CRÓNICA DEL Teatro Fernán Gómez

MONSIEUR GOYA

Autor: SANCHIS SINISTERRA

Directora: LAURA ORTEGA

Elenco: Alfonso Delgado, Inma Cuevas, Alfonso Torregrosa, María Mota, Andrea Trepat, Fernando Sainz de la Maza y Font García.

Por MJ Cortés Robles

Indagar, es lo que realmente moviliza a Sanchis Sinisterra. Se ha pasado la vida investigando, no la concibe de otro modo. Es un hombre con una curiosidad insaciable, que sabe que no sabe, pero lo sabe mucho y lo sabe bien, por eso aprende y enseña. Maestro de generaciones sucesivas, va creando escuela allá por donde pasa. Hace tiempo que vive en Madrid. ¡Menuda fortuna para los que pueden acercarse a su legado directamente y verle pensar en vivo y en directo! Porque sus reflexiones se ven, se adivinan en sus silencios, tras su discurso, y son tremendamente teatrales. Es hombre de teatro, hasta la médula. Utiliza el juego, juega constantemente, incluso consigo mismo. Establece reglas tan solo para romperlas, para experimentar procesos, no busca resultados.

Las Pinturas Negras de Francisco de Goya obedecen a un impulso similar, a una indagación entre lo oscuro, sobre lo que está por desvelar. Casualmente, su segundo apellido -el de Goya- era “Lucientes”, como si estuviese  ya desde la cuna predestinado a iluminar, a acercarnos a los ojos la antorcha de la lucidez cuando la negritud mantiene un cerco en derredor de la vida vivida, al final de la misma. “El sueño de la razón produce monstruos”, es la leyenda de una de sus pinturas de esa época, durante la cual trabajó en La Quinta del Sordo. El misterio es el alimento imprescindible de todo hecho artístico, de él se nutre y a él regresa, tras el viaje alucinatorio.

La directora de este montaje estrenado en el Teatro Fernán Gómez, Laura Ortega, nos propone una fantasmagoría metateatral en la que prima lo sensorial  y destaca el humor, por encima de la lógica y la narración de los hechos. Se impone la ruptura de las normas artísticas, en esa persecución de la belleza entre las sombras. Son trazos gruesos o sutiles sobre un fondo de videoescena, que nos traen y nos llevan de lo contemporáneo a aquella época de la Historia, pero siempre en busca de la perspectiva del pintor, de Monsieur Goya, desde lo que su mirada plasmó en sus pinturas. A este ángulo de visión vienen a unirse los que Sinisterra ha imaginado para el resto de sus personajes, referidos siempre al objeto de estudio, a ese ser excepcional que logró pintar de esa manera. Nada es cierto ni todo lo contrario, son posibilidades basadas en las huellas artísticas, considerando lo que tienen de humano y respetando lo hermético de la genialidad, llegado a un punto.

La duda constante, junto con el manejo del tiempo escénico, le ofrece al público la posibilidad de que el instante ya vivido regrese en reiteradas ocasiones. Esta formulación de los recuerdos es ejecutada sobre el escenario por los actores de forma impecable y es un guiño a la alegría, un juego. También lo es la ruptura de la cuarta pared para conversar con el público, así como los cantos tradicionales  en primer término del escenario. El autor nos acompaña cual maestro de ceremonias atormentado por la incertidumbre, pero enamorado de ella al mismo tiempo, dispuesto a descorrer los velos que empañan la figura de Goya, aunque la deformidad asome entre las telas junto a nuestro extrañamiento. Entonces Laura Ortega nos regresa a la risa y al agua, a las canciones, a los brazos del hombre que hay en el interior del genio, a sus amigos, a su familia. Nos identificamos, de nuevo, y le seguimos, inocentes, hasta la siguiente puerta cerrada, como niños dispuestos en fila india para asomarse a lo que hay detrás, a lo que les espera.

Esta ausencia sobre el escenario de Goya como personaje, este andar desaparecido durante la función del verdadero protagonista, es tan magnética como inquietante, y resulta precisamente el motor de la obra, el tema que la atraviesa de parte a parte. Nuestra incapacidad para abarcar  su figura como artista y como ser humano, nos proyecta hacia la inmensidad, nos libera de la concatenación de los instantes. El advertir desconocimiento es sabiduría.

Otros temas surcan este vacío existencial poblado de realidades y delirios, encarnándose en mujeres y hombres valientes, comprometidos en luchas políticas y sociales, unidos en esas batallas por la libertad. El exilio, ese estado forzoso de melancolía lejos del lugar en donde se pretendía pasar el resto de la vida, es tema recurrente a lo largo de los tiempos, de plena actualidad.

Pero la plasticidad de las imágenes proyectadas en contraste con los cuerpos de los actores y actrices -en movimiento o congelados-  lo inunda todo, e invita al público al despliegue de todos sus sentidos, a obviar la lógica y a sumergirse en un río de matices, de silencios dibujados, de ecos contra el olvido.

Además de los encuentros con el público y de La exposición de arte contemporáneo “El sueño de la razón”, en el Centro Cultural de la Villa se programaron paralelamente actividades de participación, como el taller de artes escénicas Pintar con la mirada, o la proyección del documental Oscuro y Lucientes de Samuel Alarcón.

Todo esto fue, se hizo, se posó en nuestra memoria. Que no desdibuje el tiempo este homenaje a Goya y a sus pinturas negras, así que pasen otros doscientos años.

Próximamente, versión papel del ejemplar 5

Música y el espacio sonoro:

Suso Saiz

Videoescena:

Daniel Canogar

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