Anastasia
La historia de la princesa Romanov
Beatriz Velilla
Confieso que no tenía grandes expectativas cuando llevé a mi niño a ver el musical Anastasia, a pesar de haber triunfado recientemente en Broadway, o precisamente por eso. Una súper producción basada en la famosa película de animación de la Fox para una republicana amante del teatro mínimo (no en calidad, pero sí en presupuesto) que hace con su compañía, _¡como tantas compañías actuales!_, y con un pequeño de edad pre-escolar que no quería “ver un teatro de princesas”, era un gran reto de inicio de curso.
Emblemático teatro Coliseum de Madrid. La primera en la frente. Fue absolutamente maravilloso. La historia de la princesa Romanov que viajó desde San Petersburgo hasta París en busca de su abuela, y de su identidad, cautivó a la sala entera.
Adivinamos al ver este musical la complejidad del proceso de traducción y adaptación del libreto para mantener el espíritu del texto original, de Terrence McNally. Roger Peña y Zenón Recalde han sido los encargados de esta ardua misión: “Ser fiel al texto, ser fiel a la rima, ser fiel a la partitura, que es lo más complicado…”. Al traducir las canciones se han encontrado, además, con la dificultad de que “el castellano es mucho más largo que el inglés” y “solo hay una solución que es [dedicarle] muchas horas”.
La puesta en escena es espectacular, la interpretación de la veintena de actores, magistral. Una espléndida orquesta representa en directo los temas musicales creados por Stephen Flaherty y Lynn Ahrens, compositor y letrista, respectivamente, de la banda sonora tanto del musical como de la película de animación.
Y el derroche sensorial no es solo artístico, el despliegue tecnológico te deja también sin aliento: elementos escenográficos giratorios, pantallas Led de gigantes dimensiones, iluminación cuidada sin límite.
La idea de que “nunca es tarde para volver a casa” caló hasta la última de las butacas.
Quizás excesivamente largo, eso sí. Claro que los vendedores de palomitas y chuches del mismo teatro tenían que justificar su empleo. Pero por lo demás, un acierto.
Jana Gómez e Íñigo Etayo están estupendos en sus papeles de princesa y ladrón, que tanto gustan a los niños y al que tanto nos han acostumbrado a los mayores en las monarquías actuales. Cada actor y bailarín, secundario o no, hace grande el espectáculo logrando una coherencia narrativa y una unidad artística mucho más grande que la suma de sus partes. Gran trabajo de equipo bajo una acertadísima dirección escénica de Darko Tresnjak.
Una delicia también el vestuario, diseñado por Linda Cho, que nos transporta cuidadosamente de Rusia a París en los principios del siglo XX.
Una historia humana y cercana, de zares y bolcheviques, emperatrices y rufianes, un cuento de desigualdades y de búsquedas, y por ello, precisamente, tan revolucionariamente contemporáneo. Muy recomendable.
Hasta siempre, camaradas.
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Beatriz Velilla
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