El Gran Mercado del Mundo
Autor: CALDERÓN DE LA BARCA
Versión y dirección: XAVIER ALBERTI
Coproducción: Compañía Nacional de Teatro Clásico / Teatro Nacional de Cataluña
¿¿El talento es innato? Si convenimos que sí, habría que convenir quién lo posee y en qué grado, para distribuir equitativamente el poder en el mundo. El poder, la capacidad de potenciar ese talento en grado sumo, de desarrollarlo, de que acabe resultando útil no solo al desarrollo de la persona que ha nacido con ese “don”, sino al mundo en sí mismo. ¿Y qué es el mundo? Lo que queramos que sea, así de simple y así de complejo, así de trágico, asusta. Se ha tratado siempre de eso, de consensuar adecuadamente este asunto de “el mundo”, de ponernos de acuerdo en la dirección exacta que conviene llevar para que no se despeñe media humanidad por el camino, incluso la humanidad entera. Es una lucha en dos direcciones: interna y externa. El ser humano lucha consigo mismo, con sus contradicciones, y lucha al mismo tiempo por conseguir ocupar un lugar en el mundo. Lo que pasa es que el mundo está repleto de seres humanos que también pugnan por ocupar un lugar, y surgen conflictos. Hay que establecer criterios, normas más o menos estrictas, controlar los impulsos. ¿Quién establece esos sistemas de control y a qué intereses sirven? ¿Quién asume el poder sobre el resto y con qué criterio se considera con derecho a ejercerlo? ¿Es el talento innato lo que legitima a una persona para asumir el control y conducir la deriva del mundo? ¿Y quién puede corroborar sin margen de error la posesión o no de talento?
Las paradojas son herméticas, solo el invento disipa su misterio, pero jamás lo disuelve. Para inventar hay que tener talento, pero para que se te reconozca esa capacidad de inventar, alguien con poder, una persona del mundo, te tiene que otorgar la patente y reconocer así ese talento creativo. A lo largo de los siglos se ha capitalizado el invento de tal forma que, aparentemente, las mujeres parecían tener escaso talento, salvo excepciones. Sus maridos y parientes, sin embargo, inventaban muchas cosas, inspiradas en incontables ocasiones por sus esposas e hijas (háganme el favor de percatarse del sarcasmo). La inspiración, señores, no es otra cosa que talento, creo que les traicionaba el subconsciente cuando admitían que eran ellas las que les impulsaban a sus labores creativas. Tan creativas eran ellas que, sin ellas, la humanidad no existiría. Tan creativas somos que, sin las mujeres, el mundo no tendría sentido.
Se trata de eso, de la interpretación, de desentrañar el sentido del mundo, de este monstruoso engendro fruto de nuestra inventiva. Si queda expuesto a la luminosidad de lo exitoso, los hombres se cargan de medallas y lideran la paternidad del mundo; si lo observan sumido en la oscuridad o en la ciénaga de sangre acumulada a lo largo de la Historia, los hombres ejercen su paternalismo, se aferran al poder, se consideran capaces de cambiar el mundo.
Las mujeres tenemos nuestras dudas, llevamos siglos dudando, estamos incluso convencidas de que las capacidades de cada ser humano no dependen ni siquiera del talento innato -aunque esto influya- sino que resulta imprescindible que cada ser humano tenga la oportunidad de desarrollarlas a través de la educación y del resto de posibilidades que el mundo debería ofrecer de una manera equitativa, incluidas las posiciones de poder social y político. Muchos hombres a lo largo de la Historia han luchado por sus derechos y se han posicionado, incluso, al lado de la lucha de las mujeres por los suyos; también en estos tiempos que corren, donde campa a sus anchas la controversia, donde los cambios políticos de actualidad se nos antojan espejismos, una vuelta a atrás provocada por el miedo a la pérdida de privilegios de las clases sociales más favorecidas. Siempre es lo mismo, pero si nos fijamos bien, si tomamos perspectiva, se han producido avances. No hay que desfallecer. La evolución es costosa. Desaprender y aprender, ¿quién se atreve?
Xavier Alberti y su equipo se han puesto manos a la obra -nunca mejor dicho-, no para aleccionarnos u ofrecernos soluciones, sino para situar al público frente a ese “espejo” que se menciona en el texto de Calderón de la Barca y que no es otro que nuestra capacidad de reflexión empática y creativa, nuestra capacidad de transformación, lugar idóneo donde invertir el talento. Se trata de encontrarle un sentido actual a esa versión del texto de Calderón, se trata de mirarnos en el texto de Calderón y de reconocernos, tiene que ver con poner en tela de juicio ese reflejo del mundo. Y qué mejor perspectiva para ello que la comedia. Tan solo el humor es capaz de la irreverencia más sagaz, sin que tan siquiera en pasados siglos se rasgaran las vestiduras por ello. Miento, se las rasgaron, prohibieron los autos sacramentales. Había mucha presencia del cuerpo vivo, en contradicción con el inmovilismo de los conceptos provenientes de la doctrina. Esto suponía un peligro, una posibilidad de arrojar luz sobre las mentes abiertas al conocimiento, incluso sin intención de hacerlo. También en la actualidad se han prohibido espectáculos. Hacer pensar y ejercer libremente esta poderosa herramienta, es un talento que -a su pesar y el del poder- poseen los artistas. No queremos remediarlo -perdón por incluirme, pero soy mujer, y me resulta necesario aprovechar cada ocasión que tengo-, nos viene de nacimiento y, si no nos estrangulan estas capacidades los poderes fácticos y los otros poderes -los sistémicos-, tenemos la vocación innata de pretender arreglar el mundo. Porque tiramos de imaginación, pese a los hechos, o precisamente teniendo en cuenta los hechos. Ya se dijo en los sesenta: “La imaginación al poder”. Para reconstruir, aunque sea necesario deconstruir, no hay por qué hacerlo de forma violenta -esto ya suele hacerse y no funciona, priorizando para tomar la medida a ese error la pérdida de vidas que conlleva-. Con otros modos, se deconstruye la obra de Calderón sobre el escenario, rebuscando entre las palabras y los símbolos la naturaleza del mundo que hemos heredado -unos en mayor porción que otras y otros, todo hay que decirlo-. Lo tradicional no tiene la capacidad de tener en cuenta a los vivos, no tiene por sí misma la cultura heredada ese talento. La sociedad actual, los artífices de la cultura del siglo XXI, tienen la obligación de revisar las tradiciones, de ofrecer una lectura abierta y flexible en la que quepa una perspectiva feminista, además de otras perspectivas actuales con distintos nombres en las que también prime la justicia social, el urgente llamamiento a la equidad de oportunidades. Porque nos va en ello la vida, incluso la del planeta.
El mundo es una rueda infinita de lugares que ocupar, de atracciones en las que subirse o bajarse pidiendo permiso, un aparato de feria que no avanza. El mundo es un banquete exclusivo, para un puñado de invitados que ignoran el hambre sistémica, la hambruna que acarrean los conflictos bélicos generados por intereses entre las naciones. El mundo es, cada vez más, una herejía contra la Humanidad global que se sostiene en el valor del talento en el mercado. Concluyamos, pues, que el mundo es el Mercado. La fama de que se disfrute en el mundo depende de desde dónde sople el viento, para poder impulsarse y alzarse sobre las cabezas del resto de los mortales. Pero el aparato que genera esa discriminación y ese movimiento de masas, no es divino, se puede desenchufar su influjo, prescindir de sus servicios.
Calderón no era ningún visionario, por mezclar el alma con los asuntos mercantiles; ni Xavier Alberti un iluminado, por advertir lo rotundamente actual del texto y saber traducir su simbología de modo que resulte no solo interesante, sino tremendamente divertido y bello.; son tan solo artistas, tienen ese talento y lo invirtieron de este modo. A esta última condición del espectáculo, la de su belleza, contribuyen la escenografía de Max Gaenzel, el vestuario de Marian García Milla, junto con el resto de tareas llevadas a cabo y resueltas en escena magistralmente por el equipo técnico. Espectaculares muchos momentos, como el descenso de la Fama sobre los simples mortales, pero también, muchos otros que tienen más que ver con las actrices y actores, con sus talentos exclusivos. Todo el elenco estuvo a la altura de la propuesta, desenvolviéndose con soltura en cuanto a la dicción del verso, al tiempo que empleaban también sus talentos corporales para ejecutar las coreografías de Roberto G: Alonso y poner voz a las composiciones musicales, no solo de forma correcta, sino sobresaliente. A mi entender, resultó sublime el contraste entre el coro de voces entonando una melodía conectada a la esencia del espíritu humano; contra el “ruido” proveniente del Mundo, del conflicto entre los que pugnan por el poder y la fama en el mercado. La palabra con música contra la palabra seca, que no fluye convenientemente, que no aporta vida a la vida ni la trasciende.
Dice Roland Barthes que cambiar la clasificación de los lenguajes en una sociedad, desplazar la palabra, es hacer una revolución. También cambiar los cuerpos, sus actitudes, sus usos, hacerlos visibles cuando están en la sombra, es revolucionario. Entre los personajes, sobre el escenario, había un travesti, ocupando el lugar adecuado a su talento de actor, con su sentido entre el conjunto de la obra. Al finalizar, su personaje acaba a los pies de un Cristo publicitario, pero en la cima del mundo. Quizá es que todos y cada una somos “travestis”, dado nuestro incrustado apego a las apariencias, que engañan. No quiero destripar el espectáculo. Pero no tengo por más que mencionar también esa ceguera de la Fe manchada de sangre y esa Humildad metiendo la mano en la herida, el rostro de la Gula embadurnado de podredumbre; el “to play” el piano de la Inocencia, movilizando hacia la alegría, talentoso y versátil; la brillantez de la “piedra del escándalo”, de la Culpa, al cambiar ágilmente de papel en El Gran Mercado del Mundo. La mercancía en litigio no podía ser otra que una mujer, pero no una mujer cualquiera, sino en estado de gracia, es decir, impoluta, sin haberle dado uso y disfrute a su cuerpo, pues no depende de su voluntad, ya que no le pertenece. De ahí venimos, hasta ese punto hemos llegado, no ha cambiado nada desde entonces, el panorama reaparece incluso más crudo, a ese respecto: la trata de mujeres, la prostitución del cuerpo de las mujeres, los abusos cometidos por los hombres contra las mujeres, las agresiones de los hombres a las mujeres, la violación de mujeres por parte de hombres, el uso del cuerpo de las mujeres para el feliz mantenimiento de la estructura de la “familia”, núcleo fundamental del Patriarcado, que no acepta la diversidad como valor fundamental a tener en cuenta…
Este montaje de El Gran Mercado del Mundo, que se representa estos días en Madrid, en el Teatro de la Comedia, podría dar lugar a un ensayo tendente al infinito, a una serie de reuniones de expertos que intenten concluir sus cambios de impresiones en algo útil para el mundo. ¿Pero sería más de lo mismo, dar más poder a la élite? Incluso ofreciendo este manjar a la dentadura de un público con la suficiente capacidad adquisitiva como para pagarse una entrada, con la formación necesaria como para entender el código, se comete una “injusticia”, no es un reparto equitativo de un bien cultural común. La cultura está inmersa en el Mercado, fagocitada por el Sistema.
Tan solo rezad para que no se pare la noria -si tenéis el ánimo a punto y sabéis hacerlo, yo lo he olvidado y no quiero recordarlo, me hizo daño-. Algunas y algunas se bajan, se descuelgan voluntariamente del artefacto que gira. ¡Qué valentía, qué sensatez, qué humanidad, que arrojo! De quienes no seamos capaces será la condena. Sea.