CRÓNICAS DE Teatros del Canal
BARRO. MAPA DE LAS RUINAS DE EUROPA l
En esta ocasión, no fui yo quien asistió a la función para la que solicité acreditaciones. En mi lugar acudió a la cita un matrimonio de jóvenes actores acompañado de sus dos perros guías. Nadie de los Teatros del Canal estaba avisado de que iban a tener a dos espectadores extra tumbados bajo sendas butacas de la primera fila. Helia y Tonka, son los nombres de esas dos criaturas nobles que guiaban, de esos dos hocicos privilegiados.
No hay por qué avisar, debería ser lo más normal del mundo que dos personas invidentes asistiesen a un espectáculo acompañadas de sus perros. De hecho, Lola Robles y su marido, Miguel Escabias, van mucho al teatro. Me contaron después que el trato que les dispensaron en la Sala Negra de Teatros del Canal fue exquisito, que fueron sumamente amables con ellos, con los cuatro, que quien atendió sus necesidades de acceso las atendió como si fuesen necesidades propias, preocupándose sinceramente, celebrando las condiciones adecuadas del servicio que les ofrecían como si las fuesen a disfrutar personalmente. Me lo comentaba Lola, satisfecha y alegre, en un audio de diez minutos de duración que me enviaron ella y Miguel.
Escuché a Lola emocionarse a través de ese audio en varias ocasiones. Se disculpaba, una de las veces, preocupada quizá de que esa emoción empañase su explicación de la experiencia artística disfrutada. Todo lo contrario, me fue muy útil su emoción, fue por empatía que mi imaginación consiguió ponerse en marcha y esforzarse en recrear una experiencia que me era ajena. Yo tampoco había visto, más aún, no había presenciado siquiera, no había sido testigo, solo tenía a mi disposición el relato de Lola y de Miguel, ese era el material para escribir mi crónica.
Adquiere sentido aquello que somos capaces de imaginar. En la actualidad, nos organizamos en sociedades complejas basadas en el flujo de información, en datos que se almacenan en las memorias o se fugan, que se transfieren de forma vertiginosa. Somos vasos comunicantes que se vacían y se rellenan de forma sucesiva y constante, intercambiamos experiencias de vida a través de diversos medios, pero en todos ellos debería ejercer su influjo la imaginación. Hasta el habla se ha adquirido imaginando. Me pregunto si no tendríamos que regresar al silencio y a la pausa… Quizá un teatro es un templo, definitivamente.
Como iba diciendo antes de filosofar, mis cuatro enviados especiales presenciaron el espectáculo de La Joven Compañía que yo misma les había seleccionado: Barro. Mapa de las Ruinas de Europa, dirigida por José Luís Arellano García. Al no contar con aparato de audiodescripción, mientras que esperaban el inicio de la función solicitaron información a quienes tenían al lado. Lola no se quejaba de esta circunstancia, de esta falta de apoyo logístico, argumentando que si la interpretación de los actores es de calidad, «se enteran de todo». Aunque temió perder el hilo cuando se percató de la multitud de actores que invadió el escenario. Sus palabras exactas, sin embargo, fueron: “¡A mí me ha gustado tanto, lo han interpretado tan bien… no me he perdido en ningún momento!”
Para Miguel la obra fue «magnífica, con un ritmo vertiginoso, y no se hizo larga». Estaba de acuerdo con Lola en cuanto al dinamismo del montaje: «siendo un drama, no prescinde de golpes de humor». Me resumió el argumento: «cómo la guerra es capaz de cambiar radicalmente la vida de un grupo de jóvenes que se ven involucrados en ella por imperativos patrióticos, familiares, por cuestiones de honor…».
Lola se maravillaba del silencio que hubo en la sala durante la representación: «Como no veo… parecía que estaba sola…» – Me explicaba- «Los actores tenían muy buena energía. Se me saltaban las lágrimas al comprender lo importante que es el amor en la vida. Tantos sueños truncados por la guerra…» Mencionaba que el tema del Arte late así a lo largo de la obra, como sueño truncado, como un motor vital oculto y añorado, como trasformador positivo de conflictos.
En cuanto a la escenografía creen que había «unos generadores de viento o unos ventiladores al fondo del escenario». Si bien es cierto que uno de los espectadores a los que preguntaron le describió a Miguel lo que veía en escena, no mencionó los ventiladores. Lola y Miguel supieron de su existencia porque un viento que soplaba desde esa dirección les vino a advertir del hecho, pero dudaban de si los ventiladores estaban escondidos o a la vista del público. Comentaban lo curioso de ser invidentes y de «enterarse de todo»; cuando, por el contrario, ese espectador al que consultaron, el que supuestamente contaba con una visión completa de la realidad, no alcanzó a comprender el significado o la utilidad de lo que veía en el escenario, e incluso confundió o perdió algún dato con respecto al argumento. Fue precisamente «aquel que puede ver» el menos capaz de captarlo todo. A este respecto, se me ocurre un verbo: «vislumbrar», pero habría que ver a quien se le adjudica…. Yo lo tengo claro; quien me lea, quizá dude…
Por su parte, Helia y Tonka permanecieron tranquilos junto a sus compañeros de vida, incluso pese al ruido de los disparos. Quizás los perros vean mucho más allá de lo que los humanos podamos imaginar, ya que son la consagración en carne y hueso de la palabra «lealtad».
Doy por finalizada esta crónica inusual, con la esperanza de haber puesto la riqueza de la diversidad de manifiesto.
Elenco
Alejandro Chaparro, José Cobertera, Víctor de la Fuente, Jota Haya, Samy Khalil
Álvaro Quintana, María Romero, Mateo Rubistein, María Valero, Cristina Varona
Dirección: José Luis Arellano García
Iluminación: Paloma Parra / Escenografía y vestuario: Silvia de Marta
Movimiento escénico: Andoni Larrabeiti / Caracterización: Sara Álvarez
Videoescena: Elvira Ruiz Zurita