UN ENEMIGO DEL PUEBLO
Henrik Ibsen
Versión libre y dirección: ÁLEX RIGOLA
Se celebraba el 40 Aniversario de la Constitución Española. En el Pavón Teatro Kamikaze no cabía un alma. Expectación, rumores sobre posibilidades contrapuestas. Nos había reunido allí Un Enemigo del Pueblo. Sentados en el patio de butacas, Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero. Sobre el escenario una ausencia no impuesta: Willy Toledo, actor, productor de teatro y activista político que, como muchas personas residentes en España, suele “cagarse en Dios” muy a menudo. Me cago en Dios y, de paso, me incluyo.
En contraposición, asistieron ese día a la función un hombre negro con voz alta y clara, una mujer blanca que se agarraba al “menor de los males”; mi amigo Manuel, que sintió ganas de abrazar a Pablo Iglesias porque le percibía agotado… Lástima que no llegó a hacerlo, mi amigo… Monedero habló, Pablo, no. “La persona poderosa es la que está más sola”. Cuanto más poder, más responsabilidad, si se asume. Hay opciones políticas que ofrecen alternativas únicas, el peso sobre sus líderes debe ser inmenso.
Decía Alex Rigola, en rueda de prensa, que a él le importaban las personas, no los personajes. Recuerdo su visión de El Público, de Lorca, en Teatro de la Abadía… Recuerdo la interminable y vertiginosa caída de máscaras del simple, arquetipo de lo humano destilado hasta su esencia… A mí, como cronista, lo que me interesa es el Arte comprometido, con dimensión ética, social y política. La estética, siempre al servicio de la ética, y no al revés.
Irene Escolar nos recibía haciendo malabarismos, manejando el mundo volátil de las ideas por encima de nuestras cabezas, con una cadencia hipnótica y una belleza de apariencia inocua. Francisco Reyes tomaba el relevo, semejante a un atleta griego que rematase la ceremonia de inicio de unos Juegos Olímpicos, apuntando con su jabalina flotante hacia el patio de butacas. Israel Elejalde cuchicheaba con un allegado del Pavón, mirándonos de soslayo, tramando algo, listo para el combate. Todo estaba bajo sospecha, porque nada se escondía. ¡Curioso! La ética quedó sujeta al peso de un agua envasada y supuestamente limpia. Y, a continuación, se nos expuso el enigma, la cuestión a resolver. Primero en el plano real, en el aquí y ahora. Tomamos decisiones que tuvieron consecuencias. Nada nuevo, esa tarde. Primó el puñetero interés, así de claro. Yo me salté mi ética a la torera, quería ver la obra. La vimos. O más bien la pensamos: la imaginamos, la razonamos y, por fin, la discutimos.
En estos tiempos en los que lo virtual nos absorbe, en los que deambulamos como zombis, presa la mirada en la pantalla, sin percatarnos de lo que alrededor acontece; se agradece un ágora, un lugar de reunión y discusión, una asamblea, un espacio abierto de la cultura. Es un gesto de artistas honrados y generosos, el enfrentarse sin armadura al envite del público, el arriesgarse a la polémica y al rechazo de los que continúan encorsetados, el transformar un clásico por considerarlo necesario y útil, no por puro divertimento.
¿Creemos en el sufragio universal? Esto no puede ser una cuestión de fe ni de romanticismo barato. La mayoría tiene la fuerza. Pero, ¿qué hay de la razón, quién la tiene? ¿Y si el planteamiento de un asunto es razonable desde distintos puntos de vista? ¿Cómo acertar al determinar lo que quiera que sea “el bien común”? Puede ser razonable lo nuestro, o lo que nos imponen, y ser al mismo tiempo una injusticia, si no para el grupo con el que nos identificamos, para alguien concreto, para un ser humano con un corazón que late como el nuestro, quizá más deprisa, porque huye del hambre o de la guerra. Por un lado la supervivencia, por otro, el negocio. Sobrevivir no es buscarse la vida, es algo más en el límite, que algunas personas de estas latitudes no hemos conocido, pero sí las de otras coordenadas y, desde luego, nuestros ancestros.
“La base está corrompida por la mentira”. La opinión de la mayoría está manipulada por los medios informativos, a través de las redes sociales. La opinión pública no es más que un amasijo de titulares y memes, de interés superficial por lo inmediato, de indignación sin reflexión, de herida abierta que supura, o de desesperanza. Prefiero mil veces el empeño en la cura, la lucha con sentido, que la rabia contenida, que el dejarse llevar, que la desidia y el abatimiento. Una buena base intelectual conforma a un espíritu libre. Pensar en solitario es bueno, pero no es solución de nada colectivo, a no ser que se comparta. El pensamiento genuino, la capacidad de reflexión, es un don que, si no se ofrece, se enquista o se pudre. Discutamos sin miedo, pero con argumentos. El miedo es la herramienta fundamental con la que el poder nos controla.
“Es una auténtica necesidad hablar con gente joven, con gente activa·” Este texto de Henrik Ibsen es sorprendente en muchos sentidos, teniendo en cuenta que su autor nació en el siglo XIX. “Pregúntaselo a la juventud y ella te responderá cuando llegue el momento”. Este es uno de esos momentos, cuestionemos el sistema, preguntemos. Les quieren tapar la boca, pero las minorías protestan, se organizan, luchan por sus derechos, por cambiar las cosas, por la justicia y por el pan. Supervivencia y libertad. ¿Dónde habré oído yo eso antes? La historia se repite. El joven negro sentado en el patio de butacas tenía un humor cáustico, nos hizo reír con su intervención, preguntándonos si le echábamos la culpa de algo. Y es que “el negocio está por encima de la persona, la democracia se transforma en demagogia.”
Nuestros argumentos son globos hinchados que se lleva algún viento. Entonces, ¿cuál es la estrella guía? La empatía, el sentido de lo humano, conjugar el verbo ante el que las razones se quedan raquíticas. No voy a escribirlo.
¡Qué proyecto vivo el del Pavón Teatro Kamikaze! ¡Cómo lucha hasta el final por clarificar su andadura! ¡Qué bien elige las voces, o qué voces tan fructíferas son las que le eligen para alzarse entre sus paredes! ¡Qué acierto, este de Alex Rigola, el hacer bajar a la arena del compromiso al graderío incontestable! El foro, la plaza pública, ahí donde habita el pulso, donde los ojos se estriban al chocar con otros ojos, donde la propia voz se nos revela como una profunda cueva; donde la persona se siente perdida, si antes no ha sabido definirse, estructurarse. Desde donde, si hay hambre, si hay daño, si hay miedo, brotarán los gritos, la estridencia insobornable.