CUIDADOS INTENSIVOS
Dramaturgia: YOLANDA GARCÍA SERRANO y LAURA LEÓN
Dirección: BLANCA OTEYZA
Intérpretes: ÁNGELES MARTÍN, BLANCA OTEYZA y PALOMA MONTERO.
Mi hija y yo nos habíamos citado para asistir al ensayo general con público de un estreno en Teatros Luchana. No es sencillo tener una cita con mi hija, hacía tiempo que no nos veíamos; ella tiene su vida y yo la mía, nos empeñamos en que se crucen. Mi opinión es que nos vemos poco, la suya que podemos contar la una con la otra y que eso es lo importante. Me temo que voy para vieja, y me alegro de que a ella aún no le obsesione el paso del tiempo.
Llegamos pronto y no paré de hablar, suele pasarme. Mi hija me lo tolera y procura poner todo el interés posible para demostrarme su cariño. No hace falta, cuento con su cariño siempre, pero agradezco el gesto. En cada encuentro me propongo dejarla hablar a ella, pero tengo escaso remedio. Es curioso porque, según con quien, a veces “no abro el pico”. Será el clamor de la familia, será que ella es “sangre de mi sangre”.
No le tengo mucha fe a eso de los lazos familiares, sin embargo. Lo que hay entre mi hija y yo es en parte un pacto de vida, en parte casualidad, un hallazgo. Porque somos quienes somos es que nos queremos, no porque estuviera instalada en mi vientre el tiempo justo para estar preparada y salir al mundo. Una vez en el mundo, ya es hija de la vida, como decía Khalil Gibran.
Mi hija no tuvo hermanas. Es así, no creo que sea sano lamentarlo. Quizá ella no las deseara. Yo desde luego no las busqué. La tuve a ella y fue la luz de mis días el tiempo que convivimos. Ahora amanece cuando viene a verme y, cuando se marcha, se lleva el ocaso. Yo me encargo de mi noche llenándola de estrellas, ella hace lo propio con la suya. Las dos miramos la misma luna y nos recordamos.
Era de mañana la hora en que nos citamos, momento desacostumbrado para entrar en un teatro, pero así fue como nos introdujimos mi hija y yo en los Luchana, junto a dos mujeres más, compañeras del grupo de investigación al que pertenezco en estos últimos tiempos, “La Profesión va por dentro”. Llegamos pronto y entramos tarde, con la función empezada. Nos acomodamos rápidamente, intentando ser discretas. Las tres hermanas se debatían ya en la escena entre risas y llantos, secretos y confidencias. Las tres eran expertas en impartir los cuidados, las tres eran mujeres, podrían haber sido hermanas o no, podrían haber sido tan solo amigas. Las amigas son hermanas, a veces más que las hermanas. Las mujeres son hermanas. Las mujeres se apoyan, se cuidan, saben cuidar a sus seres queridos.
En momentos cruciales de la vida, los cuidados se tornan intensivos. Es ahí donde se aprecia el poder de transformación que tienen las mujeres, la resistencia y el empuje de que son capaces cuando el bienestar de un ser querido se pone en juego. No han nacido para eso, han vivido para eso, durante generaciones. Se han pasado el testigo de los cuidados, son sabias en cuidados, en la conservación de la vida. Salvo excepciones, no me vengan a mencionar los tantos por ciento que no encajan, que se desvían, que olvidan a sus ancestras. Esas son las mejores, las más libres, las que cuidan de sí mismas, que es, al fin y al cabo, la responsabilidad suprema. Se trata de tener un impulso de vida y no de muerte. Se trata de tejer infinitas redes de apoyo que impidan que el mundo se despeñe.
Esta comedia, imaginada por Yolanda García Serrano y Laura León, se ha concretado en un texto ágil y fresco, escrito “a la limón”, y en una feliz puesta en escena dirigida por Blanca Oteyza. Es una comedia amable, blanca, de las que te deja una sonrisa en los labios después de haberte echo soltar la lagrimita. El texto, dicho por cualquiera de las tres actrices, por momentos te hace cosquillas y por momentos te emociona. La identificación con los personajes está servida en bandeja, apetece. A destacar el contraste entre los tres personajes, conseguido gracias al carisma y al talento escénico de las actrices. También la complicidad como dinámica de trabajo, que puede observarse como algo natural y no impuesto, que intuyo ha funcionado igualmente en los ensayos previos. Me refiero a un trato afable y cordial entre actrices que se respetan como artistas y se aprecian como personas. Si no fuese así, alguien escribiría o pensaría que tendrían más mérito al conseguir engañarnos, pero yo no estoy de acuerdo con esa conclusión, creo que es errónea. Considero que cuando mejor funciona un equipo -y el teatro es trabajo siempre de grupo- es cuando los miembros de ese equipo se respetan como artistas y se aprecian como personas. El afecto es un potente pegamento, cohesiona talentos diversos. Ángeles Martín conserva en sus maneras y en sus gestos un aire infantil que la convierte en una actriz ligera y entrañable, capaz de reír y llorar al mismo tiempo, sinergia emocional tan poco habitual y tan mágica. Paloma Montero es una actriz con raíces, pegada a la tierra, firme y camaleónica, sin problemas para alejarse de sí misma por crear al personaje. Blanca Oteyza sabe ser generosa y servir de enlace entre estas dos mujeres de bandera, sin que por eso pierda un ápice de interés en escena. Amén de que resulta siempre un hándicap dirigir y actuar al mismo tiempo…
Tanto monta monta tanto. El caso es que yo quería irme a vivir con las hermanas -tras finalizar la función del estreno a la que también asistí, ya sin hija, sentada en esta ocasión casi al final de la sala-. Yo quería que me adoptasen y, conmigo -me hago cargo- la gran mayoría del público que llenaba el teatro y que se puso en pie para despedir a las actrices.
Es teatro cercano, que nos cuenta lo que ya sabíamos de forma que, aunque narre desgracias o traiciones amorosas, aunque las sombras de la enfermedad y el peligro de muerte sobrevuelen el texto, lo intuimos con final feliz. Lo disfrutamos desde un lugar que nos permite abandonarnos al sentimentalismo o a la carcajada sin remordimientos, sin darnos apenas cuenta de que nos hemos estado observando a nosotras mismas un rato largo, por un agujerito. Es un decir, ustedes ya me entienden…
Yo me emocioné en las dos ocasiones, tras las dos funciones que presencié. Seguro que influyó mucho la presencia de mi hija, en la primera. También el hecho de que aprecio a Paloma Montero y que sentía su éxito como propio, en la segunda. Pero vamos, no era la única en ese estado. Me acerqué a Yolanda García Serrano para darle la enhorabuena y la encontré hecha un flan, agarrada a su ramo de flores, sin apenas moverse, como una novia que acaba de confirmar su amor el día de la boda. Qué sé yo… Fue todo un éxito. Funcionará, sin duda, entre el gran público. Así sea.