ROSARIO DE ACUÑA: RÁFAGAS DE HURACÁN
Autora: ASUNCIÓN Bernárdez
Dirección: JANA PACHECO
Toda poesía tiene su lógica, también la de la ubicación de los nombres. La Sala Mirlo Blanco se eleva desde las calles de Lavapiés hasta lo más alto del edificio del Teatro Valle Inclán. Resulta un lugar recogido y acogedor, propicio para la investigación, para la exhibición de pequeño formato. Las semillas suelen ser diminutas, si la perspectiva se aleja del potencial que contienen. Desde lo alto de un palomar, por lo tanto, los seres humanos pueden simular alpiste. Esta sala es una plataforma desde la que alzar el vuelo.
Llegué la primera y de incógnito. Me gusta entrar así, que me acojan de este modo las transformaciones de los espacios escénicos. La impresión fue contradictoria, una invitación a sumergirme contra la sospecha de una amenaza, de algo aparentemente ingrávido que se nos viene encima y que es capaz de sepultarnos. El transcurrir constante del sonido, contra la imagen congelada. Suspendida en el aire, gracias a la ingeniería artística de Alessio Meloni, una ola de espuma recogía como un entramado de espejos mi presencia y la llegada del público, que se iba sumergiendo en la bienvenida acústica propuesta por Gastón Horischnik y en la húmeda neblina que impregnaba el ambiente. Parte de la responsabilidad en este efecto, entiendo que la tenía la iluminación de dicha instalación escenográfica, que bien podría considerarse una escultura en sí misma. Iván Martín, se había encargado del diseño de luces.
Curiosamente, dos imágenes se construían al unísono en mi mente, pugnando por alcanzar un lugar preferente y destronar a la contraria: la de una bañera llenándose de agua y la del mar embravecido, la cresta de una ola cuya envergadura sería capaz de cubrir casi por entero la sala. Es decir, lo humano contra el poder salvaje de la naturaleza, lo cotidiano contra lo excepcional y transcendente. Pensé en el inexorable paso del tiempo contra la voluntad férrea del rescate de sus tesoros, tras el naufragio de la Historia.
En esa espera algo mística, previa a la palabra escrita que por fin se comparte, observé a dos de mis vecinos, sentados ya en sus butacas respectivas. Portaban bastones largos y blanquísimos, extensiones del ser que busca un aliento cálido que le sirva de guía. Había varias personas invidentes entre el público, me hubiera encantado entrevistarlas al terminar la función. También una de las actrices es invidente, Lola Robles, la puesta en escena apostaba por las capacidades diversas. Por otro lado, la figura histórica que nos había congregado allí, Rosario de Acuña, tuvo graves problemas de salud que afectaron a su vista durante una larga época de su vida. Todo un acierto, representar de forma tan fidedigna. Esta dimensión social tenida en cuenta, es un logro achacable a Jana Pacheco, directora del montaje, quizá también a Gabriel Fuentes, su ayudante de dirección, del que parece ser nunca prescinde. La puesta en escena, en la que la dirección del único actor del montaje y del resto de actrices constituye el verdadero latido del espectáculo, resultó de una belleza extraña y nueva, mezcla de estética e intelecto a partes iguales, pero abonada en todo momento con reflejos de vida vivida, con palabras y gestos en los que identificar lo nuestro, lo de siempre, lo humano. La coreografía de movimientos que iban dibujando los personajes, tanto cuando se limitaban a ocupar el escenario como cuando ascendían por las escaleras que dividían el patio de butacas, estaba preñada de poesía, de reminiscencias: una tormenta en la que los caminantes luchan contra el viento, una mujer que alcanza una cima y enarbola una bandera oscura con lo que antes le protegió del mal tiempo. -Xus de la Cruz, se ha encargado de la asesoría del movimiento.- Del mismo modo, aparecían diseminados por los setenta y cinco minutos de función una colección de gestos pequeños y significativos, como el de alimentar a un proyecto de granja de gallinas que cobra vida sobre la tela de una falda, como el de anotar reflexiones o pensamientos dibujándolas con un dedo sobre la propia piel o sobre otras pieles; como la comunicación aparentemente imposible entre una mujer del pasado con jóvenes de ahora mismo, habitantes de un futuro que la primera solo logró imaginar. Cuestiones existenciales comunes, huellas indelebles que nos conforman como seres de carne y de espíritu. En la obra se plantea este paralelismo temporal, muy bien resuelto a nivel de dirección, de una forma sencilla y hermosa.
El trabajo actoral es de conjunto. El único actor –Pablo Sevilla- cumple su cometido, desviando el foco hacia el personaje protagonista, que se desdobla en mujeres de edades diversas: todas las actrices –Mariana Carballal, Lara Fernán, Beatriz Llorente y Verónica Ronda- interpretan a Rosario de Acuña, además de a otros personajes de nuestra época actual. Tan solo Lola Robles sirve de nexo, de unión, permaneciendo encarnada en esa mujer fuerte, valiente, lúcida, con humor, cuyo rastro se ha pretendido borrar. Una mujer que nace en el seno de una familia de rancio abolengo aristocrático, y cuya evolución podemos observar a través de esa reencarnación sucesiva en cada actriz del elenco. Una mujer de otro siglo preocupada por “la socialización de la tierra, la equivalencia de derechos y deberes entre las mujeres y los hombres, el acabamiento de todo poder dictatorial (responsable o no), de todas las dinastías.” Una dramaturga de éxito, que fue censurada y que se obsesionó con que esa obra silenciada suya tuviese por fin voz. Una intelectual y una mujer de acción, empeñada en el impulso de “las ciencias positivas con su metafísica de la razón que ha de levantar a la especie humana en un plano superior.” Yo también he estado indagando, y he encontrado el texto homónimo de Rosario de Acuña del que está extraído el subtítulo de la obra: Ráfagas de huracán. Pura emoción lo que provoca su lectura, aunque haya pasado el tiempo. Habrá que seguir escavando, leyendo.
Me está malacostumbrando con la selección de sus temáticas, Jana Pacheco, esta jovencísima y talentosa directora: siempre acierta, siempre interesa. Hace nada, nos acercó a mi querida María Zambrano y a su razón poética, que sigue de gira, alumbrando tumbas. En esta ocasión, las ráfagas bien podrían ser torbellinos a favor y en contra de la censura, vientos que nos sorprenden con la ingenuidad suficiente como para dejarnos arrastrar hasta estos tiempos distópicos, habiendo perdido en el camino libertad de expresión, que es el impulso certero que levantaba el ánimo de las librepensadoras de entonces, que todavía levanta el de las de ahora, empujándolas hasta el compromiso social y político. Parece ir en sus propuestas Jana Pacheco siempre un paso por delante y, sin embargo, extrae sus hallazgos de las capas profundas de la Historia, de los sedimentos más valiosos: tesoros humanos cubiertos de olvido, mujeres que fueron relevantes en su época y que, posteriormente, han sido injustamente olvidadas. Tanto Jana Pacheco como Asunción Bernárdez -la autora de este texto que se ha tenido que adaptar debido a su extensión-, parecen empeñadas en esta labor arqueológica sobre nuestro patrimonio cultural, labor necesaria y digna de agradecimiento. Como directora del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense, Bernárdez lleva tiempo en la búsqueda de modelos históricos en los que las nuevas generaciones puedan encontrar inspiración, ese alimento para la lucha social activa que es lo utópico. Pone en boca de Rosario de Acuña inquietudes que bien pudieran ser las mismas que las de los jóvenes y las jóvenes de ahora, con respecto al capitalismo y al sistema de bienestar; a la mencionada censura, abalanzándose sobre el momento histórico actual como un fantasma. Eran más libres los juglares y bufones de antaño que los artistas de ahora. Alcemos entonces las voces, hagamos lo propio.
Esta obra está incluida en el ciclo “En letra grande” del CDN, dedicado a grandes figuras de la escena española que no han sido reconocidas por la Historia, como Maria Teresa León Goiry, María Lejárraga, Halma Angélico (Maria Francisca Clar Margarit) y nuestra ya admirada Rosario de Acuña. Salve a todas ellas y larga vida en nuestras memorias, que fluyan como savia nueva por los conductos de nuestra sangre. Sea.
Crónicas
MJ CORTÉS ROBLES
Imagen
© Fotos de: marcosGpunto