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ISRAEL ELEJALDE

ISRAEL ELEJALDE

ISRAEL ELEJALDE

Entrevista

Nos encontramos a las puertas del Pavón Teatro Kamikaze con Miguel del Arco, al que saludamos. Mientras se interesa por nuestra presencia y le informamos sobre la cita con Israel Elejalde, acude el jefe de prensa, Pablo Giraldo, recién incorporado al equipo. No me cansaré de poner de relevancia el modo en que los Kamikazes atienden tanto al público como a la prensa, con interés y cercanía. Acaban por hacer que nos sintamos parte de su proyecto, adoptados por su familia artística.

Tras una justificada y entretenida espera, Israel sale a recibirnos y nos acompaña escaleras arriba hasta la luminosa sala de prensa, en la que destaca la pared lateral, que conserva el fresco floreado con fondo ocre. Nos acomodamos en un sofá y pongo entre ambos la grabadora.

MJ- ¿Agotado?
I- Bueno. Hoy he podido descansar, dentro de lo que cabe. Pero no me quejo.

MJ- Acabáis de regresar de París.
I- Sí. De representar La Clausura del Amor, escrita y dirigida por Pascal Rambert, que ha querido hacer una función en su teatro, T2G – Téâtre de Gennevilliers, junto con otra obra suya, Répétition. De diecisiete versiones de La Clausura, ha elegido la nuestra.

MJ- ¿Qué diferencia al público francés del español?
I- Yo creo que el público francés es bastante diferente del público español, porque tienen una tradición distinta y unas estructuras teatrales muchísimo más acertadas que las nuestras. Hay de todo, evidentemente, las generalizaciones siempre son un problema. Pero es verdad que percibo que el público francés, en general, es un público con una actitud intelectual más activa. Eso también se ve en el teatro del siglo XVII. Hay mucho discurso en el teatro de Moliere, a pesar de que las estructuras puedan ser de comedias fáciles. Por ejemplo, Misántropo es una comedia muy extraña donde hay un discurso intelectual tremendo. Es verdad que Calderón es más profundo, pero si comparas Misántropo con obras como las de Lope, en las obras españolas hay una tendencia a ir hacia la acción e intentar meter el discurso de una manera mucho más solapada. Los franceses disfrutan el debate intelectual sin que haya acción, detienen la acción. Eso es algo que ha crecido con ellos. No hay que tirarles la carne para que muerdan, tienen más capacidad de espera. Y no digo que sea mejor o peor público, digo que es así. Nuestros actores y dramaturgos son diferentes, porque nosotros mismos somos diferentes. Una de las cosas que más alaban en Francia de nuestro cine, de nuestras dramaturgias, del trabajo de nuestros actores, es precisamente que somos mucho más pasionales, es decir, que vamos directamente al hueso. Yo admiro esa capacidad de espera del público francés, con el que puedes fluir un poco más lento. Ellos nos valoran precisamente por eso contrario que tenemos. De hecho, nuestra versión de Clausura es mucho más rápida, fuerte y pasional que la francesa. El público con el que hablamos en París, así nos lo dijo.

MJ- Entonces. ¿qué crees que apetece el público español?
I- Bueno, creo que hemos crecido mucho, que el público ha cambiado mucho. Voy a hablar del teatro, voy a dejar el cine a un lado. En el teatro creo que hemos cambiado la forma de “hacer” que había. Nos hemos abierto, tenemos más capacidad de investigación. Tenemos un catálogo más grande con el que seducir al público. El público también ha empezado a aprender otras formas de teatro y no demanda exactamente lo mismo siempre, es más abierto y flexible. Creo que estamos en un buen momento para dar un salto hacia delante.

MJ- ¿Y de dónde crees que debe partir ese cambio? ¿De los artistas? ¿Del público?
I- Creo que es responsabilidad de los artistas, de los productores, de la prensa, de los críticos. Creo que es nuestra responsabilidad, de todas las personas que de alguna manera estamos vinculadas en el proceso creativo del arte en general, en este caso del teatro. El público finalmente es un receptor que probablemente seguirá demandando después más de lo nuevo, pero la responsabilidad creo que es nuestra.

MJ- En el proyecto del Pavón Teatro Kamikaze, ¿os habéis planteado fomentar el diálogo con el público?
I- Para nosotros es fundamental el diálogo con el público, la creación de un público lo más amplio posible. No solo por llegar a todo el mundo para tener éxito – que, evidentemente, lo necesitamos, porque somos una empresa privada y tenemos que resistir y mantenernos- sino también por una cuestión de creencia, precisamente. Yo he defendido y defiendo el teatro popular, que no tiene que ver con lo populachero. Tiene que ver con ese sueño del teatro shakesperiano. Shakespeare para mí es el paradigma de eso. Crea una obra como Hamlet donde hay una enorme carga filosófica -donde hay una definición del alma humana, del enfrentamiento del ser humano con la muerte, de la banalidad de la existencia misma- que, al mismo tiempo, está trufada de escenas como la de los enterradores, que es una escena de clowns. Hamlet parte de un monólogo como el ser o no ser, que es pura filosofía; y enlaza con la escena del convento que es una escena pasional, pero en la que se lanzan también un montón de sentencias filosóficas. Y, en otros momentos, empieza a hacer chascarrillos, Hamlet se convierte en bufón para divertir al público. Shakespeare lo mezcla todo porque quiere llegar a todos los estratos de la población. Entre su público se mezclaban los reyes y los nobles con el pueblo llano. Sabe que a ese público hay que divertirle, pero a la vez le está inoculando un montón de conceptos fundamentales. A veces uno se pregunta cómo pudo esa obra, que dura cinco horas, tener un éxito tan enorme. Porque Shakespeare lo sabía hacer muy bien, porque sabía conjugar un montón de cosas. Y yo creo que esa es una labor fundamental. También el teatro de vanguardia es fundamental, porque es la punta de lanza que va abriendo y va provocando que ese teatro popular avance hacia adelante. Cuanto mejor sea el teatro popular, mejor será el nivel medio de la cultura teatral del país, y el salto entre la vanguardia y el teatro popular no será tan enorme, no quedará fracturado, como ha pasado durante demasiado tiempo en España, donde el teatro de vanguardia era para una élite mínima, estaba apartado y coexistía con un teatro no ya popular, sino populachero. Y en medio no había nada. Entonces estábamos totalmente fracturados: la élite y los demás. Cuando vas a Inglaterra, cuando vas a Francia, cuando vas a Alemania no te encuentras eso, sino una cadena mucho más unida. Thomas Ostermeier, hace teatro popular, pero está muy cerca del teatro de vanguardia. Es muy clásico en sus dramaturgias, está haciendo teatro normal, lo que pasa es que lo renueva para intentar adecuarlo a los nuevos espectadores, y utiliza elementos que él ha visto en la vanguardia o que intenta también investigar. En este país esos vínculos se rompieron, pero ahora creo que se empiezan a unir otra vez. Empieza a aparecer una vanguardia que, por primera vez, es reconocida por el gran público. Angélica Lidell, por ejemplo. Eso es bueno, hace veinte años no hubiera ocurrido nunca.

MJ- La obra de Jordi Casanovas, Idiota, es aparentemente una obra para el gran público…
I- Sí, esa era nuestra idea.Juntar en la programación una obra como Idiota, que es aparentemente sencilla pero que encierra muchos enigmas, con otra como La Clausura del Amor, que es casi performance, teatro poético, conceptual. Que ambas puedan convivir en nuestra programación, con la esperanza de que en una misma temporada el público pueda ver toda una panoplia de diferentes formas de hacer teatro. A lo mejor consigues que veinte o treinta de los que han venido a ver Idiota puedan disfrutar también con La Clausura del Amor. Hay que ampliar el catálogo para conseguir que eso sea normal.

MJ- Centrándonos ahora en los textos que has seleccionado como director, ¿qué te interesa del thriller como para reincidir?
I- Me apasiona el thriller. Disfruto mucho con una película de Godard, con Los vengadores de Jorge Willer. Me encanta David Fisher, Zodiac es una película que me fascina. Hay algo en el thriller que me parece brutalmente divertido. Creo que es muy cercano a la vida, porque tiene que ver con la incertidumbre constante, con el no saber colocar las cosas, con la realidad. Me gustan esos ambientes densos que el thriller provoca, esa cosa oscura como descripción de una realidad. El terror me interesa menos. En literatura disfruto de Hammett, Poe, Lovecraft. Me interesan mucho esos mundos extraños, otros mundos por encima de los nuestros, que nos controlan. Ese miedo atávico me divierte. Me divierto mucho viéndolo y por eso me gusta hacerlo.

MJ- Otra coincidencia que se ha dado con respecto a las dos obras que has dirigido hasta ahora es que los dos autores son catalanes. ¿Es casual?
I- Absolutamente. Yo no miro el DNI a ningún artista. Me molesta profundamente esto que está pasando en algunos momentos, tanto allí como aquí. Mirar el DNI me parece un atraso cultural enorme. Es una casualidad. Es más, tengo otro texto en la cabeza y también es catalán. Pero es que me han llegado esos textos. Además, fíjate, cuando yo empecé en esta profesión creo que había una brecha cultural muy grande, Barcelona estaba muy por delante de Madrid. Allá por los años noventa, Barcelona era un referente para nosotros, porque aquí creo que hacíamos mucho peor teatro. Pero ahora no lo creo, creo que Madrid ha pegado un salto brutal a todos los niveles y, en concreto, dramatúrgicamente. Soy un admirador de Lucía Carballal, de Antonio Rojano, de José Padilla, de Alberto Conejero, de Carolina África Martín. Hay un montón de autores maravillosos, y allí también. Ha sido una casualidad el encontrarme con obras que tienen que ver con esos mundos que me gustan, que me han seducido, y que estén escritas por autores catalanes, Jordi Casanovas y Josep Maria Benet i Jornet. Hay una función de Josep María Miró que me fascina, también, y estoy dándole vueltas para montarla, y es de otro catalán. Espero que venga uno de Jaén para que no me acusen de nada. (Risas) Pero me da igual, tampoco es que me importe. Pues como si llegan tres irlandeses o tres de Japón.

MJ- ¿Te planteas la dirección cinematográfica como una meta de futuro?
I- No.

MJ- Se aprecia en tus montajes que el cine te interesa, que has bebido de esa fuente. Has citado durante la entrevista cineastas con los que disfrutas mucho.
I- Sí. Me gusta mucho el cine y claro que me ha marcado mucho el cine, pero no me definiría como cinéfilo. Me gusta lo que tiene que ver con el cine. De todas maneras yo he sido muy de comic, y el comic tiene también algo de cine, por el encuadre y todo eso. Desde luego lo que nunca seré es director de cine. Porque cada vez que voy a un rodaje y veo lo que hacen los directores. digo: “¡Vamos, es que ni muerto, ni muerto!” ¡Me parece tal lío, es un sitio de un nivel!. No, no. Soy muy de teatro. El teatro tiene una cosa de casa, de artesano. Todo está bajo tu control, los tiempos de espera son distintos que en cine, tienes tiempo para reflexionar. En cine llega un momento en que vas haciendo cosas porque no hay tiempo, vas solucionando problemas. Al final queda un momento de reflexión, cuando tienes grabada toda la película, y te dices: “Bueno, y ahora a ver cómo monto esto.” Y ahí sí. Pero, no, director de cine, seguro que no. Dirigiré teatro de vez en cuando y seguiré como actor.

MJ- Y, como actor, después de protagonizar Misántropo, Hamlet… ¿Qué personaje espera en tu corazón y te gustaría encarnar antes que cualquier otro?
I- La verdad es que he tenido mucha suerte, porque casi todos los que he soñado los he hecho. De los que soñé, me queda Segismundo, que creo que se me va a escapar. Se te escapan, a veces, por edad, y otros se te acercan, claro. Rey Lear. Sé que en algún momento de mi vida soñaré hacer Rey Lear. Pero ahora mismo está tan lejos, afortunadamente (Risas). Me gusta mucho el Duque de Ferrara, de Castigo sin Venganza. Personajes ya que son mayores. Y después se me han quedado en el tintero otros personajes más pequeños. Como uno de los hijos de Muerte de un Viajante, que ya se me ha pasado, pero me fascinaría también. Ya empiezo a pensar en los personajes de cincuenta o cincuenta y tantos. Ricardo III, es otro a los que me gustaría hincarle el diente. Brick se me escapó, de La Gata sobre el Tejado de Zinc. La verdad es que tengo una formación bastante clásica. ¡Ah!, y Arturo Ui de Bertolt Brecht. Ese sí, creo que algún día lo puedo hacer, entre los cuarenta y cinco y los cincuenta y cinco tengo tiempo todavía.

MJ- ¿Qué nuevos proyectos tienes? ¿En qué andas ahora mismo metido, aparte de todas las funciones que hay que programar aquí en el Pavón Kamikaze?
I- Que ya es bastante.

MJ- Las entrevistas…
I- Este año tengo mucho que hacer aquí: Misántropo, Hamlet, La Clausura del Amor y La Función por hacer. A finales de abril vamos al Centro Dramático Nacional con Refugio, que es un texto original de Miguel del Arco, dirigido por él. La verdad es que estoy muy contento con ese trabajo. Pergeñando montones de cosas para el año que viene. Y, ahora mismo, grabando una cosa muy pequeñita para una TV movie, haciendo de Valle Inclán. Mira, por cierto, ese algún día lo haré: Don Juan Manuel Montenegro, de Romance de Lobos.

Doy por finalizada la entrevista, teniendo en cuenta la media hora transcurrida y la apretada agenda de mi entrevistado. Me doy cuenta de que ambos nos hemos centrado en sus labores como hombre de teatro, dejando sus otros trabajos en el cine y en la televisión al margen. Será debido al entusiasmo que impregna la sala de prensa, al empeño contagioso de llevar a buen puerto esta nave que acaba de zarpar, el Pavón Teatro Kamikaze. Seamos el viento que la impulsa.

Israel Elejalde es un actor con una amplia trayectoria en teatro, cine y televisión. Fue galardonado con el premio Ojo Crítico de RNE en el año 2004. Ha trabajado con directores de teatro tan importantes como Eduardo Vasco, Álex Rigola, Helena Pimenta, Gerardo Vera, José Luís Gómez, Carlos Aladro, Ernesto Caballero, Pascal Rambert o el propio Miguel del Arco. Con este último ha protagonizado montajes como La función por hacer, Misántropo o Hamlet. Fue nominado a los Premios Goya 2015 como actor revelación por la película Magical Girl, dirigida por Carlos Vermut. Ha participado en series de televisión de gran éxito como Águila Roja, Amar en Tiempos Revueltos o Los Misterios de Laura. En su faceta de director de teatro, cuenta con dos montajes hasta ahora: Sótano, de Josep Maria Benet i Jornet e Idiota, de Jordi Casanovas. Como hombre de teatro completo, también se involucra en la producción, formando parte de Kamikaze Producciones junto a Miguel del Arco, Aitor Tejada y Jordi Buxó. El último, más arriesgado y más hermoso proyecto de esta productora tiene nombre propio: Pavón Teatro Kamikaze.

Foto © Carlos Núñez De Arenas
Foto © Carlos Núñez De Arenas
MJ Cortés Robles - Israel Elejalde

“El teatro de vanguardia es fundamental, porque es la punta de lanza que va abriendo y va provocando que el teatro popular avance hacia adelante. “

ISRAEL ELEJALDE
Foto © Carlos Núñez De Arenas
página 4 y 5
Cecilia Sarli - Manuel Domínguez

Mírame

Mírame

Susana Torres Molina
Director : JESÚS CRACIO

Con la valentía que caracteriza a dos actores de raza, Manuel Domínguez y Cecilia Sarli le propusieron en su día a Jesús Cracio la posibilidad de acometer conjuntamente la puesta en escena de Mírame, un texto de Susana Torres Molina. Les parecía que era urgente que una obra de teatro que versa sobre la violencia machista fuera expuesta a la luz potente de los focos para ser desentrañada por el público. Cracio, director cuya larga trayectoria se distingue por haber transitado otros procesos artísticos con temáticas controvertidas, no pudo negarse a este reto. Pese al perentorio deseo de llevar a escena el texto, durante el proceso de investigación previo se tuvo en cuenta la delicadeza del tema a tratar y la conveniencia de no caer en frivolidades o engaños. Para ello, se contactó con la autora y se consultó con expertos en la materia (Jaime Larrañaga y Sonia Cruz). Los riesgos y dificultades que han asumido estos tres artistas, son múltiples y de gran envergadura. Enfrentarse a un texto teatral en el que el argumento es la violencia en sí, contada en un único acto, y sobrevivir al intento, es ya digno de los merecidos aplausos que reciben tras cada función. Que el público se mantenga en su asiento, pese a la incomodidad que supone ser testigo de la visualización conjunta de un tema tabú, es todo un logro. Conseguir que brote espontáneamente la confrontación de opiniones entre los asistentes, una vez terminada la función, resulta algo destacable.

El título de la obra es realmente acertado. La autora solicita que se ponga el punto de mira en el agresor y así es como sucede. Asistí a dos funciones de Mírame. En la primera ocasión, mi perplejidad quedó presa del personaje que encarnaba magistralmente Manuel Domínguez. Me resultaba tan hipnótico este depredador sin piedad y al mismo tiempo sensiblero hasta la lágrima, capaz de pasar en décimas de segundo de la cruel agresión al sufrimiento, del cinismo a la justificación, de la burla a lo maquiavélico. Apenas pude mirar a Cecilia Sarli, que prestaba su cuerpo y su alma a la víctima. No es que literalmente no atendiese a su presencia ni a sus palabras, es que al chocar con ese personaje mi atención se tornaba superficial (después me percaté de ello), como si una pantalla opaca me impidiese una conexión empática. Era el miedo a lo difícil de asumir como cierto. Sin embargo, tras asimilar la primera experiencia, regresé más curtida y pude anclarme al trabajo heroico de la actriz, fui capaz de considerar entero el hecho atroz que se narra en la obra. Hice caso esta vez de la segunda llamada de atención de la autora: -”Mírame”- ahora en voz del personaje femenino. Tuve que ir decapando las diferentes perspectivas insertas en el montaje dirigido por Jesús Cracio. El diseño de la iluminación contribuyó en gran medida a poner de relevancia la presencia lacerada de Cecilia Sarli, su lucha soterrada por la supervivencia. Y, por otra parte, la ambientación musical -incluidas las canciones a capela– edulcoró levemente lo que se presumía rotundo en silencios, como un susurro que se pronuncia en la distancia y pretende alcanzar el otro lado de un abismo. Finalmente, la conclusión del texto impactó contra un añadido del director: una proyección, grabación parcial y selectiva de uno de los momentos del abuso, intimidad descontextualizada que distorsiona lo ocurrido en realidad. Se subrayó de este modo la indefensión de la víctima y el poder del agresor para imponer su voluntad, que no duda en recurrir al ciberacoso sexual.

Me parce muy significativa esta resistencia mía a abandonarme del todo y recrear junto a los artistas el acontecimiento en cuestión, ya que creo que se podría establecer un paralelismo con la reacción social ante hechos de esta índole que en su mayoría suelen permanecer ocultos, como si se tratase de hechos puntuales que se pudieran marginar, cuando realmente las estadísticas son alarmantes. Precisamente por eso, porque de un modo u otro todos estamos afectados por esta lacra que supone la violencia machista, resulta tan difícil de digerir un menú artístico como el de Mírame, nos cuesta hasta catarlo, degustar su amargo buqué, tragarlo. Ni tan siquiera podemos mirarlo con la perspectiva limpia del que se sabe ajeno a la trama. Todos estamos involucrados en esto, todos formamos parte de una sociedad machista que consiente lo que Naciones Unidas considera una pandemia mundial: la violencia machista.

Para conmemorar el Día de la Eliminación de la Violencia Machista, tras la segunda representación de Mírame a la que asistí en la Sala Mirador, se abrió un debate que contó con la presencia de expertos y en el cual participó el público asistente. Una vez recogida allí la información pertinente, me pareció imprescindible ampliarla entrevistando a Sonia Cruz, psicóloga de la Fundación para la Convivencia ASPACIA (Organización sin ánimo de lucro especializada en la atención a víctimas de violencia de género y en la eliminación de la violencia en todas sus expresiones).

MJ.- Lo primero que habría que definir es el término ‘violencia sexual’, porque es posible que se tengan confundidos los límites…
SONIA CRUZ.- Según lo define la OMS (Organización Mundial de la Salud), tanto si el hecho en cuestión se produce en el ámbito de lo público como en la vida privada, llamamos ‘violencia sexual’ a todo acto sexual no deseado o la tentativa de consumarlo, a los comentarios e insinuaciones sexuales no deseados, así como a la utilización de la sexualidad de otra persona para uno mismo o para un tercero mediante cualquier tipo de coacción tanto física como psicológica (explotación sexual). La violencia sexual abarca desde el acoso verbal, el acoso sexual callejero, hasta la penetración forzada, pasando por muchos tipos de violencias sexuales que sufrimos las mujeres y que son diferentes a lo que comúnmente se conoce como violencia sexual, es decir, la violación que tiene lugar por la noche y en un lugar aislado. Centrándonos en la ‘violencia sexual machista’, la que sufrimos las mujeres por el hecho de serlo -que es una violencia sexual muy concreta, ya que los hombres también sufren violencia sexual, junto con los niños-, hay un mito alrededor de la violencia sexual contra las mujeres que es el de identificar como denunciable y condenable exclusivamente la violación del tipo que todo el mundo reconocería como tal. Cuando las violencias sexuales que sufrimos las mujeres coinciden con ese perfil, contamos con más credibilidad, recibimos más apoyo, incluso nosotras mismas lo detectamos como una violencia grave y algo a denunciar. Cuando una violencia sexual se sale de ese perfil, cuando el agresor es conocido de la víctima, o no se da en ese lugar público aislado, o no hay uso de la fuerza física, o no hay penetración, y no hay lesiones físicas, en estos casos, se tiende a minimizar la importancia del hecho, a justificar al agresor –porque había bebido, porque no podía controlarse o lo que fuera- y a culpabilizar a la víctima -porque había provocado, de alguna forma lo estaba pidiendo con su forma de vestir, con su comportamiento, a lo mejor había bebido, o había invitado al agresor a su casa anteriormente, etc.- Se ponen en marcha entonces todos los mecanismos que el sistema patriarcal tiene para que las mujeres estemos en el foco y seamos al final las juzgadas. Se da la vuelta a la tortilla, y parece que el agresor se convierte en víctima y la víctima en cómplice. Y esto sucede con todos los delitos de género, ya sea dentro de la pareja o perpetrado por la expareja. El foco de atención se fija en las mujeres y se analiza su comportamiento para averiguar si no somos nosotras las culpables de lo sucedido. Porque entender que esto no tiene que ver con una enfermedad mental del agresor -que es otro de los mitos-, supone aceptar que esta violencia tiene un carácter sociocultural y que tenemos que actuar a nivel social para cambiarlo. Cuando se pone el foco en la mujer, lo que se está haciendo es distraer del foco lo necesario de atención real, que supondría encontrar el origen de esta violencia para poder eliminarla. El sistema patriarcal utiliza estos mitos para mantener la desigualdad y silenciar esta violencia tan frecuente.

MJ.- ¿Cuál sería el perfil de un abusador o de un violador?
S- No hay perfiles. Uno de los mecanismos que tiene este sistema es hacernos creer que el agresor sexual, el violador, es un hombre raro, con dificultades en sus habilidades para relacionarse con las mujeres, que es un hombre víctima de abuso en la infancia, que tiene un déficit de control de impulsos, que tiene algún tipo de descontrol sexual o es adicto al sexo, o que tiene algún tipo de enfermedad mental crónica -que es un psicópata-. Esto nos hace creer que nos tenemos que proteger de este tipo de hombres, que tenemos que estar atentas a los hombres ‘raros’. En realidad, no hay perfil. El único perfil que encaja en una agresión machista es el hecho de ser hombre. Ha sido socializado en una cultura machista como es la nuestra. Esto no significa que todos los hombres vayan a agredir o a violar, pero los hombres por el hecho de haber nacido en una sociedad machista tienen el peligro de poder cometer alguna vez algún tipo de violencia sexual. No tiene por qué ser una violación, pero hay muchos ‘micro-machismos’ que pasan desapercibidos y que están a la orden del día.

MJ.- Como mujeres insertas en esta sociedad, ¿dónde deberíamos poner en el día a día una señal de ‘peligro’?
S.- Nos encontramos con otras formas de violencia que suelen permanecer ocultas y que en un 80% de los casos son perpetradas por personas del entorno de la víctima, incluida la familia. Las mujeres -y los hombres- deberíamos ser educadas para poder detectar violencias sexuales de todo tipo. Llamamos ‘abuso sexual’ a toda violencia en la cual no se utiliza la fuerza ni las amenazas para ejercerla, sino que el agresor accede al cuerpo de las mujeres aprovechándose de una situación de poder o de una circunstancia, o a través de un juego, o en un entorno de diversión. Hay conductas masculinas que tenemos muy normalizadas, pero que tienen como objetivo la intimidación, el hacernos sentir violentas y vulnerables (como el uso del ‘piropo’). Otra ejemplo de abuso es la ‘sextorsión’, agresión sexual que se consuma tras la amenaza de exponer en redes sociales imágenes íntimas de la víctima conseguidas sin su consentimiento, o alguna otra contrapartida del tipo que sea. Se tiende a pensar que un tocamiento o un abuso sin penetración no son graves, y son violaciones de los derechos humanos, de los derechos sexuales, muy graves. La gravedad de la violencia sexual no depende de si hubo penetración o no, sino que está determinada por cómo vive esa agresión la víctima y por otros muchos factores que intervienen en el hecho violento – quién ha ejercido esa violencia, cuántas veces ha tenido lugar la agresión, la edad de la víctima, el tipo de apoyo que percibe, etc.

MJ.- ¿Cómo reaccionar ante un violador? ¿Existe una ‘mejor estrategia’?
S.- Cuando cualquier persona sufre un ataque violento, reacciona con similares estrategias de supervivencia. Debido al sentimiento de culpa, el bloqueo puede parecer la primera respuesta, la única que se da. Pero siempre, por instinto, el cuerpo evalúa la situación y considera la defensa y la huida. Cuando estas dos fallan, el bloqueo le permite a la víctima poner distancia emocional y psicológica con el hecho que está teniendo lugar, pese a estar presente, le permite garantizar la supervivencia.

MJ.- Cuando se dice “no es no”, ¿nos referimos a pronunciarlo o nos referimos también a actitudes? Porque no queda claro…
S.- El ‘no es no’ es un lema interesante del movimiento feminista que hace referencia a confrontar el mito que supone que cuando una mujer dice “no” en realidad está diciendo “sí”. A medida que se tiene un mayor conocimiento de las peculiares características de la violencia sexual, se va entendiendo que no siempre le resulta posible a la “víctima” decir “no”. El verdadero indicador del consentimiento de la mujer, para que un hombre pudiera entender que la mujer quiere consentir una relación sexual, es un “sí” verbal rotundo y una actitud coherente con ese “sí”. A las mujeres no nos han enseñado a manifestar nuestro deseo, a estar en conexión con él para poder expresarlo y defenderlo. Por todo esto, es muy importante tener el foco puesto en que esta violencia es cultural.

MJ.- ¿La palabra ‘víctima’ está estigmatizada por la sociedad?
S.- Sí, sobre todo si eres víctima de un delito de género. Si eres víctima de un fraude o de un robo, no tanto… Pero si eres víctima de una violencia -tanto sexual como física como psicológica- por el hecho de ser mujer, sí, sí está estigmatizada. Es más, una de las cosas de las que se aprovecha un agresor sexual o un abusador, es del hecho de que la mujer que va a denunciar cierto tipo de violencia sexual va a ser estigmatizada, no va a ser creída. Esto se ve muy bien en la obra de teatro. Hay un momento en el que Juan Vidreo le dice a Marina: “¿Quién te va a creer? Es tu palabra contra la mía. No es que te haya violado un desconocido por la calle. Realmente, ¿cómo vas a demostrar esto? No tienes señales, no tienes lesiones…”

MJ.- Entonces supongo que hay mucho soterrado, es decir, que las estadísticas no son ciertas, que habrá muchos casos que no trasciendan…
S.- Cada vez se realizan más estadísticas, se va avanzando en ese tema. Las estadísticas hablan de una prevalencia muy alta de la violencia sexual en la vida de las mujeres. La OMS en 2013 concluye que 1 de cada 3 mujeres ha sufrido o va a sufrir algún tipo de violencia sexual, verbal o física, por parte de su pareja o fuera de la pareja. Las cifras de estos datos estadísticos pueden parecernos altas, pero tenemos que tener en cuenta que no son más que la punta del iceberg. En estas cifras no están representadas las violencias que no son denunciadas. Por ejemplo, el acoso sexual laboral es quizás una de las violencias más estigmatizadas y ocultas que existen. Y, al mismo tiempo, de las más frecuentes. En la macro-encuesta europea se concluye que el 75% de las mujeres que ocupan puestos de responsabilidad han sufrido algún tipo de acoso laboral, muchos de ellos de carácter sexual. El acoso laboral es una de las formas más eficaces de destrucción del poder personal de las mujeres y de su conexión con los demás. Se produce a través de comportamientos muy sutiles que son progresivos, que al principio no son detectados por la víctima como tales, ni por el entorno. Normalmente, los casos de acoso que salen a la luz son aquellos en los que ya ha tenido lugar una agresión sexual y ya es algo que debe ser denunciado, porque la mujer ya detecta el peligro o ya lo detecta como algo grave. Pero lo que hay de fondo es una situación de acoso que ha permanecido durante meses o años y que es impune en el entorno laboral porque es ocultada por sus superiores o por otras estructuras. Los testigos de violencia sexual no tienen obligación de denunciar, no está tipificado por ley, excepto si la agresión se produce en el entorno de la pareja o expareja (Ley Integral 1/2004). Sin embargo, aunque todos tenemos el deber moral de hacer algo al respecto, ya que se trata de un problema social, es importante poner el foco en que el verdadero responsable es el agresor.

MJ.- ¿Cuáles son las consecuencias para la víctima?
S.- Recibe un ‘impacto biopsicosocial’, es decir, que tiene consecuencias fisiológicas, psicológicas y sociales. Se suman a aumentar ese impacto una serie de violencias simbólicas. Una de ellas es la ‘revictimización secundaria’ que sufre al sentir la falta de apoyo institucional o del entorno más cercano. La intensidad del impacto tiene que ver también con la existencia o no de una ‘traumatización previa’, con que se hayan sufrido violencias de género anteriores (físicas, sexuales o psicológicas). La agresión sexual afecta al poder personal de las mujeres víctimas, a su autonomía, a la fertilidad, a su voluntad, a su capacidad de decisión, a su autoestima, a sus deseos e impulsos vitales. Afecta al área de la sexualidad, del cuerpo, de lo físico. Se producen problemas de insomnio, de alimentación, de insatisfacción corporal… Hay problemas de conexión con el cuerpo, si es dónde se ha recibido la violencia sexual. Se produce una huida, un intentar evitar todo aquello que pueda hacer recordar las emociones más negativas o las sensaciones que tengan que ver con la violencia.

MJ.- El evidenciar el delito, ¿es positivo siempre para la víctima? ¿O se puede vivir con ello siempre oculto y tener una vida plena?
S.- Todos contamos con un mecanismo de supervivencia que se llama ‘disociación’. De ser puesto en marcha, le permite a la víctima seguir viviendo con normalidad, aparentando que no ha ocurrido nada, aunque sufra una herida emocional importante. En un porcentaje muy alto de los casos se desarrolla un trastorno de ‘estrés postraumático’, que es la experimentación una y otra vez de lo ocurrido. Sin embargo, a través de los estudios de neurociencia más recientes, se ha podido comprobar que cualquier persona puede superar un acontecimiento traumático sin ayuda. Cuando ese mecanismo de superación se atasca es cuando sería importante contar con profesionales especializados en este tipo de violencia sexual que, no solo incorporan la perspectiva de género, sino que con técnicas específicas de procesamiento del trauma pueden ayudar a la víctima a elaborar una narrativa que le permita pasar página. El entorno de la víctima, por su parte, puede ayudar dando crédito a lo sucedido y ofreciendo su apoyo incondicional.

MJ.- ¿Habría que denunciar, para poder superarlo?
S.- No, depende de cada mujer. Obligar a una mujer a denunciar puede ser perjudicial, puede no estar preparada o ponerla más en riesgo. Denunciar no aporta la protección legal que cabría esperar y que la víctima necesitaría. Tampoco está garantizada la condena al agresor. Son procesos legales duros. Cabe la posibilidad de que la víctima sufra una ‘revictimización’. Lo ideal sería que tanto las mujeres como la sociedad en general entendieran que este delito es muy grave y que es denunciable y condenable. Lo más terapéutico sería que la mujer víctima pudiera sentir que la sociedad la cree, la apoya y condena al agresor. Esto sería un indicador de un avance a nivel social. En estos momentos se está trabajando sobre la posibilidad de incorporar las violencias sexuales fuera del ámbito de la pareja como una forma de violencia de género. Y, sin duda, la mejor intervención es la prevención. Se debería incluir a niños, niñas y jóvenes en las políticas de prevención de la violencia sexual.
Concluyo este artículo con una doble esperanza: en la utilidad del arte como vehículo de denuncia y en la capacidad de transformación de la sociedad por parte del ser humano.

“El cuerpo debe ser un don y no un padecimiento”, CLARA CAMPOAMOR

Imagenes © Moisés Fernández Acosta & © Pier Paolo Álvaro | Cecilia Sarli - Jesús Cracio - Manuel Domínguez
Imagenes © Moisés Fernández Acosta & © Pier Paolo Álvaro | Cecilia Sarli - Jesús Cracio - Manuel Domínguez
Cecilia Sarli - Manuel Domínguez
Cecilia Sarli - Manuel Domínguez

Que el público se mantenga en su asiento pese a la incomodidad que supone ser testigo de la visualización conjunta de un tema tabú, es todo un logro

Cecilia Sarli - Manuel Domínguez

Enfrentarse a un texto teatral en el que el argumento es la violencia en sí, contada en un único acto, y sobrevivir al intento, es ya digno de los merecidos aplausos que reciben tras cada función

obra de teatro mírame
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mirame
página 4 y 5

Conseguir que brote espontáneamente la confrontación de opiniones entre los asistentes, una vez terminada la función, resulta algo destacable

Misántropo

Misántropo

MISÁNTROPO

Moliere
Director: MIGUEL DEL ARCO

Somos tan necesarios como prescindibles. Si nuestro esfuerzo ético es ejemplo para un solo ser que se mira en nosotros, ya somos un poco imprescindibles. Dar ejemplo, hacer lo que hay que hacer y como hay que hacerlo. Enarbolar la verdad aunque provoque heridas y haga brotar la sangre, más vale una herida abierta que un hematoma putrefacto.

Podría guardar silencio y reflexionar, dejar que vaya calando cada eco como un revulsivo sanador, antes de vomitar mi mediocre opinión en este callejón en el que nos reunimos embriagados o hastiados de la realidad, forjando un mundo paralelo más fútil, si cabe, escondrijo de cobardes enajenados. Podría volver a buscarle, a Alcestes, y sentarme cada noche en la butaca de la tercera fila, cerca de la que se rompió anoche un poco antes del comienzo de la función, demostrando la incapacidad de nuestro mundo para acoger lo singular de modo certero, como un adelanto del tema que se iba a tratar sobre el escenario: un hombre se afanaba por recomponer ese asiento, que había cedido por la imposibilidad de contener su volumen y su peso, ante la supuesta indiferencia incómoda del resto. Intenté evidenciar y sugerí una solución; aún llevo conmigo su agradecimiento. Podría haber salido del teatro y, al verle quieto frente a la entrada, esperando, enorme, con la mirada de un niño perdido, dirigirme francamente a él, agarrarme a su brazo y caminar bajo la noche primaveral repleta de promesas. Pero Dios nos libre de los desconocidos: desvié la mirada y me alejé de allí, regresando por donde había venido. Desencuentros, gestos que caen al vacío como máscaras huecas.

Seguir a Alcestes al destierro podría, aunque me aventaje en todo y no encuentre con qué alimentar mi osadía ni sepa cómo mitigar su sed, tan reconocible a veces. Amor. El amor nos salva, pero es salvaje, ingobernable, antojadizo y absurdo. Cuando es compasivo, se santifica y se condena a la incomprensión. La voluntad de salvar el mundo, rescatar aunque sea concreto al objeto de nuestro amor del naufragio inminente, provoca estupor e hilaridad. Estamos absolutamente solos en esto, todos y cada uno, Alcestes todos y Orontes, balanza de nuestro tiempo. “Aquí y ahora” reza la canción de Oronte, aquí y ahora, la maldición de los instantes precipitándose sin tregua, la falacia del tiempo. 

Cegados por la luz en el laberinto de espejos, unos contra otros en la danza macabra, como suspendidos en la nada o abandonados en la mitad del desierto. Pero todo es quietud, lo supe desde niña, tan solo parte de cada ser la energía necesaria para este continuo onírico que gira en elipses a velocidad de vértigo. “Cansado corazón, párate” La muerte como una promesa de paz, por fin el olvido helando el fluir de la sangre. “Orestes, no puedes irte, no puedes abandonar” Quizá no sean las palabras exactas, pero es un llamamiento a la batalla. Un amigo lo es siempre, pese a sus defectos, el amor no solo busca dignidad, como bien se sabe. Somos tan necesarios como prescindibles. Si nuestro esfuerzo ético es ejemplo para un solo ser que se mira en nosotros, ya somos un poco imprescindibles. Dar ejemplo, hacer lo que hay que hacer y como hay que hacerlo. Enarbolar la verdad aunque provoque heridas y haga brotar la sangre, más vale una herida abierta que un hematoma putrefacto. ¿De dónde sacar las fuerzas, dónde apoyarse uno? Yo solo tengo mi ignorancia y mi ingenuidad; tendré que partir de eso, dar lo mejor de mí como opción de vida, sin ansias de recompensa. ¡Hacemos tanto ruido! ¡Ya basta! ¡Silencio! Nuestras sombras se desmoronan tras los pasos que nos conducen al abismo. Un rayo de luz tal vez caliente lo suficiente como para prender los corazones.

GRACIAS, Moliere, Miguel del Arco, actores de Kamikaze Producciones. Todo el mundo debería tener esta experiencia:

Misántropo
Israel Elejalde, Ángela Cremonte, José Luis Martínez, Miriam Montilla, Manuela Paso, Raúl Prieto y Cristóbal Suárez
foto ©Eduardo Moreno
foto ©Eduardo Moreno
página 4 y 5
MARÍA ZAMBRANO Aurora Herrero y Oscar Allo

LA TUMBA DE MARÍA ZAMBRANO

LA TUMBA DE MARÍA ZAMBRANO

Nieves Rodríguez Rodríguez
Directora: JANA PACHECO

La propuesta es arriesgada. Una resurrección, un pacto con la muerte. La palabra ilumina el interior de una tumba, es en sí misma la herida en la piedra, se filtra entre las grietas hasta lograr abrir lo hermético. La palabra escrita en piedra, al pronunciarse, despierta el anhelo de lo humano. El mismo fuego ardiendo en el cielo que en las entrañas de la tierra. Y en medio, el temblor de las sombras, una interrogación resuelta en carne que palpita, columnas de humo que se pierden, ramas con que plasmar pensamientos, árboles sin tierra, frutos que caen, estrellas que alimentan, lecciones infinitas. La alborada, que no admite encorsetarse porque es búsqueda ardiente. El tiempo hecho pedazos y, en ese laberinto, apresada, la experiencia. El trascurrir de un sueño.

Pero las lápidas caen con fuerza, retumban, hacen temblar el mundo. Dos clichés histriónicos bailan, a modo de autómatas en un reencuentro imposible: lo bélico y lo manso, lo patriótico en sus dos versiones -vencedores y vencidos-, lo violento y su víctima, el desequilibrio del alma humana y su extremarse en consecuencia. El clamor del hambre, la literalidad de la supervivencia, maullidos o llantos de criaturas que atender se multiplican, bocas desencajadas y cucharas como herramientas inútiles y ostentosas, gestos que no sacian. Y mientras tanto, el apego a una música presa en un mecanismo. El dolor en todas sus formas. De lo sublime a lo patético. La curvatura del mundo.

María es tan solo una mujer, ya ni siquiera eso, pero intenta permanecer de algún modo entre nosotros, el mayor tiempo posible, si fuese útil a alguien. Es ahora su nombre quizá más puro que su apellido, manchado de tantas promesas, de tanto prejuicio. María sabe estar en calma, esperar, escuchar el enigma y prestarse a descifrarlo. Comprende lo vivo. Se ofrece en el intento de comunicación plena. María no teme lo imposible.

Acercarse a María, desentrañarla, invocarla a través del ritual de una puesta en escena para que se encuentre con un público ajeno a su obra o no, con interés por su pensamiento o no, admirando su figura histórica o no; plantearse este reto y llevarlo a cabo, es para mí ya un éxito rotundo. Por lo que he ido investigando, desde que Nieves Rodríguez Rodríguez pariese la obra y Jana Pacheco se planteara montarla y subirla a un escenario, ambas han luchado mucho por este proyecto, desde diferentes frentes. Ahora el CDN lo adopta, le da cobertura y lo expone al público en el Teatro Valle Inclán. Tengo entendido que, en su día, se realizó una representación en el Cementerio de Vélez Málaga. Me imagino la magia que pudo crearse, al ser real la caída de la luz en el crepúsculo, la presencia de la luna llena.

Acercarse a María Zambrano tiene mucho peligro de encantamiento, pues supone alejarse de la lógica, fijar la mirada en lo inexplicable. Por eso el lenguaje no verbal tiene tanto sentido en este montaje de Pacheco, por eso la plasticidad del montaje dice tanto o más que el propio texto. A veces, parece que el texto se perdiese entre tanta imagen que pugna por vivir, en una apuesta escénica tan sensible como barroca, en cuanto a la cantidad de información que se nos ofrece por esa vía. He aprendido que eso que llamamos “la primera impresión”, al tener mucho de inconsciente, no es tan sencillo de expresar. Prefiero dejarla macerar en mi interior y permitir que vaya surgiendo después en soledad, imágenes y sensaciones que afloran repentinas del recuerdo y van cobrando sentido. Hay muchas corrientes artísticas, también en el teatro. Algunas de ellas consiguen acceder a un público más amplio, otras no tanto. Pero en esa diversidad está la riqueza cultural. La razón poética de María Zambrano no solo es factible de traducirse a lenguaje escénico, sino que rompería multitud de esquemas si tuviera más presencia en ámbitos culturales, sociales y políticos. El “sueño creador”, el pensamiento de Zambrano es como un nenúfar, sin asidero pero con raíces. En el movimiento del agua se refleja la vida, no en su estancamiento. Leedla.

A parte de la resolución estética y del impecable trabajo actoral, en este montaje destacaría la dimensión política que acaba adquiriendo, una vez visto por entero y dejado reposar. Me hago cargo de que la lleva implícita el texto y de que Zambrano -en cierto modo, a su pesar- también la tenía. Creo que es en ese punto donde Zambrano es una mina, en su compromiso social ausente de etiquetas. No fue una filósofa encerrada en su torre de marfil, ni cegada por el resplandor al salir de la cueva. Supo de su tiempo y alzó la voz, tomó posiciones no precisamente del gusto de todos, sino coherentes y, a su entender, justas. No pretendió ejemplificar con su vida, pero sí mitigar el daño a los otros en lo posible, esclarecer su propio sufrimiento para darle utilidad, darse cuenta de que no era exclusivo. Pero rasgar el velo del misterio, solo la vida ya vivida lo consigue. Por eso María tuvo que transformarse en un híbrido entre filósofa y poeta, en palabra que engendra silencio, en silencio que engendra música. Leedla.

Si el ser queda enjaulado en su propio dolor y no es capaz de entender que todo daño humano es político porque trasciende, se va pudriendo lentamente, se descompone. La Araceli que deambulaba sobre las tablas de la Sala Francisco Nieva en el Teatro Valle Inclán, no me provocaba pena, sino extrañamiento, incluso cierta repulsa, como el hedor de lo yerto. Resultaba chocante la perspectiva en el tratamiento de estos personajes, tan cargados de tragedia y, sin embargo, no exentos de ironía. Si le otorgamos protagonismo, tanto ella como su antagonista en la obra se cubrían el rostro, poseían una verdad oculta. Con la ayuda de María, Araceli arrancó y enterró el apéndice que frenaba su impulso, supo alzar su mirada, pudo elevar su espíritu. Entonces Zambrano nos miró a los ojos y nos habló como a criaturas dignas de salvación. Leedla.

Siendo la costumbre tras asistir a una función el abandonarse a catarsis melodramáticas que no dejan huella -ese desahogarse escatológico y estéril-, tengo que advertir y advierto que es otro tipo de emociones lo que esta función despierta, que no pretende en absoluto complacernos ni se escuda en la autocomplacencia. Utiliza otras llaves y hurga en otras cerraduras. Hemos olvidado que, aunque no estemos hechos de una pieza, la hermosura nos habita. Obviamos muy a menudo el poder de nuestros vínculos, el alcance de nuestros compromisos. Ignoramos al otro como si no fuese a afectarnos el milagro de nuestra mutua coexistencia. Caminamos en contra de lo que logrará liberarnos. ¿Quién lidera esta marcha ciega? La obra invoca a una mujer valiosa que no dudó en cambiar de rumbo, que mantuvo los ojos abiertos entre la niebla. Acudid a esta cita para honrarla. Escuchad su palabra última en boca de Aurora Herrero. Dejaos hipnotizar por la Araceli de Isabel Dimas. Enternecer vuestra nostalgia de la mano de Irene Serrano. Identificaos con la paciencia y la constancia de Daniel Méndez. Que os atraviese el ruego ahogado de Óscar Allo. ¿Qué más decir?

Leedla.

Irene Serrano, Daniel Méndez, Isabel Dimas, Aurora Herrero
imagen © marcosGpunto-Irene Serrano, Daniel Méndez, Isabel Dimas, Aurora Herrero

Acercarse a María, desentrañarla, invocarla a través del ritual de una puesta en escena para que se encuentre con un público ajeno a su obra o no, con interés por su pensamiento o no, admirando su figura histórica o no; plantearse este reto y llevarlo a cabo, es para mí ya un éxito rotundo.

Aurora Herrero y Oscar Allo
imagen © marcosGpunto- Aurora Herrero y Oscar Allo

A parte de la resolución estética y del impecable trabajo actoral, en este montaje destacaría la dimensión política que acaba adquiriendo, una vez visto por entero y dejado reposar.

Irene Serrano
imagen © marcosGpunto- Irene Serrano
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