CRÓNICAS DEL Pavón Teatro Kamikaze
HERMANAS
(BÁRBARA E IRENE)
De PASCAL RAMBERT
SSalgo del Pavón Teatro Kamikaze. Acabo de asistir a un combate a muerte entre Hermanas. Bárbara e Irene. ¿Por qué me siento como si me hubiesen dado a mí una paliza? De camino hacia el metro intento controlar el desajuste emocional que me ha provocado la función. Me asaltan anuncios publicitarios, ya en los túneles: una boca desencajada junto a la palabra “velocidad”, unas monedas incrustadas en hielo… Al salir del vagón, la mujer que se cruza conmigo en sentido contrario, comenta en alto: “yo no soy feliz”. Giro mi cabeza para mirarla, pero se cierran tras ella las puertas, el tren inicia su marcha, cada cual sigue su camino. Todo alrededor tiene un matiz extraño.
Sé que una función es genial cuando me afecta hasta el punto de cambiar mi percepción de la realidad, dure lo que dure tamaña reacción -eso ya depende de mí, de sostener y manejar adecuadamente lo que me genera el ARTE-. Mayúsculas. Escribiría este texto con mayúsculas de principio a fin… Tendría que hacerlo, eliminar los signos de puntación, al estilo de Rambert, insuflar de algún modo vida a estas palabras que abandono aquí como a cadáveres sepultados bajo capas y capas de acepciones, esqueletos de algo que alguien dijo antes… No cabe en un texto la función de Hermanas, ni siquiera en el que Rambert ha escrito para mujeres concretas: dos actrices españolas y dos actrices francesas. Solo es posible encarnar esta obra, donar la propia médula para armarla, cubrir de carne y de sangre su estructura, abrir las compuertas del subconsciente para dejarla fluir con lo allí acumulado, hacer hueco en ese interior incierto que nos constituye para que quepa más vida. Esta experiencia artística rebosa en los límites. ¿Cómo nombrarlo? Es como si lo no dicho pudiera enlazarse a lo pronunciado en una concatenación infinita, como si se le pudiesen ver las entrañas a los diálogos. Igual le pasa a la puesta en escena: se le ven los cables, las altas escaleras de tijera, la desnudez negra de las paredes, la diversidad de sillas apiladas que amenazan con distribuirse y así ocupar un espacio iluminado violentamente por fluorescentes que se suspenden de un techo inalcanzable. En rincones estratégicos, lo imprescindible para hidratar los cuerpos. En esa inmensidad irrumpen dos actrices de entre el público, dos de nuestras semejantes esgrimen su voz sin pedirnos permiso, sin aviso previo.
Nos enganchan como a peces extasiados bajo la luz de un sol intenso, picamos el anzuelo y nos quedamos colgando de nuestra mordida al cebo, sacudiéndonos violentamente en el aire, boqueando, fuera de nuestro medio habitual, sin poder deshacernos del alimento que nos hiere. ¿Cuánto puede durar este goce insufrible? Estas dos atletas del verbo se desatan sobre el escenario, poderosas, salvajes, eléctricas, abiertas, heridas, violentas. Imanes que se resisten al destino de su abrazo, que se repelen para eludir un choque rotundo que les haga trizas. Pausas profundas para tomar aliento, para acusar lo acometido y encajado en el recogimiento del silencio, para retrasar darlo todo, para evitar el final, que no es otro que la muerte. Su fragilidad es distinta e intermitente, una más obvia, la otra parapetada en lo oculto. Resistencia al vacío, supervivencia. Ahora voy a pronunciarlo: ¡y, pese a todo, tanto AMOR!
La función es compleja, sin embargo. El argumento está, es un hilo que pretende conducir el contenido del discurso, de lo que importa -no quiero decir “de la temática”-. Digo “pretende” porque el efecto que cause dicho contenido resulta un suceso incontrolable; no depende únicamente de las actrices en juego, sino también del grado de implicación de quien observa cómodamente desde su butaca, desde su momento vital, desde su punto de evolución, desde su naturaleza: la identificación se produce de alguna forma misteriosa, ajena a las pesquisas intelectuales pertinentes. Creo que tiene que ver con lo vertiginoso de los discursos, con la energía aplicada al ser lanzados o al recibirlos, con la búsqueda comprometida de la verdad, con lo POÉTICO. La musicalidad del lenguaje puede ser tenida en cuenta o no a la hora de crear, pero está presente siempre. Creo que Rambert es plenamente consciente de esto y que lo aprovecha. En lugar de permitir que el raciocinio le frene y elevarse así sobre la realidad tomando perspectiva, se sumerge en el devenir del pensamiento por entero, sale a tomar aire de vez en cuando y vuelve a zambullirse. Lo mismo les pide a las actrices, esta carrera de delfines en un océano embravecido en donde todo lo humano flota, se sumerge, permanece. Es así que el espectador se deja arrastrar por el envite de cada ola, se empapa de aguasal, consigue estremecerse.
La historia de vida común de estas dos hermanas se bifurca, pero ambas han sido mecidas por las mismas voces en la cuna, han sido movilizadas a una danza común cual siamesas, a encuentros que se suceden en un tiempo imaginario, ya que solo les es útil la certeza compartida en el instante efímero. Naufragan, se hunden en la fugacidad de la vida ya vivida, llevan tatuada en la memoria la estela de otros seres queridos a los que sobreviven, a los que resucitan en sus recuerdos, descubierta la falacia del tiempo transcurrido. La realidad les resulta un prisma con muchas caras, imposible de abarcar por entero, con aristas que les hieren. De su capacidad para comunicarse depende que completen el puzzle, de su esfuerzo en buscar sentido, de su voluntad por continuar luchando. La relación entre las hermanas es un nido de conflictos que parecen irresolubles. Cada una se ha enfrentado al mundo desde su lugar y con sus armas, la desigualdad entrambas ha sido patente, el desequilibrio de los privilegios heredados o conseguidos. Algo les falta que de la otra depende, van en su busca, necesitan completarse. Es imposible en soledad, al menos improbable.
La puesta en escena, al igual que el texto, tiene la dimensión estructural del “teatro dentro del teatro”: También sobre el escenario se espera a un público diverso, representado por sillas vacías de colores distintos. Estos otros que se esperan, somos nosotros mismos que ya hemos llegado y serán otros que vendrán, y, si lo extrapolamos al mundo, generaciones sucesivas a las que no conoceremos. Las hermanas discuten fervientemente sobre lo que signifique entrar en acción, mojarse, comprometerse en la transformación positiva de la sociedad. Se pone en tela de juicio el plano intelectual y, al mismo tiempo, se pone de manifiesto que el filtro y el motor desde el privilegio es el intelecto, siempre que el discurso mueva a la acción, al cuerpo a cuerpo. Si no, de nada sirven palabras.
Lo anecdótico y particular ya digo que nos toca y nos trastoca en algún lugar sensible. ¿No será que Rambert tiene un mensaje que ofrecernos, como ejemplar de nuestra especie y, por ende, individuo con talento? Puede que estas de las hermanas sean las mismas dinámicas controvertidas con las que el mundo se maneja, que la HERMANDAD a la que se refiere sea algo más grande que un parentesco adjudicado entre personajes en un argumento, que pretenda además hacer un llamamiento…
Durante la función, hay un momento en el que Bárbara Lennie grita: ¡DESPERTAD!
Más adelante, Irene Escolar replica: “Tal vez deberíamos MIRARNOS más A LOS OJOS y CALLARNOS”.
Ficha artística
Texto, dirección y espacio escénico: Pascal Rambert
Traducción y adaptación : Coto Adánez
Intérpretes: Irene Escolar y Bárbara Lennie
Dirección de producción: Jordi Buxó y Aitor Tejada
Producción ejecutiva: Pablo Ramos Escola
Diseño de vestuario : Sandra Espinosa
Maquillaje y peluquería: Miguel Álvarez para YSL
Fotografía : Gorka Postigo
Fotografía escena: Vanessa Rábade
Diseño gráfico: Patricia Portela
Distribución : Caterina Muñoz Luceño
Comunicación: Pablo Giraldo
Ayudante de dirección: Lucía Díaz Tejeiro
Ayudante de producción : Celia Mira
Agradecimientos : Ginger & Velvet
Una producción de Diletante Producciones y Buxman Producciones