EN CONSTRUCCIÓN 2
Coreógrafía y dirección: AMALIA FERNÁNDEZ
Por: PAULA LAMAMIE DE CLAIRAC
Entro en la Sala Negra de Teatros del Canal sin muchas expectativas a cerca de lo que voy a ver. Por los comentarios que he oído sobre Amalia Fernández, tengo la sensación de que será algo bastante conceptual, que puede que me deje fría. Cuando leo “género performance” en una programación no puedo evitar acordarme de aquel hombre que vi en una pequeña sala de Nueva York: esa especie de payaso postmoderno que se desnudaba con el maquillaje corrido y cantaba canciones tristes mientras se envolvía en papel film. Aquella vez, ni la magia de estar en la ciudad de las propuestas más arriesgadas y originales pudo quitarme la fea sensación de que, como dijo mi acompañante, se llamaba performance a un acto escénico cuando estaba hecho por personas que no sabían bailar, ni actuar, ni cantar. Por suerte tengo muchas otras experiencias en la memoria que me animan a confiar, y quiero ver qué se oculta tras el nombre de esta coreógrafa, a la que solo mis amigos más metidos en la escena de la danza contemporánea reconocen abriendo mucho los ojos con admiración.
Lo que sigue después es la aliviada constatación de que En construcción 2 es una de las piezas más inteligentes que he visto, de que está llena de buenos intérpretes; y de que el término performance remite a aquello que no es exactamente danza, ni teatro, ni musical, sino una mezcla de todo ello o algo completamente diferente, que se empezó a usar solo porque había “cosas escénicas” que se salían de los marcos de la clasificación del siglo XX.
Amalia nos coloca en el punto de vista de la coreógrafa, nos hace observar cómo la duración, la intensidad y el ritmo, la velocidad, la distribución espacial o la entonación, transforman una escena. Es por esto que la obra funciona como una fantástica clase magistral para todo el que quiera dedicarse al arte de la representación. Pero, además de ser una muestra práctica de lo que un libro -o más bien una colección impresionante de libros y experiencias- puede enseñarte sobre la creación escénica y la dirección de actores, esta es una de las obras más divertidas que he visto en mi vida. Aquí el alto nivel de contenido conceptual va de la mano de reírse con la boca abierta, qué gran combinación. En un momento dado somos todo un público al que se nos saltan las lágrimas, nos desternillamos agarrándonos a la silla, intentando parar para poder oír lo que sigue.
La pieza funciona como un cubo de Rubik cuyos lados se deslizan suavemente. Una de las caras me hace pensar en la esencia misma del acto de representación, en la diferencia entre el acto escénico y un acto a secas. Otra de las caras, en las miles de decisiones aparentemente aleatorias que toma una coreógrafa. Otra, en el papel del público como presencia corpórea que modifica el resultado. Y, de repente, otra de las caras me abofetea con el absurdo para recordarme que esto es solo un juego, que la danza y el teatro, la música y el arte no son sino maneras adultas de alargar el recreo. Y en ese girar del cubo que parece no tener fin, nos emocionamos, abrazamos clichés, o nos damos de bruces con una perspectiva auditiva y visual que no se nos había ocurrido nunca.
Me imagino a Amalia Fernández como una persona que en Nochebuena no participa en la conversación acalorada de la gran mesa familiar. Ella observa desde una esquina el ir y venir de manos levantando vasos y las caras gesticulantes, se deleita con el tío que habla con la boca llena de polvorón y cuenta las vueltas infinitas que da su madre alrededor de la mesa. Una persona, pues, que observa el mundo coreográficamente -no lo puede evitar- y para la que todo, por eso, se vuelve danza. Ese es creo, el sentido que subyace en lo que he visto: todo es danza -o música- si sabes cómo mirarlo.
(También me la imagino escuchando la conversación de sus vecinos a través del muro, no con la curiosidad de la vecina meticona sino con el placer estético de oír las entonaciones sin entender el diálogo, creando así su propia película woodyallenesca representada solo para ella un domingo por la noche.)
La improvisación, un tema. ¿Está todo realmente atado en esta pieza o han dejado muchos cabos sueltos? No puedo saberlo ya que he asistido una sola vez, pero lo que importa es que es tan fresca, tan humana, tan auténtica, que la incógnita se sostiene. Hay partitura sí, pero también espacio para lo impredecible. Creo que el título es, en verdad, descriptivo y no poético, que esta pieza ha estado en construcción hasta ayer. Que puede estarlo incluso hoy.
Me encantaría que todo el mundo viera esta performance. Se creería más en la danza, se la financiaría más. Espero que la programen y reprogramen en muchos teatros, y que Amalia siga por muchos años trayéndonos a escena deliciosas piezas como esta, que solo se completan al representarse.