Ensayo:

Encendamos todas las luces

una reflexión de la escritura como pensamiento

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I

Es sabido que somos animal que habla como definió Aristóteles al ser humano, y como tal comenzamos en el lógos, con el lenguaje, teniendo que asimilar, en las palabras, el vacío provocado por la naturaleza. Este lenguaje no es otra cosa que la manifestación del asombro, ese motor en el que vieron el origen del pensamiento Platón y Aristóteles. Asombrarse significa distanciarse, sentir el espacio que origina ese vacío y que constituye el lugar de la conciencia: silencio, mirar y sentir. Así que las primeras construcciones del lenguaje señalaban ya lo ideal, aquello que no veían los ojos, pero sí las palabras. Y de la misma manera que el cuerpo respondía con la experiencia a los estímulos del mundo, la mente se nutría de los primeros indicios de idealidad.

Pero para que el lenguaje de los griegos enraizara en nosotros hizo falta la escritura, que el hablante se convirtiera en ciudadano de dos mundos, atravesara su temporalidad histórica. La escritura, la primera escritura, entonces, facilitó al ser humano moverse entre la realidad y la posibilidad, permitiendo descubrir en el lenguaje ajeno, en la voz del otro, un residuo de otro tiempo y, con ello, recuperar la memoria.

Decía Hannah Arendt que todo relato ficticio es una vía para la reflexión ética y política; luego el lenguaje no es solo medio de comunicación, es un mundo por conquistar cada día a la luz de ese ideal ético que convierte la existencia humana, a pesar de las violencias, en un motivo de júbilo, en un destino, en una profunda meditación sobre la vida.
En el uso de la palabra nos movemos en el terreno afectivo y político, en la fértil tierra de la memoria, esa desde donde la concepción ética del oficio de la escritura se presenta como la más radical forma de hacer política. En este sentido, en esta suerte de ética hermenéutica, el oficio de escribir y el oficio de leer se funden en el tiempo, el suyo propio y el que no le pertenece. Este hecho, extraordinario, es una forma de enhebrar memorias, pero también, y precisamente por ello, una manera de inmortalidad en palabras de María Zambrano.

II

Nuestra cultura, la situación intelectual en que se encuentra nuestra contemporaneidad, está sumida en una profunda crisis política a escala mundial, y ha de buscar en sus propias raíces un modelo que, en parte, le sirva para remediar su creciente empobrecimiento, como nos recuerda el profesor Emilio Lledó. Podría parecer innecesaria esa mirada hacia al pasado para buscar en él asidero, colaboración y mejora, sin embargo, se torna necesario volver la mirada hacia los oprimidos de la memoria, hacia las teorías del origen de las violencias, hacia las advertencias del nacimiento de las democracias, hacia ese inmenso suelo intelectual que ha ido surgiendo en el pasado y que soñaba con un futuro habitable, en último término. Solo así será que podamos continuar un movimiento ya iniciado: volver a mirar y sentir.
¿Dónde reside hoy el silencio que precede al lenguaje? ¿Dónde brota el asombro con el que nos distanciamos del mundo para aprehenderlo? ¿Desde dónde ejercemos nuestro potencial crítico y político? ¿Hacia que otra memoria, que dejaremos para el futuro de los no nacidos todavía, nos estamos acercando? ¿Qué uso del lenguaje manipulador hace que parezcan legales las ilegalidades? ¿Cómo sostendremos esta inmensa ignorancia?

Si somos el sueño de otros, entonces guardamos una responsabilidad moral para con la cultura en vías de desarrollo heredada y que de forma paulatina hemos ido erosionando: la ultraderecha naciente de Brasil; el retorno del grupo de extrema derecha Vox, en España; la humillación constante de las autoridades italianas a los inmigrantes; el auge de los grupos fascistas en Europa, rescatando la memoria de los genocidas; la manipulación del poder informativo; la indefensión de los menores víctimas de violencia machista…

Podríamos pensar, también, que estos son problemas políticos, problemas de los que ostentan el poder. Sin embargo, la originalidad y voluntad de establecer principios éticos fundamentales podrían llevar a cabo una renovación humanista, que posibilitase una utopía plena: nuestra dramaturgia, creemos. La utopía, parafraseando a los reyes-filósofos de Platón, son hoy las reinas-autoras, los reyes-autores que existen en nuestro panorama teatral.

III

La dramaturgia contemporánea en nuestro país conforma una sociedad que busca otras explicaciones, más adecuadas, a las nuevas configuraciones del vivir. Resiste guardando esperanzas en un mundo que sabe nos devora, pero también nos convoca; y en una responsabilidad ética, se enfrenta a un diálogo constante con afán político, revolucionario y poético.

No le es ajena la penalización por pensar diferente en la democracia debilitada en que se expone; tampoco la incapacidad para generar puestos dignos de trabajo; no es ajena, sin duda, al debilitamiento de la educación en los años cruciales de las crisis; y no lo es porque con conciencia crítica, a la época en la que habita, le responde: queremos ser, queremos entender y tenemos encendidas todas las luces. ´

Ética significa en griego antiguo la guarida de los animales. La ética para los humanos la encontramos en el refugio de los libros, de los teatros, de la filosofía, de las escuelas. Nuestra guarida es la lengua matriz, esa con la que creamos lo que somos. Nuestra guarida es la dramaturgia, esa que construye palabra en la que habitar, reflexionar y juntarnos.

Crónicas

Nieves Rodríguez Rodríguez

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