UNA GRAN EMOCIÓN POLÍTICA

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Dramaturgia y dirección: Luz Arcas y Abraham Gragera

1.

Tras un verano de absurda polémica sobre si los restos de un dictador deberían o no descansar en un gran mausoleo rodeado de los huesos anónimos de aquellos que fueron forzados a construirlo, llegó en el mes de Septiembre al Teatro Valle-Inclán de Madrid Una gran emoción política: una obra escénica total sobre la Guerra Civil que se compone de danza, actuación y música en directo.

Hemos tenido que escuchar a gente preguntarse si vale la pena remover las heridas, cuando la decencia –ya que se empeñan en usar esta metáfora de mal gusto- pasaría por examinarlas y desinfectarlas antes de coserlas adecuadamente para que quede la mínima cicatriz. Es lo que cualquiera querríamos para nuestro cuerpo, y es de justicia que lo exijamos para el cuerpo social.

La pieza dirigida por Luz Arcas y Abraham Gragera hace por lo menos lo primero: nos muestra pasajes de la guerra para que la veamos de cerca y, aprovechando la viveza que permite la danza, reconstruye, como en un falso directo, las emociones del pasado.

2.

Mi abuela está empezando a olvidar muchas cosas pero durante años nos ha contado a los nietos historias de la guerra y la postguerra, y es gracias a esos relatos inconexos llenos de nombre de familiares sin rostro, que tengo un conocimiento mínimo de lo que pasó. Cualquiera que haya ido al colegio en tiempos de democracia sabe que nunca daba tiempo a llegar a la guerra civil española, que el siglo XX solía resumirse en un par de sesiones acerca del fascismo con pinceladas muy generales en las que Franco siempre parecía menos malo, como más campechano, un inocente come-bocatas-de-chorizo al lado de Mussolini y Hitler.

Es solo gracias a la memoria de algunos (y siempre en lapsos pequeños arrancados a la vergüenza de la autocompasión o al miedo a recordar) que nos hemos pintado imágenes de lo que supuso el golpe de estado de 1936. Pero estas historias de la guerra siempre han sido muy difusas para mí, intentaba ponerle cara a mis bisabuelos pero lo único que conseguía imaginar eran un delantal raído, un moño a punto de deshacerse, unos zapatos desgastados y llenos de polvo.

El reparto de Una gran emoción política le pone carne a los recuerdos. Mientras veía a los bailarines observar aterrados a los aviones bombarderos, rezar y ayudarse unos a otros a levantarse del suelo me di cuenta de que la mamá de mi abuela fue una vez como ellos. No siempre fue la cáscara de un relato fantasmal sin rostro, sino que fue de carne y hueso, fue joven, tuvo piel que le recubría la cara. Y me emocioné porque por primera vez me confronté con el horror que vivieron nuestros antepasados. Sentí en mi cuerpo la incertidumbre de esta mujer, que como tantas otras, no sabía si volvería a ver a su esposo; sentí la angustia de tener que alimentar a cinco niños, la desolación de tener que recocer otra vez las mondas de las patatas para llevar una sopa a la mesa que supiese a algo más que agua.
La danza tiene ese poder cuando se ejecuta con maestría: los bailarines me dieron un espejo donde mirar a mis antepasados, y era mucho más creíble que lo que cualquier efecto especial de película podría conseguir, pues mis antepasados estaban ahí, desmayándose delante de mí, sudando o quedándose fríos delante de mí. Y salí del teatro pensando que ese es el verdadero poder de la escena, pintar cuadros vivos, mostrar las historias en lugar de adoctrinárnoslas en libros de Historia.
3.

Creo que Luz Arcas utiliza las emociones para crear movimiento. Le preguntará al cuerpo ¿cómo se mueve eso? para así trasladar el sentimiento a una mecánica, a un gesto. Veo que el movimiento de sus bailarines nace de las emociones guardadas en los órganos, en los ligamentos y los huesos, y que por eso todos entendemos.
Arcas explora ese lenguaje puro del cuerpo y lo lleva al extremo hasta hacer poesía con él. El gran solo que ella interpreta al comienzo de la obra, largo y profundo, auténtico, es una muestra exquisita de este método de preguntar al cuerpo y dejarle hablar, contar su historia.

Esta manera de trabajar (que solo estoy conjeturando que sea la de Arcas) era la que utilizaba Pina Bausch: de adentro hacia afuera, del sentimiento al movimiento, de lo particular a lo universal.

4.

Esta pieza está llena de perdedores de principio a fin, perdedores dignos, perdedores que resurgen una y otra vez de las cenizas, a los que se los mata varias veces, y que aún así se levantan, tullidos, peores que los zombies porque no son de ficción, para deambular por los campos amarillos en búsqueda de un refugio, de la posibilidad de rearmarse o de un lugar donde enterrar a los suyos. Esto es lo que se vivió en España hace solo dos generaciones.

Me sumo al mensaje que Arcas y Gragera rescatan de la autobiografía de María Teresa León. Se trata de recordar. Tenemos que encontrar la manera de confrontarnos a nuestro pasado, de mirarnos al espejo y entender el sufrimiento, la impotencia y también las agallas de quienes lucharon o resistieron a los violentos como pudieron. Porque duele pero tiene un efecto sanador: solo reconociéndonos en nuestro pasado podemos construir un yo que tenga sentido, una narración coherente que nos permita encontrarnos con los demás hoy.

5. Anexo importante: Luz Arcas y Abraham Gragera han estructurado y dirigido esta pieza con diez maravillosos intérpretes y tres músicos que tocan una banda sonora en directo hermosa y emocionante. La obra se basa en la autobiografía Memoria de la melancolía de María Teresa León. El CDN ha editado un libro sobre Una gran emoción política en el que podrá encontrarse información más detallada.

Crónicas

Paula Lamamie de Clairac

Imagen

© Fotos de: Virginia Rota

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