Wake up woman
Autor y director: JORGE ACEBO
CRÓNICA DE Teatro Nueve Norte
Conocí a Jorge Acebo porque Cecilia Sarli pensó en mí para que me ocupase de las labores de ayudante de dirección durante el montaje en España de Wake up woman; también para ayudar a sostener lo creado, posteriormente, tras la ausencia del autor-director. Jorge había venido a España bajo el auspicio de la Embajada Argentina, impulsado por el sueño de Cecilia de llevar este texto a los escenarios españoles y de protagonizarlo junto a Chema Coloma. A Chema y a mí nos unía un pasado artístico común, en el Teatro de Cámara Chéjov. He seguido la trayectoria de Chema como actor y como director, he escrito crónicas sobre sus trabajos, y también sobre los de Cecilia. Me interesan mucho ambos, como artistas.
Así que me reuní con Cecilia y con Jorge en un bar cercano a la estación de Atocha. Jorge clavó su mirada en la mía y defendió a su criatura. Mientras me sumergía en sus ojos azules preñados de lágrimas, pensé que era un encantador de serpientes. Serpiente o no, yo ya había quedado hipnotizada. Di un paso atrás y le pregunté si le parecía adecuado empezar a trabajar e ir tomando decisiones. Para mi sorpresa, su respuesta fue afirmativa. Durante este primer encuentro, se comportó como un progenitor posesivo que se resiste a abandonar su obra en manos de cualquiera, que necesita asegurarse de que no se malogrará hasta quedar irreconocible. Wake up woman venía ya con una trayectoria internacional a sus espaldas. Además de su éxito en Argentina, había tenido una gran acogida en México y en Estados Unidos. La responsabilidad que podía recaer sobre mis hombros no era pequeña. Jorge me explicó que esta obra trascendía lo artístico, que trataba de vivencias muy duras en las que el amor y la violencia se confundían de forma extrema, que era el resultado de destilar historias de violencia de género protagonizadas en la vida real por personas de las cuales él mismo había sido confidente. Para gestar el texto, Jorge había realizado una labor previa de investigación, entrando en contacto directo tanto con maltratadores como con mujeres maltratadas, escuchando, tratando de comprender, sumergiéndose de lleno en la problemática e intentando dilucidar cuál era la mecánica irracional que la impulsaba. Paradójicamente, tenía todo el sentido el hecho de que Cecilia hubiera pensado en mí y, por otra parte, comprendía perfectamente el celo del padre de la criatura, pero me sentí algo incómoda en ese primer encuentro, como una intrusa a la que se la observa de cerca, valorando si adoptarla o no, si dejarla ingresar en la familia con pleno derecho o hacerla esperar en la puerta. De hecho, lo primero que me dijo Jorge nada más sentarnos juntos aquel día fue: «Yo ya te odio.» Lo dijo simbólicamente, pero me pareció algo palpable. Ahora me hace sonreír recordarlo, pero en aquel momento, me puso en guardia.
No obstante, me involucré todo lo que supe y pude durante el primer período del montaje. Participé en la búsqueda de figurantes para la grabación del audiovisual que acompaña a la interpretación de los actores, durante la puesta en escena, así como en la asistencia al equipo durante esta jornada atípica. Antes, había apoyado a Cecilia en la búsqueda de subvenciones y la redacción de los textos para algunas gestiones que hicieran posible el traslado y la estancia en España de Jorge. De todas formas, considero que mi aportación es puntual, minúscula -comparada con el monumental empeño de Cecilia-, pero me siento orgullosa de haber participado en esto, de algún modo.
Me contaba Cecilia que en la primera lectura del texto, ya en presencia de Jorge, surgió la magia. No me extraña en absoluto, lo creo. En los jardines de la embajada Argentina, mientras se grababa el audiovisual, todas las personas convocadas estaban como sumergidas en el truco de un ilusionista, jugando a lo que se les proponía como niños entusiastas. Me percaté también allí de cómo cuidaba Jorge a sus actores, con cuánto amor, de cómo se entregaban Cecilia y Chema a sus cuidados y de lo que esto rentaba a la hora de trabajar con ellos. He de reconocer que me dio un poco de envidia, sentí celos, aunque también yo empezaría a recibir más tarde de este alimento: Jorge me dio un abrazo al despedirme y me llamó «mi compañera». He conocido a seductores semejantes, de los que sí se lo proponen, el seducir, por acumular poder, por el gusto en manipular. Jorge es de los que no se propone más que entregarte su corazón y su talento, aunque te pida lo mismo a cambio. Personajes con tal carisma me hacen temblar, conozco mi capacidad de entrega. Yo también soy carismática, es mi parte sana. Desde hace un tiempo, huyo despavorida cuando se nubla mi carisma.
Asistí a un ensayo más en el apartamento de Jorge y decidí quitarme de en medio definitivamente, apoyar el proyecto de este otro modo, escribiendo una crónica. Me di cuenta de que, en los escasos ensayos previos que habían tenido lugar sin que yo estuviera presente, ya se había establecido entre elenco y director una atmósfera de trabajo íntima y frágil, y que yo venía a romper esa atmósfera incorporándome más tarde, que retrasaba el trabajo. Tuve que salir corriendo del apartamento ese día, porque no llegaba a mi lugar de trabajo. Envié algunas notas a Jorge y a Cecilia, sobre mis apreciaciones durante ese ensayo. Ya no asistí a ningún ensayo más, como digo. Tanto Cecilia como Jorge se pusieron en contacto para animarme a continuar, pero por distintas razones, decidí no hacerlo.
Otro de los motivos fue el ritmo vertiginoso de trabajo que se habían auto-impuesto, dado que la estancia de Jorge en España tenía fecha de caducidad y resultaba un tiempo realmente escaso que a mí no me permitía gestionar en condiciones mi agenda sin faltar a otros compromisos, ni trabajar con Jorge de manera relajada para comprobar cómo encajábamos. Supe que se trasladaron a la sierra de Madrid, por ejemplo, y que se encerraron varios días allí para trabajar, en una vivienda de la familia de Chema. Yo no hubiera podido permitírmelo. En estos momentos de mi vida, necesito priorizar el trabajo remunerado, lo que me da de comer. Así lo hice. Me gustó saber, sin embargo, que la impresión de Jorge con respecto a mi persona estaba llena de matices y de interés verdadero. Tras nuestro primer encuentro, le había trasladado a Cecilia su decisión de incluirme como parte integrante del proyecto. Pero él necesitaba un asistente de equipo y a mí me interesaba la ayudantía de dirección. No pudo ser. ¡Quién sabe si la vida volverá a cruzar nuestros caminos y nos ofrecerá una nueva oportunidad de colaboración!
Sea como sea, todo sucede por un motivo. Jorge ya está en Argentina. Yo esperé a que la obra rodase un poco, no asistí a su estreno en el Teatro Nueve Norte, sino que solicité acreditación para asistir a la función del pasado sábado dieciocho de mayo. Y ahí estuve, con la sala a rebosar. Este lugar lo reconozco como mío: mi inclusión entre el público. Soy muy buena espectadora, de las mejores, porque conozco el oficio -ya que soy actriz y he dirigido-, y por mi sensibilidad artística. Intentaré demostrarlo continuando con mi crónica.
Lo que más me gusta de esta sala, la Nueve Norte, es su público: mayoritariamente gente joven, sumándose a un pequeño porcentaje de personas de mediana edad. Algunos de los asientos están dispuestos de modo que se inmiscuyen en el espacio escénico. Resulta muy interesante, ya que me permite observar las reacciones de algún espectador, aunque procuro no distraerme con ello, consultarlo de forma puntual.
El caso es que, tras una breve espera ambientada con canciones románticas, mis admirados compañeros salieron a escena arrastrando el peso de lo que iba a acontecer en sendas maletas con ruedas. Dos actores magníficos dispuestos a la batalla. Sus cercanas presencias auguraban una tragedia, pero sus bocas invocaron a la comedia y al amor. A su espalda podían irse leyendo los títulos de cada fragmento de la función, capítulos sucesivos que representaban, de forma simbólica y a grandes rasgos, el trascurso de la acción dramática. La distancia entre los actores, el aire que el director les impuso para mantenerles alejados, venía a añadir tensión a la ingenuidad del texto inicial. Eran dos imanes que se atraían con fuerza y se repelían por momentos. Cada contacto físico, cada trasgresión de esa distancia de seguridad en escena, resultó violenta en menor o mayor grado, subiendo de intensidad hacia el final de la obra. En contraste, las imágenes virtuales resultaban idílicas: grabaciones de momentos de vida aparentemente alegres, acontecimientos relevantes para los dos seres que se enfrentaban paralelamente en directo, cuerpo a cuerpo. Las luces y las sombras de una vida compartida. Desde el inicio se percibía oscuridad, desde la celebración de la unión, desde el sello del compromiso.
La violencia cotidiana se va filtrando como un gas invisible en la atmósfera de la convivencia, trastorna el carácter de los amigos, de los amantes, de los novios, de las parejas y de los matrimonios. La violencia cotidiana se cree víctima y es verdugo. La violencia cotidiana sufre tras ejercer su poder, se lamenta de no saber cómo controlarlo, se excusa en indicios fantasmas, culpa de sus arrebatos a aquella persona de la que abusa, a quien golpea, a la que martiriza. La violencia cotidiana va a terapia, pide ayuda, llora amargamente, se arrepiente, promete. La violencia cotidiana, fuerza, insulta, golpea, ahoga, quema, mata. Cualquier objeto al uso podría transformarse en un arma de tortura en sus manos, en el arma homicida. La violencia cotidiana se disfraza y pasa desapercibida, pero pronto se arranca el traje y se da a conocer, desnuda. Nunca fue príncipe -el que la ejerce- ni azul, ni cabalgó al encuentro de su víctima a lomos de un caballo blanco. Cuántos cuentos, cuántas falacias enquistadas en nuestro ADN. La violencia cotidiana anida en el amor romántico como un virus que corrompiese la lógica artificial de la posesión y el para siempre.
La víctima quiso comprender, se asombró de la violencia, la soportó cotidiana, se esforzó en mantenerla en calma unos segundos, tembló ante la certeza del daño, perdió la vida.
¿Dónde queda el amor? Corriendo delante del agresor, alrededor de él, como si la agresión fuese un centro que encierra a los implicados en un círculo vicioso, como un reloj enloquecido que anuncia el fracaso del tiempo.
La huella queda en el cuerpo, en el que recibe el daño y el que lo infringe. El extrañamiento de ese cuerpo que se ha amado y ya no es el mismo, no se produce, no cuentan los implicados con la distancia necesaria como para mirar y ver con escalofrío, no son capaces. Están ocupados en la violencia, centrados en ella, como si esta tarea compartida les hubiera obligado a intimar tanto que se confunden en amalgama. Es más sencillo perder la empatía cuando el impulso violento nace de la falta de autoestima. Parece haber, entonces, una justificación para el lamento, para el melodrama, para la autocompasión, para el acopio de razones por las cuales es factible matar a quien amamos, o dejarnos matar por quien dice amarnos. ¿Cómo puede ser esto posible, como puede ser cierto?
Wake up woman es, sin duda una función incómoda, los espectadores a los que podía observar hubiesen preferido estar en otro sitio, mirar para otro lado, o así me lo parecía: una pareja de mediana edad se revolvía en sus asientos mientras que en el escenario las manos de Cecilia se crispaban por el dolor, mientras dejaba escapar un grito agudo desgarrado. Como espectadores, cuando el dolor que se representa es físico, se nos antoja insoportable, lo tomamos por increíble e improbable o, por el contrario, nos vemos forzados a ocuparnos de nuestra condición animal, a asumirnos depredadores y también presas. Hemos olvidado nuestro origen salvaje, queda oculto pero vivo, tras capas y capas de civilización hipócrita y castrante. La fiera late en los corazones y ataca cuando tiene hambre. Si no se alimenta el instinto convenientemente, si no se equilibra de modo que sea consciente de sus impulsos y los someta a un control voluntario, si no se le da salida a la frustración, si no se cultiva el propio amor, la autoestima de cada individuo, la violencia como capacidad innata tiende a desarrollarse, apoyándose en daños emocionales recibidos en la infancia, mundos culturales ilusorios y normativas morales que extorsionan las conductas de colectivos concretos considerados inferiores, tomados como objetos de uso y disfrute. La violencia no es más que un síntoma de que la sociedad está enferma, padece de este cáncer maligno que se va extendiendo desde su centro. Toda la ciudadanía es responsable.
Se trata de educar y de reeducar, por eso este tipo de teatro sigue siendo imprescindible. La identificación del público con Natalia y Fede -los personajes de la ficción- es inmediata. Cuando su convivencia se convierte en un infierno para el atormentado Fede, en una cámara de tortura para Natalia, percibimos claramente que Natalia está en peligro de muerte. Y nos quedamos ahí, sentados, derramando lágrimas, como mucho nos estremecemos, nos lamentamos… Igual delante del televisor, escuchando las noticias… Francamente, yo me negué a sentir nada en un primer momento. Últimamente bloqueo mi emoción cuando es demasiado intensa, practico la contención, para no nublar el trabajo a nivel sensorial y racional. Sin embargo, cuando entré al camerino a saludar a los actores, rompí a llorar abrazada a Cecilia y apenas pude articular palabra. Seguramente esta actitud mía tiene también que ver con mi propio daño, con una forma de apartarlo, de gestionarlo.
Lo importante no es la conmiseración, la lástima, el dolor que se destila como si se tratase de agua sucia que sale a través de un grifo que se cierra periódicamente; aunque quizá sea sano y alivie en según qué momento, eso no cura. Lo importante no es tan siquiera la rabia que puede despertarse al tener acceso al simulacro artístico de un crimen, de esa violencia sistemática y sistémica que nos atenaza. Lo primordial no es la reacción inmediata, que se va por el desagüe de lo escatológico, sino la acción posterior, las acciones que se concatenan a continuación de la toma de conciencia. Si se utiliza este medio artístico para poner en la palestra un tema tan controvertido y candente como este de la violencia de género, del maltrato, será para tratar de sensibilizar y de movilizar a la sociedad en su conjunto, no para hacer llorar a un puñado de mirones que luego se van a la cama a soñar con hombres fornidos y mujeres esbeltas, desatando su pasión dormida a espaldas de sus respectivos cónyuges, por ejemplo. La cultura consumista del sexo está dañando tanto como la del amor romántico, ambas hunden sus raíces hace siglos, por eso cuesta tanto arrancar de nuestro ADN ciertos usos y costumbres. Actualmente, el morbo es un virus y un negocio, si te infectas, pagas y padeces. El que esté libre de morbo, que tire la primera piedra… El morbo frustrado, tanto como los celos patológicos, son desencadenantes de violencia. Estos y otros factores mucho más relevantes, como las creencias machistas, unidos a un precipitante como el alcohol, potencian las matanzas de mujeres a las que estamos asistiendo día tras día. Habría que cambiar las creencias, además de las conductas, ya que un cambio sin el otro no perduraría; se podrían reducir las agresiones, pero la bestia esperaría la ocasión, aparentemente dormida al fondo de la cueva. Cuando la sociedad señala y califica al monstruo, es fácil que se encoja, pero no que calme su furia para siempre. ¿Por qué le permiten entonces salir de la jaula tan fácilmente? Sigue matando, pese a las órdenes de alejamiento.
La empatía es la clave de la reinserción, si es que es posible, la clave del regreso a lo humano. Pero para ser empático hay que tener capacidad de abstracción, tener una mente aún dúctil y flexible. Algunos son de piedra; ¿a esos, ni agua? ¿Dónde queda entonces nuestra superioridad moral, nuestra propia empatía?
Pero ¿y las víctimas? ¿Es cierto eso de que son carne de cañón? La mayoría de las mujeres víctimas de maltrato no denuncian, por temor a no ser creídas, al rechazo, al estigma y, sobre todo, a aparecer muertas. Otras veces prefieren que no se encarcele a la bestia, solo quieren que cambie y deje de maltratarlas. No podemos responsabilizar a las víctimas y, sin embargo, lo hacemos, poniendo en tela de juicio sus declaraciones y actitudes antes y después de la denuncia, mirándolas con lupa, desprotegiéndolas frente a la marabunta de opiniones diversas. El responsable es el maltratador y el asesino, hay que empeñarse no solo en que cumpla condena, sino en que lo asuma, que reconozca el hecho de la agresión continuada o del crimen, acercarles a conceptos que les son ajenos y que tienen que ver con la resolución de conflictos de forma pacífica, familiarizarles con mecanismos de inteligencia emocional que les sirvan para el control de sus impulsos. Creo que es una empresa ardua, si no imposible, rehabilitar a quienes casi nunca se reconocen como maltratadores.
Centrarse en la educación desde la base es primordial, pero también lo es una respuesta política contundente en el mundo entero.
No puedo terminar el artículo sin recalcar la generosidad a diferentes niveles de la que han hecho gala estos tres artistas involucrados en el reestreno de Wake up woman en España, tanto a nivel profesional como personal. Ahora les queda recoger el fruto de su esfuerzo. Lo están haciendo, es ya un gran éxito.