CRÓNICAS DEL Pavón Teatro Kamikaze
ILUSIONES
Autor: IVAN VIRIPAEV
Director: MIGUEL DEL ARCO
Llegué ya iniciada la función. Como castigo, unas cuantas de las preguntas que dirigían los actores directamente al público vinieron a señalar mi entrada por el pasillo del patio de butacas. Respondí con un gesto de mi mano y provoqué alguna que otra risa. Por fin me senté, pero no en la invisibilidad más absoluta, aunque mi lugar resultase un apropiado observatorio.
La escenografía ideada por Eduardo Moreno era hermosa, decadente y llena de misterio. Un desván ecléctico: despojos de un teatro abandonado a la erosión del paso del tiempo, un carrusel gigantesco, armarios roperos, puertas infranqueables, firmamentos insondables y ocultos… Todo empezó como un juego: risas girando sobre su propio eje, vuelo, historias en caída libre, anecdotarios diversos que se entrecruzan, lógicas emocionales que se construyen y se desbaratan como castillos de naipes, cuerpos que vehiculizan vivencias ajenas, narraciones que se encarnan y se trasmiten, ecos de la memoria, espejismos. ¿Cuál es la huella tras el impacto? ¿Cuáles los huecos, los agujeros negros, los actos fallidos? ¿Hasta qué punto el invento no es protagonista siempre, material necesario para sostener el andamio provisional que supone nuestra existencia? ¿Nuestra capacidad creativa es condición sine qua non en los constructos del amor romántico? ¿Somos pequeños dioses generando micro-universos? ¿Cuál es la materia esencial, cuál el motor de nuestra incesante búsqueda? ¿Cuál es nuestra perspectiva sobre el amor, al final de la vida? Seguramente, de alcanzarnos las fuerzas, demandaríamos más vida, vivir lo no vivido; experimentar las posibilidades descartadas, infravaloradas o ignoradas; alcanzar lo inalcanzable; brillar en la oscuridad final, con el mismo fulgor ficticio de los astros. La luz de la noche es fría y mágica, no nos calienta. Solo el sol nos gobierna con su cercanía. ¡Pero qué inspirador un cielo tachonado de estrellas!
Ivan Viripaev se empeña con este texto en quitarnos importancia, en relativizarnos, para que podamos así tomar distancia y abrir la conciencia, escuchar los relatos como fragmentos de vidas pasadas y futuras. No son grandes gestas ni vidas insignificantes. Aunque es precisamente el sentido lo que se nos escapa, la razón de este empeño en narrarnos, de permanecer de algún modo entre los vivos. La contradicción, la paradoja, las diferentes versiones de los mismos hechos, ponen un punto de ironía y nos alejan del sentimentalismo o de lo melodramático. Solo nos queda la empatía; pero no una pequeñita, de andar por casa, sino esa que todo lo disculpa con una sonrisa cómplice, la de nuestra ingenuidad eterna.
La manera en que relatamos nos delata, también a los artistas. En el montaje de Miguel del Arco el humor viene a poner la sal; la música, los aromas. A veces, el uso de la palabra se transforma en canto, así ha sido a lo largo de la Historia, desde los juglares hasta nuestros tiempos. No sorprende que del Arco incluya números musicales, por tanto, relatos añadidos en forma de canciones. Tampoco que esconda un alma en un armario para invitarla a salir de vez en cuando a que tome el aire; ni que nos reciban los relatores vestidos de ceremonia para después andar en chándal hasta las escenas finales, en las que regresan al smoking. Todo es fugaz, efímero. También el espectáculo, la dimensión meta-teatral del espectáculo. Regresaremos a nuestras vidas, a nuestra muerte lenta, a nuestras ilusiones, unos y otros, actores y público. Se olvidarán o no los relatos. Pero el ritual nos trasciende, de ahí la ceremonia.
La ruptura de la cuarta pared puede resultar incluso incómoda. La magia cuando se utiliza este recurso no está en trucos teatrales, viene a situarse por encima de nuestras cabezas. Estamos inmersos en lo mágico, no podemos escapar del prodigio. Fuimos interpelados en diferentes momentos del ritual dramático, la otra tarde, no nos dejaron tranquilos, nos incluyeron. Sé que hay público que se resiste a este esfuerzo participativo. Pero el Arte siempre solicita del que lo consume esa implicación expresa y esforzada, de una forma o de otra, otra cosa es que consiga movilizar los impulsos precisos. También es una cuestión de voluntad por parte del espectador, por supuesto. Algunos acceden a un teatro con la intención de distraerse, o de que les aleccionen, o de que les dejen el corazón hecho un higo –que diría mi abuela-. Estos, frente a un texto así, están perdidos. Sobre todo porque no se trata de un reflejo publicitario de nosotros mismos; no es amable, ni entrañable, ni grandilocuente, ni deja de serlo; nos invita a cuestionarnos sobre hechos cotidianos, pero no nos alecciona.
Es muy interesante el concepto desdramatizado que autor y director nos ofrecen de la muerte, la vida queda orientada al disfrute del aquí y el ahora. No es nuevo, pero sí revolucionario, teniendo en cuenta que en nuestra cultura la muerte sigue siendo tema tabú. Esta aceptación de lo transitorio en nuestras vidas es más propia de culturas como la japonesa.
En cuanto a la dirección de actores, se trata de una propuesta muy coral, en la que cada cual aporta sus bondades interpretativas desde el papel que le ha caído en suerte. Hay escenas que se resuelven a través de una coreografía de movimientos y acciones en la que todo el elenco se involucra – como la emocionante escena inicial del carrusel, metáfora del mundo o del teatro del mundo-. Otras, por el contrario, son protagonizadas de forma consecutiva por uno de los componentes del elenco. Un tercer tipo de escenas resuelve los conflictos surgidos entre los distintos personajes y sus diversas versiones de lo vivido o relatado. Y, por último, en otras se regresa al contacto directo con el público, como ya hemos mencionado. Justo cuando parece que la obra pierde ritmo, cuando el anecdotario parece no interesarnos tanto, el director opta por introducir números musicales muy actuales que vienen a despejarnos como un soplo de aire fresco. Podríamos sentir que nos sacan de algún lado, pero no es así, tan solo regresan a la realidad compartida con nosotros. Lo han hecho ya entre ellos: se han ensimismado primero para, una vez finalizada cada historia, establecer de nuevo contacto con el resto del elenco. La puesta en escena es poliédrica y se mueve en distintos planos, como acabamos de explicar.
Compañeros, de la misma especie todos los presentes, actores y público. Podríamos levantarnos subir al escenario y alzar nuestra voz, narrar nuestra propia historia o las historias que conocemos. De hecho, así lo hacemos, día a día, somos contadores de historias, relatores, actores y testigos, trasmisores de vida vivida.
¡Qué valiente es este director, Miguel del Arco! Un verdadero Kamikaze que se arriesga a traernos autores desconocidos, textos complicados de llevar al escenario, temáticas en las que late un contenido de hondo calado.
El estreno de Ilusiones en España ha tenido lugar en el Pavón Teatro Kamikaze. Espero que el lector tenga ocasión de comprobarlo y disfrutarlo.