FAUNO, LO BELLO Y LO MONSTRUOSO

De Mari Cruz Planchuelo

Por: Carolina Perelman

Fauno, lo bello y lo monstruoso, es una obra de danza, teatro y títere creada e interpretada por la artista Mari Cruz Planchuelo. Tuve la oportunidad de verla en el congreso UNIMA Federación España que tuvo lugar en Segovia. Fue una experiencia reveladora. Curiosamente, la obra no hace uso del lenguaje, sino de un repertorio de onomatopeyas y de música medieval. Vanguardista y a la vez arraigada en una mitología sempiterna, la performance absuelve todo tipo de absolutismo, ya que se deshace de la palabra, y por lo tanto, de la definición exacta acerca de algo. Fauno, lo bello y lo monstruoso abre un auténtico espacio de exploración sobre la belleza y lo pesadillesco. La misma artista representa a la Ninfa y al Fauno, siendo el Fauno una marioneta controlada por Planchuelo. Ambos personajes son opuestos, o al menos eso es lo que transmiten a través de los movimientos corporales de Planchuelo.

El Fauno ha estado buscando a la Ninfa. Le falta cariño y la capacidad de ser vulnerable. Al descubrir a la Ninfa, la despierta de un sueño y ella se asusta. La Ninfa no se siente cómoda al verlo, intenta escaparse. Sin embargo, el Fauno tan solo quiere abrirse, compartir sus emociones. Siente la reacción de la Ninfa como una amenaza. Lucha por que se quede, la rapta. Ella insiste en no tener ningún tipo de contacto con él; se siente incómoda, su expresión facial denota frustración. La Ninfa aparenta sentirse fuera de lugar, fuera de ella misma. Ambos emiten sonidos desesperados, se mueven bruscamente.

¿De dónde viene esta discordia entre la Ninfa y el Fauno? ¿Qué hay detrás de esto? La raíz de este desacuerdo es el pensamiento: el bien y el mal, las voces que nos replican al oído constantemente y entre las cuales cuesta discernir, a veces -nadie puede elegir los pensamientos que le llegan: son como el polvo al abrir una ventana-. Existe una ruptura entre estos dos conceptos, para clasificarlos y etiquetarlos, para distinguirlos como opuestos. Ruptura que también se puede encontrar entre nuestras voces y pensamientos. Podría ser sentimiento de culpa, miedo de generar un pensamiento del que emane malicia y morbosidad. Tal como la Ninfa con el Fauno, que se quiere separar de él, aterrorizada, avergonzada de que forme parte de ella misma.

El problema realmente no reside entre la Ninfa y el Fauno; la cuestión a resolver es la propuesta de que “lo bello” y “lo monstruoso” sean un problema. Es decir, que existan esos conceptos, que hayan sido definidos por la sociedad y que nos impongan de qué manera vivir la vida, esclavos de esa ideología. Redefinir estos conceptos es inútil, pero algo que sí podemos hacer: llegar a descubrir -como menciona Nietzsche en la Genealogía de la Moral-, que “no hay nada bueno ni malo en sí mismo, sino que cada quien puede elegir qué es lo bueno o malo para sí, siempre y cuando no afecte a terceros.” Es a través de esta vena filosófica por la que la Ninfa llega a la epifanía, a constatar que ella también es el Fauno, que debe cerrar el círculo, que debe unirse a él.

Ver esta obra es una experiencia auténtica y conmovedora. Despierta aspectos desconocidos de una misma, abre las puertas de la conciencia y te reta a hacer preguntas, a buscar respuestas. No solo eso, al proponer un lenguaje no convencional e innovador, te libera de cualquier tipo de condicionamiento, incluso te hace reír, por momentos. Fauno, lo bello y lo monstruoso es una obra que, pese a su aparente sencillez, invita a la reflexión, a la introspección.

Crónicas

Por: Carolina Perelman​

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© Fotos de: Teatro

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