CRÓNICAS DEL Teatro de la Comedia

ENTRE BOBOS ANDA EL JUEGO

Autor: ROJAS ZORRILLA

Versión: Yolanda Pallín

Director: EDUARDO VASCO

Creación y producción: CNTC y NOVIEMBRE TEATRO

Somos buscadores de oro, los espectadores que acudimos a espectáculos sobre textos de otros siglos, los directores que acometen el reto de traerlos hasta nuestra época y los actores que median en ese trance, poniendo en juego su oficio y su talento. Entre unos y otros, agujereamos la montaña de tradición teatral hasta dar con una beta de reluciente calibre que, al trabajarla con esmero, nos acaba ofreciendo el material deseado. Ya de por sí hay siglos calificados como áureos, dado el valor de su legado. No nos internamos a oscuras, por tanto, bajo los estratos acumulados de la Historia, sino que nos orientan potentes focos que señalan el camino, avanzamos con la seguridad de la recompensa posterior.

Mientras esperaba unos minutos a las puertas del teatro, en la Calle del Príncipe, vi llegar a Lorenzo Caprile, asombrosamente sobrio y discreto, si comparamos su indumentaria con el despliegue de imaginación y colorido que pudimos disfrutar unos minutos después, en el vestuario que este creador había ideado para la representación de Entre bobos anda el juego. Los allí convocados para asistir a un ensayo general, ingresamos en el Teatro de la Comedia hasta ocupar la totalidad de los asientos. Nos recibía un telón pintado -escenografía diseñada por Carolina González-, las afueras de un Madrid amurallado nos predisponía a una suerte de viaje en el tiempo.

Y el viaje comenzó con tintes de comedia de enredo, pero con reprobable propósito: una mujer fértil, en edad casadera, es ofrecida como mercancía viva al mejor postor. Reacciona horrorizada y, con el apoyo de su criada, pretende zafarse de esta imposición y elegir ella marido, guiada por el amor. No he llegado a comprobar qué importancia pueda tener la adaptación del texto que Yolanda Pallín ha llevado a cabo, pero lo que trasciende tras la función es muy interesante y actual. Aunque se nos antojen trasnochados ciertos temas, como «el sí de las niñas» -que nombraba Moratín en el siglo XIX-, seguimos luchando por eliminar la cosificación a la que están sometidos los cuerpos de las mujeres en el mundo. La trata de mujeres es una terrible realidad, también en nuestro entorno, en donde la prostitución es una práctica asumida como un mal menor; en donde los vientres se alquilan como si fuesen vehículos que ocupar durante meses, habitáculo que utilizar, sin carne y sin sangre, sin emociones, sin dolor, sin daño.

Pero regresemos a la comedia, que nos ponemos intensos, y ni siquiera el cinismo que sobrevolaba sobre las cabezas pensantes de algunos personajes llegaba a tener ese peso específico, antes bien aligeraba el trasfondo y nos provocaba la risa… Experto en esto de hacer lo que le da la gana con el estado de ánimo del respetable es Arturo Querejeta, que arrancó las primeras carcajadas al público, recién iniciada la función. Así que estuvimos hora y poco felizmente perdidos en los enredos, tras abandonarnos así a la cadencia juguetona de estos versos de Cabellera -Querejeta, el gracioso- y de otras oleadas de palabras musicales que alcanzaban nuestros oídos. Nos desternillamos cada vez que Antonio de Cos hacía acto de presencia travestido en mujer barbuda, sobre todo cuando su personaje -Doña Alfonsa- fingía un vahído y se estrellaba contra el suelo con técnica depurada. Y es que todo era puro teatro, también el rol que los personajes tenían que desarrollar en el reparto de papeles distribuido por el supuesto «bobo mayor del reino», Don Lucas -brillantemente interpretado por Jose Ramón Iglesias-, el figurón, pero un figurón atípico, que sabía lo que se hacía, que manejaba al resto de personajes, y que, sobre todo, se percataba en todo momento de lo que estaba ocurriendo, por mucho que quisiesen disfrazárselo. Este rasgo del intelecto despierto del figurón frente a la bobería ejercida en distintos niveles por el resto de personajes, es una distinción valiosa que eleva a esta comedia al uso de las de de capa y espada a una categoría que se escora de los esquemas establecidos por la crítica. Continuamente Don Lucas nos interpela directamente para señalarnos que «entre bobos anda el juego» y que lo sabe. De este modo pretende que nos esforcemos en identificarlos y que le dejemos a él fuera del ranking. Si bien es cierto que ambas mujeres, protagonista y criada -Isabel Rodes y Elena Rayos- , no andan faltas de ingenio ni de rebeldía, no es menos verdad que el enamoramiento las atonta, aflojando su voluntad y nublando su entendimiento. El marido que gana la pieza, no es un ideal de marido, no se ha comportado en todo momento como debiera, sino que también se ha movido por intereses. Quien determina la que ha de ser la moraleja es precisamente el figurón, tras cabalgar a lomos del equívoco en la oscuridad adversa. Es Don Lucas del Cigarral, el que concluye, alertándonos de que es el dinero, sin duda, el que menea el mundo, la vara de medir, el juez de los triunfos y de los fracasos, también en el amor.

En el intervalo, antes de llegar a ese final de vaticinio irónico, pude disfrutar de cerca las bondades de un elenco entregado, talentoso y bien dirigido, que lo mismo nos cantaba que se subía en un caballo de madera. Estos recursos del guiñol que Eduardo Vasco no dudó en utilizar, añadían cualidades de juego y de disfrute a la dimensión meta-teatral que, como se ha apuntado anteriormente, el montaje consigue. Para actualizarlo aún más, si es que cabe en un texto que de por sí ya nos refleja, resultaron eficaces los recursos gamberros de la música actual y de las gafas de sol; del tango que se marcaron bobo y boba, escenario arriba… Antes de iniciarse la función, ya se nos advertía de la convivencia de dos mundos dispares llamados a encontrarse, el del Siglo de Oro y el nuestro. ¿Cuál era esta señal? Muy sencilla: la presencia en escena de una guitarra eléctrica, en espera de unas manos capaces de hacerla sonar. Esta ruptura del engaño al que nos somete la ficción -aunque no sea del gusto de algunos espectadores, convencidos de la conveniencia de mantener ciertas formas tradicionales de representación intactas-, supone, en mi opinión, un punto de inflexión irreverente que aporta y clarifica, sin caer en lo simple, ya que está el humor de por medio. Me ha costado reflexionar de este modo -no crea quien me lee lo contrario-, he tenido que enfrentarme a mis propios prejuicios, desmitificar lo que hay en el arte de sagrado, ver mucho teatro, para darme cuenta de lo que supone repetir como un loro, no atreverse, en lo que a dirección y puesta en escena se refiere. Eduardo Vasco me ha pillado ya preparada para lo que venga, en este punto en el que me dejo llevar, libre de anacronismos, y luego valoro. Así que, puedo asegurar y aseguro que disfruté de la música, e incluso que canté con ellos por lo bajini. Y, sí, estoy de acuerdo con algunas de las letras, incluso muy de acuerdo: «No hay marido bueno». La crítica a la institución del matrimonio está servida y, de paso, a estructuras sociales y estamentos que aún la sostienen, y, si me pongo estupenda, al puñetero sistema sociopolítico y económico. ¿Qué eso es pensar muy lejos? Claro, ¿y por qué no? De eso se trata, es lo que me propongo, es lo que intento; cuanto más lejos, mejor. Gracias a estos artistas por provocarme el parto de esta crónica. ¡ Y larga vida al teatro en verso!

Este espectáculo con tintes de vodevil, creación y producción a la limón entre Noviembre Teatro y la Compañía Nacional de Teatro Clásico, estará en El Teatro de la Comedia hasta primeros de marzo. La que avisa, no es traidora.

Crónicas

Por MJ CORTÉS ROBLES

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