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Crónicas

LE ES FÁCIL FLOTAR

LE ES FÁCIL FLOTAR

Dramaturgia: EVA REDONDO

Dirección: EVA REDONDO Y DANI RAMÍREZ

Reparto: MIRIAM CORREA, ÁNGEL PERABÁ, EVA REDONDO Y GUILLERMO SERRANO
CRÓNICA DE Testro Pavón Kamikaze

Nada hacía presagiar la noticia. Cuando embarcamos en El Ambigú del Teatro Pavón Kamikaze, la despreocupación era mayúscula. Cada quien se entretenía en dejar pasar el tiempo de un modo u otro, con evidentes muestras de disfrute, casi de vicio. En el escenario, envuelta en plástico, una estampa veraniega cualquiera amenizada con música hawaiana. La música quizá disfrazaba una llamada de socorro de las gaviotas sobrevolando el mar. Pero no se confundan, no hubo drama, pese al recurso del sensacionalismo. Ante una tragedia cierta, como es la contaminación progresiva y vertiginosa de nuestros océanos, lo que se construyó es una comedia fresca e inteligente -no exenta de ironía- que nos invitaba a pensar. El texto de Eva Redondo -creado en Nuevo Teatro Fronterizo, para el II Torneo de Dramaturgia organizado por LAZONA Teatro y el Teatro Español-, nos situaba con toda la intención en nuestra infancia, nos solicitaba que escuchásemos y mirásemos con virginidad intelectual, con la imaginación despierta. Todo un reto, pedirle a un ser humano cegado por la cotidianeidad y la prisa que regrese a su esencia, que vuelva a ser quien era. Lo imposible, a través del arte, de la creatividad, se torna probable. Somos seres complejos, además de sensibles, creativos. Esta podría ser nuestra mayor virtud o nuestra condena.

A parte del texto, ingenioso y repleto de acción -característica esta apetecible en estos tiempos que corren, seudofilosóficos y con tendencia a ceñir el documento a su estructura, sálvese quien pueda o no, que no me quejo…-, lo que más me llamó la atención de la puesta en escena fue la sencillez con la que los actores y actrices se comunicaban con el público, sin aspavientos de ningún tipo, fluyendo sin más, como corrientes marinas que se dejan agitar por el pulmón interno de la Tierra. Ni el texto, ni la interpretación, ni la escenografía se nos presentaban con grandilocuencias, estábamos a salvo en nuestras sillas, relajadas y curiosos, curiosas y relajados. Es un buen punto de partida para tratar un asunto serio.

Hemos creado un material prácticamente indestructible que, paradógicamente, podría destruirnos. No se trata de robótica, pero es artificial, aunque provenga de un recurso natural como el petróleo. El plástico ha invadido nuestro organismo a través de la cadena alimentaria. Somos, en parte, de plástico. La cuestión estriba en averiguar en qué porcentaje podemos tolerarlo y cómo afecta a nuestra salud, a la salud del planeta. Más de un veneno hemos ingerido -a lo largo de nuestra vida, en otras épocas históricas-, no siempre voluntariamente, ignorando consecuencias, enfermando en muchas ocasiones a causa de nuestra mala cabeza. El mundo se comporta en ciertos asuntos de forma frívola, irreflexiva, priorizando lo que promueve un mayor consumo, un gasto de materiales desechables que acreciente la necesidad y la dependencia de los mismos. Todo lo engulle y lo defeca el mercado capitalista.

La supervivencia humana en el sistema socioeconómico actual parece complicarse, se nos estrecha el camino, se nos pone cuesta arriba. Sin embargo, la mayoría de las “necesidades” que hoy en día nos atenazan con sus demandas, han sido generadas primero en la ficción. Somos una fábrica infatigable de deseos insatisfechos, el invento es la cara y la cruz de una moneda lanzada al aire que cae siempre en saco roto. Nunca hay suficiente acumulación de riqueza, ya que no se reparte, se compite. En contraste, la estrategia óptima que podría darle la vuelta a esta tendencia suicida que compromete las necesidades de las futuras generaciones, podría ser la cooperación. No se trata tan solo de detener la producción y de reemplazar materiales, sino de modificar conductas y de concienciar a la sociedad desde la edad más temprana. Si queremos conseguir un desarrollo sostenible, la acumulación de conocimiento se tornará relevante cuando sirva a fines no lucrativos y priorize la adecuada gestión de los recursos reciclables. Desconocemos, por ejemplo, cómo actúan las sinergias tóxicas, tanto en la salud humana como en los ecosistemas.

En la IV Asamblea de Medioambiente de la ONU, se llegó a un acuerdo general provisional, que entraría en vigor en 2030, para acabar con la contaminación marina de plásticos y micro plásticos. Entre los objetivos a llevar a cabo están la eliminación de plásticos de un solo uso. Requiere de la colaboración de toda la ciudadanía, ya que supone un reciclaje a fondo de las costumbres. Aunque hay un porcentaje de la población que está reaccionando e intentando responsabilizarse de lo que le correspondería, no se trata de la mayoría. No resulta sencillo.

¿Hay un límite para el crecimiento del mundo? La contaminación, la falta de recursos y la superpoblación fueron las razones del despertar ecológico, las sociedades se empezaron a cuestionar que el sentido de la vida se encuentre en la posesión de bienes materiales y en el consumo desmedido. La biodiversidad está en declive, debido al impacto de la existencia del ser humano sobre el planeta. Pero el lobby industrial sigue enfrentado al movimiento ecologista y a las leyes favorables al medioambiente. La globalización, favorecida por las grandes potencias mundiales, nos encadena a esta forma de “destrucción más IVA”.

Nos enteramos la otra tarde en el Pavón de que las esponjas, los animales más arcaicos de nuestro planeta, se encuentran en peligro. Una muerte lleva a otra muerte, cuando se es un ser capaz de absorverlo todo, sin tejidos ni órganos que filtren, conglomerado de células y gelatina. Las esponjas podrían suponerse insensibles, dada su carencia de sistema nervioso. Pero Bob, el entrañable personaje televisivo, parecía una de las nuestras, comprometido con su entorno como el que más, dando ejemplo… Yo he visto documentales y reaccionan a ciertos estímulos, las esponjas se contraen, se cierran… La aparente simplicidad es evocadora siempre del enigma. Lo que a distancia parece sólido, en la cercanía es poroso; lo que se nos antoja eterno, frágil y perecedero.

Un dibujo animado ha muerto. Ignoramos las causas. El silencio cómplice de los medios de comunicación -proclives al cotilleo melodramático- posterga el impacto de la noticia relevante, la trasforma, la disfraza, la mitiga, la oculta. Aquí lo que preocupa es la catástrofe económica, lo que nos afecte al bolsillo. En cuanto a la puesta en escena, dado que el código es esta confusión entre los personajes del cómic y los de nuestra sociedad burguesa, se asimila fácil que todo está permitido: bailes, cantes y escenas hilarantes de “corta y pega”. Todo parece muy loco, desde quizá que el pobre Bob confundiese una bolsa de plástico con una medusa y que eso le matase… Pero a la posibilidad la pintan calva, como a la cantante, ya lo sabía Ionesco… Soñemos con que las partículas de esponja disgregadas tras la explosión se recompongan, con que se pase el mal trago, con mares de aguas cristalinas lamiendo las orillas, con peces abisales entre corales y esponjas… y ni rastro de lo humano en la Naturaleza.

Si vuelve a ser programada, les recomiendo esta pieza, no se la pierdan. Tan gozosa, tan necesaria… Me voy a por existencias al “super”, a ver si contribuyo a aumentar la extensión del Séptimo Continente.

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

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© Luz-Soria

Guillermo Serrano ©Luz-Soria
Miriam Correa ©Luz-Soria
Eva Redondo ©Luz-Soria
Ángel Perabá ©Luz-Soria

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Crónicas

COPENHAGUE

COPENHAGUE

Autor: MICHEL FRAYN

Dirección y adaptación: CLAUDIO TOLCACHIR

Reparto: MALENA GUTIÉRREZ, EMILIO GUTIÉRREZ CABA Y CARLOS HIPÍLITO

CRÓNICA DE Teatro de la Abadía (Sala Juan de la Cruz)

La capacidad del ser humano para conocer la realidad y trasladarla como información fidedigna a sus coetáneos o a generaciones futuras, es relativa, tiene todo que ver con la inmersión de cada ser humano en dicha realidad, al formar parte de la misma por el simple hecho de existir, o al observarla en perspectiva desde el ángulo que le ofrece el paso del tiempo; siendo testigo, incluso parte implicada en los hechos o, por el contrario, con el desapego que le proporciona el sentirse ajeno a los acontecimientos que describe, quizá no a sus consecuencias. Narrar -nos confirma la ciencia- es siempre un ejercicio creativo, ya que resulta imposible acceder al estatismo de una verdad absoluta para abarcarla, excepto en la imaginación de un supuesto idílico. Nuestra existencia y la del mundo están condenadas al movimiento continuo, el universo entero es un engranaje que genera una melodía cambiante. Esa música, matemática pura, es misterio, tiende al infinito, se nos escapa, nos obliga a trascendernos. ¿Qué puede guiarnos entonces? Ese proceso evolutivo de la experiencia, que es la madre de la ciencia. La imprecisión que supone el intento de tomarle la medida tanto a la vida como a la muerte, tiene que ver con ese trance heroico entre uno y otro estado del ser, con el advenimiento del azar, con el acontecimiento ineludible.

Michael Frayn -en Copenhaguen– sitúa a los personajes en una especie de limbo, en un encuentro imposible en el que se reúnen a dirimir eternamente lo que nunca tuvo sentido en vida. El autor nos oculta, de nuevo, lo que la Historia ha ignorado, otorgando de este modo a la obra dramática características propias del thriller. Como público, intuimos las incongruencias, presuponemos el conflicto principal, pese a no tener acceso a ese diálogo secreto, mantenido en privado entre dos de los tres personajes. Frayn nos ofrece tres versiones distintas del posible contenido de la conversación, a modo de teorías que acaban por refutarse, evitando así conclusiones. En la puesta en escena de Claudio Tolcachir, la pareja de amigos científicos pasea en círculos alrededor de un eje central; al igual que los planetas, se circunscriben a una órbita concreta que, simultáneamente, les condena y les impide precipitarse al vacío. Solo la reiteración parece ser capaz de sostener la incertidumbre, el vértigo a nivel moral de las decisiones que tomamos. Podría ser este ritual de empeño en la reflexión continua sobre un asunto cuando no tiene ya remedio, una penitencia cuya esperanza no sea el perdón en sí mismo sino el lograr trazar un esquema lógico que alivie el peso impuesto por la culpa, fruto de las consecuencias de nuestros actos fallidos. Por eso el inicio de la obra es tan abrupto, porque está fuera del tiempo y porque podría ser un final, en lugar de un principio. La paradoja.

Durante la función, nos sirve de intermediaria una suerte de embajadora de paz o de detective en absoluto imparcial, Malena Gutiérrez -o más bien la mujer a quien encarna, Margrethe-. Al añadir acotaciones a la acción, descriptivas y críticas, no está exenta de tomar partido, ya que es la esposa de Bohr, medio judío, uno de los científicos que colaboró en el “proyecto Manhattan” trabajando para el bando de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Por el contrario, Heisenberb -su alumno-, colaboró con los nazis, con lo cual, podemos justificar la enemistad surgida en un momento puntual, pese a que no contemos con los detalles del trance que supuso la ruptura de la larga relación personal que los unía. Aunque Margrethe no fue testigo de la conversación concreta que mantuvo el científico danés con el alemán durante un largo paseo por Faedellpark, tras la cual ya nada volvió a ser lo mismo entre ellos, sí podría arrojar luz sobre la relación entre su marido y el alemán, explicitar detalles sobre el carácter de la misma, y sacar conclusiones al respecto de los motivos de la ruptura, claro está que desde su punto de vista, que no es otro que el que imagina para ella el autor. De ahí el margen de error, siempre hay que contar con la falacia latente en las interpretaciones personales y las reinterpretaciones colectivas.

Ambos científicos recibieron el Premio Nobel y están considerados como los principales creadores de la “teoría cuántica”. En aquel momento de la misteriosa conversación que supuso la abrupta ruptura de su amistad, se posicionaban en bandos contrarios con respecto a “la carrera por la bomba atómica”. Más tarde, los aliados la lanzaron sobre Hiroshima y Nagazaki. Aquello fue una masacre. De ese modo se puso fin a la guerra. ¿El fin justifica los medios? ¿Hasta qué punto es responsable la ciencia del uso que se le dé a sus descubrimientos y avances técnicos? ¿Es lícito que un científico participe activamente en cuestiones políticas o bélicas, utilizando para ello sus conocimientos y desarrollándolos en pro de un beneficio para su país o para lo que crea el mejor modo de resolver una contienda? La respuesta es indeterminada y ambigua, si no múltiple, depende del punto de vista de cada individuo, de si posee convicciones firmes y se atiene a ellas con todas las consecuencias. Quien más quien menos es un mar de dudas; afortunadamente, por otra parte, lo contrario se alejaría de lo humano y no garantizaría el acierto. Pero no podemos instalarnos en la incertidumbre, sino vivir pese a ella, tomar decisiones.

El asiento desde el que presencié la función en la sala Juan de la Cruz del Teatro Abadía me ofrecía una perspectiva privilegiada, ni demasiado cerca ni demasiado lejos, centrada. Merecía la pena tener la sensación de estar todavía fuera de la sala mientras que parte del público seguía accediendo a mis espaldas. Mientras esperaba el inicio del espectáculo, mis expectativas eran altas. Se cumplieron, empezando por la maestría de Emilio Gutiérrez Caba, de Carlos Hipólito y de la ya mencionada Malena Gutiérrez. La presencia escénica de cada componente del elenco, la forma en la que dejaban fluir un texto tan complejo -como si naciese fruto de la reflexión, instantáneamente, desde sus mentes respectivas-, la contención emocional y la mesura en la expresión corporal, la compostura chejoviana en la composición de cada personaje… El talento, la técnica y la experiencia, cualidades todas de elenco y director, dieron como resultado una amalgama deliciosa, un delicatesen de espectáculo que degusté con avidez y que me supo a poco. Seguro que me perdí aquel gesto, aquel matiz, aquella otra mirada que no pude apreciar desde donde me encontraba… Es teatro para regresar a él, a su lectura, para volverlo a ver, para aproximarse todavía más e intuir sus entrañas, para indagar en las manifestaciones a escalas ínfimas de lo humano -tal cual se hace en el estudio de las partículas atómicas y sub-atómicas-. Como en la naturaleza, en la trama de este teatro que nos propone Tolcachir nos faltan datos. Aunque es teatro de texto, activa al público. Cada espectador, en paralelo con lo dicho en escena, elabora una versión propia del acontecer que presencia, indagando no solo en los impulsos que mueven a los personajes, en los objetivos que se plantean y en las claves posibles para la resolución del misterio -construyendo así un esquema de premisas lógicas a nivel de acción o de discurso-, sino también reflexionando sobre lo que es más importante, sobre las causas del hecho histórico y sobre sus consecuencias. Es teatro comprometido. Arte imprescindible.

Este texto fue estrenado en Nueva York en el 2000 y, anteriormente, en Londres, en 1998. Tolcachir y su equipo, lo han traído a la Abadía, tras estrenarlo en Avilés. No me queda más que agradecer lo que valoro como un gran acierto y como un éxito rotundo

Crónicas

Por MJ Cortés Robles

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MALENA GUTIÉRREZ, EMILIO GUTIÉRREZ CABA Y CARLOS HIPÍLITO
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Tardes con Colombine ALBERTO MENÉNDEZ

Tardes con Colombine

Tardes con Colombine

Dramaturgia: CARMEN SÁNCHEZ MOLINA

El preámbulo de los múltiples acercamientos a la plenitud

Dirección: JUAN CARLOS TALAVERA

CRÓNICA DE TEATRO NUEVE NORTE

A los dieciséis años fue conquistada con cartas de amor Carmen de Burgos por un periodista que dirigía la revista satírica Almería Bufa. Este hombre que le doblaba la edad (causa por la que el padre de la señorita no asistió a la boda) contribuyó a la primera emancipación de Carmen, la de caminar sola hasta el altar para huir del yugo familiar, primera ilusión de independencia de la mujer de finales del siglo XIX español. Los poemas de amor se extinguieron con el matrimonio, aparecieron las humillaciones, el ultraje, las traiciones del esposo. Entre las pocas oportunidades laborales de la mujer se hallaba la de maestra, y para esto se preparó a escondidas Carmen con la intención de opositar y huir con la opción del mínimo sustento que una profesión podía darle. En esta etapa perdió tres hijos, solo alcanzó ver crecer a María, con la que huyó en 1901 rumbo a Madrid a los treinta años; la niña apenas cuatro. No sospechaba que su definitiva emancipación estaba abriendo la puerta para el reconocimiento social de la mujer en España. Unos años después de su llegada a la capital se había convertido en un punto de referencia feminista, aunque aún esa palabra era sustituida por otra: marimacho. Ella misma escribió que no sabía si era feminista, que temía mucho un feminismo tendente a masculinizarla; por eso su labor fundamental se convirtió, más que todo, en liberar a la mujer vejada.

En los ambientes literarios conoció al veinte años menor Ramón Gómez de la Serna y comenzaron una relación sentimental. Iniciaron una confraternidad intelectual. Nació un intercambio creativo de almas eternamente inquietas. Pero a pesar de contar en casa con su fiel hermana Catalina, la ajetreada vida de Carmen, los quehaceres que la ocuparon como primera periodista profesional en España y en lengua castellana, la primera mujer corresponsal de guerra, el tiempo que ocupó en dar forma a tantas novelas (crónicas casi todas de una época, también las más cortas), treinta y tantas traducciones, ensayos, estudios literarios, cuatro libros de viaje por Europa y América, sus conferencias en la Sorbona y el Museo del Louvre, el interés por europeizar España, los mítines políticos en defensa de la República, de los derechos de la mujer, hicieron que el seno familiar no contara suficientemente con su presencia y, asistiendo a aplaudir una de las obras del ya exitoso Gómez de la Serna interpretada por su hija María, los sorprende amándose. Es este suceso, la traición de los más cercanos, el que da pie a gran parte de la fabulación que propone la autora Carmen Sánchez Molina, quien además es la actriz protagonista de Tardes con Colombine. Es así como presenciamos al diálogo entre la almeriense y Dolores, portera del inmueble donde vive la primera y personaje de una de sus novelas, La malcasada, a veces también la aparición necesaria de la hija de Carmen, María (su Maruja) y la efímera presencia de una vecina. Un retrato, según la propia creadora del texto dramático, en el que principalmente podemos ver las dos Españas de 1929.

Retratos es lo que permite el deslumbramiento, y deslumbrados es como nos deja la vida de esta guerrera militante de lo humano.

La dramaturgia no se ensaña, no es un “ajuste de cuentas”, siquiera con las instituciones que, se sabe muy bien, asediaron a la protagonista, prefiere mostrar la risa de Carmen (a carcajadas muriendo incluso). En la intimidad de su casa la divierten los cánones morales de esa sirvienta que va enseñando a leer. El montaje suplanta el dolor; haber nacido hembra ya era un peso con el que cargar. No se detiene en el análisis de una u otra injusticia, las muestra, las expone, amalgama datos; no intenta desentrañar los entuertos emocionales de un proceder arriesgado, casi temario para una mitad de siglo altamente mojigata, ni muestra los agravios recibidos desde aquella publicación del marido despechado en la revista que él mismo dirigía: Ahora en Madrid, no hace mucho, / se presentó una señora / con un talento, que dudo / que haya quien le eche la pata; / no te creas que me burlo, / ya ves tú si tié talento, / que colabora en El Mundo / Latino, en esa revista, / de que es Director Mendrugo. / -Madueño, hombre, Madueño. / -Es lo mesmo. -No seas bruto. / Ahora en las Flores cordiales… / -Son juegos florales, burro. / La han nombrado Secretaria / Generala, y tié un título / de Profesora de Letras / y les está dando por… -Estúpido / ¿qué es lo que vas a decir? / -Que está dando hoy más gusto / que la Teresa Jesús, / la Avellaneda, y te juro / que ni la Pardo Bazán / le gana a hacer verci-culos. Como lo anuncia el programa de mano, la puesta prefiere el “fresco”, no el estudio psicológico de aquella que parecía ser muchas mujeres en una, la magnífica mujer de la que solo una anécdota de su fatigosa y productiva vida podría dar pie al fomento de la creación.

¿Qué ocuparía la mente de una luchadora por la igualdad a la que le tocó traducir La inferioridad mental de la mujer? ¿Cuáles serían las disquisiciones al traducir que “la mujer no ha aportado nada al desarrollo de la ciencia y resulta inútil esperar algo de ella en el porvenir”, con qué temple pasó al castellano que “en los hombres poco desarrollados en la parte mental (un negro por ejemplo), se encuentran los mismos datos anatómicos hallados en el lóbulo parietal de la mujer”, cómo pudo expresar que el neurólogo y psiquiatra alemán pensaba que “una de las diferencias esenciales se encuentra ciertamente en el hecho de que el instinto desempeña un papel más importante en la mujer que en el hombre. […] De modo que el instinto hace a la mujer semejante a las bestias, más dependiente, segura y alegre”? ¿De dónde sacaba fuerzas para luchar con tino por el derecho a la separación del marido ganándose el mote de “la divorciadora”, derecho concedido sesenta años después? ¿Cómo enfrentó en casa la adicción de la hija? ¿Qué resultaría si se revisara concienzudamente aquella opinión suya sobre el daño causado por ese monumento de nuestra literatura que es El Quijote “porque el público comprendió más a Sancho que al Caballero de la Mancha y la novela realista moderna pensó que el mérito consistía en buscar sólo lo grosero, por lo que se entendió que era más real describir un crimen que un sacrificio, y con el deseo de epatar, se trató de producir terror y asco en lugar de emoción estética”? ¿Podrá alguien acercarse a su novela autobiográfica -como muchas de las que escribió- La mujer fantástica, para desmenuzar la mente prolija de esta fémina de un siglo donde parecían los hombres los únicos con pensamiento? Rubén Darío le escribió en una carta de 1911 lo grato de haberla hallado lo menos “literata” posible, que como escritora creía que ella no usaba medias sino calcetines. ¿Cómo asumía una mujer de letras llamarse a sí misma “Presidente” General de la Cruzada de Mujeres Españolas y de la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Iberoamericanas porque aún no existía la palabra “presidenta”? Sabiéndola corresponsal de guerra, ¿qué resultaría si tratásemos hondamente una sola idea suya extraída del artículo ¡Guerra a la guerra!, donde defendía el derecho de todo humano a negarse a matar? Si imaginamos el oasis democrático en que convirtió su casa con las tertulias de los miércoles, a las cinco en punto, luego los sábados, cuando fue desterrada a Toledo y disponía únicamente de los fines de semana, estableciendo que, de puertas adentro, la libertad de pensamiento sólo tendría como límite el infinito…

Todo esto, producto de la inquietud que genera Tardes con Colombine, plantea otra cuestión: ¿qué sucederá cuando logremos someter al deslumbramiento, cuántos temas emergerán y con qué profundidad los asumiremos si nos interesara un día viajar con esta pionera rumbo a la conquista de la justeza?

Crónicas

Por : ALBERTO MENÉNDEZ GARCÍA

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UNA NOCHE CON FORSYTHE

UNA NOCHE CON FORSYTHE

Coreografía: William Forsythe

Puesta en escena: Compañía Nacional de Danza

Dirección: José Carlos Martínez

CRÓNICAS DEL Teatros del Canal

Tengo una amiga que siempre escribe en Facebook sus pensamientos más polémicos y sus sentimientos más íntimos como si al otro lado de la pantalla se encontrase, permanentemente, un fiel amigo. Es gracioso porque ella tan solo exagera lo que todos, en mayor o menor medida, hacemos en nuestras redes sociales. Mi amiga exhibicionista empieza muchas de sus exclusivas diciendo algo como “Sí, ya sé que esto es pornografía emocional, pero no me importa…” y luego suelta la bomba.

Si tuviera que explicarle a alguien que no sabe nada de danza lo que supone Forsythe para el campo, le diría que hace “pornografía coreográfica” en ese sentido con el que se nombra el exceso. Y claro, no tiene nada que ver con bailarines sugerentes ligeros de ropa, sino con el hecho de que sus piezas son la verborrea incontenible de un fanático del movimiento que no se puede callar nada, y al que no le importa quedar como un imprudente porque la ocurrencia es lo suficientemente interesante como para correr el riesgo. Forsythe es ese artista juguetón que busca los extremos de manera socarrona, aunque en mi opinión nunca deja de ser un niño bueno que agrada al público más clásico (ese que sí se sale del teatro a la mitad de The show must go on de Jérôme Bel).

Una noche con Forsythe en Teatros del Canal, interpretada por la compañía Nacional de Danza, es una oportunidad única para comprender los motivos principales que han guiado la obra de William Forsythe a lo largo de su carrera. En estas tres obras constatamos que el coreógrafo, probablemente aburrido de la cadencia del ballet clásico, se propuso meter la mayor cantidad de pasos en el menor tiempo posible dando lugar a ballets frenéticos. También, que la lógica de los ballets tradicionales le debió parecer muy naif, por lo que se atrevió a dejar a los bailarines sin un paisaje o una acción en la que descansar, y así, desnudos de historia, los entregó al éxtasis del “movimiento por el movimiento” más acorde a las propuestas estéticas de finales del siglo XX.

La primera coreografía de este programa es The vertiginous Thrill of Exactitude, de 1996. La interpretan tres mujeres y dos hombres que tienen que sincronizar sus saltos y rápidos pasos de pies. Es una pieza un poco desfavorecedora porque, por muy bien que lo hagan, esa obsesión con la exactitud a la que se refiere el título hiperliteral, te lleva como espectadora a buscar el error como en un juego. En ese sentido el ballet es maléfico. Son 13 minutos dificilísimos de bailar en los que los bailarines no se libran ni un segundo del escrutinio.

Esta pieza rompe muchas cosas, mezcla hombres y mujeres de manera casi homóloga e impersonal, utiliza un vestuario geométrico muy vanguardista, y desde luego, los pasos se encadenan a una velocidad desconocida; sin embargo, aspectos clásicos del ballet prevalecen: la coreografía sigue siendo muy frontal y el cuerpo se mantiene erguido, con los brazos y piernas en una armonía de líneas reconocibles. No puedo evitar pensar que sigue siendo “danza para la foto”: si un fotógrafo captura en el aire a los cinco bailarines en la misma postura, la exactitud será muy reconfortante. En movimiento, sin embargo, sufro por ellos, por ese sometimiento que les deja la cara tensa, la sonrisa forzada. La danza contemporánea ha evolucionado hacia bailarines que gozan de verdad y que remiten menos a los términos correcto/incorrecto, acierto/error.

Después viene la hipnótica Artifact Suite, de 2004, en la que Forsythe rompe muchas cosas más. La frontalidad clásica desaparece desde el principio. El escenario se desnuda y los bailarines bailan más para ellos que para nosotros. Resulta una obra muy cinematográfica, en la que el telón actúa como una mesa de montaje, y en la que el contraste de luces y sombras es protagonista. Hoy en día es muy difícil ver a tantos bailarines en escena (por cuestiones, creo, meramente económicas), así que ver al gran elenco de la CND cubrir el escenario de la Sala Roja y moverlo con sus cuerpos, es fascinante. Es una pieza realmente juguetona en la que casi podemos ver al coreógrafo probando cosas nuevas en libertad, como si se tratase de un ensayo. Deliciosos port de bras que terminan en palmada, momentos de cuerpos-máquina, una línea de bailarines tumbados que inventan signos de una escritura nueva con los brazos, son momentos emblemáticos de danza contemporánea que ahora resultan, paradójicamente, “clásicos”. La libertad que se respira es, además, eficiente. Todo está bien hecho, ordenado, pulcro, todo-donde-debe-estar. Pienso que fue esta una manera genial de llevarse al público clásico hacia la danza contemporánea, con cucharadas de coreografía que funciona con precisión, mientras se aleja de sí misma e inventa nuevos géneros.

Curiosamente Enemy in the Figure, la pieza que cierra el programa, es la más moderna siendo la más antigua, de 1989. Aquí los torsos de los bailarines se arquean y las muñecas se rompen en un gesto un millón de veces copiado en academias de barrio de todo el mundo. Y, muy acorde con el arte de los 90, con ese ademán punk irreverente pero comercial en el que lo accesorio se hace protagonista, la escenografía, la iluminación, el vestuario, y la música guían el movimiento de los bailarines. Es una pieza en blanco y negro que publicistas y diseñadores de interiores habrán amado y que funciona como la fotografía de una época, la de la cultura tecno, descaradamente atrevida.

#Pornocoreografía podría ser la etiqueta en redes que nombrase el deleite por ver artefactos coreográficos muy complejos que funcionan con precisión alemana. Y aparecería siempre en los trabajos de Forsythe.

Crónicas

Por : Paula Lamamie de Clairac

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Puesta en escena: Compañía Nacional de Danza. Imagen © Alba Muriel
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William Forsythe
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UNA NOCHE CON FORSYTHE
UNA NOCHE CON FORSYTHE Imagen © Alba Muriel

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Alberto Menéndez García

Alberto Menéndez García


Artículos de
Alberto Menéndez García

Tardes con Colombine

junio 27, 2019junio 27, 2019
Tardes con Colombine

Tardes con Colombine Dramaturgia: CARMEN SÁNCHEZ MOLINA El preámbulo de los múltiples acercamientos a la plenitud Dirección: JUAN CARLOS TALAVERA CRÓNICA DE TEATRO NUEVE NORTE A los dieciséis años fue…

VON MIT NACH T: NO 2

junio 4, 2019junio 5, 2019
von mit nach t no2 © Thomas-Schneider

VON MIT NACH T: NO 2 Coreógrafo: VA Wölfl CRÓNICA DE Naves Matadero. Centro Internacional de Artes vivas VON, MIT, NACH, entre, lo oscuro: versión innumerable. -¿Neuer Tanz, que significa…

Crónicas

SOFTMACHINE: SURJIT & RIANTO

SOFTMACHINE: SURJIT & RIANTO

UN PROYECTO DE CHOY KA FAI SOBRE LA DANZA ASIÁTICA

CRÓNICA DE Sala Negra de Teatros del Canal

Pensé que el título merecía una explicación; pero no alcancé a formular la pregunta durante el encuentro con el público tras la función de viernes 7 de junio, así que salí de la Sala Negra rumiándola para mis adentros. Al leer el programa de mano había anotado palabras claves que me parecían esenciales para hablar de esta propuesta tales como post-modernidad, exotismo, danza contemporánea asiática, tópicos… Sin embargo (ahora lo sé) nada podía anticiparme lo que vendría después. Incluso todo indicaba que iba a ver un documental e intenté colocarme en la mejor posición frente a la gran pantalla. Error también. Hubo proyecciones, sí, pero el documento fue escrito en escena. Una clase magistral de coherencia entre las preguntas esenciales que animaron a Choy Ka Fai a viajar durante dieciocho meses por trece ciudades en China, India, Indonesia, Singapur y Japón, recopilando material, y la manera en que hoy nos lo presenta como hecho artístico.

Hay preguntas que no tienen una única respuesta. Así es esta propuesta. Abre multitud de cuestiones e insta a revalorizar una vez más ciertos conceptos acerca de esa ambivalente y siempre esquiva relación Oriente/Occidente, a desmontar también la imagen preconcebida y occidentalizada sobre el quehacer cultural asiático, y las relaciones de poder que desafortunadamente aún persisten y determinan los discursos culturales dominantes. No se trata aquí de definir o no la pertinencia de hablar de exotismo en un contexto globalizado, pero sí de la pervivencia de centros y periferias culturales, y en consecuencia de las representaciones dominantes que gobiernan los discursos culturales. No hay que perder de vista la actitud de dominancia sobre la que Occidente ha basado su relación con el resto del mundo; este es sin duda el punto de partida de esta propuesta, que no su fin último.

Soft Machine cuestiona con sutil ironía y un humor delicioso. Estos dos bailarines que nos ha presentado Choy Ka Fai, nos parecen sacados de un documental y puestos sobre la escena; y así, han atravesado miles de años de historia humana en poco más de una hora y media de espectáculo, con la sencillez de quien tiene las preguntas adecuadas. Recuerdo entonces sin querer las palabras de los maestros: el arte europeo ha tenido que romper con su tradición para construir lo nuevo, en Asia lo nuevo se ha construido sobre la base de la tradición.

Así es como Surjit Nongmeikapam y Rianto se nos han mostrado, trayéndonos una tradición que pervive en sus cuerpos, aprovechando siglos de cultura para incorporarlos al lenguaje contemporáneo, enriqueciendo con una savia antigua lo que hoy es necesario decir en escena. He visto cuerpos formidables destripando tópicos, derribando mitos, pero sobre todo, construyendo puentes para nuevas miradas.

Todavía hoy me pregunto acerca del título; sin embargo intuyo cierta conexión con la delicadeza y la suavidad que subyacen en las tradiciones del cuerpo de las formas codificadas asiáticas; también una referencia a algo muy sólido que no puede ser desmantelado por la modernidad, sino que la alimenta y la hace potente, verdadera fuerza irreductible. Vuelven sin remedio los maestros a mi mente tras esta reflexión, esta vez es Katzuko Azuma, así que busco y cito:

“Mi maestro decía que debía encontrar mi propio punto de fuerza. Es como una bola de acero que está en el centro de un triángulo imaginario que tiene el vértice en el ano y la base en la pelvis, a la altura del ombligo. El actor/bailarín debe lograr apoyar su propio equilibrio en ese punto de fuerza. Si lo encuentra (es difícil, aún hoy no siempre lo encuentro), entonces todos sus movimientos adquieren fuerza. Pero esta fuerza no significa estar en tensión, no es violencia. Mi maestro decía que la bola de acero está envuelta en una capa de algodón, y luego de otra capa de algodón y así sucesivamente: que es en definitiva, algo blando que sólo en su centro profundo esconde algo duro. Así el movimiento del actor/bailarín puede ser lento y suave y ocultar su fuerza, como la pulpa de una fruta oculta su hueso.”

Crónicas

Evelyn Viamonte Borges

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ANTONIO MAURIZ

El Maelstrom que nos lleva: la dramaturgia de Thomas…

El Maelstrom que nos lleva: la dramaturgia de Thomas Köck

Ensayo

E

n nuestros dos artículos anteriores –La invención del lenguaje y La dramaturgia de la mantequilla- hemos abordado, respectivamente, las dramaturgias de Ewald Palmetshofer y Ferdinand Schmalz, jóvenes autores austríacos, fuertemente interesados en la creación de innovadores lenguajes dramáticos. Para completar una trilogía y ofrecer con ello una buena muestra -aunque necesariamente parcial- del panorama más reciente de la literatura dramática austríaca, nos complacerá en esta ocasión tratar sobre un tercer autor, cuya potencia y originalidad lingüísticas no se quedan en absoluto atrás respecto de los dos mencionados. Nos referimos a Thomas Köck.

Thomas Köck nació en 1986, en Wolfern (Austria). Su actividad como autor teatral no se remonta más allá de 2014. Sin embargo, en los apenas cinco años que desde entonces han transcurrido ha creado un buen número de importantes obras teatrales. Mencionemos, por ejemplo,  Isabelle Huppert (2015) -Premio Else-Lasker-Schüler-, el futuro no nos alcanza (¡quejaos, niños, quejaos!), desecho del mundo (2018) o atlas (2019), su más reciente creación -que acaba de ser galardonada, hace apenas unos días, con el Premio Mühlheim de Dramaturgia 2019-. Aquí nos centraremos en el comentario de las tres obras que podrían considerarse como las más representativas de su dramaturgia, las conocidas como Trilogía sobre el clima: inundar paraíso (2016) -Premio Kleist- hambrear paraíso (2015) y jugar paraíso (2018) -Premio Mühlheim de Dramaturgia 2018-. Esta trilogía parece evocar, por otra parte, a una de las empresas cinematográficas de mayor calado en el cine europeo reciente: la trilogía Paraíso del cineasta Ulrich Seidl -también austríaco-, compuesta por las películas Amor, Fe y Esperanza, magnífico análisis de la decadencia y miseria morales de nuestra sociedad actual. 

La escritura dramática de Thomas Köck ha sido comparada con el Maelstrom, un gran remolino que se forma en el mar en las costas de las islas Lofoten (Noruega) debido a la conjunción de poderosas corrientes (y que tan buena fortuna literaria ha tenido, por ejemplo en la obra de Edgar Allan Poe: véase su cuento Un descenso al Maelstrom). En nuestra opinión, resulta una metáfora muy oportuna porque refleja fielmente la sensación que asalta al lector al abordar la lectura de Thomas Köck: la de verse atrapado y arrastrado por un sorprendente e incontenible remolino de palabras, de imágenes, de temas, de acciones, de metáforas, incluso de géneros (pues la escritura del autor no es uniformemente dramática, sino que parece flotar entre el drama, la lírica y la narrativa). Y es tal el abigarramiento de estos elementos, tal su heterogeneidad, tal -principalmente- el vigor, el ritmo y la expresividad del lenguaje que el lector corre verdadero riesgo de acabar naufragando en esas fortísimas corrientes asombrosamente transformadas en un conjunto dramático de muy alto valor.

El autor parece haber tenido la voluntad consciente de provocar este efecto, pues ya la primera obra de su trilogía apunta, como indica el título (inundar paraíso), a la metáfora acuática: en efecto, varios de los cuadros allí contenidos nos presentan una corriente, una inundación que arrastra y lleva consigo los materiales resultantes de un naufragio -símbolo de la catástrofe de nuestro mundo-. Los materiales trascienden la mera categoría de pecios, comprenden un conjunto multiforme y dispar, formado por velas, desechos plásticos, restos de goma, seres humanos ahogados e incluso, en gran parte, elementos incorpóreos -como recuerdos y esperanzas- o incompatibles con el fenómeno físico del aluvión -como el mercado, las crisis financieras, un siglo, una revolución industrial, los primeros intentos de medir el planeta, etc-. La retahíla resulta verdaderamente chocante, pero consigue transmitirnos la idea de que la apocalíptica corriente -igual que el abigarrado discurso del autor, en armonía con su oceánico ritmo- lo arrastra todo, lo material y lo inmaterial, no solo los cuerpos sino también las almas de los hombres, así como incluso su historia (y ciertos componentes del actual sistema económico neoliberal, principal diana del autor). La obra presenta otros dos planos de acción que, aun siendo muy diferentes, se alternan y entrelazan varias veces entre sí, además de con el plano de la inundación: por un lado, las disputas domésticas de una familia actual atrapada en una situación económica precaria, reflejo de la explotación neoliberal del individuo (dimensión que, a su vez, se desarrolla en dos momentos temporales diferentes: en 1993, el padre, empujado por el sueño de la autonomía laboral, se ha lanzado a emprender un pequeño negocio poco rentable -un establecimiento de recambio de neumáticos-, razón por la cual la madre le reprocha su incapacidad para sacar adelante a la familia; en 2014, la hija, caída en la corrupción moral a causa de las condiciones económicas heredadas, se dedica a pensar solamente en su propio beneficio, a costa incluso de los padres); por otro lado, las actividades capitalistas conducentes a la explotación del caucho en la ciudad brasileña de Manaos en el año 1890 –obsérvese el vínculo entre ambas historias: el caucho y los neumáticos.-  

Con todo, el interés del autor no se centra en desarrollar a fondo cada conflicto en particular, sino más bien en componer una serie de cuadros que, al ser yuxtapuestos, provocan a primera vista una sensación desconcertante, pero que, en realidad, forman un conjunto bien ensamblado, musicalmente armonioso -una sinfonía extraviada, como reza el subtítulo de la obra-, con el objetivo claramente definido de repasar la historia de los desastres provocados por el capitalismo: primero, la explotación del caucho y de los indígenas en el siglo XIX; luego, las consecuencias de la política neoliberal en la economía doméstica un siglo después y, por último, la presentación, como algo ya consumado, de un futuro apocalíptico, caracterizado por el destrozo del clima y del planeta. El desastre climático-ambiental, que da nombre a la trilogía, no se circunscribe, pues, a la esfera del clima, sino que viene a ser un símbolo de la catástrofe social y moral de nuestros tiempos.

Otra de las características que destaca en esta pieza es el tratamiento vanguardista de los parlamentos de los personajes: a veces, lejos de buscar el diálogo con sus interlocutores, se dirigen más bien a describir lo que ellos mismos hacen, hablando de sí mismos en tercera persona, en estilo indirecto, como si más que diálogos fuesen acotaciones o narraciones prosísticas –en la senda de autores como René Pollesch o Elfriede Jelinek; en otras ocasiones, principia a hablar una voz anónima que narra en tercera persona lo que hace un personaje y enseguida la voz de dicho personaje, en primera persona, viene a sustituir a la voz narrativa anónima a través de una especie de monólogo interior en el que se entreveran caóticamente diversos pensamientos; en los cuadros de la inundación, otra voz anónima, que aparentemente no se identifica con ningún personaje en concreto (¿acaso quizá el coro de los ahogados?), nos va relatando, con elevado lirismo, el paso de los diversos materiales que son arrastrados por las aguas. De este modo, se produce, en lo que a tal cuestión respecta, una original hibridación de géneros: el diálogo dramático convive con la lírica y la narrativa. Cabe llamar la atención sobre el hecho de que, en todo caso, entre los personajes no llega a producirse -o, si lo hace, es en muy escasa medida- una verdadera comunicación, circunstancia que contrasta llamativamente con la torrentera lingüística que en sí misma es la pieza. 

Estos rasgos de inundar paraíso reaparecen en las otras dos obras de la Trilogía sobre el clima: en hambrear paraíso y jugar paraíso se impone también, abrumadoramente, una sinfónica marea de palabras e imágenes, existe también un fuerte interés por investigar las posibilidades expresivas de las intervenciones habladas (en hambrear paraíso, por ejemplo, abre la obra un nosotros anónimo despiezado en diversas voces, que podrían ser todas la misma o diferentes representantes de un mismo nosotros; en jugar paraíso nos salen al paso la fragmentación del diálogo y el lenguaje sincopado, hechos que apuntan, de nuevo, a la difícil comunicación entre los personajes). En ambas piezas la acción, lejos de ser única, aparece también dividida en diversos planos y el foco se pone, más que en el desarrollo de los conflictos, en la presentación de cuadros escénicos –hambrear paraíso aparece encabezada por el significativo lema: «la historia se descompone en imágenes, no en historias»-. En hambrear paraíso asistimos al entretejimiento de tres historias diferentes de tres personajes distintos (ben, maggie y caro), cuyo nexo de unión consiste en que todos están, de una manera u otra, en crisis, personal o profesional, y en que esta tiene que ver con la omnipresente tiranía que hoy en día las imágenes ejercen sobre los individuos: por ejemplo, caro, una corresponsal de guerra destinada en una zona conflictiva, se ve retenida en un hotel, junto con otros periodistas, por la irrupción de una guerra civil y obligada a asistir, con perplejo escándalo, a las hedonistas celebraciones de sus compañeros quienes, en el interior de las dependencias hoteleras, a salvo del conflicto, intentan ahogar en alcohol y en un trivial entretenimiento amoroso las horribles imágenes de la guerra que se desarrolla en el exterior -quizá caro sea el alter ego de Tim Hetherington (a quien se alude explícitamente en la obra), excepcional fotógrafo de guerra (véase su libro Infidel), ganador de un óscar por la película documental Restrepo, y asesinado en 2010 durante la revolución libia contra Gadafi-. En jugar paraíso nos encontramos con otras tres acciones entrecruzadas: un hijo no se atreve a entrar en la habitación de un hospital, en la que yace su padre, malherido después de haberse prendido fuego a sí mismo; dos emigrantes chinos, huyendo de la miseria, han abandonado la ciudad de Zhengzhou -invadida por el esmog, la niebla contaminante que se acumula sobre las grandes ciudades- y se han instalado en Italia, en busca de una vida mejor, pero acaban igualmente malviviendo, trabajando explotados bajo el yugo de la economía neoliberal, cosiendo camisas made in Italy en una fábrica textil de Macrolotto -el polígono industrial de Prato, ciudad cercana a Florencia; un tren, con varios pasajeros a bordo, emprende un viaje que de repente pasa a ser una carrera desbocada, sin frenos, sin hacer alto en las paradas previstas, hacia no se sabe dónde, a lo largo de un paisaje cubierto por la nieve y el hielo –nueva manifestación del desastre climático. Esta última acción nos parece de particular interés: el tema del tren descontrolado no es ciertamente muy original (¿cuántos guiones cinematográficos habrán recurrido a él?; a la memoria nos viene, por su calidad, la película El tren del infierno, de Andrei Konchalovski), pero ilustra muy bien, sin embargo, el viaje hacia ninguna parte de la humanidad de nuestros días, incapaz de detenerse a pensar en las calamitosas consecuencias del neoliberalismo. Por otra parte, el movimiento del ferrocarril entronca, como una nueva recreación de la metáfora del Maelstrom, con el flujo de la crecida en inundar paraíso: uno y otro, con su ritmo ya maquinal, ya oceánico, pero siempre irrefrenable y abrumador, arrastran al desastre (procedimiento este que viene de antiguo: La educación sentimental, de Flaubert, comienza con una travesía en barco, cuyo lánguido avance refleja e ilustra el nacimiento del amor en el alma del protagonista).

La obra de Thomas Köck apenas ha tenido, hasta el momento, presencia en nuestro país. En 2017 participó en el XII Obrador d’Estiu de la Sala Beckett con un texto breve titulado only revolutions, que fue objeto de una lectura dramatizada en catalán, en traducción de Maria Bosom. Por otra parte, para el mes de julio de este mismo año, está previsto que tenga lugar, de nuevo en la Sala Beckett, en esta ocasión en el marco del XIV Obrador d‘estiu (y de Fabulamundi. Playwriting Europe), el semimontaje en catalán de Paradís inundar. Simfonia extraviada, en traducción de Albert Tola y bajo la dirección de Ferran Dordal i Lalueza. 

Ensayo

Por Antonio Mauriz

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© Fabian Raabe & © MaxZerrahn

ThomasKoeck-©MaxZerrahn
ThomasKoeck ©Fabian Raabe

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Crónicas

CORPS NOIR

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STÉPHANE GLADYSZEWSKI

CRÓNICA DE Naves Matadero. Centro Internacional de Artes vivas

La imagen de un hombre sumergido en una pecera rectangular anunciaba esta pieza del canadiense Stéphane Gladyszewski en Naves Matadero. El reclamo me resultaba poco interesante, pero aun así me animé a ir por el interés que me suscitaron la mezcla de ciencia y arte, de artilugio y concepto en las investigaciones de Stéphane. La propuesta sin embargo superó con creces mis modestas expectativas. Desde el comienzo me enfrento a una obra íntima y sugestiva que pone al servicio de la idea los sortilegios tecnológicos, manipulando las imágenes con el fin de crear alusiones profundas y una sensorialidad altamente expresiva; de esta forma se abre al espectador un universo visual sumamente evocador. Es este poder de despertar multitud de sentidos, lo que pone en valor el recurso técnico.

A medio camino entre las artes visuales, el arte digital y la performance, Corps Noir me catapulta a las entrañas del nacimiento, al sexo y la sangre de los orígenes, y me vuelvo junto al intérprete, feto y luego ser pensante, fracturado por la ruptura original, descubridor de una mismidad siempre irresuelta. Más que entender, la obra me fuerza a sentir, empatizar, y recorrer con el protagonista el hilo umbilical que nos conecta a una raíz ancestral. Si la voz en off esclarece y dictamina, convirtiéndose de esta suerte en una racionalidad que todo lo reduce, el recorrido del intérprete sin embargo, se adentra en las intimidades de lo orgánico y lo visceral, en un espacio de infinitas posibilidades y asociaciones. Cada recurso, cada efecto que se crea bajo la luz de las proyecciones me lleva pues a un sitio recóndito de las entrañas del ser.

Vemos también en Corps Noir fuertes referencias al mundo psicológico. El canadiense aprovecha las sugestivas manchas del test de Roche para una vez más aludir a una conexión profunda, y a medida que explora la relación entre padre e hijo, viaja también a su propio mundo interior, dejándonos momentos de gran carga poética que a nivel visual disparan la potencialidad evocadora de las superposiciones entre cuerpo físico y proyección.

La pieza toda es una simbiosis extrañamente onírica entre arte y tecnología en la que el cuerpo se posiciona como una bisagra entre uno y otro polo. Pero el recurso técnico no supera el sentido, sino que lo potencia y sobredimensiona. Y es esto lo que convierte a Corps Noir en un viaje sensorial de fuerte impacto generado por algo tan frío como la tecnología. De este no tan raro maridaje tiene vasta experiencia Gladyszewski, ya que sobre esa base ha implementado el grueso de sus investigaciones más recientes, buscando a nivel artístico la confluencia entre lo orgánico y lo tecnológico.

Crónicas

Por Evelyn Viamonte Borges

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© Nicholas Minns & © Justine Ricard

Corps Noir de Stéphane Gladyszewski © Justine Ricard. En imagen Stéphane Gladyszewski
Corps Noir de Stéphane Gladyszewski © Nicholas Minns. En imagen Stéphane Gladyszewski

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von mit nach t no2 © Thomas-Schneider ALBERTO MENÉNDEZ

VON MIT NACH T: NO 2

VON MIT NACH T: NO 2

Coreógrafo: VA Wölfl

CRÓNICA DE Naves Matadero. Centro Internacional de Artes vivas

VON, MIT, NACH, entre, lo oscuro: versión innumerable.

-¿Neuer Tanz, que significa exactamente «nueva danza» es, además de un modo diferente (más bien diferenciador) de mover los cuerpos en el espacio, una invitación a buscar otra manera de entender la danza, que incluso lleva a pensar en una no-danza, que la enmascara y la desenmascara? ¿A qué conclusión cree que llega el espectador cuando ve VON MIT NACH T: NO 2, sobre qué quiere hablarnos con esta obra, cuál sería su significación?

– A un pintor o a un fotógrafo no le preguntan qué significa esta o aquella obra suya, al menos no con el énfasis que se les pregunta a los creadores escénicos. La obra habla por sí misma. El arte es sobre todo percepción. Siempre que un creador quiera coartar el libre pensamiento del perceptor, su libre interpretación, pierde el arte lo más sensible y fundamental, la experiencia personal. Yo soy pintor y fotógrafo. En Neuer Tanz no queremos enseñar a la gente qué tiene que pensar, tampoco intentamos mostrarle lo que debería saber. No somos un instituto de enseñanza; no es una pretensión nuestra. Me interesa que los bailarines no muevan el cuerpo a partir de preconceptos o paradigmas técnico-estéticos. Como coreógrafo la ausencia de historia, de un relato lineal e irrebatible es importante. Con los medios que trabajamos lo que hacemos es evocar esos sentimientos semejantes entre nosotros y el público sin mediar relato alguno. No son obras de las cuales aprendes algo ni en las que debas descubrir un mensaje; ya hay suficientes de esas. Quiero lograr algo donde pienso: estoy en la selva. Mientras que eso que hagamos no tenga un nombre demasiado concreto tampoco se asimilará de manera unilateral. Cuando un historiador del arte le da nombre a lo que haces, el que mira casi siempre descubre lo que ese «exégeta» te ha dicho que debes ver. Siempre la gente cuando sale de nuestras representaciones aprendió algo, pero me interesa que sea más una cuestión personal, que aprenda porque trae alguna cosa muy suya en la mente que se lo permitió, que las personas vean porque miren con curiosidad, que hallen porque busquen; esto sin decirles exactamente qué deben ver ni lo que deberían hallar. Un título, por ejemplo, ofrece al perceptor una línea de entendimiento poco interesante porque casi siempre va camino de lo unilateral, es una ventana por la que hurgar y ese marco (el cuadro que es la ventana) ya te condiciona la mirada. VON MIT NACH T: NO 2 es una recreación multidisciplinar del asesinato de Robert Kennedy, sobre todo de los disparos. Baile y tiros en la historia de la humanidad forman una pareja perfecta. El magnífico lema de nuestra compañía es la disolución de los límites. En Alemania, lo bueno de nuestra democracia es que podemos hacer las cosas como las queremos hacer o como lo determine el grupo, sin temor al fracaso. No nos interesa el éxito ni ganar o perder dinero, no tiene valor para nosotros llenar teatros. Nuestro interés por expresarnos artísticamente, nuestras «estetizaciones», es lo que nos mantiene creando.

Es el diálogo que imagino con el artista alemán VA Wölfl, reacio como se le conoce a ofrecer pistas sobre sus creaciones. Es lo único con lo que cuento antes de entrar a Naves del Matadero. Tal vez sea también lo poco que comparto con otros que como yo han buscado alguna pista ofrecida por el propio artista… Y me tropiezo con un inmenso cubo blanco, un salón expositivo al cuidado de las siempre presentes vigilantes de sala. Un espacio vacío, de paredes limpias, reminiscencia de una galería de arte en la que hombres y mujeres asisten trajeados a una exposición (obviamente serán ellos también la obra expuesta). A partir de entonces todo se vuelve exhibicionista como el arte contemporáneo mismo, prescindible como el espectáculo mediático, fatuo y hasta divertido, paródico. Teniendo la ironía como tropo, VON MIT NACH T: NO 2 convierte casi en tema central de su puesta en escena el desguace de la cultura (su banalización en la era del discurso mediático), si dentro de las «descentralizaciones» de composición de la obra (¿coreográfica, plástica; espectáculo conceptual?) pudiese quedarme con algo como fijeza. Cada cuadro de la estructura dramatúrgica no parece guardar relación con el otro porque linealmente no la tienen, los conecta el tema, el fondo crítico, hasta la carencia del suceso espectacular o la incapacidad de la danza para acontecer. Es la misma incapacidad de coherencia de la sociedad que se representa, idéntico proceder que el de las sociedades actuales parece decirnos, donde se hace imposible un discurso congruente, un pensamiento y una continuidad de cualquier praxis que conlleve al desarrollo cultural ni al afianzamiento de ninguna expresión auténtica. Lo más trivial se vuelve anécdota. Están al mismo nivel, despiertan el mismo interés una felación que un concierto de rock, la especulación vocal de una cantante lírica que la reconstrucción de la muerte de Kennedy, un disuasivo chachachá, la constante presencia de la Iglesia a través de una Biblia de hojas doradas (¿prolongación de los cuerpos?), el insistente uso de las armas (¿complemento de las extremidades superiores?), o una melodía simple y pegadiza que termina suavizando los discursos, que aglutina los ánimos individuales o los somete, los desvaloriza. Hasta un punto, el discurso de VA Wölfl aparenta estar relacionado solo con occidente, pero lo desmienten las cáusticas apariciones de un asiático hablando su idioma. Esta línea de pensamiento la quebranta sobre todo una japonesa adulta (subrayo adulta) al atravesar en diagonal la escena sin correspondencia aparente con lo que acontece, ataviada cual Sweet Lolita o Punk Lolita, tendencias inspiradas en cuentos de hadas, en Hello Kitty u otros personajes de la cultura pop. Es este personaje quien da cierre a la puesta en escena interviniendo al micrófono. Su discurso gutural e inarticulado, significante y alusivo, exento de significado, da un fin hilarante al desarrollo de la obra, una comicidad que dura poco y otorga lugar otra vez al pensamiento, a conceptos relacionados con el vaciamiento del arte y la cultura toda, una parodia del lugar hacia el que han caminado las sociedades.

La función no tiene comienzo ni final marcados. La subversión de los cánones escénicos narrativos es observada durante toda la obra; se evidencia con fuerza hacia el final, cuando diluido por completo el relato, los intérpretes comienzan a saludar de manera dispersa, confusa, pretendidamente desarticulada, como si se tratase de los protagonistas de un gran espectáculo de masas todavía aconteciendo. Entonces aparece otra de las tantas preguntas que lanza VA Wölfl y su grupo: ¿dónde comenzó, cuándo acabará todo?

Crónicas

Por ALBERTO MENÉNDEZ

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Wake up woman © Marc Oliver Autoría

Wake up woman

Wake up woman

Autor y director: JORGE ACEBO

CRÓNICA DE Teatro Nueve Norte

Conocí a Jorge Acebo porque Cecilia Sarli pensó en mí para que me ocupase de las labores de ayudante de dirección durante el montaje en España de Wake up woman; también para ayudar a sostener lo creado, posteriormente, tras la ausencia del autor-director. Jorge había venido a España bajo el auspicio de la Embajada Argentina, impulsado por el sueño de Cecilia de llevar este texto a los escenarios españoles y de protagonizarlo junto a Chema Coloma. A Chema y a mí nos unía un pasado artístico común, en el Teatro de Cámara Chéjov. He seguido la trayectoria de Chema como actor y como director, he escrito crónicas sobre sus trabajos, y también sobre los de Cecilia. Me interesan mucho ambos, como artistas.

Así que me reuní con Cecilia y con Jorge en un bar cercano a la estación de Atocha. Jorge clavó su mirada en la mía y defendió a su criatura. Mientras me sumergía en sus ojos azules preñados de lágrimas, pensé que era un encantador de serpientes. Serpiente o no, yo ya había quedado hipnotizada. Di un paso atrás y le pregunté si le parecía adecuado empezar a trabajar e ir tomando decisiones. Para mi sorpresa, su respuesta fue afirmativa. Durante este primer encuentro, se comportó como un progenitor posesivo que se resiste a abandonar su obra en manos de cualquiera, que necesita asegurarse de que no se malogrará hasta quedar irreconocible. Wake up woman venía ya con una trayectoria internacional a sus espaldas. Además de su éxito en Argentina, había tenido una gran acogida en México y en Estados Unidos. La responsabilidad que podía recaer sobre mis hombros no era pequeña. Jorge me explicó que esta obra trascendía lo artístico, que trataba de vivencias muy duras en las que el amor y la violencia se confundían de forma extrema, que era el resultado de destilar historias de violencia de género protagonizadas en la vida real por personas de las cuales él mismo había sido confidente. Para gestar el texto, Jorge había realizado una labor previa de investigación, entrando en contacto directo tanto con maltratadores como con mujeres maltratadas, escuchando, tratando de comprender, sumergiéndose de lleno en la problemática e intentando dilucidar cuál era la mecánica irracional que la impulsaba. Paradójicamente, tenía todo el sentido el hecho de que Cecilia hubiera pensado en mí y, por otra parte, comprendía perfectamente el celo del padre de la criatura, pero me sentí algo incómoda en ese primer encuentro, como una intrusa a la que se la observa de cerca, valorando si adoptarla o no, si dejarla ingresar en la familia con pleno derecho o hacerla esperar en la puerta. De hecho, lo primero que me dijo Jorge nada más sentarnos juntos aquel día fue: «Yo ya te odio.» Lo dijo simbólicamente, pero me pareció algo palpable. Ahora me hace sonreír recordarlo, pero en aquel momento, me puso en guardia.

No obstante, me involucré todo lo que supe y pude durante el primer período del montaje. Participé en la búsqueda de figurantes para la grabación del audiovisual que acompaña a la interpretación de los actores, durante la puesta en escena, así como en la asistencia al equipo durante esta jornada atípica. Antes, había apoyado a Cecilia en la búsqueda de subvenciones y la redacción de los textos para algunas gestiones que hicieran posible el traslado y la estancia en España de Jorge. De todas formas, considero que mi aportación es puntual, minúscula -comparada con el monumental empeño de Cecilia-, pero me siento orgullosa de haber participado en esto, de algún modo.

Me contaba Cecilia que en la primera lectura del texto, ya en presencia de Jorge, surgió la magia. No me extraña en absoluto, lo creo. En los jardines de la embajada Argentina, mientras se grababa el audiovisual, todas las personas convocadas estaban como sumergidas en el truco de un ilusionista, jugando a lo que se les proponía como niños entusiastas. Me percaté también allí de cómo cuidaba Jorge a sus actores, con cuánto amor, de cómo se entregaban Cecilia y Chema a sus cuidados y de lo que esto rentaba a la hora de trabajar con ellos. He de reconocer que me dio un poco de envidia, sentí celos, aunque también yo empezaría a recibir más tarde de este alimento: Jorge me dio un abrazo al despedirme y me llamó «mi compañera». He conocido a seductores semejantes, de los que sí se lo proponen, el seducir, por acumular poder, por el gusto en manipular. Jorge es de los que no se propone más que entregarte su corazón y su talento, aunque te pida lo mismo a cambio. Personajes con tal carisma me hacen temblar, conozco mi capacidad de entrega. Yo también soy carismática, es mi parte sana. Desde hace un tiempo, huyo despavorida cuando se nubla mi carisma.

Asistí a un ensayo más en el apartamento de Jorge y decidí quitarme de en medio definitivamente, apoyar el proyecto de este otro modo, escribiendo una crónica. Me di cuenta de que, en los escasos ensayos previos que habían tenido lugar sin que yo estuviera presente, ya se había establecido entre elenco y director una atmósfera de trabajo íntima y frágil, y que yo venía a romper esa atmósfera incorporándome más tarde, que retrasaba el trabajo. Tuve que salir corriendo del apartamento ese día, porque no llegaba a mi lugar de trabajo. Envié algunas notas a Jorge y a Cecilia, sobre mis apreciaciones durante ese ensayo. Ya no asistí a ningún ensayo más, como digo. Tanto Cecilia como Jorge se pusieron en contacto para animarme a continuar, pero por distintas razones, decidí no hacerlo.

Otro de los motivos fue el ritmo vertiginoso de trabajo que se habían auto-impuesto, dado que la estancia de Jorge en España tenía fecha de caducidad y resultaba un tiempo realmente escaso que a mí no me permitía gestionar en condiciones mi agenda sin faltar a otros compromisos, ni trabajar con Jorge de manera relajada para comprobar cómo encajábamos. Supe que se trasladaron a la sierra de Madrid, por ejemplo, y que se encerraron varios días allí para trabajar, en una vivienda de la familia de Chema. Yo no hubiera podido permitírmelo. En estos momentos de mi vida, necesito priorizar el trabajo remunerado, lo que me da de comer. Así lo hice. Me gustó saber, sin embargo, que la impresión de Jorge con respecto a mi persona estaba llena de matices y de interés verdadero. Tras nuestro primer encuentro, le había trasladado a Cecilia su decisión de incluirme como parte integrante del proyecto. Pero él necesitaba un asistente de equipo y a mí me interesaba la ayudantía de dirección. No pudo ser. ¡Quién sabe si la vida volverá a cruzar nuestros caminos y nos ofrecerá una nueva oportunidad de colaboración!

Sea como sea, todo sucede por un motivo. Jorge ya está en Argentina. Yo esperé a que la obra rodase un poco, no asistí a su estreno en el Teatro Nueve Norte, sino que solicité acreditación para asistir a la función del pasado sábado dieciocho de mayo. Y ahí estuve, con la sala a rebosar. Este lugar lo reconozco como mío: mi inclusión entre el público. Soy muy buena espectadora, de las mejores, porque conozco el oficio -ya que soy actriz y he dirigido-, y por mi sensibilidad artística. Intentaré demostrarlo continuando con mi crónica.

Lo que más me gusta de esta sala, la Nueve Norte, es su público: mayoritariamente gente joven, sumándose a un pequeño porcentaje de personas de mediana edad. Algunos de los asientos están dispuestos de modo que se inmiscuyen en el espacio escénico. Resulta muy interesante, ya que me permite observar las reacciones de algún espectador, aunque procuro no distraerme con ello, consultarlo de forma puntual.

El caso es que, tras una breve espera ambientada con canciones románticas, mis admirados compañeros salieron a escena arrastrando el peso de lo que iba a acontecer en sendas maletas con ruedas. Dos actores magníficos dispuestos a la batalla. Sus cercanas presencias auguraban una tragedia, pero sus bocas invocaron a la comedia y al amor. A su espalda podían irse leyendo los títulos de cada fragmento de la función, capítulos sucesivos que representaban, de forma simbólica y a grandes rasgos, el trascurso de la acción dramática. La distancia entre los actores, el aire que el director les impuso para mantenerles alejados, venía a añadir tensión a la ingenuidad del texto inicial. Eran dos imanes que se atraían con fuerza y se repelían por momentos. Cada contacto físico, cada trasgresión de esa distancia de seguridad en escena, resultó violenta en menor o mayor grado, subiendo de intensidad hacia el final de la obra. En contraste, las imágenes virtuales resultaban idílicas: grabaciones de momentos de vida aparentemente alegres, acontecimientos relevantes para los dos seres que se enfrentaban paralelamente en directo, cuerpo a cuerpo. Las luces y las sombras de una vida compartida. Desde el inicio se percibía oscuridad, desde la celebración de la unión, desde el sello del compromiso.

La violencia cotidiana se va filtrando como un gas invisible en la atmósfera de la convivencia, trastorna el carácter de los amigos, de los amantes, de los novios, de las parejas y de los matrimonios. La violencia cotidiana se cree víctima y es verdugo. La violencia cotidiana sufre tras ejercer su poder, se lamenta de no saber cómo controlarlo, se excusa en indicios fantasmas, culpa de sus arrebatos a aquella persona de la que abusa, a quien golpea, a la que martiriza. La violencia cotidiana va a terapia, pide ayuda, llora amargamente, se arrepiente, promete. La violencia cotidiana, fuerza, insulta, golpea, ahoga, quema, mata. Cualquier objeto al uso podría transformarse en un arma de tortura en sus manos, en el arma homicida. La violencia cotidiana se disfraza y pasa desapercibida, pero pronto se arranca el traje y se da a conocer, desnuda. Nunca fue príncipe -el que la ejerce- ni azul, ni cabalgó al encuentro de su víctima a lomos de un caballo blanco. Cuántos cuentos, cuántas falacias enquistadas en nuestro ADN. La violencia cotidiana anida en el amor romántico como un virus que corrompiese la lógica artificial de la posesión y el para siempre.

La víctima quiso comprender, se asombró de la violencia, la soportó cotidiana, se esforzó en mantenerla en calma unos segundos, tembló ante la certeza del daño, perdió la vida.

¿Dónde queda el amor? Corriendo delante del agresor, alrededor de él, como si la agresión fuese un centro que encierra a los implicados en un círculo vicioso, como un reloj enloquecido que anuncia el fracaso del tiempo.

La huella queda en el cuerpo, en el que recibe el daño y el que lo infringe. El extrañamiento de ese cuerpo que se ha amado y ya no es el mismo, no se produce, no cuentan los implicados con la distancia necesaria como para mirar y ver con escalofrío, no son capaces. Están ocupados en la violencia, centrados en ella, como si esta tarea compartida les hubiera obligado a intimar tanto que se confunden en amalgama. Es más sencillo perder la empatía cuando el impulso violento nace de la falta de autoestima. Parece haber, entonces, una justificación para el lamento, para el melodrama, para la autocompasión, para el acopio de razones por las cuales es factible matar a quien amamos, o dejarnos matar por quien dice amarnos. ¿Cómo puede ser esto posible, como puede ser cierto?

Wake up woman es, sin duda una función incómoda, los espectadores a los que podía observar hubiesen preferido estar en otro sitio, mirar para otro lado, o así me lo parecía: una pareja de mediana edad se revolvía en sus asientos mientras que en el escenario las manos de Cecilia se crispaban por el dolor, mientras dejaba escapar un grito agudo desgarrado. Como espectadores, cuando el dolor que se representa es físico, se nos antoja insoportable, lo tomamos por increíble e improbable o, por el contrario, nos vemos forzados a ocuparnos de nuestra condición animal, a asumirnos depredadores y también presas. Hemos olvidado nuestro origen salvaje, queda oculto pero vivo, tras capas y capas de civilización hipócrita y castrante. La fiera late en los corazones y ataca cuando tiene hambre. Si no se alimenta el instinto convenientemente, si no se equilibra de modo que sea consciente de sus impulsos y los someta a un control voluntario, si no se le da salida a la frustración, si no se cultiva el propio amor, la autoestima de cada individuo, la violencia como capacidad innata tiende a desarrollarse, apoyándose en daños emocionales recibidos en la infancia, mundos culturales ilusorios y normativas morales que extorsionan las conductas de colectivos concretos considerados inferiores, tomados como objetos de uso y disfrute. La violencia no es más que un síntoma de que la sociedad está enferma, padece de este cáncer maligno que se va extendiendo desde su centro. Toda la ciudadanía es responsable.

Se trata de educar y de reeducar, por eso este tipo de teatro sigue siendo imprescindible. La identificación del público con Natalia y Fede -los personajes de la ficción- es inmediata. Cuando su convivencia se convierte en un infierno para el atormentado Fede, en una cámara de tortura para Natalia, percibimos claramente que Natalia está en peligro de muerte. Y nos quedamos ahí, sentados, derramando lágrimas, como mucho nos estremecemos, nos lamentamos… Igual delante del televisor, escuchando las noticias… Francamente, yo me negué a sentir nada en un primer momento. Últimamente bloqueo mi emoción cuando es demasiado intensa, practico la contención, para no nublar el trabajo a nivel sensorial y racional. Sin embargo, cuando entré al camerino a saludar a los actores, rompí a llorar abrazada a Cecilia y apenas pude articular palabra. Seguramente esta actitud mía tiene también que ver con mi propio daño, con una forma de apartarlo, de gestionarlo.

Lo importante no es la conmiseración, la lástima, el dolor que se destila como si se tratase de agua sucia que sale a través de un grifo que se cierra periódicamente; aunque quizá sea sano y alivie en según qué momento, eso no cura. Lo importante no es tan siquiera la rabia que puede despertarse al tener acceso al simulacro artístico de un crimen, de esa violencia sistemática y sistémica que nos atenaza. Lo primordial no es la reacción inmediata, que se va por el desagüe de lo escatológico, sino la acción posterior, las acciones que se concatenan a continuación de la toma de conciencia. Si se utiliza este medio artístico para poner en la palestra un tema tan controvertido y candente como este de la violencia de género, del maltrato, será para tratar de sensibilizar y de movilizar a la sociedad en su conjunto, no para hacer llorar a un puñado de mirones que luego se van a la cama a soñar con hombres fornidos y mujeres esbeltas, desatando su pasión dormida a espaldas de sus respectivos cónyuges, por ejemplo. La cultura consumista del sexo está dañando tanto como la del amor romántico, ambas hunden sus raíces hace siglos, por eso cuesta tanto arrancar de nuestro ADN ciertos usos y costumbres. Actualmente, el morbo es un virus y un negocio, si te infectas, pagas y padeces. El que esté libre de morbo, que tire la primera piedra… El morbo frustrado, tanto como los celos patológicos, son desencadenantes de violencia. Estos y otros factores mucho más relevantes, como las creencias machistas, unidos a un precipitante como el alcohol, potencian las matanzas de mujeres a las que estamos asistiendo día tras día. Habría que cambiar las creencias, además de las conductas, ya que un cambio sin el otro no perduraría; se podrían reducir las agresiones, pero la bestia esperaría la ocasión, aparentemente dormida al fondo de la cueva. Cuando la sociedad señala y califica al monstruo, es fácil que se encoja, pero no que calme su furia para siempre. ¿Por qué le permiten entonces salir de la jaula tan fácilmente? Sigue matando, pese a las órdenes de alejamiento.

La empatía es la clave de la reinserción, si es que es posible, la clave del regreso a lo humano. Pero para ser empático hay que tener capacidad de abstracción, tener una mente aún dúctil y flexible. Algunos son de piedra; ¿a esos, ni agua? ¿Dónde queda entonces nuestra superioridad moral, nuestra propia empatía?

Pero ¿y las víctimas? ¿Es cierto eso de que son carne de cañón? La mayoría de las mujeres víctimas de maltrato no denuncian, por temor a no ser creídas, al rechazo, al estigma y, sobre todo, a aparecer muertas. Otras veces prefieren que no se encarcele a la bestia, solo quieren que cambie y deje de maltratarlas. No podemos responsabilizar a las víctimas y, sin embargo, lo hacemos, poniendo en tela de juicio sus declaraciones y actitudes antes y después de la denuncia, mirándolas con lupa, desprotegiéndolas frente a la marabunta de opiniones diversas. El responsable es el maltratador y el asesino, hay que empeñarse no solo en que cumpla condena, sino en que lo asuma, que reconozca el hecho de la agresión continuada o del crimen, acercarles a conceptos que les son ajenos y que tienen que ver con la resolución de conflictos de forma pacífica, familiarizarles con mecanismos de inteligencia emocional que les sirvan para el control de sus impulsos. Creo que es una empresa ardua, si no imposible, rehabilitar a quienes casi nunca se reconocen como maltratadores.

Centrarse en la educación desde la base es primordial, pero también lo es una respuesta política contundente en el mundo entero.

No puedo terminar el artículo sin recalcar la generosidad a diferentes niveles de la que han hecho gala estos tres artistas involucrados en el reestreno de Wake up woman en España, tanto a nivel profesional como personal. Ahora les queda recoger el fruto de su esfuerzo. Lo están haciendo, es ya un gran éxito.

Crónicas

Por MJ CORTÉS ROBLES

Imagen

© Marc Oliver - Diego López Calvin - Juli Rodríguez

Diego López Calvin
© Diego López Calvin
© Juli-Rodríguez
8 Jorge Acebo director y dramaturgo
Wake up woman © Marc Oliver
Wake up woman De Jorge Acebo
© Marc Oliver

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