CRÓNICAS DEL Centro internacional de Artes Vivas NAVES MATADERO
LOS AÑOS DE LA FERTILIDAD
Por Evelyn Viamonte Borges
Acercarme a Naves Matadero para ver una propuesta escénica fruto de un proceso de investigación es un gusto preñado de grandes sorpresas. Investigar en artes escénicas abarca siempre una cuestión esencial que no se formula en alta voz, pero que subyace como especie de telón de fondo, pregunta ontológica que nunca cesa pues no haya su respuesta en lugar alguno (verbigracia en montaje alguno). Es una cuestión necesaria porque reivindica la propia necesidad de hacer teatro hoy, y cada día. Eso lo tiene claro Emilio Rivas, a cargo de quien ha estado la dirección de esta particular reflexión escénica, muy cercana a la autoficción.
Descubro en el programa de mano al menos tres grandes bloques temáticos que vertebran la investigación. El primero gira en torno al acto de procrear mirado desde un punto de vista filosófico y político, que arroja así interesantes cuestiones, tanto prácticas como metafóricas. «Fertilidad es una palabra importante» dice Emilio en el programa, «enmarca un período y una posibilidad». A partir de estas primeras reflexiones en torno a la decisión de tener un hijo y sus consecuencias, se comienza a desvelar todo el entramado de pensamientos del autor-personaje, y una cosa lleva a la otra. Del acto de procrear como gesto político al contexto de una España que parece apretar el cuello de los artistas, esos últimos disidentes en este mundo globalizado donde «salir al escenario es un acto de resistencia». Porque procrear es también definir una manera de estar en el mundo, una forma de posicionarnos política y filosóficamente. Pero Emilio quería «hacer teatro desde la alegría» y estos pensamientos que le acechan no le dejan mucho espacio; para ser feliz hay que estar satisfecho, Emilio, y tú querías «conquistar el mundo para una vez conquistado hacerlo un mejor lugar». ¿Cómo lo hacemos?
Me encuentro en el calor de la sala ante un discurso inteligente, con grandes contradicciones insolubles, grandes preguntas que no tienen una respuesta únicamente sino que obligan a quien las hace a elegir, y elegir es siempre desestimar una alternativa que pudo ser mejor, es estar siempre al borde de una encrucijada.
Por momentos la sala se llena de risas, algunas nerviosas, casi siempre cómplices, como si confraternizáramos desde nuestros asientos.
Y he aquí que llegamos al tercer gran bloque de ideas que como una cascada se han desparramado por la sala oscura llena de espectadores atentísimos que asistimos al teatro. Asistir en su doble acepción: porque el público está allí, asiste, y porque ayuda a que el acto tenga lugar. Siempre se comparte algo importante cuando asistimos a un acto escénico. Y es que en Los años de la fertilidad la investigación parece plantearse también la pregunta ontológica sobre el quehacer teatral y su función sagrada como «algo que aún no hemos perdido», explica Emilio en el programa de mano.
Veo esta propuesta como un acto escénico en el sentido de una acción que se lleva a cabo sobre la escena, de una reflexión escenificada y compartida; hay una intención de puesta en escena que abiertamente apuesta por la simplicidad y la desnudez; tanto por la sencillez de los recursos escénicos como por el trabajo actoral que transforma cuerpos en arquetipos para devolverlos otra vez al estado de cuerpos, despojados de la máscara personaje, cuerpos diegéticos, cercanos. El uso reiterado de proyecciones, tanto de imágenes como de textos, y esa voz en off que nos participa de los pensamientos más íntimos del autor-personaje generan y propician también ese espacio abierto y reflexivo.
Para hacer la crónica de mi vivencia aquella noche fría en el calor y la oscuridad de la sala he necesitado profundizar en algunos temas que me atrajeron de esta propuesta y que luego han seguido dando vueltas en mí como puertas posibles. Cuando el teatro se convierte en una posibilidad de cuestionamiento de todo lo asumido, de todo lo social y políticamente correcto, cuando al dejar la oscuridad de la sala te atrapa el deseo de caminar sola, de irte pensando en lo que te han dejado, como quien vuelve la mirada una vez más sobre lo ya visto y lo descubre de otro modo, entonces el teatro se vuelve necesario, cada vez más necesario. Rescoldos crepitan aún en el fuego del hogar. Gracias mil.