Tardes con Colombine

Dramaturgia: CARMEN SÁNCHEZ MOLINA

El preámbulo de los múltiples acercamientos a la plenitud

Dirección: JUAN CARLOS TALAVERA

CRÓNICA DE TEATRO NUEVE NORTE

A los dieciséis años fue conquistada con cartas de amor Carmen de Burgos por un periodista que dirigía la revista satírica Almería Bufa. Este hombre que le doblaba la edad (causa por la que el padre de la señorita no asistió a la boda) contribuyó a la primera emancipación de Carmen, la de caminar sola hasta el altar para huir del yugo familiar, primera ilusión de independencia de la mujer de finales del siglo XIX español. Los poemas de amor se extinguieron con el matrimonio, aparecieron las humillaciones, el ultraje, las traiciones del esposo. Entre las pocas oportunidades laborales de la mujer se hallaba la de maestra, y para esto se preparó a escondidas Carmen con la intención de opositar y huir con la opción del mínimo sustento que una profesión podía darle. En esta etapa perdió tres hijos, solo alcanzó ver crecer a María, con la que huyó en 1901 rumbo a Madrid a los treinta años; la niña apenas cuatro. No sospechaba que su definitiva emancipación estaba abriendo la puerta para el reconocimiento social de la mujer en España. Unos años después de su llegada a la capital se había convertido en un punto de referencia feminista, aunque aún esa palabra era sustituida por otra: marimacho. Ella misma escribió que no sabía si era feminista, que temía mucho un feminismo tendente a masculinizarla; por eso su labor fundamental se convirtió, más que todo, en liberar a la mujer vejada.

En los ambientes literarios conoció al veinte años menor Ramón Gómez de la Serna y comenzaron una relación sentimental. Iniciaron una confraternidad intelectual. Nació un intercambio creativo de almas eternamente inquietas. Pero a pesar de contar en casa con su fiel hermana Catalina, la ajetreada vida de Carmen, los quehaceres que la ocuparon como primera periodista profesional en España y en lengua castellana, la primera mujer corresponsal de guerra, el tiempo que ocupó en dar forma a tantas novelas (crónicas casi todas de una época, también las más cortas), treinta y tantas traducciones, ensayos, estudios literarios, cuatro libros de viaje por Europa y América, sus conferencias en la Sorbona y el Museo del Louvre, el interés por europeizar España, los mítines políticos en defensa de la República, de los derechos de la mujer, hicieron que el seno familiar no contara suficientemente con su presencia y, asistiendo a aplaudir una de las obras del ya exitoso Gómez de la Serna interpretada por su hija María, los sorprende amándose. Es este suceso, la traición de los más cercanos, el que da pie a gran parte de la fabulación que propone la autora Carmen Sánchez Molina, quien además es la actriz protagonista de Tardes con Colombine. Es así como presenciamos al diálogo entre la almeriense y Dolores, portera del inmueble donde vive la primera y personaje de una de sus novelas, La malcasada, a veces también la aparición necesaria de la hija de Carmen, María (su Maruja) y la efímera presencia de una vecina. Un retrato, según la propia creadora del texto dramático, en el que principalmente podemos ver las dos Españas de 1929.

Retratos es lo que permite el deslumbramiento, y deslumbrados es como nos deja la vida de esta guerrera militante de lo humano.

La dramaturgia no se ensaña, no es un “ajuste de cuentas”, siquiera con las instituciones que, se sabe muy bien, asediaron a la protagonista, prefiere mostrar la risa de Carmen (a carcajadas muriendo incluso). En la intimidad de su casa la divierten los cánones morales de esa sirvienta que va enseñando a leer. El montaje suplanta el dolor; haber nacido hembra ya era un peso con el que cargar. No se detiene en el análisis de una u otra injusticia, las muestra, las expone, amalgama datos; no intenta desentrañar los entuertos emocionales de un proceder arriesgado, casi temario para una mitad de siglo altamente mojigata, ni muestra los agravios recibidos desde aquella publicación del marido despechado en la revista que él mismo dirigía: Ahora en Madrid, no hace mucho, / se presentó una señora / con un talento, que dudo / que haya quien le eche la pata; / no te creas que me burlo, / ya ves tú si tié talento, / que colabora en El Mundo / Latino, en esa revista, / de que es Director Mendrugo. / -Madueño, hombre, Madueño. / -Es lo mesmo. -No seas bruto. / Ahora en las Flores cordiales… / -Son juegos florales, burro. / La han nombrado Secretaria / Generala, y tié un título / de Profesora de Letras / y les está dando por… -Estúpido / ¿qué es lo que vas a decir? / -Que está dando hoy más gusto / que la Teresa Jesús, / la Avellaneda, y te juro / que ni la Pardo Bazán / le gana a hacer verci-culos. Como lo anuncia el programa de mano, la puesta prefiere el “fresco”, no el estudio psicológico de aquella que parecía ser muchas mujeres en una, la magnífica mujer de la que solo una anécdota de su fatigosa y productiva vida podría dar pie al fomento de la creación.

¿Qué ocuparía la mente de una luchadora por la igualdad a la que le tocó traducir La inferioridad mental de la mujer? ¿Cuáles serían las disquisiciones al traducir que “la mujer no ha aportado nada al desarrollo de la ciencia y resulta inútil esperar algo de ella en el porvenir”, con qué temple pasó al castellano que “en los hombres poco desarrollados en la parte mental (un negro por ejemplo), se encuentran los mismos datos anatómicos hallados en el lóbulo parietal de la mujer”, cómo pudo expresar que el neurólogo y psiquiatra alemán pensaba que “una de las diferencias esenciales se encuentra ciertamente en el hecho de que el instinto desempeña un papel más importante en la mujer que en el hombre. […] De modo que el instinto hace a la mujer semejante a las bestias, más dependiente, segura y alegre”? ¿De dónde sacaba fuerzas para luchar con tino por el derecho a la separación del marido ganándose el mote de “la divorciadora”, derecho concedido sesenta años después? ¿Cómo enfrentó en casa la adicción de la hija? ¿Qué resultaría si se revisara concienzudamente aquella opinión suya sobre el daño causado por ese monumento de nuestra literatura que es El Quijote “porque el público comprendió más a Sancho que al Caballero de la Mancha y la novela realista moderna pensó que el mérito consistía en buscar sólo lo grosero, por lo que se entendió que era más real describir un crimen que un sacrificio, y con el deseo de epatar, se trató de producir terror y asco en lugar de emoción estética”? ¿Podrá alguien acercarse a su novela autobiográfica -como muchas de las que escribió- La mujer fantástica, para desmenuzar la mente prolija de esta fémina de un siglo donde parecían los hombres los únicos con pensamiento? Rubén Darío le escribió en una carta de 1911 lo grato de haberla hallado lo menos “literata” posible, que como escritora creía que ella no usaba medias sino calcetines. ¿Cómo asumía una mujer de letras llamarse a sí misma “Presidente” General de la Cruzada de Mujeres Españolas y de la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Iberoamericanas porque aún no existía la palabra “presidenta”? Sabiéndola corresponsal de guerra, ¿qué resultaría si tratásemos hondamente una sola idea suya extraída del artículo ¡Guerra a la guerra!, donde defendía el derecho de todo humano a negarse a matar? Si imaginamos el oasis democrático en que convirtió su casa con las tertulias de los miércoles, a las cinco en punto, luego los sábados, cuando fue desterrada a Toledo y disponía únicamente de los fines de semana, estableciendo que, de puertas adentro, la libertad de pensamiento sólo tendría como límite el infinito…

Todo esto, producto de la inquietud que genera Tardes con Colombine, plantea otra cuestión: ¿qué sucederá cuando logremos someter al deslumbramiento, cuántos temas emergerán y con qué profundidad los asumiremos si nos interesara un día viajar con esta pionera rumbo a la conquista de la justeza?

Crónicas

Por : ALBERTO MENÉNDEZ GARCÍA

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