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El Maelstrom que nos lleva: la dramaturgia de Thomas…

El Maelstrom que nos lleva: la dramaturgia de Thomas Köck

Ensayo

E

n nuestros dos artículos anteriores –La invención del lenguaje y La dramaturgia de la mantequilla- hemos abordado, respectivamente, las dramaturgias de Ewald Palmetshofer y Ferdinand Schmalz, jóvenes autores austríacos, fuertemente interesados en la creación de innovadores lenguajes dramáticos. Para completar una trilogía y ofrecer con ello una buena muestra -aunque necesariamente parcial- del panorama más reciente de la literatura dramática austríaca, nos complacerá en esta ocasión tratar sobre un tercer autor, cuya potencia y originalidad lingüísticas no se quedan en absoluto atrás respecto de los dos mencionados. Nos referimos a Thomas Köck.

Thomas Köck nació en 1986, en Wolfern (Austria). Su actividad como autor teatral no se remonta más allá de 2014. Sin embargo, en los apenas cinco años que desde entonces han transcurrido ha creado un buen número de importantes obras teatrales. Mencionemos, por ejemplo,  Isabelle Huppert (2015) -Premio Else-Lasker-Schüler-, el futuro no nos alcanza (¡quejaos, niños, quejaos!), desecho del mundo (2018) o atlas (2019), su más reciente creación -que acaba de ser galardonada, hace apenas unos días, con el Premio Mühlheim de Dramaturgia 2019-. Aquí nos centraremos en el comentario de las tres obras que podrían considerarse como las más representativas de su dramaturgia, las conocidas como Trilogía sobre el clima: inundar paraíso (2016) -Premio Kleist- hambrear paraíso (2015) y jugar paraíso (2018) -Premio Mühlheim de Dramaturgia 2018-. Esta trilogía parece evocar, por otra parte, a una de las empresas cinematográficas de mayor calado en el cine europeo reciente: la trilogía Paraíso del cineasta Ulrich Seidl -también austríaco-, compuesta por las películas Amor, Fe y Esperanza, magnífico análisis de la decadencia y miseria morales de nuestra sociedad actual. 

La escritura dramática de Thomas Köck ha sido comparada con el Maelstrom, un gran remolino que se forma en el mar en las costas de las islas Lofoten (Noruega) debido a la conjunción de poderosas corrientes (y que tan buena fortuna literaria ha tenido, por ejemplo en la obra de Edgar Allan Poe: véase su cuento Un descenso al Maelstrom). En nuestra opinión, resulta una metáfora muy oportuna porque refleja fielmente la sensación que asalta al lector al abordar la lectura de Thomas Köck: la de verse atrapado y arrastrado por un sorprendente e incontenible remolino de palabras, de imágenes, de temas, de acciones, de metáforas, incluso de géneros (pues la escritura del autor no es uniformemente dramática, sino que parece flotar entre el drama, la lírica y la narrativa). Y es tal el abigarramiento de estos elementos, tal su heterogeneidad, tal -principalmente- el vigor, el ritmo y la expresividad del lenguaje que el lector corre verdadero riesgo de acabar naufragando en esas fortísimas corrientes asombrosamente transformadas en un conjunto dramático de muy alto valor.

El autor parece haber tenido la voluntad consciente de provocar este efecto, pues ya la primera obra de su trilogía apunta, como indica el título (inundar paraíso), a la metáfora acuática: en efecto, varios de los cuadros allí contenidos nos presentan una corriente, una inundación que arrastra y lleva consigo los materiales resultantes de un naufragio -símbolo de la catástrofe de nuestro mundo-. Los materiales trascienden la mera categoría de pecios, comprenden un conjunto multiforme y dispar, formado por velas, desechos plásticos, restos de goma, seres humanos ahogados e incluso, en gran parte, elementos incorpóreos -como recuerdos y esperanzas- o incompatibles con el fenómeno físico del aluvión -como el mercado, las crisis financieras, un siglo, una revolución industrial, los primeros intentos de medir el planeta, etc-. La retahíla resulta verdaderamente chocante, pero consigue transmitirnos la idea de que la apocalíptica corriente -igual que el abigarrado discurso del autor, en armonía con su oceánico ritmo- lo arrastra todo, lo material y lo inmaterial, no solo los cuerpos sino también las almas de los hombres, así como incluso su historia (y ciertos componentes del actual sistema económico neoliberal, principal diana del autor). La obra presenta otros dos planos de acción que, aun siendo muy diferentes, se alternan y entrelazan varias veces entre sí, además de con el plano de la inundación: por un lado, las disputas domésticas de una familia actual atrapada en una situación económica precaria, reflejo de la explotación neoliberal del individuo (dimensión que, a su vez, se desarrolla en dos momentos temporales diferentes: en 1993, el padre, empujado por el sueño de la autonomía laboral, se ha lanzado a emprender un pequeño negocio poco rentable -un establecimiento de recambio de neumáticos-, razón por la cual la madre le reprocha su incapacidad para sacar adelante a la familia; en 2014, la hija, caída en la corrupción moral a causa de las condiciones económicas heredadas, se dedica a pensar solamente en su propio beneficio, a costa incluso de los padres); por otro lado, las actividades capitalistas conducentes a la explotación del caucho en la ciudad brasileña de Manaos en el año 1890 –obsérvese el vínculo entre ambas historias: el caucho y los neumáticos.-  

Con todo, el interés del autor no se centra en desarrollar a fondo cada conflicto en particular, sino más bien en componer una serie de cuadros que, al ser yuxtapuestos, provocan a primera vista una sensación desconcertante, pero que, en realidad, forman un conjunto bien ensamblado, musicalmente armonioso -una sinfonía extraviada, como reza el subtítulo de la obra-, con el objetivo claramente definido de repasar la historia de los desastres provocados por el capitalismo: primero, la explotación del caucho y de los indígenas en el siglo XIX; luego, las consecuencias de la política neoliberal en la economía doméstica un siglo después y, por último, la presentación, como algo ya consumado, de un futuro apocalíptico, caracterizado por el destrozo del clima y del planeta. El desastre climático-ambiental, que da nombre a la trilogía, no se circunscribe, pues, a la esfera del clima, sino que viene a ser un símbolo de la catástrofe social y moral de nuestros tiempos.

Otra de las características que destaca en esta pieza es el tratamiento vanguardista de los parlamentos de los personajes: a veces, lejos de buscar el diálogo con sus interlocutores, se dirigen más bien a describir lo que ellos mismos hacen, hablando de sí mismos en tercera persona, en estilo indirecto, como si más que diálogos fuesen acotaciones o narraciones prosísticas –en la senda de autores como René Pollesch o Elfriede Jelinek; en otras ocasiones, principia a hablar una voz anónima que narra en tercera persona lo que hace un personaje y enseguida la voz de dicho personaje, en primera persona, viene a sustituir a la voz narrativa anónima a través de una especie de monólogo interior en el que se entreveran caóticamente diversos pensamientos; en los cuadros de la inundación, otra voz anónima, que aparentemente no se identifica con ningún personaje en concreto (¿acaso quizá el coro de los ahogados?), nos va relatando, con elevado lirismo, el paso de los diversos materiales que son arrastrados por las aguas. De este modo, se produce, en lo que a tal cuestión respecta, una original hibridación de géneros: el diálogo dramático convive con la lírica y la narrativa. Cabe llamar la atención sobre el hecho de que, en todo caso, entre los personajes no llega a producirse -o, si lo hace, es en muy escasa medida- una verdadera comunicación, circunstancia que contrasta llamativamente con la torrentera lingüística que en sí misma es la pieza. 

Estos rasgos de inundar paraíso reaparecen en las otras dos obras de la Trilogía sobre el clima: en hambrear paraíso y jugar paraíso se impone también, abrumadoramente, una sinfónica marea de palabras e imágenes, existe también un fuerte interés por investigar las posibilidades expresivas de las intervenciones habladas (en hambrear paraíso, por ejemplo, abre la obra un nosotros anónimo despiezado en diversas voces, que podrían ser todas la misma o diferentes representantes de un mismo nosotros; en jugar paraíso nos salen al paso la fragmentación del diálogo y el lenguaje sincopado, hechos que apuntan, de nuevo, a la difícil comunicación entre los personajes). En ambas piezas la acción, lejos de ser única, aparece también dividida en diversos planos y el foco se pone, más que en el desarrollo de los conflictos, en la presentación de cuadros escénicos –hambrear paraíso aparece encabezada por el significativo lema: «la historia se descompone en imágenes, no en historias»-. En hambrear paraíso asistimos al entretejimiento de tres historias diferentes de tres personajes distintos (ben, maggie y caro), cuyo nexo de unión consiste en que todos están, de una manera u otra, en crisis, personal o profesional, y en que esta tiene que ver con la omnipresente tiranía que hoy en día las imágenes ejercen sobre los individuos: por ejemplo, caro, una corresponsal de guerra destinada en una zona conflictiva, se ve retenida en un hotel, junto con otros periodistas, por la irrupción de una guerra civil y obligada a asistir, con perplejo escándalo, a las hedonistas celebraciones de sus compañeros quienes, en el interior de las dependencias hoteleras, a salvo del conflicto, intentan ahogar en alcohol y en un trivial entretenimiento amoroso las horribles imágenes de la guerra que se desarrolla en el exterior -quizá caro sea el alter ego de Tim Hetherington (a quien se alude explícitamente en la obra), excepcional fotógrafo de guerra (véase su libro Infidel), ganador de un óscar por la película documental Restrepo, y asesinado en 2010 durante la revolución libia contra Gadafi-. En jugar paraíso nos encontramos con otras tres acciones entrecruzadas: un hijo no se atreve a entrar en la habitación de un hospital, en la que yace su padre, malherido después de haberse prendido fuego a sí mismo; dos emigrantes chinos, huyendo de la miseria, han abandonado la ciudad de Zhengzhou -invadida por el esmog, la niebla contaminante que se acumula sobre las grandes ciudades- y se han instalado en Italia, en busca de una vida mejor, pero acaban igualmente malviviendo, trabajando explotados bajo el yugo de la economía neoliberal, cosiendo camisas made in Italy en una fábrica textil de Macrolotto -el polígono industrial de Prato, ciudad cercana a Florencia; un tren, con varios pasajeros a bordo, emprende un viaje que de repente pasa a ser una carrera desbocada, sin frenos, sin hacer alto en las paradas previstas, hacia no se sabe dónde, a lo largo de un paisaje cubierto por la nieve y el hielo –nueva manifestación del desastre climático. Esta última acción nos parece de particular interés: el tema del tren descontrolado no es ciertamente muy original (¿cuántos guiones cinematográficos habrán recurrido a él?; a la memoria nos viene, por su calidad, la película El tren del infierno, de Andrei Konchalovski), pero ilustra muy bien, sin embargo, el viaje hacia ninguna parte de la humanidad de nuestros días, incapaz de detenerse a pensar en las calamitosas consecuencias del neoliberalismo. Por otra parte, el movimiento del ferrocarril entronca, como una nueva recreación de la metáfora del Maelstrom, con el flujo de la crecida en inundar paraíso: uno y otro, con su ritmo ya maquinal, ya oceánico, pero siempre irrefrenable y abrumador, arrastran al desastre (procedimiento este que viene de antiguo: La educación sentimental, de Flaubert, comienza con una travesía en barco, cuyo lánguido avance refleja e ilustra el nacimiento del amor en el alma del protagonista).

La obra de Thomas Köck apenas ha tenido, hasta el momento, presencia en nuestro país. En 2017 participó en el XII Obrador d’Estiu de la Sala Beckett con un texto breve titulado only revolutions, que fue objeto de una lectura dramatizada en catalán, en traducción de Maria Bosom. Por otra parte, para el mes de julio de este mismo año, está previsto que tenga lugar, de nuevo en la Sala Beckett, en esta ocasión en el marco del XIV Obrador d‘estiu (y de Fabulamundi. Playwriting Europe), el semimontaje en catalán de Paradís inundar. Simfonia extraviada, en traducción de Albert Tola y bajo la dirección de Ferran Dordal i Lalueza. 

Ensayo

Por Antonio Mauriz

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© Fabian Raabe & © MaxZerrahn

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ANTONIO MAURIZ

ANTONIO MAURIZ

Email: antmauriz@hotmail.com


ANTONIO MAURIZ

Nacido en 1968 en Ferrol (A Coruña) y residente en la actualidad en Santiago de Compostela, Antonio Mauriz es dramaturgo, director de escena, latinista y traductor (del alemán al castellano).

Doctor en Filología Latina y licenciado en Filología Alemana por la Universidad de Santiago de Compostela, cursó asimismo estudios de Dirección de Escena en la Escuela de teatro Santart (Santiago de Compostela), bajo el magisterio de Theodor Smeu Stermin, director de escena rumano. En coautoría con la dramaturga Guadalupe Pardo Varela, ha escrito y publicado las obras de teatro El cuarto oscuro (Ediciones Kutxa: San Sebastián, 2008), por la que obtuvo el Premio Kutxa Ciudad de San Sebastián 2008, y La pecera (Ediciones de la Junta de Castilla y León: Valladolid, 2010), por la que obtuvo el Premio Fray Luis de León de la Junta de Castilla y León 2010. Obtuvo, asimismo, el tercer premio del II Certamen de nuevos dramaturgos Lanau Escénica 2015 con la pieza El tren de las trece (y trece), publicada por Ñaque (Ciudad Real, 2017) y llevada a escena y estrenada por la compañía Teatro & Teatro. O mundo do espectáculo (Almada, Portugal) bajo la dirección de Manuel Joâo (XXII Mostra de Teatro de Almada, 2018). En 2007 dirigió el montaje de su pieza inédita El mandamiento, estrenada en la Sala Nasa (Santiago de Compostela). De su actividad como latinista cabe destacar, dentro del campo de la literatura latina, su libro La palabra y el silencio en el episodio amoroso de la Eneida (Editorial Peter Lang: Frankfurt, Berlín, Nueva York, Oxford, 2003), así como sus traducciones, del alemán al castellano, de cuatro de los estudios de referencia de uno de los más prestigiosos filólogos clásicos actuales, el profesor alemán Michael von Albrecht (Universidad de Heidelberg): Virgilio (Edit.um: Universidad de Murcia, 2012), Grandes maestros de la prosa latina (Edit.um: Universidad de Murcia, 2013), Ovidio (Edit.um: Universidad de Murcia, 2014), Poetas de la libertad (Edit.um: Universidad de Murcia, 2016).


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LA DRAMATURGIA DE EWALD PALMETSHOFER

LA INVENCIÓN DEL LENGUAJE​

Uno de los principales logros de toda dramaturgia (como de toda obra literaria) es la creación de un lenguaje propio, diferente y novedoso, reconocible como distintivo de autor. Así ocurre, en el siglo XX, con Lorca, Valle o Arrabal, por nombrar algunas de las cimas de la literatura dramática en castellano. O, si atendemos a la dramaturgia en lengua alemana, con Peter Weiss, Heiner Müller o Thomas Bernhard, dueños de un lenguaje tan personal como poderoso. Desde esa óptica, deberemos reconocer que Ewald Palmetshofer, pese a su juventud, pertenece ya a esta estirpe de originalísimas y vigorosas voces dramáticas. Su lenguaje, caracterizado por la repetición, la fractura y la musicalidad, impacta, atrapa, envuelve, sumerge en un universo nuevo y desconocido, sin igual.

Ewald Palmetshofer nació en Linz (Austria), en 1978. Las primeras piezas en que verdaderamente cristaliza toda su potencia lingüística tal vez sean hamlet está muerto. sin fuerza de gravedad y habitar. bajo vidrio . Desde entonces, hasta el día de hoy, a lo largo de solamente poco más de una década, Palmetshofer ha venido haciendo regular entrega de una serie de obras mayúsculas, entre las cuales se cuentan: fausto tiene hambre y se atraganta con una greta , animal. clase baja habría que , bandidos. genitales de la culpa , la soltera , Eduardo II. El amor soy yo y su última creación Antes del amanecer . Entre sus numerosas distinciones, cabe destacar su elección en 2008 como dramaturgo joven del año por Theater heute [Teatro hoy], una de las revistas teatrales alemanas de mayor renombre y difusión, y la concesión en 2015, por la soltera, del Mühlheimer Dramatiker Preis [Premio Mühlheim de Dramaturgia], quizá el galardón más importante de literatura dramática en lengua alemana, entre cuyos ganadores se cuentan, por poner tan solo un par de significativos ejemplos, Dea Loher y Peter Handke. Por otra parte, Antes del amanecer acaba de ser recientemente elegida por Theater heute , a través de una encuesta entre críticos teatrales, como la segunda mejor pieza dramática de la temporada 2017-18, solamente por detrás de [Am Königsweg], de su compatriota Elfriede Jelinek, premio Nobel de literatura en 2004.

Tres son las cuestiones que destacaremos de la trayectoria dramática de Palmetshofer: primero, lo que se podría llamar su filosofía social, que suele ir acompañada de una reflexión en cierta medida metafísica; segundo, su constante y fructífero diálogo con los grandes clásicos del teatro alemán y europeo; por último, la invención del lenguaje, hecho que, en nuestra opinión, tiene una especial importancia.

Respecto de su filosofía social, su omnipresente preocupación consiste en analizar la generación de los jóvenes que rondan los treinta años y en reflexionar sobre los problemas que los oprimen: su incomunicación, su complicada relación tanto entre sí como con las generaciones anteriores, su falta de futuro, su desesperanza, su soledad metafísica. En habitar. bajo vidrio nos encontramos, por ejemplo, a tres jóvenes, dos mujeres (Jeani y Babsi) y un hombre (Max), que se reencuentran después de varios años sin haberse visto y se muestran incapaces de comunicarse entre sí, de retomar las ilusiones y los amores juveniles ya perdidos o siquiera de iniciar una relación nueva. En hamlet está muerto. sin fuerza de gravedad, la anécdota es similar: dos hermanos (Dani y Mani) regresan a casa de sus padres por el cumpleaños de la abuela y por el funeral de un antiguo amigo llamado Hannes y se reencuentran con otros dos amigos de juventud (Oli y Bine) a los que no veían desde mucho tiempo atrás. Egocéntricamente ensimismados en sus preocupaciones personales (la imposible búsqueda del amor, la ausencia de sentido representada en la vacuidad del cielo), los personajes, desprovistos de fuerza de gravedad, esto es, de solidez personal, son incapaces de actuar, de poner los pies sobre la tierra. Incomunicados entre sí, flotan en un universo desesperanzado. Los padres, por su parte, no llegan siquiera a intentar comunicarse con sus hijos, sino que se dejan conducir por sus propios egoísmos personales (la animadversión de la madre hacia la abuela, la infidelidad del padre con la madre). Ante este panorama se desencadena la tragedia. En bandidos. genitales de la culpa los hijos también vuelven al hogar de los padres, pero en este caso con la intención de robar. Oprimidos por el bienestar, tanto material como espiritual, de la generación de sus padres, los dos hijos, aliados con la hija de la vecina (que se siente igualmente asfixiada por su madre, feliz y capaz de disfrutar del amor pese a su discapacidad física), les sustraen a sus padres una suma de dinero que, más que una ganancia económica, parece suponer una mezquina reparación de su sentimiento de infelicidad filial, de su falta de horizontes, del futuro que, sienten, se les ha arrebatado. El conflicto generacional aparece de nuevo en la soltera, aunque bajo una nueva luz: una abuela, una madre y una hija se ven confrontadas con el hecho de que la abuela, en su juventud, poco antes de la caída del régimen nazi, denunció ante estos a un soldado por deserción provocando así su condena y asesinato. El recuerdo de esa acción, lejos de caer en el olvido con los años, ha permanecido en el tiempo como una presencia latente que finalmente ha acabado por afectar a la familia, a las relaciones que las tres mujeres mantienen entre sí (el odio de la madre hacia la abuela, principalmente).

El diálogo de Palmetshofer con los clásicos teatrales se extiende desde la tragedia griega (Esquilo) hasta el teatro alemán de los siglos XVIII y XIX, tanto el romántico como el naturalista (Goethe, Schiller, Hauptmann), pasando por el teatro inglés isabelino (Marlowe y Shakespeare). Existe en Palmetshofer un fuerte y ambicioso interés por actualizar los principales temas de las grandes tragedias. En la soltera se trata el tema por excelencia de la tragedia griega y, en especial, de la esquílea (Orestíada): la culpa originada por un crimen no desaparece, sino que se hereda y se transmite de generación en generación como una maldición (la madre odia a la abuela como Electra a Clitemnestra). En fausto tiene hambre la atracción amorosa que surge entre ÉL y ELLA es infernal, mefistofélica, fruto del descreimiento vital y la desolación metafísica de ambos, moderna recreación del amor protagonizado por Fausto y Margarita en el Fausto de Goethe (aunque la Greta de Palmetshofer dista mucho de la frágil Margarita goethiana, como se sugiere en la segunda parte del título). bandidos. genitales de la culpa evoca la tragedia clásica de Schiller titulada precisamente Los bandidos: como en esta, los dos hijos se rebelan contra la instancia paterna (y también materna, en Palmetshofer), pero el espíritu, al menos en parte, es muy distinto; de la rebelión como ideal de libertad romántica hemos pasado aquí a la rebelión como vil salida a la opresión vital de los padres. En animal. clase baja habría que la disección de la explotación económica y sexual de Erika, una joven muy atractiva, pero carente de recursos económicos, recuerda el naturalismo (una de cuyas obras emblemáticas, Antes del amanecer de Gerhart Hauptmann, precisamente ha recreado Palmetshofer en su pieza homónima) y a Franz Wedekind (y su inolvidable personaje de Lulú en El espíritu de la tierra y La caja de Pandora). La parálisis de los hermanos en hamlet está muerto es hamletiana: ambos se debaten entre actuar o no en un mundo vacío de sentido. Como en la obra de Shakespeare, el hecho de que la madre de Hannes (cuyo nombre evoca el de Hamlet) se haya acostado con el padre de los hermanos (trasunto del tío del Hamlet shakespeariano) es uno de los factores desencadenantes de la tragedia final (el suicidio del padre de Hannes, en Palmetshofer). Por último, Eduardo II es una recreación, en clave actual, de la obra homónima de Cristopher Marlowe.

Sin embargo, el logro más sobresaliente de Palmetshofer es, en nuestra opinión, su rica invención lingüística. Es aquí donde brilla toda su originalidad dramática. Siguiendo la senda abierta por Thomas Bernhard, sus piezas teatrales vienen a ser verdaderas composiciones musicales, en las que el elemento principal es el ritmo, fundamentalmente alcanzado gracias a la constante repetición lingüística, una y otra vez interrumpido mediante la fractura del discurso y la intencionada alteración de su orden habitual. Merece la pena citar un pasaje de, por ejemplo, habitar. bajo vidrio a fin de que nos podamos hacer una idea de este recurso: «Jeani. Tú. / Babsi. Tú / Jeani. Tú. Sí. / Babsi. Tú. / Jeani. Dejado. Sí. / Babsi. Dejado ir. / Jeani. Te has dejado ir. / Babsi. Tú. / Jeani. Te. / Babsi. Te dejado ir. / Jeani. Tú has. / Babsi. Te has dejado ir. / Jeani. Por dentro simplemente dejado ir. / Babsi. Dejado. / Jeani. Siempre dejado. / Babsi. Siempre por dentro dejado.» Aquí Jeani y Babsi, después de muchos años sin haberse visto, intentan comunicarse e intercambiar sus respectivas impresiones sobre el otro, pero lo único que alcanzan a exteriorizar es un diálogo repetitivo y fracturado que no acaba de avanzar, que no consigue expresar un verdadero mensaje humano. La repetición y la fracturación lingüísticas apuntan a la fracturación e incomunicación humanas. Debido a ello, la acción se estanca y tenemos la impresión de estar asistiendo a una situación trivial, sin interés. Aunque el empleo continuo de este recurso ha podido parecer monótono a algún crítico, la repetición tiene una significación muy honda y un largo recorrido literario y teatral, sobre todo en la dramaturgia alemana del siglo XX. De ella se servía ya la tragedia griega: allí, la repetición aparece asociada al lenguaje del coro, como un estribillo que busca destacar e imponer las opiniones de la comunidad sobre las individuales del héroe trágico. A buen seguro apoyándose en ello, Heiner Müller, cuyas recreaciones de tragedias griegas son bien conocidas, elevó la repetición a principio estético-dramático en una obra como Mauser (1974): en esta, un coro formado por los miembros de un tribunal revolucionario comunista, trasunto del coro ciudadano griego, somete a juicio a un verdugo comunista con la intención de condenarlo por no haber realizado su trabajo acorde a los principios de la revolución; la continua repetición de los eslóganes comunistas por parte del coro (e incluso por parte del verdugo, que asume, como víctima, el lenguaje del poder) actúa como una forma de imposición de la ideología comunitaria sobre el individuo. Thomas Bernhard, por su parte, parece haber dotado a la repetición del sentido musical y dramático que recoge Palmetshofer. Las piezas teatrales de Bernhard suelen estar compuestas, en su mayor parte, por larguísimos monólogos de personajes, que, incapaces de establecer una verdadera comunicación con los demás, dan rienda suelta a un discurso repetitivo de sus propias obsesiones. A la vez, la acción se paraliza, o se torna banal, o simplemente desaparece. En su lugar, el lenguaje experimenta una inflación repetitiva que, lejos de constituirse, como en el coro griego o en Müller, en altavoz de la opinión mayoritaria, pasa a ser expresión de la incomunicación individual. Esa es también, como acabamos de ver, la significación que adquiere en Palmetshofer, al menos en sus primeras obras. Sin embargo, Palmetshofer no se queda ahí. A veces, como en hamlet está muerto, la repetición parece actuar como un velo que disfraza la expresión de los inefables secretos de los personajes (lo cual no deja de ser otra forma, quizá más sutil, de incomunicación humana). En dicha obra, los personajes intentan contar su historia, rememorándola, reviviéndola a través de la propia representación de la obra, pero ese relato es tan trágico, les resulta tan doloroso que no surge con facilidad, sino que se estanca en continuas repeticiones y fracturas y no llega a destilar, más que a cuentagotas, los hechos trágicos, significativamente camuflados por el discurso. Todas las piezas posteriores de Palmetshofer generalizan la repetición como rasgo principal y distintivo de su estilo, en ocasiones con el riesgo de caer en cierta artificialidad y manierismo: en fausto tiene hambre la repetición nos parece caer a veces en el simple hermetismo. Sin embargo, en términos generales, la repetición de Palmetshofer da la impresión de querer revelar un hecho fundamental: la disociación entre palabras y hechos, entre lenguaje y ser. Más allá del sentido que se le atribuya, el logro del autor es indudable, y de primer orden: la creación de un originalísimo cosmos lingüístico.

La recepción de Palmetshofer en nuestro país ha sido, hasta el momento, escasa. En la página web del Goethe Institut (www.goethe.de), el equivalente en lengua alemana de nuestro Instituto Cervantes, se pueden solicitar en red las traducciones al castellano de habitar. bajo vidrio, hamlet está muerto. sin fuerza de gravedad, fausto tiene hambre y se atraganta con una grete y animal. ¿es que no se puede decir clase baja? (así traducido) y la traducción al catalán de hamlet és mort. no hi ha força de gravetat. En el ámbito escénico, viure sota vidre (traducción catalana de habitar. bajo vidrio) fue montada por la compañía LaCosa, que también realizaría una lectura dramatizada en catalán de dicha obra en la Sala Beckett de Barcelona, en el año 2014, con ocasión de la IX edición del Obrador d’estiu. Dicho obrador fue, asimismo, el marco de una lectura dramatizada en catalán de hamlet és mort. no hi ha força de gravetat y contó con la presencia del propio Palmetshofer como dramaturgo invitado.

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Antonio Mauriz Martínez

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