Crónica
DAIMON...ese obscuro objeto de deseo...
Matarile Teatro
Todas y todos debiéramos tener uno de esos Daimon, que propone Matarile, bien dentro, en las entrañas, agarrado muy fuerte a ellas.
Porque si Daimon estuviera entre nosotras, otro gallo nos cantaría.
Porque Daimon es la ternura contenida, los mil pedazos de un corazón de artista roto por miserables sin consideración artística alguna y que por desgracia son los que manejan el cotarro cultural en el que perecen los Daimon.
Daimon es la lucha contra la mediocridad, el avance lento de la muerte del teatro en todas sus significancias e insignificancias.
Daimon no está, ni se le espera por desgracia, ni entre la alta alcurnia cultural ni tan siquiera, en la mayoría de las gentes del teatro.
Me gustaría ser crítica de verdad, de esas que no dejan títere con cabeza, de las que asumen la crítica como baluarte para desprestigiar, pero ante este trabajo de Matarile me rindo, me resulta imposible ponerle una pega. Quisiera no caer en la trampa del “buen rollismo” pero no puedo. Caigo irremediablemente ante la ternura del dolor.
Tuve la suerte de asistir a un ensayo de “Daimon y la jodida lógica” y pensé que, a lo mejor, ya no era necesario repetir el día de la función al que iba a asistir porque contaba con quedarme satisfecha. Pero en cuanto salí del ensayo, mientras caminaba por la calle, decidí que tenía que volver, que quería revivir de nuevo aquella sensación inigualablemente teatral y que pocas veces ocurre: tener ganas de llorar, de gritar: ¡tenéis razón, joder!
Asistir a esta función me hizo preguntarme una vez más: ¿Cambiará algo el mundo teatral después de esto? Debería…pero lo dudo.
Así, Daimon, se quedará en la utopía descrita por Ana Vallés. En el lugar secreto y profundo de los escenarios, atravesado por la historia de los que lucharon por cambiar las formas y los discursos: Pina, Kantor, Artaud…y que sobreviven en contadas ocasiones, machacados por el “infulismo” los “egos atronadores” y las “circunstancias proclives a la apariencia” más que otra cosa.
No voy a destripar nada, Daimon hay que verlo, sentirlo y de nada vale que me ponga a contar de qué va porque, de lo que va, es precisamente de sentir aquí, allí. Hic et nunc, ¡maldito seas!
De las múltiples imágenes que podría elegir de “Daimon y la jodida lógica”, me quedo con aquella en la que las bailarinas se doblan hacia atrás, parece que se caen, viciadas por la danza, pero una mano, la metáfora de esa que todo lo recoloca siempre desde un plano superior, las va poniendo de nuevo en pie, intentado que se mantengan erguidas, en el camino correcto. Pero ellas, indisciplinadas, se vuelven a doblar, como el junco que no se rompe, reivindicando el lugar correcto, aunque parezca complicado a los ojos de los otros. Esa metáfora, como muchas otras de este trabajo, bien podría formar parte de la resiliencia como defensa cultural (La Resiliencia es un bonito vocablo y muy de moda por eso lo uso. Pero, aún más hermoso es su significado).
Las bases físicas se entremezclan con las verbales y así, Ana Vallés conspira desde la intertextualidad modificando a cada paso el mensaje, dándole la forma adecuada para atrapar al espectador/a en el mundo opresivo del teatro y, al mismo tiempo, salvador de una sociedad determinada e indeterminada.
Un catálogo de personajes desfila desinhibido por el escenario, como si el final del mundo teatral acabara de producirse y sólo nos quedara la magia escénica. Y Daimon por ahí, pululando a sus anchas.
Ajenos al superfluo mundo que los rodea, Ana Vallés y Baltasar Patiño, sol y sombra de la compañía Matarile, son dos personas amables, sinceras y tremendamente tímidas que parecen no ser conscientes del poderoso trabajo que hacen. No es que no se den cuenta, es que no alardean de ello, quería decir. Y te explican, sin tapujos, los difíciles momentos que atraviesa la cultura, los festivales, el teatro y por lo tanto, lo complicado y valiente que es sacar adelante semejante producción.
¡Me alegra que sigáis resistiendo, compañeros!
En pleno siglo veintiuno estamos aún a años luz de un avance real en el teatro y la danza contemporáneos. Es cierto, es tan cierto que produce sentimientos encontrados con las artes escénicas.
Una vez más, salgamos del teatro sonrientes, felices por haber sido espectadoras de un trabajo magnifico, lleno de dolor y que aúlla ante nuestros ojos. Aún así, no hagamos nada, no movamos un dedo. Al fin y al cabo: el espectáculo debe continuar. ¡Mierda!… ¡Mucha mierda!