbolo muy acabado de la moderna tiranía social de la imagen y de la apariencia física y expone con crudeza la necesidad del individuo por adaptarse a esa exigencia. En Ay el mundo, cuando las cosas se ponen feas, los muchachos rebeldes acaban por claudicar ante el sistema, renunciando a su modo de vida y regresando a lo que ellos llaman el Club de los Hijos, es decir, a la vida acomodada, ordenada y burguesa, bajo el amparo de los padres ―una alusión directa a Metrópolis, la película de Fritz Lang: en ella, el Club de los Hijos es la despreocupada sociedad de los hijos de la clase priviligiada que, en contraste con la ciudad de los trabajadores ―situada en las profundidades―, habita en la soleada superficie de Metrópolis. Esta necesidad de adaptación social se hace aún más patente en La Chemise Lacoste. Allí, en su primera parte, Félix, un joven de baja clase social, recibe una ayuda del Estado, gracias a la cual se le abre un futuro considerado prometedor: puede abandonar el pobre y desesperanzado hogar familiar ―a su padre, a su madre y a sus seis hermanos sin perspectivas―, convertirse en recogepelotas de tenis y, sobre todo, aspirar a ser, con el tiempo, una estrella del tenis (el tenis aparece aquí como la vida de las clases altas y la camiseta Lacoste, uniforme del tenista, como su materialización simbólica). Ahora bien, para cumplir su sueño de crecimiento social y de riqueza personal, Félix debe primero adaptarse a la sociedad de sus nuevos compañeros, recogepelotas como él, pero de clase alta y adinerada que, para su desgracia, no lo recibe con los brazos abiertos, sino que, al contrario, descarga sobre él todos los prejuicios que las clases altas tienen sobre las bajas. La existencia de Félix se transforma entonces de una lucha por salir de la pobreza en una lucha por ser aceptado por los más pudientes, al punto de la denigración personal, pero fracasando al fin y a la postre. Lepper introduce aquí otra cuestión que es constante preocupación suya: las diferencias económicas y sociales entre ricos y pobres y cómo estos se ven impedidos de alcanzar una existencia mejor o incluso la felicidad, asociada así, en armonía con los dictados sociales, a la posición económica. 

Esta lucha por la aceptación social se torna más conflictiva e incluso más patética cuando el personaje que la emprende es una mujer. En la segunda parte de esa misma obra desaparece Félix, el protagonista masculino, y entra en escena Kay, la protagonista femenina, pero también víctima de una problemática social semejante: ahora se da paso a una fiesta a la que llegan Sebastián, una gran estrella del tenis (modélica ejemplificación del triunfo social), y su novia Kay. Esta, de procedencia social baja al igual que Félix y reducida a objeto sexual de compañía, debe someterse a las continuas exigencias que la sociedad de invitados le impone como acompañante femenina de la estrella masculina. El propio Sebastián porta consigo una lista en la que aparece registrado cada uno de los requisitos que necesariamente debe cumplir la fiesta (ha de ser una fiesta del siglo XXI, Sebastián debe sentir el glamur de la fiesta, es obligatorio que lleve una mujer a la fiesta, tiene que cantarle una canción a Kay y, sobre todo, Kay debe llevar a cabo un baile en círculo, no de otro modo, sino obligatoriamente en círculo, como magnífico y absurdo símbolo de obediencia a las normas sociales). Si algo no aparece en la lista, entonces no debe producirse. Resulta inadmisible, por ejemplo, que Kay, despreciada por los invitados y agredida por uno de ellos, sangre y se caiga al suelo, ya que con ello echa a perder el glamur de la fiesta (y, en consecuencia, cae en desgracia a ojos de Sebastián). Kay, a semejanza de Félix, llega al extremo de la renuncia personal, con tal de ser aceptada en sociedad. Consiente incluso en ser travestida en hombre por algunos invitados, en ser vestida con corbata, sombrero y esmoquin («¿Somos amigos ahora que soy un hombre?», llega a preguntar). El tema de la necesidad individual de aceptación social entronca aquí con la cuestión de género, otra de las grandes inquietudes temáticas de Lepper. En sus obras, la mujer aparece con frecuencia como víctima de la presión que sobre ella descarga una sociedad dominada por las normas, los clisés y los prejuicios masculinos. A este respecto, resulta recurrente el motivo del travestismo. En Ay el mundo, Marie-Ann, la protagonista femenina, llega al extremo de someterse a una operación de sexo con el único objetivo de conseguir el amor de los muchachos, ya que ellos la rechazan por ser mujer (al ser homosexuales, ni quieren su amor, ni la aceptan siquiera). 

En Chica en apuros el travestismo aparece aplicado, en lugar de a la mujer, al hombre, con consecuencias radicales. En esta obra, en efecto, Baby, la protagonista, harta de estar sometida a las exigencias de los hombres, tanto de su marido Franz, como de su amante Jack, decide abandonarlos a ambos. Para sustituirlos, se propone establecer una relación con un muñeco para poder hacer con él lo que le venga en gana, acostarse con él cuando quiera, insultarlo si así lo desea, etc. Nos hallamos aquí ante una inversión absoluta de los roles tradicionales de la mujer y del hombre tanto respecto de la cuestión de género como de la tradición literaria. Como ya hemos apuntado más arriba, por lo general ha sido el hombre quien, tanto en uno como en otro ámbito, ha cosificado a la mujer convirtiéndola en muñeca sin voluntad propia, como simple recipiente de sus deseos masculinos. Esta visión se remonta hasta la Antigüedad grecorromana: en las Metamorfosis, Ovidio (poeta romano del siglo I d. C.) cuenta la historia de Pigmalión, rey de Chipre, quien, deseando casarse con la mujer perfecta y no encontrándola, decidió esculpir, con espléndido arte, una estatua de mujer tan bella y tan sin tacha que se enamoró de ella. El hombre se enamora aquí de su propia creación, una estatua ideal con forma de mujer ―trasunto de la muñeca―, carente de entidad propia, respuesta al deseo ideal y a la mirada del amante masculino. Por otra parte, la cuestión de la muñeca ―o de la marioneta― es un tema predilecto del romanticismo alemán (véase el pequeño ensayo Sobre el teatro de las marionetas de Heinrich von Kleist, autor de los siglos XVIII-XIX). E.T.A Hoffmann (siglos XVIII-XIX) cuenta, en su célebre relato El hombre de la arena, la historia de Natanael, un joven romántico e impresionable, que se enamora de una autómata (antecesora de los modernos robots) con forma de mujer llamada Olimpia (otra manifestación más de la muñeca). La mujer aparece aquí de nuevo como un ser sin personalidad propia, que solo cobra vida por obra de la imaginación masculina. El motivo ha tenido, asimismo, una recepción afortunada en nuestra propia cinematografía: en la película Tamaño natural (1973), Luis García Berlanga desarrolló la delirante historia de Michel ―magistralmente interpretado por el gran Michel Piccoli―, un odontólogo parisino que, presa de la crisis de la edad madura, se enamora de un maniquí con forma de mujer. Una vez más, la mujer es el maniquí y el hombre quien proyecta sobre este sus emociones. Toda esta tradición es lo que subvierte de raíz Anne Lepper. En Chica en apuros es la mujer quien, saturada de los hombres de carne y hueso, pretende mantener una relación amorosa con un maniquí masculino. Sin embargo, Franz y Jack, sus antiguos marido y amante, sintiendo no solo la amenaza sobre su propia masculinidad, sino también el miedo a que el ejemplo de Baby prospere y cunda entre las mujeres, deciden convertirse ellos mismos en muñecos para tener vigilada y bajo control a su antigua esposa y amante. Se redobla así el impacto de la conversión del hombre en maniquí. Produce, además, un efecto muy poderoso el hecho de que el personaje femenino busque su liberación no a través de la erradicación de los prejuicios de género, sino más bien a través de su apropiación. Baby, en efecto, no pretende eliminar los prejuicios que los personajes masculinos proyectan sobre ella, sino simplemente invertirlos, apoderarse de ellos para poder emplearlos en su propio beneficio. La liberación de Baby consiste, en definitiva, en acceder a disfrutar de las mismas prerrogativas que los hombres: principalmente poder cosificarlos a ellos.

Otro de los distintivos de la autora es su originalísimo estilo literario. Sus obras están compuestas, en general, por pequeños cuadros que se suceden unos a otros rápidamente y con aparente ligereza, ―que a veces ni siquiera llegan a desarrollarse, reduciéndose incluso, en ocasiones puntuales, a una sola frase. La composición parece así, en cierto sentido, impresionista: una pincelada aquí, otra allá, y de ahí resulta un paisaje de impresiones, una atmósfera de sorprendente fuerza. Por otra parte, su lenguaje combina una aparente inocencia ―casi se diría que infantil― con un penetrante análisis social, a lo cual se viene a añadir un marcado gusto por lo absurdo y lo grotesco. Por ejemplo, cuando Baby, la protagonista de Chica en apuros, decide cambiar de vida, su lenguaje, lejos de parecerse al de los adultos cuando toman una decisión, se asemeja al de los niños cuando desean algo: Baby expresa, repetida, ingenua y francamente ―como acostumbran a hacer los niños cuando sienten un deseo, con esa urgente necesidad de satisfacerlo, sin pararse a pensar dificultades o indeseadas consecuencias―, su deseo, absurdo y grotesco, de tener una relación amorosa con un hombre maniquí. Ahora bien, al igual que el lenguaje de los niños, el lenguaje de Lepper tiene la capacidad de desnudar, sin atender a censuras, los prejuicios de la realidad social circundante. El conjunto resulta, en suma, de una fresca singularidad.

Con todo, nos parece que la originalidad del estilo de Anne Lepper trasciende lo puramente estilístico. Esa originalidad, esa voz en apariencia infantil, corre en paralelo con la subversión derivada de la transformación del hombre en muñeco y de la liberación de la mujer, ya que, a semejanza de estas, aspira a ser un intento verdaderamente adulto de subvertir el orden y la uniformidad, en este caso literarias. En este sentido, su dramaturgia puede ser considerada como una dramaturgia del maniquí, imagen en cuyo rebelde simbolismo se reúnen, con gran maestría, las esferas de lo visual, lo social ―la cuestión de género―, lo estilístico y, en definitiva, lo literario.  

La recepción de Anne Lepper en España ha sido escasa. En la web del Instituto Goethe (www.goethe.de) se pueden solicitar las traducciones al castellano de dos de sus obras: Cati Hermann y Chica en apuros, la primera realizada por Maurici Farré y la segunda por Pilar Sánchez Molina y Franziska Muche. El propio Instituto Goethe, en el marco del ciclo Camino Escena, presentó en Madrid, a principios de 2018, la lectura escénica de Chica en apuros, bajo la dirección de Eva Parra.

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Por Antonio Mauriz

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Katharina Dielenhein / Cristian Kleiner / Dennis Weinert / Yehuda Swed

Fotos: Katharina Dielenhein / Teatro Koblenz
Una escena de “Chica en apuros” en el Nationaltheater Mannheim, premio de dramaturgo Mülheim.FOTO: CHRISTIAN KLEINER / TEATRO NACIONAL MANNHEIM / MÜLHEIM THEATERTAGE / DPA
Anne Lepper
Anne_Lepper_privat © Dennis Weinert
Fotos: Katharina Dielenhein / Teatro Koblenz

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ESPONTÁNEA O EL ESPÍRITU

ESPONTÁNEA O EL ESPÍRITU JUGLARESCO: UN NUEVO ESPACIO ESCÉNICO…

ESPONTÁNEA O EL ESPÍRITU JUGLARESCO: UN NUEVO ESPACIO ESCÉNICO EN SANTIAGO DE COMPOSTELA

El pasado día 27 de septiembre abrió sus puertas, en pleno casco antiguo de la ciudad de Santiago de Compostela (rúa Porta da Pena, nº 10), un nuevo espacio escénico denominado Espontánea. Tan próxima es su ubicación a la emblemática iglesia de San Martiño Pinario que se tiene la impresión de que allí conviven, en armoniosa mezcla, el teatro y la fe religiosa. Más allá de que el teatro pueda consistir también en un acto de fe, la combinación de lo mundano y lo sagrado es un fenómeno no poco frecuente en Santiago. Al visitante le bastará con darse una vuelta para comprobar cómo, por ejemplo, mientras las monjas de Antealtares elevan sus rezos en el interior del monasterio, justo delante de su fachada artistas y músicos callejeros, herederos de los antiguos juglares, alzan sus melodías profanas incluso entre la lluvia pertinaz, compitiendo con el alborotado tintineo de los cascos de cerveza -transportados por camiones de reparto entre estrechas callejuelas- y conformando un paisaje humano en cierta medida todavía medieval. A buen seguro imbuidos de ese espíritu juglaresco, los promotores de Espontánea (alguno de ellos proveniente de la maravillosa juglaría que viene a ser el circo) se han propuesto desarrollar, entre piedras sagradas, su proyecto escénico.

Haciendo honor a la promesa que expresa el nombre del espacio, la inauguración fue un acto espontáneo, sencillo y desenvuelto, en el que los gestores de la iniciativa, los primeros alumnos, amigos, curiosos y alguna que otra célebre cara de la escena gallega compartieron proyecto, esperanzas, sueños y algún pincho. La velada fue agradablemente amenizada por el Dj Jackinsane. Los promotores de la empresa son Antón Coucheiro, actor y payaso muy conocido en la capital de Galicia, y Gala Martínez-Romero, periodista y actriz. Como colaboradores suyos se cuentan Natalia Outeiro «Pajarito», Alfredo Pérez Muíño y Mónica Paradela. Espontánea nace con el objetivo de convertirse en un laboratorio escénico y de fomentar comunidades artísticas. Por el momento, en su comienzo, es un espacio dedicado a la docencia, que oferta, para adultos, clases de clown, danza teatro, pilates y consciencia corporal e improvisación; y para niños, teatro y radio. En el futuro, según nos cuenta Gala Martínez-Romero, planea albergar espectáculos, sobre todo muestras de alumnos, y quizá elaborar una programación. Consta de dos salas, una grande y una más pequeña, ideales para el ejercicio de la experimentación escénica.

Su irrupción viene a insuflar aliento a un ámbito cultural que, por desgracia, se ha visto muy asfixiado en Compostela durante los últimos años. En efecto, en menos de una década, han venido desapareciendo de la ciudad no pocos espacios escénicos privados, algunos tras una larga y ardua trayectoria, aunque también exitosa. A día de hoy Santiago no cuenta, por ejemplo, con una sala privada con programación propia y estable. Sí existen, no obstante, espacios dedicados principalmente a la docencia. Si dejamos a un lado las escuelas de danza (cuya presencia es llamativamente abundante: mencionemos, como ejemplos, Can Cun Quinque, Lodanzas, BSdanza y Siliria, entre las más conocidas), el resto de disciplinas escénicas no tienen una representación muy numerosa. Existen, aparte de Espontánea, solamente dos escuelas de teatro, limitadas a la enseñanza, que no han dado el paso de convertirse en salas con programación: Espazo Aberto y Pábulo (la primera, escuela también de danza, especializada principalmente en la formación de actores y dirigida exitosamente por Carlos Neira desde hace 26 años, ha llegado a ser, con todo merecimiento, una verdadera institución en Galicia; la segunda, de más reciente creación, está dirigida, con gran entusiasmo, por Marcos Grande). Asimismo, mantiene su actividad desde hace ya unos cuantos años, de manera realmente admirable, Circonove, una nave de circo que funciona, entre otras cosas, como escuela de payasos (en la senda de Pistacatro, otro colectivo circense, aunque ubicado no exactamente en Santiago, sino en la cercana localidad de Milladoiro). Pese a la notable actividad de todos estos espacios, se echan de menos los efervescentes tiempos, no tan lejanos (a comienzos del milenio y del siglo XXI, aunque, dicho así, pareciera que fue hace una eternidad), en que florecían las salas privadas con programación propia y estable, como la mítica Sala Nasa (dirigida por la compañía Chévere, una de las más reconocidas tanto en Galicia como en el conjunto de España, Premio Nacional de Teatro 2014) o el no menos mítico Teatro Galán (espacio gestionado entre 1993 y 2008 por Matarile, quizá la compañía gallega de mayor talento artístico, dirigida por Ana Vallés y Baltasar Patiño, entre cuyos muchos logros cabe destacar el extraordinario festival internacional de danza, En pé de pedra: nunca, hasta entonces, se había visto en toda Galicia algo parecido; nunca, desde entonces, se ha vuelto a ver en toda Galicia algo parecido. Hoy solamente el festival herDanza, organizado por Can Cun Quinque, bajo la dirección de Isabel Sánchez Temprano y Leodan Rodríguez Casas, puede enorgullecerse de haber seguido sus pasos). En aquella época funcionaban también, a pleno rendimiento, la Sala Yago (gestionada por la compañía Teatro do Noroeste, bajo la dirección de Eduardo Alonso -histórico director de escena y dramaturgo, uno de los fundadores y primer director del Centro Dramático Galego– y de Luma Gómez, una de las mejores actrices de Galicia), la Sala Santart (dirigida por Theodor Smeu Stermin, talentoso director de escena rumano) o, en los últimos años, A Regadeira de Adela (espacio escénico dedicado, entre otras cosas, al microteatro, a semejanza de proyectos como La casa de la portera, en Madrid). Por desgracia, todos estos espacios ya no existen, en algún caso debido al insuficiente apoyo -cuando no al perjuicio- de ciertas instituciones públicas. Por ello, cabe saludar calurosamente la aparición de Espontánea y desearle una larga y fructífera andadura. Esperamos, desde luego, que su espíritu juglaresco, esa fe mundana tan juguetona como tenaz, sea capaz de facilitársela entre piedras centenarias.

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