Crimen & telón
Texto: ÁLVARO TATO | Dirección: Yayo Cáceres
Composición y arreglos: YAYO CÁCERES, JUAN CAÑAS Y MIGUEL MAGDALENA
Reparto: JUAN CAÑAS, ÍÑIGO ECHEVARRÍA / JACINTO BOBO, FRAN GARCÍA, MIGUEL MAGDALENA Y DANIEL ROVALHER
Idea original y creación colectiva: RON LALÁ
Colaboración especial (voz off): ANA MORGADE
Cómic e ilustraciones: OSCAR GRILLO
CRÓNICA DE Teatros del Canal
El mejor programa de teatro que he tenido entre las manos luce ahora en la pared de mi apartamento, por encima del cuadro oscuro y silencioso de mi televisor. He colocado dos programas de mano juntos -uno por la portada y el otro por su envés- como alternativa al electrodoméstico apagado. Mientras redacto mi artículo estoy sentada de cara a esa pared, frente al ordenador, pues una única mesa me sirve en todos los supuestos que requieran su uso. Si me paro a contemplar el conjunto, se me antoja una instalación artística en sí misma. Hoy la disfruto, quizá mañana arranque las hojas con desidia o me deshaga de una vez por todas del aparato infernal que pretende sin éxito deslumbrarme… De momento, este hecho me invita a continuar fantaseando con una distopía propia del cómic o de la ciencia ficción, la que se representó la otra tarde en la Sala Roja de los Teatros del Canal: “Ciudad Tierra. El Teatro ha muerto.”
Y ¿por qué tacharla de ciencia ficción o fantasía? Es probable un suceso real con esos mimbres. ¿Desde cuándo nos vienen advirtiendo del advenimiento de tamaña noticia? Sin embargo, el Teatro parece sobrevivir a este lado del espejo, aunque para ello tenga que cambiarse de máscara o de disfraz, rendir pleitesía a los poderes fácticos, traicionar su ética y su estética, transformarse en un sucedáneo de sí mismo, falto de formación en su base y nulo energéticamente, sin capacidad de comunicación. El teatro enferma, a veces, se torna famélico y superficial, o grandilocuente y fantasmagórico. Mi teoría es simple: cuando esto ocurre, está falto de Misterio. No creo que este Arte pueda prescindir de lo incomprensible, es más, creo que el Arte en general está abocado a indagar en esto, en la transfiguración del acto poético; sin embargo, el esfuerzo de comunicación ha de ser siempre mayor que la complejidad del mensaje.
Símbolos. Las alas del limón de Ron Lalá seguramente tienen que ver con la energía que precisa el vuelo; querrán referirse, sin duda, a esa imaginación ácida que, mezclada con otros jugos, embriaga por calmar la sed, provocando más sed. La adrenalina y su resaca. El viaje. ¿Qué es la Vida sino una alucinación que nos transporta hacia la Muerte? ¿Qué es el Arte sino un síntoma, producto de ese viaje? El Arte Teatral es un paralelismo mágico al cual podemos reaccionar sin peligro, pues, aunque nos afecta, no nos atraviesa. El Teatro es ofrenda de más Vida que se recrea en un sueño compartido, acción creativa que se consuma en los márgenes del tiempo. La clave es la poesía, la llave del Misterio. ¿Qué abre con acierto la Caja de Pandora? Todo ritual se vale de la palabra.
Por eso, tanto Álvaro Tato como Yayo Cáceres como el resto de “ronraleros”, se empeñan en tener su propia cosecha, de palabras. El campo del lenguaje para el que lo trabaja. ¿Cómo, si no, enfrentarse a la Historia de la Literatura y hacer un recorrido relevante entre los dramaturgos con acierto? Hay que adquirir conocimientos y, a veces, tiene que ser de esta forma, interactuando con el objeto de conocimiento, escribiendo, actuando. “Ser o no ser”, he ahí la cuestión. Esto es fácil de exponer teóricamente, pero requiere coraje por encima de todo, además de talento. De estos dos ingredientes no les falta a los componentes de esta compañía kamikaze, que se lanza de cabeza a proyectos gigantes, en cuanto a su concepto. Por el contrario, el público recibe sus espectáculos como si de un caramelito se tratase, desenvuelto ya del celofán, para que no moleste el ruido. Al público en general les entusiasman, aunque es cierto que van ya preparados para entusiasmarse, la fama es lo que tiene, que renta y amedrenta, según como se mire. Ron Lalá ya cuenta con ella, con la fama, ahora tiene que estar a la altura del “más difícil todavía.” A mi entender, no se han quedado cortos en este intento -como digo-, sino todo lo contrario.
La figura poliédrica del montaje de Crimen y telón se abre a cada paso sobre sí misma, ante la mirada atenta de los espectadores, que disfrutan como niños intentando no quedarse fuera de juego, cumplir las reglas, no perder de vista el objetivo. Ha habido un asesinato y hay que descubrirlo, pero también hay que descubrir quién es quién, y qué cosa sea cada cosa. Filosofía pura, solo que como ingrediente de un gustoso guiso. Es cierto que hay que haber leído, estar cultivado, tener afición por la farándula y todo eso, para no perderse ni un solo chiste, para carcajearse a gusto de todos y de todo, hasta de nosotros mismos, los espectadores, incluidos en la acción e interpelados a cada instante como personajes activos. Pero incluso los neófitos salen atónitos y admirados de la experiencia artística, lo comprobé conversando después con mi acompañante, al que había observado durante la función. Seguro que muchos que no saben quieren saber después, y puede incluso que unos cuantos hagan el esfuerzo de enterarse mejor para la próxima, esperemos que sean más cada vez. Porque hay una vocación muy clara en la compañía y en su director, Yayo Cáceres: la docencia. No se trata de aleccionar, pero sí de que no se pierda nuestro bagaje cultural, de acercar la cultura de este modo lúdico a todo tipo de público.
Es de admirar, pese a ese empeño pragmático, la esplendorosa belleza de algunos de sus momentos sobre el escenario, precisamente de esos momentos donde queda patente ese Misterio del que hablábamos y sin el cual el Arte -repito- enferma. Mencionaré como ejemplo la aparición y el discurso de Laurencia, oscuro y blanco al mismo tiempo -aunque se nos antoje imposible- reivindicativo y actual, enorme. Describiré también -si soy capaz- la estela del manto de sangre que arrastraba el fantasma de Hamlet, sediento de venganza, girando su cabeza ausente de rostro, con un “no” tenebroso por respuesta. Traeré a colación el truco de magia que hizo desaparecer el cuerpo del delito ante nuestros propios ojos cuajados de risa y de inocencia… Tanta poesía en el texto como en la puesta en escena. El escenario simulaba eso mismo: un escenario; pero teníamos al foro las candilejas, aunque el público, estaba aparentemente situado a partir del proscenio, cara a ese mismo escenario. Ese espejismo cobró sentido cuando nos dimos cuenta de que la ficción rodeaba al público, se nos incluía en un círculo, que es semejante a la medida de lo exacto.
La disciplina artística más exacta es la música. Estaba no solo presente entre la utilería y en manos de los intérpretes, sino que se utilizaba como herramienta principal para desentrañar el enigma y como guía para el disfrute general de los presentes. Todos los componentes de Ron Lalá son músicos. Esta condición, requisito heredado de otros tiempos en cuanto a la dedicación farandulera, les convierte en conductores certeros hacia lo sublime en el Arte. También hay música en la palabra, ellos lo saben, ¿qué es una voz sino sonido que brota de un alma? Alma, eso tienen los espectáculos de Ron Lalá, por eso sorprenden. Poco importa definir el tema, especificar que el “Metateatro” sea la base del discurso, o sea la excusa perfecta para hablar de nuevo de la Vida, del Arte y del ser humano en sí mismo. Importa lo que de este intento trasciende.
Tengo que escribir también sobre la técnica, no puedo obviarlo. Resulta un gusto teatral el trabajo de sus actores, tanto de los ya mencionados como del resto. Dada su apuesta ocasional sobre el escenario con esta obra, pudimos comprobar los numerosos recursos a la hora de crear los personajes, utilizando estilos diversos al interpretarlos, composiciones corporales y códigos expresivos que tenían que ver tanto con la Historia del Teatro como con la otra historia “menor” que venían a narrarnos, con los acontecimientos “aquí y ahora”. Podríamos decir que los allí presentes nos calzamos un “Master en Técnicas de Teatro Aplicadas e Historia del Teatro”, si existiese esa nomenclatura y pudiese adquirirse tal título a través de estos medios, que no es el caso. Y para ello, para aprender lo necesario, tuvimos que asombrarnos, emocionarnos, reinos y, por último y lo más primordial, salir de la Sala Roja de los Teatros del Canal meditativos aunque alegres, pese al crimen.
Me surge del archivo no virtual otro momento del espectáculo significativo: una rémora del cine de ciencia ficción. A mí no me supuso tan solo una referencia más de tantas como se incluyeron en el texto, tanto del cine como de la literatura -en concreto, del cine negro y de ciencia ficción, así como de la novela negra-. Este momento que digo se me sobredimensionó, supongo que porque amo “La Guerra de las Galaxias”. La acción escénica era la siguiente: dos personajes en escena esgrimiendo los haces de luz de sus linternas a modo de espadas laser, enfrentados y contrarios, pero ladeando el ataque cada cual para permitirse observarse, escucharse, darse una oportunidad, no dañarse, mientras que dialogan. No voy a ponerle nombre a esta acción, a su significado. Tanto en la Vida como en la Muerte, como en el Arte, siempre nos quedará el Misterio.